Conservando los restos
Ante el torrente diario de medidas, que van desde la contradicción al absurdo, con el inventado pretexto de la “pandemia”, las personas que las sufren oscilan entre el servilismo y la insubordinación.
Con el fin de proporcionar un poco de luz sobre estas cuestiones, publicaremos una serie de ensayos y artículos del Padre Leonardo Castellani, que ya hace casi ochenta años las vio venir, las sufrió y nos dejó sabios consejos para enfrentarlas.
LA RAZA INFERIOR
(El Ruiseñor Fusilado, 14)
Este módico drama de cleros conmovió tan profundo hace cincuenta años a España —país teológico o quier clerical—, porque el telón de fondo estaba iluminado por varios problemas generales, candentes en nuestro tiempo: el problema del fariseísmo, el problema del conflicto entre la moral abierta y la moral cerrada, el problema de la inteligencia y la sociedad, o la «sociología del saber» —y finalmente el problema de la «raza inferior».
Dejemos a los filósofos la discusión de estos problemas, y armémonos de paciencia, porque no tienen solución mientras dure el triunfo de la raza inferior, la rebelión de las masas, la demagogia, la decadencia de Occidente —el tiempo del hombre prometeico—, o como quieran llamarlo.
«¡Estamos en el tiempo del triunfo de los mediocres!» —dicen. Se podría añadir: «y de los tunantes».
El mediocre cuando está en su lugar no hace daño alguno; al contrario, es el tejido general de la sociedad, el tejido leñoso sin el cual no hay fruto ni flor: son los «asimiladores» y «ejecutores» —que dice De Mahieu.
Es el mediocre engreído el que es temible. Y todo mediocre con mando es casi necesariamente engreído; es decir, necio. A ellos sí que se les aplica enteramente la pesimista máxima de Chambord: «El poder siempre corrompe; el poder absoluto corrompe absolutamente»; así como el tajante endecasílabo: «No hay ningún majadero que sea bueno”.
Lo malo del mundo de hoy es que está lleno de sotas a caballo: sotas de oro, sotas de basto, sotas de copa y sotas de espada. Quién sabe por qué razón nuestro tiempo está plagado de petisos montados en tremendos frisones, que lo pisotean y lo atropellan todo, porque siendo miopes, ni siquiera ven lo que tienen ante las patas.
No respetan cercos, se meten en todas partes, matan ovejas, arruinan sementeras, espantan los pájaros, trotan donde hay música y a veces atropellan un niño, una mujer o un obrero absorto en su trabajo.
Claro que muchas veces el frisón las saca limpio por las orejas, porque ni siquiera llegan a los estribos las patitas; pero inmediatamente acuden corriendo otros diez enanos por el estilo, que quieren montar a todo costo y se encaraman con sus patitas y sus escaleras.
En parábola decimos el fenómeno que Nietzsche (y tras él otros) predijo y describió minuciosamente en forma analítica… y exagerada, no hay que negarlo. ¿No será en el fondo una pesadilla de aquel alemán demente? No, es cierto que no. El aparato de selección humana, el «movimiento que pone a los hombres en su lugar», nunca ha funcionado en el mundo sin deficiencias; pero ahora parece no funcionar o funcionar al revés. Esto lo dicen todos. Dijo el hijo de Martin Fierro:
Aunque piensen que exagero,
Mi padre me abona en esto,
Lo que tiene al mundo infesto
Y envuelto en mortal trabajo,
Es que está arriba el que es bajo
Y todo fuera de puesto…
¿Cuál será la causa de este gran desbarajuste? Desde luego, no es la que asigna Nietzsche. El teutón describe bien la moral de lo que él llama «raza inferior», la moral villanesca; mas, inflamado contra ella de un odio casi demente, asigna, para explicar el fenómeno absurdo de su triunfo actual, una absurdidad mayor; condena a toda la humanidad —y por ende a la propia natura humana— en un maniqueísmo sin precedentes. El socialismo tiene la culpa; y la culpa del socialismo es la Revolución Francesa; y de la Revolución Francesa, el luteranismo; y del luteranismo, el cristianismo; y del cristianismo, la filosofía helénica, Platón, Aristóteles y el resto —sin contar los judíos—; de modo que no queda títere con cabeza, excepto los tres islotes sorprendentes de los sofistas griegos, el Renacimiento y los vikingos.
Nietzsche extiende un diploma de nulidad a todo el pasado; pero entonces, ¿cómo puede prometerse a sí mismo el futuro, profetizar el Superhombre; respecto del cual el hombre actual es simple mono? ¿De dónde saldría ese milagro, si hasta Dios ha muerto! (cfr. La voluntad de poderío, passim).
Del diablo: no queda otro.
Seguir a Nietzsche es para darse a todos los diablos. Mas en contra está que esto que pasamos y vemos no es necesariamente (ni puede ser) una cosa substancial sino accidental, histórica, no esencial: una crisis.
Aristóteles conoció al hombre superior, que él llama «magnánimo», pese a que la enemiga de Nietzsche no lo admita; y las cosas que dice de la crisis de su tiempo y los remedios que propone tienen analogía por lo desmesurado, con lo que se dice en nuestro tiempo.
También Aristóteles repuso su esperanza en un superhombre reinante, en Alejandro; y cuando el macedonio fracasó, casi se suicida el filósofo.
No sabemos si hemos llegado ya a la «parusía»: nunca lo sabremos de cierto; y si por caso hemos llegado (puesto que alguna vez ha de ser), la resolución del drama de la historia no será el que Nietzsche piensa, en su pesadilla atea y desmesurada.
El Superhombre ya ha venido, es Cristo; y si solamente por el Superhombre puede resolverse la crisis de nuestra civilización, eso significa la segunda Venida de Cristo; precedida, eso sí, del hórrido desencadenamiento del falso-Superhombre: de que Nietzsche fue poderoso profeta.
«Estamos en una crisis tal, que parecería nada se puede arreglar, si no se arregla todo…» (J. Maritain: La question juive).
De donde sigue que las otras explicaciones y soluciones diametrales a la nietzscheana, ¡la euforia del Progreso Indefinido e Inevitable!, son peores que ésta, por ser soluciones de avestruz. Es meter la cabeza en un agujero y decir: ¡Bah!, ¡todo se arreglará, como se ha arreglado otras veces!
En cuanto a las soluciones semicatastróficas, semieufóricas, de un Spengler, Toynbee, Carr… etc., dependen de Nietzsche en definitiva, son compromisos entre las dos explicaciones extremas y participan del error de ambas. Que se acaba nuestra civilización con su cristianismo y surge otra civilización mejor con otra religión perfeccionada (el vigilismo, de Constancio Vigil, por ejemplo), en virtud de una ley histórica ineluctable y cómoda…
¡Portentoso sueño! No hay otra civilización más que la nuestra, que está ahora asediada y en guerra. (ver sobre esto el tonificante libro de Manuel Penella De Silva: My dear Mr. Truman, publicado en hermoso resumen por «Revista de la Universidad de Buenos Aires», núms. 15 y 16, 1951).
No hay otra posición posible para el occidental, que la aguerrida y heroica: salvarla o morir con ella…
«por cuyas divinas enseñanzas estoy dispuesto a derramar hasta la última gota de mi sangre» —decía Verdaguer, en la humilde y digna carta, en que solicita le levanten las censuras. Y con esa carta, espiritualmente hablando, la derramó de hecho. Ya estaba herido de muerte.
Por donde se ve que el módico drama de curas de un presbítero poeta de Cataluña tiene su intríngulis; y no deja de tener atinencia no oculta, sino clara y directa, con el drama de la época y del mundo.
¿Y cómo podría ser de otro modo? No hace Dios esos hombres de balde.
La inteligencia es una fuerza cósmica; y el paso del genio por el universo, nunca es en vano, cualquiera que sea su destino, su actitud personal y el uso bueno o malo que haga de sus facultades.
Un monje venía huyendo a toda furia… Lo perseguía un necio con poder
Para ver las otras entregas de esta sección:
LA INTELIGENCIA Y EL GOBIERNO
LA RAÍZ DE LA DECADENCIA
DECADENCIA DE LAS SOCIEDADES
MEDIOLETRADOS