EL APOCALIPSIS

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PRESENTAMOS AQUÍ EL TRABAJO ESPECIAL DESARROLLADO POR LOS P. CERIANI Y GROSSO DURANTE EL AÑO DEL SEÑOR 2012 EN NUESTROS ESTUDIOS.

EL MISMO CONSTA DE LOS TEXTOS, GRÁFICOS Y AUDIOS PARA ESCUCHAR Y BAJAR.

ESPERAMOS LO DISFRUTEN Y DIFUNDAN. EN MEMORIA DE NUESTRO QUERIDO HERMANO FABIAN VAZQUEZ.-

San Juan Evangelista - Pompeo-Batoni-San-Giovanni-Evangelista-Basildon-Park-The-Iliffe-Collection-The-National-Trust-05San Juan Evangelista

ESPECIALES SOBRE EL APOCALIPSIS

AÑO 2012


 

Febrero 2012: Padre Juan Carlos Ceriani

7iglesias

Introducción

1ª Visión = Mensajes a las Siete Iglesias (I-III)

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/02/26/especiales-de-cristiandad-con-el-p-ceriani-febrero-2012-2-parte-estudio-sobre-el-apocalipsis-1o-entrega/


 

Marzo 2012: Padre Juan Carlos Ceriani

cordero y el libro

2ª Visión = el Libro y el Cordero ((IV-V)

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/03/26/audios-de-los-especiales-con-el-p-ceriani-marzo-2012-y-grafico-del-apocalipsis/


 

Abril 2012: Padre Gabriel Grosso

7 sellos

3ª Visión = los Siete Sellos (VI)

4ª Visión = la Signación de los Elegidos (VII)

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/04/29/especiales-de-cristiandad-con-el-p-grosso-especial-del-apocalipsis-los-siete-sellos-audios-y-textos/


Mayo 2012: Padre Juan Carlos Ceriani

7 tubas

5ª Visión = las Siete Tubas (VIII-IX)

6ª Visión = el Libro Devorado (X)

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/05/25/especiales-de-radio-cristiandad-con-el-p-ceriani-apocalipsis-las-7-tubas/


 

Junio 2012: Padre Juan Carlos Ceriani

44D

7ª Visión = la Medición del Templo (XI: 1-2)

8ª Visión = los Dos Testigos (XI: 3-14)

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/06/22/especiales-de-radio-cristiandad-con-el-p-ceriani-21-y-22-de-junio-2012-el-apocalipsis-1-la-medicion-del-templo-2-los-dos-testigos/


 

Julio 2012: Padre Gabriel Grosso

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9ª Visión = la Séptima Tuba (XI: 15-19)

10ª Visión = la Mujer Coronada (XII)

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/07/25/especiales-de-radio-cristiandad-con-el-p-gabriel-grosso-julio-2012-solo-audio/


 

Agosto 2012: Padre Juan Carlos Ceriani

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11ª Visión = las Dos Bestias (XIII)

12ª Visión = las Vírgenes y el Cordero (XIV: 1-5)

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/08/25/especiales-de-cristiandad-con-el-p-ceriani-agosto-2012-vision-11-el-anticristo-y-el-pseudoprofeta-y-vision-12-los-virgenes-y-el-cordero-texto-central/


 

Septiembre 2012: Padre Juan Carlos Ceriani

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13ª Visión = el Evangelio Eterno (XIV: 6-7)

14ª Visión = el Segador Sangriento (XIV: 8-20)

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/09/29/especiales-de-radio-cristiandad-con-el-p-ceriani-septiembre-de-2012-apocalipsis-continuacion-sexto-signo-o-cuadro-xiv-6-13-septimo-signo-o-cuadro-xiv-14-20/


 

Octubre 2012: Padre Gabriel Grosso

12

15ª Visión = las Siete Copas (XV – XVI: 19)

16ª Visión = la Gran Ramera (XVI: 19 – XVIII: 8)

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/12/22/especiales-de-cristiandad-con-el-p-grosso-octubre-2012-15a-vision-las-siete-copas/

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/12/22/especiales-de-cristiandad-con-el-p-grosso-octubre-2012-16a-vision-la-gran-ramera/

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/12/22/especiales-de-radio-cristiandad-con-el-p-grosso-octubre-de-2012-anexo-sobre-el-milenio/


 

Noviembre 2012: Padre Juan Carlos Ceriani

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17ª Visión = el Juicio de Babilonia (XVIII: 9 – XIX: 10)

18ª Visión = el Reino Milenario (XIX: 11 – XX: 10)

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/11/23/especiales-de-radio-cristiandad-con-el-p-ceriani-el-apocalipsis-cap-18-y-19-penultima-entrega/


Diciembre 2012: Padre Juan Carlos Ceriani

121

19ª Visión = el Juicio Final (XX: 11-15)

20ª Visión = la Jerusalén Triunfante (XXI-XXII)

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/12/23/especiales-de-cristiandad-con-el-p-ceriani-dic-2012-parte-final-20-46-2221/

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/12/23/especiales-de-cristiandad-con-el-p-ceriani-dic-2012-anexo-1-sobre-el-milenarismo/

https://radiocristiandad.wordpress.com/2012/12/23/especiales-de-cristiandad-con-el-p-ceriani-dic-2012-anexo-2-sobre-las-dos-resurrecciones/

 


ANEXO SOBRE EL MILENARISMO

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  Del Libro del Padre LACUNZA

VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

PARTE PRIMERA

Que contiene algunos preparativos necesarios para una justa observación

CAPITULO I

De la letra de la santa Escritura

 1 Todo lo que tengo que deciros se reduce al examen serio y formal de un solo punto, es a saber, si las ideas que tenemos de la segunda venida del Mesías son ideas verdaderas y justas, sacadas fielmente de la divina revelación, o no.

Busco la inteligencia de estas cosas en los intérpretes de la Escritura. ¿Y qué sucede?

Os parecerá increíble, y como un solemne despropósito lo que voy a decir. A poco que he registrado los autores sobre los puntos de que hablo, siento desaparecer casi del todo cuanto había leído y creído en las Escrituras, quedando mi entendimiento tan oscurecido, mi corazón tan frío y toda el alma tan disgustada, que ha menester mucho tiempo y muchos esfuerzos para volver en sí.

El peligro, no digo remoto y aparente, sino próximo y real, está en creer al hombre que interpreta cuando este se aparta de aquel sentido propio, obvio y literal, que muestra la letra con todo su contexto: cuando quita o disimula, o añade alguna cosa que se oponga o se aleje, o no se conforme enteramente con el sentido literal.

  • 5 No se puede negar que muchas cosas se leen en la Escritura que, tomadas según la letra, y aun estudiado prolijamente todo su contexto, no se entienden.

¿Pero qué mucho que no se entiendan? ¿Os parece preciso y de absoluta necesidad que todo se entienda y en todos los tiempos?

Si bien lo miráis, esta ignorancia, o esta falta de inteligencia en muchas cosas de la Escritura, mayormente en lo que es profecía, sucede por una de dos causas:

– o porque todavía no ha llegado su tiempo,

– o porque no se acomodan bien, antes se oponen manifiestamente a aquel sistema, o a aquellas ideas que ya habíamos adoptado como buenas.

¿Y quién sabe (guardad por ahora este secreto), quién sabe si aquellas amenazas que nos hacen de error y peligro en el sentido literal de la Escritura miran solamente a estas cosas inacomodables al sistema que han adoptado?

Estas amenazas no se extienden ciertamente a toda la Escritura; pues ellos mismos buscan, y admiten en cuanto les es posible este sentido literal.

Con que solo deben limitarse a algunas cosas particulares. ¿Cuáles son estas? Son aquellas puntualmente, y a mi parecer únicamente, cuya observación y examen es el asunto primario de este escrito, pertenecientes todas a la segunda venida del Señor.

CAPITULO II

 De la autoridad extrínseca sobre la letra de la Santa Escritura

 

  • 1 En la inteligencia y explicación de los Profetas que de algún modo pertenecen a nuestro asunto principal, es facilísimo notar que los interpretes de la Escritura, habiendo buscado y seguido por un momento el sentido literal, no siéndoles posible llevar muy adelante dicho sentido, se acogen en breve a la pura alegoría, pretendiendo que este es el sentido specialiter intentus a Spiritu Sancto.

Si les preguntamos con qué razón, y sobre qué fundamento, nos remiten por toda respuesta a la autoridad puramente extrínseca, esto es, que otros antiguos doctores los entendieron y explicaron así.

Este argumento ab auctoritate, que en otros asuntos de dogma y de moral puede y debe mirarse por bueno y legítimo, en el asunto de que hablamos no parece tan justo.

Así como, sin agraviar a los doctores más modernos, les podemos pedir razón de su inteligencia, cuando esta no se conforme con la letra del texto; así del mismo modo podemos pedirla a los antiguos; porque al fin la autoridad de estos por grande y respetable que sea, no puede fundarse sobre sí misma. Este es un privilegio muy grande, que únicamente pertenece o Dios.

Debe pues fundarse esta autoridad:

– o en la Escritura misma, si esta lo dice claramente,

– o en la Tradición universal, inmemorial, cierta y constante,

– o en alguna decisión de la Iglesia,

– o en alguna buena y sólida razón.

Todo esto en sustancia es lo que decía San Agustín a San Jerónimo en aquella célebre disputa epistolar qua tuvieron estos dos grandes doctores sobre la verdadera inteligencia del capítulo segundo de la epístola de San Pablo a los Gálatas.

Las razones que producía San Agustín, y con que impugnaba el sentir de San Jerónimo, parecían clarísimas y eficacísimas; tanto que el mismo San Jerónimo, no hallando modo de eludir su fuerza, antes confesándola tácitamente, se acogió por último recurso a la autoridad extrínseca, alegando en su favor la autoridad de San Juan Crisóstomo, de Orígenes, y de algunos Padres griegos que habían sido de su misma opinión; a lo cual responde San Agustín con estas palabras dignas de consideración:

Por mi parte, reconozco a tu caridad, aprendí a no creer firmemente sino a la infalibilidad de los autores de los libros que se llaman canónicos; solamente a ellos hago este honor y doy prueba de este respeto. Si hay algo en ellos que parezca contrario a la verdad, no pienso en impugnarlos, sino que me digo que el ejemplar es defectuoso, o que el traductor es inexacto, o aun que no comprendí. Para lo que leo en los otros escritores, cualquiera que sea la eminencia de su santidad y su ciencia, no lo creo verdadero por la única razón que lo pensaron, sino porque pudieron convencerme que no se apartaban de la verdad, sea según el testimonio de los autores canónicos, sea según razones probables. 

El mismo Santo Doctor para no negarse a sí mismo protesta en otro lugar, que él no quiere que se haga otra cosa en sus escritos, sino lo que él mismo hace con los escritos de otros doctores, esto es, tomar lo que parece conforme a la verdad, y dejar o impugnar lo que le parece contrario o ajeno de la misma verdad:

No debemos tener como escritos canónicos las disputas de los hombres por muy católicos y laudables que sean, de modo que no nos sea posible, salvo el honor que les debemos, desaprobarlos o refutarlos si, por el favor divino, sea por el entendimiento de otro, sea por el nuestro, encontramos algo contrario a la verdad. Y así como soy respecto de los escritos de los otros, así quiero que sean entendidos los míos. 

Pues como en las cosas particulares que vamos a tratar, la autoridad extrínseca es el único enemigo que tenemos que temer, y el que a cada paso nos ha de hacer la más terrible oposición; parece conveniente, y aun necesario, decir alguna palabra sobre esta autoridad, dejando ahora presupuesto y asentado lo que hay cierto y seguro en el asunto.

La autoridad de los antiguos Padres de la Iglesia es sin duda de sumo peso, y debemos no solo respetarla, sino rendirnos a ella enteramente; no a ciegas, ni en todos los casos posibles, sino en ciertos casos, y con ciertas precauciones y limitaciones que enseñan los teólogos.

Ved aquí una proposición general en que todos convienen: “Cuando todos o casi todos los Padres de la Iglesia concurren unánimemente en la explicación o inteligencia de algún lugar de la Escritura, este consentimiento unánime hace un argumento teológico, y algunas veces de fe, de que aquella y no otra es la verdadera inteligencia de aquel lugar de la Escritura.” 

Esta proposición general, cierta y segura, admite no obstante algunas limitaciones, no menos ciertas y seguras, en que del mismo modo convienen los doctores.

La primera es, que el lugar de la Escritura de que se habla pertenezca inmediatamente, a la sustancia de la religión, o a los dogmas universales de toda la Iglesia, como también a la moral.

Esta limitación se lee expresa en el decreto del Concilio de Trento, sesión 4ª, en que manda que ninguno se atreva a interpretar la santa Escritura, haciéndola a su propia opinión, en las cosas que tocan a la fe y costumbres para la edificación de la doctrina, contra el sentir que tuvo y tiene la Santa Iglesia, a la cual pertenece juzgar del verdadero sentido de las Santas Escrituras, o contra el consenso unánime de los Padres.

Segunda limitación: que aquella explicación o inteligencia que dan al lugar de la Escritura, la den todos o los más unánimemente, no como una mera sospecha o conjetura, sino como una verdad de fe.

Tercera limitación: que aquel punto de que se habla lo hayan tratado todos o los más de los Padres, no de paso y en algún sermón u homilía, sino de propósito; determinando, probando, afirmando y resolviendo que aquello que dicen es una verdad, y lo contrario un error.

Algunas otras limitaciones ponen los doctores que no hay para que apuntarlas aquí. Para nuestro propósito bastan estas tres, que son las principales.

  • 2 No temáis, amigo, que yo no respete la autoridad de los antiguos Padres, ni que quiera pasar los límites justos de esta autoridad.

Los puntos que voy a tratar, lo primero, no pertenecen inmediatamente al dogma ni a la moral.

Lo segundo, los antiguos Padres no los trataron de propósito; apenas los tocaron de paso, y eso algunos pocos.

Lo tercero, los pocos que tocaron estos puntos, no convinieron en un mismo sentimiento; sino que unos afirmaron y otros negaron.

Esta circunstancia es de sumo interés.

Cuarto en fin, ni los Padres que afirmaron, ni los que negaron (si se exceptúa San Epifanio), trataron de errónea la sentencia contraria.

Esta censura es muy moderna, y por jueces incompetentes.

San Jerónimo, que era uno de los que la negaban, dice expresamente que no por eso condena ni puede condenar a los que la afirmaban: porque, aunque no la sigamos, muchos varones eclesiásticos y mártires la sostuvieron… Reservamos el juicio al Señor.

Por todo lo cual parece claro que quedamos en libertad para seguir a unos y dejar a otros; para seguir aquella opinión que, miradas todas las razones y pesadas en fiel balanza, nos pareciere más conforme a todas las santas escrituras del antiguo y nuevo testamento.

CAPITULO III

Se propone el sistema ordinario sobre la Segunda Venida del Mesías,

y el modo de examinarlo

 

  • 1 Toda la Escritura divina tiene tan estrecha conexión con la persona adorable del Mesías, que podemos con verdad decir, que toda habla de Él, o en figura, o en profecía, o en historia: toda se encamina a Él, y toda se termina en Él, como en su verdadero y último fin.

Nuestros Rabinos no dejaron de conocer muy bien esta grande e importante verdad; mas como entre tantas cosas grandes y magníficas que se leen casi a cada paso del Mesías en los Profetas y en los Salmos, encontraban algunas poco agradables, y a su parecer indignas de aquella grandeza y majestad: como no quisieron creer fiel y sencillamente lo que leían, y esto porque no podían componer en una misma persona la grandeza de las unas con la pequeñez de las otras: como en fin no quisieron distinguir ni admitir en esta misma persona, aquellos dos estados y dos tiempos infinitamente diversos , que tan claros están en las escrituras, tomaron finalmente un partido que fue el de nuestra ruina, y la raíz de todos nuestros males. Resolvieron declararse por las primeras, y olvidar las segundas.

En consecuencia de esta imprudente resolución formaron casi sin advertidlo un sistema general, que poco a poco todos fueron abrazando, diciendo los unos lo que habían dicho los otros, y sin más razón que porque los otros lo habían dicho.

Se aplicaron con grande empeño a acomodar a este sistema, que ya parecía único, todas las profecías, y todas cuantas cosas se dicen en ellas, resueltos a no dar cuartel a alguna, fuese la que fuese sino se dejaba acomodar.

Sistema verdaderamente infeliz que redujo al fin a todo el pueblo de Dios al estado miserable en que hasta ahora lo vemos.

Mas dejando estas cosas como ya irremediables, y volviendo a nuestro propósito, entremos desde luego a proponer y también a examinar atentamente las ideas que nos dan los doctores cristianos de la venida del mismo Mesías, que todos estamos esperando.

  • 2 Todas las cosas generales o particulares que sobre este asunto hallamos en los libros, reducidas o pocas palabras, forman un sistema cuya substancia se puede proponer en estos términos: Jesucristo volverá del cielo a la tierra en gloria y majestad, no antes, sino precisamente al fin del mundo, habiendo precedido su venida todas aquellas grandes señales que se leen en los evangelios, en los profetas y en el Apocalipsis.

Entre estas señales, será una terribilísima la persecución del Anticristo por espacio de tres años y medio.

Los autores no convienen enteramente en todo lo que pertenece a esta persecución.

Unos la ponen inmediatamente antes de la venida del Señor; otros, y creo que son los más, advirtiendo en esto un gravísimo inconveniente que puede arruinar todo el sistema, se toman la licencia de poner este gran suceso algún tiempo antes: de modo que dejan un espacio de tiempo, grande o pequeño, determinado o indeterminado, entre el fin del Anticristo y la venida de Cristo.

Poco antes de la venida del Señor, y al salir ya del cielo, sucederá en la tierra un diluvio universal de fuego que matará a todos los vivientes, sin dejar uno solo: lo cual concluido, y apagado el fuego, resucitará en un momento todo el linaje humano, de modo que cuando llegue a la tierra hallará todos los hijos de Adán, cuantos han sido, son y serán, no solamente resucitados, sino también congregados en el valle de Josafat, que está inmediato a Jerusalén.

Llegado pues el Señor al valle de Josafat, y sentado en un trono de majestad, no en tierra, sino en el aire, pero muy cerca de la tierra, y colocados también en el aire todos los justos, se abrirán los libros de las conciencias, y hecho público todo lo bueno y lo malo de cada uno, justificada en esto la causa de Dios, dará el juez la sentencia final, a unos de vida, a otros de muerte eterna.

CAPITULO IV

Se propone otro nuevo sistema

 El sistema, aunque propuesto y seguido con novedad, no es tan nuevo como pensaréis; antes os aseguro formalmente, que en la sustancia es mucho más antiguo que el ordinario: de modo que cuando este se empezó a hacer común, que fue hacia los fines del siglo cuarto y principios del quinto de la Iglesia, ya el otro contaba más de trescientos años de antigüedad.

Sistema general 

Jesucristo volverá del cielo a la tierra cuando llegue su tiempo, cuando lleguen aquellos tiempos y momentos que Pater possuit in sua potestate.

Vendrá acompañado no solamente de sus Ángeles, sino también de sus Santos ya resucitados.

Vendrá no tan de prisa, sino más despacio de lo que se piensa.

Vendrá a juzgar no solamente a los muertos, sino también y en primer lugar a los vivos.

Por consiguiente este juicio de vivos y muertos no puede ser uno solo, sino dos juicios diversísimos, no solamente en la sustancia y en el modo, sino también en el tiempo.

De donde se concluye (y esto es lo principal a que debe atenderse) que debe haber un espacio de tiempo bien considerable entre la venida del Señor que esperamos, y el juicio de los muertos, o resurrección universal.

Este es el sistema.

Os parecerá muy general, y no obstante yo no quisiera otra cosa, sino que se me concediese el espacio de tiempo que acabo de hablar: yo con esto solo tenía entendidas y explicadas fácilmente todas las profecías.

Mas, ¿será posible conceder este espacio de tiempo en el sistema de los intérpretes?

¿Y será posible negarlo en el sistema de la Escritura?

Esto es lo que principalmente hemos de eliminar y disputar en todo este escrito.

Y en primer lugar, yo me hago cargo de algunas dificultades que hay para admitir o dar algún lugar a este sistema.

La primera es que el sistema que acabo de proponer tiene gran semejanza con el error, sueño o fábula de los chialistas o milenarios; y siendo así, no merece ser escuchado, ni aun por diversión.

La segunda, que yo pongo la venida del Señor en gloria y majestad mucho tiempo antes de la resurrección universal; y por otra parte digo y afirmo que vendrá con sus millares de Santos ya resucitados.

De aquí se sigue, evidentemente, que debo admitir dos resurrecciones: una, de los Santos que vienen con Cristo; otra, mucho después, de todo el resto de los hombres.

Lo cual es contra el común sentir de todos los teólogos que tienen por una cosa certísima, y por una verdad sin disputa, que la resurrección de la carne se debe hacer simul et semel, esto es, una sola vez y en todos los hijos de Adán sin distinción en un mismo tiempo y momento.

Las otras dificultades se verán en su lugar.

Capítulo V

 

Primera dificultad. Los milenarios

Para que podamos proceder con algún orden y claridad en un asunto tan grave, y al mismo tiempo tan delicado, vamos por partes.

Tres puntos principales tenemos que observar aquí:

Lo primero, debemos examinar si la Iglesia ha decidido algo, o ha hablado alguna palabra sobre el asunto.

Lo segundo, debemos conocer perfectamente las diferentes clases que ha habido de Milenarios; lo que sobre todos ellos dicen los doctores; su modo de pensar en impugnarlos; y las razones en que se fundan para condenarlos a todos.

Lo tercero en fin, debemos proponer fielmente lo que nos dicen los mismos doctores, la explicación que dan, o pretenden dar, al capítulo veinte del Apocalipsis.

Artículo I

Examen del primer punto

¿La Iglesia ha decidido ya este punto? ¿Ha condenado a los Milenarios? ¿Ha hablado sobre este asunto alguna palabra?

Esta noticia, que no hallamos en autores graves y de primera clase, la hallamos no obstante en otros de clase inferior.

Entre estos autores, unos citan un concilio y otros otro. Los más nos remiten al Concilio Romano, celebrado en tiempo de San Dámaso.

La verdad es que la noticia es evidentemente falsa por todos sus aspectos.

Otros autores recurren con la misma oscuridad al concilio florentino, celebrado en tiempo de Eugenio IV, año 1439. Mas en este concilio no se halla otra cosa, sino que en él se definió, como punto de fe, que las almas de los justos que salen de este mundo sin reato de culpa, o que se han purificado en el purgatorio, van derechas al cielo, a gozar de la visión de Dios, y son verdaderamente felices antes de la resurrección.

El concilio lateranense IV es otro de los citados; y no falta quien se atreva a citar también al tridentino, y todo ello sin decir en qué sesión, ni en qué canon, ni cosa alguna determinada.

Nos queda todavía otro concilio que examinar, el cual según pretenden, condenó expresamente el reino milenario; no solo en cuanto a los accidentes, sino también en cuanto a la sustancia, por consiguiente a todos los Milenarios sin distinción.

Éste es el primero de Constantinopla, y segundo ecuménico en el que se añadieron estas palabras al símbolo Niceno: cuyo reino no tendrá fin.

Lo que supuesto, argumentan así: la Iglesia ha definido que cuando el Señor venga del cielo a juzgar a los vivos y a los muertos, su reino no tendrá fin.

Es así que los Milenarios le ponen fin, pues dicen que durará mil años, sea este un tiempo determinado o indeterminado.

Luego la Iglesia ha definido, que es falsa y errónea la opinión de los Milenarios, y por consiguiente su reino milenario.

Mas los que proponen este argumento en tono tan decisivo, con esto solo dan a entender, que han mirado este punto muy de prisa, y por la superficie solamente.

Si algún Milenario hubiese dicho que concluidos los mil años se acabaría con ellos el reino del Mesías, en este caso el argumento sería terrible e indisoluble; mas si ninguno lo ha dicho ni soñado, ¿a quién convencerá este argumento? Se convencerá a sí mismo.

No obstante, para quitar al argumento toda su apariencia, y el equívoco en que se funda, se responde en breve:

el reino del Mesías, considerado en sí mismo, sin otra relación extrínseca, no puede tener fin; es tan eterno como el rey mismo;

– mas considerado solamente como reino milenario, es decir como reino sobre los vivos y viadores, que todavía no han pasado por la muerte, en este solo aspecto es preciso que tenga fin.

¿Por qué? Porque esos vivos y viadores sobre quienes ha de reinar, y a quienes como rey ha de juzgar, han de morir todos alguna vez, sin quedar uno solo que no haya pasado por la muerte.

Llegado el caso de que todos mueran, como infaliblemente debe llegar, es claro que ya no podrá haber reino sobre los vivos y viadores, porque ya no los hay.

Luego el reino en este aspecto solo tuvo fin, mas no por eso se podrá decir que el reino tuvo fin y se acabó; pues siguiéndose inmediatamente la resurrección universal, el reino deberá seguir sobre todos los muertos ya resucitados, y esto eternamente y sin fin.

Esto es en sustancia lo que dijeron los Milenarios, y lo que dicen las Escrituras.

Artículo II

Diversas clases de Milenarios, y la conducta de sus impugnadores

  • 1 Una cosa me parece muy mal en los que impugnan a los Milenarios: es a saber, que habiendo impugnado a algunos de estos, y convencido de error en las cosas particulares que añadieron de suyo, o ajenas a la Escritura, o claramente contra la Escritura, queden con solo esto como dueños del campo, y pretendan luego, o directa o indirectamente, combatir y destruir enteramente la sustancia del reino milenario, que está tan claro y expreso en la Escritura misma.

La pretensión es ciertamente singular. No obstante, se les puede hacer esta pregunta. ¿Estas cosas particulares, que con tanta razón impugnan, y convencen de fábula y error, las dijeron acaso todos los Milenarios? Y aun permitido por un momento que todos las dijesen, ¿son acaso inseparables de la sustancia del reino de que habla la Escritura?

Parece cierto e innegable, que los autores que tratan este punto, confunden demasiado los errores de los antiguos herejes, las ideas groseras de los judíos, y las fábulas de los judaizantes, con lo que pensaron y dijeron muchos doctores católicos y píos, entre ellos algunos santos padres de primera clase, y también, lo que es más extraño, con lo que clara y distintamente dicen las Escrituras.

  • 2 Tres clases de Milenarios debemos distinguir, dando a cada uno lo que es propio suyo, sin lo cual parece imposible, no digo entender la Escritura Divina, pero ni aun mirarla: porque estas tres clases, juntas y mezcladas entre sí, como se hallan comúnmente en las impugnaciones, forman aquel velo denso y oscuro que la tiene cubierta e inaccesible.

En la primera clase entran los herejes, y solo ellos deben entrar enteramente, separados de los otros.

No digo por esto que deben entrar en esta clase todos los herejes que fueron Milenarios, esto fuera hacer a muchos una grave injuria, y levantarles un falso testimonio; pues nos consta que hablarán en el asunto con la misma decencia que hablaron los católicos más santos, y más espirituales.

Eusebio y San Epifanio nombran a Cerinto como al inventor de estas groserías. Como este heresiarca era dado a la gula y a los placeres, ponía en estas cosas toda la bienaventuranza del hombre. Así enseñaba a sus discípulos que después de la resurrección, antes de subir al cielo, habría mil años de descanso, en los cuales se daría a los que lo hubiesen merecido aquel ciento por uno del Evangelio. En este tiempo, pues, tendrían todos licencia sin límite alguno, para todas las cosas pertenecientes a los sentidos. Por lo cual todo sería holganza y regocijo continuo entre los santos, todo convites magníficos, todo fiestas, músicas, festines, teatros, etc. Y lo que parecía más importante, cada uno sería dueño de un serrallo entero como un sultán, y él mismo era arrastrado por el deseo vehemente de estas cosas, y siguiendo los incentivos de la carne, soñaba que en ellos consistía la bienaventuranza.

En la segunda clase entran, en primer lugar, los doctores judíos o Rabinos, con todas aquellas ideas miserables, y funestas para toda la nación, que han tenido y tienen todavía de su Mesías, a quien miran y esperan como un gran conquistador.

Dije que en esta segunda clase entran los Rabinos en primer lugar, para denotar que fuera de ellos hay todavía otros que han entrado, siguiendo sus pisadas, o adoptando algunas de sus ideas. Éstos son los que se llaman con propiedad Milenarios judaizantes, cuyas cabezas principales fueron Nepos, obispo africano, contra quien escribió San Dionisio Alejandrino sus dos libros sobre las promesas, y Apolinar, contra quien escribió San Epifanio en la herejía 77.

Estos Milenarios conocieron bien en las Escrituras la sustancia del reino del Mesías; conocieron que su venida del cielo a la tierra, que esperamos todos en gloria y majestad, no había de ser tan de prisa, como suponen comúnmente; conocieron que no tan luego se habían de acabar todos los vivos y viadores, ni tan luego había de suceder la resurrección universal de todo el linaje humano; conocieron que Cristo había de reinar aquí en la tierra, acompañado de muchísimos correinantes, esto es, de muchísimos santos y resucitados; conocieron, en fin, que había de reinar en toda la tierra, sobre hombres vivos y viadores, que lo habían de creer y reconocer por su legítimo Señor, y se habían de sujetar enteramente a sus leyes, en justicia, en paz, en caridad, en verdad, como parece claro y expreso en las mismas Escrituras.

Si con esto solo se hubieran contentado ¡oh cuán difícil cosa hubiera sido el impugnarlos! Todas las Escrituras se hubieran puesto de su parte, y los hubieran rodeado como un muro inexpugnable.

La desgracia fue que no quisieron contenerse en aquellos límites justos que dicta la razón, y prescribe la revelación. Añadieron de suyo, o por ignorancia, o por inadvertencia, o por capricho, algunas otras cosas particulares, que no constan de la revelación, antes se le oponen manifiestamente; diciendo y defendiendo obstinadamente, que en aquellos tiempos de que se habla, todos los hombres serían obligados a la ley de la circuncisión, como también a la observancia de la antigua ley y del antiguo culto; mirando todas estas cosas, que fueron, como dice el apóstol, el ayo que nos condujo a Cristo, como necesarias para la salud.

Estas ideas ridículas, más dignas de risa que de impugnación, fueron no obstante abrazadas por innumerables secuaces de Nepos y de Apolinar, y ocasionaron, aún dentro de la iglesia grandes disputas y altercaciones, entre las cuales parece que quedó confundido, y olvidado del todo el asunto principal.

En la tercera clase de Milenarios entran los católicos y píos, y entre estos, aquellos santos que quedan citados, y otros muchos de quienes apenas nos ha quedado noticia en general: pues muchos varones eclesiásticos y mártires son del mismo sentir.

Por los que nos quedan de esta clase, parece certísimo, que ni admitían los errores indecentes de Cerinto; antes expresamente los detestaban y abominaban, ni tampoco las fábulas de Nepos y Apolinar, pues nada de esto se halla en sus escritos.

Pues, ¿qué es lo que dijeron, y por qué los notan de error? Lo que dijeron fue lo mismo en sustancia que lo que se lee expreso en los Profetas, en los Salmos, y generalmente en toda la Escritura, a quien abrieron con su llave propia y natural.

Si me preguntáis ahora ¿qué llave era esta? Os respondo al punto resueltamente, que es el Apocalipsis de San Juan, en especial los cuatro capítulos últimos, que corren por los más oscuros de todos, y no hay duda que lo son, respecto del sistema ordinario. Entre estos está el capítulo 20 que ha sido con cierta semejanza, piedra de tropiezo, y piedra de escándalo.

Esta llave preciosa e inestimable tuvo la desgracia de caer casi desde el principio en las manos inmundas de tantos herejes, y aun no herejes, pero ignorantes y carnales, y ésta parece la verdadera causa de haber caído con el tiempo en el mayor desprecio y olvido el reino de Jesucristo en su segunda venida, glorioso y duradero, quedando, como margarita preciosa confundida con el polvo, y escondida en él.

No obstante, es preciso confesar que a lo menos no se explicaron bien, y habiendo abierto las puertas, no abrieron las ventanas: quiero decir, no se detuvieron a mirar despacio, y examinar con atención todas las cosas particulares que había dentro. Pasaron la vista, sobre todo muy de prisa, y muy superficialmente.

También es innegable, que muchos Milenarios, aun de los católicos y píos, muy poco espirituales, abusaron no poco del capítulo XX del Apocalipsis, añadiendo de su propia fantasía cosas que no dice la Escritura, y pasando a escribir tratados y libros que más parecen novelas, solo buenas para divertir ociosos.

  • 3 Los escritores se proponen el fin general de impugnar, destruir y aniquilar un error; mas antes de descargar el gran golpe, distinguen unos Milenarios de otros: los herejes torpes, de los judaizantes, éstos y aquellos, de los inocuos. ¿Para qué? ¿Para condenar a los unos y absolver a los otros? Parece que no, porque al fin el gran golpe cae sobre todos.

Para justificar de algún modo esta cruel sentencia, citan la autoridad de cuatro santos padres muy respetables, esto es, San Dionisio Alejandrino, San Epifanio, San Jerónimo, y San Agustín; como si estos hubieran dado el ejemplo de una conducta tan sin ejemplar.

Mas después de vistos y examinados estos cuatro padres (en quienes se funda toda la autoridad extrínseca, con que nos piensan espantar) nos quedamos con el deseo de saber, para qué fin nos remiten a ellos, si para que condenemos los errores de Cerinto, o los de Nepos, o los de Apolinar, pues de éstos solos hablan dichos santos, y a éstos solos son los que los impugnaron con muy buenas y sólidas razones.

Aunque nos detengamos algo más de lo que quisiéramos, se hace preciso aclarar este punto, viendo lo que dijeron estos padres, y también lo que no dijeron.  

  • 4 El más antiguo de estos es San Dionisio Alejandrino, que escribió hacia la mitad del tercer siglo.

Este santo doctor escribió una obra dividida en dos libros, que intituló de las promesas. En ella impugnó, así los errores groseros de Cerinto, como principalmente un libro, que andaba entonces en manos de todos, cuyo autor era un obispo de África llamado Nepos.

Mas en esta impugnación, ¿cuál fue su asunto principal o único? ¿Qué es lo que realmente impugnó y convenció de falso? Aunque no nos ha quedado ni el libro de Nepos, ni el de San Dionisio, mas por un fragmento de este último, que nos conservó Eusebio en el libro séptimo de su historia, capítulo veinte, se ve evidentemente que San Dionisio no tuvo en mira otra cosa, que los excesos ridículos de Nepos, y sus pretensiones particulares sobre la circuncisión, y la observancia de la ley de Moisés; a que se añadían otros errores muy parecidos a los de Cerinto.

El segundo santo padre que se cita, es San Epifanio, que escribió cien años después de San Dionisio Alejandrino. Este santo doctor en su libro, contra las herejías, es cierto que habla dos veces de los Milenarios, y contra ellos.

La primera en la herejía 28, solamente habla de Cerinto, y habiendo propuesto sus particulares errores, los confuta fácilmente con el Evangelio, y con San Pablo.

La segunda en la herejía 77, habla de Apolinar y sus secuaces. Y ¿qué es lo que aquí impugna? Vedlo claro en sus propias palabras. Porque si de nuevo resucitamos para circuncidarnos, ¿por qué no anticipamos la circuncisión? Y ¿qué inteligencia podrá tener la doctrina del Apóstol que dice: si os circuncidáis, Cristo no os aprovechará nada? También los que os justificáis por la ley habéis caído de la gracia. Igualmente aquella sentencia del Salvador: en la resurrección ni se casarán, ni serán dados en casamiento; sino que serán como ángeles. Todo lo que sigue va en este tono, y no contiene otra cosa. Con que toda la impugnación va a los judaizantes.

Es verdad, y no se puede disimular, que antes de concluir este punto, el santo da la sentencia general contra todos los Milenarios sin distinción, y todo sin distinción lo condena por herejías, lo cual nota con gran cuidado el padre Suárez, como si fuera alguna decisión expresa de la Iglesia. Mas ¿quién ignora, dice el padre Calmet, sobre el capítulo 20 del Apocalipsis, que San Epifanio llama herejía muchas cosas, que en realidad no lo son, solo porque no eran de su propia opinión? Esto mismo notan en San Epifanio otros muchos sabios.

Fuera de que si San Epifanio condena por herejía la opinión de los Milenarios, aun de los inocuos y santos, San Ireneo hace lo mismo respecto de los que siguen la opinión contraria, llamándolos ignorantes y herejes, de lo cual se queja con razón Natal Alejandro: según esto tenemos dos santos padres, uno del siglo segundo y otro del cuarto, los cuales condenan por herejía dos cosas contradictorias. ¿A cuál de estos debemos creer? Diréis que en este punto a ninguno, y yo suscribo de buena fe a vuestra sentencia, conformándome en esto con la conducta de San Justino, el cual aunque buen Milenario, no se mete a condenar a los que no lo eran; antes le dice a Trifón estas palabras llenas de equidad y claridad: No soy tan miserable, o Trifón, que afirme lo contrario de lo que siento, te he dicho que así piensan muchos que me siguen; pero también te he significado, que otros Cristianos muy piadosos son de diverso parecer.

El tercer santo padre que se cita contra todos los Milenarios sin distinción, es San Jerónimo. Mas yo no sé por qué citan para esto a San Jerónimo.

Este santo doctor, lo primero, jamás habló de propósito sobre el asunto, sino que apenas lo tocó de paso, y como por incidencia, ya en éste, ya en aquel lugar, y siempre de un modo más historial que discursivo.

Lo segundo, jamás explica determinadamente de qué Milenarios habla. Parece tal vez a primera vista que habla de todos sin distinción; mas por su mismo contexto, se conoce evidentemente, que sólo habla de los secuaces de Cerinto, por ejemplo, cuando dice sobre el prefacio de Isaías; a quienes no envidio, si son tan amantes a lo terreno, que aun en el reino de Dios lo soliciten, y busquen después de la abundancia de manjares y de toda clase de excesos en la comida y bebida, los deleites consiguientes a la gula . ¿A quién sino a Cerinto le puede esto competir?

En otra parte dice así: con ocasión de esta sentencia algunos introducen mil años después de la resurrección, etc… Si esta palabra después de la resurrección, significa la general resurrección, sólo a Cerinto y sus partidarios puede convenir, pues solo a estos se atribuye este despropósito particular. Todos los otros ponen la resurrección general, no antes, sino después de los mil años.

Fuera de que en el mismo lugar explica el santo, de qué Milenarios habla, cuando dice: no advirtiendo que si en las demás cosas es muy justa la recompensa; es muy torpe querer la aplicar a las esposas, de manera que se prometan ciento, por una que hayan renunciado. Buscad algún Milenario fuera de Cerinto, que haya avanzado esta brutalidad, y ciertamente no lo hallaréis.

Luego es claro que San Jerónimo habla aquí solamente de Cerinto.

Finalmente, para que veáis que este santo doctor de ningún modo favorece a los que a todos los Milenarios en general quieren sujetarlos a una misma sentencia, traed a la memoria lo que notamos en el artículo 1º; esto es, lo que dice sobre el capítulo XIX de Jeremías: las cuales cosas, aunque no las sigamos, con todo no podemos reprobarlas; porque muchos varones eclesiásticos y mártires las siguen.

Si el santo hablara aquí de la opinión de Cerinto, o de las cosas particulares en que erraron tanto, así Nepos, como Apolinar, parece claro, que no solamente podía, sino que debía condenar todas estas cosas, porque así lo dijeron y lo hicieron San Dionisio y San Epifanio.

Con que diciendo, no podemos condenar estas cosas, porque así lo dijeron muchos doctores católicos, y entre ellos muchos mártires, con esto solo comprendemos bien, que por entonces no tenía en mira otros Milenarios, sino los católicos y santos, por consiguiente, que estos no merecían ser comprendidos en la sentencia general.

Luego para este punto, que es de lo que hablamos, la autoridad de San Jerónimo nada prueba, y si algo prueba, es todo lo contrario de lo que intentan los que la citan.

El cuarto Santo Padre, en fin, es San Agustín, el cual en el libro XX de la Ciudad de Dios capítulo séptimo habla de los Milenarios, y no los deja del todo hasta el capítulo diez. Con todo eso podemos decir de San Agustín lo mismo a proporción que hemos dicho de los otros Santos Padres; esto es, que en todo lo que dice no aparece otra cosa, ni hay de donde inferirla, que los errores indecentes de Cerinto, y de los que le habían seguido.

En el capítulo VII refiere estos errores y propone el lugar del Apocalipsis, que pudo haberles dado alguna ocasión, y luego añade estas palabras: la cual opinión sería de algún modo tolerable, si se creyera que en aquel reinado solamente gozarán los santos delicias espirituales por la presencia del Señor, pues yo también pensé en otro tiempo lo mismo; pero afirmar que los que resuciten se entregarán a excesivas viandas carnales, y que es mayor de lo que puede creerse la abundancia y el modo de las bebidas y manjares, a esto no pueden dar asenso sino los mismos hombres carnales, a quienes los espirituales llaman chialistas (o chiliastas) nombre que trasladado literalmente del griego, significa milenarios.

Esto es todo cuanto se halla en San Agustín sobre el punto de Milenarios: pues lo que se sigue en este capítulo VII, como en los dos siguientes, se reduce a la explicación que el santo procura dar al capítulo XX del Apocalipsis.

Ahora pues: ¿qué conexión tiene todo esto, con lo que dijeron los doctores milenarios, católicos y santos?

Estos también reprobaron, y con mucha mayor acrimonia, lo que reprueba San Agustín. Este santo doctor dice, que la opinión de los Milenarios en general fuera tolerable, si se admitiesen o creyesen en los santos algunas delicias espirituales en la presencia del Señor. Con que si los Milenarios buenos de que hablamos, admitieron y creyeron en los santos ya resucitados, y aun en los viadores, estas delicias espirituales, su opinión sería a lo menos tolerable, y no digna de condenación ni reprensión.

Fuera de estos cuatro santos padres que acabamos de ver citados con los Milenarios en general, hallamos todavía otro en la disertación de Natal Alejandro, esto es, a San Basilio. ¿Y qué dice San Basilio? Se queja de los despropósitos de Apolinar, y nada más.

Esta queja de San Basilio es bien fundada y justa. Mas no solamente San Basilio, sino también San Justino, San Ireneo, San Victorino, San Sulpicio Severo, Tertuliano, Lactancio y otra gran muchedumbre de doctores católicos y santos que fueron Milenarios, podían quejarse, y con mucha razón, por lo que tocaba a ellos mismos de Apolinar, de Nepos, y de todos sus secuaces, pues los despropósitos que ellos añadieron, fueron la ocasión o la causa, mucho más que las groserías de Cerinto, de que al fin todo se confundiese, y que por castigar y aniquilar a los culpados, no se reparase en tantos inocentes, que con ellos comunicaban únicamente en el asunto general; como a veces ha sucedido, que por impugnar con demasiado ardor un extremo, han caído algunos en el otro, siendo así que la verdad estaba en el medio.

En efecto: estas dos legiones de Milenarios judaizantes, partidarios de Nepos y de Apolinar, y los libros que salieron contra ellos así de San Dionisio, como de San Epifanio, etc., parece que forman la época precisa de la mudanza entera y total de ideas sobre la venida del Señor en gloria y majestad.

Hasta entonces se había entendido la Escritura Divina como suena, según su sentido propio, obvio y literal, por consiguiente se habían creído fiel y sencillamente todas las cosas que sobre esta venida del Señor nos dice y anuncia la misma Escritura Divina.

Y si había habido algunas disputas, estas no tanto habían sido sobre las cosas mismas, sino sobre el modo indecente y mundano con que hablaban de ellas los herejes y los judíos.

Mas habiendo llegado después de estos las legiones de los judaizantes, que tomaban mucho de los unos y de los otros, y que eran mucho más doctos, o más disputadores que ellos, todo se empezó luego a desordenar, a oscurecer y confundir la verdad con el error, y las Escrituras mudaron entonces de semblante.

Las cosas claras y limpias, que antes se leían en ellas con placer, y que se entendían sin dificultad, ahora ya no se entendían, ni se conocían con la debida claridad, porque se veían mezcladas ingeniosamente con otras que habían venido de nuevo, que con razón parecían insufribles.

En estos tiempos de oscuridad, se hallaban los doctores católicos ocupados enteramente en resistir y confutar a los Arrianos, infinitamente más peligrosos que todos los Milenarios, pues tocaban inmediatamente a la persona del Mesías, y a la sustancia de la religión. Por tanto, no les era posible aplicarse de propósito al examen formal y circunstanciado de este punto, ni tomar sobre sí un trabajo tan grande, como era separar, según las Escrituras, lo precioso de lo vil, que en los Milenarios judaizantes estaba tan mezclado.

No obstante, deseando alejarse, y alejar a los fieles así del judaísmo, como de las ideas indecentes de los herejes (pues ambas cosas parece que aceptaban en gran parte los judaizantes) les pareció por entonces lo más acertado no consentir con ellos en cosa alguna, sino cortar el nudo con la espada de Alejandro, negándolo todo sin distinción ni misericordia, o por mejor decir, dejando las cosas en el estado en que las hallaban, no siendo necesario insistir en un punto que no se controvertía.

Esto fácil cosa era: quedaba, no obstante la dificultad, grande a la verdad para los que saben de cierto que los hombres santos de Dios hablaron siendo inspirados del Espíritu Santo, y que el mismo Espíritu Santo es aquel, que habló por sus Profetas; quedaba, digo, la gran dificultad de componer y concordar a los mismos Profetas, y a todas las Escrituras del Antiguo y Nuevo Testamento, con la sentencia corriente, o con una tan violenta resolución.

Mas esta dificultad no pareció por entonces tan insuperable, que no quedase alguna esperanza. Ya en este tiempo estaba abierta, y suficientemente trillada aquella senda que había descubierto Orígenes, el cual aunque por esto había sido murmurado de muchos, y lo era actualmente de no pocos, no por eso dejaba de ser imitado en las ocurrencias, y en el asunto presente parecía inevitable, porque no había otro recurso.

Era necesario o volver atrás, y darse por vencido a lo menos en lo general y sustancial del punto, o entrar y caminar por aquella senda áspera y tan poco segura, como es la pura alegoría.

Efectivamente así sucedió. Desde luego se empezó a pasar la inteligencia de aquellas cosas que se leen en los Profetas, en los Salmos, etc., a sentidos por la mayor parte espirituales, alegóricos, acomodaticios, tirando a acomodar con grande empeño, y con no menos violencia, unas cosas a la primera venida del Señor, otras a la primitiva Iglesia, otras a la Iglesia en tiempo de sus persecuciones, otras a la misma en tiempo de paz; y cuando ya no se podía más, como debía suceder frecuentemente, quedaba el último refugio bien fácil y llano, esto es, dar un vuelo mental hasta el cielo, para acomodar allá lo que por acá es imposible.

Así se empezó a hacer en el cuarto siglo, se prosiguió en el quinto, y se ha continuado hasta nuestros tiempos, vulgarmente sentado que siempre la Iglesia daba de beber a todos las aguas puras en las fuentes de las Escrituras auténticas, nunca corrompidas. 

 

  • 5 Vengamos ya a lo más inmediato. Concédase en buena hora, os oigo decir, que los antiguos padres Milenarios, y los otros doctores católicos y píos, no adoptaron los errores groseros de Cerinto, ni las ideas insufribles de los judíos y judaizantes. A lo menos es innegable, por sus mismos escritos, que creyeron y enseñaron y sostuvieron esta proposición:

Después de la venida del Señor, que esperamos en gloria y majestad, habrá todavía un grande espacio de tiempo, esto es, mil años, o indeterminados, o determinados, hasta la resurrección y juicio universal.

 

Y esto ¿quién no ve, volvéis a decir, que es no solo una fábula, sino un error positivo y manifiesto?

A lo cual yo confieso que no tengo que responder sino estas dos palabras: ¿cómo y de dónde podremos saber, que esto es no solo una fábula, sino un error positivo y manifiesto?

La proposición afirma ciertamente una cosa no pasada ni presente, sino futura, y todos sabemos de cierto, que aunque lo ya pasado y lo presente puede llegar naturalmente a la noticia, y ciencia del hombre; mas no lo futuro, porque esto pertenece únicamente a la ciencia de Dios. Conque si Dios mismo, que habló por sus Profetas, y que es el que solo puede saber lo futuro, me dice clara y expresamente en la Escritura que me presenta la Iglesia, lo mismo que afirma dicha proposición, en este caso, ¿no haré muy mal en no creerlo? ¿No haré muy mal en ponerlo en duda? ¿No haré muy mal en esperar para creerlo, que primero me lo permitan los que nada pueden saber de lo futuro? ¿No haré muy mal en afirmar, aunque lo afirmen otros, que lo que contiene la proposición es una fábula y es un error? ¿Con qué razón, y sobre qué fundamento podré afirmarlo? Porque así les parece algunos días ha a los intérpretes y a los teólogos, en el sistema que han abrazado. Débil fundamento es este mirado en sí mismo sin otro aditamento.

Muéstrese, pues, algún lugar de la Escritura, alguna tradición cierta, constante y universal, alguna decisión de la Iglesia que condene por errónea o fabulosa nuestra proposición, y al punto la condenaremos también nosotros, reduciendo a cautiverio el entendimiento, en obsequio de la fe.

Mas mostrar por toda prueba la autoridad de algunos doctores particulares, y esta sumamente equívoca; pues los doctores que se citan, como acabamos de ver, no se atrevieron a condenar lo que dicha proposición dice y afirma, sino los abusos que se le añadieron; atreverse después de esto a dar la sentencia general contra todo el conjunto, como si ya quedase todo convencido de error, fábula, delirio, sueño, etc., parece que esta conducta no prueba otra cosa, sino que no quieren examinar de propósito, ni aun siquiera oír con paciencia una proposición que pone en gran riesgo, o por mejor decir, destruye enteramente todo su sistema.

Los instrumentos y razones que se producen, es claro que concluyen, y concluyen bien contra los herejes, contra los Rabinos, contra los judaizantes, contra aquellos en fin que inventan algo de sus cabezas, y lo añadieron atrevidamente a la proposición general sin salir de ella, o lo que es lo mismo, contra lo que clara y expresamente dice la Escritura.

Ahora pues, yo veo claramente cosa de no poder dudar, que la Escritura Divina, y casi toda ella en lo que es profecía, me habla de este intervalo que debe haber entre la venida del Señor en gloria y majestad, y el juicio y resurrección universal, veo que a esto se encamina, y a esto va a parar casi toda la Escritura, veo que me dice y anuncia cosas particulares, cosas grandes, cosas estupendas, cosas del todo nuevas e inauditas, que deben suceder después de la venida gloriosa del Señor, veo por otra parte que San Juan en su Apocalipsis me repite muchísimas de estas cosas, casi con las mismas expresiones con que las dicen los Profetas, y tal vez con las mismas palabras, veo que hace frecuentes alusiones y reclamos a muchos lugares de los Profetas y de los Salmos, etc., convidándome a que los note con cuidado, veo en suma que llegando al capítulo XIX, me presenta primeramente con la mayor viveza y magnificencia posible la venida del Señor del cielo a la tierra, y el destrozo y ruina entera de toda la impiedad.

Y pasando al capítulo XX, me abre enteramente todas las puertas y todas las ventanas, me descifra grandes misterios, me habla con la mayor claridad y precisión que puede hablar un hombre serio, me dice en fin expresamente, que aquel espacio de tiempo que debe seguirse después de la venida del Señor, el cual los Profetas no señalaron en particular, aquel que llamaron día del Señor, y con más frecuencia en aquel día, en aquel tiempo, etc., será un día, y un tiempo que durará mil años, repitiendo esta palabra mil años nada menos que seis veces en este capítulo.

Todo esto, y mucho más que observaremos a su tiempo, vemos claramente en la Divina Escritura, y en esto se fundaron los que admitieron como cierta aquella proposición.

Mas los que la reprueban, y condenan como falsa y errónea, ¿qué es lo que producen en contra? ¿Con qué fundamento se condena de falsa, fabulosa y errónea? Buscad, señor, este fundamento por todas partes, y me parece que os cansaréis en vano.

Yo a lo menos no hallo otro que la palabra vaga y arbitraria de que la Escritura Divina no debe entenderse así, mucho menos el capítulo XX del Apocalipsis.

Artículo III

La explicación que se pretende dar al capítulo XX del Apocalipsis

  • 1 Como la proposición arriba dicha se lee expresa en términos formales en este capítulo del Apocalipsis, parece claro, que quien niega aquella proposición, quien la condena de fábula y error, deberá hacer lo mismo con el texto de este capítulo, o si esto no, deberá a lo menos explicar de otro modo el texto sagrado; mas con una explicación tan natural, tan genuina, tan seguida, tan clara, que nos deje plenamente satisfechos y convencidos de que es otra cosa muy diversa la que afirma el texto sagrado, de la que afirma la proposición.

Ésta es pues la gran dificultad, en cuya resolución no ignoráis lo que han trabajado en todos tiempos grandes ingenios. Si el fruto ha correspondido al trabajo, lo podréis solamente saber después que hayáis visto y examinado la explicación, confrontándola fielmente con el texto, y con todo su contexto, que es lo que ya vamos a hacer.

Los intérpretes del Apocalipsis (lo mismo digo de todos los que han impugnado a los Milenarios) para facilitar de algún modo la explicación de una empresa tan ardua, se preparan prudentemente con dos diligencias, sin las cuales todo estaba perdido.

La primera es negar resueltamente que en el capítulo XIX se habla de la venida del Señor en gloria y majestad, que esperamos todos los cristianos.

Esta diligencia, aunque bien importante, como después veremos, no basta por sí sola, así es menester pasar a la segunda, que es la principal, para poder fundar sobre ella toda la explicación.

Esta segunda diligencia consiste en separar prácticamente el capítulo XX, no solo del capítulo XIX, sino de todos los demás, considerándolo como una pieza aparte, o como una isla, que aunque vecina a otras tierras, nada comunica con ellas.

Si estas dos suposiciones (que así lo parecen pues no se prueban) se admiten como ciertas, o se dejasen pasar como tolerables, no hay duda que la dificultad no sería tan grave, ni tan difícil alguna solución. Mas si se lee el texto sagrado seguidamente con todo su contexto, ¿será posible admitir ni aun sufrir semejantes suposiciones?

  • 2 Ya sabéis, señor, el gran suceso contenido en el capítulo XIX del Apocalipsis desde el versículo 11 hasta el fin. Es a saber, la venida del cielo a la tierra de un personaje singular, terrible y admirable por todos sus aspectos.

Viene a la frente de todos los ejércitos que hay en el cielo, y se representa como sentado en un caballo blanco, con una espada, no en la mano, ni en la cintura, sino en la boca; con muchas coronas sobre su cabeza; con vestido, o manto real rociado, o manchado con sangre, en el cual se leen por varias partes estas palabras: Rey de reyes, y Señor de señores.

En suma: el nombre de este personaje es éste: Verbo de Dios.

En consecuencia pues de la venida del cielo a la tierra de este gran personaje, se sigue inmediatamente no tanto la batalla con la bestia, o Anticristo, y con todos los reyes de la tierra, congregados para pelear con el que estaba sentado en el caballo, cuanto el destrozo y ruina entera y total de todos ellos, y de todo su misterio de iniquidad, y así se concluye todo el capítulo con estas palabras: estos dos fueron lanzados vivos en un estanque de fuego ardiendo y de azufre. Y los otros murieron con la espada, que sale de la boca del que estaba sentado en el caballo: y se hartaron todas las aves de las carnes de ellos.

Nuestros doctores llegando a este lugar del Apocalipsis no pueden disimular del todo el grande embarazo en que se hallan.

Si el personaje de que se habla es Jesucristo mismo, como lo parece por todas sus señas, no solo viene directamente contra el Anticristo, sino también aunque indirectamente contra el sistema que habían abrazado.

¿Por qué? Porque después de destruido el Anticristo se sigue el capítulo XX, y en él muchas y grandes cosas, todas opuestas e inconcordables con el sistema.

Por tanto no aparece medio entre estos dos extremos: o renunciar al sistema, o no reconocer a Cristo en el personaje que aquí se representa.

Esto último, pues, es lo que les ha parecido menos duro.

Así mostrando no creer a sus propios ojos, y como tomando en las manos un buen telescopio, para observar bien aquel gran fenómeno; no es Jesucristo exclaman ya confiadamente, no es Jesucristo, no hay necesidad de que el Señor se mueva de su cielo para venir a destruir al Anticristo, y a todas las potestades de la tierra, a quienes con sola una señal puede reducir a polvo, y aniquila.

No importa que venga con tanto aparato y majestad. No importa que se vean sobre su cabeza muchas coronas. No importa que se lean en su muslo y en varias partes de su manto real aquellas palabras: Rey de reyes y Señor de señores. No importa que su nombre sea el Verbo de Dios, nada de esto importa; no es Jesucristo.

Pues ¿quién es? Es, dicen volviendo a mirar por el telescopio, es el príncipe de los ángeles, San Miguel, patrón y protector de la Iglesia, que viene con todos los ejércitos del cielo a defenderla de la persecución del Anticristo, y matar a este inicuo, y a destruir todo su imperio universal.

Se le dan, es verdad, a San Miguel, nombres, señas y contraseñas, que no le competen a él, sino a Jesucristo; mas esto es porque viene en su nombre, y con todas sus veces y autoridad, etc.

No nos detengamos por ahora, ni nos metamos a examinar antes de tiempo las razones que puedan tener los doctores para afirmar, que la persona admirable de que hablamos es San Miguel y no Cristo. Estas razones sería necesario adivinarlas, porque no se producen.

Mas no por eso dejemos de recibir lo que nos conceden; esto es, que en este capítulo se habla ya del Anticristo, y por consiguiente de los últimos tiempos.

Con esto solo nos hasta por ahora: y así aunque digan y porfíen, que este capítulo XIX no tiene conexión alguna con el siguiente, nos haremos desentendidos y lo tendremos muy presente por lo que pueda suceder.

  • 3 Pues concluida enteramente la ruina del Anticristo, con todo cuanto se comprende bajo este nombre, y quedando el Rey de los reyes dueño del campo, sigue inmediatamente San Juan en el capítulo XX que empieza así:

«Y vi descender del cielo un ángel que tenía la llave del abismo, y una grande cadena en su mano, y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás: y le ató por mil años. Y lo metió en el abismo, y lo encerró, y puso sello sobre él, para que no engañe más a las gentes, hasta que sean cumplidos los mil años; y después de esto conviene, que sea desatado por un poco de tiempo. Y vi sillas, y se sentaron sobre ellas, y les fue dado juicio: y las almas de los degollados por el testimonio de Jesús, y por la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia, ni a su imagen, ni recibieron su marca en sus frentes, o en sus manos, y vivieron, y reinaron con Cristo mil años. Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección: en estos no tiene poder la segunda muerte: antes serán sacerdotes de Dios, y de Cristo, y reinarán con él mil años. Y cuando fueren acabados los mil años será desatado Satanás.

 

Este es, señor mío, aquel lugar celebérrimo del Apocalipsis, de donde, como nos dicen, se originó el error de los Milenarios.

Pedidles ahora, antes de pasar a otra cosa, que os digan determinadamente ¿cuál error se originó de aquí, pues la palabra error de los Milenarios, es demasiado general?

No conocemos otro error de los Milenarios, que aquel que los mismos doctores han impugnado, y convencido con buenas razones en Cerinto, Nepos, Apolinar, y en todos sus partidarios.

Mas el error de estos, o lo que en estos se convenció de error, ¿se originó de este lugar del Apocalipsis? Volved a leerlo con más atención: escudriñadlo a toda luz, a ver si halláis alguna palabra que favorezca de algún modo las ideas indecentes de Cerinto, o las de Nepos, o las de Apolinar; y no hallando vestigio ni sombra de tales despropósitos, preguntad a todos los Milenarios, o herejes, o judaizantes, o novelistas, ¿cómo se atrevieron a añadir al texto sagrado unas novedades tan ajenas del mismo texto? ¿Cómo no advirtieron o no temieron aquella terrible amenaza, que se lee en el capítulo último del mismo Apocalipsis: si alguno añadiere a ellas alguna cosa, pondrá Dios sobre él las plagas que están escritas en este libro? En fin, pelead con estos hombres atrevidos, y dejad en paz a los que nada añaden al texto sagrado, ni dicen otra cosa diversa de lo que el texto dice.

En eso mismo está el error, replican los doctores: pues aunque nada añaden al texto sagrado, lo entienden, a lo menos los literales, pensando buenamente o inocentemente, que en él se dice lo que suena, cuando bajo el sonido de las palabras se ocultan otros misterios diversísimos, y sin comparación más altos, por más espirituales.

¿Cuáles son estos? Vedlos aquí.

Tres son las cosas principales o únicas que se leen en este lugar del Apocalipsis.

Primera: la prisión del diablo o de Satanás por mil años, y su soltura por poco tiempo pasados los mil años.

Segunda: las sillas y juicio, o potestad que se da a los que se sientan en ellas.

Tercera: todo lo que toca a la primera resurrección de los que viven y reinan con Cristo mil años.

Cuanto a lo primero nos aseguran con toda formalidad, que la prisión de Satanás, de que aquí se habla, no es un suceso futuro, sino muy pasado: no una profecía, sino una historia: y aun cuando San Juan tuvo esta visión, que fue en su destierro de Patmos, la cosa ya había sucedido.

Según unos, más de cincuenta años antes: según otros, más de noventa, esto es, antes del nacimiento del mismo San Juan.

Estos últimos nos enseñan, que el ángel que bajó del cielo con la llave del abismo en una mano, y con la gran cadena en la otra, para aprisionar al diablo, no fue un ángel verdadero, sino el mismo Mesías Jesucristo, que también se llama ángel en las Escrituras, el cual en el día, y en el instante mismo de su encarnación lo ató, lo condenó y lo encarceló en el abismo, por mil años: esto es, por todo el tiempo que durase la Iglesia cristiana en el mundo: y las palabras, para que no engañe más a las gentes, quieren decir: para que no engañe en adelante a los escogidos así de los Judíos como de las gentes, etc.

Notad aquí de paso, que los mismos doctores, que en el capítulo antecedente acaban de convertir en el ángel San Miguel al mismo Jesucristo, al mismo Verbo de Dios, al mismo Rey de los reyes, aquí convierten al ángel en Cristo con la misma facilidad.

Otros doctores son de parecer (esta parece la sentencia más común) que el ángel de que aquí se habla es un verdadero ángel, que tiene la superintendencia del infierno. Este ángel, dicen, bajó del cielo con su llave y cadena, el viernes santo a la hora de nona en el mismo instante en que el Señor expiró en la cruz, y ejecutó por orden suya aquella justicia con el diablo, dejándolo desde entonces encadenado, y encerrado en el infierno, hasta que se cumplan mil años, no determinada, sino indeterminadamente, hasta los tiempos del Anticristo, que entonces se le dará soltura por poco tiempo (y aunque esto sucedió el día de la muerte del Señor, más el amado discípulo, que se hallaba presente, no lo vio entonces, sino allá en Patmos, setenta años después).

Cuanto a lo segundo, esto es, cuanto a las sillas, y el juicio que se dio a los que se sentaron en ellas, hallamos en los intérpretes dos diversas opiniones, o modos de pensar.

Unos dicen, que son las sillas episcopales, o los pastores que se sientan en ellas, en los cuales está el juicio de las cosas pertenecientes a la religión.

Otros afirman, que por las sillas, y juicio no debe entenderse otra cosa, sino los puestos de honor, y dignidad que las almas de los santos ocupan en el cielo, donde viven y reinan con Cristo, etc.

Cuanto a lo tercero nos aseguran como una verdad, según dicen, más clara que la luz, que San Juan no habla aquí de verdadera resurrección; sino de la vida nueva a que entran los mártires y demás justos, cuando salen de este mundo y van al cielo.

Esta vida nueva y felicísima es; dicen, la que llama el amado discípulo primera resurrección, la cual debe durar mil años, esto es, no ya hasta el Anticristo, como la prisión del diablo, sino algo más, tomado indeterminadamente hasta la resurrección universal, que entonces tomando sus cuerpos, empezaran a gozar de la segunda resurrección.

Esto es, en suma, todo lo que hallamos en los doctores sobre el capítulo XX del Apocalipsis.

Yo dudo mucho que la explicación os haya contentado, como también me atrevo a dudar que haya podido contentar a sus propios autores. Más era preciso decir algo, y procurar salvar su sistema de algún modo posible.

Y pues nadie nos obliga a recibir ciegamente dicha explicación, ni los doctores mismos pueden pedirnos un sacrificio tan grande de nuestra fe, debido solamente a la autoridad divina, no tendrán a mal que la miremos atentamente, dando algún lugar a la reflexión.

  • 4 Primeramente: si los mil años de que habla San Juan en este lugar, y lo repite seis veces, no significan otra cosa que todo el tiempo que durare la iglesia, o desde el día de la encarnación del hijo de Dios, o desde el día de su muerte hasta el Anticristo, nosotros nos hallamos actualmente en este tiempo feliz.

Ahora bien: ¿y vos creéis, amigo Cristófilo, que en este nuestro siglo, lo mismo digo de los pasados, está el dragón, serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, atado con una gran cadena, encerrado o encarcelado en el abismo, cerrada y sellada la puerta de su cárcel, para que no engañe más a las gentes?

Si lo creéis así, porque así lo halláis escrito en gruesos volúmenes, permitidme que os diga con llaneza, que sois o muy tímido, o demasiado bueno.

Si creéis con los autores de la primera sentencia que esta prisión del diablo con todas las circunstancias que se expresan en el texto sagrado, sucedió el día de la encarnación del hijo de Dios, tenéis contra vos nada menos que toda la historia del evangelio en donde lo hallareis tan suelto, tan libre, tan dueño de sus acciones, que entre otras muchas cosas, pudo buscar y hallar a Cristo en el desierto: pudo llevarlo al pináculo, o a lo más alto del templo: pudo después de esto subirlo a un monte alto, mostrándole desde allí toda la gloria del mundo, y pedirle que lo adorase como a Dios: ¿cómo se compone toda esta libertad con aquella prisión?

Si esta sucedió en la muerte de Cristo, como afirman los autores de la segunda sentencia, tenéis en contra a San Pedro y San Pablo, que no podían ignorar un suceso tan interesante: uno nos exhorta a todos los cristianos que seamos sobrios, y vivamos en vigilancia y en cautela, porque el diablo, vuestro adversario (dice), anda como león rugiendo alrededor de vosotros, buscando a quien tragar. ¿Para qué cautela y vigilancia contra un enemigo encadenado y sepultado en el abismo? El otro se queja amargamente del ángel de Satanás que lo molestaba o abofeteaba: y en otra parte dice, que le había impedido una cosa que pensaba hacer; más Satanás nos lo estorbó.

 

Tenéis en contra, a más de esto, a toda la Iglesia, la cual en sus preces públicas, pide que nos libre Dios de las asechanzas del diablo: y usa de exorcismos, y del agua bendita para ahuyentar los demonios.

 

Vuelvo a deciros, amigo, que no seáis tan bueno. El diablo está ahora tan suelto y tan libre como antes. La única novedad, aunque bien notable, que ha habido, y hay ahora respecto del diablo después de la muerte del Mesías, es esta: que ni Dios le concede tanta licencia como él quisiera, ni los que creen en Cristo están tan desarmados, que no puedan resistirle y hacerle huir: pues por los méritos del mismo Cristo y por la virtud de su Cruz se nos conceden ahora, y se nos ponen en la mano excelentes armas, no sólo defensivas, sino también ofensivas, para que podamos resistir a sus asaltos, y aun para traerlo debajo de los pies.

Negando, pues, con tanta razón, que la prisión del diablo, de que se habla con tanta claridad, y con circunstancias individuales en el capítulo XX del Apocalipsis, haya sucedido hasta ahora, parece necesario decir y confesar, que sucederá a su tiempo.

¿Cuándo? Cuando venga el Señor en gloria y majestad, que para entonces la pone clarísima la Escritura.

Después de la prisión del diablo, dice, San Juan, que vio sillas en las cuales se sentaron algunos que no nombra, a quienes se dio el juicio, o la potestad de juzgar y vi sillas y se sentaron sobre ellas, y les fue dado juicio.

La explicación o inteligencia que pretenden dar a estas sillas, y a los jueces que se sientan en ellas, diciendo unos, que son los obispos, y otros que son las almas de los bienaventurados en el cielo, parece claro que en los tiempos de que se habla no viene al caso, ni es creíble que estas dos cosas o alguna de ellas se le revelasen a San Juan como dos cosas nuevas, y de un modo tan oscuro en un tiempo que ya el mundo estaba lleno de obispos, y el cielo poblado de almas justas y santas. Esta sola reflexión basta y sobra para no admitir dicha inteligencia.

  • 5 Sigue inmediatamente el texto sagrado diciendo: y las almas de los degollados por el testimonio de Jesús, y por la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia… y vivieron, y reinaron con Cristo mil años. Los otros muertos no entraron en vida hasta que se cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrección.

 

Yo creo firmemente con todos los fieles cristianos, que las almas resucitan (si se quiere hablar así por una locución metafórica) que o por el bautismo, o por la penitencia, de la muerte del pecado a la vida de la gracia.

Creo que las almas de los mártires, y de todos los demás santos aunque no hayan padecido martirio, están con Cristo en el cielo, allí gozan de la visión beatífica.

Creo que todos los fieles que mueren en gracia de Dios, van a gozar de la misma felicidad, según el mérito de cada uno, después de haber pagado en el purgatorio todas las deudas que de aquí llevaron.

Creo, que todas las almas que han ido o han de ir al cielo, volverán a su tiempo a tomar sus propios cuerpos, resucitando, no ya metafóricamente, sino real y verdaderamente para una vida eternamente feliz.

Creo en fin, que las almas de los malos no van al cielo después de la muerte, sino al infierno, ni resucitarán para la vida, sino para la muerte eterna, que la Escritura llama muerte segunda. Todo esto es certísimo, y más claro que la luz.

¿Y qué? ¿Estas son las verdades que aquí se revelan al discípulo amado por una visión tan extraordinaria? ¿Son estos los misterios ocultos que aquí se nos descubren en tono de profecía?

Cuando San Juan tuvo esta visión cincuenta o sesenta años después de la muerte de Cristo, y venida del Espíritu Santo, ¿ignoraba acaso estas verdades? ¿Se ignoraban en la Iglesia de Cristo? ¿No las sabían, y creían todos los fieles? ¿Era alguno admitido al bautismo, o a la comunión de los fieles, sin la noticia y fe de estas verdades?

Si el capítulo XX del Apocalipsis no contiene otras cosas que aquellas verdades y misterios que quieren los doctores, debía San Juan haber omitido una circunstancia gravísima, que en este caso parece, ya no solo superflua, sino del todo impertinente.

Tal vez por esta razón se toman la libertad de omitirla, o mirarla sin atención los que nos dan la explicación más clara que la luz.

Ved aquí la circunstancia gravísima de que hablo; y las almas de los degollados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia, ni a su imagen, ni recibieron su marca en sus frentes… y vivieron y reinaron con Cristo mil años.

 

De manera, que los resucitados y reinantes con Cristo de que aquí se habla, no son solamente los degollados o los mártires; sino también expresamente los que no adoraron a la bestia ni a su imagen, ni tomaron su carácter en la frente, ni en las manos, de todo lo cual se habla en el capítulo XIII del Apocalipsis.

De aquí se sigue evidentemente que el misterio de la primera resurrección, de que vamos hablando, debe suceder no antes, sino después de la bestia.

Luego es un misterio no pasado, ni presente, sino muy futuro: pues la bestia, que por confesión de los mismos intérpretes es el Anticristo, está todavía por venir.

Luego realmente no se habla en este lugar de aquellas verdades que se quisieran sustituir: esto es, de la resurrección metafórica a la vida de la gracia, y de la gloria de las almas que salen de pecado, o que salen de este mundo sin pecado, pues pasan por alto una circunstancia agravantísima, que destruye infaliblemente toda su explicación.

San Juan señala claramente el tiempo preciso de esta primera resurrección, o la supone evidentemente, diciendo: los degollados por Cristo, y los que no adoraron a la bestia, estos vivieron y reinaron con Cristo mil años: los demás muertos no vivieron entonces; pero vivirán pasados los mil años; los otros muertos (son sus palabras) no entraron en vida, hasta que se cumplieron mil años.

Con que supone el amado discípulo, que cuando se verifique la primera resurrección, ya la bestia ha venido al mundo, y también ha salido del mundo: supone que ya ha sucedido la batalla, y también el triunfo de los que por amor de Cristo no quisieron adorarla u obedecerla.

Quien quisiere, pues, explicar este misterio de algún modo razonable, o siquiera pasable, debe hacerse cargo, antes de todo, de esta gravísima circunstancia.

De todo lo que hasta aquí hemos reflexionado, la conclusión sea: que mientras no nos dieren otra explicación, que del todo se conforme en todas sus partes con el texto, y con todo su contexto, debemos atenernos al texto mismo, según su sentido propio y natural.

Los que dijeren que esto es error, o fábula, o peligro, deberán probarlo hasta la evidencia con aquella especie de demostración de que es capaz el asunto, no respondiendo por la misma cuestión.

Hasta ahora no hemos visto otra cosa que la impugnación buena, a la verdad, de muchos absurdos groseros, que mezclaron los herejes, los judíos, los judaizantes, y si queréis, también algunos católicos ignorantes y carnales.

Por último, observan los doctores, y hacen fuerza en esto, como si fuese la principal dificultad, que la palabra mil años, en frase de la Escritura, no quiere decir precisa y determinadamente mil años, sino mucho tiempo, o muchos años: como cuando se dice: mil años, como un día.

 

Todo esto está bien, y yo soy del mismo dictamen. Siempre me ha parecido, que la expresión mil años, de que usa San Juan seis veces en este lugar, no significa otra cosa que un grande espacio de tiempo, tal vez igual, o mayor, que el que ha pasado hasta hoy día desde el principio del mundo, comprendido todo en el número redondo y perfecto de mil.

En este punto, pues, yo concedo sin dificultad cuanto se quiere; no queriendo meterme en una disputa que me parece del todo inútil.

Más con esta concesión ¿qué se adelanta? Nada, amigo, y otra vez nada. Los mil años de que hablamos, sean en hora buena un tiempo indeterminado; sean veinte mil o cien mil, más o menos, como os pareciere mejor.

Lo que yo pretendo únicamente es, que estos mil años, o este tiempo indeterminado, no está en nuestra mano, ni se ha dejado a nuestra libre disposición. Por tanto, ningún hombre privado, ni todos juntos, pueden poner este tiempo donde les pareciere más cómodo, sino precisamente donde lo pone la Escritura divina, esto es, después del Anticristo, y venida de Cristo que esperamos.

Y si esto no podéis componerlo de modo alguno con vuestro sistema, o con vuestras ideas, yo me compadezco de vuestro trabajo, y propongo a vuestra elección una de estas dos consecuencias:

Primera: luego, debéis negar vuestras ideas, si queréis creer a la divina Escritura.

Segunda: luego debéis negar a la divina Escritura a vista de ojos, como dicen, si queréis seguir vuestras ideas.

Yo me contento pues, por ahora, con otra consecuencia más justa y menos dura, y este es todo el fruto inmediato que pretendo de esta disertación.

El sistema propuesto se puede oír sin espanto, recibir sin peligro, y dejar correr sin dificultad.

Luego no será un delito, ni grave ni levísimo, ni tampoco una extravagancia, el proponer este sistema como una llave verdadera y propia de toda la Escritura divina: y en esta suposición ver y examinar si es así, o no.

Esto es todo lo que por ahora pretendemos.

No me pidáis, señor, que me explique más sobre este punto del reino milenario, pues todavía no es su tiempo. Lo que he pretendido por medio de esta disertación, no ha sido tratar este punto gravísimo plenamente y a fondo; pues para esto es necesaria, y a esto se endereza toda la obra: he pretendido pues únicamente abrir camino, quitando un embarazo grande que me impedía el paso aun antes de empezar a moverme, o disipar una nube oscurísima, que no me permitía observar el cielo.

Todos, o casi todos los antiguos Milenarios, o se explicaron poco en el asunto, o se explicaron antes de tiempo. No asentaron bases firmes en que fundarse sólidamente. Añadieron demás de esto con demasiada licencia muchas ideas particulares. Así todos o casi todos abrazaron muy buenos despropósitos.

Estas faltas, por la mayor parte inexcusables, son al mismo tiempo una buena lección, que nos enseña a proceder con más economía, con mayor cautela.

Estas ideas, o este modo de ser, de la proposición general, es verosímil que quisierais verlo luego, o por mera curiosidad, o tal vez por espíritu de oposición; más esto sería querer ver el techo de una casa grande, cuando apenas se empieza a poner los cimientos.

***

 

Del Libro del Padre ANTONIO VAN RIXTEL

 

El Testimonio de Nuestra Esperanza

Capítulo VI

 

DIFERENCIAS ENTRE MILENARISTAS Y NO-MILENARISTAS

Artículo 1º: Sinopsis de la doctrina escatológica de los primeros siglos.

Las diferencias entre milenaristas y no-milenaristas están muy lejos de ser claras y bien definidas. Es, pues, preciso intentar destacarlas. Para eso nos parece útil ofrecer ante todo una síntesis de la doctrina escatológica de los primeros siglos, aclarando luego las diferencias que existen entre las dos corrientes intervencionistas.

I Breve sinopsis de la doctrina escatológica de los primeros siglos.

1°) Dios en seis días perfeccionó la obra de la creación y descansó santificando el séptimo día; así también realiza Dios en seis días es decir, en seis edades, la obra de la redención y restauración de todas las cosas, descansando en la séptima edad, que será el feliz milenio del Reino de Cristo con sus santos resucitados.

) Ahora estamos en la sexta edad, que corresponde a la preparación del Reino. Esta edad abarca el tiempo de los gentiles, y corre desde la Primera Venida hasta la Vuelta gloriosa de Cristo. Estamos, pues, en las vísperas del milenio pascual o gran sábado. Habiendo sido entresacados del mundo, peregrinamos hacia la gran fiesta de la Resurrección, que será una verdadera fiesta de los tabernáculos, preparación para el día octavo.

3º) Durante esta sexta edad, el hombre engendrado de Dios por la fe en Cristo, recibe nuevamente la imagen de Dios, siendo bautizado por el agua y el Espíritu Santo; y aquellos que duermen en el Señor, entran en el lugar lucidísimo del descanso, donde sus almas gozan y se recrean a la vista de los bienes que aguardan para el día de la Resurrección.

4º) Cuando se consumare la presente edad sexta, se consumará también el misterio de iniquidad, que está obrando ya desde el principio. Será una apostasía general que se organiza políticamente. Porque, en aquellos tiempos de doctrina mala y falla de fe, surgirán los diez reyes, que acabarán con la hija de Babilonia; y vendrá luego el gran Dragón, que invistiéndose de un poder mundial, preparará el camino para el Anticristo, a quien cederá todo su poder político.

5º) Durante tres años y medio el mundo estará bajo la señal y el dominio del Anticristo, cuyo reinado de apostasía abarcará al orbe entero; él se sostendrá políticamente por la fuerza bruta de los hombres impíos, secuaces del Anticristo.

6º) Entonces aparecerán las señales de la Verdad: la señal del cielo abierto, la señal de la trompeta y la señal de la resurrección de los santos (Didaché), de aquellos santos que después de resucitados, han de ser arrebatados al encuentro de Cristo en los aires, para asistirle en el juicio con que viene a juzgar al orbe. (Cirilo Alejandrino).

7º) Porque cuando el hijo de la perdición se hubiere sentado en el lugar santo, y ya faltaren las fuerzas para resistirle, entonces Dios Padre vendrá en auxilio de sus elegidos y mandará al libertador, el Señor Jesucristo, que vendrá como un relámpago para destruir el misterio de apostasía y de iniquidad, (y sus santos vendrán con El), y echará al Anticristo y a todos los que le obedecen, en el estanque de fuego.

8º) En la conflagración, que acompañará la Venida de Cristo en Gloria y Majestad, el mundo será renovado, y todos los justos serán conducidos a los tiempos del Reino. Porque los que murieron en Cristo resucitarán y junto con los que sobrevivieron a los tiempos del Anticristo, recibirán la heredad prometida a Abrahán.

9º) Entonces Satanás será encadenado por mil años, para que no engañe a nadie, hasta que se cumpla aquel tiempo durante el cual reinará la justicia en el orbe entero.

Las criaturas todas que ahora se ven sujetas a la servidumbre de la corrupción, (aguardando con gran ansia la manifestación de la gloria de los hijos de Dios, que renovará la faz de la tierra), serán libertadas de esta servidumbre, porque entonces serán quitadas del mundo las tinieblas que ahora oscurecen el cielo; y el sol será siete veces más claro; y la luna recibirá la claridad del sol. Los animales volverán a su prístina mansedumbre y la tierra se abrirá en toda su fecundidad produciendo abundancia de frutos.

10º) Y en este mundo renovado reinará Cristo con sus santos.

Este Reino será el principio de la incorrupción.

  1. a) Centro y sede de este Reino será el misterio de la Jerusalén celestial; una ciudad descendida del cielo; la cual tiene su raíz en la tierra y cuya cabeza se pierde en los cielos, es decir: la Jerusalén terrenal, reedificada, adornada y amplificada, y que es sobre techada por la Jerusalén celestial que pende del cielo y que será la morada y la corte de Cristo con sus santos resucitados (Tertuliano, Lactancio, Comodiano).
  1. b) Los santos resucitados reinarán con Cristo: no harán obra terrenal alguna; tendrán el trató con los ángeles del Señor Jesús, que estará con ellos y les conducirá a su mesa y beberá con ellos la nueva copa, y Reinará con ellos sobre el pueblo de Dios congregado en la heredad prometida a Abrahán. El imperio de este Reino abarcará el orbe entero.
  1. c) Porque en la tierra habrá viadores. En primer lugar, aquellos hombres justos que escaparon de las manos apostatas del Anticristo, y que Cristo encontrará en carne esperando su venida gloriosa del cielo. Estos hijos de Abrahán según la fe han de ser congregados en la heredad prometida, y vivirán confiadamente y se multiplicarán; plantarán viñas y edificarán casas; servirán en la Jerusalén al Reino de Cristo con sus santos. Bajo el gobierno de Cristo con sus santos, el Pueblo de Dios tendrá el imperio sobre todas las naciones, rigiéndolas según la ley de la caridad y justicia de Dios.
  1. d) Porque, en segundo lugar, en la tierra renovada habrá también naciones, constituidas por aquellos dejados, que poblarán nuevamente la tierra renovada, y formarán pueblos que rendirán vasallaje al pueblo santo de Dios, y vendrán a adorar al Rey que sobre este pueblo reina con sus santos.
  1. e) Este feliz milenio, principio de la incorrupción, será la preparación para el día octavo. El pecado existirá todavía entre los habitantes de la tierra. Pero parece que en la medida en que ahora triunfa el mal, triunfará entonces el bien. Como ahora la servidumbre de la corrupción a la cual está sujeta la creación, favorece el dominio de la injusticia, así favorecerá entonces la gloria de la tierra renovada el dominio de la justicia.

Así como ahora Satanás con sus demonios engaña a los hombres y naciones, y oprime la justicia fomentando el odio y toda clase de vicios por una iniquidad organizada y siempre creciente, así entonces,-encadenado Satanás-, Cristo reinará con sus santos y el pecado será oprimido por el fomento de la verdad y de la caridad.

11º) Pero al fin del Milenio, cuando los santos estén preparados para entrar en la casa del Padre, entonces todos los viadores que estén en la tierra pasarán por el crisol de la prueba. Porque por muy poco tiempo será desencadenado Satanás, y saldrá para engañar a las naciones. Entonces vendrá la rebelión de Gog y Magog. Estas son aquellas gentes, que según la opinión más probable, parecen ser congregadas por Satanás de entre las naciones. Ellas, a pesar de las maravillas, recibidas durante los tiempos del Reino, prestarán oídos al engaño del Diablo, y tratarán de rodear los campamentos de los santos.

Entonces la indignación de Dios se descargará sobre ellos, y en una inmensa conflagración del universo perecerán todos por el fuego. Seguirá la resurrección general y el juicio. Los impíos serán echados juntos con Satanás y sus demonios en el estanque de fuego, siendo condenados a la muerte segunda. Los santos y todos los justos, empero, serán sobrevestidos con la incorrupción, y hechos semejantes a los ángeles en virtud y belleza. Así serán trasplantados al mundo nuevo; a aquella nueva tierra y nuevo cielo que la Omnipotencia divina hará surgir de la conflagración en la que pasará la figura del mundo antiguo, donde el hombre cometió el pecado y por eso envejeció

12º) Será éste el principio de una nueva semana de semanas sin fin. Porque entonces entramos en el día (edad) octavo el primero de una nueva serie de edades; y el nuevo cielo y la nueva tierra, a la que baja la Jerusalén celestial, permanecerán eternamente, y los justos morarán en ellos, para recibir del Padre aquellas cosas que ni ojo vio, ni oído oyó, ni pueden surgir en corazón humano, pero que el Padre tiene preparadas para los que le aman. Y Dios morará en compañía de los hombres. Unos vivirán en los cielos, y otros gozarán confiadamente del paraíso, y otros poseerán la hermosura de la ciudad. Todos podrán contemplar a Dios y le verán en la medida de sus méritos y conversarán con El siempre de cosas nuevas. Es así que todos los que se salvan ascenderán por el Hijo al Padre, después que hayan ascendido por el Espíritu al Hijo. Y la gloria del Padre por el Hijo en el Espíritu Santo será consumada en todos y en todo para siempre jamás.

13º) Esta doctrina de la bienaventurada esperanza en lo que se refiere a sus elementos fundamentales, es valorizada por Papías, Justino, lreneo, Polícrates y Lactando como una enseñanza fundada en las profecías y recibida de los Apóstoles y del Señor mismo.

Nota: Esta sinopsis descansa en un análisis detenido de los más importantes textos escatológicos de los Padres y escritores milenaristas de los primeros cinco siglos, citados por el eminente patrólogo Alcañiz S.J. en su obra «Ecclesia Patrística et Milenarismus», y especialmente en los diez últimos capítulos del libro IV, «Contra Haereses» de San lreneo. No es imposible que algunos puntos oscuros de esta sinopsis, a los cuales nos referiremos luego, puedan ser aclarados por un estudio comparativo de estos textos escatológicos con otros puntos de los escritos de los primeros siglos, especialmente con aquellos que tratan de la Iglesia. Si hablamos, pues, en los capítulos siguientes de las dificultades y puntos oscuros que ofrecen en síntesis las afirmaciones milenaristas de los primeros siglos es siempre con esa reserva.

Frente a esta sinopsis, que contiene en síntesis la doctrina del Reino de los primeros cinco siglos, surgen dos dificultades gravísimas, sobre dos puntos importantes, a saber: la Restauración de Israel y la posición de la Iglesia.

Artículo 2º: Primera dificultad contra esta sinopsis:

La Restauración de Israel.

  1. El problema.

Veamos en primer lugar la dificultad, ya anteriormente mencionada, a saber: la Restauración de Israel.

No hay ninguna duda de que los Padres y escritores de aquellos tiempos aplicaban las profecías que se refieren a este acontecimiento futuro, a los «Hijos de Abrahán según la fe», es decir, a aquellos cristianos que habiendo sobrevivido a la persecución del Anticristo, se encuentren en vida cuando venga Jesús, y que serán congregados en la tierra prometida a Abrahán. Aplican, pues, prácticamente estas profecías, que se refieren a la Restauración de la casa de Jacob, a los cristianos.

Extraña mucho que los dos misterios que anuncia San Pablo a) la Restauración de Israel (Rom.11, 25-32; Heb.8, 8 sgs. y 10,16); b) la transformación y el arrebato de los vivientes cristianos que estarán en vida, esperando al Señor cuando venga (I Cor.15, 51 con ITes.4, 16-17)- no hayan encontrado ni mención, ni lugar, ni explicación en la escatología de los primeros siglos. Quiere decir que, prácticamente, no hay ninguna distinción entre Israel y la Iglesia en esta doctrina escatológica, por lo cual se explica cierta confusión en su visión en el terreno de las profecías.

Porque la distinción clara entre el lugar y el papel que tiene el pueblo judío, y el lugar y el papel que tiene la Iglesia en los acontecimientos escatológicos y el Reino Mesiánico, es una llave decisiva en la interpretación de las profecías. Mucho yerran, pues, aquellos milenaristas que dicen que no hay ningún motivo intrínseco que pueda explicar la gran reserva que los Padres, escritores y Doctores posteriores guardaron frente a la doctrina escatológica de los Padres y escritores de los primeros siglos.

B- la Resolución.

Ya hemos visto que los no-milenaristas posteriores –aunque rechazaron la doctrina milenarista de los primeros siglos- empezaron a aplicar las profecías que anuncian la conversión y restauración de Israel, al pueblo judío propiamente dicho, y con esto tomaron un nuevo rumbo en la interpretación de las profecías. En este sentido la contribución de los intérpretes no-milenaristas al esfuerzo común ha sido enorme. Si uno compara el estudio del gran Jesuita Lacunza en su obra «la Venida del Mesías en Gloria y Majestad» con la doctrina escatológica de los primeros siglos, salta a la vista el enorme progreso.

Hoy en día los milenaristas y no-milenaristas están de acuerdo en que todas las profecías que se refieren a la restauración de Israel, han sido dichas en el sentido literal y directo del pueblo judío, es decir: de las dos casas de Israel y Judá, de las doce tribus de la estirpe de Abrahán según la carne. Concuerdan también en que esta restauración tendrá lugar después de la destrucción del Anticristo, y en que será obra de Cristo y de Cristo sólo, pues «la ceguera y dureza del pueblo judaico en no querer reconocer al Mesías, es de suyo incurable; se necesita un milagro de la gracia, el cual obrará Dios a su tiempo», como dice el Padre Réboli S.J

Artículo 3º: Segunda dificultad: la posición de la Iglesia.

Introducción.

A pesar de que todos interpretan literalmente las profecías referentes a Israel, tanto milenaristas como no-milenaristas siguen confundiendo a Israel con la Iglesia. Esta nueva confusión se hace patente frente a la siguiente pregunta: ¿Esta conversión y restauración de Israel, obra de Cristo y no de su Iglesia, significa también la entrada de los judíos en la Iglesia? O ¿termina la Iglesia de los gentiles, cuando empieza el Reino Mesiánico con la re-edificación del tabernáculo de David, que ahora está en ruinas? En otras palabras: ¿En qué sentido y cómo es que la Restauración de Israel ha de constituir el triunfo de Cristo y de su Iglesia?

He aquí el punto fundamental y delicado de la discusión entre milenaristas y no-milenaristas. Es el punto fundamental, porque todas las diferencias entre ellos giran consciente o inconscientemente alrededor de esta cuestión. Es el punto delicado, porque toca opiniones formadas y convicciones profundamente arraigadas. Sin embargo, tenemos el deber de buscar la verdad escudriñando las Escrituras, sabiendo que nuestras opiniones humanas no pueden cambiar ni un ápice del plan divino, como tampoco la tradición rabínica (que alegorizó las profecías referentes a la Venida humilde y echó en olvido las profecías que anunciaban la ruina que vendría sobre los judíos por causa de esta ceguera), no podría prohibir el cumplimiento del plan de Dios, de antemano anunciado.

A- Afirmación no-milenarista

1) Los no-milenaristas sostienen que la Iglesia ha de existir hasta la consumación de los siglos, y entienden por esto, el fin del mundo. (Algunos de ellos hablan de una Roma-perenne, como centro y sede del Reino Mesiánico que ha de venir). Por consiguiente, afirman que la Restauración de Israel se realizará mediante su entrada en la Iglesia. Así la Iglesia, después de las ruinas causadas por el Anticristo, será curada y consolada, y se iniciará un ingente triunfo anunciado en las profecías mesiánicas.

  1. II) Contra esta opinión surgen grandísimas dificultades. Entre muchas otras, las siguientes:

1º) Cristo ha prometido s asistencia a la Iglesia hasta la «consumación» del «siglo«, hasta la consumación de la presente edad (Mal. 28,20); entonces será la siega (Mal. 13,36·43). No hay ni un lugar en las Escrituras que dé pie a la opinión de que la «consumación del siglo» equivale al «fin del mundo».

2°) San Pablo anuncia la Restauración de Israel, para cuando la «pleroma” «el número completo» de los gentiles haya entrado: «entonces salvarse a todo Israel, según está escrito: Saldrá de Sión el Libertador, que desterrará de Jacob la impiedad. Y tendrá efecto la alianza, que he hecho con ellos, en habiendo yo borrado sus pecados» (Rom. 11,-26-27).

3º) “Jerusalén será hollada por los gentiles hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan” dice Jesús (Luc.21, 24; conf. Dan.12,7). Los tiempos de los gentiles se cumplirán cuando la apostasía haya llegado a su colmo con la aparición y el reinado del Anticristo (II Tes.2).

4º) La Iglesia y el tabernáculo de David son dos cosas distintas. La Iglesia predica el Evangelio en testimonio a las naciones, mientras el tabernáculo de David está en ruinas. Pero después que Dios, mediante la Iglesia, haya escogido de entre los gentiles «un pueblo consagrado a su nombre», «yo volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y reedificaré sus ruinas y de nuevo le pondré en pie» (Hech.15, 15-17). Si el tabernáculo de David fuera la Iglesia, entonces la Iglesia estaría ahora en ruinas.

5º) La Restauración de Israel será como “nación” en su propia tierra «como en los días de la antigüedad» (Amós 9,1 1; Ez.37, 19·22), mientras la Iglesia por su carácter y finalidad es una congregación de elegidos de entre las naciones.

6°) Israel, restaurada como nación, será exaltada por encima de las naciones, (Zac.8, 20; ls.49, 22 etc.) y Jerusalén será llamada la ciudad de la verdad, y estará llena de paz, prosperidad y felicidad (Jer.31, 27; Ex.36, 33-38; ls.4, 2-6 etc.).

Todos estos y muchos otros motivos, nos inducen a opinar que la sentencia no-milenarista -la cual sostiene que la Restauración de Israel incluye su entrada en la Iglesia identificando el triunfo de la Iglesia con el del pueblo judío, ofrece dificultades insolubles frente a las Escrituras.

B- Afirmación milenarista moderna.

Los milenaristas modernos, si bien coinciden con los antiguos en hacer de los gentiles hijos de Abrahán según la fe, difieren de ellos en que aplican las profecías del Reino Mesiánico, en su aspecto terrenal, a los judíos como hijos de Abrahán según la carne. Pero ambos dejan sin aclaración la posición de la Iglesia, tanto respecto de la Sinagoga, como de la Israel restaurada.

Los milenaristas modernos no conservaron la distinción entre la Jerusalén celestial y la terrenal, distinción que había empezado a tomar cuerpo en la doctrina de los antiguos milenaristas. Y es por esto que la visión que ellos tienen sobre la Jerusalén restaurada, como centro y sede del Reino; es todavía más oscura.

Afirman que los hijos de Abrahán (tanto los del Antiguo como los del Nuevo Testamento), que murieron en la fe; resucitarán para recibir el Reino con Cristo en la Israel restaurada; reinarán con Cristo y con el pueblo judío reunido en su tierra; y el imperio de este reino abarcará a todas las naciones.

Contra esta sentencia aunque armoniza más con las Escrituras, surgen también grandes dificultades.

En primer lugar la Iglesia parece así un apéndice de la Sinagoga Antigua, que no tendría otra finalidad que la de hacer de los elegidos de entre los gentiles, hijos de Abrahán, judíos según el espíritu. Sin embargo, El Nuevo Testamento nos enseña con insistencia que la Iglesia reúne en un cuerpo a los hijos dispersos de Dios. Este cuerpo místico, que se unirá en matrimonio con Cristo (Mat.28, 19; Apoc.19, 7-9; Conf. Ef.5, 23-32), es «un pueblo congregado de entre las naciones para su nombre» (Hech.15, 14); es la Esposa del Cordero; bautizada en el Espíritu Santo; alimentada con la Carne y Sangre de Cristo; es el templo de Dios vivo, del Espíritu Santo.

Además las promesas que tiene la Iglesia son muy distintas de las promesas que tienen los judíos. A los judíos fue prometida fa tierra de Canaán; a la Iglesia el Reino de los cielos. A los judíos el estar alrededor del trono de David, y el ser los súbditos bajo su Cetro; y a la Iglesia el sentarse sobre el trono de Cristo y el reinar con Él como Reyes, coherederos con Cristo, para quienes Dios ha previsto cosas mejores, etc., etc.

No se puede pues identificar la Iglesia resucitada y arrebatada al encuentro de Cristo, con los resucitados del Antiguo Testamento. Y si todos han de recibir la herencia prometida a Abrahán en el tiempo de la Restauración de Israel, surge la pregunta: ¿Los santos resucitados que reinaran con Cristo-Rey en el trono de David, han de estar mezclados con los judíos mortales? Esto abriría la puerta a ideas muy carnales y crasas.

Artículo 4º: Tarea a enfrentar

Resulta, pues, que quedan gravísimas dificultades por resolver. Las dificultades entre milenaristas y no-milenaristas no son tan simples como para que salte a primera vista quien tiene razón. Desde muy antiguo existían y existen todas estas dificultades no resueltas todavía. Por eso no sólo se explica, sino que también en cierto modo se justifica la reserva de muchos grandes exégetas y doctores frente a la doctrina del Reino, sostenida como tradición apostólica por padres de los primeros siglos.

Pero ¿son estas dificultades irresolubles? Seguramente que no, si sabemos reunirnos con caridad para que, meditando y rezando, escudriñemos las Escrituras sin prejuicios y sin apriorismos. El Magisterio ordinario de la Iglesia, lejos de impedir, quiere exactamente estimular estos esfuerzos; y las medidas disciplinarias de la Comisión Bíblica o del Santo Oficio no son impedimentos, sino avisos de orientación en el estudio y en la enseñanza.

Roma enfrenta con mucha más amplitud las opiniones y las sentencias de lo que el promedio de los teólogos o moralistas suelen hacer. Quien no esté; convencido de esto, entérese por Ej: del contenido de «Las profecías de la Salette» editado con el «imprimátur» del R. P. A. Lapide o. p. maestro del sagrado Palacio, Asistente Perpetuo de la Congregación del índice, bajo el título «L’Apparition de la très Sainte Vierge sur la sainte Montagne de la Salette, le samedi 19 septembre 1846». Allí se encuentran palabras muy duras, dirigidas a los sacerdotes y hasta a los obispos, y se puede leer entre muchas otras afirmaciones que asombran la siguiente: «Rome perdrá la foi et deviendra le siege de l’Antichrist». Y la Virgen lo anuncia para un tiempo que está muy cercano; parece una alusión al misterio de la apostasía que anuncia San Pablo.

Por todo esto, creemos no equivocarnos si decimos que Roma -tan amplia para conceder su «imprimátur» a profecías escatológicas privadas- observará la misma amplitud frente a exposiciones sinceras sobre las profecías escatológicas de las Sagradas Escrituras.

Artículo 5º: Esbozo de los capítulos siguientes:

Convencidos de esto, vamos a examinar más detenidamente las diferencias entre milenaristas y no-milenaristas. Estas diferencias se pueden centrar en dos cuestiones:

La primera, referente a la Resurrección de los muertos. Mientras que los milenaristas sostienen la doctrina de la primera resurrección, se atienen los no-milenaristas a la resurrección única y simultánea de todos los muertos.

La segunda, al centro y sede del Reino Mesiánico. Tanto los milenaristas como los no-milenaristas, aunque de modos distintos, confunden la Iglesia con la Israel restaurada. Por esto no saben hallar el lugar y la vocación propios que la Iglesia tiene con respecto a Israel.

Los milenaristas reducen la Iglesia en la presente edad a un mero instrumento para hacer de los gentiles «judíos según el espíritu”. Y confunden a ambos en la edad futura del Reino Mesiánico; pues localizan a Cristo que reina con sus santos resucitados (Tanto judíos como gentiles) en la Jerusalén restaurada.

Los no-milenarista, rechazando la doctrina de la primera resurrección, reducen todo el grandísimo acontecimiento de la conversión y restauración de Israel y del Reino Mesiánico a una simple entrada de los judíos de aquel entonces en la iglesia militante.

En los capítulos siguientes aclararemos, pues, primeramente la doctrina de la resurrección; luego entraremos en un detenido examen de la vocación y lugar propios de la Iglesia en la edad presente, para descubrir el lugar y misión que le están reservadas en el reino mesiánico. Solo así se aclaran todas las dificultades y confusiones existentes, y se abren las Escrituras en todo el esplendor de su grandiosa armonía.

CAPÍTULO VII

 

RESURRECCION DE ENTRE LOS MUERTOS

Dividiremos este capítulo en tres partes: 1º Observaciones previas. 2º Síntesis de la argumentación milenarista acerca de la doctrina de la primera resurrección, y su enlace con la doctrina del Reino. 3º Reflexiones sobre el valor de su argumentación

ARTICULO 1º OBSERVACIONES PREVIAS

Todos están de acuerdo en que los muertos, tanto los males como los buenos, han de resucitar. Muchos no-milenaristas concuerdan con los antimilitaristas, en que esta resurrección ha de ser única y simultánea. Varios de ellos afirman que la resurrección de entre los muertos, de la cual hablan muchas veces las Escrituras, tiene una prioridad, pero no de tiempo, sino de dignidad con respecto a la resurrección de los justos. Otros no se pronuncian sobre este punto.

El dogma de nuestra fe dice: “creo en la resurrección de la carne”. Esto implica dos elementos: 1º que todos los muertos resucitarán. 2º que Resucitaran con los mismos cuerpos en que vivieron. No hay pues, ningún dogma que enseñe la resurrección única y simultánea.

Los llamados “milenaristas”, afirman que habrá una resurrección general para el juicio delante del gran Trono Blanco (Apoc.20, 11-13).En aquel tiempo resucitaran todos, menos aquellos privilegiados que ya resucitaron. Dicen que la tesis que defiende una resurrección única y simultánea, está en abierta oposición con las enseñanzas de las Escrituras; no, pues, la resurrección única y simultánea, porque ya hubo una y habrá otra que las Escrituras llaman: la de entre los muertos, la primera la de los justos.

Dicen los milenaristas que esa primera resurrección ha de realizarse cuando venga Cristo. Y no hay duda de que la tesis milenarista, defendida por los Padres y escritores de los primeros cinco siglos, descansa en la doctrina de la primera resurrección.

ARTICULO 2º SINTESIS DE LA ARGUMENTACION MILENARISTA

A- No existe la resurrección única y simultanea

Los milenaristas empiezan su argumentación probando que la resurrección general no es tan única, ni tan simultanea como para no admitir ninguna excepción.

1) La primera excepción la constituye la Santísima Virgen María; y de esto nadie duda, aunque no lo digan expresamente las Escrituras

2) La segunda excepción la indica el Evangelista San Mateo diciendo que con la resurrección de Jesús: “Los cuerpos de muchos santos, que dormían, se levantaron y saliendo de los sepulcros entraron en la ciudad, y se apareciendo a muchos” (Mat.27.52-53). Es pues, una resurrección de muchos santos, con cuerpos que solo eran visibles para aquellos a quienes aparecieron una resurrección esencialmente distinta de la de Lázaro, del joven de Nain, etc. Afirmar que volvieron a morir no sería posible, puesto que el Evangelio, cuyo texto citamos, deja entrever que no resucitaron con cuerpos que tenían las condiciones de cuerpos mortales.

3) Otra excepción clara e indiscutible aparece también en el Apocalipsis cap. XI. Allí leemos que los dos testigos: fueron muertos, y sus cadáveres quedaron por tres días y medio en la plaza. Los habitantes de la tierra se alegran por su muerte y envían regalos unos a otros para celebrar su muerte. Estaban, pues, bien muertos. Pasados, empero, los tres días y medios, resucitaron y un gran temor cayó sobre los que les veían. ¡No es, pues, en el día de la resurrección general! Y para que no quede duda: “A la vista de sus enemigos subieron al cielo”. ¿Acaso morirán otra vez en el cielo, para salvar la resurrección única y simultanea? Con todo, las Escrituras y la tradición afirman con claridad que sólo existe una resurrección general, única y simultánea, para los que no resucitaron antes. Frente a este hecho, que nadie puede negar, los milenaristas preguntan: ¿Habrá más excepciones a esta ley de la resurrección general? Y contestan: Sí, Dios promete en varios lugares de la Escritura que resucitara a muchos otros más, antes de la resurrección general.

B- Argumentación exegética.

1) PRIMERA LLAVE

Texto de San Pablo: “y no queremos hermanos, que estéis en ignorancia acerca de los que duermen; para que no os entristezcáis como (hacen) los demás que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también (creemos) que Dios traerá con Jesús a los que durmieron en él. Pues, os decimos esto por palabra del Señor, que nosotros, los que vivimos y quedamos para la Venida del Señor, no precederemos a los que durmieron. Porque el mismo Señor descenderá del cielo con voz de mando, con pregón de arcángel y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitaran primero. Luego nosotros, los que vivimos, los que quedemos, seremos arrebatados al aire en nubes juntamente con ellos, para salir al encuentro del Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor. Así que consolaos unos a otros con estas palabras” (I Tés.4, 13-18).

Este texto afirma:

1º) que los Tesalonicenses estaban tristes por sus muertos, pensando que ellos no iban a estar presentes cuando viniera Jesús. San Pablo los consuela, revelando el misterio de la primera resurrección.

2º) Enseña por eso, que Dios traerá con Jesús, cuando venga, a los que durmieron en Él. No participaran, pues, en este favor los que no durmieron en Él.

3º) Y es así, no porque San Pablo lo imagine, sino porque lo sabe “por la palabra del Señor”.

4º) Los que estén en vida no tienen, pues, ningún motivo para entristecerse, pensando (como los que no tienen esperanza) que los que murieron en Cristo no van a estar presentes cuando venga Jesús; así que de ningún modo precederán los que estén esperando en vida, a los que durmieron en esta esperanza

5º) Ya que el mismo Señor descenderá del cielo con voz de mando, con pregón de arcángel, y con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo (no los demás) resucitaran primero.

6°) Y junto con los vivientes, que le estén esperando (no todos, porque San Pablo está hablando a los fieles, y por eso dice: nosotros, distinguiendo los fieles de los demás), serán arrebatados. Porque Jesús les tomara a sí mismo (Juan14, 3).Y así estaremos siempre con el Señor Jesús.

7°) Esta esperanza es nuestro consuelo, especialmente en las horas que si gana la muerte de nuestros seres queridos. La liturgia desde tiempos antiguos lo entiende así, y pone este texto como Epístola de la Misa de los difuntos.

Este texto de San Pablo es, en forma decisiva, confirmado por el mismo Jesús, cuando dijo a sus apóstoles:”No se turbe vuestro corazón; creed en Dios, creed también en mí. En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si así no fuera, os lo hubiese dicho, porque voy a preparar lugar para vosotros. Y cuando haya ido y os haya preparado lugar, vendré otra vez y os tomare a mí mismo, para que donde yo estoy, estéis también vosotros” (Juan 14,1-3).

Jesús dice

(Juan 14, 3)

San Pablo dice

(I Tés 4, 16-1)

a) “vendré otra vez A- “El mismo Señor descenderá del cielo
b) “Y os tomaré a mí mismo” B- seremos arrebatados al encuentro del señor”
c) “Para que allí donde yo estoy, estéis también vosotros C- “y así estaremos siempre con el señor”
d) “No se turbe vuestro corazón” D- “Consolaos unos a otros con estas palabras

Bien dijo San Pablo que enseñaba este misterio por palabra del Señor.

2) SEGUNDA LLAVE

San Pablo hablando a los Corintios sobre la resurrección de Cristo, prenda de nuestra resurrección, dice:

“He aquí os digo un misterio: No todos dormiremos, mas todos seremos cambiados en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, al (sonar) la trompeta final; porque sonara la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos cambiados. Porque es menester, que esto corruptible se vista de incorruptibilidad, y esto mortal se vista de inmortalidad” (I Cor. 15,51-53; texto griego).

Después de haber confirmado la doctrina de la resurrección como la piedra angular de nuestra le, San Pablo afirma:

1) “He aquí os digo un misterio”. Va a revelar, pues, no la resurrección general, sino un misterio especial en ordena la resurrección de los justos.

2) Este misterio que revela a los fieles es: “No todos dormiremos, mas todos seremos transformados” (la Vulgata sigue otra versión; pero todos los críticos modernos la rechazan, diciendo que el texto que presentamos es el original).

3) Este misterio se refiere a los fieles, y no a la resurrección general; de otro modo no sería una revelación especial.

Los milenaristas anotan aquí, que los dos textos citados se complementan maravillosamente, enseñando nos:

  1. a) Los que murieron en Cristo (no los demás) resucitaran.
  1. b) Los que estén en vida esperándole no morirán, sino que serán arrebatados con los resucitados al encuentro de Cristo.
  1. c) No solo los resucitados, sino también los vivientes arrebatados serán transformados, antes de ir al encuentro de Cristo.

¿Y qué sucederá con los muertos no creyentes cuando los muertos en Cristo resuciten? “Los demás muertos no volvieron a vivir, hasta cumplirse los mil años” (Apoc.20, 5).

¿Y qué sucederá con los vivos no creyentes cuando los creyentes sean transformados y arrebatados? Jesús dice: “Os digo que en aquella noche dos estarán reclinados a una misma mesa: el uno será tomado, y el otro dejado” (Luc.17, 34; Mat.24, 40). Mira bien: Jesús no dice “serán condenados”, sino “dejados”. “Porque Cristo… por segunda vez aparecerá para salvación de los que le aguardan (Heb.9, 28).Ya que solo para estos Jesús es: “el Libertador de la Ira venidera” (I Tés.1, 9-10). Por eso: “Bienaventurados aquellos siervos a quienes el Señor, cuando venga, halle velando” (Luc.12, 35-37).

¿Entonces habrá hombres que no morirán? Así es: “No todos dormiremos, mas todos seremos cambiados”, afirman los milenaristas, citando a San Pablo (I Cor.15, 51).

Los milenaristas dicen que el mismo Jesús confirma directamente esta enseñanza de San Pablo. Como primera prueba citan: “Aquel que cree en mí, aunque hubiere muerto, revivirá; y aquel que vive y cree en mí no morirá jamás”. (Juan 11,25; Trad. de Joűn S.J.). En este texto Jesús, hablando dela resurrección afirma con claridad, que cuando venga El, los muertos que creen en El resucitaran, y los vivos, que creen en El, no morirán jamás. Porque los unos y los otros serán arrebatados al encuentro de Él. Los no creyentes muertos no revivirán, los no creyentes vivos serán dejados.

Una segunda prueba de que la enseñanza de San Pablo era la de Jesús mismo se halla, según los milenaristas, en las siguientes palabras: “De cierto, de cierto os digo: La hora viene y ya es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren revivirán” (Juan 5,25). Aquí se trata de la resurrección, no de todos, sino de aquellos que por su fe en el Padre han recibido la gracia, pasando de muerte a vida (vers.24), y por esto no vienen al juicio que se realizara sobre la tierra cuando venga Jesús a destruir al Anticristo y sus secuaces. Cumpliendo con el consejo de Jesús “velad pues”, merecieron evitar todos estos males venideros, y comparecer ante el Hijo del hombre” (Luc. 21,36 y contexto).

¿Cuándo será esto? En el último día de la presente edad, en la consumación del siglo (época) presente. Por eso dice Jesús: “Viene, la hora ya es”. Porque en la consumación de la hora presente, cuando hubiere preparado el lugar, Jesús volverá otra vez para tomar a sí mismo a todos los suyos (Juan 14,3).Esta resurrección es, pues, bien distinta de la resurrección de que habla Jesús enseguida (Juan 5,28):”Vendrá la hora, (una hora futura distinta de la hora que ya es), en que todos los que están en los sepulcros oirán su voz, y todos,(con excepción de los que ya salieron) saldrán los que hicieron buenas obras, a resucitar para la vida; pero los que las hicieron malas, resucitarán para ser condenados”. Esto acontecerá en la resurrección general

Sera, pues, en la consumación de la presente edad cuando, por el arrebato, Jesús tomara así mismo a “todos los que comen su carne y beben su sangre, es decir, en el ultimo día, de esta hora (época) en La cual estamos ya (Cont. Juan 6,32)

Y esto confirma Jesús diciendo: Que vendrán “tribulaciones terribles”; que caerán como un juicio y una ira venidera sobre la tierra. Cuando “aparezca en el cielo la señal del Hijo del hombre, todos los pueblos de la tierra prorrumpirán en lamentos; y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y majestad. El cual enviará sus ángeles, que a voz de trompeta sonora congregaran (no a todos, sino) a sus escogidos de las cuatro partes del mundo, desde un horizonte hasta el otro” (Mat.24, 21-31).

Sera la hora de la siega: “Los segadores son los ángeles. De manera que como es recogida la cizaña y quemada con fuego, así será en la consumación del siglo (La hora, La edad en que estamos). El Hijo del hombre enviará a sus ángeles y recogerán de su reino todo lo que sirva de tropiezo y a los que cometen iniquidad, y los echaran en el homo de fuego; alii será el llanto y el rechinar de dientes. Entonces los justos resplandecerá como el sol en el reino de su Padre” (Mat.13, 40)

Los ángeles harán pues dos cosas: 1º Congregaran a los elegidos que brillaran como el sol en el reino de su Padre. 2º Congregaran a los malignos que sirvieron de tropiezo y cometieron iniquidad. Porque “Bienaventurado el tal siervo, a quien cuando venga el Señor le hallare velando. En verdad os digo, que le encomendara el gobierno de toda su hacienda”.

“Pero si este siervo fuere malo, y dijere en su corazón: ‘Mi amo no viene tan pronto’, y empezare a maltratar a sus consiervos, y a comer y beber con los borrachos, vendrá el amo del tal siervo en el día que no espera y a la hora que no piensa, le cortara en dos y le dará la misma pena que a los hipócritas; allí será el llorar y rechinar de dientes” (Mat.24, 46- 51).

Por eso, dicen los milenaristas, nosotros. Defendemos esta doctrina, a pesar de que por ellos seamos objeto de muchas burlas y persecuciones. Tiene que ser así, porque el mismo San Pedro nos avisa: “que tengamos presente las palabras de los santos profetas…” y “que estemos ciertos ante todas las cosas, de que vendrán en los últimos tiempos (de la presente edad, como enseña el contexto) burladores con sus burlas, andando según sus propias pasiones, diciendo: ¿Dónde está la promesa de su Venida?, porque desde la muerte de nuestros padres, todas las cosas permanecen del mismo modo como al principio fueron creadas”(II Ped.3,3 sgs.).

3) TERCERA LLAVE

Como prueba concluyente de esta doctrina de Jesús los milenaristas citan el siguiente pasaje, en el cual el Señor trata “ex profeso” contra los saduceos, de la resurrección: ”Los que sean dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, no se casan, ni son dados en casamiento; porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios al ser hijos de la resurrección. Y en cuanto a que los muertos han de resucitar, aún Moisés lo dio a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor: Dios de Abrahán y Dios de Isaac y Dios de Jacob. Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para El todos viven” (Luc.20, 29-40).

Este pasaje va dirigido contra los saduceos que negaron la resurrección, aun la de los justos, porque negaron la inmortalidad del alma.

De ello se desprende:

1º que Jesús distingue entre una resurrección de justos, en la cual los resucitados serán como ángeles del cielo, y son hijos de Dios siendo hijos de la resurrección; y la resurrección general que se basa en la inmortalidad del alma.

2º a la primera Jesús le da el nombre de “resurrección de entre los muertos” (Luc.14, 14).Jesús la llama “resurrección de los justos” para distinguirla de una otra resurrección. Esta expresión: “Resurrección de entre los muertos” (Ek toon necroon) se usa 49 veces en el Nuevo Testamento, mas nunca refiriéndose a los muertos no creyentes. Quiere decir, pues, que la resurrección de los no-creyentes no será una resurrección de entre los muertos, o sea la de los justos.

3° Además, Jesús distingue el tiempo entre estas dos resurrecciones, haciendo ver que los justos que resucitaran de entre los muertos, son los que serán juzgados dignos de alcanzar” aquel siglo”; los demás, pues, no alcanzaran “aquel siglo” al que Jesús en otro lugar llama: el tiempo de la” regeneración” (Mat.19, 28 texto griego).

No todos serán pues los que alcanzaran aquel “siglo” (La edad del Reino), sino solo los elegidos, que como “hijos de la resurrección” serán congregados por los ángeles, siguiendo a Jesús en la regeneración, después de haberle seguido en sus pruebas.

Solo estos elegidos, oyendo la Voz del Hijo de Dios, saldrán del sepulcro para ir al encuentro de Jesús, que les tomara así mismo en el día dela consumación de la presente edad, cuando venga para destruir al Anticristo y restaurar a Israel. Entonces Él les dará el reino y brillaran como el sol, y juzgaran a las doce tribus de Israel, reinando con Jesús por mil años. Es esta la primera resurrección. Los demás muertos no volverán a vivir, hasta que se acabe esta futura edad: los mil arios.

Expresamos esta fe, dicen los milenaristas, cuando anhelando la resurrección rezamos: “Creo en la resurrección de la carne y en la vida en el siglo venidero” cuando venga Jesús “a juzgar a los vivos y muertos” (Credo Romano).

4) CUARTA LLAVE

Este orden de La resurrección, que no solo es un orden de dignidad sino también de tiempo, los milenaristas lo ven claramente confirmado en el siguiente pasaje de San Pablo: “Porque así como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Mas cada uno según su orden: Cristo las primicias, luego los que son de Cristo en su venida; luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre; cuando haya destruido todo principado y toda potestad y poder. Porque es menester que El reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. El postrer enemigo que será destruido es la muerte” (I Cor.15, 22-36).

La figura está tomada de las tropas que se mueven por bandos. Por lo menos se distinguen tres grupos:

1º) Cristo (el primogénito de los muertos: col.1, 18) las primicias.

2º) Luego los que son de Cristo en su Venida.

3º) Luego el fin: los otros muertos, los que no son de Cristo en su Venida. Este “luego” (“eita” y “epeita” en el griego) no es tan inmediato como algunos suponen; porque entre la resurrección de Cristo y la delos que son de Cristo en su Venida, ya la distancia es casi de dos mil años, y es una afirmación gratuita el decir que el segundo “luego” (epeita) será inmediatamente después de la resurrección de los que son de Cristo. Por el contrario, el texto mismo dice que entre la resurrección de los que son de Cristo en su Venida y la resurrección final transcurrirá el Reino; porque antes de entregar su Reino al Padre, Cristo -después de haber tornado así mismo los que son de El en su Venida-, destruirá todo principado y poder, y sujetara al orbe entero hasta que todos los enemigos estén debajo de sus pies.

5) CONFIRMACION del ANTIGUO TESTAMENTO

Entre los muchos lugares del Antiguo Testamento los milenaristas suelen citar con preferencia los siguientes pasajes como confirmación de su doctrina:

“No así los impíos, no así: sino que serán como la cascarilla que el viento desparrama por La faz de la tierra. Por tanto: no resucitaran los impíos en el juicio, ni los pecadores en la asamblea de los justos” (Salmo 1º).

Aquí se afirma que los pecadores no resucitaran en el juicio para participar en la asamblea de los justos; luego es preciso que haya otro Juicio en el cual se levantaran. Por tanto distingue bien entre La resurrección de los justos y la resurrección general.

“Gozaránse los santos en la gloria; se regocijaran en sus moradas resonaran en sus bocas elogios de Dios; vibraran en sus manos espadas de dos filos, para ejecutar la venganza en las naciones, y castigar a los pueblos; para aprisionar con grillos a sus reyes, con esposas de hierro a sus magnates; para ejecutar en ellos el juicio decretado. Tal es la gloria reservada para todos sus santos” (Salmo 149). Es esta una profecía mesiánica que se refiere al triunfo de Cristo con sus santos, cuando ellos reinen con El, pues: “¿No sabéis que los santos han de juzgar al mundo?” (I Cor.6, 2), hasta poner a todos los enemigos debajo de sus pies (I Cor.15, 24).

Con esta visión del Reino que ha de venir, nos invitan los milenaristas a leer también el cap. 3 de la Sabiduría: “En el tiempo de su recompensa los justos brillaran; como centellas correrán a través del campo. Juzgaran a las naciones y señorearán a los pueblos; y el Señor reinara con ellos eternamente” (Sab.3, 7).

A la luz de esta enseñanza se aclara hermosamente el texto de Isaías cuando exclama: “Vivirán tus muertos; los cadáveres de los míos se levantaran; ¡Despertad y cantad!; Vosotros que moráis en el polvo porque vuestro rocío es un rocío de luz, y la tierra echara afuera los muertos ven pueblo mío entra en tus moradas, cierra tus puertas sobre ti, escóndete por algunos instantes, hasta que pase la indignación”. Después de esta resurrección de los que son de Dios, sigue La descripción del juicio sobre los habitantes dela tierra, y dela restauración de Israel (ls.26, 19) En el Antiguo Testamento la doctrina de la resurrección de los justos siempre está unida con La esperanza del Reino Mesiánico. De allí que La escatología judía no conoce una resurrección única y simultánea. Así que la doctrina de la primera resurrección del Nuevo Testamento concuerda por completo con la revelación del Antiguo Testamento.

6) LA SEÑAL DE LA TROMPETA

En tres de los textos arriba citados, y relativos a la resurrección y al Reino, las Escrituras hablan de la señal de la trompeta.

“Porque el Señor descenderá del cielo…con trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero” (I Tés.4, 16). “No todos dormiremos, mas todos seremos cambiados en un memento… al son de la trompeta final; porque sonara la trompeta y los muertos resucitaran en un estado incorruptible, y nosotros seremos mudados” (I Cor, 15, 52). “Verán venir al Hijo del hombre…el cual enviará a sus ángeles, que a voz de trompeta sonora congregarán a sus escogidos” (Mat.24, 31).

La trompeta de Dios sonara otrora para indicar la Venida y presencia de Jehová en el monte Sinaí, convocando a su pueblo para recibir la santa Ley (Ex.19, 16; 20,18).Y más tarde dijo a Moisés, que condujo al pueblo por el desierto hacia el país de la promesa: “Hazte dos trompetas…y te servirán para convocar la congregación y para hacer levantar campamentos” (Núm..10, 2). Así también, como lo indican los mismos textos, sonara la trompeta de Dios para anunciar la Venida de Cristo; entonces los escogidos sarán congregados alrededor de Él, e introduciéndoles en su Hogar, como el Esposo a su esposa, les dará el Reino.

Y para que no quede ni sombra de duda, dicen los milenaristas, se ve confirmada esta visión con claridad en el Apocalipsis, donde San Juan explica el misterio de la trompeta final tocada por siete ángeles; cuando suene la séptima “sintieron grandes voces en el cielo”, diciendo: “EI reino del mundo ha venido a ser de Nuestro Señor y de su Cristo, reinara por los siglos de los siglos”. Y en-seguida dicen los veinticuatro ancianos: “¡Gracias te darnos, Señor Dios Todopoderoso, que eres y eras, porque has tomado tu gran poder, y has comenzado a reinar!”(Apoc.11, 15) y el efecto de esto lo describe el mismo Apocalipsis en los caps.19 Y 20.

7) LA DOCTRINA DEL APOCALIPSIS

Los milenaristas presentan estos dos capítulos del libro de las Revelaciones, como la confirmación concluyente de la doctrina de la primera resurrección y del Reino de Cristo con su Iglesia.

En síntesis: En Apocalipsis 19,11-16 viene Cristo para destruir al Anticristo. El viene con sus santos, los resucitados de entre los muertos. Y los transformados de entre los vivientes, que juntos han sido arrebatados al encuentro de Cristo al son de la trompeta de Dios.

En Apocalipsis 19, 17-21, sigue la destrucción del Anticristo y todos sus secuaces.

En Apocalipsis 20,1-4 San Juan describe la encadenación de Satanás por mil años, para que no ande engañando a las gentes.

Sigue la descripción del Reino: Y vi unos tronos blancos y se sentaron en ellos, y les dio potestad de juzgar”. Es la iniciación del Reino de Cristo con sus santos.

Sigue:” Y vi también las almas de los que habían sido decapitados por el testimonio de Jesús y por la palabra de Dios y de los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, y no recibieron su marca en las frentes o en sus manos; y volvieron a vivir, y reinaron con Cristo mil años”. Esto es el complemento de la primera resurrección; la resurrección de aquellos que han que dado fieles durante la tremenda persecución del Anticristo; esto recibirán también el Reino de Cristo. “Esta es La primera resurrección. Bienaventurado y santo, quien tiene parte en la primera resurrección; sobre estos la segunda muerte no tiene potestad (lo que entiende San Juan por segunda muerte, lo dice en Apocalipsis 20,14) sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinaran con ellos mil años”. Y para que nadie quede en duda sobre el sentido literal de esta primera resurrección, San Juan dice poco antes “los demás muertos no volvieron a vivir hasta que se acabaron los mil años” (20,5). La resurrección de ellos es descrita fuego en el versículo 12.

Acabados los mil años, viene el desencadenamiento de Satanás (antes anunciado en Apocalipsis 20,7) y la rebelión de Gog y Magog que son consumidos por el fuego (20,8-10).Entonces viene el fin: El Juez sentado en el trono blanco, ante cuya faz desaparecieron el cielo y la tierra. Resurrección de los demás muertos. Juicio (Apoc.20, 11-15). Sigue cap. 21: la descripción de la creación nueva, a la que baja la Jerusalén celestial.

C-Conclusiones.

Estamos pues frente a los siguientes hechos : San Pablo afirma en I Corintios 15,23, que: “los que son de Cristo” han de resucitar “en su Venida”; en I Tés.4,16, dice que los “muertos en Cristo” resucitaran primero; en I Corintios 15,51 enseña que los vivientes, que estén esperando a Jesús, serán “transformados”; en I Tes.4 16-17, confirma que estos vivientes junto con los resucitados, “serán arrebatados” al encuentro de Cristo en los aires; en II Tés.2, 8 dice que Jesús vendrá para destruir at Anticristo. Luego, la primera resurrección tiene que realizarse antes. Estas afirmaciones de los Apóstoles se encuentran todas en las palabras de Jesús.

Ahora bien, aunque ni los Evangelios, ni las Epístolas indican la duración del tiempo que ha de transcurrir entre la primera resurrección y la resurrección general, San Juan confirma en su Apocalipsis:

1º Que Cristo viene para destruir al Anticristo.

2º Que fuego hade realizarse el Reino Mesiánico de Cristo con sus santos resucitados.

3º Que este Reino de los santos ha de durante mil años.

4º Que esta es la primera resurrección.

5º Que los demás muertos no resucitaran hasta acabar los mil años.

6º Que durante este tiempo, ha de ser encadenado Satanás.

7º Que solo después de estos mil años, Satanás será soltado por un poco de tiempo y que realizara entonces la rebelión de Gog y Magog.

8º Que luego tendrá lugar la resurrección final.

En suma, el Apocalipsis viene a confirmar y a arrojar aun más luz sobre las enseñanzas de muchos otros lugares de la Escritura entera; con la cual concuerda y armoniza perfectamente en su sentido literal

¿Quién tiene, pues, el derecho de alegorizar este capítulo del Apocalipsis? ¿Quién tiene el derecho de aislarlo de su contexto?

Se dice que hay que entender esta primera resurrección del Apocalipsis 20,4-6 en su sentido espiritual. Pero ¿Cómo se le puede interpretar espiritualmente, cuando San Juan dice: “los demás muertos no revivieron hasta cumplirse los mil años” y los mismos versículos, más tarde, profetizan el cumplimiento de esta profecía, relatándola resurrección de los “demás” muertos? “¿y cómo puede resucitar “espiritualmente” un decapitado? Su resurrección “espiritual” (conversión) habrá tenido lugar antes porque es un poco raro que uno que no está en la fe y en gracia de Cristo, se deje decapitar por Él. Sin embargo, San Juan dice, que “resucitaron después de ser decapitados; luego no puede hablar de una resurrección espiritual, sino que habla de una resurrección física, corporal.

NOTA: aunque los milenaristas citan todavía muchos otros textos, con los que prueban que después de la Venida del Señor habrá todavía viadores y naciones en la tierra, confirmando así La doctrina de la primera resurrección, creemos haber ofrecido un fiel resumen de los más importantes textos con los cuales se prueba, aclara y confirma La doctrina de aquel acontecimiento glorioso, que se realizara en el día de La Parusía, día también dela”manifestaci6n de los hijos de Dios”, día de “nuestra adopción” por la “redención de nuestro cuerpo” (Rom.8. 19-26).

ARTICULO 3º: REFLEXIONES SOBRE ESTA DOCTRINA

A- Posiciones

Entrando en reflexiones sobre esta doctrina, hemos de observar en primer lugar que no es una doctrina corriente, sino que la mayoría de los teólogos y exegetas la rechazan.

1) Con mucha decisión se oponen los antimilenaristas contrala doctrina de la primera resurrección diciendo que está en oposición con nuestra creencia católica, la cual sostiene una resurrección única y simultanea para el juicio final. Algunos llegan hasta afirmar que está en oposición con la tradición

2) Los no-milenaristas -con excepción de algunos que aceptan una resurrección de justos no solamente con prioridad de dignidad sino también de tiempo- no se pronuncian o se adhieren a la resurrección única y simultánea. No obstante, en general no afirman que la doctrina de la primera resurrección, en sentido milenarista, este en oposición con la creencia católica y con la tradición.

3) Observamos, empero, que la doctrina de la primera resurrección es una tesis universalmente sostenida en los primeros cuatro siglos. En los primeros dos siglos no encontramos ni rastros de una enseñanza que sostenga la resurrección única y simultánea. Encontramos, si al autor de La “Didaché” a un San Papías, discípulo de San Juan Evangelista, a un San Justino, Melitón, San Polícatres, que sostienen todos la primera resurrección; y a un San Ireneo que hace de esta doctrina la piedra angular de su enseñanza escatológica, la que transmite como una tradición recibida de los discípulos de los Apóstoles, de los Apóstoles, y del Señor mismo. Todos sostienen esta doctrina con decisión y no encuentran ninguna oposición.

Y tampoco en el tercero y el cuarto siglo encontramos documentos que nieguen la doctrina de la primera resurrección, a pesar de que surge el antimilitarismo. Es en el quinto siglo que empieza a formularse la tesis antimilenarista, como una tesis que entre otras cosas sostiene la resurrección única y simultanea; -y desde aquel entonces ha ido poco a poco dominando el campo de la teología y exegesis, sosteniéndose siempre como una tesis claramente antimilenarista.

4) A la vista de esto, creemos firmemente que los antimilenaristas están fuera de la verdad cuando dicen en que la tesis -que aceptando la verdad de la resurrección general afirma que habrá una resurrección muy anterior para los que son de Cristo en su Venida- sería una tesis que está en oposición con la creencia católica o universal de la iglesia. También creemos que nadie puede afirmar que sea la tesis de la resurrección única y simultánea, sino solo la de la resurrección primera, la que puede afianzarse en documentos y autoridades que se remontan a los primeros siglos. Creemos que, frente a la historia, tenemos que caracterizar la tesis de la resurrección única y simultánea, como de tendencia antimilenarista. Lentamente ella se ha hecho tradicional en los siglos posteriores; pero no es una tradición eclesiástica en el sentida propio de la palabra y mucho menos una tradición apostólica, sino más bien lo contrario.

B- Hay libertad de enseñanza

De cualquier manera se debe afirmar que para todos, menos los milenaristas tienen la mayor libertad para defender y enseñar la doctrina de la primera resurrección sostenida por hombres como: el autor de la Didaché, San Pipías, San Justina, Melitón, San Polícatres, San Ireneo, Tertuliano, San Victoriano, Nepos, San Metodio Comodiano, Lactancio, Quinto Julio , Ilariano, San Zeno, San Epifanio, San Ambrosio, San Hipólito, San Crisóstomo, San Cirilo Alejandrino, Teodoreto, Teófilo, San Cayetano (Cornelio a Lapide no se pronuncia), Lacunza, Bengel, Meyer, Grimn, Alcañiz y Rovira. Pues con toda seguridad estamos aquí frente a una cuestión, en la que “nada ha sido definido por La autoridad de la Iglesia”, “ni sea unánime la sentencia de los Santos Padres”, ¡que decidan, pues, los argumentos!

C- Una tesis apriorística.

Habiendo leído con atención, en cuanto estaban a nuestro alcance, todos los argumentos que sostienen la tesis de la resurrección única y simultánea, hemos llegado a la siguiente conclusión:

1º) Que el punto de partida de la argumentación es exactamente La afirmación “a priori” de una resurrección única y simultánea.

2º) Que esta argumentación no se funda, pues, en el texto, sino que trata de acomodar el texto a una tesis afirmada “a priori”.

3º) de allí la gran variedad de interpretaciones muchas veces ingeniosas, pero a menudo contradictorias y nunca concluyentes. Casi siempre pasan por alto la distinción entre la resurrección de entre los muertos y la de los muertos, fijada por el texto sagrado mismo. Nunca entran en un examen sincero dela argumentación contraria; y cuando la mencionan se contentan generalmente con repetir el juicio de San Jerónimo, como autoridad máxima, a pesar de que este juicio no puede resistir a la sana crítica histórica.

Creemos por eso, que el lector critico no puede escapar a la impresión de que esta frente a interpretaciones, si no forzadas o tendenciosas, por lo menos apriorísticas, es decir: frente a interpretaciones que, por miedo de caer en el milenarismo, aceptan a priori la resurrección única y simultánea y por eso empiezan la argumentación donde tendrían que terminarla.

Rechazando a priori la resurrección primera, ofrecen varias interpretaciones alegóricas que solo concuerdan en que se desvían del sentido literal y por lo demás se contradicen como blancos y negros. Uno afirma que por primera resurrección debe entenderse la glorificación de las almas de los justos, que van al cielo después de su muerte. Otro sostiene que la primera resurrección es la que se opera en el alma, cuando pasa del pecado al estado de la gracia. Bail, en su colección de los concilios, dice que la primera resurrección (Apoc.20, 5) es…la de réprobos (¡sic!), la cual se llama “primera” porque solo afecta a los cuerpos, ya que las almas de los condenados no resucitaran para la ‘gloria. Otros, en fin, ofrecen una cuarta interpretación, diciendo: “La primera resurrección, insinuada en el Apocalipsis se realizó, primero objetivamente con la redención de Cristo, la cumplida por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección; la segunda, subjetivamente, es decir, en cada uno de nosotros, por medio del Santo Bautismo, en el cual, según la expresión de San Pablo, hemos sido llamados de la muerte del pecado a la vida de la gracia. ¿En qué quedamos?

D- Una doble tarea.

Los antimilenaristas y aquellos no-milenaristas que sostienen la tesis de una resurrección única y simultanea tienen, pues, una doble tarea.

En primer lugar, la de explicar cómo se puede sostener esta tesis sin entrar en conflicto y sin deshacer la autoridad de San Papías, San Justino, San Ireneo que, presentándose como testigos de la tradición, afirman la doctrina de la primera resurrección como recibida de los apóstoles.

Porque llegamos a entender que se puede deshacer la autoridad de San Agustín, de San Jerónimo, o de Santo Tomas, o de cualquier otro Padre posterior, con la autoridad de San Papías o de San Justino, o de San Ireneo, o de cualquier otro Padre apostólico, cuando presentan su afirmación como un testimonio de la tradición apostólica.

Pero no llegamos a entender cómo se podría deshacer la autoridad de un testigo de la tradición de los tiempos apostólicos (sin deshacer todo su testimonio y sin poner en peligro las bases de la tradición misma como fuente de doctrina) apelando a la autoridad de padres y doctores posteriores.

Pues, una de dos: o estos padres y doctores se presentan como testigos dela tradición y entonces no pueden estar en conflicto con los padres anteriores; o se presentan como autoridad privada, y entonces no tienen peso alguno cuando están en conflicto con un testigo de la tradición apostólica.

Concretando: San Papías, Obispo de Hierapolis, oyente de San Juan, compañero de San Policarpo, que fuera discípulo de San Juan, hombre que con un admirable criterio de la tradición hizo todo lo posible, según su propio testimonio, para informarse bien acerca de las enseñanzas de los Apóstoles. Con este fin hizo un viaje para encontrarse con discípulos de los Apóstoles. El valorizó -según el testimonio de San Ireneo-la doctrina del Reino, cuya piedra angular es la doctrina de la primera resurrección, como enseñanza recibida de los Apóstoles y del Señor mismo.

San Justino, padre y apologista del segundo siglo, interrogado por Trifón acerca de la doctrina del Reino, dice:1º que no enseña otra cosa que lo que cree; 2º que con él muchos otros cristianos creyeron la misma doctrina, y tuvieron la misma esperanza futura; 3º que entre aquellos, que no son herejes, había muchos otros individuos que no se adhirieron a esta doctrina; 4º que él, empero, y así también aquellos cristianos que piensan rectamente en todo, saben que ha de venir la resurrección de la carne (y con esto entiende la primera resurrección de entre los muertos), y los mil años en la ciudad de la Jerusalén edificada, ornada y amplificada. Después de estos mil años ha de venir la resurrección y el juicio final.

San Policarpo, obispo de Éfeso (ciudad donde residió San Juan), varón de grandísima autoridad entre los obispos de Asia a fin del II siglo. Viajo mucho para hablar con los hermanos disperses en el mundo. Este varón santo da testimonio especial de la doctrina de la primera resurrección, diciendo que es una enseñanza recibida siguiendo la tradición de los padres de Asia anteriores a él, es decir “de aquellas grandes lumbreras ya extintas, que duermen en la esperanza de la Venida del Señor”

San Ireneo, obispo de Lion, en el segundo siglo, discípulo de San Policarpo, quien era a su vez discípulo de San Juan por lo que le pudo instruir admirablemente en las Escrituras. Ireneo hizo un viaje por Palestina con el afán de estudiar las enseñanzas de Cristo y de los Apóstoles, en el mismo lugar donde fueron confiadas a otros y se encontró alii con varios discípulos de los Apóstoles.

Su testimonio tiene, pues, un enorme valor. Por eso recibió el nombre de “El testigo de la Tradición”, porque lo es por antonomasia; pues en el argumento de la tradición su testimonio es decisiva acerca de la autenticidad de las Escrituras, de La sucesión sin solución de los sumos Pontífices en La sede de Roma, de la dispensación de la Eucaristía desde la existencia de la primera comunidad cristiana, y de la fe de la Iglesia en la presencia real de Cristo bajo ambas especies.

Ireneo nos da, de igual modo y con la misma insistencia, testimonio acerca de la doctrina del Reino y de la primera resurrección, piedra angular de su escatología, afirmando:

  1. A) Que esta es la doctrina recibida de los “presbíteros”, de aquellos “presbíteros” que han conocido a Juan, “el discípulo del Señor”.
  1. B) De aquellos “presbíteros” que fueron discípulos de los Ap6stoles”.
  1. C) agregando, que los “que se imaginan que creen rectamente” pero rechazan esta doctrina, “caen en gran contradicción como cayeron los judíos”, y son “ignorantes acerca de las disposiciones de Dios, habiendo sacado sus creencias de sermones heréticos”, siendo “hombres que tienen una convicción herética” (Véase Alcañiz S.J,” Eccl. Patr. Et milenarismus”)

Que los defensores de la resurrección simultánea prueben o indiquen, pues, el camino que hay que seguir para defender esta tesis en contra de la tesis de la primera resurrección, sin entrar en conflicto con estos testimonies apostólicos

Y aquí no basta una argumentación sentimental, diciendo que es demasiado grave e intolerable inculpar a San Jerónimo o a San Agustín o a cualquier otro doctor, de estar en un conflicto “consciente” con la tradición apostólica; porque nadie le sin culpa de ello. Se trata, simplemente, de probar a base de hechos, si aquellos grandes doctores bajo la presión del peligro y de la confusión milenarista de su tiempo, no han ido demasiado lejos en su reacción antimilenarista e inconscientemente han entrado en conflicto con la tradición apostólica.

Habiendo cumplido con esta tarea primordial, viene la segunda, a nuestro juicio, igualmente delicada y difícil: la de deshacer, en sí y en su conjunto, todos los argumentos bíblicos con que los milenaristas católicos y otros no-milenaristas prueban (y a nuestro entender de modo irrefutable)la doctrina de la primera resurrección ,la de entre los muertos, la de todos los que son de Cristo en Su Venida, debiendo demostrar que estos argumentos están en conflicto con el sentido directo y literal de los textos citados o con otros lugares de la Sagrada Escritura.

E- Conclusión.

Mientras tanto creemos tener no solo la plena libertad, sino también, frente a los tesoros de la tradición apostólica y de las Escrituras, el deber de sostener y ensenar la doctrina de la primera resurrección , como una tesis central del Evangelio de Nuestro Señor, predicado y explicado por los Apóstoles. Ellos dirigieron la mirada de la Iglesia, Esposa de Cristo, no hacia la muerte, prometiendo el descanso del alma, sino hacia el día de la Redención de nuestro cuerpo, cuando venga el Esposo para reunirse con la Esposa, es decir: para “tomar a Si mismo” a todos lo que son de Él y que han anhelado Su Venida. Porque esta doctrina nos llena con el gozo de una Esperanza concreta, que no pasa por alto la suerte de nuestro cuerpo y hace fácil el “apartarse del mundo”, guardando sin mancha nuestra alma y nuestro cuerpo para aquel día glorioso.

CAPÍTULO VIII

 

UNA MEDIDA DE DISCIPLINA DOCTRINARIA QUE ORIENTA LA DISCUSIÓN.

Artículo 1: recapitulación de la doctrina milenarista

Surge la pregunta: ¿Dónde estarán los santos resucitados y los vivientes transformados, luego de ser arrebatados al encuentro de Cristo en los aires? Los milenaristas, tanto los antiguos como los modernos, contestan que vendrán con Cristo, cuando venga El  para destruir al Anticristo y para restaurar a Israel. Hecho esto, recibirán el Reino y se sentarán sobre tronos y reinarán con Cristo.

La Sede y el Centro de este Reino será la Jerusalén reedificada. Será, pues, un Reino en la tierra. Durará mil años, es decir, largo tiempo. Será la realización de todas las promesas de Dios hechas a Abrahán y su descendencia; y abarcará al mundo entero y a todas las naciones en él existentes. Este Reino tendrá su apoteosis en los últimos acontecimientos que han de iniciarse con el desencadenamiento de Satanás, que será por poco tiempo, y la rebelión de Gog y Magog; y terminará con la destrucción de aquellas gentes, seguida por la resurrección de los demás muertos y por el juicio delante del gran Trono Blanco. Luego se perpetuará este Reino para siempre jamás en la nueva creación, a la que bajará la Jerusalén celestial. Y Dios morará en medio de sus justos

Los milenaristas afirman, pues, que Cristo ha de venir a reinar, con sus santos resucitados, en esta tierra. La Sede y el Centro de este Reino será la Jerusalén restaurada.

Artículo 2º: Medida disciplinaria al respecto

Refiriéndose a esta enseñanza el Santo Oficio, interrogado por el Arzobispo de Santiago de Chile, ha dictado una medida de disciplina doctrinaria bien concreta. La carta, en la que se comunicaba esta medida, es como sigue:

Suprema Sagrada Congregación del Santo Oficio. Protoc. Nº 126-41

Del Palacio del Santo Oficio, 11 de julio de 1941.

Excmo. Y Revmo. Señor:

En su debido tiempo llegó al Santo Oficio la carta N2 126-40, fechada 22 de abril de 1940, en la cual S.Excia. Rma. Informaba que en esa Arquidiócesis habla quienes defendían el sistema de los milenaristas espirituales y que aumentaban más y más los admiradores de tal doctrina; así como también de la obra del P. Lacunza: ”Venida de Mesías en Gloria y Majestad”. Al mismo tiempo, solícitamente S.E. pedía, que se le dieran normas oportunas de parte de la Santa Sede.

Llevado el asunto a la sesión plenaria del miércoles 9 de este mes, los Exmos. Y Revmos. Cardenales de esta Suprema Sagrada Congregación mandaron responder:

“El sistema del milenarismo, aun el mitigado, es decir, el que enseña que, según la revelación católica, Cristo Nuestro Señor antes del juicio final, ha de venir corporalmente a esta tierra a reinar, ya sea con resurrección anterior de muchos justos o sin ella, no se puede enseñar sin peligro”.

Por tanto, apoyado en esta respuesta y teniendo presente, como S.E. mismo lo di, la prohibición del libro del P. Lacunza, hecha ya por el Santo Oficio, tratará de velar cuidadosamente para que dicha doctrina, bajo ningún pretexto, sea  enseñada, propagada, defendida o recomendada de viva voz o por cualquier clase de escritos.

Para realizarlo S.E. podrá emplear los medios oportunos no sólo con amonestaciones, sino también empleando la autoridad; dadas, si fuera el caso, las instrucciones que sean necesarias a los que enseñan en el Seminario o en otros institutos. Y si algo más grave ocurriere, no deje de comunicarlo al Santo Oficio.

Aprovechando la ocasión, le aseguro los sentimientos de mi grande estimación, quedando de su Excia. Revma. adictísimo

F.Card. Marchetti Selvaggiani

Secretario.

 Artículo 3º: El alcance de esta medida

No es nuestra finalidad la de entrar en el triste espectáculo que ha causado el abuso de esta medida del Santo Oficio, utilizada en el vasto campo de los acérrimos antimilenaristas sud-americanos contra sacerdotes y laicos, que con razón o sin ella fueron sellados como milenaristas. Sólo queremos reducir la medida a sus exactas proporciones, como la firme convicción de que esto es un deber de caridad y de justicia, inspirado por la obediencia.

Ante todo: aquí tenemos una medida disciplinaria en materia de doctrina y no una definición doctrinaria sobre el milenarismo. Esta medida disciplinaria fue tomada en la sesión plenaria del Santo Oficio el 9 de julio de 1941. Pero en aquel entonces no fue presentada, y por eso, no fue aprobada ni confirmada por el Sumo Pontífice como es de costumbre cuando se trata de una resolución de universal alcance. Tampoco fue publicada, por consiguiente, en A.A.S. Recién en la sesión plenaria del  Santo Oficio del 19 de julio de 1944 se le dio un carácter oficial. El28 del mismo mes fue publicada en la A.A.S. La redacción de la medida, en el último decreto tiene el mismo contenido que la carta, con la excepción de que la palabra “corporalmente” ha sido sustituida por “visiblemente”.

Así, pues, la formulación definitiva es: “El sistema del milenarismo, aun del mitigado, es decir, el que enseña que según la revelación católica Cristo Nuestro Señor antes del juicio final, ha de venir visiblemente a esta tierra a reinar, ya sea con resurrección anterior de muchos justos o sin ella, no se puede enseñar sin peligro”.

Decreto de la SUPREMA SACRA CONGREGACION DEL SANTO OFICIO publicado en ACTA APOSTOLICAE SEDIS, julio 28 de 1944, pág.212.

Postremis hisce temporibus non semel ab hac Suprema Sacra Congregatione S. officii quaesitum est, quid sentiendum de systemate Millenarismi mitigati, docentis scilicet Christum Dominum ante finale judcium, sive praevia sive non praevia plurium justorum resurrectione, visibiliter in hanc terram regnandi causa esse venturum.

Re igitur examini subjecta in conventu plenario feriae IV, diei 19 julii 1944, Emi. ac Rmi. Domini cardinales, rebus fidei et morum tutandis praepositi, perhabito RR. Consultorum voto, respondendum decreverunt, systema míllenarismi mitigati tute docere non posse.

Et sequenti feria V, die 20 ejusdem mensis et anni, Ssmus D.N. Pius Divina Providentia Papa XII, in solita audientia Excmo. ac Rmo. D. Adsessori S. Officii impartita, hanc Emorum. Patrum responsionem approbavit, comfirmavit ac publici juris fieri jussit.

Datum Romae,ex Aedibus S.Officii,die 21 julii 1944.

l.Pepe, Supremae S.Congr.S.Offici Notarius.

Con todo estamos aquí frente a una resolución disciplinaria de alcance restringido:

1ºNo se trata de una condenación de la doctrina del Reino, sino que se declara solamente que es peligroso enseñar un punto determinado de ella, a saber, el punto característico del Milenarismo mitigado

2º Es pues, una medida disciplinaria que prohíbela enseñanza de este punto característico del Milenarismo mitigado, por ser peligroso.

3º Este peligro procede, pues, no de la doctrina del Reino como tal, sino del punto determinado que, como se ve, afecta a los milenaristas mitigados

4º No cabe duda que con respecto al punto referido, la medida disciplinaria dicta una orden terminante, a la cual todo católico debe obedecer ampliamente como disposición de la autoridad competente.

Frente a estos hechos que indican las limitaciones de la medida, que siempre hay que interpretar en sentido directo y literal, creemos sinceramente que existe y sigue existiendo un abuso tan grande en Sud América, que nadie  se atreve a hablar todavía de las profecías escatológicas, ni aun de la Parusía. Y no hay ninguna duda de que este abuso antimilenarista es mucho más dudoso y peligroso que el punto de enseñanza milenarista, al cual se refiere la medida misma. Y tal abuso con que los antimilenaristas, apelando injustamente a esta medida, exigen simplemente una interpretación evolucionista de las profecías del Reino Mesiánico, va, ciertamente, mucho más lejos que el Santo Oficio mismo. Porque el carácter  de la medida  indica que la Suprema Congregación ha querido de ningún modo la discusión, prohibiendo la enseñanza del punto característico del milenarismo mitigado por considerarlo peligroso.

Artículo 4º: ¿Cuál es este punto, y por qué es peligroso?

He aquí dos preguntas muy importantes que debemos aclarar para poder captar la orientación que nos quiere dar el Santo Oficio.

A-¿Cuáles el punto prohibido?

La medida disciplinaria dice: no se puede enseñar sin peligro que, según la revelación católica, Cristo Nuestro Señor, antes del juicio final ha de venir visiblemente a esta tierra. De esto no se deduce que sería peligroso enseñar que Cristo ha de venir a reinar antes del juicio final; ni mucho menos que sería peligroso enseñar la doctrina de la primera resurrección. Porque la medida disciplinaria expresamente prescinde de esta cuestión diciendo: “Ya sea con resurrección anterior de muchos justo o sin ella”. El Santo Oficio quiere decir, pues, que: prescindiendo de la cuestión de la resurrección en primera, es peligroso enseñar que Cristo, antes del Juicio Final, ha de venir visiblemente a la tierra a reinar.

Se prohíbe pues, enseñar no que Cristo ha de venir a reinar (con sus santos o sin ellos anteriormente resucitados), sino que Cristo (con sus santos o sin ellos) ha de venir visiblemente a la tierra a reinar. En esto consiste, según la definición, la nota característica del milenarismo, aún la del mitigado.

B-¿por qué es peligroso?

Y ¿por qué es peligroso enseñar esto? La medida disciplinaria no lo dice expresamente. Pero es muy claro que esto tiene que ser un peligro que se sigue inmediatamente de aquella enseñanza milenarista, por mitigada que sea, la cual sostiene que Cristo (con sus santos o sin ellos) ha de venir visiblemente a esta tierra a reinar, antes del Juicio Final.

Ahora bien, quien conoce un poco la historia del milenarismo de los primeros siglos, sabe que existía un milenarismo judaizante y craso, que no sólo localizaba a Cristo con sus santos en la tierra mezclados con los viadores, sino que les atribuía también placeres carnales, que ciertamente eran la negación de todo el espíritu evangélico. Y aún en el milenarismo católico, la localización de Cristo con sus santos resucitados ha sido siempre un punto confuso.

Artículo 5º: Este peligro se palpa en el milenarismo antiguo.

El desarrollo de este pormenor tan importante en la doctrina del Reino de los padres y escritores de los primeros siglos  podemos sintetizarlo como sigue:

San Justino: dice que el centro y la sede del Reino de Cristo con sus santos será: “la Jerusalén edificada, adornada y amplificada”.

San Ireneo: habla también del centro y de la sede del Reino, y afirma que este será “la Jerusalén trazada por las manos de Dios re edificada según la imagen y el sello de la Jerusalén celestial”.

Ambos fijan, pues, nuestro ojos en la Jerusalén terrenal donde estará Jesús con sus santos para reinar, y según lo que parece estarán allí entremezclados con los viadores.

Tertuliano: es el primero (según los pocos documentos que nos han quedado) que dirige nuestras miradas a la Jerusalén celestial “Confesamos que nos ha sido prometido en la tierra el reino (este reino no es el cielo, sino un estado distinto del de ahora), después de la resurrección para el milenio, en la ciudad de la obra divina, en la Jerusalén trasladada del cielo. A esta Jerusalén el Apóstol llama nuestra madre de arriba, nuestra ciudadanía, nuestro municipio, que está en los cielos, indicando así una cierta ciudad celestial. Esta ciudad, Ezequiel la conoció y Juan la vio. Y aquel que cree, recibe el testimonio de la nueva profecía con que Juan,-según la visión que tenía-, anunció el aspecto de la ciudad antes de su manifestación futura. Hemos dicho que esta ciudad ha sido prevista por Dios para recoger a los santos resucitados, y para restablecerlos en la abundancia de todos los bienes espiritual es, que en la presente vida hemos despreciado o abandonado. Pues es también justo, y le agrada a Dios, que allí mismo donde han sufrido, allí también sean alegrados sus siervos”.

Comodiano: Afirma que aquellos que han sido devotos de la Jerusalén celestial, resucitarán para ser recogidos en aquella ciudad que descenderá del cielo. Esta ciudad recibe su luz de su mismo autor, y allí la noche no existe. Tiene su raíz en la tierra, pero su cabeza se pierde en los cielos.

Lactancio: Parece confirmar esto cuando dice: que Cristo después de su Venida, congregará a los justos de toda la tierra, y terminado el juicio, El constituirá la Santa Ciudad en medio de la tierra, y allí morará el Señor con sus justos que han de reinar. Esta es la ciudad que la Sibila indica cuando dice: “y la ciudad que ha hecho Dios, la hizo más esplendorosa que las estrellas, el sol y la luna”.

Ciertamente estas afirmaciones están lejos de ser claras. En los textos de San Justino y de San Ireneo palpamos que estos Santos Padres enfrentan un grandísimo misterio, que no logran penetrar ni aclarar. Tertuliano había entendido esto, y trataba de desarrollar este pormenor de la doctrina del Reino. El indica la Jerusalén celestial, una ciudad suspendida en el cielo, como sede y centro del Reino de Cristo con sus santos. Comodiano y Lactancio tratan de sintetizan las enseñanzas de San Justino e Ireneo con la de Tertuliano. Pero siempre queda la puerta abierta para la infiltración de las herejías judaizantes y crasas. Y las gravísimas desviaciones en las cuales cayó, según parece, el obispo de Laodicea, Apolinar, prueban que este peligro no era solamente un peligro teórico, sino que amenazaba verdaderamente la pureza de la doctrina católica, como nos indican los escritos de San Basilio Magno, San Gregorio y Epifanio.

Artículo 6º: Este peligro existe también en el milenarismo moderno.

¿Existe este peligro también en el milenarismo moderno, aún en el mitigado? Aunque no tuviéramos ningún hecho para probar esto, no quedaría ninguna duda de que verdaderamente existe; simplemente porque el Santo Oficio lo dice. Y Roma está siempre bien informada y no tiene la costumbre de pelear contra fantasmas.

A-  En las desviaciones adventistas.

En primer lugar tenemos las enseñanzas de los “adventistas”, que generalmente enseñan la Venida de un Reino Mesiánico en el cual se localiza a Cristo Rey con sus santos  en una Jerusalén terrenal entremezclado con los viadores, y en condiciones pintadas con colore tan “materiales•, que a veces hacen recordar las herejías de los judaizantes y de Cerinto con los suyos. Hay, pues, un peligro muy real y muy concreto para la sana doctrina de parte de los no-católicos, que además realizan una propaganda formidable para hacer penetrar sus enseñanzas.

Respetando  las buenas  intenciones de nuestros hermanos disidentes, no podemos dejar de señalar el peligro de esta propaganda “escatológica”. Sus enseñanzas sobre las profecías, presentadas en escritos y transmitidas por radio, penetran en innumerables hogares católicos y tienen por su unción y por su seriedad una fuerza persuasiva que ciertamente no se anula con “prohibir escuchar”. Frente a esta propaganda acerca de las profecías escatológicas, no podemos callarnos. Esta política de avestruz no contrarresta, sino que ayuda a esta propaganda.

B- En el moderno milenarismo católico

Por lo que se refiere al moderno milenarismo católico, tenemos ante todo el erudito libro del P. Lacunza, “La Venida del Mesías en Gloria y Majestad. Observaciones de Juan Josephat Ben Ezra. hebreo-cristiano, dirigidas al sacerdote cristófilo” ‘La carta del Santo Oficio la nombra en su parte informativa. De esto se desprende cual ha sido la razón de que esta obra, reconocida por todos los exégetas como de grandísima erudición y valor, fuese puesta en el índice.

En efecto, ninguno de los admiradores de la obra del P. Lacunza puede negar que, en su análisis de las profecías escatológicas, la posición de la Iglesia queda muy oscura. No distingue bien entre la Iglesia como organización  jerárquica y jurídica fundada sobre Pedro, y la Iglesia como cuerpo místico de Cristo, su Cabeza. No deja entrever bien qué Iglesia jerárquica sea el instrumento con que el Espíritu Santo congrega en un cuerpo a todos los hijos dispersos de Dios, para preparar la Esposa de Jesús.

En su concepto la Iglesia parece más un instrumento para agregar a la gran familia de Abrahán según la carne, nuevos hijos de entre los gentiles según la fe, como si fuera ella una especie de apéndice de la Antigua Sinagoga, sin ningún fugar y carácter propios. Parece que en su concepto la esposa de Cristo es el pueblo judío y no la Iglesia; lo que ciertamente está en oposición con las Escrituras, que distinguen con suma claridad entre el pueblo de Dios, -los judíos, herederos del Reino como servidores y súbditos del Rey-Mesías-, y la Iglesia, Esposa de Cristo, congregada de entre todos los pueblos y naciones, sin distinción de judíos y gentiles, de esclavos y libres, coheredera con Cristo y por eso ce-reinante.

Esa falta de claridad de concepto perjudica y perturba mucho la visión sobre la sede y el centro del Reino. Además localiza a Cristo con sus santos en la Jerusalén terrenal, abriendo así la puerta a interpretaciones carnales. ¡Peligro que se acentúa frente a las desviaciones adventistas, a cuya propaganda hemos de hacer cara! Por eso dice la medida del Santo Oficio, que no se puede enseñar sin peligro, que Cristo (con sus santos o sin ellos), antes del juicio Final, ha de venir a reinar visiblemente en esta tierra, ya que el milenarismo de la escuela del Padre Lacunza parece sostener esta tesis

En qué grado existe este peligro entre los discípulos de Lacunza en Chile o en el resto de Sud América no podemos verificarlo, ya que no existen exposiciones escritas por ellos. Sin embargo, aquel que estudia con atención la síntesis del artículo del Padre Rovira S.J. o analiza bien la que nos ofrece el Padre Alcañiz S.J. en su libro “Ecclesia Patrística el milenarismus”, llega a la conclusión de que ellos, según parece, sostienen la tesis de Lacunza.

Rovira, apoyándose en Cornelio a Lapide, al que ciertamente no se puede inculpar de milenarista, dice:

“Destruido el Reino del Anticristo, la Iglesia reinará en la tierra; y de los judíos y gentiles se hará un solo redil con un solo pastor”. Aquí, con razón se puede preguntar ¿La Iglesia que reina, es la Iglesia de los resucitados o la de los viadores? Y si es la de los viadores, ¿cómo es la relación de esta iglesia con respecto al pueblo judío restaurado, y con respecto a Cristo y a sus santos resucitados?

Alcañiz, sosteniendo que durante la presente edad, Roma ha de ser la Sede y el Centro de la Iglesia, afirma que Cristo mismo la puede trasladar y de hecho la trasladará a Jerusalén cuando El venga a reinar; y que los judíos, convertidos a Cristo, formarán la parte más fervorosa de ‘ la Iglesia cristiana. Y a la pregunta: ¿cómo reinarán los santos? contesta en nombre de los milenaristas modernos: que reinarán con Cristo en la tierra sin que esta presencia en la tierra incluya un exilio del cielo, ni la su pensión de la visión beatífica. Y por lo que se refiere al trato que los santos resucitados tendrán con los viadores durante el Reino, dice que no será de otro carácter que el trato que tenía el mismo Cristo resucitado con sus discípulos, durante los cuarenta días antes de su ascensión al cielo.

Como se ve, escapan con habilidad a las dificultades sin resolverlas. El peligro que el Santo Oficio señaló se acentúa. En el milenarismo de los primeros siglos se ve con claridad desarrollarse una distinción entre la

Jerusalén celestial, donde estará Cristo con sus santos, y la Jerusalén terrenal, centro de la Israel restaurada. Pero el milenarismo moderno no ha aprovechado para nada esta orientación.

Artículo 7º: Este peligro no afecta el fundamento de la doctrina del Reino.

Creemos, pues, que nadie puede negar que la medida de disciplina doctrinaria pone el dedo en el punto débil, señalando el peligro con tanta delicadeza como sabiduría. Pero deducir de esto, que queda prohibido con esta medida la enseñanza de la tesis fundamental de la doctrina del Reino, como hacen los antimilenaristas, está fuera de toda lógica.

Porque la medida disciplinaria no afecta en lo más mínimo ni la tesis común de no-milenaristas y milenaristas (que el triunfo de Cristo y de su Iglesia ha de realizarse con la Venida del Reino Mesiánico, después de destruido al Anticristo y restaurado Israel), ni tampoco la tesis puramente milenarista de la primera resurrección, ya que la medida explícitamente prescinde de esta cuestión.

Además, las dificultades que surgen contra la conclusión de una argumentación sólida nunca pueden destruir esta conclusión. Es decir: si con sólidas premisas, basadas en la revelación divina, queda probado que Cristo ha de venir a reinar con sus santos por largo tiempo, antes del juicio final, y de destruido el Anticristo y restaurado Israel, entonces las dificultades que surgen luego del ¿cómo será esto? dejan intacta la conclusión fundada. Sólo nos obliga a gran prudencia y sólo nos empuja a escudriñar más profundamente las Escrituras, clamando al Padre de las luces para que nos enseñe las cosas dificultosas que nosotros no sabemos (Conf. Jer.33, 3)

Artículo 8º: División de la materia a tratar

¿Cómo, pues, evitar este peligro y resolver las dificultades? El lector se habrá dado cuenta de que todas las dificultades en la interpretación de las profecías escatológicas, giran alrededor de la posición de la Iglesia.

Estas dificultades afectan tanto la tesis milenarista, como la de los no-milenaristas.

Cuando los no-milenaristas objetan a los milenaristas, que éstos, al aplicar todas las profecías acerca del Reino Mesiánico al pueblo judío, hacen de la Iglesia una especie de apéndice de la Sinagoga, ellos a su vez replican con razón que los no milenaristas hacen de la Israel restaurada una especie de apéndice de la Iglesia en su triunfo. La confusión es muy grande. En el campo protestante existe una anarquía doctrinal absoluta a este respecto. Allá la vieja y anticuada tesis básica de la Iglesia “invisible” ha sido conmovida en su argumentación, tanto por los historiadores protestantes modernos, como por los propugnadores de la doctrina de la renovación escatológica surgidos entre ellos

1º) Aclaremos, pues, el concepto de la Iglesia en su carácter, misión y lugar en la edad presente y futura.

2º) Tratemos luego de resolver las diferencias entre milenaristas y no-milenaristas a la luz de este concepto.

3º) Veamos, finalmente, como esta resolución concuerda perfectamente con la medida de disciplina doctrinaria del Santo Oficio.

Estos tres puntos serán el motivo de estudio en los capítulos siguientes.

***

 

SOBRE LA CONDENA DEL MILENISMO

Tomado de la obra de Alcañiz S. J. – Castellani, “La Iglesia patrística y la Parusía”

Otra cosa que es forzoso aclarar.

Hallamos en muchos autores, incluso “serios”, el aserto d que “el milenismo ha sido condenado”. O “lo será”. O “debe serlo”. Es falso.

El milenismo carnal o “kilialismo” SI: ha sido condenado. ¿Dónde?

No hay ningún decreto Conciliar o Pontifical condenatorio dél, que nosotros sepamos. En la recopilación del Denzinger se nombra ciertamente a Kerinthos, pero no como milenista sino como negador de la divinidad de Cristo -como muchos judíos actuales, Kerinthos parece haber aceptado a Cristo como Mesías o Profeta, pero no como Hijo de Dios- en la condena a los Ebionitas (“Ebionem, Cerinthum, Marcionem, Paulum Samosatenum, Photinum… qui… Jesu Christum Dóminum Nostrum verum Deum ese negaverunt…) en el Decreto para los Jacobitas del Concilio de Florencia, 1483, Denz. 720.

Los que hubieren leído los 12 tomos del Mansi, si acaso han hallado la condena expresa del milenismo carnal, haríanos favor nos la indicando.

Pero el Kilialismo Kerenthiano está seguramente condenado en los escritos de los Santos Padres; en lo que llaman “el magisterio ordinario”. Ni una sola línea de las que escribió Kerinthos nos ha llegado; lo cual puede explicar la ausencia de condena expresa y formal. No conocemos propriis términis la herejía de Kerinthos.

Los santos padres se desencadenan contra ella, algunos con verdadera furia; por su afirmación de que habría bodas después de la resurrección (entre resurgidos); contra la afirmación del Evangelio; Lc. XX, 27.

El milenismo espiritual por el contrario no ha sido condenado, ni jamás lo será: la Iglesia no va a serruchar la rama donde está sentada; es decir, la Tradición.

Hubo hace poco dos decretos disciplinares para la América del Sur de una sacra Congregación Romana en que se prohíbe enseñar como “peligroso” (sin condenarlo como “erróneo”) una especie de milenismo. ¿Qué especie?

Aquel que sostiene que “Cristo reinara corporalmente en la tierra”, dice el primer decreto informativo al arzobispo de Chile; “visiblemente”, corrige el 2° decreto, extendido a toda la América del Sur (11-VII-1940 y 28-VII-1944).

La corrección del adverbio “corporaliter” sustituido por “visibiliter” es fácil de comprender. El alegorista que redactó el primer decreto no advirtió quizá que sin querer se condenaba a sí mismo. En efecto, los alegoristas o antimilenistas sostienen como hemos visto que el profetizado Reino de Cristo en el universo mundo es este de ahora, es la Iglesia actual tal cual. ¿Y cómo reina ahora Cristo en este reino? Reina desde el Santísimo Sacramento. ¿Está allí corporaliter? Sí.

Había que corregir rápidamente eso.

Está pues prohibido enseñar en Sudamérica que Cristo reinará visiblemente desde un trono en Jerusalén sobre todas las naciones; presumiblemente con su Ministro de Agricultura, de Trabajo y Previsión y hasta de Guerra si se ofrece.

Muy bien prohibido. Teología a la Fulton Sheen. “Teología para negros”, llama a esta fábula Ramón Doll. Con perdón de los negros.

Ningún Santo Padre milenista -y hay muchos, como hemos visto- o cualquier escritor actual serio, ha descripto así el Reino de Cristo. Simplemente no añaden nada de su cosecha, que sería temeridad, a lo que el Evangelista y los Profetas dicen; y ellos no dicen tal cosa.

Uno es libre de imaginar como quiera o pueda el futuro Reino; pero no de “enseñar” sus propias imaginaciones.

Yo no enseño “ni huno ni hotro, ch’amigo”: ni a Kerinthos ni a San Ireneo: tengo otras cosas que enseñar. (Con pesar me veo obligado a hablar de mí, porque una persona que enseña, y por cierto con (cierta) autoridad, me ha difamado enseñando autoritativamente que soy milenista.)

Quisiera ser San Ireneo de Lyon. No me da el cuero para tanto. No tengo talento suficiente para zanjar un problema tan difícil. Lo que en mi fuero interno para mí tengo, eso es cosa entre Dios y yo; que no le incumbe nada al desaprensivo difamador.

Dije arriba que la Iglesia NUNCA CONDENARÁ el milenismo espiritual; y he aquí mis razones:

La Iglesia enseña que las dos fuentes de la doctrina revelada son la Escritura y la TRADICIÓN. La tradición de la Iglesia Primitiva (la más importante de todas) durante cuatro siglos por lo menos ha sido milenista. Aunque fuese una tradición “dudosa” (como dicen y no parece) la Iglesia Romana no se arriesgaría a condenarla; incluso por simple “política”; quiero decir, buen gobierno. Condenarla sería como guadañarse los pies queriendo guadañar la cizaña.

Los Protestantes niegan la Tradición como fuente autoritativa. Cuando estallo el gran movimiento de la Reforma, dos doctores protestantes, Dellaeus y Dedóminis, argumentaron contra la Tradición diciendo: la Tradición primitiva se equivocó, pues sostuvo el milenismo, el cual es falso, según la Iglesia romana deste tiempo. Si la Iglesia romana condenara el milenismo espiritual haría bueno el argumento de Dellaeus. Y ya no se podría saber seguro cuál cosa es “tradición” y cuál no era tradición.

Y tampoco se podría saber cierto cómo interpretar la Escritura; porque si todo el Cap. XX del Apokalipsi es “mishdrash”, o sea, puro mito o alegoría ¿por qué no lo será todo el Apokalipsi? ¿Y por qué no toda la Escritura, si vamos a eso? ¿Por qué no la resurrección de Cristo? ¿Por qué no su nacimiento partenogénico? Eso dicen hoy día los “Teólogos” modernistas y protestantes liberales. Dicen que son solamente símbolos o metáforas, no realidades.

Un último punto curioso deseo brevemente relevar: muchos de los actuales alegoristas, si no todos, son en el fondo milenistas carnales. En efecto, negando el postparusáico Reino de Cristo, se ven obligados a reponer el cumplimiento de las profecías en un futuro gran triunfo temporal de la Iglesia antes de la Segunda Venida; o sea, en una “Nueva edad Media” (ver Berdiaeff y también R. H. Benson en “The Dawn of All”) con el Papa como Monarca Temporal Universal, comandando ejércitos de alegres “jocistas” en bicicleta y camiseta sport… Coinciden con el sueño de la Sinagoga antes de la Primera Venida.

Coinciden también helás con la extraña visión de milenismo ateo de Carlos Marx; no menos que con las barrocas promesas de la muy extendida secta protestante judaizante llamada en Norteamérica “la Nueva Dispensación”. Son todos pájaros de la misma pluma.

Lo último de lo último que debieran (o no debieran) hacer, es tacharme a mí de “milenarista” como dicen ellos.

***

leonardo-castellani 

POSICIÓN DEL PADRE CASTELLANI SOBRE EL MILENIO

            [A] RESUMEN:

En puridad de verdad, existen solamente dos «sistemas» o maneras de entender la Escritura, que son:

            * el Milenismo Espiritual (que habría que llamar simplemente la Exégesis Antigua), con su corrupción el Kerinthismo o Milenismo Carnal o Kiliasmo.

            * el Alegorista, con su corrupción el Racionalismo Bíblico Moderno.

            Alegorismo, es la opinión de los que sostienen que el capítulo XX del Apocalipsis se debe interpretar alegóricamente.

            Milenarismo, es la opinión que interpreta el mismo pasaje en sentido literal. Se divide en carnal y espiritual.

            Milenarismo carnal, designa la tendencia judaizante y novelesca que en los primeros siglos imaginó un triunfo temporal y mundano de Cristo, semejante al que de hecho le exigiera el fariseísmo en vida; con un séquito de satisfacciones, desquites y deleites groseros para los resucitados, en los cuales la fantasía animal se dio libre curso: imaginó para los hombres justos después de su resurrección una vida de muchos siglos jubilosa, a la manera del Viejo Testamento. En fin, una vida no muy diferente de la actual mortal, pero mucho más próspera y feliz. Además, este milenismo interpreta en sentido literal crudo tanto la Ciudad de Jerusalén Nueva como todas las demás promesas de los Profetas. Todo esto se debería cumplir durante Mil Años como compensación a los trabajos y dolores de los justos en este tiempo malo.

            [ Milenarismo carnal-mitigado ], imagina un Reino temporal de Cristo a la manera de los imperios de este mundo, con su corte en Jerusalén, su palacio, sus ceremonias y festividades, su presencia visible y continua, y hasta su ministro de Agricultura. Interpreta con literalismo la prosperidad terrena y los bienes temporales que describen los Antiguos Profetas y se complace como si dijéramos en la restauración del Paraíso Terrenal.

            Milenarismo espiritual: una teoría exegética que estatuye dos resurrecciones, una parcial y otra total, y un reino triunfante de Cristo entra ellas, sobre la tierra, y antes de la íntegra beatitud final. En suma, el milenarismo consiste en creer al Día del Juicio no un día material y un lugar geográfico, sino un período y un estado, un ciclo enteramente sobrenatural. Este milenismo se constriñe a lo que llamamos «puntos capitales», dejando todo lo que ha sido añadido a la palabras de la Escritura y todo lo que suene a grosero o menos delicado.

            [ Milenarismo mitigado ]: enseña que antes del juicio final, con previa o sin previa resurrección de justos, Cristo volvería a la tierra a reinar visiblemente.

            Alegorismo: enseña que el Milenio no es otra cosa que este tiempo, es decir, todo el «reinado» de la Iglesia desde la Ascensión de Cristo; y que así debe interpretarse el capítulo XX del Apocalipsis, es decir, como una «alegoría» de la actual vida de la Iglesia, excepto cuatro versículos del medio (7 a 10) que ésos sí se refieren literalmente al Anticristo y al fin del mundo. De donde no hay «resurrección primera y segunda», como dice el texto, sino una sola. Lo que sigue, o «segunda resurrección», hasta el fin del asendereado capítulo significa el Juicio tanto Particular como Universal, y la gloria del Cielo o su pérdida eterna. Aquí la palabra «resucitar» está tomada en sentido propio y no metafórico».

            [B] EN «CRISTO ¿VUELVE O NO VUELVE?»:

«Esos mil años, después de la resurrección primera, en que reinarán con Cristo los mártires, los interpreta para antes de la Segunda Venida de Cristo una escuela exegética llamada evolucionista, y para después de esa Venida, otra escuela llamada milenarista.

El milenarismo se divide en milenarismo carnal y milenarismo espiritual. El milenarismo carnal o judaizante, técnicamente llamado quiliasmo, ha sido prohibido por la Iglesia; la cual también ha prohibido la enseñanza de un milenarismo espiritual llamado mitigado en las regiones de Sud América, con el Decreto disciplinar de la Sagrada Congregación del Índice del 22 de abril de 1940.

            Evolucionismo, es la opinión de los que sostienen que el capítulo XX del Apocalipsis se debe interpretar alegóricamente. Es decir, que la primera resu­rrección significa la gracia; los tronos significan los obispos; las almas de los degollados significan los buenos cristianos; y el Milenio no es otra cosa que el reinado actual de la Iglesia en el mundo. Tropos…

            Milenarismo, es la opinión que interpreta el mismo pasaje en sentido literal. Se divide en espiritual y carnal; o por otro nombre, craso.

            Milenarismo carnal, designa la tendencia judaizante y novelesca que en los primeros siglos imaginó un triunfo temporal y mundano de Cristo, semejante al que de hecho le exigiera el fariseísmo en vida; con un séquito de satisfacciones, desquites y deleites groseros para los resucitados, en los cuales la fantasía animal se dio libre curso. Este quiliasmo desmesurado fue condenado por la Iglesia, después de haber suscitado las iras, también un poco desmesuradas, de San Jerónimo. Como actitud espiritual, este milenarismo no deja de subsistir incluso hoy día; por ejemplo, en algunas sectas protestantes y en la mística de los grandes imperialistas actuales.

El milenarismo espiritual se puede resumir en estas palabras de Hallo: «Un Milenio está predicho en la Escritura; ese período todavía no se ha dado; en qué consiste a punto fijo y en pormenor no lo sabemos; cuando se dé, lo sabremos».

Así expresado, con discreción y agnosticismo, ese quiliasmo no ha sido jamás condenado por la Iglesia; ni –audemus dicere– lo será nunca, por la simple razón de que la Iglesia no va a condenar la mayoría de los Santos Padres de los cinco primeros siglos, entre ellos a los más grandes.

Lo que ha hecho la Iglesia ha sido prohibir por un decreto del Santo Oficio la enseñanza de un milenarismo mitigado, claramente definido en la misma prohibición, la cual naturalmente no sería lícito ampliar. porque «odiosa sunt restringenda»; a saber: «el milenarismo de los que enseñen que antes del juicio final, con previa o sin previa resurrección de justos, Cristo volvería a la tierra a reinar corporalmente».

Este decreto es del 9 de julio de 1941. El decreto ut jacet agarraba también a los exégetas llamados evolucionistas, puesto que, según éstos, Cristo reina ya corporalmente –desde el Santísimo Sacramento– a partir de su Resurrección hasta el Fin del Mundo. Pero no tocaba, según parece, a los milenaristas sensatos.

Salió otro decreto aclaratorio tres años después, 1944, en el cual la palabra corporaliter ha sido cambiada por visibiliter. Conforme a él, queda excluida la enseñanza, no sólo del milenarismo craso, mas también del carnal-mitigado, que imagina un Reino temporal de Cristo a la manera de los imperios de este mundo, con su corte en Jerusalén, su palacio, sus ceremonias y festividades, su presencia visible y continua, y hasta su ministro de Agricultura…

Nosotros no enseñamos ni creemos ninguno de estos dos milenarismo, está de más el decirlo; aplicamos aquí simplemente al Apocalipsis el llamado en exégesis sistema escatológico, en oposición al sistema histórico y al sistema alegórico«. (págs. 67-69)

            [C] EN «LOS PAPELES DE BENJAMÍN BENAVIDES»:

«Llámase milenarismo una teoría exegética que, interpretando literal y no alegóricamente el capítulo XX del Apocalipsis estatuye dos resurrecciones, una parcial y otra total, y un reino triunfante de Cristo entra ellas, sobre la tierra, y antes de la íntegra beatitud final; con las consecuencias que de esto se derivan en la interpretación de los Profetas y de toda la Escritura.

En suma, el milenarismo consiste en creer al Día del Juicio, que es un dogma de fe, no un día material y un lugar geográfico, sino un período y un estado, un ciclo enteramente sobrenatural; y eso no por racionalismo o fantasía, sino por encontrarlo así escrito, a la letra, en las dos grandes profecías postrimeras, Daniel y Juan, con dos textos coincidentes del apóstol Pablo.

Milenarismo y antimilenarismo representan en la realidad histórica hodierna dos espíritus, dos modos de leer la Escritura, y de ver en consecuencia la Iglesia y el Mundo.

El milenarismo se apoya en el sentido literal de un pasaje, que, así entendido, abre el sentido literal y trascendental de muchos otros, y por ende transfigura –o configura o desfigura– todo el Libro.

El antimilenarismo, interpretando el mismo alegóricamente, por huir dificultades o por recelo del abuso del kiliasmo carnal, autoriza por el mismo hecho a aplicar la alegoría a otros lugares oscuros e incluso a toda la Escritura: y los resultados no son indiferentes.

La historia de estas dos opiniones en breves líneas es la siguiente:

El milenarismo ingenuo, aún no teológico, fue la opinión de la primitiva Iglesia, como se puede colegir de sus expositores primeros, «grandes varones de la Iglesia y numerosos mártires» –para usar la fórmula de su mismo encarnizado adversario San Jerónimo–, a saber: Papías el Viejo, San Justino, San Ireneo, San Hipólito, Tertuliano, Metodio de Olimpo, Victorino Mártir el primer comenta­dor del Apocalipsis, Lactancio, San Agustín junior, y Tyconio el primer exégeta digamos científico de las profecías parusíacas y hereje donatista por desgracia.

Del seno de este milenarismo ingenuo brotó la versión crasa, herética o judaizante, que se atribuye a Cerinto o Kerintos, llamada milenarismo carnal o kiliasmo, corrupción de una doctrina en sí misma inofensiva que excitó en su contra el celo de los apologistas y las iras del gran polemista que fue San Jerónimo; el cual sin embargo en todas sus invectivas especifica su blanco que es la carnalidad y grosería del hereje Cerinto y sus seguidores; y advierte que el milenarismo ingenuo no puede ser condenado, por haber sido tenido por muchos Santos Padres y por cierto apostólicos; y rindiendo tributo a la verdad confiesa que «interpretando según el sentido no hay más remedio que ser milenarista» –que judaizar– dice él; y que alegorizando el Apocalipsis, es fuerza alejarse de la tradición exegética tanto latina como griega.

San Agustín es milenarista en su Sermón 259. Bajo la presión de San Jerónimo, que le amonesta de los peligros muy reales entonces del kiliasmo, propone una interpretación alegórica del Apocalipsis XX en su De Civitate Dei, que no es una retractación absoluta de su exégesis primigenia, sino una inter­pre­tación optable dirigida en apologeta contra los abusos del milenarismo carnal; interpretación que fue adoptada por gran parte de la exégesis medieval, que ocupada en edificar la Iglesia no tenía premura en profetizar sobre su fin; y convertida en «exclusiva», por una parte de la exégesis oficial moderna.

(…) El milenarismo real no enseña otra cosa sino que Apocalipsis XX y I Corintios XV pueden ser interpretados literalmente sin quiebra de la fe ni inconveniente alguno; que así lo entendieron los padres apostólicos y después de ellos, en el curso de la historia, innumerables doctores y santos; que de ello se sigue la probabilidad de dos resurrecciones, una parcial y otra general, con un período místicamente glorioso de la Iglesia Viante entre ellas» (págs. 411-418).

«Yo no creo que Cristo haya de reinar mil años en la tierra visiblemente, ni después ni antes de la resurrección total o parcial de los muertos. Yo lo que creo es la interpretación literal del capítulo XX de la Revelación más probable que la otra, exegéticamente hablando. Según esa interpretación, habrá dos resurrecciones, una enseguida del Anticristo, otra después de un largo período de tiempo, en el cual tiempo «reinarán los santos con Cristo», visible o invisiblemente, no me meto. Eso dice literalmente y categóricamente el de Patmos. Y el pasaje de San Pablo en Corintios XV:22, lo mismo que su paralelo el de Tesalónicos IV:13; no lo contradice nada, antes al contrario calza allí sin el menor esfuerzo. Y ese largo período de tiempo entre una y otra resurrección es ni más ni menos «el día del juicio» –que como los de la Creación, no ha de ser un día solo– pues dice el sagrado texto: «Y vi tronos y sentáronse sobre ellos y les fue dado el juzgar» (págs. 383-384).

«Si yo dijera: «Ya que de alguna manera la grey cristiana ha de imaginarse el triunfo definitivo de Cristo, preferible es que lo imagine sobrenatural y después de la Parusía, que no este turbio milenarismo natural en boga hoy día, hijo del racionalismo, del miedo y de las rabiosas ganas de vivir de todo enfermo…»; si yo dijera: «Ya que de todos modos el milenarismo es psicológicamente necesario, preferible es el milenarismo de los Santos Padres…», haría un razonamiento verdadero. Pero no en ese razonamiento se basa el milenarismo mío; que es el bueno. Mi basamento es que no me resulta tragable de ningún modo la interpretación alegórica del capítulo XX del Apocalipsis, la segunda interpreta­ción de San Agustín cuando, apremiado por San Jerónimo, que le ponderaba los peligros del milenarismo en su corrupción carnal, creó genialmente el mito de la edad próxima, la edad de la Iglesia de Tiatira: mito en el sentido de una imagen real que preside como ideal colectivo los movimientos y las creaciones de la historia, en este caso una especie de Parusía parcial se avecinaba, la destrucción del Imperio de Constantino y la inmensa tarea de la creación de la Cristiandad europea.

El vicio de hoy es dar esa interpretación como exclusiva (lo cual se guardó muy bien San Agustín de hacerlo) lo cual es convertirla en literal, lo cual es contradictio in adjecto. Y eso es pura y simplemente dar por tierra con toda la interpretación del Apocalipsis. Porque si hemos de interpretar por fuerza alegóricamente un capítulo, no sé por qué no podemos hacer lo mismo con todos los demás; y entonces, con toda la Escritura. Perece la regla de oro de San Agustín, perece la doctrina exegética de Santo Tomás, perece la reciente consigna de Pío XII en su encíclica sobre la Escritura. El Apocalipsis se vuelve en centón de adivinanzas.

La interpretación alegórica, vuelta literal, si bien se mira, tiene contradicciones. Basta poner el texto y la interpretación a dos columnas, y el entendimiento se ve precisado a hacer cabriolas. Vean un poco: «Y vi un Ángel descendiendo del cielo». Así comienza el capítulo XX. Esa conjunción «Y» (kai), que es la continua bisagra del estilo joano, une esta Visión con la anterior, como una narración seguida, naturalmente. ¿Y cuál es la Visión anterior? La derrota del Anticristo y del Pseudoprofeta con todos sus ejércitos; es decir, el fin del mundo, según la interpretación alegórica. Y después de narrar la Parusía, tranquilamente el escritor sagrado, recula veinte siglos o cuarenta, y se planta en la Ascensión de Cristo…

Hombre, se trata de una recapitulación. Antes de descubrir la gloria del cielo, echa un vistazo fugaz a toda la vida de la Iglesia Militante y Triunfante. Es como un paréntesis.

Vamos a ver esa recapitulación… fugaz: [Más abajo viene en dos columnas la interpretación alegórica. Luego continua de este modo]:

He aquí la interpretación alegórica del Milenio, que representaría toda la vida de la Iglesia; y después vendría de nuevo la narración del Combate del Anticristo en otra forma diversa: el diablo suelto de nuevo, Gog Y Magog, un ejército de los cuatro vientos de la tierra, el asedio de Jerusalén por huestes como la arena del mar, fuego que cae del cielo, y el diablo enviado al infier­no, donde –dice San Juan– también la bestia y el mal profeta serán torturados día y noche por todos los siglos.

Bien diverso parece eso de la otra visión del Anticristo. Tan diverso que ya no se pueden conciliar.

Esta lectura de San Agustín es una anticipación, una imagen que informó como un ideal viviente toda la maravillosa obra misionera y organizadora de la Iglesia del Medioevo. Pero si usted la saca de allí, y le quiere dar sentido literal, dígame usted qué es lo que no se puede hacer de cualquier visión del Apocalipsis con ese método.

La verdad es que muchos teólogos de nota, mi maestro Billot entre ellos, dan a esa Visión un sentido más concreto; creen –y yo lo he creído mucho tiempo– que esos mil años son literales, pero preparusíacos; que son el tiempo del gobierno social de la Iglesia, que comenzó con Carlomagno y terminó en 1789. Según ellos, el demonio estaría ahora desatado; como parece indicar la oración de León XIII que rezamos al fin de la Misa.

Así quedamos siempre en las mismas –dije–. No sabemos si hay una o dos resurrecciones; no sabemos si hay un reinado de Cristo sobre la tierra después del Anticristo; o si la caída de la bestia engulle al mundo en fuego y azufre y transforma de golpe la humanidad en el Paraíso superterreno de Dante, después de haberla calcinado.

No quedamos en las misma –dijo don Benya–, porque quedamos en una u otra, condicionalmente; y excluimos ese gran triunfo temporal de la Iglesia antes de la Parusía, que me parece un peligroso ensueño contemporáneo» (393-398) 

 

            [D] EN EL «APOCALIPSIS DE SAN JUAN»:

«Este es el tan controvertido capítulo XX del Reino Milenario. Yo prefiero por muchas y válidas razones su interpretación literal; es decir, que esto que arriba está dicho, así se cumplirá tal cual; de modo que leerlo basta, y huelgan explicaciones.

Indicaré aquí sin embargo la otra interpretación, la alegórica, que inventó en el siglo IV el hereje donatista Tyconius, y repitió minuciosamente San Agustín en el capítulo XX de su De Civitate Dei. Estos mil años significa­rían todo el tiempo de la Iglesia desde la Ascensión de Cristo hasta el Anticristo; los fieles reinan es ese tiempo sobre la tierra –porque servir a Dios es reinar–, y también en el cielo, donde los muertos tienen la gloria eterna y se pueden llamar resucitados; porque la Primera Resurrección no es sino la gracia de Dios.

El demonio será echado al abismo, quiere decir estará escondido en los pechos de los malvados, no engañará más a las Gentes, quiere decir a los cristianos; será soltado breve tiempo en la época del Anticristo, al cual se refieren solamente 4 versículos, del 7 al 10, de este capítulo.

La segunda muerte es el infierno, por más que, bien mirado, debería decirse Tercera; porque la primera es perder la gracia; la segunda, nuestra corporal hermana muerte; y la tercera, el infierno.

Los tronos o sedes son los palacios de los Obispos.

            Las almas de los degollados que reviven son simplemente todos los cristia­nos en gracia de Dios.

San Agustín advierte que no sabe si esta interpretación es la buena o no; cosa en que no es imitado por ninguno de los actuales «alegoristas», muchos de los cuales además incriminan de «heréticos» –y de ridículos, y de judaizantes, y de zotes, y de groseros, y de perturbadores– a aquellos que no gustan de ella.

Según esta teoría, los «Mil Años» de San Juan significan tres años y medio, y dos mil años, y también toda la eternidad a la vez (…) Item, la palabra muerte tiene tres sentidos diferentes; lo mismo que la palabra resurrección, en su afán de no admitir dos resurrecciones, Primera y Segunda, como dice el texto, ponen tres. ¿Qué pensar de un escritor que usa una misma palabra en tres sentidos diferentes, dos de ellos inconciliables entre sí, en un mismo capítulo y sin decir ¡agua va!, ni indicar en modo alguno el cambio de léxico? Pregunta puesta, dada la respuesta: San Juan fue un «ido», en ese caso.

Toda la tradición antigua en masa durante los cuatro primeros siglos de la Iglesia entendió en este capítulo simplemente que habría un largo período de paz y prosperidad en el mundo (mil años o bien mucho tiempo) después del Retorno de Cristo y el refulgir de su Parusía; que habría dos resurrecciones, una parcial de los mártires y santos últimos, otra universal al fin de buenos y malos, lo cual también San Pablo dice;que todo este largo tiempo es quizás lo que designamos con el nombre de Juicio Final, el cual se describe metafóricamente al final del capítulo; es decir, se describe su término y finiquito un día solar.

El Reino de los Mil Años es la parte más dura, difícil y discutida de la Profecía de San Juan; pero es donde toda ella confluye.

La otra alternativa, la de interpretar alegóricamente las profecías mesiánicas y aplicarlas a la Iglesia actual, tiene un efecto pavoroso: la Biblia se convierte en literatura; y por cierto, en mala literatura». (págs. 240-243).

            [E] EN «LA IGLESIA PATRÍSTICA Y LA PARUSÍA»:

«En puridad de verdad, existen solamente dos «sistemas» o maneras de entender la Escritura, que son, la del Milenismo Espiritual (que habría que llamar simplemente la Exégesis Antigua), con su corrupción el Kerinthismo o Milenismo Carnal o Kiliasmo; y la Alegorista, con su corrupción el Racionalismo Bíblico Moderno. La frecuentación de los exégetas antiguos o modernos muestra fácilmente a cualquiera estas dos escuelas, que son opuestas por el diámetro; ninguna de las cuales condenada por la Iglesia, aunque sí sus dos degeneraciones o corrupciones». (pág. 57).

«El milenismo puede distinguirse en tres clases, conforme se desarrolló en la historia:

            1) el milenismo craso, o carnal, o judaico (Kerinthos o Cerinto)

            2) el milenismo espiritual (exégesis patrística)

            3) el mixto (muchos modernos).

El segundo existió antes que el primero, pero no fue llamado «milenismo espiritual» sino después de la aparición de la herejía de Cerinto; pues no había de quien distinguirlo entonces y era simplemente la exégesis común.

            1º) La herejía de Cerinto: cuyo nombre técnico exacto es (o debería ser) kiliasmo, imaginó par los hombres justos después de su resurrección una vida de muchos siglos jubilosa, a la manera del Viejo Testamento; o sea con matrimonios, procreación de hijos, circuncisión, venganza contra los infieles, sacrificios de animales y demás prescripciones de la Ley de Moisés. En fin, una vida no muy diferente de la actual mortal, pero mucho más próspera y feliz.

Además, este milenismo interpreta en sentido literal crudo tanto la Ciudad de Jerusalén Nueva como todas las demás promesas de los Profetas. Todo esto se debería cumplir durante Mil Años como compensación a los trabajos y dolores de los justos en este tiempo malo.

Este milenismo abrazaron muchos herejes durante el período patrístico; y parece haber constituido un peligro en tiempo de San Jerónimo y San Agustín.

            2º) El milenismo espiritual: no atribuye a los justos resurrectos ni bodas ni francachelas ni nada de lo que mandaba la Ley Mosaica, ni banquetazos que fueran o premio o necesidad de sustento; y todo lo que la Escritura con tropos o imágenes orientales promete de felicidad en el Paraíso o en la Nueva Jerusalén declara que ha de entenderse simbólicamente, exprimiendo todo lo que aparezca como incongruo y a los Santos ridículo, pueril o indecoroso. De manera que este milenismo se constriñe a lo que llamamos «puntos capitales», dejando todo lo que ha sido añadido a la palabras de la Escritura y todo lo que suene a grosero o menos delicado.

[ Su definición propia es: «milenistas son los exégetas que leen dos resurrecciones en Apocalipsis XX (y en los lugares paralelos de San Pablo y San Mateo) «la Primera y la Segunda», conforme allí se lee. Y todo lo que a este punto inicial después se añada, configura las divisiones del milenismo; las cuales añadiduras pueden ser por cierto judaicas o no, discretas o indiscretas, heréticas o perfectamente santas» ] (pág. 88).

Este milenismo fue disciplinariamente prohibido en una carta del Santo Oficio del 22 de abril de 1940 al Arzobispo de Santiago de Chile, extendido cuatro años más tarde por decreto a toda América del Sur.

Este milenismo sostuvieron casi todos los Padres de los primeros siglos, hoy día muchos católicos, y siempre en toda la historia algunos teólogos.

            3º) El milenismo mixto o mitigado: no atribuye a los justos resurrectos ni bodas, ni triunfos militares, ni carnavales, ni la restauración de los ritos del Antiguo Testamento; pero interpreta con literalismo la prosperidad terrena y los bienes temporales que describen los Antiguos Profetas y se complace como si dijéramos en la restauración del Paraíso Terrenal. En esta doctrina se pueden hallar muchos grados según lo más o menos que los autores sus adeptos emprestan de los otros dos milenismos polos, el espiritual y el craso.

Este milenismo sostuvieron algunos Santos Padres, aunque pocos, de la primitiva Iglesia.

            4º) Una sentencia diversa: una posición que no es milenismo –y suele a veces confundirse con él– fue sostenida por algunos Santos Padres y hoy día por no pocos teólogos y exégetas. Esta sentencia consiste básicamente en poner cierto lapso más o menos largo (y en esto reina ingente variedad) entre el desastre del Anticristo y la segunda venida de Cristo. Entonces, la Iglesia estaría en máxima difusión, santidad y gloria en todo el mundo, conforme a las profecías.

En su comentario a Isaías 60, San Jerónimo conmemora esta opinión vigente en su tiempo y la califica diciendo que «de ningún modo debe ser reprobada»; lo cual contrasta con sus vehementes condenas al milenismo.

Según esta sentencia, los Mil Años del Apocalipsis correrán desde el breve reino del Anticristo hasta la Parusía propiamente dicha: después de la muerte del Anticristo, no solamente 45 días (como algunos erróneamente coligen de Daniel 12:12) sino muchos años serán otorgados, a fin de que se arrepientan los que durante la fiera apostataron; y entonces, después de la feroz persecución, habrá suma paz en la Iglesia. La razón es que, como dijo el Apóstol «todo Israel será salvo» y para esto se requiere tiempo. Es verosímil que entonces se funden iglesias en Judea; y en Jerusalén, ya cristiana, tanto los judíos como los gentiles adorarán a Cristo

Una cuestión conexa agitan los exégetas, a saber, si en este tiempo desde el Anticristo al Juicio, satanás estará ligado o no «para que no seduzca más a las Gentes», como dice el Apocalipsis. A esto responden: es probable que el demonio con su instrumento el Anticristo sea sumido en el tártaro, para que antes del fin del mundo se dé un poco de plena paz al orbe y a la Iglesia, tan castigados por la atroz persecución del sindiós; para que en ese lapso se arrepientan.

Los teólogos han asumido esta opinión exegética del Reino de Cristo después de la ruina del Anticristo y antes de la consumación final de las cosas.

Las razones que conducen a los exégetas a abrazar esta posición son algunos lugares de la Escritura que dan no poca guerra a los comentaristas serios, principalmente el capítulo VII de Daniel y los capítulos XXXVIII y XXXIX de Ezequiel.

El lugar de Daniel es aquel donde se trata de los cuatro imperios antiteocráticos y de los diez reinos que del último imperio surgen. La dificultad aquí está en que sin duda ninguna se habla aquí del Anticristo, y, por otra parte, se pone, después del reventón del Anticristo, el imperio, la grandeza y el señorío de un reino terreno, al cual todos los otros reyes servirán y acatarán. De donde estos exégetas concluyen que no coincide la caída del Anticristo con el fin del mundo.

Aquí rebota la dificultad de los dos capítulos de Ezequiel, que tratan de la conflagración de Gog-Magog, los cuales son nombrados en el Apocalipsis junto con la desligación por breve tiempo de satanás. Ahora bien, todos los antimilenistas dicen que Gog-Magog es el ejército del Anticristo, mientras que los milenistas sostienen que es diferente ejército y muy posterior. Ezequiel dice que después de la derrota todavía quedan por lo menos siete años y, más aún, deben cumplirse las palabras que de parte de Dios se dicen ««seré magnificado y loado y conocido en los ojos de muchas gentes». De donde, tanto unos como otros, concluyen que no puede terminar el mundo con el término del Anticristo.

Aquí se ve que estos exégetas se parecen mucho a los milenistas, difiriendo de ellos en la cuestión de las dos resurrecciones, que es el punto esencial y el que define al milenismo.

Demás de esto, quedan muchos otros textos de la Escritura que muestran a los Israelitas plenamente convertidos al Mesías, y establecidos en su tierra de modo que ya no pueden ser de allí removidos. Ahora bien, como sea cierto que los judíos no se convertirán antes del tiempo del Anticristo, esos intérpretes cuasi milenistas estiman que debe existir un espacio después del Anticristo que dé lugar a la tal conversión.

Por lo demás, los innumerables testimonios de la Escritura acerca de la plena universalidad del Reino que se pueden amontonar, no parece posible se cumplan antes del Anticristo, puesto que para esos tiempos está anunciado lo contrario, una gran apostasía.

            La opinión contraria: los antimilenistas –llamados aquí alegoristas, y por otros autores amilenaristas, evolucionistas y premilenistas– son los que enseñan que el Milenio no es otra cosa que este tiempo, es decir, todo el «reinado» de la Iglesia desde la Ascensión de Cristo; y que así debe interpre­tarse el capítulo XX del Apocalipsis, es decir, como una «alegoría» de la actual vida de la Iglesia, excepto cuatro versículos del medio (7 a 10) que ésos sí se refieren literalmente al Anticristo y al fin del mundo. De donde no hay «resurrección primera y segunda», como dice el texto, sino una sola. Lo que sigue, o «segunda resurrección», hasta el fin del asendereado capítulo significa el Juicio tanto Particular como Universal, y la gloria del Cielo o su pérdida eterna. Aquí la palabra «resucitar» está tomada en sentido propio y no metafó­rico». (págs. 77-93).

            «Cuando se hayan cumplido los mil años, satanás será soltado de su prisión y se irá a seducir a los pueblos que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la guerra, el número de los cuales es como la arena del mar. Subieron sobre la faz de la tierra y cercaron el campa­mento de los santos y de la ciudad amada. Pero bajó fuego del cielo y los devoró. Y el diablo, su seductor, fue arrojado al lago de fuego y azufre, donde están también la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos». (20:7-10)

Este es el lugar más difícil y raro de la Profecía. No me arrojaré a explicarlo, dice el Padre Castellani. Eso pasará; cómo y por qué, no lo sé. Dios puede hacer más de lo que yo puedo explicar.

En el profeta Ezequiel, en los capítulos XXXVII, XXXVIII y XXXIX, se cuenta una gran guerra contra el príncipe Gog, rey de Magog –la antigua Escitia, la Rusia actual, según se cree–, su derrota y la siguiente glorificación de Israel, que antes de esta guerra misteriosa y atroz se describe como ya reunida y unificada en su propia tierra. De allí toma San Juan sus nombres; pero no coinciden los relatos.

De estos dos textos paralelos deducen los milenistas que se habla de los infieles de los últimos tiempos y que la Ciudad Amada es Jerusalén y es Israel (la Nueva Israel de Dios), recogida de entre todas las naciones y habitando en paz en Tierra Santa.

Los antimilenistas o alegoristas sostienen que el Gog-Magog de Ezequiel, el Gog-Magog del Apocalipsis y la guerra del Anticristo son la misma cosa.

Mas los milenistas defienden encarnizadamente que la derrota del Anticristo y la del ejército Gog-Magog son dos cosas inasimilables, apoyando en el texto de San Juan: pues en la primera, la guerra era dirigida por la fiera y el mal profeta; en la segunda, por el diablo. Allá son vencidos por el Verbo de Dios que baja con sus santos sobre las nubes, acá son deshechos por el fuego del cielo sin que Cristo se mencione para nada. Allá no se menciona para nada campamentos, ni ciudades; acá es sitiada la Ciudad Santa y sus reales. Y las cosas que siguen a una y otra pugna son del todo diferentes, pues los judíos se convierten en el tiempo del Anticristo, y en el tiempo de Gog-Magog aparecen convertidos a Dios y viviendo reunidos y tranquilos en su tierra. Por tanto, esto no puede ser la guerra del Anticristo. Y por tanto hay que admitir otra, sea expedición o rebelión o lo que se quiera, por extraña que ella parezca. Naturalmente, esta argumentación supone la interpretación literal, no alegórica, del capítulo XX.

*** 

NUESTRO ESPECIAL DE AGOSTO DE 2011

1.- La cuestión del Milenismo

2.- San Jerónimo y San Agustín

3.- Supuesta condena del Milenismo

1.- LA CUESTIÓN DEL MILENISMO

La exégesis de toda la Escritura voltea hoy día en torno de la exégesis del Apokalipsis; y la exégesis del Apokalipsis voltea en torno del Capítulo Veinte. Esta es la situación neta.

Este capítulo puede interpretarse alegóricamente o bien literalmente; es decir, o es una alegoría o “mito”, o es una profecía. No hay otra salida.

El capítulo XX predice esencialmente dos resurrecciones al fin del mundo; y entre ellas un largo período de tiempo (“mil años”) de prosperidad de la Iglesia, llamado “el Milenio” o el Reino Milenario.

Hay tres interpretaciones posibles del Apokalipsis y nada más que tres; dos católicas y una herética:

1ª) La interpretación literal patrística. Ella cree, como he dicho, que habrá en efecto dos resurrecciones después de la Venida de Cristo y la derrota del Anticristo, y un nuevo reino de Cristo en la tierra de gran paz y prosperidad; y este espacio de tiempo será el Juicio final, con la resurrección Universal, también de los malvados, al final.

Los que exponen totalmente esta doctrina son San Ireneo Obispo de Lyon en el siglo II, y el retórico Lactancio, el maestro de San Agustín en el siglo cuarto, y en gran parte uno de los cuatro Doctores Máximos de la Iglesia Latina, San Ambrosio, también maestro de San Agustín. Todos los demás fragmentariamente; pero es común a toda la Iglesia. Naturalmente estoy hablando de los escritos que nos quedan: muchas obras dese tiempo se han perdido y nos quedan fragmentos o solamente el título.

2ª) Casi al mismo tiempo que los Apóstoles, viviendo el Apóstol Juan, un hereje de origen judío, Kerinthos, suscitó una complicada herejía con una interpretación carnal o crasa de las profecías escatológicas: que según él predicen la restauración o instauración del poderío judío en el mundo por medio de Cristo, un reino mundano en el cual los judíos cristianos se van a vengar de sus enemigos incluso por medio de guerras, la restauración de la ley de Moisés con la circuncisión, el Templo y los sacrificios de animales; o sea, la idea de los fariseos en tiempo de Cristo y finalmente, como recompensa por las penurias sufridas por los justos, grandes fiestas, festejos y francachelas, bastante carnales al parecer, si no obscenas; lo cual pone furioso a San Jerónimo.

“Milenismo carnal, milenismo craso o kiliasmo” se llama esta herejía.

Encontrarán Uds. en la literatura actual con mucha frecuencia escritos sobre el “milenarismo” (mejor es decir “milenismo”) dividido en dos: “milenismo espiritual y milenismo carnal”. Esta división ocasiona fácilmente el error de creer hay un género llamado milenismo y dos especies de él, el espiritual y el carnal. No hay tal cosa: existe la interpretación literal de los Padres de la Iglesia y su corrupción por Kerinthos; una herejía; no pueden alinearse juntas ni referirse al mismo género. Este error es hoy día frecuente; y el culpable, por desgracia, es San Jerónimo.

3ª) La tercer interpretación es el “alegorismo” inventado por el hereje donatista Tyconio en el siglo IV, la cual adoptó San Agustín después de ser milenista o literalista (en el sermón 259) y le comunicó un enorme impulso hasta nuestro días, en que es la más frecuentemente enseñanza, aunque no la única como pretenden muchos alegoristas; no lo pretendió San Agustín por cierto, el cual expresamente dice que no sabe si es la verdadera.

Lactancio expone cumplidamente casi todos los puntos capitales del “milenismo espiritual”, a saber:

1- Surgirá en el mundo el Anticristo, un ser personal no colectivo, un Tirano, el “Emperador Plebeyo”.

2- Perseguirá a la Iglesia hasta extinguirla —aparentemente.

3- Durará poco la persecución: tres años y medio.

4- Cristo volverá entonces y con una palabra (con “un aliento de su boca”) derrotará al Tirano.

5- Resucitarán muchos muertos, lo mismo que pasó cuando resucitó Cristo.

6- Seguirá una época de paz y tranquilidad para la religión, una Iglesia realmente nueva, que durará mucho tiempo, bajo la influencia de los resucitados.

7- En ese tiempo próspero es posible (aunque no seguro) que sigan resucitando los Justos poco a poco según sus méritos. Y eso sería lo que llamamos “el Juicio Final”.

8- Después se entibiará poco a poco la fe; habrá en el mundo malvados (naturalmente, el hombre seguirá siendo libre y habrá manchas o rincones en el mundo donde no reinará la fe) como había en Europa durante la Edad Media; por ejemplo, los Albigenses, que se sublevaron en el siglo XII, y pusieron en peligro a toda Europa.

9- Gog y Magog se sublevarán contra Jerusalén; un Rey, una Raza que están también nombrados en Zacarías profeta, el cual predice también esta sublevación. Los Santos Padres creen que Gog y Magog designan a los Escitas, “tan blancos como crueles” – dice Cervantes en el Quijote; es decir, a los pueblos que hoy llamamos Rusia y Siberia.

10- Un fuego inteligente bajará, morirán en el mismo instante todos los vivientes, resucitarán los condenados al infierno (si es que no han resucitado antes y han sido ellos los que han atacado la Ciudad Santa, como ponen algunos), y será el término del Juicio Universal.

11- Dios restaurará todas las cosas; y hará “cielos nuevos y tierra nueva”, según está prometido; es decir, cielo y tierra renovados, transfigurados, embellecidos.

Esta es la interpretación que San Agustín recibió de su maestro Lactancio. Pero a mitad de su vida, por influjo de San Jerónimo, “se dio vuelta”, tomó la exégesis del hereje Tyconio, y en su libro “La Ciudad de Dios“, cap. XX, propuso la interpretación alegórica del Apokalipsis.

Hubo desde entonces una “reversión de la exégesis”, empezó a primar la exégesis alegórica.

La causa desto fue “el error de San Jerónimo”.

El error de San Jerónimo consiste en que no distingue entre milenismo carnal y milenismo espiritual y los ataca a ambos indiscriminadamente, con gran vehemencia.

En suma, San Jerónimo juntó en una sola denominación una interpretación católica (la más católica) con una interpretación herética.

Hay una singular aunque explicable incoherencia en las imprecaciones del ermitaño de Belén contra el milenismo. En efecto, por un lado, lo llama “cuento de viejas, fábulas judaicas, sueños de enfermo, delirios insanos, disparates manifiestos y palabras heréticas y peligrosas” y así por el estilo; y por otro lado, dice “no se atreve a condenarlo porque han creído en él los antiguos, ha habido tantos Santos, Doctores y Mártires (los cuales él ha leído y nombra) que lo han sostenido…”

Esto es una incoherencia; pues si son palabras heréticas y peligrosas, él debe condenarlas; y si tantos Santos las han tenido (todos, prácticamente) entonces no son palabras heréticas y peligrosas.

Había una distinción muy sencilla que hacer, el milenismo espiritual yo no lo condeno: es el de los Santos; el milenismo carnal lo condeno; es el de Kerinthos heresiarca. Pero San Jerónimo no la hizo.

San Agustín joven tenía por el viejo luchador respeto, admiración y amistad; tenían los dos continua correspondencia sobre la Escritura. San Jerónimo persuadió a San Agustín y creo que lo asustó. San Agustín cambió de posición y ese fue un acontecimiento religioso enorme.

Pero hay que notar San Agustín hizo la distinción y dijo que el milenismo espiritual él no lo condenaba, que se podía tolerar; y dijo expresamente que la interpretación nueva que él daba, él no sabía si era verdadera; es decir, que no era la única posible, como dicen hoy día los alegoristas, invocando a San Agustín sin honradez o con ignorancia.

El error de San Jerónimo tiene excusas:

1ª) parece ser que Kerinthos, o sea, el milenismo carnal, habría crecido mucho y era un peligro para la Iglesia;

2ª) por ser parecido a la exégesis de los Santos Padres, tal como una moneda falsa se parece a una buena, muchos fieles insensiblemente resbalaban del uno en el otro;

3ª) Kerinthos, según parece, ponía bodas, matrimonios durante el milenio, no solo entre los mortales (lo cual naturalmente es justo) sino entre los resucitados; y quizás matrimonios polígamos a la judía. Eso ponía furioso a San Jerónimo (y la furia es mala consejera) y a otros también…

Estas son, pues, las dos interpretaciones católicas del famoso Capítulo XX.

En el siglo V no eran exclusivas, uno podía aceptar las dos, como typo y antitypo, según hizo San Agustín.

Hoy día son exclusivas, por lo menos de parte de los “alegoristas”, que ejercen una gran presión en Roma a fin de condenar a los literalistas.

2.- SAN JERÓNIMO Y SAN AGUSTÍN

LA IGLESIA PATRÍSTICA Y LA PARUSÍA

Reverendos Padres Florentino Alcañiz y Leonardo Castellani

Este libro contiene una recopilación completa de lo que han enseñado los Santos Padres de la Iglesia de los cuatro primeros siglos todos; y los principales del quinto, acerca de la Parusía. Llámase “Parusía” a la Segunda Venida de Cristo al fin deste “ciclo”; que es un dogma de la fe y está en el Credo.

El autor, P. Florentino Alcañiz, S. J. no ha hecho más que recoger y puntualizar; pero el libro, a causa de su tema y su estofa, rebalsa los bordes de un mero documento o un trabajo técnico, dándonos un cuadro sabroso de la Iglesia primitiva, la que plantó nuestra fe y fundó nuestra Teología; y una copia abundante de doctrina católica, centrada en torno de uno de los dogmas más importantes y discutidos.

Acerca del Retorno del Señor, tal como se halla predicho en los libros proféticos del Viejo y Nuevo Testamento, no caben más que dos versiones, y dos corrupciones.

Los textos proféticos pueden ser interpretados literalmente o alegóricamente: lo primero da el llamado hoy “milenismo espiritual”, que fue la exégesis común de la Iglesia primera; lo segundo da el “alegorismo, evolucionismo o antimilenismo”, que es muy común hoy día.

Ninguna de las dos versiones ha sido condenada por la Iglesia; y dellas han brotado dos corrupciones: de la exégesis patrística primitiva brotó el “kerinthismo” o “milenismo carnal” que con diversas formas nunca desapareció del todo en la Iglesia y existe hoy todavía; y en el otro extremo, el “rationalismo bíblico”, que de suyo tiende a evacuar toda la Escritura de su contenido profético, y convertirla en un montón curioso y fútil de mitos; o como dicen hoy día, de “mischdrach”, palabra hebrea que significa fábula. El cual error de sobra sabe el lector si existe o no hoy día.

CAPITULO QUINTO

EL MILENISMO EN EL SIGLO V

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I

SAN JERÓNIMO

(alred. 342-419)

San Jerónimo es tenido por el principal adversario del milenismo, ya que nadie se lanzó contra él más veces ni con más acritud; por lo cual conviene detenerse más en él y pesar con cuidado todos los lugares donde toca el tema.

Palabras de San Jerónimo:

Sobre Zacarías

En su “Comentario sobre Zacarías”, cap. XXIV, 9, dice:

“Y será el Señor rey sobre la tierra; en aquel día será el Señor uno, y su nombre uno sólo”…

Esta construcción de Jerusalén y el surgir de las aguas del centro suyo que fluyan hacia ambos mares, los Judíos y los Cristianos Judaizantes se lo prometen para los últimos tiempos; cuando de nuevo haya de practicarse la circuncisión, la inmolación de víctimas y todos los preceptos de la Ley Mosaica, para que no los judíos, cristianos; sino los cristianos se vuelvan judíos. Dicen que en aquel día, cuando Cristo sederá a reinar en una Jerusalén de oro y gemas, no habrá ídolos ni religiones diferentes, mas será Señor uno solo y retornará toda la tierra “a la soledad” —es decir a su antiguo estado… Pone los nombres de los lugares, y desde qué sitio hasta qué otro se edificará Jerusalén… y habitarán en ella, dice; y el anatema no será más; es decir, ningún temor de ataques enemigos ni pánico alguno, mas será habitada y regida Jerusalén en reposo y eterna paz.

Esto lo sueñan a la letra los judíos; y nuestros kilastai (kiliastas o milenistas) que tienen ganas de oír de nuevo el “creced y multiplicaos y llenad la tierra” del Génesis; y en compenso de la breve continencia y breve ayuno desta vida, se prometen vacas y vientres; y faisanes y francolines, no jónicos sino judaicos de quienes realmente podría repetir el Señor: “No permanecerá mi espíritu en los hombres estos, porque carne son” (Génesis, VI, 5).

(Traduzco débilmente por “vacas y vientres” un juego de palabras latinas que hoy en día sonarían muy indecentes: gran estilista es el Dálmata, pero bastante zafado.)

Porque la carne pugna contra el espíritu y el espíritu contra la carne (Gal., V, 17). Y no nos opongan lo que en su Apokalipsi, cap. XX, nos enseña Juan; porque eso hay que entenderlo espiritualmente.

Mas nosotros interpretamos LA IGLESIA como la Jerusalén celeste, la cual caminando en carne no vive según la carne; y cuya ciudadanía del cielo es.

Adviértanse dos cosas: primera, que aquí se habla de aquel milenismo que entiende las palabras de Zacarías en sentido crudamente literal, y encima estatuye “víctimas y todos los preceptos de la Ley Mosaica” no menos que convites y tratos conyugales entre los resucitados; o sea, el milenismo más craso.

Segundo, que esta doctrina según Jerónimo no solamente por los judíos sino también por los cristianos “judaizantes” era propugnada —“nuestros kilastai” como los llama— afirmando así que había católicos milenistas carnales.

Dice después explicando el versillo 16 del mismo capítulo, a saber:

“Y todos los que quedaron de las gentes todas que vinieron contra Jerusalén, subirán cada año a adorar al rey Señor de los Ejércitos y a celebrar la fiesta de los Tabernáculos…” También esto los Judíos con quebrada ilusión se prometen en el reino de los mil años… Y aunque las familias de los egipcios no subirán… Todo esto que con rápida pluma recorro, los Judíos y los Judaizantes nuestros (no nuestros mientras judaícen) lo esperan en forma corporal por cierto; y prometiendo circuncisiones y tálamos en el imperio de los mil años, no sea se vaya a cumplir en ellos aquella maldición: “Maldita la estéril que no hace vástagos para Israel” (Is., XXXI, 9). Que si lo que dicen es verdad, todas las que el reino milenario encontrare vírgenes o bien incurrirán en la maldición de la esterilidad perpetua, o tendrán que casarse para evitar la maldición… (M. L., XXV, 1535, 1538).

Se trata, pues, del milenismo craso, al cual profesan según Jerónimo “los judíos y los judaizantes nuestros, no nuestros mientras judaícen”. Destas palabras parece colegirse Jerónimo incrimina de herejía a aquellos milenistas católicos que se rehúsa a llamar “nuestros”.

Sobre Joel

En el Comentario a Joel, escribe San Jerónimo sobre el III, vers. 7 y sig. que dicen: “He aquí que Yo los resucitaré del sitio donde los vendisteis. Y revolveré la retribución vuestra sobre la cabeza vuestra”…

Dice el Santo:

Ellos, los Judíos, y nuestros judaizantes y los que se prometen un reino de mil años en el perímetro de Judea, y la Jerusalén de oro, la sangre de los sacrificios, con hijos y nietos y deleites increíbles, y puertas incrustadas de gemas preciosas —ellos este texto aplican a ese ilusorio Reino. Mas nosotros digamos que el Señor ya resucitó después de su encarnación; y resucita cada día y resucitará sin término a los que el error multiforme había llevado cautivos (M. L., XXV, 982).

Como se ve se trata otra vez del milenismo carnal atribuido por nuestro Doctor a los judíos y “nuestros judaizantes”.

Sobre Isaías

Explicado Isaías L. IV, 11: “Yo extenderé por orden las piedras tuyas”... dice:

Respondan los amantes de la letra que mata, los preparantes de exquisitos manjares de gula y lujuria durante mil años, cuyo dios es el vientre y cuya confusión glorificará a Dios (Phil., III, 19) los que esperan segunda venida del Salvador en gloria terrena, y los niños de cien años, y la injuria de la circuncisión, y la sangre de los sacrificios y el perdurable Sábado; los que dicen perversamente como Israel: Comamos y bebamos que mañana… reinaremos; RESPONDAN cuál es esta celeste Jerusalén de que aquí se dice : “Yo extenderé tus piedras por orden…

Sigue disertando, profusamente sobre estas piedras, y al final dice:

Hemos ofendido la brevedad que es tan buena en todo. Nosotros que de ninguna manera buscamos en la tierra, como nuestros judíos y semijudíos, la ciudad de Dios, sabemos de sobra que ella está en el cielo, en el monte de Cristo (M. L., XXIV, 522).

Otra vez milenismo craso de “nuestros semijudíos”.

Sobre aquello otro de Isaías (LV, 2): “Oíd, oyentes míos y comed el bien y se deleitará en la pingüez el alma vuestra…”; añade Jerónimo:

Por tanto, no como los kilastai abundancia de riquezas se promete al alma, ni manjares delicados y pingüez corporal, faisanes y palominos, mosto y vino, belleza de mujeres y enjambres de hijos, sino a aquellas delicias a que el Señor nos invita místicamente diciendo: “Deléitate en el Señor y El te dará las peticiones de su corazón” (Salmo, XXXVI, 4).

De modo que San Jerónimo moteja siempre el milenismo craso, opinión que atribuye a bulto y carga cerrada a todos los milenistas. No menos que una docena de lugares más, idénticos a éstos, podrían aducirse del Comentario de Isaías (XIX, 22; XXV, 1; XXXV, 3; LIV, 1; etc., etc.). A Jeremías (XXXI, 38). A Ezequiel (38).A Oseas (II, 15).A Joel (III, 16), en su Epístola a Hebidia y su homilía sobre San Mateo XIX — en todos los cuales saltan alusiones breves al milenismo, con las mismas ideas precedentes.

“Nuestros judaizantes”

Como se ve San Jerónimo golpea acerbamente al milenismo craso que atribuye a los judíos y a los que llama continuamente “nuestros judaizantes” y “los semijudíos”.

¿Quiénes son estos semijudíos?

Pues son los Santos Padres que vimos hasta ahora y todos los fieles que los siguen. Como se ve por todas sus palabras, San Jerónimo suncha juntos a todos los milenistas católicos en un paco sin que nunca venga a sus mientes la distinción entre el milenismo carnal y espiritual.

Lo cual para dejar fuera de duda, transcribiremos un párrafo del Comentario a Ezequiel (XXXVI, — M. L., XXV, 338) harto explícito.

Y como sería enojoso ahora perseguir largamente el dogma judaico y la beatitud del vientre y del paladar judaico, que codicia todo lo terreno y dice: comamos y bebamos, del cual el apóstol dijo: pasto del vientre y vientres para el pasto (I Cor., VI, 13), brevemente pasemos al sentido espiritual, según el cual ya hemos interpretado gran parte de Isaías. Puesto que no esperamos la Jerusalén de oro y gemas de las fábulas judaicas, que ellos llaman “deutéroseis” (o sea, tradicionales) ni vamos a soportar la injuria de la circuncisión, ni sacrificar a Dios toros y borregos, ni dormir en ocio todo el Sábado. Lo cual prometen muchos de los nuestros, y principalmente el libro de Tertuliano intitulado… y Lactancio… y Victorino Petabionense y nuestro Severo… etc. Y entre los griegos juntaré al primero el último nombre con Ireneo y Apolinar…

 

Más claro no es posible. San Jerónimo atribuye el milenismo craso que tanto lo irrita a los grandes Padres de la Iglesia Latina, desde Tertuliano a Sulpicio Severo, de los cuales menciona los principales. Y para que no haya resquicio de confusión enyunta al final el milenismo de San Ireneo con el grosero kiliasmo del hereje Apolinar.

Se corrobora con el largo párrafo antimilenista del Prefacio al libro XXXVIII del Comentario a Isaías, que reza:

No ignoro cuánta es entre humanos la diversidad de sentencias. No digo ya acerca del misterio de la Trinidad, cuya recta confesión significa desconcertar la ciencia, sino de otros dogmas de la Iglesia: el de la Resurrección, del futuro estado de las almas y la carne humana, de las promesas de lo porvenir, cómo deban entenderse, y cómo debe interpretarse el Apokalipsi de Juan, el cual si lo entendemos literalmente, no queda más sino judaizar; mas si lo entendemos espiritualmente, como se debe, entonces nos hallamos en contradicción con muchos Antiguos, Tertuliano, Victorino y Lactancio, de los Latinos; y de los Griegos, omitiendo el resto, mentaré solamente al Obispo de Lión, Ireneo; contra el cual el elocuentísimo Dionisio, Pontífice de la Iglesia Alejandrina escribió un elegante libro… —(error de Jerónimo; el libro no es contra Ireneo sino contra Nepote; y por lo demás, ninguno de los dos responde en su milenismo a la descripción que se sigue)— riéndose de la fábula de los mil años, de la Jerusalén de oro y gemas en la tierra, de la restauración del Templo, la sangre de los sacrificios, el descanso sabático, la injuria de la circuncisión, las nupcias, los partos, las crianzas de hijos, delicias de convites y tiranía sobre todos los gentiles; y encima guerras, ejércitos, triunfos, matanzas de los derrotados y la muerte del pecador de mil años…

A cuyos dos volúmenes contestó Apolinar (milenista craso) al cual no solamente los secuaces de su secta han seguido, sino también de los nuestros “ingente multitud” (plurima multitudo) de modo que ya voy viendo venir con ojos présagos la tempestad de rabia contra mí de muchos. A los cuales no envidio si aman tanto la tierra que desean lo terreno hasta en el Reino de Cristo; y después de la carga de comida y el relleno de la gula y el vientre, se ponen a buscar lo del bajo vientre (M. L. XXIV, 627).

A todos los milenistas católicos atribuye, pues, Jerónimo el más crudo kiliasmo kerinthiano.

(Como a un toro el trapo rojo, lo saca de quicios el solo nombre de sus adversarios. Esta inquina del Santo, causa principal del abandono (hasta qué punto, más tarde veremos) del milenismo por San Agustín, deberá ser explicada históricamente. No se trata de una desas manías inocentes propiedad de todos los escritores. ¿Habrá hecho estragos el kiliasmo carnal entonces en las Iglesias conocidas por Jerónimo? ¿O será solamente el temperamento puritano y peleador del tempestuoso friulano?)

Grave objeción

Aquí San Jerónimo no dejaba de ver que se le alzaba una objeción grave: pues si a una mano tantos Padres y Doctores y aquella “ingente multitud” de fieles abrazaba el “milenismo judaico”; y a otra mano, esa doctrina era judaica, hay que decir que todos ellos cayeron en herejía. ¿Qué responde Jerónimo a este obvio reparo?

En el Comentario a Jeremías (XIX, 10) explicando aquellas palabras: “Y quebrarás la vasija… Así quebraré este pueblo y esta ciudad, como se quiebra un vaso de cerámica, que no se puede remendar”, dice el Santo:

Patentemente no habla de la cautividad babilónica sino de la romana: ya que después de la babilónica se reconstruyó la ciudad, volvió el pueblo a Judea y las prístinas abundancias se renovaron. Pero después de la cautividad que le sobrevino bajo Vespasiano y Tito, y más tarde bajo Adriano, las ruinas de Jerusalén permanecerán hasta el fin del mundo; aunque es verdad que los Judíos creen en la restitución de una Jerusalén de oro y gemas, y de nuevo víctimas y holocaustos, y casamientos de los Santos y el Reino terreno de Cristo Salvador: cosas que, aunque no sigamos, no podemos empero condenar, porque muchos de los varones eclesiásticos y de los mártires las dijeron. Y así, cada cual abunde en su sentido, y a Dios se reserve la resolución. (M. L. XXIV, 801).

Esta solución enaltece la reverencia de Jerónimo hacia los Padres y Mártires; pero espanta que no ose “condenar” aquel milenismo grosero y judaico de que habla —aquí como doquiera. Pues admitir entre los Santos resucitados “nupcias, francachelas, relleno de panzas y circuncisión y sacrificio de toros” y lo demás que el Santo atribuye a los milenistas católicos ¿quién no ve que a orejas católicas rechina? Sin embargo, puesta la angostura en que el Santo Doctor se ha metido, la solución es un ten con ten pasable, sino muy airoso.

La solución real

El que considere lo precedente verá fácil que la angostura en que se metió San Jerónimo, que lo lleva a dar una conciliación contradictoria, es del todo irreal. Bien puede “condenar” tranquilamente el kiliasmo craso sin empacharse en “los santos varones y mártires a quienes reverencia”, pues ellos jamás lo tuvieron ni enseñaron, sino otro muy diverso; lo mismo que la “ingente multitud” de fieles.

Pues como hemos visto en el decurso desta obrita los Padres Milenistas jamás sostuvieron la doctrina que Jerónimo les cuelga. Los matrimonios, los sacrificios, circuncisiones y demás pertenencias de la ley Judaica, ni a uno solo de los Padres milenistas ocurre atribuir a los santos resurrectos. Comida y bebida les conceden San Papías y San Ireneo; de ningún otro puede decirse lo mismo; al contrario muchos paladinamente lo excluyen.

No se puede creer que Jerónimo haya leído las obras de Padres Milenistas que nosotros ignoramos pues las obras de Ireneo y Lactancio que él leyó y expresamente alega, las poseemos íntegras; y allí no se enseña lo que el Santo Doctor alega; la obra de Tertuliano a que alude nominatim se ha perdido, pero nos queda otra posterior donde ni sombra de milenismo craso se halla, antes al contrario, el Africano insiste en las “delicias espirituales” de los Santos después de la resurrección. Finalmente existen otros testimonios del todo fidedignos, como el de Gennadio por ejemplo, en que lisa y llanamente y sin hervor oratorio se describen las notas peculiares del milenismo de cada uno de los Padres sin que aparezcan para nada las groserías que Jerónimo reseña, como se puede comprobar en lo hasta aquí dicho.

Disculpa de San Jerónimo

El error de San Jerónimo se explica fácil.

Primeramente, Ireneo y Papías propinan comida y bebida (néctar y ambrosía a la helena) a los cuerpos gloriosos de donde con hipérbole oratoria quizás se pudo extender esa peregrina opinión restricta a todos los milenistas.

El error acerca del matrimonio pudo ocasionarse porque los milenistas antiguos, de los “viadores” o mortales apenas se ocupan; de donde si no se lee muy atento, se puede asumir que no habrá viadores; y luego al leer acerca de la progenie y las nupcias —que pertenecen a los viadores— leerlas como de los resucitados.

En cuanto a la circuncisión y demás pamemas de la Ley Vieja, la ocasión pudo ser que no pocos milenistas al hablar de la Jerusalén reconstruida añaden “tal como dice Ezequiel y Juan Apokaleta”; pero ocurre que luego de la reconstrucción de Jerusalén, el profeta Ezequiel se pone a hablar de los sacrificios de modo que puede ocurrir fácil en la mente de un lector la contaminación del capítulo de Jerusalén por el otro siguiente.

Lo de la Jerusalén de oro y pedrerías que obsesiona a San Jerónimo tiene su fundamento en que algunas palabras de algunos exegetas milenistas parecen tomadas en sentido material de las metáforas del Apokalipsi —en donde realmente no falta ni el oro ni la pedrería—; por más que la mayor parte de los milenistas, o no hablan del caso, o vagamente afirman que Jerusalén será hecha por Dios, tal como Ezequiel y San Juan lo prometen sin meterse a determinar mucho si todo lo que allí se describe deberá tomarse literalmente o no.

A otra mano, dada la propalación del milenismo falsificado hecha por los heretizantes, no es de sorprender que muchos fieles simples devinieran confusos acerca de la distinción entre milenismo espiritual antiguo y su corrupción por Kerinthos y se contaminasen en mayor o menor grado. Por esta última causa estimamos haber sido útil a la Iglesia las acres si que exageradas impugnaciones de San Jerónimo; no fuese que la versión carnal y judaica de los herejes que permeaba por todo, indujese en error a los fieles a causa de su semejanza y facilidad.

Pues incluso los milenistas deben reconocer que esta versión fácil ponía en peligro inmediato a neófitos recién convertidos del Judaísmo, o embutidos de reminiscencias paganas.

Hay que conceder también a los milenistas que san Jerónimo por su autoridad entre los coevos y los posteriores escritores eclesiásticos fue causa de la subsiguiente mutación en la exégesis y la confusión que hasta lo presente reina —como veremos.

(En suma, es palpable que tanto la literatura como la enseñanza popular era ambigua en todo este tiempo; y Kerinthos con Apolinar y otros cabecillas “judaizantes” habían introducido no poca confusión; lo mismo que hoy día por ejemplo la acción de los escritores protestantes y “naturalistas” en la literatura “cristiana”.)

Una sentencia media

Para esclarecer del todo la mente de San Jerónimo en este asunto, séanos permitido reproducir todavía un trozo del ya mentado Comentario sobre Isaías. Explicando el Santo Doctor el espléndido capítulo que comienza: “Levántate, ilumínate Jerusalén. Porque llega la luz tuya… (60) dice así:

Los judíos y nuestros semijudíos, que esperan de los cielos la Jerusalén áurea y gemada y la pretenden por mil años reinante en el futuro; cuando todas las Gentes le rendirán servidumbre; y los camellos de Madián y de Efa, viniendo de Sabá, le conducirán incienso y oro; y todas las ovejas de Cedar y los borregos de Navajoth le serán arreados juntos… Y también de las islas, sobre todo de las nuevas de Tarsis (¿América?) volarán sus hijas como palomas, trayendo riquezas en oro y plata; y se reedificarán los muros de la Ciudad Santa, y sus puertas siempre abiertas… para el Templo nuevo, lleno de alegría sempiterna… y sus Príncipes en paz perpetua y sus Obispos rigiendo sus pueblos en la justicia (y prosigue glosando lo que en esos capítulos se describe eligiendo lo que es más material o grueso)… Esto dicen ellos, que desean los deleites terrenos, la hermosura de las mujeres y la multitud de los hijos, cuyo dios es el vientre y cuya confusión será gloria de Dios (Phil., III, 19); cuyos errores aquellos que con nombre cristiano los aceptan confiesan que son judíos o poco menos. Mas otros afirman que todas estas ventajas estaban prometidas materialmente a los Judíos, si hubiesen recibido a Aquel que les dijo: “Yo soy la luz del mundo…” (Jo., VIII, 12). Pero nosotros es bien creamos todo eso se ha dicho alegóricamente de la Universal Iglesia… Mas hay quienes posponen todas estas cosas —que nosotros creemos después de la Primera Venida del Salvador en parte se han cumplido y la otra parte ha de cumplirse íntegramente— para un tiempo futuro innominado; cuando entrada en la Iglesia la plenitud de las Gentes, todo Israel sea redimido (Ad Rom., XI). Sentencia que en modo alguno debemos reprobar, con tal que no se entienda carnalmente…

Una nueva sentencia aparece pues aquí, que ya en tiempo de Jerónimo era sostenida; según la cual el capítulo LX de Isaías —y por ende todos los lugares paralelos que a él responden en todos los Profetas— debe llenarse después de la conversión de los Judíos que será en un futuro tiempo incierto.

Esta sentencia según Jerónimo no se debe reprobar con tal que se entienda “espiritualmente”.

Ahora bien, si memoramos únicamente dése capítulo las cosas que son espirituales netas, tenemos:

“Y caminarán las gentes en tu luz, y los reyes en el resplandor de tu alborada (3).

Entonces verás, y enchirás; se asombrará y ensanchará tu corazón, cuando se vuelva a ti la multitud oceánica, y la fortaleza de las gentes vuelva a ti (5).

Los que no sirvan a ti, gentes y reinos perecerán (12).

Y vendrán a ti encorvados los hijos para adorarte; los hijos de los que te humillaron (14).

Porque fuiste abandonada aborrecida, y nadie pasaba junto a ti, te pondré en la cúspide de los siglos, gozo por generaciones (15).

No se oirá más la iniquidad dentro de tus confines (18).

Tu pueblo entero todos justos para siempre heredarán la tierra (21).

El más chico valdrá por mil y el párvulo como gente fortísima” (22).

Todo esto, patentemente significa un Reino de Cristo absolutamente universal en extensión, y en interna perfección esplendidísimo.

Por otra parte, según la exégesis de San Jerónimo y comunísima entre los Padres, la conversión de los Judíos se obtendrá por la predicación de Elías, que será en tiempo del Anticristo.

Si pues Isaías describe el estado de la Universal Iglesia después de la conversión de Israel, síguese, pues (de acuerdo a esta opinión), después del Anticristo no sobrevendrá inmediato el Juicio Final, sino más bien un Reino universal próspero y espléndido.

Esta opinión no es, según Jerónimo, “en modo alguno reprobable”.

Sin embargo, él personalmente sostiene todo lo de Isaías LX “se cumplirá íntegramente” antes del Anticristo.

“Ingente multitud”

Finalmente, por testimonio de San Jerónimo conocemos la opinión de otros acerca del milenismo.

En el tiempo precedente “muchos antiguos” (Praef. in Is.) “muchos varones eclesiásticos y mártires” (In Jerem., XIX, 10) siguieron esta opinión según el Santo Doctor.

Mas en su tiempo, o sea en el siglo V, “ingente multitud de los nuestros, de tal modo que ya estoy viendo venir la tempestad de rabia que se desatará contra mí” (Praef. in Is.).

Destas últimas palabras se colige que muchísimos tenían el milenismo, y ciertamente con ánimo no muy tibio, si Jerónimo presagia que van a recibir sus impugnaciones (bastante rabiosas) con rabia.

De lo dicho y otros muchos testimonios queda claro el error de algunos Antikiliastas (ver ejemplo Enciclopedia Espasa, artículo MILENARISMO) que afirman en el siglo V ya no quedaba ningún milenista.

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II

SAN AGUSTÍN

(354-430)

San Agustín milenista

Hay que distinguir en San Agustín dos tramos; en el primero profesó el milenismo; en el segundo se retiró dél, sin condenarlo.

La divisoria exacta de los dos tramos no se conoce; porque la fecha de sus escritos milenistas no consta; consta sí que en el año 426, donde data el libro XX de su Civitate Dei ya no enseña el milenismo.

Cómo fue el milenismo de Agustín saltará de sus palabras: en un sermón titulado “de la Dominica de la Octava de Pascua”, dice el Santo:

Este día octavo significa la nueva vida en el fin deste siglo, mas el séptimo significa el futuro descanso de los Santos en esta tierra nuestra: ya que reinará el Señor con sus Santos en la tierra, como predicen las Escrituras; y aquí mismo la nueva Iglesia, donde ninguno entrará injusto, estará separada y purgada de todo contagio malvado; lo cual significan los 153 pescados aquellos (Jo., XXI, 11) de los cuales si mal no recuerdo antaño prediqué:

“Entonces la Iglesia aparecerá por primera vez en gran claridad y dignidad y justicia; no se usará embaucar ni mentir ni revestirse de piel de oveja.

Vendrá pues el Señor, como está escrito, e iluminará lo escondido en las tinieblas y manifestará lo oculto de los corazones, y entonces a cada, uno la alabanza será del Señor (I Cor., IV,. 5). Los inicuos ende no estarán porque serán segregados. Entonces como la masa purgada aparecerá, como en la trilla, la multitud de los Santos, y así será repuesta en los hórreos de la celeste eternidad. Pues como el trigo primero donde fue trillado allí se hacina; y el lugar donde la mies pasó a la trilladura para purgarse de la paja se hermosea con la dignidad de la masa purgada; puesto que vemos en el área después del cernido el montón de paja a una parte y el de trigo a la otra. Adonde se destinaba la paja ya lo sabemos, y cómo a los agrícolas el trigo hace alegría. Del modo pues que aparece en el área el trigo de la paja segregado, y habiendo hecho alegría aquella pos tantos trabajos depurada colina que yacía en la paja, que no aparecía cuando se trillaba; después es mandada al granero y en secreto sepultada, así en este siglo veis como se trilla este área mas la paja talmente misturada al grano siempre, que difícilmente se distingue, porque aun no ha sido venteada. Así pues después del venteo del Juicio aparecerá la parva de los Santos fulgente en dignidad, poderosa en méritos y ostentando ante sí la misericordia de su Libertador. Y este será el Séptimo día.“

Como si dijéramos que el primer día en todo el tiempo deste ciclo es la época de Adán a Noé; el segundo de Noé a Abrahán; el tercero de Abrahán al Rey David; el cuarto de David a la transmigración babilónica; el quinto de la transmigración a la llegada de Cristo Jesús Señor Nuestro (Mat., II, 17). Desde la venida de Cristo marcha el sexto, en el sexto estamos. Y así como a imagen de Dios fue formado el hombre en la génesis en el sexto día (Gen., I, 26) así en este tiempo que es el sexto deste ciclo, nos renovamos en el bautismo para recibir la imagen de nuestro Modelador.

Mas cuando pasare este sexto día, vendrá el descanso después de aquel venteo; y “sabatizarán” los santos y justos de Dios.

Después del séptimo empero, cuando haya resplandecido en el área la dignidad de la mies, digo el fulgor del mérito de los Santos, iremos a aquella vida y aquel reposo de que está escrito “que ni ojo vio ni oído oyó ni en corazón de hombre surgió lo que ha preparado Dios a sus amantes” (I Cor., II, 9).

Y así se retorna al origen. Pues así como pasados los siete días se llega al octavo, que es a la vez primero, así terminadas y cumplidas las siete edades deste ciclo fugitivo, volvemos a aquella felicidad inmortal de la cual resbaló el hombre. Y por eso las octavas completan los misterios de nuestra infancia… (Sermón 259, M. L. XXXVIII, 1197).

Aquí, como se ve claro, se enseña el milenismo: un milenismo más aparentado a la Epístola de Bárnabas que al libro del Apokalipsi, porque el reino de los Santos en la tierra, que después de aquel “venteo” o trilla comienza, no parece contener mortales viadores.

A la mera lectura se ve que ni rastro de crasitud contiene el milenismo del Agustín.

Milenismo espiritual y craso

Más tarde, en Ciudad de Dios libro XX c. VII, que Agustín escribió cuatro años antes de morir (426) retractó esta sentencia. Pues explicando el decantado vigésimo capítulo del Apokalipsi, que de las resurrecciones trata y el reino milenario, escribe el Santo:

Algunos, por las palabras deste libro, conjeturaron ha de haber una primera resurrección corporal; y tocados sobre todo por ese número de mil años que allí se pone; como si hubiera de haber para los santos un “sabatismo” desa duración; es decir, una vacación santa después de los trabajos de seis mil años desde que, el hombre fue creado, y por el reato de aquel magno pecado fue despedido del feliz paraíso a las penas desta mortalidad; y puesto que está escrito: “Un día ante el Señor como mil años; y mil años un día ante el Señor” (II Petr., III, 8) cumplidos seis mil años como los seis días se siga aquel como sábado en los mil años postrimeros; y para gozar deste Sábado resuciten los Santos… La cual doctrina sería pasable, si en aquel Sábado estatuyesen algunas delicias espirituales a venir para los Santos por la presencia de Dios. Pero cuando dicen que los tales resurrectos se entregarán a inmoderadísimos manjares carnales, tanto del comer como el beber, de modo que no sólo sobrepasan la decencia sino toda posible credulidad, esto sólo puede ser creído por hombres carnales. Mas los que son espirituales llaman a estos carnales kiliastai con término griego; que yo traduciría Milenistas a la letra. Refutar a estos en detalle sería muy largo; más bien cumple exponer con qué criterio deba la Escritura interpretarse.

Después el Santo expone los capítulos del Apokalipsi con criterio alegorista, poniendo los pies en las huellas del donatista Tyconio, que fue el inventor deste criterio.

Netamente San Agustín distingue aquí ambos milenismos, carnal y espiritual; este que atribuye goces espirituales, el otro “inmoderadísimos jolgorios”, tales como ni entre los paganos vigían, a los Santos resucitados; y su sentencia acerca de uno y otros es diferente; pues del segundo dice que “solo pueden creerlo los carnales”; del primero añade: “que parece pasable… pues nosotros mismos lo profesamos un tiempo”.

Además San Agustín nota que el nombre kilastai o “milenistas” en su tiempo se daba solamente a los crasos; lo cual debe tenerse muy ante los ojos para entender bien a los autores que escribieron en ese tiempo y los subsiguientes.

¿Por qué mudó sentencia?

Como vimos, San Agustín abrazó primero la sentencia milenista, porque creíblemente era general entonces en la Iglesia africana, o casi general; ya que ningún antimilenista aparece allí y por contra muchos milenistas, como Tertuliano, Lactancio, y Commodiano; y además habla del milenismo talmente como de cuestión discutible.

¿Cuál fue la causa porque Agustín cambió su primera sentencia?

Con certidumbre no lo sabemos, porque él no lo dijo; conjeturamos que por doble causa:

Primera, por el peligro del milenismo carnal, que a causa de los escritos del Obispo Apolinar se extendía grandemente, arrastrando a muchos católicos a “judaizar” como decía Jerónimo.

Segunda, la autoridad del anciano Jerónimo.

Nos consta cuánta deferencia mostraba el joven Agustín a la exégesis del ermitaño de Palestina; ahora bien, varios años antes que el Africano escribiera la Ciudad de Dios, circulaban ya los comentarios a los Profetas de Jerónimo; en los cuales abundan las acerbas impugnaciones de todo milenismo, que en la mente de San Agustín no pudieron menos de influir muchísimo.

Texto del Apocalipsis Interpretación alegórica
Y vi a un Ángel que bajaba del cielo La Ascensión o bien el triunfo social de la Iglesia
y tenía en su mano la llave del Abismo El abismo es el corazón de los impíos
y una gran cadena. La cadena es el poder de la gracia
Y se apoderó del dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y satanás, y lo encadenó por mil años, Le quitó el poder que tenía con el paganismo
y lo arrojó al Abismo Al corazón de los malvados
que cerró y sobre el cual puso sello para que no seduzca más a las naciones Para que no las haga idolatrar
hasta que se hayan cumplido los mil años, después de lo cual ha de ser soltado por poco tiempo. Es decir, el tiempo del Anticristo
Luego vi unos tronos, Las diócesis episcopales
y se sentaron en ellos, Los Obispos
y se les dio el poder de juzgar; La excomunión y demás sanciones eclesiásticas
vi también las almas de los que fueron degollados a causa del testimonio de Jesús y a causa de la Palabra de Dios, Son los mártires y santos, todos los que se han salvado
y a todos los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni habían aceptado la marca en sus frentes o en sus manos; Es decir, que no pecaron o bien se arrepintieron
[y resucitaron] y reinaron con Cristo mil años. Gozaron de Dios en el cielo desde su muerte
Los restantes de los muertos no tornaron a vivir Los condenados al infierno
hasta cumplidos los mil años. Hasta el fin del mundo, en que resucitarán
Esta es la primera resurrección. Es decir, la muerte de los justos
¡Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección! En el Bautismo y la vida de la gracia
Sobre éstos no tiene poder la segunda muerte, La condenación al infierno, o bien el pecado
sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, Sacerdotes en el cielo
con el cual reinarán mil años Es decir, hasta el fin del mundo

 

***

PADRE BASILIO MÉRAMO 

 

CRETINISMO ANTIMILENARISTA 

 

A PROPÓSITO DE SPES Y EL ARTÍCULO DEL PADRE MESTRE ROC

 

CRETINISMO ANTIMILENARISTA

Es sorprendente ver, cómo con ínfulas de intelectual, pueden darse algunos el lujo de expresar su ignorancia con aires de sapiencia. Es lamentable que el Padre José María Mestre Roc, en un artículo titulado Reflexiones sobre el Apocalipsis aparecido en el sitio de SPES el 14 de octubre de 2012, se despache con tanta facilidad en un tema tan escabroso. Eso suele ocurrir en aquellos cerebros de contextura poco profunda y por ende superficial.

Será que haciendo mal uso de sus apellidos que traducidos al español, serían “Maestro de Piedra”, no sería precisamente por su consistencia y firmeza, sino por cierta rudeza cerebral. Pues no hay otra explicación a tan ignaro y supino desliz, que con suma prontitud y ligereza descarta de golpe y porrazo todo Milenarismo, no solo el carnal y judaico condenado por los Padres de la Iglesia, sino también el Milenarismo Patrístico que fuera doctrina común de la Iglesia Primitiva durante sus primeros cuatro siglos. Hay que tener carencia de materia gris, para osar pronunciarse sin cautela y prudencia en un tema tan difícil y complicado, y aún peor, mal conocido en nuestros días.

Únicamente un cándido bonachón pero simple de mollera, podía darse el lujo de hacerlo; y así como por la boca muere el pez, por la boca también babea el tonto.

Nadie ha osado jamás con tal magistral ligereza descartar todo Milenarismo, y menos aún el Milenarismo Espiritual o Patrístico. La misma Iglesia no hizo jamás algo semejante; la verdad es que hay que ser muy simple para meterse tan desapercibidamente en tamaño berenjenal, lo cual denota poca entendedera, además de un juicio estrecho, que hace pensar en un sujeto digno de una enfermedad conocida como el “Cretinismo de los Alpes”.

Así se explica como el padrecito en cuestión puede despacharse desenfadadamente diciendo: “Como juicio general pienso, que deberíamos descartar todo Milenarismo, tanto material (que ha sido condenado por la Iglesia como herético) como espiritual (que la Iglesia no permite enseñar y en todo caso afirmó no poderse enseñar con seguridad)”.

Veamos qué condenó, o mejor, censuró la Iglesia y con qué valor dicha censura o prohibición se promulgó, cosas que el “Maestro de Piedra” no calibra ni considera. Prácticamente para él, equivale a una condena doctrinal que raya casi en la herejía, pero sin decirlo explícitamente.

Las censuras fueron dos, pero como la primera equivalía a una auto condenación, tuvieron que hacer una segunda, pues se habían equivocado al poner corporalmente, con lo cual negaban también el reino Corporal de Cristo Sacramentado desde el Sagrario, teniendo que corregir la expresión y cambiarla por visiblemente, como hace ver el Padre Castellani: “Lo que ha hecho no ha mucho la Iglesia, ha sido prohibir por un decreto del Santo Oficio la enseñanza de un Milenarismo mitigado, claramente definido en la misma prohibición, la cual naturalmente no sería lícito ampliar, porque ‘odiosa sunt restringenda’…“. (Cristo ¿Vuelve o no vuelve? ed. Dictio, Bs.As. 1976 p.68).

La reconocida prestancia de un exégeta como Fillion, señala al respecto, refiriéndose al tema del Milenarismo en la cita que trae el P. Castellani: “Después de haber leído páginas muy numerosas sobre estas líneas, no creemos que sea posible dar acerca de ellas una explicación enteramente satisfactoria”. (Ibídem, p. 70).

Monseñor Straubinger, de fama y reputación exegética reconocida dice: “Sobre este punto, se ha debatido mucho en los siglos pasados la llamada cuestión del milenarismo, interpretación que, tomando literalmente el milenio como reinado de Cristo, coloca esos mil años de los versículos 2-7, entre dos resurrecciones, distinguiendo como primera la de los versículos 4-6, atribuida sólo a los justos, y como segunda y general, la mencionada en los versículos 12-13 para el juicio final del versículo 11″. (Nota 6 al Capítulo 20 del Apocalipsis).

Como hace ver el Padre Castellani, hay tres clases de Milenarismo haciendo notar la lucha campal en que se debate la Iglesia: “Pero la cuestión más batallona e inexcusable acerca de la Resurrección, es el Reino de los Mil años, que ocupa el Capítulo 20 del Apokalypsis. Es una de las luchas actuales de la Iglesia, aunque no es muy conocida, pero los que luchan si la conocen”. (Catecismo para Adultos, ed. Grupo Patria Grande, Bs.As. 1979, p. 175-176).

Condenar o descartar todo Milenarismo, sin distinción, eso únicamente lo puede hacer un ingenuo, ignaro o necio, pues no es presentable hablar de censura o prohibición sin especificar cuál sea su naturaleza, así como no indicar el punto exacto de lo censurado, dando a entender más de lo debido, eso es propio de una rudeza mental de proporciones inauditas, impropias de un exégeta.

Generalizar la censura es un despropósito total, que la Iglesia jamás pretendió en este asunto tan puntual. Es la fobia boba, lo que hace a las mentes estrechas pontificar en el error, lo cual raya en un espíritu farisaico de satánico antimilenarismo.

Las trabas que puso la Iglesia fueron siempre al Milenarismo carnal judaico y herético, jamás al Milenarismo Patrístico.

Descartar el Milenarismo Patrístico es desechar la fuente primigenia de la Iglesia, si hoy la cosa no es tan clara es por culpa no de la Iglesia, sino de los hombres de Iglesia, que con sus miserias humanas opacan y empañan la verdad.

No hay que hacerle decir a la Iglesia lo que no dijo, y lo que dijo fue: “Systema millenarismi mitigati tuto docere non posse”.(Decreto de la Suprema Sacra Congregación del Santo Oficio, firmado el 21 de Julio de 1944 y publicado en Acta Apostolicae Sedis el 28 de Julio de 1944).

Pretender condenar o censurar todo Milenarismo basándose en este decreto, que es, dicho sea de paso, disciplinar, es extralimitar los parámetros del texto “odiosa sunt restringenda”; es además, o tener mala fe o ser un ignorante, o quizás ambas a la vez, sobre todo cuando el documento habla explícitamente del Milenarismo Mitigado, cosa que muchos parecen no tener hoy en cuenta.

Por eso conviene también tener en cuenta al Padre Eusebio García de Pesquera, quien decía: “La expresión latina ‘tuto docere non posse’, resulta difícil de traducir con exactitud. Pero resulta evidente que con ella se quiere eludir un claro pronunciamiento doctrinal sobre la ortodoxia o heterodoxia del milenarismo mitigado. Solo se pone en guardia contra él, para que sus opiniones, o más bien sus puntos de vista sobre el sentido de tantos pasajes escriturísticos, no se enseñen normal y tranquilamente en los centros escolares de la Iglesia”. (Maran Atha ¡El Señor Vuelve!, ed. Círculo, Zaragoza 1982. p.85)

Por si fuera poco, el anterior decreto de la Suprema Sacra Congregación del Santo Oficio del 11 de Julio de 1941, fue no solo un error craso, sino hasta una burda y estúpida cuasi herejía que muestra la incompetencia de sus miembros, que estulta y fóbicamente, enceguecidos por un antimilenarismo exacerbado, decretaron errónea, abusiva y falsamente todo Milenarismo en los siguientes términos: “El sistema del Milenarismo, aún el mitigado, es decir el que enseña, según la revelación Católica, Cristo Nuestro Señor antes del juicio final, ha de venir corporalmente a esta tierra a reinar, ya sea con resurrección anterior de muchos justos o sin ella, no se puede enseñar sin peligro”. A tal punto que tuvieron que corregir con un segundo decreto del año 44, pues estaban escupiendo para arriba, sin percatarse de que estaban condenando el reino de Jesús Sacramentado desde el Tabernáculo, que se hace presente en cada consagración y que reina corporalmente desde el Sagrario.

Por eso el segundo decreto publicado en la A.A.S el 28 de Julio de 1944, rectifica puntualizando que se trata no de todo Milenarismo (aun el espiritual) sino solo del mitigado, substituyendo a su vez el término corporalmente por visiblemente. Y la censura no es doctrinal, sino simplemente disciplinar, pues la expresión “tuto docere non posse” (no es segura su enseñanza), así lo denota.

Queda claro que si tuvieron que corregir, era porque se habían evidentemente equivocado y eso de parte del Santo Oficio.

Queda así a salvo, libre de toda y cualquier censura y prohibición el Milenarismo Espiritual o Patrístico; y el Milenarismo Mitigado, es lo único que queda prohibido o censurado, por ser dudosa o peligrosa su enseñanza, nada más; es decir, que la condenación aún del Milenarismo Mitigado, no es fulminante, como muchos pretenden.

Como se ve, para nada afecta al Milenarismo Patrístico o Espiritual; y el Milenarismo Mitigado, como lo hace ver el Padre Castellani, estaría muy bien prohibido por ser “teología para negros”, con perdón de los negros que no tienen culpa ni vela en este entierro.

Dice así el Padre Castellani: “El milenarismo espiritual, por el contrario, no ha sido condenado, ni jamás lo será: la Iglesia no va a serruchar la rama donde está sentada; es decir, la Tradición”. (Alcañiz – Castellani, La Iglesia Patrística y la Parusía, ed. Paulinas Bs.As. 1962, p. 350).

Añadiendo más adelante con irónica agudeza: “Está pues prohibido enseñar en Sudamérica que Cristo reinará visiblemente desde un trono en Jerusalén, sobre todas las naciones; presumiblemente con su Ministro de Agricultura, de Trabajo y Previsión y hasta de Guerra si se ofrece. Muy bien prohibido. Teología a la Fulton Sheen. ‘Teología para Negros’, llama a esta fábula Ramón Doll. Con perdón de los negros. Ningún Santo Padre milenista -y hay muchos, como hemos visto- o quier escritor a cual serio, ha descripto así el Reino de Cristo”. (Alcañiz – Castellani, La Iglesia Patrística y la Parusía, ed. Paulinas Bs.As.1972, p.351).

El Padre Antonio Van Rixtel, dice a su vez, respecto a dicha censura, situando muy bien la cuestión: “Con todo estamos aquí, frente a una resolución disciplinaria de alcance restringido:

  1. No se trata de una condenación de la doctrina del Reino, sino que se declara solamente que es peligroso enseñar un punto determinado de ella, a saber: el punto característico del Milenarismo mitigado.
  1. Es pues, una medida disciplinaria que prohíbe la enseñanza de este punto característico del Milenarismo mitigado, por ser peligroso.
  1. Este peligro procede, pues, no de la doctrina del Reino como tal, sino del punto determinado, que, como se ve, afecta a los milenaristas mitigados.” (Caviglia Cámpora – Antonio Van Rixtel, Tercer Milenio, el Misterio del Apocalipsis. ed. Fundación Glaudius, Bs.As. 1995 p.510)

Y ya sabemos que lo peligroso, es lo que nos señaló con perspicacia el Padre Castellani.

Es importante ver cómo, un exégeta que no es milenarista como Cornelio Alápide, en su comentario al Profeta Daniel VII,27, se ve sin embargo obligado por el texto revelado, a reconocer lo que a otros menos doctos y lúcidos, se les hace fácil y rápido negar o descartar: “Yo digo que es cierto que vendrá el reinado de Cristo y de los Santos, y que este reinado no será solamente espiritual como el que ha tenido siempre en la tierra, ya cuando se ha perseguido a los Santos, ya cuando estuvo sujeto a persecuciones y trabajos, sino que este reinado será corporal y glorioso; es decir que los Santos con sus cuerpos y sus almas han de reinar con Cristo aquí en la tierra, como reinarán eternamente en el cielo. Mas creo que ese reinado dará principio en la tierra en el momento de haber dado muerte al Anticristo, pues muerto éste y despojado de sus dominios, la Iglesia reinará en todo el Universo, y el redil lo compondrán judíos y gentiles y después el reino será trasladado al cielo y por toda la eternidad”. (Citado por Cristino Morrondo, Canónigo Lectoral de Jaén, Catástrofe y Renovación, Jaén 1924 p.215).

Es evidente la ligereza del Padre Jesús Mestre, de quien la inteligencia brilla por su ausencia, que con suma prontitud se precipita a descartar todo Milenarismo que como vemos, aún el mismo Cornelio Alápide, se ve obligado a admitir.

Jamás la Iglesia pondría trabas a que se enseñara una doctrina verdadera, dice el Padre, pero sin distinguir que una cosa es la Iglesia y otra los hombres de Iglesia que sí pueden hacerlo.

Hay que saber lo que viene de la Iglesia y lo que viene de los hombres de Iglesia.

Menéndez y Pelayo nos hace notar la distinción en el fragmento siguiente: ”Cierto que un teólogo mallorquín, Fr. Juan Buenaventura Bestard, comisario General de la Orden de San Francisco en Indias, combatió con acritud el sistema entero del P. Lacunza en unas Observaciones, impresas, a seguida de la prohibición de Roma, en 1824 y 1825. Pero todos sabemos que la cuestión del milenarismo (del Espiritual se entiende) es opinable, y aunque la opinión del reino temporal de Jesucristo en la tierra, tenga contra sí a casi todos los padres, teólogos y expositores desde fines del siglo V en adelante, comenzando por San Agustín y San Jerónimo, también es verdad que otros Padres más antiguos la profesaron, y que la Iglesia nada ha definido, pudiendo tacharse a lo sumo, de inusitada y peregrina la tesis que con gran aparato de erudición bíblica y con no poca sutileza de ingenio quiere sacar a salvo el P. Lacunza. Ni ha de tenerse por herejía, el afirmar, como él lo hace, que Jesucristo ha de venir en gloria y majestad, no solamente a juzgar a los hombres, sino a reinar por mil años sobre los justos con el mundo renovado y purificado que será un como traslado de la celestial Sion.” (Historia de los Heterodoxos Españoles, Marcelino Menéndez y Pelayo. ed. B.A.C. Madrid 1967, p. 668 – 669).

Y como bien dice Don Marcelino aclarando el punto en la página anterior: “San Jerónimo (sobre el c. 20 de Jeremías) no se atrevió a seguirla ni tampoco condenarla, ya que la habían adoptado muchos santos y mártires cristianos, por lo que opina que a cada cual es lícito seguir su opinión, reservándolo todo al juicio de Dios. Lo que desde luego fue anatemizado es la sentencia de los milenarios carnales, que suponían que esos mil años habían de pasarse en continuos convites, francachelas y deleites sensuales”. (p. 667). Como quien dice el cielo de los musulmanes cual idílico harem trasladado a la tierra para los cristianos.

No puede la Iglesia dejar de enseñar, y menos dejar en el olvido durante mucho tiempo, una doctrina que viene de los Apóstoles, como dice el Padre Mestre. Pero si bien se mira, la Iglesia no ha dejado un solo día de pedir en la oración del Padre Nuestro, el Reino milenario de Cristo, al pedir ‘Venga a nos el tu Reino’ (advéniat regnum tuum). Bástenos recordar que el Milenarismo fue doctrina común de los cuatro primeros siglos de la Iglesia Primitiva y por tanto de los Apóstoles, como sostiene San Papías, cosa que pretende negar el P. Mestre atribuyéndole falsedad.

No es solo San Papías, sino también, San Policarpo, como discípulos directos de San Juan; y San Ireneo que fue discípulo de San Policarpo, o sea que su doctrina se remonta a San Juan y por eso dice que lo que él enseña viene de los Apóstoles: “Así pues, la tradición de los apóstoles que ha sido manifestada en el mundo entero, puede ser percibida en la Iglesia por todos aquellos que quieren ver la verdad. (…) mostrando que la tradición que posee de los apóstoles y la fe que ella anuncia a los hombres, llega a nosotros por la sucesión de obispos…”. (San Ireneo, Contra las Herejías. ed. Apostolado Mariano, Sevilla 1994, Libro III, p.18). Con esto, San Ireneo quiere expresar que lo que él enseña, viene de los Apóstoles. Y refiriéndose a su maestro San Policarpo (que desde niño escucho sus enseñanzas) dice para testificar una vez más que su doctrina viene de un discípulo directo de San Juan: “Mas Policarpo no solamente fue adoctrinado por los apóstoles y vivió en compañía de muchos que habían visto a Nuestro Señor, sino que también fue nombrado por los apóstoles obispo de la Iglesia de Esmirna en Asia, al cual le vimos también nosotros en nuestra juventud (…) Ahora bien, él enseñó siempre lo que había aprendido de los apóstoles, lo cual transmitió también a la Iglesia, y es lo único verdadero”. (Ibídem, p. 20). Y es por esto que San Ireneo dice: “Hay quienes le oyeron decir que Juan, discípulo del Señor, yendo a Éfeso a bañarse cuando vio dentro a Cerinto, salió de las termas sin bañarse, por temor, según él, a que se desplomaran las termas porque se hallaba dentro Cerinto enemigo de la verdad. Y Policarpo mismo respondió así a Marción, que en cierta ocasión le salió al encuentro y le decía: ‘Reconócenos’, ‘te conozco como primogénito de Satanás’. Tan grande era la circunspección que tenían los apóstoles y sus discípulos, que ni por palabra se comunicaban con algunos de aquellos que tergiversaban la verdad…”. (Ibídem, p. 20-21).

Queda fuera de cualquier duda, de dónde viene la doctrina como la que San Ireneo, así como San Policarpo y San Papías profesan. Es más, llega a decir cuando habla del milenio: “Si alguien no acepta estas cosas como referidas a los tiempos del reino, caerá en infinidad de contradicciones y dificultades (…) La bendición de que acabamos de hablar, se refiere por tanto, sin discusión a los tiempos del reino: cuando reinen los justos después de haber resucitado de entre los muertos (y haber sido, por el hecho de esta misma resurrección colmados de honor por Dios); cuando incluso la creación liberada y renovada produzca en abundancia toda clase de alimentos, gracias al rocío del cielo y a la fertilidad de la tierra. Esto es lo que los presbíteros que habían visto a Juan, discípulo del Señor, recuerdan haber oído de él, cuando evocaba la enseñanza del Señor relacionada con aquellos tiempos”. (Contra las Herejías. Apostolado Mariano, Sevilla 1999. Libro V p.120-121).

Más adelante continúa diciendo: “He aquí lo que Papías, oyente de Juan, compañero de Policarpo, hombre venerable, atestigua por escrito en su libro cuarto -pues hay cinco libros compuestos por él-. Y añadió: ‘Todo esto es creíble para los que tienen fe. Porque, prosigue él, como Judas el traidor siguiese incrédulo y preguntase: ¿Cómo podrá Dios crear tales frutos? El Señor respondió: Verán quienes vivan hasta entonces’ “. (Ibíde, p. 122).

Se ve así, como hay una continuidad y procedencia de esta doctrina desde el Apóstol San Juan y también queda claro que ni San Papías ni San Policarpo fueron erróneos o falsos en lo que enseñaban, sino que predicaban lo que habían oído directamente de boca de San Juan.

El Milenarismo Espiritual y Patrístico viene en línea directa de San Juan, por si fuera poco, y por eso fue doctrina común durante los primeros cuatro siglos de la Iglesia, después, como todo, vino la decadencia, el olvido, y una de las razones fue el ver que el fin no era tan inminente como en un principio se creía y además teniendo frente a ellos todo un mundo pagano que conquistar, cual una madre recién parida que se preocupa de criar y alimentar a su hijo, sin ponerse a pensar en la muerte y en el funeral lejanos.

Así lo deja claro Morrondo explicando cómo se llegó a esta confusión, diciendo: “La esperanza que anunciamos, la anunciaron los presbíteros, esto es, los Discípulos de los Apóstoles. La recogieron y conservaron los Padres de la primera y segunda generación post-apostólica y la reprodujeron otros, siendo la creencia general hasta el siglo IV en el pueblo cristiano. ¿Pues entonces, como se ha obscurecido y olvidado y hasta ha sido refutada por tantos escritores, desde aquella fecha hasta hoy? También tiene una fácil y comprensible explicación, los herejes y judaizantes la mixtificaron con groserías que el evangelio y la razón Cristiana condenan, y es claro (Pero afortunadamente ningún Padre) muchos publicistas ortodoxos, impugnaron ese reino de Cristo, pero con tan mala fortuna que emplearon la misma argumentación contra el reino espiritual que esperamos, que contra el carnal y herético. Y desde entonces la amalgama y la confusión se enseñorearon y difundieron la obscuridad hasta formar el ambiente que se respira en nuestros días y que es forzoso disipar.” (Catástrofe y Renovación, Cristino Morrondo Rodríguez. ed. Tipografía de El Pueblo Católico, Jaén 1924, p.13).

Pero ni San Jerónimo ni San Agustín condenaron el Milenarismo Patrístico, ellos fustigaron el Milenarismo carnal y judaico de Cerinto, Apolinar y Nepos. Veamos al respecto la importante observación que hace el Padre Lacunza: “En efecto estas dos legiones de milenarios Judaizantes partidarios de Nepos y de Apolinar, y los libros que salieron contra ellos así de San Dionisio como de San Epifanio, etc, parecen que forman la época precisa de la mudanza entera y total sobre la venida del Señor en gloria y majestad. Hasta entonces se había entendido la Escritura Divina como suena según su sentido propio, obvio y literal; por consiguiente se habían creído fiel y sencillamente todas las cosas que sobre esta venida del Señor nos dice y anuncia la misma escritura divina; y si había habido algunas disputas estas no tanto habían sino sobre las cosas mismas sino sobre el modo indecente y mundano con que hablaban de ellas los herejes y los judíos. Mas habiendo llegado después de estos las legiones judaizante que tomaban mucho de los unos y de los otros, y que eran mucho mas doctos o mas disputadores que ellos, todo se empezó luego a desordenar, a obscurecer y a confundir la verdad con el error. Las Escrituras Santas mudaron en breve de semblante”. (La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, ed. Carlos Wood, Londres 1826, tomo I, p.99-100).

Si además sumamos la campal lucha contra los arrianos se comprende cual era la preocupación en aquella época, y el porqué del olvido; es así que el Padre Lacunza señala con sapiencia: “En estos tiempos de obscuridad se hallaban los doctores católicos ocupados enteramente en resistir y confutar a los Arrianos infinitamente mas peligrosos que todos los milenarios; pues tocaban inmediatamente a la persona misma del Mesías y a la substancia misma de la religión. Por tanto no les era posible, aplicarse de propósito al examen formal, y circunstanciado de este punto, ni tomar sobre si un trabajo tan grande, como era separar, según las Escrituras, lo precioso de lo vil, que en milenarios judaizantes estaba tan mezclado”. (Ibídem, p. 100). Y así entonces queda claro que todos aquellos que invocan la autoridad de San Jerónimo nada prueban al respecto, pues el mismo dice, tal y como señala el Padre Lacunza: “No podemos condenar estas cosas, porque así lo dijeron muchos doctores católicos y entre ellos muchos mártires, con esto solo comprendemos bien, que por entonces no tenia en mira otros Milenarios sino los católicos y santos, por consiguiente estos no merecían ser comprehendidos en la sentencia general. Luego por este punto, que es del que hablamos, la autoridad de San Jerónimo nada prueba, y si algo prueba, es todo lo contrario de lo que intentan los que lo citan”. (Ibídem, p. 95). Y con respecto a San Agustín ocurre otro tanto como lo hace ver el Padre Lacunza: “Con todo eso podemos decir de San Agustín lo mismo a proporción, que hemos dicho de los otros padres, esto es que en todo lo que dice no aparece otra cosa (ni hay de donde inferirla), que los errores indecentes de Cerinto, y de los que lo habían seguido”. (Ibídem, p. 96).

Con la entrada de los paganos a la Iglesia y de todo el Imperio Romano con la conversión de Constantino, había un mundo que civilizar y convertir; si a eso se le suman los errores del Milenarismo craso, que había que, a todo precio desechar, lo más práctico por el momento parecía, dar vuelta a la página como lo hizo San Agustín a instancias de San Jerónimo y dedicarse a la propagación del Evangelio, pues en un principio adhirió al Milenarismo y después lo abandonó, pero sin condenarlo. Así el Milenarismo Patrístico, pasó a una larga y prolongada hibernación, atravesando toda la Edad Media hasta el día de hoy cuando ya muy entrada y consolidada la Revolución Anticristiana, se vuelven a vislumbrar los acontecimientos apocalípticos profetizados para los últimos tiempos. Pero algunos, muy trasnochados, no salen de su profundo letargo, creyendo todavía que tienen mucho que conquistar o reconquistar, como en los primeros tiempos, y lo que acontece es que pierden el sentido de la realidad que hoy nos toca vivir a la luz de la fe y de las profecías apocalípticas.

Así se explica el olvido general, pero esto no niega que haya una gran conspiración del silencio y de conjura, como lo hace notar el Padre Castellani: “Pero hoy día hay una especie de conjura que impide la exégesis antigua… y vuelve de hecho obligatoria la alegórica de San Agustín, por medio de castigos o amenazas” (Catecismo para Adultos, ed. Grupo Paria Grande, Bs.As. 1979, p. 179-180).

La razón profunda por la cual se combate hoy el Milenarismo Patrístico, es la siguiente, como hace ver el Padre Castellani: “Esta luz cruda deshace y evacúa la eterna ilusión babélica de construir una torre que llegue al Cielo, de puro ladrillo y barro; de recobrar y reconstruir el antiguo Edén con solas fuerzas humanas; de llevar a su consumación el Reino de Dios por medios políticos; de que este mundo durará muchísimo y siempre en continuo progreso. Esos son los principales ensueños del mundo moderno y han sido siempre la más profunda y tenaz tentación del hombre, hoy día campante y dominante por doquier fuera de la Iglesia. Contra ellos se levanta el Apokalypsis, la austera visión del Milenarismo”. (Los Papeles de Benjamín Benavides, ed. Dictio Bs.As. 1978, p.65).

El Milenarismo Patrístico es así considerado por algunos autores, como por ejemplo, San Ireneo, quien afirma: “Ahora bien, cuando el Anticristo haya destruido todo este mundo, haya reinado durante tres años y seis meses y se haya sentado en el templo de Jerusalén, vendrá entonces el Señor desde los cielos sobre las nubes, en la Gloria de su Padre, y mandará al estanque de fuego al Anticristo y a sus fieles; inaugurará al mismo tiempo, para los justos, los tiempos del Reino, es decir, el descanso, el séptimo día que fue santificado, y entregará a Abraham la herencia prometida: Es el reino en que, según la palabra del Señor, ‘muchos de Oriente y Occidente, vendrán y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob’ “. (Contra las Herejías, Libro V. ed. Apostolado Mariano, Sevilla 1999. p.114).

Y más adelante: ”Estos acontecimientos no podrán situarse en lugares supra celestes -porque Dios, dice el profeta, mostrará su esplendor a todas las naciones, que hay bajo el cielo-, pero sí se producirán en los tiempos del Reino, cuando la tierra haya sido renovada por Cristo y Jerusalén haya sido redificada según el modelo de la Jerusalén de arriba”. (Ibídem, p. 128).

Y redondeando el tema, San Ireneo enseña: “Esto se encuentra ya en el libro del Génesis, según el cual la consumación de este siglo, tendrá lugar el día sexto, es decir, el año 6.000; después vendrá el séptimo día, día de descanso, acerca del cual dice David: ‘aquí está mi reposo, los justos entrarán por él’: este séptimo día es el séptimo milenio, el del reino de los justos, en que todos se ejercitarán para la incorruptibilidad, después que haya sido renovada la creación para los que hayan sido guardados para este fin”. (Ibídem, p. 133).

Por su parte, el Padre José Rovira, sobre el reino de los santos dice: “Destruídas las potestades antiteocráticas y encadenado y encarcelado el Demonio, seguiráse luego el reino de Cristo y de los santos.” (Enciclopedia Espasa-Calpe Artículo Parusía. p. 439). Y más adelante en la página 440 dice: “En este texto se predice claramente que a la destrucción del Anticristo y de las otras potestades antiteocráticas, le seguirá no solo un triunfo sino un reino de Cristo y de los santos, un reino que será sobre la tierra o debajo del cielo. Como dice Daniel, un reino en que el poder será del pueblo de los santos altísimos, al cual (pueblo) todos los reyes le servirán y obedecerán. Es, por consiguiente muy probable que inmediatamente después de la muerte del Anticristo, no se acabará el mundo, sino que se seguirá todavía la Santa Iglesia, el reino de los santos ejercerá la soberanía sobre toda la tierra. (…) Véase, por ejemplo lo que dice Cornelio a Lápide: ‘Entonces, destruido el reino del Anticristo, la Iglesia reinará en toda la tierra y de los Judíos y de los Gentiles se hará un solo redil, con un solo pastor’ “.

Cristino Morrondo a su turno, refiriéndose al Apocalipsis, nos expone: “Trata de los hechos que antecederán, acompañarán y seguirán la segunda venida de Jesucristo a la tierra, de los preparativos que como señales anuncian su proximidad del reinado de la paz y de la justicia universal (…) Vendrá Jesucristo como ha prometido solemnemente y confesamos en el Credo y en el símbolo de la Fe, coincidiendo su llegada con una general apostasía, y manifestación del Anticristo” (Catástrofe y Renovación. Jaén 1924, p. 23-24).

El Padre Benjamín Martín Sánchez, manifestando su criterio particular, sobre el Milenarismo, comentando el Capítulo 20 del Apocalipsis, nos dice: “Yo creo firmemente (después de un detenido estudio de la Biblia) en un milenarismo en la tierra (y si a alguno no le agrada la palabra ‘milenarismo’, dígase ‘época maravillosa de paz’ de mil o miles de años) que tendrá lugar después de la muerte del Anticristo y a raíz del juicio universal de naciones, y a ello contribuirá el estar encadenado o reprimida la acción de Satanás. Entonces los Judíos convertidos usufructuarán su conversión, se multiplicará la fe, tendrá un triunfo definitivo la Iglesia de Cristo y se cumplirá la profecía de ‘un solo rebaño bajo un solo pastor’…” (Nuevo Testamento Explicado, ed. Apostolado Mariano, Sevilla 1988 p.427).

El Padre Eusebio García de Pesquera nos dice. “En la próxima Parusía, Jesús vendrá para establecer su Reino en este mundo: sobre todos y sobre todo; un reinado, por consiguiente, mucho más completo que el ‘espiritual’ de ahora sobre dispersas minorías; reinado universal y en plenitud de ejercicio. (Maran Atha, ed. Círculo, Zaragoza 1982, p.67).

El Padre Leonardo Castellani: “Hay tres milenismos (como hay que decir, porque milenarismo es incorrecto gramaticalmente). Uno es el milenismo espiritual, que consiste en interpretar literalmente lo que dice San Juan en el Apocalipsis -Nada más-. Tomar eso como cosa que va a pasar, por difícil o rara que parezca, así entendieron ese capítulo casi todos los padres de los cuatro primeros siglos, desde el primer siglo en que todavía vivían los apóstoles. Creían tranquilamente que iba a haber un Reino de Mil años; y que la Iglesia va a ser en él sumamente próspera y va a ser regida de hecho por Jesucristo, después de la Parusía o sea después de que Jesucristo haya bajado a vencer al Anticristo (…) todo esto hubiera sido así sin duda, si no fuera por el tropezón del milenismo carnal”. (Catecismo para Adultos, ed. Grupo Paria Grande, Bs. As. 1979, p.176).

Así también el Padre Antonio Van Rixtel: “Con la destrucción del Anticristo como con la encadenación de Satanás, la reedificación del tabernáculo de David, la restauración de todos los santos de la tribulación de todos las cosas, se consuma la sexta edad y se inicia la séptima: La edad Sabática o Día de la revelación de los hijos de Dios; la edad del Reino Mesiánico, de grandísima ‘paz’ y justicia, en la cual Cristo triunfará sobre todos sus enemigos y los reinos del mundo habrán venido a ser los reinos de Nuestro Señor y de su Cristo”. (Tercer Milenio, El Misterio del Apocalipsis, Caviglia Cámpora – Antonio Van Rixtel, ed. Fundación Gladius, Buenos Aires 1995, p. 609).

El Padre Pablo Caballero Sánchez c.m. bajo el seudónimo de Anthon Bileham, con el cual escribe, dice: “Es la ‘Esperanza’ en la Promesa del reino victorioso de Dios con la Parusía de Jesús, esperanza de la que se burlan los doctores satíricos afiliados al Anomos” (p. 463); Son las: “Bodas del Cordero con la Iglesia Milenaria” (p. 365); es: “El Señorío de Jesucristo y de su batallón de ‘vivos’ se impondrá al mundo por todo un milenio de paz y justicia (p. 579-580); “Luego, los mil años de descanso sabático del Pueblo de Dios lejos del Dragón encadenado bajo la influencia de los testigos de Dios resucitados” (p. 605); “Terminado el Milenio, ‘es preciso que el Dragón sea desatado por breve tiempo’. Así lo tiene preordenado la sabiduría divina” (p.611); “Los justos resucitados vivieron por consiguiente vida gloriosa, no circunscrita a mil años sino indeficiente y eterna, y compartieron el dominio activo de Cristo sobre la tierra durante mil años de la era sabática, hasta que el Hijo entregue al Padre el reino consumado en la perfección y Dios sea todo en todos”. (Visiones del Apocalipsis, Quito 1955, p. 616).

El Padre Manuel Lacunza fue un hombre de profunda y alta oración que pasaba cinco horas con el rostro cocido en tierra cada día como lo atestigua Menendez y Pelayo, quien dice: “… que de él dice su mismo impugnador, el P. Bestard, que ‘todos los días perseveraba inmoble cinco horas largas, cocido su rostro con la tierra’ “. (Historia de los Heterodoxos Españoles, ed. B.A.C. 1967, p. 667). ). Sobre el milenio el P. Lacunza dice: “Después de la venida de Jesucristo que esperamos en gloria y majestad había todavía un grande espacio de tiempo, esto es, mil años, o determinados, o indeterminados, hasta la resurrección y juicio universal”. (La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, ed. Carlos Wood, Londres, 1816, p.103).

Esto es lo que resumiendo han dicho todos estos autores Milenaristas Patrísticos, que interpretan literalmente y no alegóricamente el Apocalipsis.

Contra el alegorismo ya advertía San Ireneo en Adversus Haereses: “Si algunos tratan de interpretar estas profecías en sentido alegórico, no lograran ponerse de acuerdo entre sí en todos los puntos…” (Contra las Herejías, Libro V, p.130). Y más adelante San Ireneo vuelve a enfatizar: “Y nada de esto se puede interpretar de manera alegórica, sino al contrario todo es aquí firme, verdadero y poseedor de una existencia autentica, realizada por Dios para el disfrute de los hombres justos“. (Ibídem, p. 130).

Por eso Melania, la vidente de La Sallete decía: “Es un gran error si se quiere hacer coincidir el fin del mundo con el fin del Anticristo. Después de la caída temporal o corporal del Anticristo, la Iglesia florecerá más resplandeciente que nunca. Todos los Judíos que permanezcan vivos abrazaran la Fe, todos los Cristianos que quedaren vivos serán renovados en una fe viva; y no habrá fuera de la Iglesia Católica ninguna otra religión, ni secta y la paz, la más bella, la más universal reinará durante siglos; después de lo cual la Fe de nuevo se entibiará…” (Document Pour Servir l’Histoire Réelle de La Salette, Lettres de Mélanie, Bergère de la Salette, au Chanoine de Brand Carta n°450).

El Padre Arminjon que no es ningún milenarista y cuyo libro era leído por Santa Teresita (teniéndolo como libro de cabecera), reconoce sin embargo que: “El sentimiento más acreditado y que parece el más conforme a las Santas Escrituras, es que después de la caída del Anticristo, la Iglesia Católica entrará todavía una vez, en una era de prosperidad y de triunfo”. (Fin du Monde Prèsent et Mystères de la Vie Future, ed. Office Central de Lisieux, 1970, p. 70).

El Padre Emmanuel dice lo mismo: “Nosotros hemos dicho, y mantenemos como incontestable, que la muerte del Anticristo será seguida de un triunfo sin igual de la santa Iglesia de Jesucristo”. (La Sainte Église ed. Clovis, 1997, p. 334).

El canónico Crampon en su publicación en francés del Nuevo Testamento, comentando el pasaje del capítulo 20, versículo 6 del Apocalipsis, dice: “Reinaran con él durante mil años. De acuerdo a lo que precede nosotros podemos figurarnos este reino de mil años, preludio de la gloria definitiva como una realización, la más completa del Adveniat Regnum Tuum de la Oración dominical. La Iglesia ha obtenido una gran victoria sobre Satanás y sobre el mundo, en la cual el Príncipe de las Tinieblas luego no podrá hacerlo instrumento de sus seducciones… (Durante los primeros siglos de la Iglesia, el milenarismo fue concebido como el retorno glorioso de Jesucristo viniendo para reinar sobre la tierra con sus Santos durante mil años antes del juicio general)”.

No queda más para terminar que adherir de todo corazón y con inteligencia apocalíptica de la historia, repitiendo la súplica que el Papa Pío XII hiciera en su mensaje pascual del 21 de Abril de 1957: “Es necesario quitar la piedra sepulcral con la cual han querido encerrar en el sepulcro a la verdad y al bien; es preciso conseguir que Jesús resucite con una verdadera resurrección que no admita ya ningún dominio de la muerte (…) ¡Ven, Señor, Jesús! La humanidad no tiene fuerza para quitar la piedra que ella misma ha fabricado intentando impedir tu vuelta. Envía tu ángel, oh Señor y haz que nuestra noche se ilumine como el día. ¡Cuántos corazones, oh Señor, te esperan! ¡Cuántas almas se consumen por apresurar el día en que Tú sólo vivirás y reinarás en los corazones! ¡Ven, oh Señor, Jesús! ¡Hay tantos indicios de que tu vuelta no está lejana!

MARAN ATHA, VEN SEÑOR JESÚS

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SANTO TOMAS - MONSEÑOR STRAUNBIGER

 

ANEXO SOBRE LAS DOS RESURRECCIONES

 

TEXTOS 

Apocalipsis 20: 1-6 = Y vi a un Ángel que bajaba del cielo y tenía en su mano la llave del Abismo y una gran cadena. Y se apoderó del dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y satanás, y lo encadenó por mil años, y lo arrojó al Abismo que cerró y sobre el cual puso sello para que no seduzca más a las naciones hasta que se hayan cumplido los mil años, después de lo cual ha de ser soltado por poco tiempo. Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los que fueron degollados a causa del testimonio de Jesús y a causa de la Palabra de Dios, y a todos los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni habían aceptado la marca en sus frentes o en sus manos; y resucitaron y reinaron con Cristo mil años. Los restantes de los muertos no tornaron a vivir hasta cumplidos los mil años. Esta es la primera resurrección. ¡Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección! Sobre éstos no tiene poder la segunda muerte, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, con el cual reinarán mil años.

I Corintios 15: 20-28 = Mas ahora, Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que durmieron. Puesto que por un hombre vino la muerte, por un hombre viene también la resurrección de los muertos. Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno por su orden [unusquisque autem in suo ordine]: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su Parusía [deinde ii, qui sunt Christi, qui in adventu ejus crediderunt]; después el fin, cuando Él entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya derribado todo principado y toda potestad y todo poder. Porque es necesario que Él reine hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies. El último enemigo destruido será la muerte. Porque todas las cosas las sometió bajo sus pies. Mas cuando dice que todas las cosas están sometidas, claro es que queda exceptuado Aquél que se las sometió todas a Él. Y cuando le hayan sido sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo también se someterá al que le sometió todas las cosas, para que Dios sea todo en todo.

I Corintios 15: 50-53 = Lo que digo, hermanos, es, pues, esto: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción puede poseer la incorruptibilidad. He aquí que os digo un misterio: no todos moriremos, pero todos seremos transformados [omnes quidem resurgemus, sed non omnes immutabimur] en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final; porque sonará la trompeta y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados [et mortui resurgent incorrupti, et nos immutabimur]. Pues es necesario que esto corruptible se vista de incorruptibilidad, y esto mortal se vista de inmortalidad.

I Tesalonicenses 4: 13-18 = No queremos, hermanos, que estéis en ignorancia acerca de los que duermen, para que no os contristéis como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también creemos que Dios llevará con Jesús a los que durmieron en Él. Pues esto os decimos con palabras del Señor [in verbo Domini]: que nosotros, los vivientes que quedemos hasta la Parusía del Señor, no nos adelantaremos a los que durmieron. Porque el mismo Señor, dará la señal, descenderá del cielo, a la voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Después, nosotros los vivientes que quedemos, seremos arrebatados juntamente con ellos en nubes hacia el aire al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

COMENTARIOS

Apocalipsis 20: 1-6 = Y vi a un Ángel que bajaba del cielo y tenía en su mano la llave del Abismo y una gran cadena. Y se apoderó del dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y satanás, y lo encadenó por mil años, y lo arrojó al Abismo que cerró y sobre el cual puso sello para que no seduzca más a las naciones hasta que se hayan cumplido los mil años, después de lo cual ha de ser soltado por poco tiempo. Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los que fueron degollados a causa del testimonio de Jesús y a causa de la Palabra de Dios, y a todos los que no habían adorado a la bestia ni a su imagen, ni habían aceptado la marca en sus frentes o en sus manos; y resucitaron y reinaron con Cristo mil años. Los restantes de los muertos no tornaron a vivir hasta cumplidos los mil años. Esta es la primera resurrección. ¡Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección! Sobre éstos no tiene poder la segunda muerte, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, con el cual reinarán mil años.

Monseñor Juan Straubinger:

«La primera resurrección»: He aquí uno de los pasajes más diversamente comentados de la Sagrada Escritura. En general se toma esta expresión en sentido alegórico: la vida en estado de gracia, la resurrección espiritual del alma en el Bautismo, la gracia de la conversión, la entrada del alma en la gloria eterna, la renovación del espíritu cristiano por grandes santos y fundadores de Órdenes religiosas (S. Francisco de Asís, Santo Domingo, etc.), o algo semejante.

Bail, autor de la voluminosa Summa Conciliorum, lleva a tal punto su libertad de alegorizar las Escrituras, que opta por llamar primera resurrección la de los réprobos, porque éstos, dice, no tendrán más resurrección que la corporal, ya que no resucitarían para la gloria. Según esto, el v. 6 alabaría a los réprobos, pues llama bienaventurado y santo al que alcanza la primera resurrección.

La Pontificia Comisión Bíblica ha condenado en su decreto del 20-VIII-1941 los abusos del alegorismo, recordando una vez más la llamada «regla de oro», según la cual de la interpretación alegórica no se pueden sacar argumentos.

Sin embargo, hay que reconocer aquí el estilo apocalíptico. En I Cor. 15, 23, donde S. Pablo trata del orden en la resurrección, hemos visto que algunos Padres interpretan literalmente este texto como de una verdadera resurrección primera, fuera de aquella a que se refiere San Mateo en 27, 52 s. (resurrección de santos en la muerte de Jesús), y que también un exegeta tan cauteloso como Cornelio Alapide la sostiene.

Cf. I Tes. 4, 16: I Cor. 6, 2-3; II Tim. 2, 16 y ss. y Filip. 3, 11, donde San Pablo usa la palabra «exanástasis» y añade «ten ek nekróon» o sea literalmente, la ex-resurrección, la que es de entre los muertos.

Parece, pues, probable que San Juan piense aquí en un privilegio otorgado a los Santos —sin perjuicio de la resurrección general—, y no en una alegoría, ya que San Ireneo, fundándose en los testimonios de los presbíteros discípulos de San Juan, señala como primera resurrección la de los justos (cf. Luc. 14, 14 y 20, 35).

La nueva versión de Nácar-Colunga ve en esta primera resurrección un privilegio de los santos mártires, «a quienes corresponde la palma de la victoria. Como quienes sobre todo sostuvieron el peso de la lucha con su Capitán, recibirán un premio que no corresponde a los demás muertos, y éste es juzgar, que en el sentido bíblico vale tanto como regir y gobernar al mundo, junto con su Capitán, a quien por haberse humillado hasta la muerte le fue dado reinar sobre todo el universo» (Filip. 2, 8 y ss.).

I Corintios 15: 20-28 = Mas ahora, Cristo ha resucitado de entre los muertos, primicia de los que durmieron. Puesto que por un hombre vino la muerte, por un hombre viene también la resurrección de los muertos. Porque como en Adán todos mueren, así también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno por su orden [unusquisque autem in suo ordine]: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su Parusía [deinde ii, qui sunt Christi, qui in adventu ejus crediderunt]; después el fin, cuando Él entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya derribado todo principado y toda potestad y todo poder. Porque es necesario que Él reine hasta que ponga a todos los enemigos bajo sus pies. El último enemigo destruido será la muerte. Porque todas las cosas las sometió bajo sus pies. Mas cuando dice que todas las cosas están sometidas, claro es que queda exceptuado Aquél que se las sometió todas a Él. Y cuando le hayan sido sometidas todas las cosas, entonces el mismo Hijo también se someterá al que le sometió todas las cosas, para que Dios sea todo en todo.

Monseñor Juan Straubinger:

23: San Pablo toca el gran misterio de la Parusía o Segunda Venida del Señor, objeto de nuestra esperanza. Buzy traduce: «los que serán de Cristo en el momento de su venida». El Apóstol revela aquí un nuevo rasgo de la Escatología que se refiere a la resurrección. Muchos expositores antiguos y también muchos modernos niegan el sentido cronológico de las palabras «primicia», «luego» y «después». Según ellos no se trataría de una sucesión sino de una diferencia en la dignidad: los de Cristo alcanzarían más felicidad que los otros. Por su parte San Juan Crisóstomo, Teofilacto y otros Padres interpretan que los justos resucitarán en el gran «día del Señor» antes que los réprobos en cuyo juicio participarán con Cristo. Cornelio a Lapide sostiene también el sentido literal y temporal: Cristo el primero, según el tiempo como según la dignidad; después los justos, y finalmente la consumación del siglo. Como expresa Crampon en la nota al v. 51, también San Jerónimo admite que este capítulo se refiere exclusivamente a la resurrección de los justos. La Didajé o Doctrina de los Apóstoles se expresa en igual sentido, citando a Judas 14 (Enchiridion Patristicum Nº 10)».

Judas: 14-15 = «De ellos profetizó ya Enoc, el séptimo desde Adán, diciendo: «He aquí que ha venido el Señor con las miríadas de sus santos, a hacer juicio contra todos y redargüir a todos los impíos de todas las obras inicuas que consintió su impiedad y de todo lo duro que ellos, impíos pecadores, profirieron contra Él»».

«Con las miridíadas de sus santos». Al citar estas palabras la Didajé, documento del siglo I, formula anuncios escatológicos muy semejantes a los que hemos visto en los escritos apostólicos, y dice: «En los últimos días se multiplicarán los falsos profetas y corruptores, y las ovejas se convertirán en lobos y la caridad se convertirá en odio; tomando pues incremento la iniquidad, los hombres se tendrán odio mutuamente y se perseguirán y se traicionarán, y entonces aparecerá el engañador del orbe diciéndose hijo de Dios y hará señales y prodigios; la tierra será entregada en sus manos, y hará iniquidades tales como nunca se hicieron en los siglos. Entonces lo que crearon los hombres será probado por el fuego, y muchos se escandalizarán y perecerán; mas los que perseveraren en su fe se salvarán de aquel maldito y entonces aparecerán las señales de la verdad: primero la señal del cielo abierto, luego la señal de las trompetas, y tercero la resurrección de los muertos; mas no de todos sino, según está dicho, vendrá el Señor y todos los santos con Él. Entonces verá el mundo al Señor viniendo sobre las nubes del cielo» (Enchiridion Patristicum Nº 10)».

Santo Tomás:

«… todos serán vivificados. Pero cada uno por su orden [unusquisque autem in suo ordine]: como primicia Cristo; luego los de Cristo en su Parusía [deinde ii, qui sunt Christi, qui in adventu ejus crediderunt]; después el fin, cuando Él entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya derribado todo principado y toda potestad y todo poder».

Aquí demuestra el orden de la resurrección. Primero insinúa el mismo orden: es verdad que todos serán vivificados en Cristo, pero, sin embargo, de modo diferente, porque habrá diferencia entre la Cabeza y los miembros, y habrá diferencia en cuanto a los buenos y a los malos. Por eso dice que cada uno resucitará por su orden, es decir, según su dignidad.

 

En segundo lugar, manifiesta el orden, puesto que como primicia resucitará Cristo, que es el primero en tiempo y en dignidad, porque es el que posee más gloria. Después resucitarán todos los que son de Cristo, posteriores en tiempo y en dignidad; estos son lo que crucificaron su carne con sus vicios. Cuáles son los de Cristo lo expone diciendo: los que creyeron por la fe, por la caridad operante. En el Advenimiento, primero y segundo. Pero hay que saber que entre los otros santos no habrá orden de tiempo, puesto que todos resucitarán en un abrir y cerrar de ojos, sino según la dignidad, porque el mártir resucitará como mártir, el apóstol como apóstol, y así los otros.

I Corintios 15: 50-53 = Lo que digo, hermanos, es, pues, esto: que la carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios, ni la corrupción puede poseer la incorruptibilidad. He aquí que os digo un misterio: no todos moriremos, pero todos seremos transformados [omnes quidem resurgemus, sed non omnes immutabimur] en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la trompeta final; porque sonará la trompeta y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados [et mortui resurgent incorrupti, et nos immutabimur]. Pues es necesario que esto corruptible se vista de incorruptibilidad, y esto mortal se vista de inmortalidad.

Monseñor Juan Straubinger:

«No todos moriremos, pero todos seremos transformados»: esta verdad expresa San Pablo también en la Primera Carta a los Tesalonicenses (4: 17). San Agustín y San Jerónimo (epístola Ad Minerium, de resurrectione, Ep. 119, ML 22, 971) siguen esta interpretación, según la cual se librarán de la muerte los amigos de Cristo que vivan en el día de su segunda venida. Así lo indica Santo Tomás (I-II, q. 81, a. 3, ad 1) y muchos teólogos modernos. El P. Bover dice al respecto: «Existen varios textos del Apóstol que parecen afirmar que los fieles de la última generación serán gloriosamente transformados, sin pasar por la muerte… Tratándose de textos suficientemente claros, y de una interpretación hoy día corrientemente admitida por exégetas y teólogos, bastará citarlos». Y cita a continuación el presente pasaje con I Tess. 4: 15-17 y II Cor. 5: 1-4.

Santo Tomás:

«Ecce mysterium vobis dico, omnes quidem resurgemus, sed non omnes immutabimur. In momento, in ictu oculi, in novissima tuba: canet enim tuba, et mortui resurgent incorrupti, et nos immutabimur».

Aquí responde el Apóstol a la cuestión que buscaba el modo y el orden de los que han de resucitar. Acerca de ésto hay que saber, según San Jerónimo dice en una carta a Minervo y Alejendro monjes, lo siguiente: en ningún libro de los Griegos tenemos «omnes quidem resurgemus», sin embargo en algunos tenemos «omnes quidem dormiemus», es decir, omnes moriemur. Y se dice muerte al sueño por la esperanza en la resurrección. De donde es lo mismo que si dijese «omnes quidem resurgemus», puesto que nadie resucita sino murió.

«Sed non omnes immutabimur». Esto no cambia en los libros Griegos, y esto es cierto, puesto que esta transformación, de la cual aquí se trata, es la de los cuerpos de los beatos, que serán transformados según las cuatro dotes de los cuerpos gloriosos.

 

(«Según aquellos que dicen «Non omnes quidem morimur, sed omnes immutabimur» puede también leerse de este modo: los muertos resucitarán incorruptos, es decir, al estado de incorrupción; y nosotros que vivimos, aunque no resucitaremos, puesto que no moriremos, sin embargo seremos transformados del estado de corrupción el estado de incorrupción. Con esto parece concordar aquello que dice «nosotros los vivientes que quedemos, seremos arrebatados juntamente con ellos…», I Tess. 4».)

En algunos libros, sin embargo, se encuentra «Non omnes quidem dormiemus», es decir, «moriemur, sed omnes immutabimur». Y esto puede entenderse de dos modos:

 

El primero literalmente, puesto que fue la opinión de algunos que no todos los hombres morirán, sino que algunos en el Adviento de Cristo vendrán vivos al juicio, y estos no morirán, sino que serán transformados al estado de incorrupción, y por eso dicen que «non omnes quidem dormiemus»,  es decir, moriremos, sino que todos seremos transformados, tanto los buenos como los malos, y tanto los vivos como los muertos. De donde, según esto, transformación no se entiende del estado de animalidad al estado de espiritualidad (ya que sólo los buenos serán transformados según esta transformación) sino del estado de corrupción al estado de incorrupción.

 

De otro modo es expuesto místicamente por Orígenes, y dice que aquí no se trata del sueño de la muerte, porque todos moriremos, sino del sueño del pecado, como si dijese: no todos pecaremos mortalmente, sino que todos seremos transformados del estado de corrupción al estado de incorrupción.

 

Y a pesar de que esta lectura «non omnes moriemur» no sea contra la fe, sin embargo la Iglesia acepta más la primera, es decir que todos moriremos, sea resucitaremos, porque todos morirán incluso si en aquel momento quedan algunos vivos.

 

El orden y el modo de la resurrección la manifiesta consecuentemente cuando dice «in momento, in ictu oculi, etc.».

En primer lugar en cuanto al tiempo, in momento. Por lo cual excluye el error de los que dicen que la resurrección futura no será de todos al mismo tiempo, sino que dicen que los mártires resucitarán antes que los otros por mil años, y entonces Cristo descenderá con ellos y poseerá corporalmente el reino de Jerusalén por mil años con ellos. Esta fue la opinión de Lactancio. Pero es manifiesto que esto es falso, puesto que todos resucitaremos en un momento, es decir, en un cerrar y abrir de ojos. Se excluye también por ésto el error del que decía que el juicio duraría por espacio de mil años. Pero esto es falso, puesto que no habrá allí tiempo perceptible, sino que será en un momento».

I Tesalonicenses 4: 13-18 = No queremos, hermanos, que estéis en ignorancia acerca de los que duermen, para que no os contristéis como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó, así también creemos que Dios llevará con Jesús a los que durmieron en Él. Pues esto os decimos con palabras del Señor [in verbo Domini]: que nosotros, los vivientes que quedemos hasta la Parusía del Señor, no nos adelantaremos a los que durmieron. Porque el mismo Señor, dará la señal, descenderá del cielo, a la voz del arcángel y al son de la trompeta de Dios, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Después, nosotros los vivientes que quedemos, seremos arrebatados juntamente con ellos en nubes hacia el aire al encuentro del Señor; y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, mutuamente con estas palabras.

Monseñor Juan Straubinger:

A los primeros cristianos, más que a nosotros, les preocupaba la segunda venida de Cristo, especialmente en cuanto a la suerte de los muertos. Creían que éstos, tal vez, fueran remitidos al último lugar en la resurrección o que la resurrección ya había pasado. Contesta San Pablo: De ninguna manera habéis de angustiaros; ellos resucitarán los primeros, y los otros justos que estén vivos será arrebatados al encuentro de Cristo en el aire. Los Padres griegos, y de los latinos San Jerónimo y Tertuliano, opinan que esto sucederá sin que antes sea necesaria la muerte física. Lo admiten también San Anselmo y Santo Tomás.

Santo Tomás:

Cuando dice «et mortui qui in Christo sunt resurgent primi. Deinde nos qui vivimus, qui relinquimur, simul rapiemur cum illis in nubibus obviam Christo in aera» establece el orden de la resurrección, respecto de lo cual hace dos cosas: primero establece la resurrección de los muertos, después el encuentro de los vivos.

 

Con ocasión de estas palabras creyeron algunos que los que estarán presente en el momento del fin nunca morirán, como dice San Jerónimo en la carta, por aquello que dice «Deinde nos qui vivimus…». Entre otras cosas distingue inútilmente vivientes de los que hayan muerto. Contra ésto se presenta I Co. 15: «Omnes quidem resurgemus». De la misma manera «Así como en Adán todos han de morir…», como tenemos en Rm. 5. Por lo tanto, la muerte pasará a todos. Hay que decir por lo tanto, que algunos se encontrarán vivos en el tiempo aquél, en el cual Cristo vendrá para el juicio; pero en aquel momento de tiempo morirán y enseguida resucitarán. Y por lo tanto, por la pequeña interpolación serán reputados vivientes.

 

Pero ahora se presenta la cuestión, porque dice aquí: «et mortui qui in Christo sunt resurgent primi, et deinde nos, etc.» Por lo tanto, sucederá primero que resucitarán los muertos a que los vivos salgan al encuentro de Cristo, los cuales en este encuentro morirán. Por lo tanto, algunos resucitarán primero, y de este modo la resurrección no será simultánea para todos, lo cual va en contra de lo que se dice en I Co. 15.

 

Respondo que hay que decir que aquí es doble la opinión:

 

Algunos dicen que la resurrección no será simultánea, sino que primero los muertos vendrán con Cristo. Y entonces, en el Adviento de Cristo, los vivos serán arrebatados en nubes, y en aquel rapto morirán y resucitarán. Por lo tanto, lo que se dice ser en un momento, se entiende porque sucederá en poco tiempo.

 

Otros, sin embargo, dicen que todos resucitarán simultánea e instantáneamente. Por lo tanto, cuando dice Resurgent primi, manifiesta el orden de dignidad, no de tiempo.

 

Pero parece difícil, porque de los vivos muchos serán probados en la persecución del Anticristo, que precederán en dignidad a muchos de los primeros difuntos.

 

Y por lo tanto, parece que hay que decir otra cosa: que todos morirán, que todos resucitarán, y que todos resucitarán simultáneamente.

 

Ni tampoco el Apóstol dice aquí que aquéllos resucitarán antes que éstos, sino que aquéllos resucitarán antes que éstos salgan al encuentro. El Apóstol, en efecto, no establece el orden de la resurrección respecto de la resurrección, sino respecto del rapto o salida al encuentro. En efecto, cuando venga el Señor primero morirán los que se hallen vivos, y entonces enseguida con ellos serán arrebatados en nubes los resucitados que primero habían muerto, como aquí dice el Apóstol. Entre los malos y los buenos habrá esta diferencia, que los malos permanecerán en la tierra, la que amaron, y los buenos serán arrebatados a Cristo, a Quien buscaron.

***

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Del Libro del Padre Lacunza

 

VENIDA DEL MESÍAS EN GLORIA Y MAJESTAD

 

Parte Primera

 

Capítulo VI

 

Segunda dificultad. La Resurrección de la carne, simultánea y única

  • 1 Hemos salido con vida de entre aquella nube densa y tenebrosa. Nos queda ahora que practicar las mismas diligencias con otra nube semejante, que tiene con esta una grandísima relación: comunica con ella por varias partes, le ayuda, la sostiene, y es recíprocamente sostenida y ayudada.

Esta es la resurrección de la carne simultánea y única.

 

Porque si es cierto que la resurrección de la carne ha de suceder en todos los individuos del linaje humano, simultáneamente y una sola vez, es decir una sola vez y en un mismo instante y momento: con esto solo quedan convencidos de error formal todos los antiguos Milenarios, sin distinción alguna.

Con esto solo debe mirarse con gran recelo, como una pieza engañosa y peligrosísima, el capítulo XX del Apocalipsis. Y con esto solo, nuestro sistema cae al punto a tierra, a lo menos por una de sus partes: y abierta esta brecha, es ya facilísimo saquearlo, y arruinarlo del todo.

Pero ¿será esto cierto? ¿Será tan cierto, tan seguro, tan indubitable, que un hombre católico, timorato y pío, capaz de hacer algunas reflexiones, no pueda prudentemente dudarlo, ni aun siquiera examinarlo a la luz de las escrituras? Esto es lo que voy ya a proponer a vuestra consideración.

Sé que los teólogos que tocan este punto (que no son todos ni creo que muchos) están por la parte afirmativa; más también sé con la misma certidumbre, que no lo prueban; a lo menos se explican poquísimo, y esto muy de prisa.

Si les preguntamos en qué se fundan, nos responden con una gran muchedumbre de lugares de la Escritura Santa, de los cuales las dos partes prueban claramente que ha de haber resurrección de la carne, y nada más; y la otra tercera parte prueba contra su propia aserción.

Los principales lugares de la Escritura que se alegan a favor, son los siguientes:

Así el hombre cuando durmiere, no resucitará, hasta que el cielo sea consumida … En el último día he de resucitar de la tierra (Job, 14, 12 y 19, 25).

 

Vivirán tus muertos, mis muertos resucitarán: despertaos y dad alabanza los que moráis en el polvo (Isaías 26, 19).

 

De la resurrección de los muertos ¿no habéis leído las palabras que Dios os dice (Mt. 22, 31). 

 

En verdad, en verdad os digo: que viene la hora, y ahora es cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios, y los que la oyeren vivirán: todos los que están en los sepulcros, oirán la voz del Hijo de Dios. Y los que hicieron bien irán a resurrección de vida: más los que hicieron mal a resurrección de juicio (Jo. 5, 25 y 28).

 

Resucitará tu hermano, dijo el Señor. Marta le dice: bien sé que resucitará en la resurrección en el último día (Jo. 11, 23).

 

Toda la visión de los huesos del capítulo XXXVII de Ezequiel.

Los muertos que resucitaron Elías y Eliseo, los malvados de quienes se dice: por eso no se levantarán los impíos en el juicio.

 

Los muertos que resucitó el Señor.

El mismo Señor que resucitó como primicia de los que duermen, (de quien dijo David), ni permitirás que tu santo vea la corrupción: y lo que afirma San Pablo: en un momento, en un abrir de ojos, en la final trompeta: pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles (I Cor. 15, 52).

Este último lugar tiene alguna apariencia: a su tiempo veremos que es sólo apariencia, examinando todo el contexto.

De estos lugares de la Escritura se pudieran citar sin gran trabajo cuando menos un par de centenares: lo bueno y admirable es, que habiendo citado estos y otros lugares semejantes, concluyen con gran satisfacción, que la resurrección de la carne, simultáneamente y una sola vez, o es un artículo de fe, o a lo menos, una consecuencia de fe.

Cuando quisiereis imitar este modo de discurrir, podréis probar fácilmente esta proposición, o como consecuencia de fe, o también como artículo de fe:

Todos los hombres que actualmente viven, han de morir simultáneamente, y una sola vez, en un instante y momento.

Para probar esto, no tenéis que hacer otra diligencia sino abrir las concordancias de la biblia: buscar la palabra mors: juntar treinta o cuarenta textos, que hablen de esto: verbigracia:

Morirá de muerte 

Está establecido a los hombres que mueran una sola vez 

Todos moriremos, y nos deslizamos como el agua

¿Quién hay entre los vivientes que no esté sujeto a lo dura necesidad de haber de morir? 

 

Hecho esto, sacáis al punto vuestra consecuencia de fe, o establecéis invenciblemente vuestro artículo de fe: luego todos los hombres que actualmente viven, han de morir simultáneamente, y una sola vez, en un mismo instante y momento.

No hay para que detenernos en la aplicación de esta semejanza: ni tampoco pensamos detenernos en desenredar lo que hallamos tan enredado y confundido en los lugares de la Escritura ya citados, porque esto sería un trabajo igualmente inútil que molesto.

  • 2 Yo creo en la resurrección de la carne.

 

Descendiendo a lo particular, creo que todos los individuos del linaje humano, hombres y mujeres, cuantos han vivido, cuantos viven, y cuantos vivirán en adelante, así como todos han de morir, menos los que han muerto ya; así todos han de resucitar, menos los que han resucitado ya.

Creo, que ha de llegar algún día, que el Señor sabe, en que suceda esta general resurrección, y en que el mar y la tierra, el limbo y el infierno den sus muertos, sin ocultar alguno por mínimo que sea.

Creo, que así como Jesucristo resucitó en su propia carne, o en el cuerpo mismo que tenía antes de morir, así ni más ni menos resucitará cada uno de los hombres, por más deshecho que esté el cuerpo, y confundido con la tierra: y esto por la virtud y omnipotencia de Dios vivo, que pudo hacer de nada todo el universo con un hágase, o con un acto de su voluntad.

Mas ¿qué consecuencia pretendéis sacar de mi confesión? Sin duda no habéis reparado bien en aquella palabra que dejé caer como casual, diciendo expresamente. Así como todos han de morir, menos los que han muerto ya; así todos han de resucitar, menos los que han resucitado ya.

 

Conque es cierto, y de fe divina, que en aquel día y hora, resucitarán todos los que hasta entonces hubieren muerto, y no hubieren resucitado: más no por esto se sigue que también hayan de resucitar entonces los que hayan resucitado de antemano.

Me persuado, no sin gran fundamento, que esta excepción que acabo de hacer, os causará un verdadero disgusto, y aún enfado.

¡Bueno fuera que entre los resucitados de aquel día y hora contásemos también a la santísima Virgen María nuestra señora, de quien ha creído y cree toda la Iglesia, que resucitó aun antes que su santo cuerpo pudiese ver la corrupción, y que la hiciésemos volver a morir para poder resucitar en aquel día!

¡Bueno fuera que entre los resucitados en aquel día y hora, contásemos también a aquellos muchos santos, de quienes nos dice el evangelio: y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron!

 

Mas yo quisiera ahora saber, ¿cómo se puede componer todo esto con aquella multitud de lugares de la Escritura Santa, que se citan para probar la resurrección simultáneamente y una sola vez, de todos los individuos del linaje humano, sin distinción alguna? ¿Cómo se compone todo esto con aquellas palabras de Job: el hombre cuando durmiere, no resucitará, hasta que el cielo sea consumido… (189) o con las palabras del Evangelio: todos los que están en los sepulcros, oirán la voz del Hijo de Dios (190) o con las palabras de Marta: que resucitará -en el último día (191): o con las palabras de San Pablo: en un momento, en un abrir de ojo, en la final trompeta: pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles… (192)?

Conque sin perjuicio de la general resurrección, que debe concluirse en aquel día y hora de que hablamos, pudo Dios resucitar muchos siglos antes a la Santísima Virgen María: pudo resucitar a muchos santos, para que acompañasen resucitados a Cristo resucitado, si es que no los hacen morir otra vez: y a otros dos santos mucho tiempo antes de la general resurrección: luego sin perjuicio de aquella ley general, que debe concluirse en aquel día y hora, podrá Dios conceder muy bien esta misma gracia a muchos santos, según su libre y santa voluntad. Y ¿quién sabe si ya la ha concedido a muchos, sin pedirnos nuestro consentimiento, ni darnos parte de su resolución?

Esto supuesto, yo paso un poco más adelante, y pregunto: si aquel mismo Dios, de quien está escrito fiel es el Señor en todas sus palabras (194), que ya ha resucitado a Nuestra Señora, y a otros muchos santos, hubiera prometido resucitar a muchos más, para cierto tiempo antes de la general resurrección, en este caso ¿no haremos muy mal en no creerlo? ¿Será bastante razón para dudarlo, la ley general de la resurrección del último día? ¿Será decente alegar contra esta promesa de Dios el texto de Job, o las palabras de Marta, o todos los otros lugares de la Escritura que habla de la resurrección general de la carne?

Más esta promesa de Dios ¿de donde consta? Tenéis gran razón de preguntarlo. Consta, señor mío, de la misma Escritura divina, entendida del mismo modo que se entiende cualquiera escritura humana, que contiene obligación o promesa: esto es, en su sentido propio, obvio y literal, pues no hay otro modo de averiguar la verdad.

Conque toda nuestra controversia está ya reducida a esto solo: es a saber, a que yo os muestre los instrumentos auténticos y claros que tengo de la promesa de Dios, y habiéndolos visto entre los dos, y examinándolos atentamente juzguemos con recto juicio. 

 

  • 3 Primer instrumento. En primer lugar, debemos traer a la memoria, y considerar de nuevo con mayor atención, todo lo que queda ya observado en la disertación precedente, artículo III, sobre el texto celebérrimo del capítulo XX del Apocalipsis: a lo cual nada tenemos que añadir, ni que quitar, por más que clamen y porfíen los doctores, de que allí no se habla de verdadera y propia resurrección de los cuerpos, sino de una resurrección espiritual de las almas a la gracia, y a la gloria, etc.

Por más que digan confusamente que lo contrario es un error, un sueño, un peligro, una fábula de los Milenarios; por más que pretendan, que la explicación que dan al texto sagrado (y que ya observamos con asombro) es más clara que la luz; por más que quieran persuadirnos, que la prisión del diablo ya sucedió, y que el Rey de los reyes no es Jesucristo sino San Miguel, etc., si no nos traen otra novedad, si no producen otras razones, nos tenemos a lo dicho; ciertos y seguros de que el texto sagrado mirado por todos sus aspectos y con todas sus circunstancias que preceden, que acompañan, y que siguen hasta el fin del capítulo y aun hasta el fin de toda la profecía, es un instrumento auténtico y fiel, en que consta clarísimamente de la promesa de Dios, con que se obliga a resucitar otros muchos santos antes de la general resurrección.

Por consiguiente es este un instrumento precioso que no podemos, ni debemos disimular.

  • 4 Segundo instrumento. El apóstol San Pablo escribiendo a los Tesalonicenses, I, 4:12-17., les dice: Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis, acerca de los que duermen, para que no os entristezcáis como los otros, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y resucitó; así también Dios traerá con Jesús a aquellos que durmieron por él. Esto pues os decimos en palabra del Señor (sigue la promesa de Dios), que nosotros que vivimos, que hemos quedado aquí para la venida del Señor, no nos adelantaremos a los que durmieron. Porque el mismo Señor con mandato, y con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo: y los que murieron en Cristo, resucitarán los primeros. Después, nosotros, los que vivimos, los que quedamos aquí, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes a recibir a Cristo en los aires; y así estaremos para siempre con el Señor. Por tanto consolaos los unos con los otros con estas palabras.

De estas palabras del Apóstol, que él mismo nos advierte, no sin gran acuerdo, que las dice en palabra del Señor, sacamos dos verdades de suma importancia.

Primera: que cuando el Señor vuelva del cielo a la tierra, como sabemos que ha de volver después de haber recibido el reino, al salir del cielo, y mucho antes de llegar a la tierra dará sus órdenes, y mandará como Rey, y Dios omnipotente, que todo esto significan aquellas palabras con mandato, y con voz de arcángel, y con trompeta de Dios.

 

A esta voz del Hijo de Dios resucitarán al punto los que la oyeren, como dice el evangelista San Juan, los que la oyeren vivirán. Más ¿quiénes serán estos? ¿Serán acaso todos los muertos, buenos y malos sin distinción? ¿Serán todos los individuos del linaje humano sin quedar uno solo?

Parece cierto, y evidente que no; pues en este caso no nos enseñara San Pablo en palabra del Señor la grande novedad de dos cosas, tan absolutamente incomprensibles, como contradictorias: es a saber: resucitar todos los individuos del linaje humano, buenos y malos, lo cual no puede ser sin haber muerto todos, y después de esta resurrección, después quedar todavía algunos vivos y residuos para la venida del Señor.

Fuera de que se debe reparar, que el Apóstol sólo habla en este lugar de la resurrección de los muertos, que murieron en Cristo, o de aquellos, que durmieron por él: y ni una sola palabra de la otra infinita muchedumbre; sin duda porque todavía no ha llegado su tiempo. De este mismo modo habla el Señor en el Evangelio; reparadlo:

Y verán al Hijo del Hombre que vendrá en las nubes del cielo con grande poder y majestad. Y enviará sus ángeles con trompetas, y con grande voz: y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos (Mt. 24:30).

Si comparáis este texto con el de San Pablo, no hallaréis otra diferencia, sino que el Apóstol llama a los que han de resucitar en la venida del Señor los que murieron en Cristo, que durmieron por él; y el Señor los llama sus escogidos y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos. Más en ambos lugares se habla únicamente de la resurrección de éstos solos, y ni una sola palabra de los otros.

La segunda verdad que sacamos del texto de San Pablo, a donde volvemos, es esta: que después de resucitados aquellos muertos que murieron en Cristo, que durmieron por él, todos los vivos que en aquel día fueren también de Cristo, los cuales, según otras noticias que hallamos en los Evangelios, no pueden ser muchos, sino bien pocos, como veremos en su lugar, todos estos así vivos se juntarán con los muertos de Cristo ya resucitados, se levantarán de la tierra, y subirán en las nubes a recibir a Cristo: después nosotros los que vivimos… (o los que viven de nosotros) los que andamos aquí, seremos arrebatados, juntamente con ellos a recibir a Cristo en los aires.

 

Por más esfuerzos que han hecho hasta ahora los intérpretes y teólogos, para eludir o suavizar la fuerza de este texto, es claro que nada nos dicen, que sea pasable, ni aun siquiera tolerable.

Dicen unos, que los santos resucitarán primero, como enseña el Apóstol; mas esto no será con prioridad de tiempo, sino solamente de dignidad; quieren decir, que todos los hombres buenos y malos, santos e inicuos, resucitarán en un mismo tiempo y momento; pero los santos tendrán en la resurrección el primer lugar; esto es: serán más dignos, o más honorables que los malos; y pudieran añadir, que serán los únicos dignos de honor, delante de Dios y de sus ángeles.

 

Mas ¿es esta la gran novedad que nos anuncia San Pablo, en palabra del Señor que los santos serán más dignos de honor que los malos? ¿Los Apóstoles más honorables que Judas el traidor? ¿Y el mismo San Pablo más que el verdugo que le cortó la cabeza? ¿Y para decirnos esta verdad, no halló el apóstol otras palabras que estas: y los que murieron en Cristo resucitarán los primeros. Después nosotros. Leed, amigo, el texto sagrado, y haced más honor al apóstol, y a vuestra propia razón.

Otros autores menos rígidos, conceden francamente (y esta es la sentencia más común) que el Apóstol habla sin duda de prioridad de tiempo. Conceden, pues, para verificar de algún modo las palabras claras y expresas, resucitarán los primeros, que los santos realmente resucitarán primero; pero añaden luego con una extrema economía, que bastarán para esto algunos minutos; por ejemplo, cinco o seis, que en aquel tiempo tumultuoso será cosa insensible, que nadie podrá reparar.

  • 5 Reflexión. ¿Para qué fin tantos apuros, y tantas prisas? Si es para poder salvar de algún modo el sistema: si es para poder mantener y llevar adelante la idea de una sola resurrección, y esta simultánea, única y momentánea, así como esta idea quedará convencida de falsa, con mil años de diferencia entre la primera resurrección de los muertos, que murieron en Cristo, y la resurrección del resto de los hombres; así queda convencida de falsa con algunas horas o minutos de diferencia: pues una vez que se admita algún tiempo intermedio, como es necesario admitirlo, la resurrección del linaje humano ya ni podrá ser juntamente, ni podrá ser una sola vez, ni mucho menos en un momento, en un abrir de ojo.

Fuera de esto sería bueno saber ¿con qué razón, o con qué autoridad, se hace esta repartición tan escasa de instantes y momentos? ¿Con qué razón, por ejemplo, nos aseguran, que los justos vivos después de la resurrección de los santos se juntan con ellos, y suben también en las nubes a recibir a Cristo en los aires, y que deben morir, y resucitar allá en el aire antes de llegar a la presencia del Señor?

No me digáis, ni aleguéis para esto la pura autoridad extrínseca, porque esto sería caer en aquel gran defecto que llaman los lógicos responder con lo mismo que se disputa.

 

Sabemos que así lo han pensado muchos doctores; más no sabemos por qué razón, ni sobre que buen fundamento lo han pensado así, ni de donde pudieron tomar esta noticia.

San Pablo nos asegura en palabra del Señor, que los justos que se hallaren vivos cuando venga el Señor, subirán por el aire a recibirlo en compañía de los santos ya resucitados.

Esta particularidad era bien excusada, si para parecer en la presencia de Cristo fuese necesario que primero muriesen y resucitasen, o allá en el aire, o acá en la tierra antes de levantarse de ella; pues con solo decir, los muertos de Cristo resucitarán, y subirán a recibirlo, estaba dicho todo; mas decirnos expresamente, y esto en palabra del Señor, que no solo los santos resucitados, sino también los santos vivos, se levantarán de la tierra, y subirán juntos con ellos a recibir a Cristo, sin hacer mención la más mínima de muerte, ni de resurrección de estos últimos, parece una prueba clara y manifiesta, para quien no tuviere algún empeño manifiesto, de que no hay tal muerte, ni tal resurrección instantánea: que esta idea tan ajena del texto sagrado solo la pudo haber producido la necesidad de salvar de algún modo el sistema, a lo menos por aquella parte, ya que por otra quedaba insalvable; pues habiendo resucitado los muertos de Cristo en todas las partes del mundo, habiéndose levantado de la tierra, habiendo subido juntamente con ellos muchos vivos, habiendo estos muerto, habiendo resucitado, todavía no se ha verificado la resurrección, ni aun siquiera la muerte de todo el resto de los hombres.

A todo esto podemos añadir esta otra reflexión: el rapto de los vivos de que hablamos, es ciertamente una cosa futura; por consiguiente no pudiéramos saberla sin revelación expresa de Dios, a quien sólo pertenece la ciencia de lo futuro.

Del mismo modo, siendo también una cosa futura, o solo posible, la circunstancia que se pretende en estos vivos, de morir y resucitar instantáneamente antes de llegar a la presencia de Cristo, tampoco podrá saberse esta circunstancia sin revelación expresa del que todo lo sabe.

De aquí se sigue, que cualquiera hombre que nos añada esta circunstancia, aunque sea debajo de la autoridad de otros mil, deberá junto con ellos mostrarnos alguna revelación divina, cierta, clara y expresa, en donde conste de esta circunstancia. Y si esta tal revelación, ni la muestran, ni la pueden mostrar porque no la hay, deberán contentarse, y tener por excusados a los que no creyeren su noticia por no querer apartarse un punto de lo que dice la revelación.

Sacamos de todo lo dicho esta importante consecuencia: no obstante los esfuerzos que han hecho los más sabios y más ingeniosos doctores para explicar el texto de San Pablo de algún modo más compatible con su sistema; no obstante sus miedos, sus apuros, sus prisas, su solicitud; no obstante su grande y aun extrema economía en la repartición de instantes y minutos, al fin se ven precisados a concedernos algo, como acabáis de ver.

Nos conceden primeramente, que los muertos que son con Cristo (los cuales parecen los mismos idénticos que se leen en el capítulo veinte del Apocalipsis. Comparad, señor, un texto con otro, y oíd lo que os dice vuestro corazón) resucitarán primero que los demás.

Nos conceden lo segundo, que después de resucitados estos, morirán los santos que acaso se hallaren vivos, o en la tierra, o allá en el aire, los cuales también resucitarán en segundo lugar.

Nos conceden lo tercero, que después de estos morirán, o serán muertos con un diluvio de fuego, todos cuantos vivientes hubiere entonces sobre la tierra.

Nos conceden finalmente, que después de todo esto, después de quemados todos los vivientes con todo cuanto se hallare sobre la tierra: después de apagado o disipado todo aquel mar inmenso de fuego (lo que ha menester, según parece, algunos minutos) resucitarán por último todos los muertos que restaren, que sin duda serán los más.

Contentémonos ahora con esto poco que nos dan, (que a su tiempo les pediremos algo más) y saquemos ya nuestra importante y legítima consecuencia: luego la resurrección de la carne, simultáneamente y una sola vez, la resurrección de todos los individuos del linaje humano, en un momento, en un abrir de ojo, lejos de ser un artículo, o una consecuencia de fe, es por el contrario, y debe mirarse como una aserción falsa, y absolutamente indefendible, y esto por confesión de los mismos que la propugnan.

Por consiguiente queda quitado con esto sólo aquel embarazo que nos impedía el paso, y disipada aquella grande nube que nos cubría el cielo.

  • 6 Instrumento tercero. El mismo Apóstol, y maestro de las gentes, habla de propósito y difusamente en su primera carta a los Corintios, capítulo 15, y llegando al versículo 23-26 dice así: mas cada uno en su orden; las primicias Cristo; después los que son de Cristo, que creyeron en su advenimiento. Luego será el fin, cuando hubiere entregado el reino a Dios y al Padre, cuando hubiere destruido todo principado, y potestad, y virtud. Porque es necesario que él reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y la enemiga muerte será destruida la postrera. Porque todas las cosas sujetó debajo de los pies de él.

Sigamos el orden de estas palabras:

El primer resucitado es Cristo mismo; estas son las primicias de la resurrección: las primicias Cristo. Ningún hijo de Adán tuviera que esperar resurrección, si no hubieran precedido estas primicias.

Síguense después de Cristo, añade San Pablo, los que son suyos, los que creyeron en él: después los que son de Cristo; comparad de paso estas palabras con aquellas otras: y los que murieron en Cristo, o aquellos que durmieron por él: y veréis como todo va bien, en una perfecta conformidad. Después de la resurrección de los que son de Cristo, seguirá el fin.

Dos brevísimas observaciones.

Primera: ¿dónde esta aquí la resurrección del resto de los hombres? ¿Acaso estos no han de resucitar alguna vez? Si como se piensa han de resucitar juntamente con los que son de Cristo, ¿por qué San Pablo no habla de ellos ni una sola palabra?

Resucitados los muertos que son de Cristo, se sigue el fin; y los otros muertos, que son los más, todavía no han resucitado, ¿Cómo podremos componer esto con el simultáneamente y una sola vez, o con el artículo y consecuencia de fe?

Segunda observación: este fin de que habla el Apóstol ¿debe seguirse luego inmediatamente a la resurrección de los santos? Diréis necesariamente que sí, porque es preciso llevar adelante la economía, y no perder un momento de tiempo. Más San Pablo, que sin duda lo sabía mejor, nos da a entender claramente que le sobra el tiempo, pues entre la resurrección de los santos y el fin, pone todavía grandes sucesos que piden tiempo, y no poco, para poderse verificar.

Reparad en sus palabras, y en su modo de hablar: las primicias Cristo… después los que son de Cristo… Luego será el fin.

Suponen comúnmente los doctores, a lo menos en la práctica, que aquí se termina el texto del Apóstol, y lo que resta de él sucederá después del fin; que parte ha sucedido ya, y se está verificando desde que el Señor subió a los cielos.

Considerad lo que resta del texto: Luego será el fin; cuando hubiere entregado el reino a Dios y al Padre, cuando hubiere destruido todo principado, y potestad, y virtud. Porque es necesario que él reine hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y la enemiga muerte será destruida la postrera. Este texto pues, así cortado y dividido en estas dos partes, lo que quiere decir, según explican, es esto solo: el primer resucitado es Cristo; después, cuando él venga del cielo, los que son suyos; luego al instante siguiente sucede el fin con el diluvio universal de fuego; al otro instante resucita el resto de los muertos, aunque San Pablo no los toma en boca; últimamente sucede la evacuación de todo principado, potestad y virtud.

¿Qué quiere decir esto? Quiere decir, que se destruye enteramente todo el imperio de Satanás, y de sus ángeles; los cuales, añaden con mucha satisfacción, conservan siempre el nombre de aquel coro a que pertenecían antes de su pecado, y de su caída.

Óptimamente. ¿Y no hubo ángeles infieles de los otros coros, sino solamente de estos tres? ¿Y no hay aquí en la tierra otros principados, potestades y virtudes sino los ángeles malos? ¿No está ahora, y ha estado, y estará siempre en mano de muchos hombres el principado, respecto de los otros, la potestad emanada de Dios, y la virtud, esto es, la milicia o la fuerza, para hacerse obedecer? ¿Por qué, pues, se recurre a los ángeles malos o a los demonios, y a unas ideas cuando menos inciertas, dudosas y oscurísimas, como son los coros a que pertenecían?

Síguese en el texto del Apóstol la entrega del reino, que hará Cristo a Dios su Padre. ¿Cuando será esta? Será, dicen, cuando después de concluido el juicio universal, se vuelva el Señor al cielo con todos los suyos.

Conque según esto, la entrega del reino deberá ser el último suceso en todo el misterio de Dios; y no obstante San Pablo pone todavía tres grandes sucesos después de este, y en último lugar pone la destrucción de la muerte, que no es otra cosa, que la resurrección universal: y la enemiga muerte será destruida.

 

Y aquel gran suceso que pone el Apóstol en medio del texto, esto es: porque es necesario que él reine, hasta que ponga a todos sus enemigos debajo de sus pies, ¿dónde se coloca con alguna propiedad y decencia?

Este gran suceso es necesario ponerlo aparte, o volver muy atrás para poderle dar algún lugar; pues esto no podrá suceder en aquel tiempo, después de la resurrección de los santos, que son de Cristo, aunque el Apóstol lo ponga para entonces, (y esto so pena de error, y de peligro), sino que empezó a verificarse desde que el Señor subió a los cielos, y hasta ahora se está verificando.

Yo observo aquí, y me parece que cualquiera observará lo mismo, una especie de desorden, de oscuridad, de confusión, y de un trastorno de ideas tan extrañas, que me es preciso leer y releer el texto muchas veces, temiendo entrar en la misma confusión de ideas; y aun esta diligencia creo que no baste.

No me diréis, amigo, lo primero ¿qué razón hay para poner el fin luego inmediatamente, después en el instante siguiente a la resurrección de los santos? ¿Acaso porque sin mediar otra palabra se dice: Luego será el fin?

 

Lo mismo se dice de la resurrección de los santos respecto de la de Cristo, y ya sabéis cuantos siglos han pasado, y quizá pasarán entre una y otra resurrección, las primicias de Cristo: después los que son de Cristo.

 

No me diréis lo segundo, ¿qué razón hay para no querer unir las palabras Después será el fin, con las que siguen inmediatamente, cuando en el texto sagrado se leen unidas, ni se les puede dar sentido alguno, ni aun gramatical, si no se unen? Luego será el fin; cuando hubiere entregado el reino a Dios y al Padre, cuando hubiere destruido todo principado, y potestad, y virtud.

 

Resucitados los que son de Cristo, dice San Pablo, sucederá el fin. Mas ¿cuándo? Cuando el Señor entregare, o hubiere entregado, cuando evacuare, o hubiere evacuado, cuando… Conque es claro, que el fin no sucederá sino cuando sucedan todas estas cosas, que se leen expresas en el texto sagrado.

Del mismo modo parece claro, que siendo Jesucristo cabeza del linaje humano, y habiéndose encargado de su remedio, no puede hacer a su Padre la oblación o la entrega del reino de que está constituido heredero, sino después de haberlo evacuado de toda dominación extranjera: después de haber destruido enteramente principado, y potestad, y virtud. (Por lo cual se va directamente contra la bestia, contra los reyes de la tierra, y contra sus ejércitos, Apoc. 19: 19) Después de haber sujetado todo el orbe, no solamente a la fe estéril y sin vida, sino a las obras propias de la fe, que es la piedad y la caridad: en suma, después de haber convertido en reino propio de Dios, y digno de este nombre, todos los diversos reinos de los hombres; para esto, prosigue el Apóstol, es necesario que el mismo Hijo reine efectivamente hasta sujetar todos los enemigos, y ponerlos todos debajo de sus pies; cuando todas las cosas estuvieren ya sujetas a este verdadero y legítimo rey, entonces podrá ofrecer el reino a su Padre de un modo digno de Dios.

Porque no se piense ahora, como se quiere dar a entender, que todo esto se ha hecho, y se puede plenamente concluir por la predicación del Evangelio que empezaron los Apóstoles, se deben notar y reparar bien dos cosas principales.

Primera: que aquí no se habla de la conversión a la fe de los principados y potestades de la tierra, antes por el contrario se habla claramente de la evacuación de todo principado y de toda potestad; y es cierto y sabido de todos los cristianos, que la predicación del Evangelio está tan lejos de tirar, ni aun indirectamente, a esta evacuación, que antes es uno de sus puntos capitales el sujetarnos mas a todo principado y potestad, y el asegurar más a los mismos principados y potestades con nuestra obediencia y fidelidad.

A esto no solo nos exhorta, sino que nos obliga indispensablemente (por estas palabras): pagad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios (Mat. 22: 21). Toda alma esté sometida a las potestades superiores. Porque no hay potestad sino de Dios: y las que son, de Dios son ordenadas (Rom. 13: 1). Someteos, pues, a toda humana criatura, y esto por Dios: ya sea al rey, como soberano que es: ya a los gobernadores… temed a Dios: dad honra al rey etc (I Pet. II, 13, 14, et 17).

La segunda cosa que se debe reparar, es que esta evacuación de todo principado, potestad y virtud, con todo lo demás que se ve en el texto, junto y unido, debe suceder no antes, sino después de la resurrección de los santos, que son de Cristo: por consiguiente después de la venida del mismo Cristo que esperamos en gloria y majestad.

Leed el texto cien veces, y volved a leerlo otras mil, y no hallareis otra cosa, si no queréis de propósito negaros a vos mismo.

Hecho pues todo esto, con el orden que lo pone San Pablo, concluye él mismo todo el misterio diciendo: y la enemiga muerte será destruida la postrera; y ved aquí el fin de todo con la resurrección universal, en la que debe quedar vencida y destruida enteramente la muerte, de modo, que entonces, y solo entonces, se cumplirá la palabra que está escrita: ¿dónde está, o muerte, tu victoria? ¿dónde está, o muerte, tu aguijón?

  • 7 Todo lo que acabamos de observar en el texto de San Pablo, lo hallamos de la misma manera y con el mismo orden, aunque con alguna mayor extensión y claridad, en el capítulo XX del Apocalipsis.

Hagamos brevemente el confronto de todo, o paralelo de ambos textos, que puede sernos de grande importancia para aclarar un poco más nuestras ideas.

Primeramente San Pablo habla en este lugar no solamente de la resurrección, sino expresamente del orden con que ésta debe hacerse: más cada uno en su orden; diciendo, que el primero de todos es Cristo, que después de la resurrección de Cristo, se seguirá la de sus santos, y aunque en este lugar no señala el tiempo preciso de esta resurrección de los santos, mas la señala en otra parte, como ya observamos esto es, en la epístola a los Tesalonicenses, capítulo IV, diciendo, que sucederá cuando el mismo Señor vuelva del cielo a la tierra; descenderá del cielo, y los que murieron por Cristo, resucitarán los primeros.

Pues esto mismo dice San Juan con alguna mayor extensión y con noticias más individuales, es a saber, que los degollados por el testimonio de Jesús, por la palabra de Dios, y los que no adoraron a la bestia, etc.; estos vivirán, o resucitarán en la venida del Señor, que esta será la primera resurrección, que serán beatos y santos, los que tuvieron parte en la primera resurrección, que los demás muertos no resucitarán entonces, sino después de mucho tiempo significado por el número de mil años, que pasado este tiempo, sucederá el fin, y antes de este fin sucederá la destrucción de Gog, y caerá fuego sobre Magog, etc.

Yo supongo, que tenéis presente todo el capítulo XX del Apocalipsis, y que actualmente lo consideráis con más atención.

En él debéis reparar, entre otras cosas, está bien notable que naturalmente salta a los ojos. Quiero decir que los degollados por el testimonio de Jesús, y por la palabra de Dios, y los que no adoraron la bestia, etc, no sólo resucitarán en la venida de Cristo, sino que reinarán con él mil años: Y vivieron y reinaron con Cristo mil años.

Lo que supone evidentemente, que el mismo Cristo reinará todo este espacio de tiempo, y para este tiempo son visiblemente las sillas y los que se sientan en ellas con el oficio y dignidad de jueces: Y vi sillas, y se sentaron sobre ellas, y les fue dado juicio.

Según las claras y frecuentísimas alusiones del Apocalipsis a toda la Escritura, como iremos notando en adelante, parece que este lugar alude al capítulo III de la Sabiduría, y juntamente al Salmo 149; el primero dice: Resplandecerán los justos, y como centellas en el cañaveral discurrirán. Juzgarán las naciones, y señorearán a los pueblos, y reinará el Señor de ellos.

El segundo, más individual y circunstanciado, dice: se regocijarán los santos en la gloria, se alegrarán en sus moradas. Los ensalzamientos de Dios en su boca, y espada de dos filos en sus manos, para hacer venganza en las naciones, reprensiones en los pueblos. Para aprisionar los reyes de ellos con grillos, y sus nobles con esposas de hierro. Para hacer sobre ellos el juicio decretado; esta gloria es para todos sus santos (Ps. 149, 5-9).

Decidme, amigo, con sinceridad y verdad, ¿habéis reparado alguna vez, o hecho algún caso de estas profecías? Decidme más, ¿habéis considerado atentamente lo que sobre ellas dicen los más sabios intérpretes, o por hablar con más propiedad lo que no dicen, que en realidad nada dicen? Esto poco o nada, que dicen sobre estas profecías, ¿podrá satisfacer vuestra razón, y dejar quieta vuestra curiosidad?

¿No veis la prisa con que corren, como si se vieran obligados a caminar sobre las brasas? ¿No veis como tiran con toda presteza a sacar sus ideas libres e indemnes de aquel incendio, ciertos y seguros, de que todas quedaran consumidas, y reducidas a ceniza, si se detuvieran un momento más?

¿No veis, decidme ahora, por el contrario, de qué sucesos o de qué tiempos se puede hablar aquí si no se habla de los tiempos y de los sucesos admirables que ahora consideramos? Reflexionadlo con vuestro juicio y atención, que yo esperaré pacientemente vuestra respuesta.

En suma, San Pablo pone después de todo y en último lugar, la destrucción de la muerte, que no es otra cosa, como hemos dicho, que la resurrección universal: y la enemiga muerte será destruida la postrera.

San Juan hace lo mismo después de su reino milenario, y después del fuego que cae sobre Gog, y Magog, en que se comprende el oriente y el occidente, y los vivientes de todo el orbe, diciendo: y dio la mar los muertos que estaban en ella… y fue hecho juicio de cada uno de ellos según sus obras, y el infierno y la muerte fueron arrojados en el estanque de fuego.

Expresiones todas propísimas para explicar la destrucción entera de la muerte, con la resurrección universal. Y la muerte será destruida.

  • 8 Cuarto instrumento. El cuarto instrumento que presentamos en la promesa de Dios, de que vamos hablando, se halla registrado en el mismo capítulo XV (de la Primera a los Corintios) hacia el fin del versículo 51, donde el Apóstol nos pide toda nuestra atención, como que va a revelarnos un misterio oculto, y de sumo interés para los que quieran aprovecharse de la noticia.

He aquí, os digo, un misterio: todos ciertamente resucitaremos, mas no todos seremos mudados. En un momento, en un abrir de ojos, en la final trompeta, pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados.

Os causará grande admiración que yo cite este texto a mi favor, cuando parece tan claro contra mí.

La misma admiración tengo yo de ver que los doctores citen este mismo texto a su favor, después de haber concedido, aunque con tan gran economía, que los santos realmente resucitarán primero que el resto de los hombres.

La inteligencia que dan a este último lugar de San Pablo, es bien difícil componerla con aquella concesión.

No obstante convienen todos, como es necesario, en su sistema, que el Apóstol habla aquí de la resurrección universal. Mas ¿será cierto esto?

¿El Apóstol habla aquí de la resurrección universal? ¿Con qué razón se puede esto asegurar, cuando todo el contexto clama y da gritos contra esta inteligencia?

Os atreveréis a decir, ¿que San Pablo, el Apóstol y maestro de las gentes, o el Espíritu Santo que hablaba por su boca, se contradice a sí mismo?

Pues no hay remedio, si queréis que hable aquí de la resurrección universal, deberéis conceder, que cae irremisiblemente en dos o tres contradicciones manifiestas. Vedlas aquí.

Primera contradicción

Si San Pablo habla aquí de la resurrección universal, todos los hombres sin distinción, buenos y malos, fieles e infieles, etc., deben resucitar en un mismo momento, en un abrir y cerrar de ojos, luego es falso lo que dice a los Tesalonicenses: y los que murieron en Cristo resucitarán los primeros, y si no, componedme estas dos proposiciones.

Primera: Todos los hombres sin distinción, buenos y malos, resucitarán en un mismo instante y momento.

Segunda: Los muertos que son de Cristo resucitarán primero.

Segunda contradicción 

Si San Pablo habla aquí de la resurrección universal, todos los hombres sin distinción deben resucitar en un momento, en un abrir de ojos, luego antes de este momento, todos sin distinción deben estar muertos; pues sólo los muertos pueden resucitar, luego no hay, ni puede haber tales vivos, que se levanten en las nubes a recibir a Cristo en compañía de los santos ya resucitados, juntamente con ellos. Y si no, componedme estas dos proposiciones.

Primera: Todos los hombres sin distinción, deben resucitar en un mismo punto y momento: por una consecuencia necesaria, todos sin distinción deben estar realmente muertos, antes que suceda esta resurrección instantánea.

Segunda: Después de la resurrección de los santos, algunos hombres, no muertos sino vivos, que todavía no han pasado por la muerte, se juntarán con dichos santos ya resucitados, y junto con ellos subirán en las nubes a recibir a Cristo.

Tercera contradicción 

Si San Pablo habla aquí de la resurrección universal, todos los hombres, sin distinción de buenos y malos, de espirituales y carnales, puros e impuros, etc., deberán resucitar incorruptos en un momento, en un abrir de ojos, en la final trompeta: pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles, luego todos sin distinción poseerán desde aquel momento la incorrupción o la incorruptela, luego es falso lo que dice el mismo Apóstol en el versículo precedente: Mas digo esto, hermanos: que la carne y la sangre no pueden poseer el reino de Dios: ni la corrupción poseerá la incorruptibilidad.

 

Diréis, no obstante, que también los malos, por inicuos y perversos que sean, han de resucitar incorruptos, participar de la incorruptela; pues una vez sus cuerpos resucitados, sus cuerpos no han de volver a resolverse, ni a convertirse en polvo, sino que han de perseverar enteros, unidos siempre con sus tristes y miserables almas.

Bien, ¿y esto queréis llamar incorrupción o incorruptela? Cierto que no es este el sentir del Apóstol, cuando nos asegura formalmente, y aun nos amenaza de que la carne y sangre no pueden poseer el reino de Dios: ni la corrupción poseerá la incorruptibilidad.

 

Pues ¿qué quiere decir esta expresión tan singular? Lo que quiere decir manifiestamente es, que una persona, cualquiera que sea sin excepción alguna, que tuviese el corazón o las costumbres corrompidas, y perseverare en esta corrupción hasta la muerte, no tiene que esperar en la resurrección un cuerpo puro, sutil, ágil, e impasible. Resucitará sí; mas no para la vida, sino para lo que llama San Juan muerte segunda; no para el gozo propio de la incorruptela, sino por el dolor y miserias, propios de la corrupción.

Así, aquel cuerpo no se consumirá jamás, y al mismo, tiempo jamás tendrá parte alguna en los efectos de la incorrupción; antes sentirá eternamente los efectos propísimos de la corrupción, que son la pesadez, fealdad, la inmundicia, la fetidez, y sobre todo, el dolor.

Esto supuesto, componedme ahora estas dos proposiciones.

Primera: Todos los hombres sin distinción resucitarán incorruptos, pues la trompeta sonará, y los muertos resucitarán incorruptibles.

Segunda: No todos los hombres, sino solamente una pequeña parte, respecto de la otra muchedumbre, poseerá la incorrupción o la incorruptela.

Cuando todas estas cosas, que a nuestra pequeñez aparecen inacordables, se acuerden y compongan de un modo natural, claro y perceptible, entonces veremos lo que hemos de decir.

Entretanto decimos resueltamente, que San Pablo no habla aquí, ni puede hablar de la resurrección universal.

El contexto mismo de todo el capítulo, aunque no hubiera otro inconveniente, prueba hasta la evidencia todo lo contrario.

Observadlo todo con atención especialmente desde el versículo 41: una es la claridad del sol, otra la claridad de la luna, y otra la claridad de las estrellas; y aun hay diferencia de estrella a estrella en la claridad. Así también la resurrección de los muertos. Se siembra en corrupción, resucitará en incorrupción; es sembrado en vileza, resucitará en gloria; es sembrado en flaqueza, resucitará en vigor; es sembrado cuerpo animal, resucitará cuerpo espiritual… etc.

Ved ahora como podéis acomodar todo esto a la resurrección de todos los hombres, sin distinción de santos e inicuos.

Pues ¿de qué resurrección había aquí el Apóstol? Habla, amigo, innegablemente, por más que lo queráis confundir, de aquella misma resurrección de los santos de que habla a los Tesalonicenses.

En uno y otro lugar habla con los nuevos cristianos, exhortándolos a la pureza y santidad de vida, junto con la fe, y proponiéndoles la recompensa plena en la resurrección.

En uno y otro lugar habla únicamente de la resurrección de santos, cuando venga el Señor.

En uno y otro lugar habla de otros santos no muertos, ni resucitados, sino que todavía se hallarán vivos en aquel día; y por eso añade aquí aquellas palabras: los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados; las cuales corresponden visiblemente a aquellas otras, nosotros, los que vivimos, los que quedamos aquí, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes, a recibir a Cristo en los aires; porque estos vivos que suben por el aire a recibir al Señor es preciso que antes de aquel rapto padezcan una grande inmutación.

Los intérpretes y demás doctores que tocan este punto, no reconocen otro misterio en las palabras del Apóstol, sino sólo éste: los muertos resucitarán incorruptibles, y nosotros seremos mudados, esto es, todos los muertos, sin distinción de buenos y malos, resucitarán incorruptos, y esto en un momento, en un abrir de ojos; mas no todos se inmutarán, ni todos serán glorificados, sino solamente los buenos.

Cierto, amigo, que si el Apóstol no intentó otra cosa que revelarnos este secreto, bien podría haber omitido o reservado para otra ocasión más oportuna, aquella grande salva que nos hace antes de revelarlo. He aquí, os digo un misterio.

Del mismo modo podía haber advertido y remediado con tiempo las inconsecuencias o las contradicciones, en que caía. Si estas no son absolutamente imposibles, respecto de otros doctores, yo pienso que lo son, respecto del doctor y maestro de las gentes.

Todo lo cual me persuade eficazmente, y aun me obliga a creer, que San Pablo no habla aquí de la resurrección universal, sino sólo y únicamente de la resurrección de los santos, que debe suceder en la venida del Señor, como se lee en el capítulo XX del Apocalipsis.

De donde se concluye, que la resurrección a un mismo tiempo, y una vez, la resurrección en un momento, en un abrir de ojos, de todos los individuos del linaje humano, no tiene otro verdadero fundamento que el que tuvo antiguamente el sistema celeste de Tolomeo.

  • 9 Me quedaban todavía algunos otros instrumentos que presentar; mas veo que me alargo demasiado. No obstante los muestro, como con el dedo, señalando los lugares, donde pueden hallarse, y pidiendo una juiciosa reflexión.

Primeramente en el salmo I, 5, leo estas palabras: Por eso no se levantarán los impíos en el juicio; ni los pecadores en el concilio de los justos.

Este texto lo hallo citado a favor de la resurrección, a un mismo tiempo y una vez; mas ignoro con qué razón, esto prueba, dicen, que no hay más que un solo juicio, y por consiguiente una sola resurrección.

Lo contrario parece que se infiere manifiestamente, porque si los impíos y pecadores no han de resucitar en el juicio y concilio de los justos; luego, o no han de resucitar jamás (lo que es contra la fe), o ha de haber otro juicio en que resuciten, por consiguiente otra resurrección.

Segundo, en el capítulo XX del Evangelio de San Lucas, versículos 35 y 36 leo estas palabras del Señor: Mas los que serán juzgados dignos de aquel siglo, y de la resurrección de los muertos, ni se casarán, ni serán dados en casamiento, porque no podrán ya más morir, por cuanto son iguales a los ángeles, e hijos son de Dios, cuando son hijos de la resurrección.

Si en toda la Escritura divina no hubiera otro texto que este solo, yo confieso que no me atreviera a citarlo a mi favor; mas este texto combinado con los otros, me parece que tiene alguna fuerza más.

De él, pues, infiero, que en la venida del Señor, con la cual ha de comenzar ciertamente aquel otro siglo, habrá algunos que se hallarán dignos de este siglo, y de la resurrección; y habrá otros más, que no se hallarán dignos de este siglo, ni tampoco de la resurrección, luego habrá algunos que entonces resucitarán, y otros que no resucitarán hasta otro tiempo, que es lo que dice San Juan: Los otros muertos no entraron en vida, hasta que se cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrección.

Tercero: San Mateo dice, que cuando el Señor vuelva del cielo en gloria y majestad, enviará sus ángeles con trompetas, y con grande voz, y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos (Mt., 24: 31).

Estos electos, parece claro que no serán otros, sino los santos que han de resucitar. Mas si queréis ver en este mismo lugar los vivos que han de subir en las nubes a recibirá Cristo, observad lo que luego se dice en el versículo 40: entonces estarán dos en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado.

Estas dos últimas palabras ¿qué significan? ¿qué sentido pueden tener? Si no queréis usar de suma violencia, deberéis confesar que aquí se habla manifiestamente de personas vivas y viadoras, dos en campo, dos en molino, de las cuales, cuando venga el Señor, unas serán asuntas, o sublimadas y honradas, y otras no; la una será tomada, y la otra será dejada, porque unas serán dignas de esta asunción, y otras no lo serán, y por eso serán dejadas. La una será tomada, y la otra será dejada. 

Diréis que el sentido de estas palabras es, que de un mismo oficio, estado y condición, unos hombres serán salvos, y otros no; unos serán asuntos y sublimados a la gloria, y otros serán dejados por su indignidad. Bien, habéis dicho en esto una verdad; mas una verdad tan general, que no viene al caso.

Yo pregunto: esta verdad general, ¿cuándo tendrá su entero cumplimiento en vuestro sistema? ¿No decís que sólo después de la resurrección universal?

Pues, amigo, esto me basta para concluir, que las palabras del Señor no pueden hablar de esa verdad general que pretendéis, ni pueden admitir ese sentido. ¿Por qué? Porque hablan visiblemente de personas, no resucitadas, ni muertas, sino vivas y viadoras; hablan de personas que en aquel día de su venida se hallarán descuidadas, trabajando en el campo, en el molino, etc.

Esta es la verdad particular, a que se debe atender en particular. Confrontad ahora esta verdad con aquella otra: descenderá del cielo, y los que murieron en Cristo, resucitarán los primeros, después nosotros, los que vivimos, etc., y me parece que hallaréis una misma verdad particular en San Pablo, y el Evangelio: enviará sus ángeles… y allegarán sus escogidos de los cuatro vientos; los cuales electos, parece que no pueden ser otros, sino los mismos que murieron en Cristo, que durmieron por él.

Lo cual ejecutado, sucederá luego entre los vivos, lo que añade el Señor: el uno será tomado, y el otro será dejado; y lo que añade el Apóstol: después nosotros, los que vivimos, etc.

Cuarto. Leed estas palabras de Isaías: vivirán tus muertos, mis muertos resucitarán, despertaos, y dad alabanza los que moráis en el polvo, porque tu rocío es rocío de luz, y a la tierra de los gigantes (o de los impíos, como se lee en los 70) la reducirás a ruina. Porque he aquí que el Señor saldrá de su lugar, para visitar la maldad del morador de la tierra contra él, y descubrirá la tierra su sangre, y no cubrirá de aquí adelante sus muertos (26, 19 y 21).

Dicen, que este lugar habla de la resurrección universal, y lo más admirable es, que este mismo lugar sea uno de los citados para probar la resurrección de la carne, a un mismo tiempo y una vez.

 

Mas después de leído y releído todo este lugar, después de observadas atentamente todas sus expresiones y palabras, no hallamos una sola que pueda convenir a la resurrección universal; antes hallamos que todas repugnan. Por el contrario, todas convienen perfectamente a la resurrección de aquellos solos a quienes se enderezan inmediatamente, que son los santos, los electos, los muertos de Cristo, los que durmieron por Jesús, los degollados por el testimonio de Jesús, y por la palabra de Dios, etc., de que tanto hemos hablado.

Observad lo primero, que no se habla aquí de cualesquiera muertos, sino únicamente de los que han padecido muerte violenta, o sea con efusión de sangre o sin ella.

Observad lo segundo, que tampoco se habla en general de todos los que han padecido muerte violenta, sino de aquellos solo que han padecido por Dios, que por eso el mismo Señor los llama mis muertos.

 

Observad lo tercero, que la resurrección de estos, de quienes únicamente se habla, deberá suceder cuando el Señor venga de su lugar para visitar la maldad del morador de la tierra contra él, y entonces, dice el profeta, revelará la tierra su sangre, y no cubrirá más a sus interfectos, que son los que llama el Señor mis muertos.

 

Observad por último, que a estos muertos, de quienes se habla en este lugar, se les dicen aquellas palabras, ciertamente inacomodables a todos los muertos: despertaos, los que moráis en el polvo; porque tu rocío es rocío de luz, y a la tierra de los gigantes (o de los impíos) la reducirás a polvo, lo cual concuerda con el texto del Apocalipsis, y las almas de los degollados… vivieron y reinaron con Cristo mil años, y mucho más claramente con aquel otro texto del mismo Apocalipsis, al que venciere, y guardare mis obras hasta el fin, yo le daré potestad sobre las gentes. Y las regirá con vara de hierro, y serán quebrantadas como vaso de ollero, y así como también yo la recibí de mi Padre; y le daré la estrella de la mañana.

En esta estrella matutina, piensen otros como quieran, yo no entiendo otra cosa que la primera resurrección con el principio del día del Señor.

Últimamente, en el capítulo VI del Evangelio de San Juan leo esta promesa del Señor cuatro veces repetida: y yo le resucitaré en el último día. Promesa bien singular, que hace Jesucristo, no cierto a todos los hombres sin distinción, ni tampoco a todos los cristianos, sino expresamente a aquellos solos que se aprovecharen de su doctrina, de sus ejemplos, de sus consejos, de su muerte, y en especial del sacramento de su cuerpo y sangre.

Ahora pues: si todos los hombres sin distinción han de resucitar, a un a un mismo tiempo y una vez, en un momento, en un abrir de ojos, ¿qué gracia particular se les promete a estos con quienes se habla? ¿No es el mismo Señor el que ha de resucitar a todos los hombres?

Si sólo se les promete en particular la resurrección a la vida, tampoco esta gracia será tan particular para ellos solos, que no la hayan de participar otros muchísimos, con quienes ciertamente no se habla, como son los innumerables que mueren después del bautismo, antes de la luz de la razón; y fuera de estos, todos aquellos que a la hora de la muerte hallan espacio de penitencia, habiendo antes vivido muy lejos de Cristo y ajenísimos de su doctrina. Si todos estos también han de resucitar para la vida eterna, ¿qué gracia particular se promete a aquellos?

Los instrumentos que hemos presentado en esta disertación, si se consideran seriamente y se combinan los unos con los otros, nos parecen más que suficientes para probar nuestra conclusión.

Es a saber: que Dios tiene prometido en sus Escrituras resucitar a otros muchos santos, fuera de los ya resucitados antes de la general resurrección, por consiguiente la idea de la resurrección de la carne, a un mismo tiempo y una vez, en un momento, en un abrir de ojos, es una idea tan poco justa, que parece imposible sostenerla.

Esto es todo lo que por ahora pretendemos, y con esto queda quitado el segundo embarazo que nos impedía el paso, y resuelta la segunda dificultad.

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