PADRE CASTELLANI: PREVISIÓN DE PROFETA

Conservando los restos

Ante el torrente diario de medidas, que van desde la contradicción al absurdo, con el inventado pretexto de la “pandemia”, las personas que las sufren oscilan entre el servilismo y la insubordinación.

Con el fin de proporcionar un poco de luz sobre estas cuestiones, publicaremos una serie de ensayos y artículos del Padre Leonardo Castellani, que ya hace casi ochenta años las vio venir, las sufrió y nos dejó sabios consejos para enfrentarlas.

LA «MINA DE ORO»

(El Ruiseñor Fusilado, 9)

No se puede omitir un elemento sórdido (entre otros) que jugó un papel principal en la tragedia de Verdaguer: ¡el primito Joan Güell! —es decir, la codicia de dinero o, al menos, el apego payés al dinero de su rústica familia.

La codicia de dinero y de vanidad estúpida eructa cada momento en las páginas del librito pintoresco del «nuevo limosnero del Marqués de Comillas». Yo he representado esa codicia en el personaje Demetrio, imaginario como persona, no como símbolo.

Estos patanes se deslumbraron con la fama de su pariente (periódicos, juegos florales, homenajes); e, ignorantes de la fútil «vida literaria», y de la condición del gran poeta en nuestros tiempos, creyeron que tenían en su hermano, cuñado, tío o primo, una «mina de oro».

No se les puede culpar demasiado: el rústico es así. Y hay en el fondo de esa idea disparatada un instinto verdadero: el pueblo cree que el hombre de visión intelectual, el «doctor», el maestro que enseña a los mismos maestros, debe tener los honores y la situación financiera que corresponde a su categoría humana; si no para vivir con lujo, para vivir con las condiciones necesarias a su insalubre trabajo, que no son las condiciones de trabajo del destripaterrones; dejando aparte la otra cuestión conexa de la «autoridad», también debida al doctor. Alfonso el Sabio mandó en sus Partidas, que a los doctores de su primera Universidad española (los Estudios Generales, calcados sobre la Universidad de París) se les pagara bien; y «más, cuanto más supieran».

Pero ahora ya no es así.

Un sociólogo contemporáneo (Vacher de Lapouge —citado por José María de Mahieu), trasladando a lo sociológico la pirámide del poder, de Giovanni Mosca y Ernesto Palacio, dice que hay cuatro estratificaciones sociales que configuran una especie de pera; y que, si están en buen orden y figura, estructuran una sociedad asentada y próspera; mas lo contrario en caso inverso. Estas estratificaciones son:

– 1ª Los creadores.

– 2ª Los asimiladores.

– 3ª Los ejecutores.

– 4ª Los brutos.

pera

Sociedad inestable y decadente

La primera capa está constituida por los varones de invención, originalidad y conquista; casi siempre personalidades aisladas y difíciles —al juicio de los «brutos».

Cuando esta capa no existe, la sociedad se atrasa; pero mucho peor es cuando la pera está invertida, y su cúspide está oprimida por la masa amorfa —cuyo ínfimo límite son los tarados y los amorales—; y entonces sobrevienen la confusión, la anarquía o la tiranía.

El caso de Verdaguer ilustra esta teoría —esquemática por lo demás, como toda teoría.

El Marqués de Comillas, noble de nacimiento (aunque dicen fue un contrabandista afortunado el fundador del linaje), parece que sintió vagamente esta verdad; pero si la sintió, no la «hizo»: se comportó dudosamente, a nuestro ver, en el asunto de las deudas de Verdaguer. Puede que haya sido un santo, como pretenden ahora (y hay una biografía escrita en vista de su canonización), pero a nosotros, francamente, no nos gusta este marqués del todo. Si fue realmente un santo, no es santo de nuestra devoción.

Así que la familia, deslumbrada por el dinero, no soltó mordida; y hasta junto al lecho de muerte se libraron batallas venenosas entre mujeres, clérigos y pseudoamigos, por el mísero «testamento». ¡Qué podían importarle a Verdaguer sus insignificantes «derechos de autor»! Joan Güell anota con villanesca saña en su libro, que después de la muerte del poeta se vio (y nombra a quien lo vio) a la Amparo y a su marido viajar a Madrid, «no se sabe para qué», y asistir a una función ¡del Teatro Real! «¡Ocho pesetas la platea!» ¡Y su hermana Francisca con cuatro hijos y un marido impedíu!

Hay una carta peor todavía, de la hermana dominica Sor Ana Llussá y Verdaguer, en que después de muerto, reprocha vilmente a su tío que no le hubiese pagado su dote de religiosa, cosa que ni ella ni nadie sabe si en aquel tiempo lo pudo hacer realmente; y probablemente no lo pudo hacer —ya que sobran documentos patentes de que el bondadoso poeta ayudó a su familia hasta pródigamente en ocasiones.

Pero estos patanes estaban obsesionados por la «mina de oro —palabras de Güell. “¡Si se administraran bien los libros de Cinto! ¡Dios de Dios! Pero, ¡él es tan mal administrador! ¡Pues, que se retire, que nos deje a nosotros!…»

¿Por qué? ¿Qué obligación tenía él de cederles sus libros, todo su mísero caudal en este mundo? Si los administraba mal, allá él: eran suyos.

—¡Pero es que este… hombre, administra mal sus bienes y después se ve obligado a vivir de limosnas de sus amigos… las cuales también administra mal!…

—¿Y a usted qué le importa? ¿Son suyas las limosnas?

Todas estas respuestas se me ocurrían espontáneamente al leer el libro de Juancito Güell, la primera biografía que leí de Verdaguer: por casualidad y por puro aburrimiento; después las encontré, a veces casi literalmente, en las cartas del desdichado o en las de sus conocidos. Respuestas obvias.

Por ejemplo, la cuestión de su despilfarro de mal administrador: un poeta no puede ser un cajero de banco; con todo, la acusación es exagerada y falsa. La verdad es que el poeta, el cual «tenia la teoría errónea de que para salvar almas se pueden contraer deudas» (dice Joan Güell), cuando tenía dinero en las manos, se le iba (hacia los pobres) como si estuvieran horadadas; o para usar otra metáfora peor, se las sacudia como si tuviera m. No siempre su dinero iba a pobres verdaderos, probablemente —eso es inevitable—; pero el Marqués de Comillas lo absolvió plenamente en una carta de la tacha de prodigalidad, desbarate y alocamiento, que le arrojaban de su familia. «Si Ud. ha repartido 300.000 duros en 5 años, están muy bien repartidos; y aunque hubiesen sido 5 veces más» —escribe en una generosa carta. La verdad es que Verdaguer vivió siempre pobre y generoso, que es una mezcla explosiva de las más bravas; y en sus últimos años padeció graves apreturas.

Los donativos que llovieron en sus últimos años no tuvieron la importancia que le daban los ojitos con lupa del primo Güell y del obispo Morgades. Las necesidades del poeta eran grandes, y no eran las mismas que las de estos dos. Un «fonógrafo» puede ser una necesidad para un poeta, y ser un lujo ocioso para un palurdo… y algún obispo. Y, en cualquier caso, si esos donativos fueron mal administrados, ¿quién es capaz de hacer un crimen de eso a un hombre tendido en cama con tisis galopante?

La codicia del puesto de Limosnero «cá San Miguel» por el primito Güell, fue la ocasión y punto de partida de toda la contienda. Este hombre le hizo un daño enorme; y quiso continuar haciéndoselo después de muerto, con su biografía pérfida y repelente. ¿Cómo no se iba a indignar Verdaguer ante los manejos subterráneos de este raposo por quitarle su modesto «puesto», que era su único medio de vida? Se indignó; y esa justa indignación, naturalmente fue un nuevo crimen. Verdaguer no podía en ese tiempo ya ir a ganarse el puchero haciendo todo el santo día ceremonias automáticas en una parroquia —que a otra mano no le iban a dar tampoco. No podía y no debía. No era para eso.

jacinto

Jacinto Verdaguer y Santaló

Sacerdote y Poeta Español

17 de mayo de 1845 – 10 de junio de 1902

Estamos en una época en que, si te hacen una iniquidad, es mejor que te calles la boca, y ni resuelles siquiera; porque si resuellas solamente, eres un inicuo. La Defensa propia de Verdaguer, su resuello por la herida, fue su crimen peor… Por causa de ella le negaron la Comunión en las parroquias de Barcelona, como a un «excomulgado vitando», como dicen. Ex sinagogis facient vos —predijo Cristo…

Con el fin manifiesto y confesado de quedarse con su «puestito», el primito Joan Güell fue quien lo acusó, para hacerle exonerar, de «mal administrador, desordenado y despilfarrado»; añadiendo a eso las especies calumniosas típicamente clericales de que:

– 1° «sostenía doctrinas extravagantes en sí y poco ajustadas al dogma» (es el título del cap. IV de su mamotreto. [«Mossen Cinto sosté doctrines estravagants en sí y poch ayustades al Dogma», pág.79]).

– 2° «ejercitaba prácticas que, si no eran espiritismo, le faltaba poco» (los exorcismos del P. Pinyol).

– 3° «se trataba con gentes malfamadas y personas de vida sospechosa» (la familia Durán Martínez).

Fueron estas alcahueterías las que prendieron el incendio en la Curia. Mosén Cinto, con razón, en sus últimos años se negaba a verlo; pero, al fin, por bondad o debilidad, se reconcilió con él; y éste le hizo la última marranada de recoger en su contorno chismes y reproches, datos y documentos denigratorios, para ponerlos después de su muerte en letras de molde. Cosa fea, ch’amigo, un clérigo codicioso, alcahuete y servilón. Con razón dijo el hijo de Martin Fierro: Si esto sigue deste modo, darán asco los talares.

De hecho, Verdaguer le cobró asco a las sotanas, que no quería al lado de su lecho de muerte, prefiriendo los cuidados de un milico, Migué Lopes Serrero, anarquista ibérico; exigiendo que su tío Manuel lo visitara de civil y poniéndose él mismo la sotana solamente para decir Misa. Hay que disculparlo, era lo que llaman «horror neurótico», involuntario; pero su amor substancial al sacerdocio permaneció inviolado, como era de suponer, y como lo prueba una de sus últimas poesías, La patena y lo calze (1899), y en general todo su volumen póstumo de Eucarístiques.

Menos mal que salvaron la honra de los talares no pocos sacerdotes barceloneses, que se pusieron a su lado en la hora negra (entre los cuales fue el más grande el santo arzobispo Claret, fundador de los cordimarianos), mientras los párrocos de Barcelona le negaban la Comunión: sacerdotes simbolizados en mi pieza en la figura medio-real medio-ficticia del tío don Manuel.

En la vida de todo cristiano llega fatalmente el día sorpresivo y decepcionante del choque con el cura incapaz —dijo Carlos Baudelaire.

Choque decepcionante, que Gustavo Flaubert tipificó en la página inmortal que describe la entrevista de Emma Bovary, al borde ya del adulterio, con su pavote y papaviento párroco, que le da el empujoncito final.

Para ver las otras entregas de esta sección:

LA INTELIGENCIA Y EL GOBIERNO

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LA RAÍZ DE LA DECADENCIA

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DECADENCIA DE LAS SOCIEDADES

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MEDIOLETRADOS

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LA RAZA INFERIOR

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