NUESTRA SEÑORA DE GUADALUPE
Reina de México y Emperatriz de América
En aquellos días, María se levantó y fue apresuradamente a la montaña, a una ciudad de Judá; y entró en la casa de Zacarías y saludó a Isabel. Y sucedió cuando Isabel oyó el saludo de María, que el niño dio saltos en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo. Y exclamó en alta voz y dijo: “¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu seno! ¿Y de dónde me viene que la madre de mi Señor venga a mí? Pues, desde el mismo instante en que tu saludo sonó en mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Y dichosa la que creyó, porque tendrá cumplimiento lo que se le dijo de parte del Señor”. Y María dijo: “Glorifica mi alma al Señor, y mi espíritu se goza en Dios mi Salvador”.
Hoy, 12 de diciembre, en este Tercer Domingo de Adviento, celebramos con solemnidad la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, Reina de México y Emperatriz de América.
Por eso, cuando la Sagrada Liturgia, junto con el Apóstol San Pablo, nos exhorta a alegrarnos, nos regocijamos al poder festejar a Nuestra Señora con tan augusto título; y recomendamos junto con el Apóstol: Alegraos siempre en el Señor… Alegraos siempre en la Señora, Madre de Dios…
Las ideas y el espíritu del Adviento han dado un gran paso hacia delante. Ya no se nos dice: El Señor viene, sino: El Señor está cerca. Una prodigiosa tensión se ha apoderado de la liturgia, la cual no respira más que optimismo, jubilosa alegría. Claro y rotundo resalta este motivo en el Introito del tercer Domingo: Alegraos siempre en el Señor. El Señor está cerca. No tengáis, pues, preocupación alguna. Más aún, manifestadle a Él, en vuestras oraciones y en vuestras acciones de gracias, todas vuestras inquietudes y preocupaciones.
Él está cerca, y es el mismo que esperamos como Libertador, en su Segunda Venida, al fin de los tiempos.
Debemos resaltar que, no sin providencial designio divino, fue dispuesto que las diversas apariciones de la Madre de Dios a Juan Diego se llevaran a cabo en el mes diciembre, en pleno Adviento, ese tiempo litúrgico que, como ya sabemos, nos prepara no sólo para conmemorar la Primera Venida de Nuestro Salvador, sino también la Segunda, en gloria y majestad al fin de los tiempos. Como veremos, las apariciones de Nuestra Señora y Reina en la cima del Tepeyac resumen su misión, tanto en el Primer como en el Segundo Adviento.
Recordemos que, según la tesis de San Luis María Grignion de Montfort, la manifestación de la Santísima Virgen estaba reservada para los últimos tiempos, como él lo afirma claramente en el Tratado de la Verdadera Devoción.
Es más, San Luis María pone estos últimos tiempos en relación con la Parusía o Segunda Venida de Nuestro Señor. Y no solamente esto, sino que estos últimos tiempos parusíacos están relacionados por el Santo con el Anticristo y con la plena manifestación de la Santísima Virgen para vencerlo.
Ahora bien, todo esto que llevamos dicho está magnífica y admirablemente expresado en la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe, estampa que no ha sido realizada por manos humanas… En 1531 tenemos en ella un resumen muy expresivo de lo que ciento cincuenta años más tarde enseñaría San Luis María, y hoy nos toca vivir a nosotros.
La Señora del Tepeyac dijo a Juan Diego: Ten entendido, tú el más pequeño de mis hijos, que yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del verdadero Dios por quien se vive; del Creador cabe quien está todo; Señor del Cielo y de la tierra.
Y al enviarlo al Obispo, reafirmó: Dile que yo en persona, la siempre Virgen Santa María, Madre de Dios, te envía.
Juan Diego se presentó al Obispo, narró todo lo sucedido y, cuando desenvolvió su tilma y se esparcieron por el suelo todas las diferentes rosas de Castilla, se dibujó en ella la preciosa imagen de la siempre Virgen Santa María de Guadalupe, Madre de Dios, de la manera que está y se guarda hasta hoy en su templo del Tepeyac.
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Para comprender en profundidad este mensaje mariano, el mismo de Zaragoza, Covadonga, Lepanto, Rue du Bac, Lourdes y Fátima, debemos conocer lo que sucedía en el Tepeyac…
Este cerro, cerca de la actual ciudad de México, fue utilizado como el lugar para alzar un templo en honor a Toci-Tonantzin o “Nuestra madrecita reverenciada”, una advocación de Coatlicue, también conocida como Teteoinan (la madre de los dioses).
Coatlicue, la dama de la falda de serpientes, es la madre tierra; y representa a la vez la fertilidad y la muerte.
Ahora bien, según la creencia azteca, así como su vientre dio a luz a miles de dioses, la tierra es también una devoradora insaciable; la vida requiere de sacrificios para poder regenerarse; por lo que el culto a la madre requería todo tipo de sacrificios, tanto en tributos enterrados como en sangre derramada.
Coatlicue se representa con sus pies y manos en forma de garras; su falda está constituida por serpientes entrelazadas; sus senos son una representación habitual de la fertilidad femenina; el pecho está cubierto por un collar hecho con cráneos, manos y corazones humanos, recordatorio de su impactante dualidad; y en vez de una cabeza humana, dos serpientes nacen de su cuello, emulando chorros de sangre que correrían a partir de un cuerpo degollado.
Según esta mitología aberrante, oposición diabólica del dogma de la Encarnación del Verbo, la diosa Coatlicue, siendo ya madre de 400 dioses, tuvo a bien recoger una esfera de plumas que había descendido del cielo, la puso sobre su falda, y después concibió a Huitzilopoztli, dios de la guerra, quien nació armado para salvarle la vida y se convertiría en la figura principal del panteón de los aztecas.
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Pues bien, el relato original en lengua azteca de la bendita aparición mariana, conocido como Nican mopohua (Por orden), narra cómo la Virgen le reveló a Juan Diego su nombre, Tequatlasupe, que significa “la que aplasta la serpiente”.
Los españoles, al no poder pronunciar bien ese nombre, lo confundieron con “Guadalupe”, nombre con el que se veneraba la imagen de Nuestra Señora en Extremadura, tallada por San Lucas. De ese lugar provenían muchos de los militares que llegaron a las tierras americanas junto con Hernán Cortés, devoto de Nuestra Señora de Guadalupe, al igual que los Reyes Católicos y más tarde Felipe II.
La Virgen María, compadecida, quiso rescatar al pueblo azteca de la idolatría y del culto a falsos dioses, incluyendo al sanguinario Huitzilopoztli, el dios-sol que, juntamente con la terrible serpiente Quetzalcóatl, devoradora de sangre, personificaban al demonio que exigía sacrificios humanos para saciar su sed.
Huitzilopoztli, la deidad caníbal de Tenochtitlán, capital del imperio azteca, era tan insaciable que los humildes habitantes de sus dominios vivían en continuo sobresalto, temiendo que de un momento a otro cayera sobre ellos el filoso pedernal de los sacrificadores. Representaba al dios del mal. Tenía espantado y embrutecido al pueblo azteca. Su aspecto era tan horroroso, que los españoles lo llamaron Huichilobos.
En la medida que la moral católica desaparece, los huichilobos sientan cátedra, gobiernan la política mundial y se adueñan de la regencia de la insalubridad pública…
En su Historia de la Iglesia en México, el historiador jesuita, Mariano Cuevas, calculó en más de 100.000 los seres humanos sacrificados cada año al demonio-serpiente. Los indígenas le daban culto ofreciéndole la sangre de los enemigos, capturados en las frecuentes guerras, así como también de mujeres y niños.
La Virgen María eligió, pues, este sitio para cortar el culto sanguinario y sustituirlo por el culto a la Verdadera Madre del Verdadero Dios.
Los indios con sorpresa y admiración vieron derribados sus ídolos y ritos milenarios. La Virgen de Guadalupe significó para ellos terminar los sacrificios humanos, repugnantes para el pueblo que temblaba ante la ferocidad de sus ídolos, a los que se sometía por temor. Descubrieron en la milagrosa imagen símbolos muy significativos para ellos, que pasaban inadvertidos a los españoles.
La tilma bendita es un pictograma o representación gráfica que, sin necesidad de acompañarlo con un texto explicativo, es capaz de trasladar un mensaje; fue como un códice que les hablaba por medio de la imagen.
La estampa guadalupana era para ellos una verdadera evangelización, un Catecismo Mariano que encierra los principales dogmas católicos.
Por ejemplo, el broche con la cruz que lleva la Virgen, es la joya de Cristo crucificado, que veían en los estandartes de los españoles. El ceñidor de la Virgen casi a la altura del pecho, era la señal de embarazo, de estar encinta. El trébol de cuatro hojas, era el signo de plenitud; simbolizando en su botón central al Dios que la Virgen llevaba en su seno, punto de contacto entre el Cielo y la tierra.
Hasta ese momento el pueblo azteca adoraba al sol, a la luna y a las estrellas. Éstas últimas adornan el manto de la Virgen. Detrás de Ella brilla el sol, símbolo de la Luz Divina, cuyos rayos circundan la imagen de María Inmaculada. Ella pisa una luna ennegrecida, símbolo del diablo.
Nuestra Señora se presentó a Juan Diego como la Madre del Verdadero Dios, autor de cielo y tierra, que está en todas partes. Es la siempre Virgen María, Madre del verdadero Dios.
Todo esto explica las masivas conversiones de los indios al cristianismo.
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Entrando más en detalles, Nuestra Señora, al expresarse en náhuatl, utiliza cuatro vocablos bien precisos: Ipalnemohuani (Aquel por quien se vive), Teyocoyani (Que está dando el ser a las personas), Tloque Nahuaque (Dueño que está junto a todo y lo abarca todo) e Ilhuicahua Tlaltipaque (Amo del Cielo y de la Tierra).
Todo esto alude a la existencia del único Dios verdadero; Creador, que nos crea y nos da la vida; Omnipotente y Misericordioso, que lo abarca todo y acompaña a todos; Señor, dueño de Cielos y tierra.
Además, la imagen de Nuestra Señora de Guadalupe es una maravillosa síntesis doctrinal de la fe católica; una obra maestra de catecismo, adaptado a los habitantes del país; de tal modo que pudo ser entendido y aceptado inmediatamente.
Esta estampa contiene una rica y profunda simbología, en la cual cada detalle de color y de forma es portador de un mensaje teológico, comprendido inmediatamente por los nativos del lugar, acostumbrados al lenguaje de las representaciones plásticas, de manera que la figura de la Virgen en la tilma sin duda ayudó a la conversión a la verdadera fe.
El manto azul salpicado de estrellas es la Tilma de Turquesa con que se revestían los grandes señores, e indica la nobleza y la importancia del portador; su color simboliza que se trata de una emperatriz. Asienta bien en su cabeza; para nada cubre su rostro; y cae hasta sus pies, ciñéndose un poco por en medio; tiene toda su franja dorada y cuarenta y seis estrellas de oro.
Su pie se apoya sobre una luna negra, cuyos cuernos ven hacia arriba, símbolo del mal para los aztecas. Se yergue exactamente en medio de ellos.
La Inmaculada aparece en medio del sol, cuyos rayos la siguen y rodean por todas partes, como para indicar que ella es su aurora, la Estrella de la Mañana, que anuncia al Sol de Justicia.
Cuando Nuestra Señora de Guadalupe se manifestó contornada por el sol y posando sus plantas sobre la luna, los indígenas le reconocieron una dignidad superior.
Además, los naturales de América conocían muy bien la posición de las estrellas, por lo que es lógico pensar que descubrieron las constelaciones en el manto de la Virgen, uno de los símbolos más atractivos de la imagen, pues representa el cielo. Cuenta con cuarenta y seis estrellas doradas, las cuales aparecen tal como están en el cielo el día de su aparición.
En efecto, allí se encuentra representado con mucha fidelidad el cielo del solsticio de invierno de 1531, que habría tenido lugar a las 10.40 del martes 12 de diciembre, hora de la ciudad de México.
Ahora bien, si tenemos en cuenta el futuro cambio del calendario, según el cual al jueves juliano 4 de octubre de 1582 le sucedió el viernes gregoriano 15 de octubre de 1582, al desaparecer los diez días de atraso debido al cómputo del calendario juliano, aquél martes 12 de diciembre de 1531 fue, en realidad, el día 22 de diciembre.
Por ejemplo y para comprender bien lo que digo, Santa Teresa de Ávila, cuya fiesta se celebra el 15 de octubre, murió en alguna hora de la noche del 4 al 15 de octubre de 1582, la noche de transición del calendario juliano al gregoriano.
En la parte derecha del manto se encuentran las principales constelaciones del cielo del Norte. En el lado izquierdo las del Sur, visibles en la madrugada del invierno desde el Tepeyac. El Este se ubica arriba, en la cabeza, y el Oeste en la porción inferior, a los pies; pues los antiguos se orientaban, valga la redundancia, hacia el Oriente, de donde sale el sol, y sabemos que Nuestro Señor es el Sol de justicia; y por eso se dice estar desorientado o no desnortado, así como habría que decir perder el este y no el norte…
En resumen, en el manto de la Guadalupana se pueden identificar las principales estrellas de las constelaciones de invierno. Todas ellas en su lugar, con muy pequeñas modificaciones. De esta manera, quedó documentada, en la misma tilma, la fecha de la aparición de María en el Tepeyac, y su imagen expresa que es la Madre de Dios, la Reina y Señora de Cielos y Tierra.
Por eso podemos apropiarle la simbología apocalíptica: Y una gran señal apareció en el cielo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza.
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Si a toda la simbología sumamos las palabras, el resultado es admirable y prodigioso.
En las dos primeras apariciones, la Santísima Virgen habló de sí misma como Madre de Dios y Madre del verdadero Dios.
Su Maternidad se relaciona con el dogma de la Encarnación, pues Jesucristo es verdadero Dios y Hombre verdadero, y Él es quien nos reveló al Padre.
La Santísima Virgen de Guadalupe está encinta, con el Niño Jesús no en sus brazos sino en su seno purísimo. Así lo indican el lazo negro que ajusta su cintura, el ligero abultamiento debajo de este y la intensidad de los resplandores solares que aumenta a la altura del vientre.
La Madre de Dios quiso visitarnos en su gravidez, cuando estas tierras americanas estaban grávidas de Cristo, y dispuso todo para el nacimiento espiritual en ellas de su Hijo.
María de Guadalupe está encinta. En el centro de su basílica, Ella es el Tabernáculo del Altísimo. Postrándonos a sus pies es al Niño Dios a quien adoramos.
La Virgen de Guadalupe se presentó ante sus hijos como la Madre del Creador y conservador de todo el universo.
La Siempre Virgen María de Guadalupe se aparece del lado del Sol Naciente, y es fuente de vida. Ella lleva en su seno al Sol… Ella misma está como transfigurada por el Sol, y parece como irradiarlo.
En su túnica, sobre su vientre virginal, en el lugar mismo donde está el Niño Dios, se destaca una flor de cuatro pétalos, símbolo de la flor solar. Esta era el más familiar de los jeroglíficos de los indígenas. Se componía siempre de cuatro puntos unidos por un centro o botón, punto de contacto entre el Cielo y la tierra.
Sobre la cumbre de la pequeña colina piramidal del Tepeyac, la Virgen Madre pide que se le construya un santuario dedicado a Ella; pero no para hacerse adorar, sino más bien para establecer allí el culto del verdadero Dios, su divino Hijo: Allí Le mostraré, Le exaltaré, yo Lo daré a los hombres por mediación del amor hacia Mí, de mi mirada compasiva, de mi ayuda segura, de mi salvación…
Digamos con la Liturgia del Adviento: Regem venturum Dominum, venite adoremus…
Notemos que la profundidad y la riqueza teológica de estas palabras de la Madre Fecunda derriban en un instante no sólo los ídolos crueles de la religión pagana, sino también la entonces naciente secta que robó a la Iglesia un tercio de Europa e iba a implantarse también en grandes regiones americanas compitiendo por medio del imperio inglés con la católica España.
Esas palabras de la Inmaculada marcan también el triunfo sobre el aberrante ecumenismo modernista del Concilio Vaticano II y de los que han hecho de él la razón de ser de su pontificado…
Recordemos las palabras de San Luis María Grignion de Montfort en su Tratado [30]:
“Así como en la generación natural y corporal concurren el padre y la madre, también en la generación sobrenatural y espiritual hay un Padre, que es Dios, y una Madre, que es María. Todos los verdaderos hijos de Dios y predestinados tienen a Dios por Padre y a María por Madre. Y quien no tenga a María por Madre, tampoco tiene a Dios por Padre. Por esto los réprobos como los herejes, cismáticos, etc., que odian o miran con desprecio o indiferencia a la Santísima Virgen no tienen a Dios por Padre, aunque se jacten de ello, porque no tienen a María por Madre. Que, si la tuviesen por tal, la amarían y honrarían, como el buen hijo ama y honra naturalmente a la madre que le dio la vida. La señal más infalible y segura para distinguir a un hereje, a un hombre de perversa doctrina, a un réprobo de un predestinado, es que el hereje y el réprobo no tienen sino desprecio o indiferencia para con la Santísima Virgen, cuyo culto y amor procuran disminuir con sus palabras y ejemplos, abierta u ocultamente y, a veces, con pretextos aparentemente válidos. ¡Ay! Dios Padre no ha dicho a María que establezca en ellos su morada porque son los Esaús.”
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La Virgen de Nazaret es el Tabernáculo, el Arca de la Alianza, en la cual se acerca a nosotros el mismo Dios en persona. Contemplemos, llenos de fe y de veneración, el misterio que se ha realizado en la virginal morada de Dios, en María.
El Ángel del Señor anunció a María, y Ésta concibió del Espíritu Santo. Nosotros, rodillas en tierra, adoremos y admiremos: El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
Precisamente, el triunfo del cristianismo sobre todas las demás religiones, tanto las anteriores como las posteriores a él, se basa en que su penetración en el mundo se realiza de un modo pacífico, silencioso, casi furtivo. Todo en él parece normal.
Sólo aquí, en la celestial pureza de esta primera hora de su alumbramiento, se muestra extraordinario. Un Ángel puro es enviado por Dios a una Virgen purísima. Existe, pues, todavía en la humanidad alguien que ha triunfado de la carne y del espíritu impuro. Así nos lo garantiza la nueva que el Ángel transmite a la Virgen de Nazaret. En la Purísima se manifiestan los designios del Dios puro: lo divino penetra en la humanidad por la vía de la pureza, de la virginidad.
¡He aquí la Virgen! Aparece desde que comienza a realizarse nuestra redención. Hablando humanamente, nuestra salvación estuvo totalmente en manos de la Virgen. Todo dependía de que ella diera o no su Fiat.
El Señor está cerca de nosotros en la Virgen María. Ella ha concebido al Hijo de Dios para dárnoslo a nosotros.
El Evangelio del día nos hace testigos de la bendición que Ella lleva consigo a casa de Zacarías e Isabel: lleva a Cristo. Por su mediación Isabel es inundada del Espíritu Santo, y Juan Bautista es santificado en el vientre de su madre.
¡María es Cristífera, portadora de Cristo, mediadora de la gracia! Así apareció en el Tepeyac…
El Señor obra la redención de las almas por mediación de María. Él la escogió para Madre suya a la vez de compartir con Ella, cual nuevo Adán con la nueva Eva, su vida sobre la tierra y para realizar junto con Ella, aunque subordinada a Él, nuestra redención.
De igual modo que entonces nos mereció Ella, en unión con su divino Hijo, todas las gracias, también ahora continúa siendo en el Cielo nuestra Mediadora universal. Todas las gracias que se nos han otorgadas, fueron conmerecidas por María. Por lo mismo, Ella tiene que tomar parte también en su distribución. Todas las gracias nos las da Dios por mediación de Cristo y de María, nuestra Madre.
La liturgia de esta Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe ve en la bendita Madre de Cristo a su colaboradora en la obra de la redención. Ella lleva en su seno virginal a Cristo, al Redentor; y nos lo da.
El primer fruto de la concepción del Hijo de Dios fue un amor al prójimo, servicial y activo. Al que Tú, oh Virgen Inmaculada, concebiste del Espíritu Santo, lo llevaste a casa de Isabel.
En el Tepeyac, la Purísima María se parece como el Arca de la Alianza. Ella está revestida de Dios interior y exteriormente. Interiormente, por su santo recogimiento y su contemplación. Exteriormente, por los servicios prestados a los pueblos católicos nacientes en América
Mas la asistencia dada a los hombres tiene en María como fundamento el servicio de Dios. He aquí la esclava del Señor; en la unión con Dios, en la continua fidelidad a su gracia, a su santa voluntad, a su dirección, a su beneplácito. Ella habla y obra bajo el impulso de la gracia. Su actividad externa marcha siempre al unísono con la voluntad de Dios y de su Salvador.
¡Oh Virgen prudentísima y admirable!
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Como hemos dicho y repetimos, la venida de Nuestro Señor siempre ha estado precedida, acompañada y sostenida por la dulce guía de María Santísima, su Madre Inmaculada, quien acorta el camino para que venga el Reino de Dios.
La Santísima Virgen de Guadalupe, con su mensaje y su imagen, allanó muchas dificultades en el camino de la evangelización, trazado por los primeros misioneros que llegaron a América.
Incluso hoy, y más que nunca, su estampa bendita y su enseñanza deben iluminarnos respecto de los días que nos tocan vivir, anunciados por los signos de los tiempos; y deben fortalecernos en el combate que debemos librar para conservar nuestra Fe y todos los dones y gracias que nos han sido transmitidas.
Hoy, cuando las fuerzas infernales parecen estar a punto de vencer, cuando las puertas del infierno dan la impresión de prevalecer, cuando las sectas de las falsas religiones, el paganismo, el panteón de Asís… y de Roma… van invadiendo todo con su espíritu y práctica…, hoy, una vez más, la Siempre Virgen María de Guadalupe nos transmite su mensaje y nos asegura el triunfo final y el Reino de su Hijo bendito.
Ella, que bendijo y guio la evangelización de América, conducirá el triunfo sobre el dragón infernal y establecerá el Reino de su Corazón Inmaculado, que dispondrá la implantación del Reino definitivo de Jesucristo.
Que el misterio insondable de la Encarnación, cuya digna celebración tiene como marco y centro la devoción mariana, se nos haga más comprensible por la gracia, para que gocemos al contemplar el gran amor de Dios, que nos ha dado a su propio Hijo por intermedio de la Santísima Virgen María.