Padre Juan del Corazón de Jesús Dehon: Coronas de amor al Sagrado Corazón
Extraídas del libro
“CORONAS DE AMOR AL SAGRADO CORAZÓN”
del Reverendo Padre Juan del Corazón de Jesús (León Gustavo Dehon),
Fundador de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.
NOTA: Tengamos en cuenta para este día de la meditación, que el autor escribió este libro en 1905
Día 19
CUARTO MISTERIO: VIDA ULTRAJADA POR LOS MALVADOS
PRIMERA MEDITACIÓN: El Cisma
En la misma noche en que el Señor fue entregado, dice S. Pablo, instituyó el sacramento de nuestros altares y, unas horas después, unos amigos del Salvador, se dieron vergonzosamente a la fuga y uno lo renegó.
A partir de ahora, es entre la traición, la negación de un lado y, de otro, la tibieza, la negligencia, la indiferencia y el olvido que avanza la gran maravilla del amor del Señor, o su tabernáculo entre los hombres.
El sacramento del amor encuentra en su camino los desprecios de la indiferencia y, a veces, las cóleras del odio diabólico. ¡Qué dolorosas son estas cosas! ¿Por qué es necesario que, después de haber contemplado el exceso de amor del Sagrado Corazón de Jesús, tengamos que considerar el exceso de nuestra maldad? Pues es preciso. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús tiene como fin el amor bajo todas sus formas, y nuestra ingratitud necesita de una de ellas: la Reparación.
I. Nuestro Señor pide una reparación especial para ciertos ultrajes
Además, es uno de los motivos en los cuales Nuestro Señor insistió más junto a la Beata Margarita María para pedirle la institución de la fiesta y de la devoción a su Sagrado Corazón. Consideremos, por tanto, el nuevo Huerto de los Olivos en el cual se transforman muy frecuentemente nuestros sagrarios, meditemos sobre la reparación que el Sagrado Corazón de Jesús nos pide por los ultrajes que Él recibe en su Sacramento.
Muchos lo insultan; muchos vienen a clavar una espina en este Corazón que no vive sino por ellos y que desciende de nuevo sobre la tierra para llevarnos al cielo; pero lo que para Él es más sensible, es la indiferencia y la frialdad que encuentra, algunas veces, también en los corazones que le son consagrados. Su ingratitud es la herida siempre abierta, siempre sangrienta de este Divino Corazón. Nosotros pensaremos muchas veces con una tierna compasión en este sufrimiento íntimo de Nuestro Señor, bien convencidos de que, si podemos consolar el Corazón eucarístico de Jesús de la amargura que le causan sus amigos, tenemos fácil también consolarlo de los ultrajes que recibe de los extraños. Fue un discípulo, un apóstol, Judas, quien inauguró la traición al Corazón de su Dios, de su amigo, de su hermano; aún tenía los labios rojos de la Sangre Divina y pensaba ya en traicionar a su Maestro.
II. Los cismas hacen sufrir a Nuestro Señor
Los cismas de Oriente continúan, en una cierta medida, esta obra de las tinieblas.
Cuántas almas pueden encontrarse ahí de buena fe. Pero, ¿qué decir de aquellos que lo comenzaron y de aquellos que, entreviendo la luz, no tienen el coraje de salir del error?
¡Cuántas ofensas resultan de ahí para Jesús-Hostia! Los sacerdotes de estas iglesias cismáticas tienen un verdadero sacerdocio. Consagran verdaderamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Nuestro Señor es su prisionero y como su esclavo. Se expone a esto para poder visitar las almas de buena voluntad y darse a ellas.
Los sacerdotes de Oriente consagran, pero no tienen gran respeto por la Eucaristía cuando la conservan. Su devoción un poco supersticiosa va antes a las imágenes que honran. Las personas comulgan, pero, ¿qué pueden valer, la mayoría de las veces, sus comuniones? Tienen una fe incompleta. Tienen también doctrinas falsas sobre los sacramentos, no confiesan sus faltas interiores. ¡Qué triste todas estas misas y todas estas comuniones! ¿Cómo es que Nuestro Señor puede exponerse a todos estos ultrajes?
En verdad, Él nos amó hasta el extremo.
Todas las almas que están separadas del Vicario de Jesucristo están también separadas de Cristo. Es la piedra fundamental, fuera de la cual ya no se está en la Iglesia. Hay grados en la separación con el Vicario de Jesucristo. Todos aquellos que no le obedecen totalmente se alejan de Cristo y, sin ser formalmente cismáticos, entristecen a Nuestro Señor. Si no imitan la traición de Judas, se muestran débiles como los otros discípulos y se alejan como ellos. Nuestro Señor no puede complacerse en descender a estos corazones desobedientes.
III. ¿Cómo reparar este ultraje especial?
¿Cómo reparar tantos ultrajes? Con el culto amante y dedicado de la Eucaristía, por el culto interior, sobre todo, por nuestros sentimientos de amor y de compasión, pero también por una docilidad perfecta al Vicario de Jesucristo.
A todos los cismáticos les faltaba simplicidad y humildad. Tenían una confianza orgullosa en su ciencia y en su juicio.
La devoción al Papa y la docilidad a todas sus directivas debe ser el carácter propio de la devoción al Sagrado Corazón.
¿No hay analogías llamativas entre el Papa y la Eucaristía? ¿No es Nuestro Señor quien nos dirige y nos instruye por su Vicario? Él vive en el Papa por una asistencia especial.
Enseña, habla por medio de su Vicario. Dice a los apóstoles: “Quien os escucha, a mí me escucha y quien os desprecia a mí me desprecia”. Esto debe entenderse también acerca del Papa, al cual S. Pedro transmitió la plenitud de la autoridad apostólica.
La Eucaristía es Jesús que se inmola, Jesús que permanece con nosotros, que se da a nosotros, que nos escucha y nos consuela.
El Papa es Jesús que nos dirige y nos enseña.
En la Eucaristía, es la presencia real de Jesús; en el Papa es su autoridad y su enseñanza, con una asistencia especial.
Resolución.- Admiro, mi buen Maestro, pero de lo que comprendo, la inmensidad del amor por el cual te entregaste a Tí mismo a los cismáticos. ¡Oh! ¡Cómo me gustaría consolarte con un amor sin límites!