50 AÑOS DEL NOVUS ORDO MISSÆ

Conservando los restos

LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO

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***

Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ… Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante… Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…

Luego de haber estudiado la historia de la Santa Misa desde San Pedro hasta San Pío V y de haber analizado las diversas partes de la Santa Misa de Rito Romano y sus correspondientes oraciones, hemos considerado los antecedentes remotos e inmediatos de la misa nueva.

A continuación, emprendimos el estudio general y particular de ésta. De este modo, consideramos los autores y los fines de la nueva misa, examinamos la explicación de la nueva misa dada por los innovadores modernistas, especialmente la Institutio Generalis.

Una vez acabado este análisis, comenzamos el estudio de los cambios producidos en el Ordo Missæ.

Los reformadores querían absolutamente la desaparición del Misal Romano, el aniquilamiento del Rito Romano.

Entrando ya en los detalles, realizamos un estudio de los ritos del Novus Ordo Missæ.

Continuamos luego con el análisis de algunos temas en particular, primero desde el punto de vista canónico.

Nos detuvimos primero en lo que llamamos una Legislación Revolucionaria, y vimos en detalle el ataque a la Bula Quo primum tempore de San Pío V por medio de la Constitución Missale Romanum.

Luego tuvimos que considerar los dos indultos de 1984 y 1988 y el pérfido Motu proprio Summorum pontificum, de Benedicto XVI.

Hemos concluido expresando que la Misa no basta para corresponder a la Fe; y que por eso hay que descartar la vuelta a la Fe por medio del birritualismo

Lo que se impone es la llegada o la vuelta a la única Misa Romana por medio de la verdadera Fe.

Si no se regresa a la profesión íntegra de la Fe, sin rupturas con la Tradición, la dialéctica con el Misal Romano no dejará de ser una diabólica astucia.

Y recordamos las palabras de Monseñor Lefebvre:

No es una pequeña cosa la que nos opone.

No basta que se nos diga: “pueden rezar la Misa antigua, pero es necesario aceptar esto”.

No, no es solamente eso lo que nos opone, es la Doctrina.

Llegado el momento de comenzar el estudio teológico de la misa montiniana, previamente se hizo necesario establecer los principios de la Teología Católica sobre el Santo Sacrificio de la Misa.

Por lo cual estudiamos tres cuestiones:

– Los Sacramentos en general, especialmente su significación y la intención del ministro.

– La Sagrada Eucaristía como Sacrificio (El Sacrificio Sacramental y su Esencia).

– La Epíclesis, la Forma de las dos Consagraciones y el Tono en que han de ser pronunciadas las palabras.

Después de este largo estudio, estábamos en condiciones de aplicar toda esta doctrina y analizar a su luz los cambios producidos en el Nuevo DES-Orden de la Misa.

Lo hemos previsto mediante los últimos tres Especiales, que tratan los siguientes temas:

* El Ofertorio y las nuevas Plegarias Eucarísticas

* La Epíclesis y la Forma

* El Tono Narrativo y algunos Apéndices importantes (“Cara al pueblo”, ¿Abusos de las Traducciones? y ¿Se puede aceptar una consagración dudosa?).

Gracias a Dios, ya pudimos presentar los primeros de estos temas. Nos corresponde hoy tratar el tercero, es decir, todo lo referente al Tono Narrativo, para terminar con algunos Apéndices.

En la foto del Misal Romano de aquí abajo se destacan todas las indicaciones para que el tono sea asertivo, significativo, en primera persona del singular.nom1

EL TONO NARRATIVO

La “Narración de la Institución”

Para comprender en profundidad este tema es necesario estudiar bien el Especial en que ha sido desarrollado al detalle. Ver Aquí

Ya sabemos que el artículo 55 de la Institutio explica las diversas partes de la llamada Plegaria Eucarística, que tiene de Canon lo mismo que Arrio, Nestorio y Lutero tenían de católicos…

Respecto de la supuesta consagración (parágrafo “d”) leemos lo siguiente:

Los principales elementos de que consta la Plegaria Eucarística pueden distinguirse de esta manera:

d) Narración de la institución: por las palabras y por las acciones de Cristo repræsentatur aquella última cena, en la que el mismo Cristo instituyó el sacramento de su Pasión y Resurrección, cuando dio a los Apóstoles su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino para que comieran y bebieran, dejándoles el mandato de perpetuar el mismo misterio.

La palabra latina repræsentatur, que hemos resaltado sin traducir, puede transcribirse como “se hace presente de nuevo” o como “es representada”, versión que da al texto un fuerte sentido protestante.

La Santa Misa no es una simple representación, sino la verdadera reiteración del Sacrificio de Nuestro Señor, hace presente el Sacrificio de la Cruz sobre nuestros Altares.

Pero, lo que es más grave, la Institutio no dice que “se hace presente de nuevo”, no que “es representado” el Sacrificio de Nuestro Señor…

Ella dice que, en esta parte de la misa (en la Plegaria Eucarística) repræsentatur aquella última cena…, la cual es narrada como un cuento…

Se representa (si prefieren, se hace nuevamente presente) la Última Cena.

Este artículo 55 trata, pues, a la supuesta consagración como una “narración de la institución”. Por lo tanto, la consagración entra en el mismo significado, y pasa como un simple recitado.

Los modernistas son coherentes en sus erróneas desviaciones. Aquí se trata de la continuación lógica, pero aún más grave, de la recitación en voz alta del Canon, pues las palabras de la Consagración se toman desde hace más de cincuenta años como una simple narración de la Última Cena, en lugar de un Acto Sagrado, realizado por el sacerdote a través de palabras rituales pronunciadas de manera significativa, intimativa, asertiva.

En la nueva misa dichas palabras se dicen en tercera persona y ya no en primera. Basta entrar a una cueva de ladrones modernista durante su servicio eucarístico, y escuchar al presidente de la asamblea pronunciar el relato de la institución…

En el Canon tradicional, esta interpretación protestante se ve impedida por dos barreras:

— 1ª) la lectura del Canon en voz baja.

— 2ª) pero también por un cambio de tono (de tercera a primera persona) en el momento de la Consagración.

En efecto, el sacerdote abandona el tono narrativo (el tono del que narra, del que cuenta una historia, en tercera persona) para adoptar el tono intimativo o imperativo (el tono del que intima una orden, en primera persona).

Este cambio de tono está indicado inequívocamente en el Misal Romano:

— por las rúbricas.

— por la puntuación (las palabras de la fórmula de la Consagración están precedidas por un punto, que separa claramente esta oración del texto anterior).

— y por el tipo y formato de las letras (la fórmula consagratoria está impresa específicamente en letras grandes).

Repetimos la imagen de más arriba

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Reiteramos:

En la Misa codificada por San Pío V hay una clara separación tipográfica entre la parte narrativa de la Consagración y las palabras que realizan la transubstanciación.

Para indicar, de manera inequívoca, que estas últimas se dicen imperativamente, en primera persona, in persona Christi, y no simplemente narrativamente, en tercera persona, la primera parte del texto termina con un punto. Por lo tanto, queda claro que en este momento el sacerdote comienza a hablar en nombre de Nuestro Señor.

Además, las expresiones que contienen las palabras de la Consagración están impresas en caracteres grandes.

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En el nuevo desorden, la Plegaria Eucarística I saltó la primera barrera, ya que impone la lectura en voz alta.

También elimina la segunda barrera, puesto que en adelante nada impide que las palabras de la Consagración se digan en el tono narrativo, como lo que las precede y las sigue.

Es más, todo lo contario, todo impone que se reciten, se narren en tercera persona.

En efecto:

— el texto que precede a las palabras de la Consagración termina con dos puntos; lo cual indica que estamos en la lógica de un recitado o narración que continúa.

— si bien ciertas palabras se imprimen en caracteres diferentes, uno nota que las palabras que se enfatizan de este modo ya no son solamente las de la Consagración, sino todas las palabras de Jesucristo, sin distinción alguna.

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Repetimos:

En el nuevo ordo, el texto que precede a las palabras de la Consagración termina con dos puntos.

Y se han agregado nuevas frases a las palabras de la consagración, de modo que aparecen en caracteres grandes más palabras no esenciales a la transubstanciación.

Evidentemente, es un paso más que lleva fácilmente a la idea de que la Consagración es una narración histórica de la institución de la Eucaristía.

Todo esto favorece el punto de vista protestante, según el cual:

— estas palabras ciertamente deben ser puestas en relieve porque, además de la narración de una historia, hay allí una especie de representación teatral esencial para la ceremonia, y que el sacerdote representa a Cristo en la escena.

— pero, sin embargo, las palabras de la Consagración no deben pronunciarse de manera imperativa o intimativa, sino de modo narrativo, en tercera persona.

En el Novus Ordo Missæ, como en el servicio luterano, las palabras de la consagración —el corazón mismo del Rito Tradicional— son ahora parte de lo que se llama la Narración de la Institución, una expresión que no se encuentra en los misales tradicionales de la Iglesia.

El término Institución se refiere a la Institución de la Misa por Nuestro Señor Jesucristo, y podría ser un término teológico perfectamente legítimo.

Pero, la idea de que la Misa es una mera narración es, sin embargo, patentemente falsa y completamente protestante.

Por el solo hecho de poner las palabras de la Consagración bajo semejante título se induce al sacerdote-presidente a decir estas palabras como si estuviera meramente volviendo a narrar la historia de la Última Cena, en lugar de consagrar realmente, aquí y ahora, el pan y el vino.

Solamente narrando la historia de la Última Cena no transubstancia el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo; el sacerdote debe actuar in persona Christi, es decir, debe decir estas palabras cruciales en la persona de Cristo, porque es Jesucristo quien, por su poder infinito, a través de las palabras del sacerdote, efectúa la Consagración.

La versión revisada de la Instrucción General, pretendiendo apaciguar a los críticos de la nueva misa, agregó Narración de la institución y consagración, y en dos párrafos habla del sacerdote que actúa in persona Christi, pero no con respecto a la manera en que dice las palabras de la Consagración.

De todos modos, una vez más, se cambió el plano, pero no la construcción… Basta observar con atención uno de los tantos misales bastardos…, porque hay más de uno…

Y aun cuando el uso de la frase Narración de la Institución fuera el único defecto en el Nuevo Rito, éste sería suficiente para levantar graves dudas acerca de si se transubstancian o no el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

La Iglesia siempre ha enseñado que para que la Consagración acontezca, el sacerdote debe:

– 1) estar debidamente ordenado,

– 2) tener la intención de hacer lo que la Iglesia quiere hacer en la Misa,

– 3) usar la materia apropiada

– 4) usar la forma apropiada.

– 5) decir las Palabras de la Consagración como un acto que él personalmente, por su propio poder sacerdotal, ejecuta in persona Christi (en la Persona de Cristo, que es el Sacerdote Principal en cada Misa), y no como parte de una mera narración histórica.

Si dijese las palabras de Consagración como un mero recitado, convertiría esa ceremonia en un simple memorial de un evento histórico que acaeció hace dos mil años; y nada sagrado tendría lugar, es decir, no habría Consagración.

Como ya hemos visto en otro Especial, Santo Tomás de Aquino lo enseña con toda claridad:

“El ministro, al realizar este sacramento, no desempeña más acción que la de proferir las palabras. Y puesto que la forma debe corresponder a la cosa, la forma de este sacramento difiere de las formas de los otros sacramentos en dos puntos.

Primero, porque las formas de los otros sacramentos llevan consigo el uso de la materia, como sucede, por ej., en el bautismo o en la confirmación, mientras que la forma de este sacramento lleva consigo solamente la consagración de la materia, que consiste en la transustanciación, como cuando se dice: Esto es mi cuerpo  o  Éste es el cáliz de mi sangre.

Segundo, porque las formas de los otros sacramentos se profieren en nombre de la persona del ministro, a quien se designa como realizador de un acto, como cuando se dice: yo te bautizo  o  yo te confirmo; o imperando el acto, como sucede en el sacramento del orden al decir: recibe la potestad, etc.; o deprecativamente, como sucede en el sacramento de la extremaunción, cuando se dice: por esta unción y nuestra intercesión, etc.

Pero la forma de este sacramento se profiere en nombre de la persona del mismo Cristo que habla, para dar a entender que el ministro en la realización de este sacramento no hace más que proferir las palabras” (III, q. 78, a. 1).

Por lo tanto, por la supresión del tono intimativo o imperativo, y por la introducción del tono narrativo, hay un cambio en la intención significativa de las palabras de la Consagración.

Decir las palabras de la Consagración meramente como parte de una narrativa invalidaría la transubstanciación; es decir, el pan y el vino seguirían siendo sólo pan y vino, no se convertirían en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, no habría Sacrificio de la Misa, sino Cena Luterana.

Insistimos: las Palabras de la Consagración tienen que ser dichas, no meramente como un relato histórico de palabras usadas una vez por Nuestro Señor —como el celebrante las recita, por ejemplo, en los relatos de la Última Cena que se leen en la Misa en la Semana Santa o en la Fiesta del Corpus Christi— sino como una afirmación presente, por el sacerdote que habla en la persona de Cristo, y con la intención de efectuar algo, aquí y ahora, por el pronunciamiento de esas palabras.

Hace cincuenta o cuarenta años, los sacerdotes más ancianos tal vez pudieron seguir diciendo por hábito las palabras de la Consagración in persona Christi.

Podemos decir con seguridad que los sacerdotes conciliares, basando su práctica en la Instrucción General y en las teorías modernistas de teología sacramental que embeben en los seminarios bastardos conciliares, no lo hacen.

Hoy por hoy, ya no sorprende a nadie que el Breve Examen Crítico del Nuevo Orden de la Misa, presentado por los Cardenales Ottaviani y Bacci, haya apuntado en su momento:

“La teoría que se propone sobre la epíclesis y la misma innovación en cuanto a las palabras de la Consagración y de la anamnesis implican que también se ha realizado un cambio en el modo de significar; pues las fórmulas consagratorias son ahora pronunciadas por el sacerdote como parte de alguna narración histórica y no son enunciadas en cambio como expresando un juicio categórico y operativo, proferido por Aquél en cuya representación el sacerdote mismo obra, diciendo: «Esto es mi Cuerpo», pero no: «Esto es el Cuerpo de Cristo».

Las palabras de la Consagración, por el modo como se insertan en el contexto del Novus Ordo pueden ser válidas por la eficacia subjetiva de la intención del ministro. Pero pueden no ser válidas, en cuanto que ya no son tales ex vi verborum (por la fuerza misma de las palabras), o más exactamente, por la virtud objetiva del modus significandi (modo de significar) que tenían hasta ahora en la Misa. Por lo cual, los sacerdotes que en un futuro próximo no habrán sido instruidos conforme a la doctrina tradicional, y quienes simplemente se fiarán del Novus Ordo con la intención de «hacer lo que hace la Iglesia», ¿consagrarán en realidad válidamente? Es licito dudar de ello”.

Estas palabras del Breve Examen Crítico, habiendo sido publicadas en septiembre de 1969, fueron increíblemente perspicaces…, si no ciertamente proféticas…

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APÉNDICES IMPORTANTES

El Sacerdote Mirando al Pueblo

Todas estas novedades se hacen con el ministro mirando a la comunidad.

Su colocación ya no simboliza el hecho de que él es un intermediario entre Dios y el hombre, como en la Misa Tradicional, donde mira al Sagrario; sino que ahora es el «presidente» de una asamblea, el que preside la mesa, alrededor de la cual la comunidad se reúne en la cena conmemorativa.

Con grandes gastos, se han destruido los altares en muchas de nuestras iglesias, y se han reemplazado por mesas.

¿Por qué este último extraordinario y simbólico cambio?

El cardenal Lercaro, el presidente del Concilium (que creó el Nuevo Rito), nos informó que esto “constituye una celebración de la Eucaristía que es auténtica y más comunitaria”.

Pablo VI aprobó la nueva disposición, porque el altar estaba ahora “puesto para el diálogo con la asamblea”, y porque era una de las cosas que hicieron de la Misa del domingo, “no tanto una obligación, sino un deleite; no sólo cumplido como un deber, sino reclamado como un derecho”.

Es de interés señalar que la práctica del sacerdote mirando a la comunidad se ejerció entre sacerdotes que trabajaban con los Boy Scouts y otros movimientos de juventud en Italia, ya en 1933. Un capellán del Movimiento de Juventud católico en ese momento era el Padre Giovanni Battista Montini…

La importancia simbólica del cambio de posición del “presidente” es muy grande.

¿Cómo puede un Sacerdote realizar un Sacrificio a Dios, como un alter Christus y como un intermediario entre el hombre y Dios, por un lado, cuando, por otra parte, está mirando a la asamblea?

Muchas religiones tuvieron y tienen ritos sacrificiales, pero en ninguna de ellas se ha visto esta inversión.

Esta revolución de la posición del sacerdote deja clara, una vez más, la naturaleza no sacrificadora y la intención de una Cena del Novus Ordo Missæ.

Es totalmente falso afirmar que la práctica del sacerdote mirando al pueblo es un retorno a la práctica primitiva.

En la Última Cena, los Apóstoles no se sentaron alrededor de la mesa de cualquier manera, sino, más bien, como en cualquier fiesta judía solemne, ellos se sentaron de cara al Templo de Jerusalén.

Como Monseñor Klaus Gamber, Director del Instituto Litúrgico en Regensburg declaró, “nunca hubo una celebración versus populum [«de cara al pueblo»] ni en la iglesia Oriental ni en la Occidental. En cambio, había una orientación hacia el este”.

No es sorprendente que fuera Martín Lutero quien primero sugirió esta inversión.

El Padre Louis Bouver en su Liturgia y Arquitectura ha mostrado concluyentemente que no hay absolutamente ninguna evidencia de que en la antigüedad el sacerdote, por cualquier razón, encarase al pueblo mientras decía la Misa.

Aquéllos que hablaron de volver a la Cristiandad primitiva —los «Reformadores», protestantes o teólogos posconciliares— habrían hecho bien en recordar la queja que Nuestro Señor hizo por boca del Profeta Jeremías (II, 26-28):

“Como queda avergonzado el ladrón sorprendido, así quedarán avergonzados los de la casa de Israel, ellos, sus reyes, sus príncipes, sus sacerdotes y sus profetas; que dicen al leño: “Tú eres mi padre”, y a la piedra: “Tú me has dado a luz”. Me han vuelto las espaldas y no la cara; mas cuando les toca la calamidad, dicen: “Levántate y sálvanos.” ¿Dónde están tus dioses, los que te has hecho? ¡Que se alcen, si te pueden salvar en el tiempo de tu calamidad! Tus dioses, oh Judá, son tan numerosos como tus ciudades”.

Me han vuelto las espaldas y no la cara… Pensemos en aquellas Misas de los años 1965-1970 en las que los sacerdotes daban la espalda al Sagrario de los todavía Altares tradicionales en pie…

La verdad del asunto es que el sacerdote, siempre que sea posible, se encara al Este. Al respecto, Santo Tomás enseña:

“Por ciertas razones de conveniencia adoramos vueltos hacia Oriente. En primer lugar, por el indicio de la majestad divina, que se nos manifiesta en el movimiento del cielo desde el Oriente. En segundo lugar, por hallarse el Paraíso situado al Oriente, como leemos en Gén II, 8, según la versión de los Setenta, como si buscásemos volver de nuevo a él. En tercer lugar, por Cristo, que es la luz del mundo (Jn VIII, 12), recibe el nombre de Oriente (Zac VI, 5), y asciende sobre los cielos de los cielos hacia el Oriente (Salmo LXVII, 34); e incluso se espera que vendrá de Oriente, según aquello de Mt XXIV, 27: Como sale el relámpago del Oriente y brilla hasta el Occidente, así será la llegada del Hijo del hombre” (II-II, q. 84, a. 3, ad. 3).

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Las Traducciones Infieles, ¿son Abusos?

Debe quedar claro que, al abordar el Novus Ordo Missæ, nos hemos referido al rito original, de 1969.

Por consiguiente, no han sido incluidos en nuestra discusión fenómenos tales como «misas bufas», «misas marihuana», «misas guitarra»; etc..

Sin embargo, la autorización de tales “exhibiciones” y la participación en ellas por la jerarquía (como en las Jornadas Mundiales de la Juventud), más el hecho de que nunca han sido claramente condenadas, socava significativamente el argumento defensivo de «abuso».

Sin embargo, con respecto al Novus Ordo Missæ, se debe tratar claramente el problema de las malas traducciones del latín original. Éstas no son y no pueden ser despachadas como «abusos» o como producciones litúrgicas ilícitas de sacerdotes u obispos desobedientes.

Deben hacerse varias puntualizaciones a este respecto:

– 1) Cada defecto señalado en el Nuevo Orden de la Misa se aplica a la versión latina

– 2) Los aspectos críticos de las traducciones han tenido la aprobación papal directa, y ellos se apoyan en los documentos curiales oficiales.

– 3) Las malas traducciones han estado en uso durante décadas, y las quejas por ellas, como por la propia Nueva Misa, se han ignorado.

Estas puntualizaciones nos obligan a concluir que las malas traducciones no son «abusos», sino una parte íntegra de la «Revolución Litúrgica».

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Uno bien puede preguntarse: ¿por qué aquéllos que pensaban que la lengua vernácula permitiría una mayor participación por parte de la comunidad, no utilizaron las buenas traducciones ya disponibles de la Misa antigua?

La respuesta fue indirectamente proporcionada hace tiempo en un trabajo del historiador jesuita Padre Philip Hughes. Discutiendo los ritos anglicanos creados por el protestante Cranmer del siglo XVI declaró:

“Semejante procedimiento habría anunciado sólo más ruidosamente el conflicto entre la doctrina recientemente impuesta y la creencia más antigua. El nuevo servicio estaba de hecho en inglés, y en un inglés casi mejor del que nadie nunca haya inventado antes o después. Pero también era un cuidadoso remodelado del rito y una reescritura de sus oraciones, de modo tal que cada signo de este rito que siempre fue y siempre significó ser un sacrificio eficaz para los vivos y los muertos, fue completamente eliminado”.

También debe destacarse que los errores en la traducción del latín de la Nueva Misa son paralelos en todas las diversas versiones vernáculas usadas, con la excepción del polaco.

Además, el modelo que siguen fue esbozado primero en el documento Inter Œcumenici (1964), y por otro lado delineado en las declaraciones vaticanas subsecuentes.

No puede haber ninguna duda de que las traducciones infieles tienen aprobación clara de Pablo VI.

Bugnini nos informa en sus Memorias que Pablo VI se reservó la aprobación de las traducciones del Canon, y, sobre todo, las Palabras de la Consagración.

Los “errores” (¿voluntarios?) de traducción muestran un motivo común que revela las intenciones de los traductores traidores. Ese motivo es la dilución o apartamiento de alusiones y referencias a las doctrinas de la Santa Misa que son específica y peculiarmente católicas¼ La minuciosidad y determinación con que se han eliminado esas enseñanzas que distinguen las creencias católicas de las de otros cristianos se demuestran por muchas omisiones menores que se repiten a menudo.

Pero los errores no sólo se limitan al Ordinario de la propia Misa, sino que el nuevo Misal entero, en su versión vernácula oficial, está plagado de ultrajantes errores de traducción.

La mafia litúrgica extendida por el mundo completó el proceso de descatolización que Roma empezó: es decir, primero la etapa en latín, luego en lengua vernácula.

Frases y expresiones en Oraciones [es decir, las Colectas, Secretas, Poscomunión, etc.] que aluden a ideas «negativas» se suprimen. Por ejemplo:

– sea agradable a Dios

– apacigüe su ira

– la Pasión de Cristo

– nuestra necesidad del mérito

– nuestra maldad

– nuestro error

– la debilidad de la naturaleza humana.

Los traductores también minimizan u omiten las ideas que consideran «ofensivas» a los no católicos. Los herejes se complacerán observando que las traducciones no hablan de los fieles o de la ofrenda de Cristo como la víctima en la Misa, y los judíos y musulmanes estarán encantados advirtiendo que las frases que se refieren al perfeccionamiento de los sacrificios del Antiguo Testamento habían sido borradas del Nuevo, así como la redención para «aquéllos que creen en Cristo».

El propio Martín Lutero no habría tenido ningún problema en recitar esas oraciones en que los traductores han suprimido la noción de llevar a cabo buenas obras.

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¿Es Aceptable Una Consagración Dudosa?

Una Cena del Señor, en la cual el pueblo de Dios es convocado y reunido, bajo la presidencia del sacerdote, para celebrar el memorial del Señor…, ciertamente no es una Misa válida.

Una misa, en la cual se han cambiado las palabras de la Consagración, no es una Misa válida.

Una misa, en la que el sacerdote (si es verdaderamente sacerdote) dice las palabras de la Consagración en tono meramente narrativo, no es una Misa válida.

Resulta difícil comprender que los llamados “conservadores” puedan argumentar que los cambios en la Misa, especialmente los cambios en la fórmula de la Consagración y la narración de la misma, no invaliden la Misa.

Ante la evidencia dada, cualquier persona sensata y formada católicamente debe estar de acuerdo en que, al menos, la cuestión sobre la validez de estas Cenas del Señor o Eucaristías está abierta al debate.

Pero, si es así, si está abierta al debate la validez de una celebración novus ordo, lo menos que se puede decir es que hay duda sobre la misma.

Ahora bien, bajo tales circunstancias, los católicos están obligados a abstenerse de participar activamente en tales ritos.

La Teología Moral tradicional, sobre el empleo de una materia o forma dudosa de un Sacramento, enseña lo que sigue:

– En la dispensación de los Sacramentos, como también en la consagración en la Misa, nunca se permite abandonar el criterio más seguro acerca de la validez y adoptar un criterio de acción probable.

– Lo contrario fue condenado explícitamente por el Papa Inocencio XI [1676-1689].

– Hacer tal cosa sería un pecado grave contra la religión, es decir un acto de irreverencia hacia lo que Cristo Nuestro Señor ha instituido.

– Sería un pecado grave contra la caridad, puesto que el destinatario probablemente sería privado de las gracias y efectos del Sacramento; y contra la justicia, puesto que el destinatario tiene derecho a los Sacramentos válidos.

– Por lo tanto, la materia y la forma deben ser ciertamente válidas; y uno no puede seguir un criterio probable y usar una materia o una forma dudosa. Actuando de otro modo, uno comete un sacrilegio.

La Teología Moral instruía al sacerdote a no omitir nada, no agregar nada, no cambiar nada de la forma; tener cuidado con transmutar, corromper o interrumpir las palabras.

Por consiguiente, es indefendible intentar confeccionar un Sacramento cuya validez es sólo probable. La validez debe ser cierta.

La doctrina católica enseña que, si el sacerdote está ordenado válidamente, si usa la forma y la materia apropiadas (las palabras y la materia) y tiene la intención correcta, la Consagración acaece.

Ahora bien, en el Nuevo Rito, las palabras y actos externos de ninguna manera nos aseguran que una intención apropiada por parte del celebrante esté presente. Si la intención interior del sacerdote está basada en las palabras y acciones externas del Novus Ordo Missae, el Sacramento es, por lo menos, muy dudoso.

Para que el sacerdote consagre, él debe tener la intención positiva de «hacer lo que la Iglesia hace».

Ahora bien, la mayoría de los sacerdotes han sido instruidos desde hace sesenta o más años con una teología sacramental que no es la tradicional, sino la modernista; y, por consiguiente, muy probablemente no conocen la naturaleza de la intención positiva que deben tener.

Acabamos de leer que el Breve Examen Crítico, en 1969, a la vista de tantos cambios, se preguntaba: “los sacerdotes que en un futuro próximo no habrán sido instruidos conforme a la doctrina tradicional, y quienes simplemente se fiarán del Novus Ordo con la intención de «hacer lo que hace la Iglesia», ¿consagrarán en realidad válidamente?”

Para responder trágicamente: “Es licito dudar de ello”.

¡Han pasado cincuenta años!

Después de cincuenta años de praxis modernista conciliar, hay que concluir y responder que NO, no consagran válidamente…

CONCLUSIÓN

El Nuevo Orden de la Misa ha causado estragos entre los creyentes católicos, es un hecho evidente.

Considerando que casi cada frase del Novus Ordo Missæ y su Instrucción General acompañante está abierta a interpretaciones ampliamente diferentes, el resultado global es un rito protestante, con algún andamiaje superficialmente católico.

La corrección, más aún, el despedazamiento de los textos antiguos por los innovadores, revela un modelo bien definido de acomodamiento a los errores protestantes.

En ninguna parte es presentado claramente el Nuevo Orden de la Misa como un sacrificio inmolativo (sacrificio de una víctima) o propiciatorio (reparador).

En ninguna parte se declara claramente que un acto sacrificial es realizado por un sacerdote que actúa independientemente de la asamblea e in persona Christi.

De hecho, se afirma repetidamente que es el “pueblo de Dios” quien celebra el Rito.

¡Ninguna inmolación (sacrificio de una víctima), ninguna propiciación (la expiación) y ningún sacerdote sacrificando!

Si tal es el caso, como la redacción del Nuevo Orden de la Misa y su Instrucción General claramente indican, entonces, sea lo que sea el Nuevo Orden de la Misa, no es una Misa católica en la acepción tradicional y doctrinal, esto es, la incruenta pero completamente real representación, la reactualización del sacrificio de Nuestro Señor en el Calvario.

La invención resultante, sin embargo, está admirablemente preparada para el uso por todas y cada una de las sectas cristianas.

Por cierto, podría servir fácilmente como el precursor de alguna falsa religión universal, que algunos ecumenistas pueden de hecho tener en vista.

A pesar de esto, ¿es posible que un verdadero sacrificio inmolativo ocurra en la Nueva Misa?

Si uno admite la definición de Pablo VI, si uno acepta la redacción del Rito en su significado literal, y si uno cree en la enseñanza constante de la Iglesia sobre la teología sacramental, entonces es difícil ver cómo puede ser eso posible.

Teóricamente, un verdadero sacerdote que utilizara el bosquejo del Novus Ordo Missæ, pero que hiciese una serie de cambios y adiciones y pusiese una contra-intención a la que le proporciona el nuevo rito, para asegurar con ello la validez, podría consagrar.

Pero entonces estaría violando el principio de obediencia, y el resultado neto ya no sería el Novus Ordo Missæ, sino una Misa de su propia creación…, la Misa del Padre Fulano…

Aquéllos que utilizan el argumento de la obediencia deben reconocer la obligación que tienen de que su obediencia sea total. En este caso, la obediencia requiere que digan el Canon y asuman las palabras de la Consagración en el Novus Ordo Missæ como una parte de la Narración de la Institución, es decir, de la misma manera que leerían la historia de la Pasión en el Evangelio.

Claramente, un sacerdote que pretexta que debe ser obediente a la nueva misa no debe agregar nada suyo al rito nuevo, ni quitarle nada tampoco.

Con respecto a la nueva misa, un sacerdote, un simple fiel, no pueden hablar de obediencia en absoluto a menos que estén dispuestos a aceptar el sentido llano del idioma utilizado tanto en el Nuevo Orden de la Misa como en la Instrucción General oficial que la presenta y explica.

Ahora bien, la verdadera obediencia requiere que uno respete la enseñanza católica y se niegue a aceptar cualquier Sacramento cuya validez sea cuestionable, porque actuar de otro modo es un acto sacrílego.

La nueva misa, cuando se dice según la manera prescrita por las palabras del Nuevo Rito y de acuerdo con la Instrucción General que la acompaña, es definitivamente inválida, y, por consiguiente, no puede ser celebrada o no se puede asistir a ella.

La nueva misa, que se suponía atraería a muchas más personas y haría nuestra liturgia católica más comprensible, ha causado una hendidura profunda entre los creyentes. Ha distanciado a una parte grande de los sacerdotes y laicos más serios y celosos, que han padecido y deben padecer las imputaciones falsas de desobediencia y cisma porque ellos están intentando ser obedientes y estar en unión con el espíritu perenne de la Iglesia.

Es fácil, entonces, entender por qué hubo y hay sacerdotes y laicos que se negaron a tener algo que ver con la Nueva Misa y continuaron rezando o asistiendo a la antigua Misa católica tradicional con gran sacrificio personal.

No debe olvidarse que la Bula Apostólica del Papa San Pío V titulada Quo Primum (1570) garantiza su derecho a actuar así.

Aquéllos que negasen a los católicos este derecho, incurren en el riesgo, como esta Bula declara, de “la ira de Dios Omnipotente y de los santos Apóstoles Pedro y Pablo”. Es decir, ellos arriesgan su salvación eterna.

Tengamos en cuenta lo que enseña Santo Tomás, en II-II, q. 93, a. 1:

“Como escribe San Agustín en el libro Contra Mendacium, no hay mentira más perniciosa que la que se refiere a temas de la religión cristiana (…) Puede haber falsedad en el culto exterior por parte de la persona que lo ofrece. Esto ocurre principalmente en el culto público que los ministros ofrecen en nombre de toda la Iglesia. Pues, así como llamaríamos falsario a quien nos ofreciese de parte de un tercero lo que nadie le había encomendado, de igual modo incurre en vicio de falsedad la persona que ofrece a Dios en nombre de la Iglesia un culto contrario a los ritos establecidos por ella en virtud de su autoridad divina, y practicados como ella acostumbra. De ahí lo que dice San Ambrosio: Es indigno el que celebra el misterio de Cristo sin acomodarse en la forma a lo que Cristo enseñó (…) Las diversas prácticas con que acostumbra honrar a Dios en el culto divino la Iglesia no se oponen en nada a la verdad. Por eso es necesario observarlas y es ilícito omitirlas”.

San Basilio Magno (329-379), Doctor de la Iglesia Universal, escribiendo acerca de la herejía del arrianismo, que infectó a casi toda la Iglesia en el siglo IV y a un 80% de los obispos, consignó palabras que se aplican con fuerza y pertinencia a la crisis actual que ataca a la Iglesia:

“La gente religiosa guarda silencio, pero toda lengua que blasfeme se deja suelta. Se profanan las sagradas cosas; los seglares que están firmes en la fe evitan los lugares de culto como a escuelas de impiedad; y en la soledad, con gemidos y lágrimas, elevan sus manos al Señor del Cielo¼” (Ep. 92). “Las cosas han llegado a este extremo; las gentes han dejado sus casas de oración y se han congregado en los desiertos. A esto se someten, porque ellos no tendrán ninguna parte en el malvado fermento arriano¼” (Ep. 242). “Sólo una ofensa se castiga ahora vigorosamente: una observancia fiel de las tradiciones de nuestros Padres¼ Ya no hay gozo ni alegría espiritual; nuestras fiestas se convierten en duelos; nuestras casas de oración están cerradas, nuestros altares despojados de su culto espiritual” (Ep. 243).

San Atanasio fue obispo de Alejandría, nació alrededor del año 296 y falleció el 2 de mayo del año 373, es Doctor de la Iglesia Católica. Se distinguió por su lucha contra la herejía arriana que se había infiltrado con gran fuerza dentro de la Iglesia Católica, a punto tal que se llegó a decir que «el mundo gimió al sentirse arriano». En una famosa Carta refiere hace ver que es más importante la fe que el templo mismo, y animó a los fieles a mantener la actitud de alejarse de sus parroquias e iglesias que habían sido ocupadas por sacerdotes y obispos que se habían pasado al arrianismo.

Desde hace más de cincuenta años existen muchos templos católicos que están ocupados por sacerdotes que siguen la herejía modernista («la suma de todas las herejías», como la denominó el Santo Papa Pío X). De ahí que muchos feligreses han debido buscar sacerdotes que sean fieles al Magisterio de la Iglesia Católica Romana. Les ha sido doloroso verse en la necesidad de retirarse de su parroquia, pero han preferido no exponer su fe católica ni sumarse a actos de desacralización en la liturgia. Han tomado esta decisión siendo fieles al sensus fidei (al sentido de la fe) y recordando que Cristo nos advirtió que huyéramos de los falsos pastores.

Como broche de oro de todos los Especiales que hemos realizado sobre este tema, leamos este escrito de San Atanasio muy esclarecedor:

“Que Dios os consuele. He sabido que no sólo os entristece mi exilio, sino sobre todo el hecho de que los otros, es decir los arrianos, se han apoderado de los templos por la violencia y entre tanto vosotros habéis sido expulsados de esos lugares.

Ellos, entonces, poseen los templos. Vosotros, en cambio, la tradición de la Fe apostólica. Ellos, consolidados en esos lugares, están en realidad al margen de la verdadera Fe, en cambio vosotros, que estáis excluidos de los templos, permanecéis dentro de esa Fe.

Confrontemos, pues, qué cosa sea más importante, el templo o la Fe, y resultará evidente desde luego, que es más importante la verdadera Fe.

Por tanto, ¿quién ha perdido más, o quién posee más, el que retiene un lugar, o el que retiene la Fe?

El lugar ciertamente es bueno, supuesto que allí se predique la Fe de los Apóstoles, es santo, si allí habita el Santo.

Vosotros sois los dichosos que, por la Fe, permanecéis dentro de la Iglesia, descansáis en los fundamentos de la Fe, y gozáis de la totalidad de la Fe, que permanece inconfusa. Por tradición apostólica ha llegado hasta vosotros, y muy frecuentemente un odio nefasto ha querido desplazarla, pero no ha podido; al contrario, esos mismos contenidos de la Fe que ellos han querido desplazar, los han destruido a ellos.

Es esto en efecto lo que significa afirmar: “TU ERES EL HIJO DE DIOS VIVO”. Por tanto, nadie prevalecerá jamás contra vuestra Fe, mis queridos hermanos, y si en algún momento Dios os devolviere los templos, será menester el mismo convencimiento: que la Fe es más importante que los templos.

Y precisamente una Fe tan viva suple para vosotros, por ahora, la devolución de los templos. No es que yo hable sin respaldo de la Escritura, por el contrario, os digo con énfasis que os conviene confrontar sus testimonios.

Recordad, precisamente, que el templo era Jerusalén, y que el templo no estaba en el desierto cuando los enemigos lo invadieron. Los invasores venidos de Babilonia habían irrumpido como juicio de Dios, que probaba o que corregía y que, precisamente por medio de estos enemigos ávidos de sangre imponía castigo a los que lo ignoraban. Los extranjeros, pues, se posesionaron del lugar, pero éstos, en el lugar, negaban a Dios. Justamente porque no sólo no tenían respuestas adecuadas, ni las proferían, sino que estaban excluidos de la verdad.

Por tanto, ahora también, ¿de qué les sirve tener los templos? Sí, efectivamente, los tienen, pero eso a los ojos de quienes se mantienen fieles a Dios indica que son culpables, porque han hecho cueva de ladrones y casas de negocios, o sitios de disputas vanas lo que antes era un lugar santo, de modo que ahora les pertenece a quienes antes no les era lícito entrar.

Muy queridos, por haberlo oído de quienes han llegado hasta aquí, sé todo esto y muchas otras cosas peores; pero, repito, cuanto mayor es el empeño de éstos por dominar la Iglesia, tanto más están fuera de ella. Creen estar dentro de la verdad, aunque en realidad están excluidos de ella, prisioneros de otra cosa, mientras la Iglesia, desolada, sufre la devastación de estos supuestos benefactores”.