50 AÑOS DEL NOVUS ORDO MISSÆ

Conservando los restos

LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO

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ESCUCHAR ESPECIAL DE CRISTIANDAD

 

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Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ… Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante… Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…

Luego de haber estudiado la historia de la Santa Misa desde San Pedro hasta San Pío V y de haber analizado las diversas partes de la Santa Misa de Rito Romano y sus correspondientes oraciones, hemos considerado los antecedentes remotos e inmediatos de la misa nueva.

A continuación, emprendimos el estudio general y particular de ésta. De este modo, consideramos los autores y los fines de la nueva misa, examinamos la explicación de la nueva misa dada por los innovadores modernistas, especialmente la Institutio Generalis.

Una vez acabado este análisis, comenzamos el estudio de los cambios producidos en el Ordo Missæ.

Los reformadores querían absolutamente la desaparición del Misal Romano, el aniquilamiento del Rito Romano.

Entrando ya en los detalles, realizamos un estudio de los ritos del Novus Ordo Missæ.

Continuamos luego con el análisis de algunos temas en particular, primero desde el punto de vista canónico.

Nos detuvimos primero en lo que llamamos una Legislación Revolucionaria, y vimos en detalle el ataque a la Bula Quo primum tempore de San Pío V por medio de la Constitución Missale Romanum.

Luego tuvimos que considerar los dos indultos de 1984 y 1988 y el pérfido Motu proprio Summorum pontificum, de Benedicto XVI.

Hemos concluido expresando que la Misa no basta para corresponder a la Fe; y que por eso hay que descartar la vuelta a la Fe por medio del birritualismo

Lo que se impone es la llegada o la vuelta a la única Misa Romana por medio de la verdadera Fe.

Si no se regresa a la profesión íntegra de la Fe, sin rupturas con la Tradición, la dialéctica con el Misal Romano no dejará de ser una diabólica astucia.

Y recordamos las palabras de Monseñor Lefebvre:

No es una pequeña cosa la que nos opone.

No basta que se nos diga: “pueden rezar la Misa antigua, pero es necesario aceptar esto”.

No, no es solamente eso lo que nos opone, es la Doctrina.

Llegado el momento de comenzar el estudio teológico de la misa montiniana, previamente se hizo necesario establecer los principios de la Teología Católica sobre el Santo Sacrificio de la Misa.

Por lo cual nos hemos propuesto considerar tres cuestiones:

– Los Sacramentos en general, especialmente su significación y la intención del ministro.

– La Sagrada Eucaristía como Sacrificio (El Sacrificio Sacramental y su Esencia).

– Forma de las dos Consagraciones y Tono en que han de ser pronunciadas las palabras.

Ya hemos estudiamos los dos primeros temas, y hoy concluimos con la última cuestión, que abarca tres puntos:

* La Epíclesis

* La Forma de este Sacramento

* El Tono significativo de las palabras consagratorias

NOM 1

LA EPÍCLESIS

Las oraciones que acompañan a la Consagración sólo tienen por objeto expresar la intención de la Iglesia (esa misma que debe tener el sacerdote); es decir, su deseo y su voluntad de consagrar al pronunciar las palabras de la Consagración.

La finalidad es convertir el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo por las divinas palabras que encierran esta virtud.

Sin esta determinación, dichas palabras podrían considerarse como una mera lectura histórica, semejante a la que se hace el Jueves Santo, en la Fiesta del Corpus Christi o en el relato de la Pasión en Semana Santa.

En efecto, el sacerdote debe hablar en la Persona de Cristo (in Persona Christi), y, como diputado de la Iglesia, comienza en nombre de ésta a invocar la Omnipotencia divina sobre el pan y el vino, para que sean transubstanciados.

Después, como ministro de Jesucristo, no habla en su propio nombre, sino que la palabra misma de Dios es la que consagra.

La oración preparatoria, llamada epíclesis, no hace más que determinar, por las circunstancias y por la intención exterior, el momento divino en que el sacerdote asume el lugar del Sumo y Eterno Sacerdote, que le ha confiado la celebración de sus divinos misterios y que habla por su boca para operarlos.

El vocablo epíclesis proviene del griego epiklésis, que quiere decir invocación.

Se refiere, pues, a la parte de la Santa Misa en la que el sacerdote invoca al Espíritu Santo pidiendo su intercesión.

Es la quinta oración, Quam oblationem…, que sigue al Te igitur…, al Memento…, al Communicantes…, y al Hanc igitur…:

Quam oblationem tu, Deus, in omnibus, quæsumus, benedictam, adscriptam, ratam, rationabilem, acceptabilemque facere digneris, ut nobis Corpus et Sanguis fiat dilectissimi Filii tui, Domini nostri Jesu Christi. (Un poco más abajo está la traducción).

NOM 2

El sentido de la epíclesis en la liturgia

Al considerar las partes de la Santa Misa y sus plegarias, hemos dicho que la Iglesia se prepara para la Consagración por dos fórmulas de ofrenda: Hanc igitur y Quam oblationem.

Cuando el sacerdote dice el Hanc igitur, extiende las manos sobre las oblatas. Esta imposición fue introducida por San Pío V en el siglo XVI para afirmar el carácter sacrificatorio de la Consagración entonces negada por los herejes.

Cuando dice el Quam oblationem el Sacerdote hace tres veces la Señal de la Cruz sobre las ofrendas, y luego una sobre el pan, diciendo: corpus, y otra sobre el vino, diciendo: sanguis, para significar el acto próximo de la transubstanciación respectiva en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo:

La cual oblación te suplicamos, oh Dios, te dignes hacerla en todo ben+dita, apro+bada, confir+mada, razonable y agradable, a fin de que se convierta para nosotros en el cuer+po y la san+gre de tu amadísimo Hijo, Señor nuestro, Jesucristo.

Como hemos dicho más arriba, la Iglesia expresa en esta fórmula su voluntad formal de consagrar el pan y el vino de modo que se transubstancien en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Esta es la intención que debe tener el sacerdote.

De esta manera, el relato de la Institución durante la Última Cena, que sigue inmediatamente, no es una simple lectura histórica, como la de los Evangelios de la Pasión durante la Semana Santa.

Esta oblación u ofrenda, que será transubstanciada en el mismo Jesucristo, será verdaderamente bendita e irrevocablemente aceptada. De modo que, unidos con Cristo, que va a entregarse a nosotros, podremos «ofrecernos como una hostia viva, santa, agradable a Dios, en un culto espiritual o racional» (Rom. XII, 1).

El término epíclesis tiene dos partes: epí, que significa por encima de, o sobre; y el verbo kaleo, que quiere decir llamar.

Esto implica que, en el momento en el que el sacerdote coloca sus manos por encima del pan y del vino en el Han igitur, está invocando al Espíritu Santo para que bendiga y santifique estos dones, lo cual pedirá expresamente en el Quam oblationem.

Como veremos en el próximo Especial, en un sentido totalmente distinto, la famosa epíclesis de los griegos es una invocación al Espíritu Santo hecha después de las palabras de la Consagración.

Ahora bien, la epíclesis no afecta para nada a la validez de la Consagración, como lo ha declarado muchas veces el Magisterio Supremo de la Iglesia Católica Romana.

¿Por qué todos estos textos pontificios?

Durante el siglo XIV, casi tres centurias después del cisma de 1054 entre oriente y occidente, se instaló una controversia, en términos claramente escolásticos, acerca de la forma sacramental de la Sagrada Eucaristía. Dicha disputa teológica tiene desde entonces vigencia secular entre los teólogos bizantinos y los latinos.

Se trata de determinar si la transubstanciación de las ofrendas del pan y del vino, presentadas por la Iglesia, acontece mediante las palabras que Cristo pronunció en la Última Cena, como sostienen los latinos, o bien mediante la invocación al Espíritu Santo (epíclesis) que, en las anáforas al uso entre los orientales de rito bizantino, está ubicada después de la sección «Relato de institución-anámnesis» (epíclesis subsiguiente).

Plantear el problema de la forma del Sacramento conllevaba la pregunta por el instante de la conversión eucarística, la transubstanciación, que será un presupuesto concomitante en esta controversia.

El problema no había aparecido aún en la época del cisma ni fue planteado en el Concilio de Lyon (1274), durante el intento de unión entre las dos Iglesias. Es preciso reconocer que durante el primer milenio no lo encontramos formulado, al menos en términos de polémica formal.

La disputa consiste en que los orientales afirman que las palabras de la Institución, pronunciadas por Cristo en la Última Cena y repetidas por el sacerdote en la Santa Misa, constituyen un simple relato, por cierto necesario, pero cuya fecundidad consecratoria proviene de la epíclesis.

De este modo, para los cismáticos, las palabras de Cristo y la epíclesis son la forma total, esencial y necesaria de la Consagración. Ésta no está concluida para ellos sino tras la oración de la epíclesis que, en definitiva, es la que consagra las ofrendas.

Esta explicación tendrá la más amplia difusión entre los griegos y será la postura característica de la iglesia ortodoxa en confrontación con la teología de la Iglesia Católica Romana.

Como veremos en el próximo Especial, es la misma postura de los modernistas, que los llevó a modificar el Sacrosanto Rito del Misal Romano…, los llevó a una impostura…

La Iglesia Romana, a través de sucesivas intervenciones del Magisterio Eclesiástico, no dejó de afirmar que la transubstanciación de las ofrendas de pan y vino se realiza mediante la repetición de las palabras de la Institución, las de la Consagración, pronunciadas por el sacerdote in persona Christi.

Así lo afirma el Concilio de Florencia en el Decreto para los Armenios, De la Bula Exultate Deo, del 22 de noviembre de 1439:

“Para la más fácil doctrina de los mismos armenios, tanto presentes como por venir, reducimos a esta brevísima fórmula la verdad sobre los sacramentos de la Iglesia (…) Todos estos sacramentos se realizan por tres elementos: de las cosas, como materia; de las palabras, como forma, y de la persona del ministro que confiere el sacramento con intención de hacer lo que hace la Iglesia. Si uno de ellos falta, no se realiza el sacramento (…) El tercer sacramento es el de la Eucaristía, cuya materia es el pan de trigo y el vino de vid, al que antes de la consagración debe añadirse una cantidad muy módica de agua (…) La forma de este sacramento son las palabras con que el Salvador consagró este sacramento, pues el sacerdote consagra este sacramento hablando en persona de Cristo. Porque en virtud de las mismas palabras, se convierten la sustancia del pan en el cuerpo y la sustancia del vino en la sangre de Cristo; de modo, sin embargo, que todo Cristo se contiene bajo la especie de pan y todo bajo la especie de vino”.

Esta misma doctrina ya había aparecido en el escrito Cum dudum de 1341, dirigido a los mismos armenios en tiempos de Benedicto XII, condenando el error LXVI.

Se reiteró en la Carta Super quibusdam, de Clemente VI, dirigida a Consolator, katholicos de los armenios, en 1351.

Benedicto XIII manifiesta la misma convicción en la Instrucción del 31 de mayo de 1729, enviada al Patriarca de los melquitas en Antioquía.

Lo mismo que Benedicto XIV en el Breve Singularis Romanorum, del 1° de setiembre de 1741, en que confirma el Sínodo de la provincia maronita.

Pío VII en el Breve Adorabile Eucharistiae, dirigido al Patriarca de Antioquía y a los Obispos de los melquitas griegos, en mayo de 1822, reiteró esta doctrina.

San Pío X, en la Carta Ex quo, del 26 de diciembre de 1910, dirigida a los Delegados Apostólicos en Bizancio, Grecia, Egipto, Mesopotamia, en Persia, en Siria y en las Indias orientales, sostiene que admitir la tesis de los griegos, según la cual «las palabras de la consagración no surten efecto sino después de pronunciada la oración que llaman epíclesis», sería ir más allá del poder de la Iglesia, a la cual «no le compete derecho alguno de innovar nada acerca de la sustancia misma de los sacramentos».

Los yerros enumerados en esta Carta llevan como censura la calificación de graves errores.

Además, debemos citar en apoyo lo que podemos llamar, en virtud del conocido adagio lex credendi lex orandi (cuyo sentido explica Pío XII en la Encíclica Mediator Dei), el Magisterio Litúrgico, expresado en las Rúbricas del Misal Romano y tan firmemente arraigado en el alma de los fieles…

La liturgia, según palabras de Pío XI, «es el principal órgano del magisterio ordinario de la Iglesia», y Pío XII la llamó “el espejo fiel de la doctrina transmitida por los antiguos”.

Es impensable un milenio de error en relación con el Sacramento central de la Iglesia, fruto del Santo Sacrificio de nuestros Altares.

MÚSICA

Introito de la Misa del Corpus Christi

Cibavit eos ex adipe frumenti, alleluja: et de petra, melle saturavit eos, alleluja, alleluja, alleluja. Exsultate Deo, adjutori nostro: jubilate Deo Jacob. Gloria Patri.

NOM 3

FORMA DEL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

Como ya sabemos, hay dos materias y, por lo tanto, una doble Consagración, la del pan y la del vino.

I.-) La forma de la Consagración del pan es la siguiente:

HOC EST ENIM CORPUS MEUM (Porque esto es mi cuerpo).

El sentido de esta fórmula es el siguiente:

HOC. Esta palabra —en castellano esto— puede tener los siguientes significados:

a) El pan, que el sacerdote tiene en sus manos.

No se toma aquí en este sentido, ya que no es verdad que el pan sea el cuerpo de Cristo.

El pan se convierte, se transubstancia, en el Cuerpo de Cristo, pero de ninguna manera es el Cuerpo de Cristo. Empleada en este sentido la palabra hoc, expresaría una falsedad.

b) El Cuerpo de Cristo, que se hace realmente presente por la Consagración.

Tampoco es éste el verdadero sentido, ya que el cuerpo de Cristo es el término de la Consagración, no su sujeto inicial.

c) Lo contenido debajo de las especies de pan, o sea, la substancia en común.

Este es el verdadero sentido.

Alude indeterminadamente a lo que se tiene en las manos; o sea, aquello que, antes de la Consagración, era la substancia del pan, y, después de la Consagración, es el Cuerpo de Cristo.

EST. Tiene la plenitud de su sentido obvio: es.

ENIM. Como enseña Santo Tomás, esta partícula —que significa porque— se añade a esta forma por la costumbre de la Iglesia Romana, que la heredó de San Pedro Apóstol. Y se añadió para expresar la continuidad con las palabras anteriores. Por eso no pertenece a la forma, como tampoco pertenecen a la forma las palabras que preceden a la misma.

CORPUS MEUM. Mi Cuerpo.

Es claro que se refiere al Cuerpo de Cristo, porque el sacerdote pronuncia estas palabras, no en nombre propio o personal, ni en sentido meramente recitativo o histórico (como relatando lo que hizo Cristo en la Última Cena), sino en nombre y como instrumento de Cristo, que actúa en cada una de las Misas como Sacerdote principal; y lo hace en sentido efectivo, o sea, para realizar la real conversión de la substancia del pan en el Cuerpo adorable de Cristo.

NOM 4

En un artículo maravilloso, Santo Tomás explica todas las razones de altísima sabiduría y conveniencia que encierra esta fórmula eucarística. Leamos en la Suma Teológica, Parte III, Cuestión 78, Artículo 2:

Esto es mi cuerpo, ¿es la forma adecuada de la consagración del pan?

Objeciones por las que parece que las palabras Esto es mi cuerpo no son la forma adecuada de la consagración del pan.

1ª. La forma debe expresar los efectos del sacramento. Pero el efecto que resulta de la consagración del pan es la conversión de la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo, conversión que se expresa mejor con el verbo se hace que con el verbo es. Luego en la forma de la consagración debería decirse Esto se hace mi cuerpo.

2ª. Dice San Ambrosio en el libro De Sacramentis: La palabra de Cristo realiza el sacramento. ¿Qué palabra de Cristo? La que hizo todas las cosas. El Señor lo mandó y se hizo el cielo y la tierra. Luego resultaría más adecuada la forma de este sacramento con el verbo en imperativo, diciendo: Sea esto mi cuerpo.

3ª. El sujeto de esta frase es lo que se convierte, de la misma manera que el predicado es el término de la conversión. Ahora bien, como está determinado aquello en lo cual la cosa se convierte, que es el cuerpo de Cristo, así está determinado aquello que se convierte, que es el pan. Por tanto, como el predicado se expresa con un sustantivo, también el sujeto debería indicarse con un sustantivo, diciendo: Este pan es mi cuerpo.

4ª. El término de la conversión pertenece a una determinada naturaleza, ya que es un cuerpo, pero también pertenece a una determinada persona. Luego para indicar la determinada persona debería decirse: Esto es el cuerpo de Cristo.

5ª. En las palabras de la forma no debería entrar nada que no fuese esencial. Luego inadecuadamente se añade en algunos libros la conjunción porque (enim), que no pertenece a la esencia de la forma.

Contra esto está que el Señor utilizó esa forma en la consagración, como consta en Mt., XXVI, 26.

Respondo que esta es la forma adecuada de la consagración del pan.

Ya se ha dicho, en efecto, que esta consagración consiste en la conversión de la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo.

Ahora bien, es necesario que la forma del sacramento signifique lo que el sacramento hace.

Por lo que la forma de la consagración del pan tiene que significar esa conversión del pan en el cuerpo de Cristo.

Y en esta conversión hemos de considerar tres cosas: la conversión, el punto de partida y el punto de llegada.

Pues bien, la conversión puede ser considerada de dos maneras: una, realizándose; otra, ya hecha.

Pero esta forma no debía significar la conversión realizándose, sino ya realizada.

Primero, porque esta conversión no es sucesiva, como se ha dicho antes (q. 75, a. 7), sino instantánea, y en las mutaciones instantáneas el hacerse se identifica con el estar realizado.

Segundo, porque las formas sacramentales sirven para significar el efecto del sacramento, como las formas artísticas sirven para representar el efecto del arte.

Pues bien, la forma artística es semejanza del efecto acabado, hacia el cual tiende la intención del artista, como la forma del arte en la mente del arquitecto es principalmente la forma de la casa edificada, y sólo secundariamente la forma de la casa en construcción.

Por tanto, también en esta forma la conversión debe ser indicada como ya realizada, que es a lo que se dirige la intención.

Y porque en esta forma se expresa la conversión como ya terminada, es necesario indicar los extremos de la conversión tal y como están en el momento de la conversión ya realizada.

Ahora bien, el punto de llegada tiene la naturaleza propia de su sustancia. Pero el punto de partida no conserva su sustancia, sino sólo sus accidentes, con lo que se somete a los sentidos, y según los cuales los sentidos pueden discernir sobre él.

Es justo, pues, indicar el punto de partida de la conversión con el pronombre demostrativo, referido a los accidentes sensibles que permanecen. Mientras que el punto de llegada se indica con un sustantivo, que expresa la naturaleza de aquello en lo cual la cosa se convierte, y que es el cuerpo de Cristo en su integridad, y no la sola carne.

Por consiguiente, la forma: Esto es mi cuerpo es adecuadísima.

Respuesta a las objeciones:

1ª. El último efecto de esta consagración no es el hacerse, sino el estar hecho, como se acaba de decir en la respuesta. Y es este aspecto el que debe expresar la forma.

2ª. Es la palabra de Dios la que hizo la creación y la que hace la consagración, aunque de distinta manera. Porque aquí opera sacramentalmente, o sea, ateniéndose al valor significativo. Y, por eso, es preciso indicar con esta palabra el último efecto de la conversión con un verbo de modo indicativo y de tiempo presente. Pero en la creación esta palabra de Dios operó solamente de modo efectivo, y la eficiencia es el resultado del imperio de su sabiduría. Por lo que en la creación de las cosas la palabra del Señor se expresa con el verbo de modo imperativo, tal y como se dice en Gén., I, 3: Hágase la luz, y se hizo la luz.

3ª. Cuando la conversión se ha realizado, el punto de partida no conserva la naturaleza de su sustancia, como el punto de llegada. Por lo que no vale la comparación.

4ª. Con el adjetivo mi, que indica la demostración de la primera persona, o sea, de la persona que habla, está bien expresada la persona de Cristo, en cuyo nombre se profieren las palabras.

5ª. La conjunción porque (enim) se añade a esta forma por la costumbre de la Iglesia romana, que la heredó de San Pedro Apóstol. Y se añadió para expresar la continuidad con las palabras anteriores. Por eso no pertenece a la forma, como tampoco pertenecen a la forma las palabras que preceden a la misma.

MÚSICA

Gradual de la Misa del Corpus Christi

Oculi omnium in te sperant, Domine: et tu das illis escam in tempore opportuno, Aperis tu manum tuam: et imples omne animal benedictione.

NOM 5

II.-) La forma de la Consagración del vino es la siguiente

HIC EST ENIM CALIX SANGUINIS MEI, NOVI ET ÆTERNI TESTAMENTI, MYSTERIUM FIDEI, QUI PRO VOBIS ET PRO MULTIS EFFUNDETUR IN REMISSIONEM PECCATORUM (Porque éste es el cáliz de mi sangre, del nuevo y eterno testamento, misterio de fe, que será derramada por vosotros y por muchos para remisión de los pecados).

Consta en la Sagrada Escritura, aunque en diferentes lugares (Mt. XXVI: 28; Mc. XIV: 24; Lc. XXII: 20; I Cor. XI: 25).

La fórmula completa resulta de la reunión de esos fragmentos parciales, tal como lo ha entendido la Iglesia desde los tiempos apostólicos.

Santo Tomas indica que los Evangelistas no intentaban transmitirnos las formas de los Sacramentos; sino que intentaron tejer la historia de Cristo.

El sentido de esta fórmula es el siguiente:

HIC. No tiene significado adverbial (aquí), sino demostrativo (éste), aludiendo al cáliz.

EST. Tiene su significado obvio: es.

ENIM. Es una partícula meramente ilativa: porque.

CALIX. Alude, por metonimia, no al cáliz material, sino a lo contenido en el cáliz. Lo cual no se refiere determinadamente al vino o a la Sangre de Cristo, sino a la substancia en común contenida debajo de los accidentes; o sea, a lo que, antes de la Consagración, era la substancia del vino, y, después de la Consagración, es la Sangre de Cristo.

SANGUINIS MEI. O sea, la Sangre de Cristo, porque el sacerdote, como ya hemos dicho, obra en nombre y como instrumento de Cristo, que es el Sacerdote principal en el Sacrificio del Altar.

NOVI ET ÆTERNI TESTAMENTI. A diferencia del Antiguo, que era meramente temporal y figurativo del Nuevo.

MYSTERIUM FIDEI. Porque la Sangre de Cristo permanece oculta en el sacramento a los ojos de la carne y sólo puede contemplarse con los ojos de la fe.

QUI PRO VOBIS ET PRO MULTIS EFFUNDETUR. Por vosotros, que la bebéis, y por muchos, por quienes se ofrece y derrama.

Sobre la cuestión del “Pro multis” volveremos en el próximo Especial. Por ahora retenemos dos citas solamente:

El Concilio de Trento (Sesión VI, 13/1/1547), enseñó: “Mas, aun cuando Él murió por todos [II Cor. 5, 15], no todos, sin embargo, reciben el beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunica el mérito de su pasión”.

El Catecismo Romano explicitó: “Las palabras por vosotros y por muchos, tomadas separadamente de San Mateo y de San Lucas, fueron unidas por la Iglesia, por divina inspiración, para significar el fruto y la fecundidad de la Pasión de Nuestro Señor. Porque considerando su eficacísima virtud, debemos admitir que Cristo derramó su sangre por la salud de todos; mas, si atendemos al fruto que en ella consiguen los hombres, habremos de admitir que no todos participan efectivamente, sino sólo muchos. Por consiguiente, al decir Cristo por vosotros, significó a los Apóstoles, con quienes hablaba, excepto Judas, y a los elegidos entre los judíos como discípulos suyos. Y al añadir por muchos, quiso referirse a todos los demás elegidos, tanto judíos como gentiles. Con razón no dijo por todos, tratándose de los frutos de su pasión, que sólo los elegidos perciben. En este sentido deben entenderse las palabras de San Pablo: «Cristo que se ofreció una vez para soportar los pecados de muchos, por segunda vez aparecerá, sin pecado, a los que le esperan para recibir la salud» [Heb. 9, 28]. Y aquellas otras del mismo Señor: «Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que tú me diste, porque son tuyos» [Jn. 17, 9]”.

IN REMISSIONEM PECCATORUM. Que es el efecto de la Pasión de Cristo, que se renueva y se nos aplica en el Sacrificio del Altar.

NOM 6

Una vez más, Santo Tomás, en su Suma Teológica, explica detalladamente esta fórmula; Parte III, Cuestión 78, Artículo 3:

Éste es el cáliz de mi sangre, ¿es la forma adecuada de la consagración del vino?

Objeciones por las que parece que las palabras: Éste es el cáliz de mi sangre, del nuevo y eterno testamento, misterio de fe, que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados, no son la forma adecuada de la consagración del vino.

1ª. Como el pan se convierte en el cuerpo de Cristo en virtud de la consagración, así también el vino en la sangre de Cristo. Pero en la forma de la consagración del pan se indica directamente el cuerpo de Cristo, sin añadir nada más. Luego inadecuadamente se indica en esta forma la sangre de Cristo de modo indirecto, al añadir cáliz directamente diciendo: Éste es el cáliz de mi sangre.

2ª. No son de mayor eficacia las palabras que se dicen para la consagración del pan que las que se dicen para la consagración del vino, ya que las unas y las otras son palabras de Cristo. Pero inmediatamente de decir: Esto es mi cuerpo, queda realizada la consagración del pan. Luego nada más decir: Éste es el cáliz de mi sangre, queda realizada la consagración de la sangre. En cuyo caso, no parece que las palabras que siguen sean parte esencial de la forma, tanto más cuanto que pertenecen a las propiedades de este sacramento.

3ª. El Nuevo Testamento parece pertenecer al mundo de la inspiración interior, como consta por el Apóstol en Heb., VIII, 8-10, cuando cita las palabras de Jer., XXXI, 31-33: Pactaré con la casa de Israel una alianza nueva…, pondré mi ley en su interior. El sacramento, sin embargo, se celebra de forma visible y externa. Luego no es adecuado que se diga en la forma del sacramento del Nuevo Testamento.

4ª. Se dice que una cosa es nueva cuando todavía está cercana al principio de su existencia. Pero lo eterno no tiene principio en su existencia. Luego inadecuadamente se dice: del nuevo y eterno, pues parece implicar contradicción.

5ª. Es preciso evitar a los hombres las ocasiones de error, tal y como se recomienda en Is., LVII, 14: Quitad los obstáculos del camino a mi pueblo. Pero algunos erraron al pensar que el cuerpo y la sangre de Cristo están en este sacramento en sentido místico solamente. Luego es inadecuado que en esta fórmula se diga: Misterio de fe.

6ª. Más arriba se ha dicho que de la misma manera que el bautismo es el sacramento de la fe, así la eucaristía es el sacramento de la caridad. Luego en esta forma debería haberse puesto caridad, y no fe.

7ª. Todo este sacramento, en lo que se refiere al cuerpo y en lo que se refiere a la sangre, es el memorial de la pasión del Señor, según el texto de I Cor., XI, 26: cada vez que comáis este pan y bebáis este cáliz anunciaréis la muerte del Señor. Luego no debió hacerse mención de la pasión de Cristo y de su fruto sólo en la forma de la consagración de la sangre, y no en la forma de la consagración del cuerpo, teniendo en cuenta sobre todo que en Lc., XXII, 19 dijo el Señor: Esto es mi cuerpo que será entregado por vosotros.

8ª. La pasión de Cristo fue suficiente para todos y de su eficacia se aprovecharon muchos. De aquí que se debió decir será derramada por todos  o  por muchos, sin que se añadiera por vosotros.

9ª. Las palabras con que se consagra este sacramento tienen eficacia por la institución de Cristo. Pero ningún evangelista escribe que Cristo haya dicho todas estas palabras. Luego no es adecuada la forma de la consagración del vino.

Contra esto está que la Iglesia, instruida por los Apóstoles, utiliza esta forma de la consagración del vino.

Respondo que acerca de esta forma hay dos opiniones.

Unos, efectivamente, afirmaron que lo esencial de esta forma está constituido por las palabras: Éste es el cáliz de mi sangre, y no por las demás.

Pero esta opinión no parece exacta porque las palabras que siguen son determinaciones del predicado, o sea, de la sangre de Cristo, y por ello pertenecen a la integridad de la frase.

Por eso otros, con mejor criterio, sostienen que todo lo que sigue pertenece a la esencia de la forma, hasta la proposición: Cada vez que hiciereis esto, que pertenece al uso de este sacramento, por lo que esta proposición ya no es de la esencia de la forma.

Y es por esto por lo que el sacerdote pronuncia todas las palabras que siguen con el mismo rito y con el mismo gesto, o sea, teniendo el cáliz entre las manos.

Por otra parte, también en Lc., XXII, 20 se intercalan las palabras que siguen entre las palabras de la primera parte, cuando se dice: Éste cáliz es la nueva alianza en mi sangre.

Hay que decir, por tanto, que todas estas palabras pertenecen a la esencia de la forma.

Pero las primeras palabras: Éste es el cáliz de mi sangre, significan precisamente la conversión del vino en la sangre, del modo que ya se dijo en la forma de la consagración del pan.

Y las palabras siguientes designan el poder de la sangre derramada en la pasión, un poder que se efectúa en este sacramento y que se ordena a tres cosas.

La primera y principal, a alcanzar la vida eterna, según el texto de Heb., X, 19: Tenemos plena seguridad de entrar en el santuario por el poder de su sangre. Y para indicar esto dice: nuevo y eterno testamento.

Segunda, a la justificación de la gracia, que es el fruto de la fe, como se dice en Rom., III, 25-26: A quien Dios ha propuesto como medio de propiciación por la fe en su sangre… para que él sea justo y justificador de los que creen en Jesús. Y para indicar esto se pone: misterio de fe.

Y tercera, para remover los obstáculos que impiden conseguir las dos cosas precedentes, o sea, remover los pecados, conforme a lo que se dice en Heb., IX, 14: La sangre de Cristo… purificará nuestra conciencia de las obras muertas, o sea, de nuestros pecados. Y para indicar esto añade: que será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.

Respuesta a las objeciones:

1ª. La frase Éste es el cáliz de mi sangre es una expresión figurativa y puede entenderse de dos maneras.

Una, como metonimia, tomando el continente por el contenido, en cuyo caso el sentido es: Ésta es mi sangre contenida en el cáliz. Se hace aquí mención del cáliz porque la sangre de Cristo se consagra en este sacramento como bebida de los fieles, algo que no es propio de la sangre, y por eso era necesario que se indicase aquí la sangre por el vaso del que uno se sirve para beber.

Otra, como una metáfora, en el sentido de que por cáliz se entiende figurativamente la pasión de Cristo, la cual embriaga como un cáliz, al decir de Lam., III, 15: Me ha llenado de amargura y me ha embriagado de ajenjo. Por lo que el Señor llamó cáliz a su propia pasión en Mt., XXVI, 39 cuando dice: Pase de mí este cáliz, cuyo sentido sería: Éste es el cáliz de mi pasión.

Y de esta pasión se hace mención en la consagración de la sangre por separado del cuerpo, porque la sangre se separó del cuerpo por la pasión.

2ª. Puesto que la sangre consagrada por separado representa claramente la pasión de Cristo, el efecto de la pasión debía ser mencionado mejor en la consagración de la sangre que en la consagración del cuerpo, que es el que padeció. Lo cual también se indica cuando el Señor dice: que será entregado por vosotros, como queriendo decir: que por vosotros será sometido a la pasión.

3ª. El testamento consiste en disponer de la herencia. Ahora bien, Dios dispuso que había de dar a los hombres la herencia celestial por la virtud de la sangre de Jesucristo, porque, como se dice en Heb., IX, 16: Donde hay un testamento es necesario que intervenga la muerte del testador. Pero la sangre de Cristo se nos ha dado a los hombres de dos maneras.

Una, en figura, lo cual pertenece al antiguo testamento. Por eso el Apóstol, en el mismo lugar (v. 18), concluye: Por donde ni el primer testamento fue ratificado sin sangre. Lo cual consta por lo que se lee en Ex., XXIV, 7-8: Después de haber leído todo lo mandado por la ley, Moisés asperjó a todo el pueblo diciendo: Esta es la sangre del testamento que el Señor ha concluido con vosotros.

Otra, en su realidad, y esto pertenece al nuevo testamento, y es de lo que habla el Apóstol en el mismo lugar (v. 15) cuando dice: Por consiguiente, Cristo es el mediador del nuevo testamento, para que, ocurrida la muerte, alcancen la promesa los que han sido llamados a la herencia eterna. Por tanto, aquí se dice en la forma: sangre del nuevo testamento, porque ésta se nos da no ya en figura, sino en su realidad. Por eso se añade: que será derramada por vosotros.

La inspiración interior deriva de la virtud de la sangre en el sentido de que somos justificados por la pasión de Cristo.

4ª. Este testamento es nuevo por la novedad de su donación sacramental. Y se le llama eterno porque Dios lo tenía decretado desde la eternidad, y porque con él se consigna la herencia eterna. Además, la misma persona de Cristo, con cuya sangre se nos otorga el testamento, es eterna.

5ª. La palabra misterio se utiliza aquí no para excluir la verdad, sino para destacar su ocultamiento. Porque en este sacramento la misma sangre de Cristo está presente de modo oculto, y porque la pasión de Cristo fue prefigurada en el antiguo testamento de modo oculto también.

6ª. La eucaristía es sacramento de la fe en el sentido de que es objeto de fe. Porque que la sangre de Cristo esté realmente presente en este sacramento solamente puede afirmarse por la fe. La misma pasión de Cristo justifica por la fe. Al bautismo, sin embargo, se le llama sacramento de la fe porque lleva consigo una profesión de fe. Pero a este sacramento se le llama sacramento de la caridad porque la significa y la causa.

7ª. La sangre consagrada separadamente del cuerpo representa más claramente la pasión de Cristo. Y, por eso, se hace mención de la pasión de Cristo y de su fruto en la consagración de la sangre, y no en la consagración del cuerpo.

8ª. La sangre de la pasión de Cristo no sólo tiene eficacia para los judíos elegidos, a quienes se les dio la sangre del antiguo testamento, sino también para los gentiles; y no sólo para los sacerdotes que realizan este sacramento, y para aquellos que lo reciben, sino también para aquellos a quienes se ofrece. Por eso señaladamente se dice: por vosotros judíos, y por muchos, o sea, gentiles. O también por vosotros, que lo coméis, y por muchos, por quienes se ofrece.

9ª. Los evangelistas no intentaban transmitirnos las formas de los sacramentos, unas formas que convenía mantener ocultas en la primitiva Iglesia, como dice Dionisio al final de Ecclesiasticae Hierarchiae, sino que intentaron tejer la historia de Cristo.

Y, sin embargo, casi todas estas palabras pueden encontrarse en los diversos lugares de la Escritura. Porque la locución Éste es el cáliz se encuentra en Lc., XXII, 20 y en I Cor XI, 25. En Mt., XXVI, 28 se dice: Esta es mi sangre del nuevo testamento que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados. Las adiciones de eterno y misterio de fe se derivan de la tradición del Señor, llegada a la Iglesia a través de los Apóstoles, de acuerdo con lo que se dice en I Cor., XI, 23: Yo recibí del Señor lo que os he transmitido.

NOM 7

A todo lo dicho, agreguemos que la Consagración se verifica en el último instante de la pronunciación de la fórmula.

En efecto, como los Sacramentos de la Nueva Ley se confeccionan aplicando la fórmula a la materia correspondiente, y esto no se hace en un solo instante, sino en instantes sucesivos, cabe preguntar en qué instante exactamente producen la gracia sacramental, o, en este caso, la transubstanciación.

Hay varias teorías entre los teólogos. Y así:

  1. Algunos dicen que en un instante indeterminado, pero antes del último momento.

Esto no puede ser, porque los sacramentos causan la gracia que significan, y, por lo mismo, no pueden causarla antes de acabarla de significar.

  1. Otros dicen que inmediatamente después de pronunciada la fórmula.

Tampoco puede admitirse, porque el sacramento es un ser sucesivo, que termina (deja de existir) al acabar la pronunciación de la fórmula.

  1. Santo Tomás y gran número de teólogos dicen que los Sacramentos producen la gracia en el último instante terminativo de la fórmula.

Enseña el Santo Doctor:

“Las palabras con que se hace la consagración actúan sacramentalmente. Por tanto, el poder conversivo que hay en las formas de este sacramento sigue al significado de las mismas, un significado que queda realizado con la pronunciación de la última palabra. Por eso, en el último instante de la pronunciación de las palabras, estas palabras reciben el poder instrumental. Pero en relación con lo que precede. Y este poder es simple con respecto a lo que significan, aunque en las palabras proferidas externamente haya una cierta composición”. (cf. III, 78, a. 4, ad 3).

Esta es la sentencia más probable, que puede considerarse como del todo cierta en teología por las siguientes razones:

  1. a) Porque es una consecuencia inevitable exigida por la naturaleza misma de los seres no instantáneos, sino sucesivos, como son los Sacramentos.
  2. b) Porque los Sacramentos producen la gracia que significan, y antes de la terminación de la fórmula, el sentido está todavía en el aire y sin significado alguno (v.gr.: Esto es mi… ¿Qué cosa? Hasta que no se pronuncia la palabra Cuerpo, el sentido no está completo y, por lo mismo, no significa nada).
  3. c) Por las condiciones de la causalidad eficiente, que son tres: existencia de la causa (sin ella nada se causaría), existencia del efecto (sin él nada se habría causado) y simultaneidad de la acción con la causa y el efecto (y esto no se verifica hasta el último instante, y precisamente en él).

Entonces, en ese instante, se produce la transubstanciación.

En este instante último se concentra virtualmente toda la causalidad de los elementos que entran a constituir el Sacramento, y éste queda completado, terminado, formalmente constituido como Sacramento.

MÚSICA

Ofertorio de la Misa del Corpus Christi

Sacerdotes Domini incensum et panes offerunt Deo: et ideo sancti erunt Deo suo, et non polluent nomen ejus, alleluja.

NOM 8

TONO DE LAS PALABRAS DE LA CONSAGRACIÓN

Sabemos que la substancia es lo que constituye una cosa, independientemente de los accesorios o cosas accidentales que la rodean.

Ahora bien, la sustancia de una forma sacramental es su significación.

La significación debe corresponder a la gracia que debe producir el Sacramento.

León XIII, siguiendo a Santo Tomás, enseña en la Constitución Apostolicæ Curæ que “la significación pertenece especialmente a la forma».

En su Decreto sobre la invalidez de las ordenaciones anglicanas, del 13 de septiembre de 1896, definió:

“En la examinación de cualquier rito dirigido a efectuar y administrar Sacramentos, se hace una correcta distinción entre la parte que es ceremonial y la que es esencial, la última siendo usualmente llamada la «materia y forma».

Todos saben que los Sacramentos de la Nueva Ley, como signos sensibles y eficientes de la gracia invisible, deben igualmente significar la gracia que ellos producen, y producir la gracia que ellos significan.

Esta significación, si bien debe darse en todo el rito esencial, es decir, en la «materia y la forma», pertenece, sin embargo, principalmente a la «forma», como quiera que la «materia» es por sí misma parte no determinada, que es determinada por aquélla”.

La significación ex adiunctis (es decir, del ceremonial o elementos accesorios) también debe expresar la significación del Sacramento.

El uso de la materia y la forma del Sacramento, con la integridad de la significación ex adiunctis, asegura que el ministro manifiesta la intención de la Iglesia.

Si las modificaciones introducen una contradicción, el Sacramento no es eficaz, porque obviamente indicaría que el ministro carece de la intención requerida.

Si la significación ex adiunctis está truncada, el Sacramento será dudoso, porque la intención puede faltar prácticamente.

Es legítimo, en este caso, indagar las intenciones de quienes modificaron el rito para evaluar su validez.

Esto fue lo que llevó a cabo León XIII respecto de las ordenaciones anglicanas.

Es muy importante comprender todo lo que llevamos dicho y su relación con la significación de los Sacramentos.

Sabemos que los Sacramentos, no sólo significan la gracia que producen, sino que producen, ex opere operato, la gracia que significan.

Por lo tanto, queda excluida una significación indeterminada o equívoca.

Recordemos lo enseñado por Santo Tomás: Por eso, para perfeccionar el significado del sacramento era necesario que la significación de las cosas sensibles fuese determinada por palabras.

Un rito sacramental no puede ser equívoco en la significación, pues no cumpliría con la definición dada por la Iglesia; y esto sin entrar en las intenciones de los ministros de hacer lo que la Iglesia exige.

Por lo tanto, es contradictorio reconocer una significación ambigua o equívoca en lo esencial del rito, y afirmar, a la vez, que dicho sacramento sea válido.

Un rito ambiguo en su significación, dada su ambigüedad, no puede producir, ex opere operato, la gracia que debería significar con precisión y sólo lo hace de manera dudosa.

Un Sacramento, para ser válido, tiene que ser determinado o inequívoco en su significación sacramental.

Además, un cambio de significación puede, a su vez, afectar la intención del ministro; y esto a tal punto que, si se dejase guiar por el texto modificado de la fórmula y de su significación ambigua, su acción no significaría lo que debe producir, y, entonces, no lo produciría.

Si bien no es lo mismo hablar de la significación que de la intención, sin embargo, si la intención del ministro puede ser afectada por el cambio de la forma, es porque la significación del rito esencial ha sido afectada por dicho cambio.

Es evidente que la Iglesia no puede tener ritos sacramentales ambiguos en su significación sacramental.

Por lo tanto, queda así excluida la ambigüedad o la equivocidad sacramental, que atenta contra la definición misma de todo sacramento católico.

En el Caso de la Sagrada Eucaristía, para conservar la significación, las fórmulas consagratorias deben ser pronunciadas por el sacerdote como expresando un juicio categórico y operativo, proferido por Aquél en cuya representación el sacerdote mismo obra, diciendo: «Esto es mi Cuerpo», pero no: «Esto es el Cuerpo de Cristo».

Las palabras de la Consagración, para operar la transubstanciación deben conservar la fuerza misma de estas palabras, o, más exactamente, la virtud objetiva del modo de significar.

NOM 9

Santo Tomás enseñó claramente esta doctrina:

En primer lugar lo hizo de modo general, al plantear la cuestión de la forma del Santísimo Sacramento, en la Parte III, Cuestión 78, Artículo 1:

Esto es mi cuerpo y Éste es el cáliz de mi sangre, ¿son la forma de este sacramento?

Objeciones por las que parece que las palabras: Esto es mi cuerpo y Éste es el cáliz de mi sangre no son la forma de este sacramento.

1ª. Esas palabras parece que pertenecen a la forma con la que Cristo consagró su cuerpo y su sangre. Pero Cristo, como se dice en Mt., 26, 26, primeramente bendijo el pan que había tomado en sus manos, y después dijo: Tomad y comed, esto es mi cuerpo, y lo mismo hizo con el cáliz (v. 27-28). Luego esas palabras no son la forma de este sacramento.

2ª. Dice Eusebio Emiseno que el invisible sacerdote convierte las creaturas visibles en su cuerpo cuando dice: Tomad y comed, esto es mi cuerpo. Luego parece que toda la frase pertenece a la forma del sacramento. Y dígase lo mismo de las palabras pertenecientes a la sangre.

3ª. En la forma del bautismo se indica la persona del ministro y su acción, cuando se dice: Yo te bautizo. Pero en las susodichas palabras no se hace mención del ministro ni de su acción. Luego no es adecuada la forma del sacramento.

4ª. La forma del sacramento es suficiente por sí misma para realizar el sacramento, por lo que el sacramento del bautismo puede conferirse a veces con las palabras de la forma solamente, y omitidas las demás. Luego si las palabras indicadas son la forma de este sacramento, parece que alguna vez se podrá celebrar este sacramento profiriendo solamente esas palabras, y omitiendo todas las demás que se dicen en la misa. Lo cual, sin embargo, parece que es falso. Porque, si se omiten las otras palabras, las palabras en cuestión se entenderían como si el sacerdote las pronunciase en nombre propio, mientras que el pan y el vino no se convierten en su cuerpo y en su sangre. Por tanto, esas palabras no son la forma de este sacramento.

Contra esto está que dice San Ambrosio en el libro De Sacramentis: La consagración se hace con las palabras y con las afirmaciones del Señor Jesús. Porque con todas las demás palabras se alaba a Dios, se suplica por el pueblo, por los reyes y por los demás. Pero cuando el sacerdote realiza el sacramento ya no se sirve de las propias palabras, sino de las palabras de Cristo. Luego es la palabra de Cristo la que realiza este sacramento.

Respondo que este sacramento difiere de los otros en dos cosas.

Primera, por el hecho de que este sacramento se realiza consagrando la materia, mientras que los otros se realizan utilizando la materia consagrada.

Segunda, porque en los otros sacramentos la consagración de la materia consiste sólo en una bendición, por la que la materia consagrada recibe instrumentalmente una virtud espiritual que a través del ministro —que es el instrumento animado— puede pasar al instrumento inanimado. Pero en este sacramento la consagración de la materia consiste en una milagrosa conversión de la sustancia, que sólo Dios puede realizar.

Por lo que el ministro, al realizar este sacramento, no desempeña más acción que la de proferir las palabras.

Y puesto que la forma debe corresponder a la cosa, la forma de este sacramento difiere de las formas de los otros sacramentos en dos puntos.

Primero, porque las formas de los otros sacramentos llevan consigo el uso de la materia, como sucede, por ej., en el bautismo o en la confirmación, mientras que la forma de este sacramento lleva consigo solamente la consagración de la materia, que consiste en la transustanciación, como cuando se dice: Esto es mi cuerpo  o  Éste es el cáliz de mi sangre.

Segundo, porque las formas de los otros sacramentos se profieren en nombre de la persona del ministro, a quien se designa como realizador de un acto, como cuando se dice: yo te bautizo  o  yo te confirmo; o imperando el acto, como sucede en el sacramento del orden al decir: recibe la potestad, etc.; o deprecativamente, como sucede en el sacramento de la extremaunción, cuando se dice: por esta unción y nuestra intercesión, etc.

Pero la forma de este sacramento se profiere en nombre de la persona del mismo Cristo que habla, para dar a entender que el ministro en la realización de este sacramento no hace más que proferir las palabras.

Respuesta a las objeciones:

1ª. Acerca de este problema ha habido muchas opiniones. Algunos, en efecto, dijeron que Cristo, que tenía potestad de excelencia sobre los sacramentos, realizó este sacramento sin utilizar palabra alguna, y que después pronunció las palabras con que otros habrían de consagrar después.

Y esto es lo que parece afirmar Inocencio III cuando dice: Puede razonablemente afirmarse que Cristo consagró por su divino poder, y que después expresó la forma con la que bendecirían los que habían de sucederle.

Pero contra esta interpretación están expresamente las palabras del Evangelio, en las que se dice que Cristo bendijo, una bendición que se hizo ciertamente con palabras. Por lo que estas palabras del Papa Inocencio han de tomarse como opinión más que como determinación.

Otros, por el contrario, opinaron que aquella bendición se hizo con unas palabras que no conocemos.

Pero tampoco esto es admisible. Porque la bendición de la consagración se realiza ahora por la repetición de lo que entonces se hizo. Luego, si la consagración no se hizo entonces con estas palabras, tampoco ahora se hace.

Por eso otros afirmaron que aquella bendición se hizo entonces con las mismas palabras que ahora, pero Cristo pronunció estas palabras dos veces: una en secreto, para consagrar; otra en voz alta, para instruir.

Pero tampoco esto es sostenible. Porque el sacerdote consagra profiriendo estas palabras no como dichas por Cristo en una bendición oculta, sino públicamente pronunciadas. Y, puesto que estas palabras no tienen eficacia más que por haberlas pronunciado Cristo, parece que también Cristo debe haber consagrado pronunciándolas manifiestamente.

Por eso otros dijeron que los evangelistas, al relatar las cosas que sucedieron, no siempre guardaron el mismo orden cronológico, como consta por San Agustín en el libro De Consensu Evangelistarum.

Por lo que el orden cronológico de los hechos podría reconstruirse así: Tomando pan, lo bendijo diciendo: Esto es mi cuerpo, y después lo partió y se lo dio a sus discípulos.

Pero puede encontrarse este mismo sentido en las palabras evangélicas sin cambiarlas. Porque el participio diciendo indica una cierta continuidad de las palabras que se pronuncian con las que preceden.

Ahora bien, no es necesario que esta continuidad se entienda solamente respecto de la última palabra pronunciada, como si Cristo hubiese pronunciado estas palabras cuando dio a sus discípulos el pan, sino que puede entenderse la continuidad con respecto a todo lo que precede, en cuyo caso el sentido sería: Mientras bendecía y partía y daba a sus discípulos, dijo estas palabras: Tomad, etc..

2ª. Las palabras Tomad y comed indican el uso de la materia consagrada, uso que no es necesario en este sacramento. Por tanto, tampoco estas palabras pertenecen a la esencia de la forma.

Sin embargo, puesto que el uso de la materia consagrada contribuye a la perfección del sacramento, en el sentido de que la operación no pertenece a la primera sino a la segunda perfección de la cosa, por eso todas estas palabras expresan toda la perfección de este sacramento. Y es así como Eusebio entendió el requerimiento de esas palabras en la confección del sacramento, o sea, en cuanto a su primera y su segunda perfección.

3ª. En el sacramento del bautismo el ministro realiza un acto que concierne al uso de la materia y que es esencial en este sacramento. Pero el uso no es esencial en la eucaristía. Luego son cosas distintas.

4ª. Algunos dijeron que este sacramento no se puede celebrar pronunciando solamente las palabras en cuestión, y haciendo caso omiso de las otras, muy especialmente las del canon de la misa.

Pero esto, evidentemente, es falso, ya por las palabras de San Ambrosio, anteriormente citadas en la respuesta, ya porque el canon de la misa no es lo mismo en todas partes, ni lo fue en todo tiempo, sino que fueron añadidas las distintas cosas por distintas personas.

Por consiguiente, es necesario afirmar que si el sacerdote profiriese solamente las palabras referidas con intención de realizar el sacramento, lo realizaría, porque la intención haría que se entendieran como dichas por la persona misma de Cristo, aunque no se dijesen las palabras que preceden.

Sin embargo, pecaría gravemente el sacerdote que realizase el sacramento de este modo, por no atenerse al rito de la Iglesia. Y no es lo mismo el caso del bautismo, que es un sacramento necesario, mientras que la recepción de este sacramento puede suplirse con la comunión espiritual, como dice San Agustín.

MÚSICA

Comunión de la Fiesta del Corpus Christi

Quotiescumque manducabitis panem hunc et calicem bibetis, mortem Domini annuntiabitis, donec veniat: itaque quicumque manducaverit panem vel biberit calicem Domini indigne, reus erit corporis et sanguinis Domini, alleluja.

NOM 10

Más adelante, respondiendo a la cuestión de si las locuciones de la forma son verdaderas, Santo Tomás enseña lo siguiente (Parte III, Cuestión 78, Artículo 5):

Estas formas, ¿son verdaderas?

Objeciones por las que parece que estas formas no son verdaderas:

1ª. Cuando se dice: Esto es mi cuerpo, el pronombre esto se está refiriendo a la sustancia. Pero, de acuerdo con lo explicado, en el momento de decir: esto, todavía está ahí la sustancia del pan, puesto que la transustanciación se realiza en el último instante en que se pronuncian las palabras. Ahora bien, la proposición: el pan es el cuerpo de Cristo es falsa. Luego también es falsa la proposición: Esto es mi cuerpo.

2ª. El pronombre esto hace referencia a lo que captan los sentidos. Ahora bien, los elementos sensibles de este sacramento no son el cuerpo de Cristo ni los accidentes del cuerpo de Cristo. Luego la locución: Esto es mi cuerpo no puede ser verdadera.

3ª. Estas palabras realizan por su significado la conversión del pan en el cuerpo de Cristo. Pero la causa eficiente precede al efecto. Por tanto, el significado de estas palabras precede a la conversión del pan en el cuerpo de Cristo. Pero antes de la conversión esta locución: Esto es mi cuerpo es falsa. Luego debe calificarse como falsa en absoluto. Y dígase lo mismo de esta otra: Éste es el cáliz de mi sangre, etc.

Contra esto está que estas palabras se profieren en la persona misma de Cristo, que dice de sí mismo en Jn., XIV, 16: Yo soy la verdad.

Respondo que las opiniones se han multiplicado en torno a este problema.

Algunos han dicho que en la locución HOC EST CORPUS MEUM (Esto es mi cuerpo), la palabra HOC (Esto) implica una demostración pensada, no como ejercitada, porque toda esta locución se toma materialmente, ya que es pronunciada por modo de narración (recitative proferatur). De hecho, el sacerdote recita lo que Cristo dijo: «Esto es mi cuerpo».

Pero esta posición no se sostiene. Porque, según esta razón, las palabras no se aplicarían a la materia corporal presente y, por lo tanto, el sacramento no se realizaría. En efecto, escribe San Agustín: «La palabra se une al elemento y se realiza el sacramento».

Además, esta solución no evita por completo la dificultad de nuestro problema; porque los mismos argumentos valen para estas palabras cuando fueron pronunciadas por primera vez por Cristo; pues es evidente que entonces no se utilizaron materialmente, sino que se tomaron por su valor de significación, significativamente (significative).

Por lo tanto, debe decirse que, también cuando son pronunciados por el sacerdote, se utilizan por su valor de significación (significative), y no sólo materialmente (non tantum materialiter).

Y no obsta que el sacerdote las pronuncie también recitativamente (etiam recitative – también a modo de narración), como dichas por Cristo. Porque, debido a la virtud infinita de Cristo (así como en contacto con su carne, la virtud de producir un nuevo nacimiento no alcanzó sólo a las aguas tocadas por Cristo, sino a todas las aguas de la tierra, y que por todos los siglos venideros), así también, porque estas palabras fueron pronunciadas por Cristo, obtuvieron una virtud consagratoria, independientemente del sacerdote que las pronuncie, como si Cristo las profiriera presencialmente (praesentialiter proferret).

Es por eso que otros han argumentado que la palabra HOC (Esto) en esta locución dirige su demostración, no a los sentidos sino al intelecto; por lo cual el significado de «Esto es mi cuerpo» sería: «Lo que es significado por «esto es mi cuerpo»».

Pero eso tampoco puede sostenerse. Porque como en los sacramentos se produce lo que es significado, esta forma no haría que el cuerpo de Cristo esté en este sacramento verdaderamente, sino sólo por modo de signo. Lo cual es herético.

Y es por eso que otros han argumentado que la palabra HOC (Esto) dirige su demostración a los sentidos; pero que esta demostración debe entenderse, no para el instante en que se pronuncia esta palabra, sino para el último instante de la locución; así como cuando alguien dice: «Ahora, callo», el adverbio «ahora» indica el instante que seguirá inmediatamente al pronunciamiento de la locución. El significado es: «Tan pronto como he dicho estas palabras, me callo».

Pero esto nuevamente es insostenible. Porque, por esta razón, el significado de la locución sería: «Mi cuerpo es mi cuerpo».

Pero este no es el objeto de esta locución, porque las cosas existirían así incluso antes de la emisión de las palabras. Por tanto, este no es el significado de esta locución.

Por tanto, debemos hablar de otra manera. Como hemos visto, esta locución tiene la virtud de realizar la conversión del pan en el cuerpo de Cristo.

Por eso se compara con otras locuciones que sólo tienen una virtud significativa y no realizante (solum vim significativam et non factivam), así como se compara la concepción del intelecto práctico, que es realizante, con la concepción de nuestro intelecto especulativo, que se extrae de la realidad. Porque «las palabras son el signo de las ideas», según Aristóteles.

Por tanto, así como la concepción del intelecto práctico no presupone la realidad que concibe, sino que la realiza, así la verdad de esta locución no presupone la realidad significada, sino que la produce; del mismo modo, tal es la relación que existe entre el verbo de Dios y las realidades producidas por este verbo.

Ahora bien, esta conversión no se realiza de forma sucesiva, sino instantáneamente.

Por lo tanto, debemos entender esta locución según el último instante de la emisión de las palabras; no que se presuponga por el lado del sujeto cuál es el fin de la conversión, es decir, que “el cuerpo de Cristo es el cuerpo de Cristo”; ni tampoco lo que existía antes de la conversión, es decir, “el pan”; sino lo que es común a ambos, como contenido a la manera de un género común a estos dos términos bajo estas especies.

En efecto, estas palabras no hacen que “el cuerpo de Cristo sea el cuerpo de Cristo”, ni que “el pan sea el cuerpo de Cristo”; sino que “lo que está contenido bajo estas especies, que primero era pan, sea el cuerpo de Cristo”.

Por eso, explícitamente, el Señor no dijo: «Este pan es mi cuerpo», lo que estaría de acuerdo con la interpretación de la segunda opinión; ni: «Este cuerpo mío es mi cuerpo», lo cual estaría de acuerdo con la interpretación de la tercera opinión; sino, de manera general, indeterminada: «Esto es mi cuerpo», sin especificar el sujeto con un sustantivo, y haciendo de sujeto sólo el pronombre, que indica la sustancia en general sin especificar, o sea, sin una forma determinada.

Respuesta a las objeciones:

1ª. El término esto se está refiriendo a la sustancia sin determinación de su naturaleza, como se acaba de decir en la respuesta.

2ª. El pronombre esto no hace referencia a los accidentes, sino a la sustancia contenida bajo los accidentes. La cual primeramente fue pan y, después, el cuerpo de Cristo. El cual, aunque no esté afectado por ellos, está, sin embargo, contenido en ellos.

3ª. La significación de esta locución precede a la cosa significada en el orden de la naturaleza, como la causa precede naturalmente al efecto, pero no en el orden del tiempo, porque esta causa implica simultaneidad con el efecto. Y esto basta para que la referida proposición sea verdadera.

NOM 11

Por todo lo dicho, es importante destacar que no es lo mismo que las palabras de la consagración sean dichas como «meramente narrativas» (materialiter tantum, recitative tantum o narrative tantum), a que sean dichas «también recitativamente», «también materialmente» o «también narrando» (etiam recitative).

Esta distinción la encontramos en Santo Tomás (como ya vimos), y la comentan y explican, entre otros, el cardenal Cayetano, el cardenal Billot, Garrigou-Lagrange, Billuart y Alastruey…

Como veremos, tanto Santo Tomás como sus comentadores, dicen que, si las palabras de la consagración fueran pronunciadas en forma meramente narrativa (narrative tantum), no se produciría la transubstanciación.

Veamos los textos de estos comentadores de Santo Tomás:

Cardenal Cayetano (in III, q. 78, a. 1, ad 4, Ed. Leonina, Romæ, 1906):

«Comparando entre sí estos dos modos de pronunciar, el segundo (el significativo) prevalece sobre el primero (el recitativo) por dos razones: ya porque en el modo recitativo se toman las palabras materialmente; ya porque con el modo narrativo el sacerdote no obra en la persona de Cristo, sino que relata a Cristo obrando».

Cardenal Billot (De Ecclesia Sacramentis, Tomus Prior, Editio sexta, Romæ MCMXXIV, Quæst. 78, Thesis XLIX, § 2, pág. 540):

«Es necesario que la forma signifique lo que aquí y ahora se realiza en el momento presente. Sobre lo cual se debe observar que las palabras consagratorias pueden ser proferidas, al mismo tiempo, histórica y asertivamente; las demás, sin embargo, en forma meramente histórica. Digo que las palabras en las cuales reside la eficacia de la consagración son proferidas históricamente, como consta por el contexto del canon de la misa en todas las liturgias; y, al mismo tiempo, asertivamente, puesto que de otro modo no serían prácticas, ni se aplicarían a la materia presente, y, por consiguiente, no realizarían el sacramento».

Garrigou-Lagrange (De Eucharistia, Pontificum Institutum Internationale Angelicum, R. Berruti, Augustæ Taurinorum, Desclée de Brouwer, Paris, 1943, Q. LXXVIII, a. 5, pág, 185):

«En la primera parte del cuerpo del artículo santo Tomás excluye en primer lugar tres opiniones. La primera opinión es: Estas palabras se dicen sólo recitativamente, no significativamente. Se responde: De este modo no se realizaría ahora el sacramento, sino que se recitaría solamente la conversión realizada por Cristo, como en la predicación de la institución de la Eucaristía. Además, esta opinión no resuelve las dificultades propuestas. Estas palabras dichas ahora por el sacerdote, son dichas no sólo recitativamente, refiriéndose solamente al pasado, sino significativamente, significando, en efecto, que algo se realiza aquí y ahora».

Billuart (Tractatus de Eucharistiæ sacramento, Dissertatio V, De forma sacramenti Eucharistiæ, Obj. 3, pág. 143):

“Estas palabras no se profieren de manera meramente recitativa e histórica; tanto porque, como dice el Concilio de Florencia, el sacerdote habla in persona Christi, cuanto porque quien meramente recita las palabras de otro, no habla en la persona de aquél, sino en la suya propia; tanto porque no aplicaría la forma a la materia presente, sino a la materia que Cristo consagró, cuanto ni siquiera necesitaría materia presente; porque, en efecto, para recitar la historia no es necesaria la presencia de la cosa de la cual se hace la narración. Por consiguiente, estas palabras las profiere el sacerdote, sin duda recitativamente, como lo prueban las palabras precedentes, pero también significativa y efectivamente, puesto que refiere las palabras que Cristo dijo en la última cena, y, al mismo tiempo, tiene la intención de aplicarlas a la materia presente y hacer lo que significan, ejerciendo un acto de su potestad”.

Alastruey (Tratado de la Santísima Eucaristía, versión castellana de la edición latina del mismo autor, Segunda Edición, B.A.C., Madrid, MCMLII, Parte I, Capítulo I, Artículo III, § II, Cuestion VI, De qué manera han de proferirse por el sacerdote consagrante las palabras de la Eucaristía, págs. 64-65):

1°) Hay dos maneras de hablar: recitativamente, cuando uno refiere algo como dicho por otro, no afirmándolo absolutamente ni negándolo; o significativamente, cuando refiere las palabras dichas por otro afirmándolas al mismo tiempo como suyas o negándolas.

Las que se profieren de la primera manera, se dicen histórica y materialmente; mientras que de la otra manera se dicen asertiva y formalmente.

2°) No hay inconveniente alguno en hablar recitativamente y, al mismo tiempo significativa o asertivamente, porque no pugna el que uno refiera que alguien dijo unas palabras y que el mismo que habla las diga también con intención de afirmar o significar.

TESIS: El sacerdote profiere las palabras de la consagración ya recitativamente, ya asertiva o significativamente.

Es sentencia común.

1Parte: Decir recitativamente determinadas palabras es pronunciarlas o repetirlas como dichas por otro. Y es así como el sacerdote profiere las palabras de la consagración, como dichas primeramente por Cristo, según aparece en el Canon de la Misa, en el cual dice el sacerdote: “El cual (Cristo) la víspera de su Pasión tomó el pan … y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomad y comed ..., etc.”

2Parte:

1°) El Concilio Florentino (Decr. Pro Arm.) habla así: “La forma de este sacramento son las palabras del Salvador por las cuales consagró este sacramento; el sacerdote hablando en persona de Cristo consagra este sacramento”.

Ahora bien, si el sacerdote dice las palabras de la Eucaristía sólo recitativamente, nada dice ni hace en persona de Cristo, sino que sólo relata lo que Cristo dijo e hizo.

2°) Santo Tomás así lo afirma: “Hay que decir que cuando las palabras de la consagración son proferidas por el sacerdote, se toman significativamente y no sólo materialmente. Y no obsta que el sacerdote las pronuncie también recitativamente como dichas por Cristo. Porque, debido a la virtud infinita de Cristo (así como en contacto con su carne, la virtud de producir un nuevo nacimiento no alcanzó sólo a las aguas tocadas por Cristo, sino a todas las aguas de la tierra, y que por todos los siglos venideros), así también, porque estas palabras fueron pronunciadas por Cristo, obtuvieron una virtud consagratoria, independientemente del sacerdote que las pronuncie, como si Cristo las profiriera presencialmente”.

3°) Razón teológica:

  1. a) El sacerdote no sólo refiere lo que Cristo dijo en la institución de la Santísima Eucaristía, sino también afirma que, en el momento presente, en virtud de las palabras de Cristo, se significa y se hace la conversión del pan en su cuerpo y la del vino en su Ahora bien, un simple relato histórico no lleva anejo aquella afirmación.
  2. b) Si el sacerdote pronunciase las palabras de Cristo de un modo meramente recitativo o histórico, se seguiría que las palabras no recaerían sobre la materia que el sacerdote tiene presente, sino sobre aquella que el Señor consagró en la Última Cena, ya que el sacerdote, en este caso, sólo enunciaría la acción hecha por Cristo.
  3. c) Por esto, el sacerdote en la consagración de la Eucaristía dice la forma no solamente de modo recitativo, sino principalmente de modo significativo en cuanto que, relatando el sacerdote las palabras de Cristo en la última Cena con intención de aplicarlas a la materia que tiene presente y de hacer lo que ellas significan, ejerce un acto de su potestad”.