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RESUMEN E INTRODUCCIÓN
Como de costumbre, insisto en que es muy útil, e incluso necesario, seguir el Plan del Apocalipsis, así como el Gráfico hecho en base a los comentarios del Padre Castellani. Ustedes los tienen, respectivamente, en:
http://es.scribd.com/doc/83265556/Plan-Del-Apocalipsis
https://radiocristiandad.files.wordpress.com/2012/03/grafico-del-apocalipsis-ipg.jpg
Conforme a ese Plan, ya llegamos al fin del estudio del Objeto de las Decisiones Divinas.
Entre esas Decisiones Divinas hemos estudiado Las Tribulaciones que vendrán, en tres cuadros, pues tienen tres orígenes distintos: unas son de Parte de Dios, otras son de Parte de Jesús, obtenidas por sus Santos, las últimas son de Parte del Demonio.
Estamos estudiando Las Recompensas de los Justos, en Siete visiones., y nos falta ver también el Epílogo.
En noviembre hemos considerado los capítulos 18, 19 y los tres primeros versículos del 20º, de este modo:
— El castigo de Babilonia, capítulo 18.
— La santa alegría en el Cielo, 19: 1-10
— 1ª Visión = Cristo Rey, 19: 11-16
— 2ª Visión = el llamado a la rapiña, 19: 17-18
— 3ª Visión = la derrota de las dos Bestias y el encadenamiento del Demonio, 19: 19 – 20: 3
Hoy y mañana, para concluir, veremos las Visiones:
4ª =
La suerte de los vencedores – El Reino de los Mil Años = 20: 4-6
(18ª Visión del Padre Castellani)
5ª = Vuelven las hostilidades = Suelta de Satanás y su derrota definitiva = 20: 7-10
6ª = El Juicio Final = 20: 11-15 (19ª Visión del Padre Castellani)
Y luego:
Dios en medio de su pueblo (20ª Visiión del Padre Castellani)
7ª = Cielo Nuevo y Nueva Tierra = 21:
1-8
EL APÉNDICE: LA NUEVA JERUSALÉN = 21:9 – 22:5
EL EPÍLOGO:
a) Confirmación de las profecías de este libro por los testigos = 6-16
b) Adhesión de los creyentes = 17-21
CAPÍTULO XX
4ª VISIÓN: La suerte de los vencedores
El Reino de los Mil Años = 4-6
(18ª Visión del Padre Castellani)
Y vi tronos; y sentáronse en ellos, y les fue dado juzgar, y vi a las almas de los que habían sido degollados a causa del testimonio de Jesús y a causa de la Palabra de Dios, y a los que no habían adorado a la bestia ni a su estatua, ni habían aceptado la marca en sus frentes ni en sus manos; y vivieron y reinaron con Cristo mil años.
Los restantes de los muertos no tornaron a vivir hasta que se cumplieron los mil años. Esta es la primera resurrección.
¡Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección! Sobre éstos no tiene poder la segunda muerte, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, con el cual reinarán los mil años.
Esta visión nos permite conocer el destino de los vencedores de la batalla precedente, uniendo el Quinto Sello (el pedido de venganza de los elegidos [VI: 9-11]) y el Quinto Cuadro (el Cordero y los 144.000 vírgenes [XIV: 1-5]).
Las persecuciones forjaron mártires, las herejías promovieron confesores.
Mártires y confesores habían defendido la Revelación de Dios y el Testimonio de Cristo; ellos rechazaron la idolatría y se negaron al alistamiento en las herejías. ¿Cuál es su recompensa? Vivir la vida eterna en la gloria y sentarse sin demora con Cristo por 1.000 años, es decir, durante el tiempo que el diablo será encadenado.
San Juan dice que los santos serán sacerdotes de Dios y de Cristo, con el cual reinarán los mil años.
En I: 6 había dicho: e hizo de nosotros un reino y sacerdotes para el Dios y Padre suyo.
En V: 10: y los has hecho para nuestro Dios un reino y sacerdotes, y reinarán sobre la tierra.
Es lo mismo que nos anuncia desde el Antiguo Testamento el Profeta Daniel (VII: 18): Después recibirán el reino los santos del Altísimo y lo obtendrán por siglos y por los siglos de los siglos.
Ver I Ped. II: 9: Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido…
Comenta Monseñor Straubinger: Martini opina que el orden de estas palabras parece que debe ser éste: Vi tronos, y las almas de los que fueron degollados, etc. y se sentaron y vivieron, y reinaron, etc..
Cf. 3, 21: Al vencedor le haré sentarse conmigo en mi trono, así como yo vencí y me senté con mi padre en su trono. La promesa es escatológica. Los que vencieren en esta iglesia final serán, probablemente, los mártires del Anticristo.
Otros piensan que esos tronos serán sólo doce (Mat. 19, 28), reservados a aquellos que se sentaron, pues de esos otros resucitados no se dice que se sentaron aunque sí que reinaron por no haber adorado como todos al Anticristo.
Véase I Cor. 6, 2-3, donde San Pablo enseña que los Santos con Cristo juzgarán al mundo y a los Ángeles.
La primera resurrección: He aquí uno de los pasajes más diversamente comentados de la Sagrada Escritura. En general se toma esta expresión en sentido alegórico: la vida en estado de gracia, la resurrección espiritual del alma en el Bautismo, la gracia de la conversión, la entrada del alma en la gloria eterna, la renovación del espíritu cristiano por grandes santos y fundadores de Órdenes religiosas (S. Francisco de Asís, Santo Domingo, etc.), o algo semejante.
Bail, autor de la voluminosa Summa Conciliorum, lleva a tal punto su libertad de alegorizar las Escrituras, que opta por llamar primera resurrección la de los réprobos, porque éstos, dice, no tendrán más resurrección que la corporal, ya que no resucitarían para la gloria. Según esto, el v. 6 alabaría a los réprobos, pues llama bienaventurado y santo al que alcanza la primera resurrección.
La Pontificia Comisión Bíblica ha condenado en su decreto del 20-VIII-1941 los abusos del alegorismo, recordando una vez más la llamada «regla de oro», según la cual de la interpretación alegórica no se pueden sacar argumentos.
Sin embargo, hay que reconocer aquí el estilo apocalíptico. En I Cor. 15, 23, donde S. Pablo trata del orden en la resurrección, hemos visto que algunos Padres interpretan literalmente este texto como de una verdadera resurrección primera, fuera de aquella a que se refiere San Mateo en 27, 52 s. (resurrección de santos en la muerte de Jesús), y que también un exegeta tan cauteloso como Cornelio Alapide la sostiene.
Cf. I Tes. 4, 16: I Cor. 6, 2-3; II Tim. 2, 16 y ss. y Filip. 3, 11, donde San Pablo usa la palabra «exanástasis» y añade «ten ek nekróon» o sea literalmente, la ex-resurrección, la que es de entre los muertos.
Parece, pues, probable que San Juan piense aquí en un privilegio otorgado a los Santos —sin perjuicio de la resurrección general—, y no en una alegoría, ya que San Ireneo, fundándose en los testimonios de los presbíteros discípulos de San Juan, señala como primera resurrección la de los justos (cf. Luc. 14, 14 y 20, 35).
La nueva versión de Nácar-Colunga ve en esta primera resurrección un privilegio de los santos mártires, «a quienes corresponde la palma de la victoria. Como quienes sobre todo sostuvieron el peso de la lucha con su Capitán, recibirán un premio que no corresponde a los demás muertos, y éste es juzgar, que en el sentido bíblico vale tanto como regir y gobernar al mundo, junto con su Capitán, a quien por haberse humillado hasta la muerte le fue dado reinar sobre todo el universo» (Filip. 2, 8 y ss.).
(VER EN ANEXO LO REFERENTE A LA DOBLE RESURRECCIÓN)
***
«Los otros muertos». Son todos los no conversos.
«No volvieron a vivir». Si los antimilenaristas tienen la razón, entonces ¿cómo «vivirán» espiritualmente esos no conversos? ¿Habrá una segunda oportunidad de ser salvos? Los antimilenaristas tradicionalistas no se atreverían a aseverar tal cosa. Pero se topan con un obstáculo insuperable al negar que la resurrección habla aquí de una resurrección física, sea de los salvos, sea de los no salvos.
La resurrección física de los no conversos toma lugar después del milenio. La resurrección de los creyentes del versículo anterior y la de los no conversos tienen que ser de la misma clase.
Si un pasaje donde se mencionan dos resurrecciones se explica de modo tal que la primera resurrección significa un levantamiento espiritual con Cristo, mientras que la segunda significa un levantamiento físico del sepulcro; eso implica el fin de todo significado del lenguaje.
En ese caso, las Escrituras son anuladas como un testimonio definitivo de cualquier cosa.
Si la primera resurrección es espiritual, también debe serlo la segunda, cosa que los intérpretes no se atreven decir.
Pero si la segunda es literal, entonces lo es también la primera.
La primera resurrección toma lugar en etapas:
Los que se levantaron en Mateo 27:52-53, son tipo de las primicias de Levítico 23:10-14, resucitados con Cristo, 1 Corintios 15:20.
Al final de la dispensación de la Iglesia, en el momento del rapto de Ella, los cuerpos de las almas de los creyentes en la gloria son levantados de la tierra.
En seguida, los cuerpos de los creyentes que todavía vivan en el mundo en aquel momento, I Tesalonicenses 4: 16-17.
En I Corintios 15: 23 que habla del rapto, San Pablo usa el término tágmati, traducido «orden». Indicaba los rangos en el ejército romano.
Todas estas etapas constituyen la «primera resurrección». Así, este término no sólo habla de una secuencia de los eventos, sino también describe el propósito de ella, es decir, grandes bendiciones para los redimidos.
***
Sacerdocio real, es decir, como Cristo, sacerdotes y reyes. Sacerdotes como Él, injertados, por el Bautismo, en el Sumo Sacerdote celestial y capaces de ofrecer los sacrificios espirituales agradables a Dios por Jesucristo. Y reyes como Él, partícipes de su Reino y llamados a juzgar con Él al mundo.
Aquí viene la famosa cuestión del Reino milenario.
(VER EN ANEXO LO REFERENTE A ESTE TEMA)
Los últimos tres capítulos del Apocalipsis reflejan temas encontrados en Génesis 1-3: el engaño hecho por Satanás, un árbol de vida, un paraíso.
Si él aborrece los primeros tres capítulos de la Biblia, porque su sentencia es pronunciada en ellos, debe aborrecer estos últimos tres, porque la antigua sentencia es ejecutada.
Los profetas del Antiguo Testamento describieron el reino de Cristo en gran detalle. Todos reconocen que el libro del Apocalipsis está saturado con alusiones al Antiguo Testamento. No es necesario tener una profusa repetición de lo que ha sido revelado.
La expresión mil años es mencionada seis veces entre los versículos 2-7.
20:6 Este pasaje es el único en la Biblia que habla de la duración del reinado de Cristo. Pero en las seis referencias a los mil años en este pasaje, cada una expone una faceta distinta del milenio:
Satanás es atado, v. 2
Las naciones no serán engañadas, v. 3
Los santos reinarán, v. 4
Los no salvos no serán resucitados hasta el final, v. 5
Todos los santos serán sacerdotes y reinarán con Cristo, v. 6
Satanás será suelto al final, v. 7
Aunque el capítulo 20 de Apocalipsis tiene un lugar importante en la noción del Reino, es un error alegar, como lo han hecho algunos oponentes, que el peso de la prueba a favor del milenio descansa exclusivamente sobre ese capítulo.
Si la profecía bíblica, en general, enseña algo claramente es que el Mesías vendrá en gran gloria al final de la edad presente para establecer su reino sobre todo el mundo, y esto es la base firme del Reino milenario.
Intentar eliminar de un plumazo el tema del reino terrenal de Cristo aduciendo que sólo era la esperanza de los rabinos, pero sin ofrecer ninguna base exegética y sacar los textos fuera de su contexto no es un camino adecuado de discusión teológica.
«Reinaron». El reino que fue anunciado en 11: 15 ahora es una realidad; ver Salmo 149: 5-9.
Comenta Monseñor Straubinger:
Destacamos en amarillo lo citado en la Edición de 1946 de Monseñor Straubinger (el resto coincide con la Edición de 1948, que cita el Padre Castellani en Cristo, ¿vuelve o no vuelve?)
La cita de Fillon está al final
Sobre este punto se ha debatido mucho en siglos pasados la llamada cuestión del milenarismo o interpretación que, tomando literalmente el milenio como reinado de Cristo, coloca esos mil años de los vv. 2-7 entre dos resurrecciones, distinguiendo como primera la de los vv. 4-6, atribuida sólo a los justos, y como segunda y general la mencionada en los vv. 12-13 para el juicio final del v. 11.
La historia de esta interpretación ha sido sintetizada en breves líneas en una respuesta dada por la Revista Eclesiástica [Revista Bíblica] de Buenos Aires (mayo de 1941) diciendo que «la tradición, que en los primeros siglos se inclinó en favor del milenarismo, desde el siglo V se ha pronunciado por la negación de esta doctrina en forma casi unánime».
Agrega a este respecto que «las voces milenio y milenario se prestan a confusiones».
Muchos aún creen que se aplican a los que esperaban el fin del mundo para el año mil, o sus proximidades, como el célebre Apringio de Beja en su Comentario al Apocalipsis (531-548), que decía fundarse en las 70 semanas de Daniel, iniciadas antes de Cristo, o como San Beato Liébana «que presagió que el mundo se acabaría en el año 800″.
Todos los exégetas modernos están de acuerdo en que el período del encierro de Satanás no puede tomarse en sentido absoluto, porque al final es nuevamente soltado el diablo por un tiempo (versículos 3 y 7; cfr. 22:5).
También coinciden todos en que ese encierro se Satanás se producirá algún día.
Donde las opiniones divergen es en cuanto a sostener si ese reinado establecido por Cristo se manifestará entre su segunda venida y el juicio, o tan sólo después en el reino de la gloria, y si tal vez la Iglesia ha de identificarse con ese tiempo de paz imperturbable en que el diablo «no anda engañando a las gentes» v. 3).
Muchos Padres antiguos, entre ellos Papías, San Justino, Tertuliano, San Hipólito, Lactancio, San Victorino, San Teófilo, etc., siguen la primera opinión, y San Ireneo, el cual invocaba a los «presbíteros» discípulos de San Juan, la defendía como una «verdad de fe tan cierta como la existencia de Dios y la resurrección de la carne».
Posteriormente varían los criterios, y San Agustín declaró que la abandonaba a causa del abuso que de ella hacían los milenaristas carnales.
San Jerónimo escribe, con respecto a esas opiniones, que «aunque no las sigamos no podemos, sin embargo, condenarlas, porque muchos varones eclesiásticos y mártires así lo dijeron. Cada uno abunde, pues, en su sentido y resérvese todo para el juicio del Señor».
La Sagrada Congregación del Santo Oficio puso fin a muchas discusiones declarando recientemente que un reinado del Señor, en forma corporal o visible, no se puede enseñar con seguridad, por decreto del 21 de julio de 1944, que la doctrina «que enseña que antes del juicio final, con resurrección anterior de muchos muertos o sin ella, nuestro Señor Jesucristo vendrá visiblemente a esta tierra a reinar, no se puede enseñar con seguridad (tuto doceri non posse)».
Para información del lector, transcribimos el comentario que trae la gran edición de la Biblia de Pirot-Clamer sobre este pasaje:
«La interpretación literal: varios autores cristianos de los primeros siglos pensaron que Cristo reinaría mil años en Jerusalén antes del juicio final. El autor de la Epístola de Bernabé es un milenarista ferviente; para él, el milenio se inserta en una teoría completa de la duración del mundo, paralela a la duración de la semana genesíaca = 6.000 + 1.000 años. San Papías es un milenarista ingenuo. San Justino, más avisado, empero, piensa que el milenarismo forma parte de la ortodoxia (Diálogo con Trifón 80-81). San Ireneo, lo mismo (Contra las herejías V, 28, 3), al cual sigue Tertuliano. En Roma, San Hipólito se hace campeón contra el sacerdote Caius, quien precisamente negaba la autenticidad joanea del Apocalipsis, para abatir más fácilmente el milenarismo».
Relata aquí Pirot la polémica contra unos milenaristas cismáticos, en que el obispo Dionisio de Alejandría «forzó al jefe de la secta a confesarse vencido», y sigue: «Se cuenta también entre los partidarios más o menos netos del milenarismo a Apolinario de Laodicea, Lactancio, San Victorino de Pettau, Sulpicio Severo, San Ambrosio. Por su parte, San Jerónimo, ordinariamente tan vivaz, muestra con esos hombres cierta indulgencia (Sobre Isaías, libro 18). San Agustín, que dará la interpretación destinada a hacerse clásica, había antes profesado durante cierto tiempo la opinión que luego combatirá. Desde entonces el milenarismo cayó en el olvido, no sin dejar curiosas supervivencias, como las oraciones para obtener la gracia de la primera resurrección, consignadas en antiguos libros litúrgicos de Occidente (Dom Leclercq)».
Más adelante cita Pirot el decreto de la Sagrada Congregación del Santo Oficio, que transcribimos al principio, y continua: «Algunos críticos católicos contemporáneos, por ejemplo Calmes, admiten también la interpretación literal del pasaje que estudiamos. El milenio sería inaugurado por una resurrección de los mártires solamente, en detrimento de los otros muertos.
La interpretación espiritual: Esta exégesis —sigue diciendo Pirot— comúnmente admitida por los autores católicos, es la que San Agustín ha dado ampliamente. Agustín hace comenzar este período en la Encarnación, porque profesa la teoría de la recapitulación, mientras que, en la perspectiva de Juan, los mil años se insertan en un determinado lugar en la serie de los acontecimientos. Es la Iglesia militante, continua Agustín, la que reina con Cristo hasta la consumación de los siglos; la primera resurrección debe entenderse espiritualmente del nacimiento a la vida de la gracia (Col. III, 1-2; Fil. III, 20; cfr Juan V, 25); los tronos son los de la jerarquía católica, y es esa jerarquía misma, que tiene el poder de atar y desatar. Estaríamos tentados —concluye Pirot—de poner menos precisión es esa identificación. Sin duda, tenemos allí una imagen destinada a hacer comprender la grandeza del cristiano: se sienta, porque reina (Mt XIX, 28; Luc. XXII, 30; I Cor. VI, 3; Ef. I, 20, II, 6; Apoc. I, 6, V, 9).
Sin embargo, quedan todavía muchos aspectos del problema sin solución. Fillón, citando a Vigouroux, observa que es éste uno de los lugares más obscuros de la revelación misteriosa hecha a San Juan y agrega: «Después de haber leído páginas muy numerosas sobre estas líneas, no creemos que sea posible dar acerca de ellas una explicación enteramente satisfactoria».
No sería, pues, una actitud razonable, ni conforme a las enseñanzas del Sumo Pontífice, el mirar la declaración antes referida como un motivo de retraimiento en el estudio de las profecías escatológicas de la Biblia, sino que, por el contrario, como dice Pío XII, deben redoblarse tanto más los esfuerzos cuantos más intrincadas aparezcan las cuestiones, y especialmente en tiempos como los actuales, que los Sumos Pontífices han comparado tantas veces con los anuncios apocalípticos, y en que las almas, necesitadas más que nunca de la palabra de Dios, sienten la necesidad del misterio y buscan como por instinto refugiarse en los consuelos espirituales de las profecías divinas, a falta de las cuales están expuestas a caer en las fáciles seducciones del espiritismo, de las sectas, la teosofía y toda clase de magia y ocultismo diabólico»
La segunda muerte. Es la condenación eterna. El apóstol explica este término en el v. 14 (Y la muerte y el Hades fueron arrojados en el lago de fuego. Esta es la segunda muerte: el lago de fuego.)
5ª VISIÓN: Vuelven las hostilidades
Suelta de Satanás y su derrota definitiva = 7-10
Cuando se hayan cumplido los mil años Satanás será soltado de su prisión, y se irá a seducir a los pueblos que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y Magog a fin de juntarlos para la guerra, el número de los cuales es como la arena del mar.
Subieron a la superficie de la tierra y cercaron el campamento de los santos y la ciudad amada; mas del cielo bajó fuego de parte de Dios y los devoró.
Y el Diablo, que los seducía, fue precipitado en el lago de fuego y azufre, donde están también la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos.
El esfuerzo del demonio es gigantesco y universal. De los cuatro ángulos de la tierra reúne un ejército en contra de la Iglesia. Para profetizar este evento San Juan utiliza como tipo la invasión escita en Palestina en el siglo VI antes de Cristo.
He aquí los hechos. Gog, príncipe de Rosch, Mósoc y Tubal, conduce al pueblo de Magog, que vive en el norte del Cáucaso, y con él un ejército cosmopolita, que incluía los persas y los etíopes, que irrumpió en Asia.
Sucesivamente vence a Lidia y Media; y luego desciende a Egipto, donde el Faraón lo desvía por dinero. Remontando hacia el norte, devasta Bethsan y Ascalónbre Escitópolis, y finalmente apunta a Jerusalén, y sube a la montaña de Judá.
Pero Dios lo esperaba: el fuego cayó del cielo y destruyó su ejército y lo aniquiló. Fueron necesarios siete meses para enterrar los muertos, siete años para destruir las armas y carros.
San Juan ve en esto la prefiguración de la derrota definitiva del demonio. Refiriéndose a Ezequiel (XXXVIII y XXXIX), que lo profetizó, no destaca más que la multitud de atacantes, el riesgo enorme para Jerusalén y la liberación milagrosa.
El demonio, derrotado inesperadamente, es arrojado definitivamente en el lago de fuego y azufre. Encuentra allí a sus víctimas: la Bestia y el Falso Profeta.
Padre Castellani:
Este es el lugar más difícil y raro de la Profecía, lo cual es decir bastante. No me arrojaré a explicarlo, como lo hace Lacunza por todo un tomo entero de su obra. Eso pasará; cómo y por qué, no lo sé. Dios puede hacer más de lo que yo puedo explicar.
Los exegetas alegoristas aseguran que estos 4 versículos designan al Anticristo y su persecución. Pero el Anticristo ya está «en el lago de fuegozufre» se repite aquí mismo en estos versículos; mal sitio para perseguir. ¿Se olvidó ya San Juan del capítulo anterior, o es que no le importó contradecirse en éste?
En el profeta Ezequiel, en los Capítulos XXXVII, XXXVIII y XXXIX, se cuenta una gran guerra del rey Gog venido de Magog —Rusia actual, según se cree— y de allí toma San Juan sus nombres; pero no coinciden los relatos.
Dicen los exegetas modernos (Martindale, p.e.) que esos capítulos de Ezequiel describen una gran expedición bélica de «los pueblos del Norte», Escitas y Cimerios, en el siglo VII a.C. que se precipitó como una tromba sobre Israel, y fue a morir exhausta por mero desangre en las arenas de Egipto; lo cual está historiado por Herodoto, I, Nº 104.
Aquí se trata de otra cosa, y San Juan no hace más que aludir a Ezequiel; que sería solamente el typo destotra gran expedición bélica, para mí casi inconcebible; que sin embargo todos los Padres primitivos aceptaron literal.
Monseñor Straubinger:
Gog y Magog: son aquí, como en Ez. 39, 2, representantes de los reinos y pueblos anticristianos.
Gog se llama en Ezequiel rey de Rosch, Mosoc y Tubal, reinos situados al norte de Mesopotamia, e identificados por algunos intérpretes con Rusia, Moscú y Tobolsk (Siberia).
¿Debe esta rebelión identificarse con aquella invasión de Tierra Santa qua anuncia Ezequiel? Véase allí los caps. 38-39 y sus notas.
Lo que no puede dejar de señalarse es lo que esto significa como «etapa» final de la invariable apostasía del hombre frente a Dios (cf. 13, 18 y nota).
Empezó en el paraíso (Gen. 3), y se repitió diez y seis siglos más tarde en el diluvio (Gen, 4-7) y cuatro siglos después con la torre y ciudad de Babel (Gen. 8-11).
Después de la elección de Abrahan, la era patriarcal termina paganizada en la esclavitud de Egipto (430 años), y luego de otros quince siglos el pueblo electo de Israel, seducido por sus jefes religioso-políticos, reclamó y consiguió una cruz para el Mesías tan esperado.
¿Acaso las naciones de la gentilidad habrán de ser más fieles? Las hemos visto en el capítulo anterior siguiendo al Anticristo y las vemos aquí, apenas suelto Satanás, precipitarse de nuevo a su ominoso servicio.
¡Triste comprobación para la raza de Adán! Digamos, pues, que si toda la humanidad no es salva, no será porque Dios no haya agotado su esfuerzo hasta entregar su Hijo.
Subieron a la superficie: cf. Ez. 39, 11-16 y notas. La ciudad amada: como anota Pirot, «el ataque se hace contra Jerusalén, capital del Reino mesiánico, como en Ez. 38, 12… Los santos no necesitan salir, pues Dios interviene desde el cielo».
En efecto, bajó fuego del cielo y los devoró: esto es, súbitamente y sin batalla como en 19, 11 ss.
Así morirán todos, para ser juzgados con los demás muertos (vv. 5 y 11 ss.). Véase v. 14 y nota.
Como lo expresa la mayoría, éste parece ser el fuego que San Pedro anuncia en II Pedro 3, 7-8 como perdición final de los hombres impíos (cf, v. 11 y nota) si bien no es fácil conciliar esto con el mencionado en I Cor. 3, 15, pues en la Parusía del Señor lo vemos con nubes (14, 14) o sobre caballo blanco (19, 11) pero nunca con fuego.
6ª VISIÓN: El Juicio Final = 11-15
(19ª Visión del Padre Castellani)
Y vi un gran trono esplendente y al sentado en él, de cuya faz huyó la tierra y también el cielo; y no se halló más lugar para ellos.
Y vi a los muertos, los grandes y los pequeños, en pie ante el trono y se abrieron libros —se abrió también otro libro que es el de la vida— y fueron juzgados los muertos, de acuerdo con lo escrito en los libros, según sus obras.
Y el mar entregó los muertos que había en él; también la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras.
Y la muerte y el Hades fueron arrojados en el lago de fuego. Esta es la segunda muerte: el lago de fuego. Si alguno no se halló inscrito en el libro de la vida, fue arrojado al lago de fuego.
Restan dos visiones de consuelo y consolidación: la primera cierra la historia y sacude al mundo, la otra ilumina la eternidad.
En la actual, la Sexta, hemos de considerar tres hechos: el juicio; lo que le precede, es decir, la resurrección; y por último lo que le sigue, la ejecución de las sentencias.
EL JUICIO
Finalmente, al salmista se le concederá lo que solicitó, es decir, que se haga justicia: quoadusque justitia convertatur in judicium (Ps. XClll). Cristo, en efecto, el gran y único Juez, aporta en todas partes y para siempre la íntegra justicia.
A su vista, la tierra huye y el cielo se esconde. Anteriormente, VI: 14, San Juan sobre el mismo tema había sido más explícito: y el cielo fue retirado como un libro que se enrolla, y todos los montes y las islas fueron removidos de sus lugares; los espacios infinitos de la tierra y del cielo son suprimidos; no se los encuentra más. Esta es la postración de la nada ante el Ser.
Todos los muertos serán juzgados, grandes y pequeños, de pie, en la actitud de acusados ante el trono.
La materia del juicio está contenida en los libros, que cada uno escribió con la pluma de su propia conciencia.
Son abiertos al mismo tiempo que otro, el de la vida.
Los primeros presentan los hechos; el segundo, la ley, el derecho de Dios, es decir, los deberes de los hombres para con el servicio divino.
Entonces los hombres serán juzgados en base a los libros de sus obras, según su acuerdo o desacuerdo con el libro de la vida.
LA RESURRECCIÓN
Es en este momento, e inmediatamente antes del juicio, que tiene lugar la segunda resurrección, la de los restantes de los muertos, después de los mil años. Ver versículo 5.
LA EJECUCIÓN
Dos sanciones.
1ª) Supresión de la muerte y de la tumba.
Jesús, el Juez supremo, anulando la sentencia pertinente del Paraíso: Porque has pecado, has de morir, elimina la muerte y la tumba.
El último enemigo de Cristo, la muerte es destruida, escribe San Pablo (I Co. XV: 26). La profecía de Oseas es finalmente realizada: Oh muerte, yo seré tu muerte; oh sepulcro, yo seré tu pérdida (Oseas XIII: 14).
San Juan, a su vez, los personifica y los precipita en el fuego del infierno.
2ª) Los impíos son lanzados al lago de fuego.
Será suficiente que alguien no se encuentre inscrito en el libro de la vida, para que tenga la certeza de su pérdida eterna. El libro consultado informa sobre el destino de los malos.
¿Y por qué esta fórmula? por dos razones: 1ª, para indicar que por el hecho de que alguien no se salva, se pierde; 2ª, para manifestar la presciencia de Dios, que conoce el futuro.
Comentario del Padre Castellani:
El Juicio Final en la misma figuración que usó Jesucristo. Es metafórica naturalmente. Ninguna necesidad de libros ni de Tribunal ni de Fiscal: los libros son las conciencias. Nuestras obras nos siguen, quedan en nuestra alma modelándola; y en la Resurrección, ellas modelarán los cuerpos, que mostrarán, como transparentes vasos, la salvación o la condena, méritos y deméritos.
¿Qué significará que «cielos y tierras huyeron»? La majestad de Dios apareciendo en su última manifestación: «Cristo en gloria y majestad», que dice el Profeta. Los antiguos Profetas están llenos de signos meteorológicos, lo mismo que Juan y el mismo Cristo; y aunque las estrellas y el sol y la luna tengan significados simbólicos conocidos, nada obsta a que esos signos aparezcan también físicamente.
Lo que importa aquí es el Juicio. El Juicio Final es un dogma de la fe, cualquiera sea la forma en que se verifique.
Monseñor Straubinger:
Huyó la tierra, etc.: no es ya parcialmente, como en 6, 14; 16, 20, sino que aquí no hay más tierra, de modo que, dice Pirot, «es imposible ubicar el lugar del juicio» y por tanto no puede aplicarse, como en Mat. 25, 31 ss., lo anunciado sobre el juicio de las naciones al retorno de Cristo en el valle de Josafat (Joel 3, 2), ni expresa allí Jesús las otras características que aquí vemos, como la resurrección, el tratarse sólo de muertos (vv. 12 y 13) sin quedar ningún vivo (v. 9; cf. I Tes. 4, 16-17); los libros abiertos; la exclusiva mención del castigo y no del premio (vv. 14 y 15); el contenido general del juicio sin referencia a las obras de caridad (Mat. 25, 35 ss.), ni al Rey (id. 34 y 40), ni a su Parusía, ni a sus ángeles (id. 31), ni a sus hermanos (id. 40), ni a las naciones (id. 32), ni a la separación entre ovejas y machos cabríos (v. 33).
Por ahí vemos cuánto debe ser aún nuestro empeño en profundizar la doctrina e intensificar nuestra cultura bíblica. Sobre el Libro de la vida, cf. 3, 5 y nota.
14. Sólo aquí se ve que no habrá más muerte sobre la tierra. Por eso San Pablo dice que «la muerte será el último enemigo destruido» para que todas las cosas queden sujetas bajo los pies de Jesús (I Cor. 15, 26; Ef. 1, 10) y Él pueda entregarlo todo al Padre (I Cor. 15, 24 y 28).
La muerte y el Hades parecen personificar a los muertos que había en ellos (v. 13), no nombrándose el mar porque había desaparecido en el v. 11 como se deduce de 21, 1. De le lo contrario nadie podría explicar por ahora el significado de ambos personajes.
DIOS EN MEDIO DE SU PUEBLO
(20ª Visión del Padre Castellani)
CAPÍTULO XXI
7ª VISIÓN: Cielo Nuevo y Nueva Tierra = 1-8
Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra habían pasado, y el mar no existía más.
Y vi la ciudad, la santa, la Jerusalén nueva, descender del cielo de parte de Dios, ataviada como una novia que se engalana para su esposo.
Y oí una gran voz desde el trono, que decía: «He aquí la morada de Dios entre los hombres. Él habitará con ellos, y ellos serán sus pueblos, y Dios mismo estará con ellos, y les enjugará toda lágrima de sus ojos; y la muerte no existirá más; no habrá más lamentación, ni dolor, porque las cosas primeras pasaron.»
Y Aquel que estaba sentado en el trono dijo: «He aquí, Yo hago todo nuevo.»
Dijo también: «Escribe, que estas palabras son fieles y verdaderas.»
Y díjome: «Se han cumplido. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin.
Al que tenga sed Yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El vencedor tendrá esta herencia, y Yo seré su Dios, y él será hijo mío.
Mas los tímidos e incrédulos y abominables y homicidas y fornicarios y hechiceros e idólatras, y todos los mentirosos, tendrán su parte en el lago encendido con fuego y azufre. Esta es la segunda muerte.»
Esta última Visión pone ante nuestros ojos la recompensa eterna, que recomiendan tres cualidades: la novedad, la certeza y la excelencia.
La Novedad: las cosas que hemos visto hasta ahora nos han decepcionado tanto, sea por su amargura, sea por su transitoriedad!
Todo va a ser renovado: el gran marco general del país, el pequeño de ciudad, y el templo que está en ella.
El cielo y la tierra serán renovados. San Juan nos dice que no habrá más mar que separe los continentes.
La Nueva Jerusalén, toda espiritual, bien ordenada será tan hermosa como una novia el día de su boda.
Por último, seremos el verdadero tabernáculo donde Dios -y no ya su Nombre- morará con los hombres, se sentará con su pueblo, lo consolará. Todos los dolores de la tierra habrán desaparecido.
Dios lo repite y asegura: He aquí que renuevo todas las cosas.
El nuevo mundo es planeado como una nueva creación.
«Nuevo», nuevo en carácter y cualidad, no en sustancia. El universo físico no pierde su identidad, sino que es transformado y renovado. La palabra se usa en II Corintios 5: 17.
Como la primera creación fue hecha para el primer Adán, habrá una nueva creación preparada para el honor del Segundo Adán. La corrupción de la primera creación empezó con personas, luego, el mundo material fue afectado. En la segunda creación, Dios ha preparado personas redimidas, luego, prepara un medio ambiente limpio en el cual vivirán.
La entrada del pecado y de la muerte corrompió la antigua creación y la convirtió en un lugar de rebelión y alienación, un territorio ocupado por el enemigo. Es una necesidad su reemplazo con un completo nuevo orden de vida sin muerte, luto, llanto ni dolor.
La Certeza: ¡hemos sido hasta ahora tan a menudo engañados en nuestras esperanzas!
Dios quiere que sea escrito, porque se ha comprometido por contrato y es fiel.
La Excelencia: ¡hemos tenido hasta ahora alegrías tan superficiales y tan frágiles!
Y el objeto del contrato es que las cosas dejarán de pasar para ser; y Dios, así como es el principio de todo, será el fin de todo.
Este es un contrato gratuito y libre, como el testamento de un padre a su hijo.
«Enjugará». Esta frase pone de manifiesto la compasión y la ternura del Señor. La historia de la raza humana está llena de miseria, dolor, muerte, hambre, lágrimas, conflictos y sinsabores; pero todo eso estará ausente de la Jerusalén celestial.
Serán eliminados cinco aspectos trágicos de la vida; el más temible de todo debe ser la muerte.
Sin embargo, Dios impone una condición: que no se peque.
Los infractores y violadores de sus mis mandamientos tendrán como destino el lago que arde en azufre.
Comentario del Padre Castellani:
La Nueva Jerusalén es simplemente el mundo de los Resucitados.
La historia de la humanidad se mueve entre la confusión de Babel y la armonía perfecta (aspiración indeleble de la creación, que no por nada procede de un UnoTrino) de la Nueva Jerusalén: que están en el primero y último de los Libros.
El Anticristo usurpará simplemente este ideal de unidad del género humano en la institución perversa de su Imperio Universal; pues sólo Cristo es el centro de la Historia, y el verdadero principio de unidad del Universo.
La gloria del cielo es de suyo inefable: Cristo la designó simplemente con la metáfora campesina de un banquete de bodas; y Juan, después de haber gastado esa metáfora de «las Bodas del Cordero» y «la cena de Dios», emprende ahora a describirla como una ciudad suntuosa, un poco por demás «metálica» para el gusto de algunos; pero ella es viviente, está edificada «ex vivis et electis lapidibus», como dice San Pedro, de electos y vivientes sillares, cada una de las almas en su lugar componiendo una armonía perfecta.
Si va a bajar realmente del cielo una ciudad de 16.000 millas cuadradas, y se va a asentar sobre el monte Sión —como place a los rabinos— no me importa mucho. El Profeta en este mismo libro dice que «la morada de Dios con los hombres» son las almas de los justos glorificadas: en el Capítulo XIII, 16, donde dice que la Fiera «blasfemaba el nombre de Dios —Y la morada de Dios —Y los que en el cielo moran», que dice la Vulgata, el texto original dice: «la morada de Dios QUE SON los que en el cielo moran».
¿Dónde morarán los Resucitados? Donde ellos quieran; como le dijo el Irlandés al Escocés que le preguntó adónde irían a parar sus hijos.
Ellos serán «el cielo».
Incluso en los astros, si quieren, que para ellos se hicieron; y no hay ninguna necesidad estén ahora «habitados», como pretenden los sabios de la televisión, hueros peritos en materia «de lana caprina»; o los desaforados novelistas de la «fantaciencia».
¿Y no habrá algún lugar preciso que sea su asiento y casa, puesto que ahora ellos tienen cuerpos?
¿Dónde era el lugar y asiento de Cristo Resucitado y los Santos que según el Evangelio con Él revivieron?
No lo sé. Aparentemente no lo necesitaban.
Bueno, toda la tierra será su casa solariega, si Uds. quieren, puesto que aquí nacieron: la nueva tierra; la tierra terráquea no aniquilada y creada de nuevo, sino transfigurada y convertida toda ella en Edén, conforme al primitivo plan de Dios; que quería Adán con su progenie transformasen toda la tierra en Paraíso —y Adán la echó a perder; y su progenie está por destruirla.
Lo esencial para mí es que se acabaron las lágrimas y los insomnios. No es poco.
Y Aquel que estaba sentado en el trono dijo: «He aquí, Yo hago todo nuevo»…
Epílogo de la sección esjatológico-histórica del libro.
¿Por qué dice «le daré el agua de la Vida regalada gratis» y después dice «al que venza»? Ojo, Calvino. Porque es de saber y sabemos que la visión beatífica es gratuita, gracias que está por encima de las exigencias de la natura y los méritos de la voluntad; los cuales son solamente condición y no precio.
La eterna oposición del Bien y del Mal moral y nuestra responsabilidad. Una enumeración de pecados graves seguida de la fórmula «ninguno destos entrarán en el Reino de Dios» era un paso común en la predicación apostólica, como vemos en San Pablo; aquí en San Juan es de notar que añade dos términos esjatológicos, «los cobardes y los mentirosos»; pues se ve que abundarán esos tales en los tiempos últimos. ¿Tan grave es ser cobarde? Ahora en la Argentina, no; pero antes lo era.
¿Y los hechiceros? ¿Dónde hay hechiceros hoy día? Y los espiritistas, los psicoanalistas, los astrólogos de las revistas, los adivinos y los morfinóforos ¿qué son? «Farmakoi» dice San Juan, o sea, vendedores de venenos, que era uno de los negocios de los curanderos de aquel tiempo; como de los vendedores de «dope» actualmente.
Monseñor Straubinger:
1. No se dice que esto sucediese mediante el fuego de 20, 9, sino que «huyeron» ante la faz de Dios.
Se habla de fuego en I Cor. 3, 13 y en II Pedro 3, 12, pero rodeado de circunstancias que no es fácil combinar con las que aquí vemos. Por ello parece que hemos de ser muy parcos en imaginar soluciones, que pueden ser caprichosas, en estos misterios que ignoramos.
Aquí, como observa Gelin, aparece a la vista de los elegidos «un cuadro nuevo y definitivo», por lo cual parecería tratarse ya de lo que San Pablo nos hace vislumbrar en I Cor. 15, 24 y 28.
Cielo nuevo y tierra nueva se anuncian también en Is. 65, 17 ss. como en 66, 22; pero allí aún se habla de algún muerto, y de edificar casas y de otros elementos que aquí no se conciben y que Fillion atribuye a «la edad de oro mesiánica» , el retorno a la inocencia primitiva (cf. Is. 11, 6 ss.; Ez. 34, 25; Zac. 14, 9 ss.; Mat. 19, 28; Hech. 3, 21; Rom. 8, 19 ss.; etc.).
2. Pirot observa que la Jerusalén de Ez. 40-48 era todavía terrestre, y añade que la de Is. 54, 11 está descrita con un lirismo deslumbrante, pero no establece ni explica que haya diferencia entre ambas. La Jerusalén que aquí vemos desciende toda del cielo, como dice S. Agustín y es la antítesis de Babilonia, la ramera; la imagen es tomada de la Jerusalén terrenal, pero la idea es otra y no podemos confundirla con nada de lo que era la tierra, fuese o no transformada.
3. La morada de Dios entre los hombres: Algunos suponen a este respecto que la substancia de los elementos adquirirá nuevas cualidades convenientes y relativas a nuestros cuerpos inmortales. Otros observan que en esta consumación definitiva de los misterios de Dios seremos en realidad nosotros, y no las cosas eternas, los que nos transformaremos, como «nueva creación» (II Cor. 5, 17; Gál. 6, 15) y asumiremos como tales esa vida divina.
Ella viene aún como novia, no obstante haberse anunciado desde 19, 6 ss. las Bodas del Cordero. ¿Encierra esto tal vez un nuevo misterio de unidad total, en que habrán de fundirse las bodas de Cristo con la Iglesia y las bodas de Yahvé con Israel? He aquí ciertamente el punto más avanzado, donde se detiene toda investigación escatológica y que esconde la clave de los misterios quizá postapocalípticos del Cantar de los Cantares.
5. Yo hago todo nuevo: Ya habló de cielo nuevo y tierra nueva (v. 1) y de la Jerusalén celestial (v. 24).
¿Qué nueva novedad encierra todavía esta asombrosa declaración de Dios? Parece que en estos capítulos finales el Padre acumula uno sobre otro los prodigios de su esplendidez hasta más allá de cuanto pudiera fantasear el hombre.
Crampón lo considera simplemente como una nueva creación, algo que no está ya expuesto a un «fracaso» como el de Adán, y comenta: «Es una renovación de este mundo donde vivió la humanidad caída, el cual desembarazado al fin de toda mancha, será restablecido por Dios en un estado igual y aún superior a aquel en que fuera creado; renovación que la Escritura llama en otros lugares palingenesia, a sea regeneración (Mat. 19, 28) y apocatástasis pántoon, esto es, la restitución de todas las cosas en su estado primitivo (Hech. 3, 21).»
Bien puede ser sin embargo que Dios vaya más lejos en ese empeño que el hombre no puede sino adorar sin comprenderlo ya, a causa de la estrechez de nuestra mente y la mezquindad de nuestro corazón.
Traigamos a la memoria las palabras de Dios en Isaías:
Lo de antes ya ha llegado, y anuncio cosas nuevas; antes que se produzcan os las hago saber (Is. 42, 9)
Preguntadme acerca de las cosas venideras, dice el Señor (Is. 45, 11)
Yo no he hablado en oculto… ni dije buscadme en vano… Yo hablo cosas rectas (Is. 45, 19)
Ahora te hago saber cosas nuevas, secretas, no sabidas, que han sido creadas ahora, no hace tiempo, de las que hasta ahora nada oíste, para que no puedas decir: Ya lo sabía. (Is. 48, 6-7)
Desde el principio jamás hablé a escondidas (Is. 48, 16).
8. En contraste diametral con lo del v. 7, y ya sin ningún término medio, muestra este versículo la segunda muerte, o sea, el lago de fuego y azufre, el mismo infernal destino que la Bestia y el Falso Profeta inauguraron según 19, 20 y adonde Satanás acaba de ser arrojado (20, 9 s.).
Los tímidos que no llegarán a este cielo maravilloso son los que fluctúan entre Cristo y el mundo; los que se escandalizan de las paradojas de Jesús; los de ánimo doble, que dan a Dios todo, menos el corazón, lo único que a Él le interesa, y no se deciden a pedirle la sabiduría que Él ofrece porque temen que el divino Padre les juegue una mala partida; los que se dejan llevar «a todo viento de doctrina» y, por falta de amor a la verdad, concluyen siempre seducidos por la operación de error para perderse.
Son los que no tuvieron el coraje de resistir la presión del Anticristo. Puede abarcar también a todos los que vivieron anteriormente y que se sometieron al dominio de líderes religiosos que se oponían el Evangelio de Cristo. Se retractan de confesar a Cristo, Romanos 10: 9 y Mateo 13: 21.
APÉNDICE: LA NUEVA JERUSALÉN = 21:9 – 22:5
9-27:
Y vino uno de los siete Ángeles que tenían las siete copas llenas de las siete plagas postreras, y habló conmigo diciendo: «Ven acá, te mostraré la novia, la esposa del Cordero.»
Y me llevó en espíritu a un monte grande y alto, y me mostró la ciudad santa Jerusalén, que bajaba del cielo, desde Dios, teniendo la gloria de Dios; su luminar era semejante a una piedra preciosísima, cual piedra de jaspe cristalina.
Tenía muro grande y alto, y doce puertas, y a las puertas doce Ángeles, y nombres escritos en ellas, que son los de las doce tribus de los hijos de Israel: tres puertas al oriente, tres puertas al septentrión, tres puertas al mediodía, tres puertas al occidente.
El muro de la ciudad tenía doce fundamentos, y sobre ellos doce nombres de los doce apóstoles del Cordero.
Y el que hablaba conmigo tenía como medida una vara de oro, para medir la ciudad, sus puertas y su muro.
La ciudad se asienta en forma cuadrada, siendo su longitud igual a su anchura. Y midió la ciudad con la vara: doce mil estadios; la longitud y la anchura y la altura de ella son iguales.
Midió también su muro: ciento cuarenta y cuatro codos, medida de hombre, que es también medida de Ángel.
El material de su muro es jaspe, y la ciudad es oro puro, semejante al cristal puro.
Los fundamentos del muro de la ciudad están adornados de toda suerte de piedras preciosas.
El primer fundamento es jaspe; el segundo, zafiro; el tercero, calcedonia; el cuarto, esmeralda; el quinto, sardónice; el sexto, cornalina; el séptimo, crisólito; el octavo, berilo; el nono, topacio; el décimo, crisopraso; el undécimo, jacinto; el duodécimo, amatista.
Y las doce puertas son doce perlas; cada una de las puertas es de una sola perla, y la plaza de la ciudad de oro puro, transparente como cristal.
No vi en ella templo, porque su templo es el Señor Dios Todopoderoso, así como el Cordero.
La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la alumbren, pues la gloria de Dios le dio su luz, y su lumbrera es el Cordero.
Las naciones andarán a la luz de ella, y los reyes de la tierra llevan a ella sus glorias.
Sus puertas nunca se cerrarán de día —ya que noche allí no habrá— y llevarán a ella las glorias y la honra de las naciones.
Y no entrará en ella cosa vil, ni quien obra abominación y mentira, sino solamente los que están escritos, en el libro de vida del Cordero.
CAPÍTULO XXII
El Río y el Árbol de la Vida
1-5:
Y me mostró un río de agua de vida, claro como cristal, que sale del trono de Dios y del Cordero.
En medio de su plaza, y a ambos lados del río hay árboles de vida, que dan doce cosechas, produciendo su fruto cada mes; y las hojas de los árboles sirven para sanidad de las naciones.
Ya no habrá maldición ninguna. El trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos lo adorarán, y verán su rostro: y el Nombre de Él estará en sus frentes. Y no habrá más noche; ni necesitan luz de lámpara, ni luz de sol, porque el Señor Dios lucirá sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.
Así como la historia de los siete castigos termina con la descripción de la ruina de Babilonia, la gran prostituta; de la misma manera, las siete visiones de consuelo terminan con la descripción de la Nueva Jerusalén, la Novia fiel.
«Uno de los siete». Como Dios es a la vez amor y justicia, tal vez, el mismo Ángel (17:1) que ejecutaba el juicio de Dios, ahora muestra a Juan la misericordia de Dios. Ellos obedecen las órdenes del Señor, sea para castigar, sea para bendecir. Los antiguos comentaristas han observado la paradoja en el ministerio de aquel Ángel: azotar al mundo incrédulo y mostrarle a Juan la belleza del nuevo mundo.
La santa ciudad combina elementos de Jerusalén, el templo y el huerto de Edén.
En su Evangelio, Juan siempre emplea el término griego, usado en el sentido político. En Apocalipsis, él se sirve de la palabra hebrea, usada en el sentido religioso.
De la Nueva Jerusalén consideremos, con San Juan, sucesivamente lo que es en sí misma y lo que hace.
I. – LA CIUDAD EN SÍ MISMA (XXI, 10-23)
1º) ¿Dónde está ubicada?
San Juan es transportado a una montaña grande y elevada, sobre la cual se encuentra asentada Jerusalén, la Ciudad Santa.
Esta ciudad es la Iglesia, vista tanto es sus combates terrenos como en su gloria eterna.
La Iglesia, de hecho, domina toda la historia y todas las instituciones y se encuentra protegida por Dios, que monta guardia a su alrededor.
San Juan dice dos cosas sobre ella: que desciende del cielo y que tiene la gloria de Dios.
Desciende del cielo porque es toda espiritual, lo que la separa de la carnal Babilonia, que viene de abajo, inmersa en sus pantanos.
Ella recibe toda su gloria de Dios, porque así como la cortesana acapara toda la gloria humana, la Esposa del Verbo recibe la gloria de Dios, que la irradia como el sol sobre una ciudad.
2º) Plano arquitectónico de la ciudad
Doce puertas dan acceso a la ciudad; doce Ángeles montan guardia y doce nombres están escritos sobre ellas; doce piedras fundamentales sostienen el muro.
Las doce puertas son las doce tribus de Israel, la religión judía que, abriéndose a la voz de Cristo a los cuatro puntos cardinales, se convierte en católica, es decir, universal. Si enfrenta cada punto cardinal con tres puertas es para significar que es predicando el misterio de Dios en Tres Personas que ella adquiere esta catolicidad.
El muro de la ciudad posee doce cimientos, es decir, los doce Apóstoles, fundamentos de la Iglesia. Como hay una piedra fundamental, que es Jesús, Él está en los doce y los doce se encuentran en Él.
Un Ángel mide la ciudad con un metro de oro. Las cifras y líneas son perfectas. ¡Atención! San Juan dice que las líneas y las cifras tienen valor tanto en el mundo de los Ángeles como en el de los hombres. ¡No queda lugar para las dimensiones espaciales! Estamos en el mundo intelectual, donde Ángeles y hombres se reencuentran.
Esto puede significar simplemente una ciudad perfectamente ordenada, que tiene una longitud que abarca todos los siglos, una anchura que domina el universo entero, una profundidad que agota todas las filosofías, y una altura que supera todos los ideales.
Según las variaciones del codo bíblico, cada lado mide entre 2.200 y 2.400 kilómetros.
12.000 estadios, alrededor de 1.500 millas o 2.400 kilómetros.
3º) Materiales con que está construida
Si en el despliegue de la Iglesia las líneas son perfectas, los materiales no son menos ricos en detalles. Vemos, en efecto, piedras preciosas, perlas, oro y cristal.
Debido al hecho que el idioma humano no puede expresar, ni tampoco la imaginación humana es capaz de percibir el plano del mundo espiritual, San Juan usa el lenguaje metafórico para describir las glorias del mundo eterno.
Vamos a ver sucesivamente a) la mampostería, b) el revestimiento, c) los fundamentos, d) las puertas y e) las calles y plazas.
a) La mampostería es de jaspe. El jaspe es una piedra preciosa más opaca que todas las otras, estriada de líneas de colores variados o manchada de puntos brillantes.
Representación maravillosa de la fe, que tiene el papel de la mampostería en el orden espiritual. Es ella la que porta y soporta todo el resto. Pero, además, da brillo a todas las virtudes, como el jaspe presenta la armonía y la luminosidad de todos los colores. Finalmente, la fe es la misma fuerza, que refleja la opacidad del jaspe.
b) En cuanto al revestimiento, es de oro puro. Entre las virtudes, hay una que las vivifica, las embellece y las supera a todas, tomando en la joyería espiritual el rol del oro: es la caridad.
La caridad es esencialmente soportada por la fe, como el revestimiento por la mampostería. Si la fe es necesaria a la caridad, la caridad lo es mucho más a la fe, porque la fe que no es vivificada por las obras de la caridad, está muerta en sí misma.
Pero el oro vislumbrado por San Juan es transparente como el cristal. Esto es así porque, si la caridad por su valor es comparable al oro, por su generosidad y paciencia, que excluyen todo egoísmo, es comparable al cristal.
c) Las piedras fundamentales, que como ya sabemos son 12, son muy hermosas, constituida cada una por una piedra preciosa diferente.
Contrariamente a los principios de la arquitectura, que hacen indispensable el hecho de esconder el fundamento, ésta es la parte más destacada de la nueva Jerusalén. La nueva Jerusalén jamás será sacudida.
Ya es bastante notable que la parte del edificio que requiere menor belleza, las fundaciones o cimientos, estén constituidos por lo más hermoso de la creación material, las piedras preciosas. Pero es necesario que sea así para significar que los Apóstoles, que son los doce fundamentos de la Iglesias, han sido prodigios de santidad, al mismo tiempo que difieren entre ellos. ¡Qué variadas son las riquezas de Dios!
Así como son diferentes entre sí el zafiro, la esmeralda, el topacio y el jacinto…
1ª) jaspe = multicolor, rayado, moteado o flameado
2ª) zafiro = azul
3ª) calcedonia = blanco
4ª) esmeralda = verde
5ª) sardónice = rosa-rojo
6ª) cornalina = rojo anaranjado
7ª) crisólito = amarillo-verde
8ª) berilo = rosa
9ª) topacio = amarillo
10ª) crisopraso = verde blanquecino
11ª) jacinto = rojo
12ª) amatista = violeta
También puede verse en las joyas el fundamento natural del edificio sobrenatural, el espíritu de pureza, la honestidad, la humildad, la mortificaron, la mansedumbre, la abnegación…
d) Respecto de las 12 puertas, son doce perlas.
La perla blanca, nacarada e iridiscente, no se excluye del mundo de las virtudes.
Cada puerta de la Jerusalén celestial está constituida por una sola perla, ¿por qué?
Así como la perla material se hace por una secreción de un molusco que se protege contra un intruso, del mismo modo la perla moral es la protección dada por el alma contra el diablo y el mundo: el recogimiento, el cerrar las puertas del alma…
En caso que al alma se abra por el espíritu del apostolado, debe cerrarse por el recogimiento y la contemplación. Por eso las puertas son de una sola perla: cuando el alma ataca al adversario por el apostolado, ella debe defenderse por el recogimiento y la contemplación. Son dos aspectos de una misma cosa.
e) Las calles y plazas son necesarias en una ciudad geográfica, porque permiten la circulación; y la circulación es la vida.
La calle, plateia, significa «plaza» o «lugar espacioso». Debido a que la calle será continua aun cuando cambie de dirección o se una con otra avenida que proceda de otra puerta, es solamente una calle, no muchas.
La circulación en la vida moral de la ciudad es la caridad, porque ella es el movimiento de las almas, mientras que el egoísmo es la inercia y la muerte.
Por eso las calles y plazas de Jerusalén son de oro puro, transparente como el cristal; lo que simboliza la caridad; como no es el egoísmo, no debe ser opaco, sino la transparencia.
4º) ¿Monumentos?
El mundo espiritual, que está más allá del espacio, no tiene monumentos.
En la Jerusalén celestial, no habrá un edificio designado como templo, tal como existía en la Jerusalén terrenal. El santuario o templo será la inconmensurable totalidad del cielo. La presencia de Dios Todopoderoso en su plenitud, Padre, Hijo y Espíritu Santo, lo llenará todo de manera que no habrá necesidad de que exista en el cielo un lugar designado como templo.
El templo de los elegidos es Dios. Indica la presencia de Dios en el nuevo mundo.
En la Nueva Jerusalén, Dios mismo morará con su pueblo y un acercamiento indirecto no será necesario.
«El tabernáculo de Dios». Esta es una frase muy importante, porque ella explica el carácter de la nueva Jerusalén. El Dios Santo va a morar en una ciudad Santa, rodeado por su gente santa.
Desde el tabernáculo en el cielo en 15: 5, salió la ira de Dios sobre la gente no arrepentida; ahora, el tabernáculo mismo desciende desde el cielo para bendecir a los redimidos con la presencia de Dios mismo.
Jesús, en cuanto como hombre, es también el lugar de los electos, porque es por Él y en Él que Dios se da a los hombres. De ahí las palabras de San Juan: No vi en ella templo, porque su templo es el Señor Dios Todopoderoso, así como el Cordero.
La ciudad divina, que no pertenece al espacio y no conoce sus necesidades, no requiere ser iluminada por el sol ni la luna. Y sin embargo, debe ser iluminada. Lo será por Dios, que irradia sobre ella: La ciudad no tiene necesidad de sol ni de luna que la alumbren, pues la gloria de Dios le dio su luz, y su lumbrera es el Cordero.
San Pablo dijo lo mismo a los corintios: Dios, que dijo que la luz resplandezca en las tinieblas, brilla en nuestros corazones (II Co. IV, 6).
Todo el tema de la luz tiene una riqueza incomparable en la Sagrada Escritura, digna de ser estudiada en profundidad.
II. – LO QUE HACE LA CIUDAD (XXI, 24- XXII, 5)
Una vez encendida, la iglesia iluminar el mundo, exponiendo a los charlatanes que engañan.
1º) Los beneficiados
Jesús dijo a sus Apóstoles: Yo soy la luz del mundo; Vosotros sois la luz del mundo.
Iluminados por la Iglesia, los hombres podrán caminar, es decir, hacer actos buenos y alcanzar su fin.
En contrapartida, efes y reyes le presentarán su homenaje y reconocimiento como mensajera de Dios.
Sus numerosas puertas, enfrentando los cuatro puntos cardinales, no se cerrarán nunca a causa de la afluencia; ni de día ni de noche, porque sin intervalo pedirán entrar. Ni de noche es un modo de decir, porque no hay noche, la luz ilumina las vías de acceso a la Iglesia.
Multitudes innumerables aportarán su admiración y dedicación.
No todos los hombres accederán. Instintivamente se alejarán de ella los amantes del placer, los adoradores de sí mismo, los mentirosos…, los que tengan miedo de la pureza, de la humildad y de la verdad.
De hecho entrarán en la iglesia aquellos cuyos nombres estén en el Libro de la Vida del Cordero.
2º) Los beneficios
En los versículos 1-5, la Nueva Jerusalén es descrita como el paraíso de Dios, parecido al Edén original, pero superior a aquél. Estos versículos muestran que la redención de Dios devolverá la nueva creación al estado del huerto de Edén y a la intención del Creador con la humanidad.
La Biblia empieza y termina en un jardín. El pecado hizo alejar al hombre del primer huerto; la gracia introduce al hombre en un paraíso.
Es más difícil dar con una explicación espiritualizada que tomar estas afirmaciones al pie de la letra. Pero si uno acepta el relato de Génesis 3 como histórico, hablando de un verdadero árbol, pero rechaza el relato de Apocalipsis, hablando de algo simbólico, sería forzar todos los principios de la hermenéutica bíblica.
Dos tipos de beneficios atraerán hacia la Iglesia: el verdadero bienestar aquí, y la plenitud de la bienaventuranza en el Cielo.
a) El verdadero bienestar aquí
Y me mostró un río de agua de vida, claro como cristal, que sale del trono de Dios y del Cordero. En medio de su plaza, y a ambos lados del río hay árboles de vida, que dan doce cosechas, produciendo su fruto cada mes; y las hojas de los árboles sirven para sanidad de las naciones.
El río es el de la Revelación y de la Gracia; trae la Verdad y la Vida, la Fe y la Gracia.
Los árboles plantados a los bordes del río de la ciudad, son sus habitantes. Sus raíces se sumergen misteriosamente en el río por la lectura y la audición de la Palabra y por la recepción de los Sacramentos
Los frutos, actos de virtud, son degustados por Dios y comidos por el prójimo. El follaje, oraciones y sacrificios, transportados a lo lejos, ayudan a la conversión de los paganos.
La estadía en la ciudad de Dios es, por lo tanto, sumamente atractiva, pero sus atractivos no se detienen allí.
b) La plenitud de la bienaventuranza en el Cielo.
Ya no habrá maldición ninguna. El trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos lo adorarán, y verán su rostro: y el Nombre de Él estará en sus frentes. Y no habrá más noche; ni necesitan luz de lámpara, ni luz de sol, porque el Señor Dios lucirá sobre ellos, y reinarán por los siglos de los siglos.
El último beneficio de la Iglesia se resume en siete proposiciones:
1ª) Dios y el Cordero están sentados en el Cielo. San Juan destaca el descanso divino después del trabajo ininterrumpido de la creación y santificación de los hombres.
2ª) Dios es visto cara a cara, y su Nombre está en la frente de sus elegidos. Manifestándose, refleja en sus frentes un destello de su ser. He aquí la filiación divina acabada y la deificación consumada.
3ª) El resultado es que la obediencia de los elegidos es perfecta.
4ª) A partir de entonces, nada respira maldición, descontento, rebelión, desacuerdo…
5ª y 6ª) Nada de tinieblas ni de error, ninguna injusticia; Dios ilumina todas las inteligencias.
7ª) La conclusión es que los elegidos reinarán por siempre.
Comentario del Padre Castellani:
La Nueva Jerusalén: En Cristo, ¿vuelve o no vuelve?
Basta de visiones de maldición. Interpreten ustedes las otras seis plagas, que son fáciles.
La Visión que cierra el APOKALYPSIS es de la Nueva Jerusalén. Hay dos Jerusalenes nuevas, la celestial y la terrena, madre de todos nosotros.
La Jerusalén celestial es la actual congregación de los salvados; o sea lo que llamamos el Cielo, hállese donde se halle. El Profeta los ve debajo del altar, clamando venganza contra el poderío injusto y homicida del infierno y el mundo; altro que como los veía Víctor Hugo, rogando piedad a Dios para los sinvergüenzas como él.
«Y vi el alma de los degollados por Cristo debajo del altar, orando y demando: —¿Hasta, cuándo., Señor santo y veraz, no juzgas y no vindicas nuestra sangre de aquellos que viven en la tierra? —Hasta que se completen vuestros hermanos y consiervos que han de ser matados como vosotras».
El Cielo es la visión de Dios y la posesión fusionante y unitiva del alma con la deidad. Pero las almas beatas claman en cierto modo por sus cuerpos, cuyas son formas sustanciales.
Pero esta Jerusalén celeste, que ya funciona desde que Cristo «bajó a los infiernos» el día de su muerte, no es la Jerusalén terrestre que ve bajar ahora el Profeta «adornada como una esposa para el varón». Estotra es «un cielo nuevo y una tierra nueva». Es el «tabernáculo de Dios con los hombres, para que desde ahora vivan juntos; porque yo- [dice Dios] renuevo ahora todas las cosas».
No es la esposa de Dios, sino la prometida del Cordero, que desciende del cielo a la tierra con la claridad del cristal y el fulgor del crisólito y el jaspe. Es una ciudad cercada y medida, con doce puertas y doce fundamentos, en forma de cubo perfecto. El sol que la ilumina no es otro que el Cordero, la surca un río de agua viva, y hay en ella doce árboles que dan el fruto de la vida y tienen hojas que curan todo mal.
El Profeta la describe con términos corporales y la promete para los últimos tiempos, para después de la Segunda Venida. Es un error exegético, por tanto, identificarla con el cielo de las almas y con la bienaventuranza definitiva. Están descritas de diferente manera, la celeste y la terrena.
Quisiera describirla. ¿Quién podrá describirla mejor que San Juan? Pero yo quisiera describirla para mis hermanos los argentinos. Quisiera tener, para describirla, la elocuencia del padre Golía para los italianos.
En la Pascua de 1930 oí en Roma un sermón sobre el cielo, del gran predicador italiano Golía, jesuita. Golía hizo un sermón largo, amoroso y humoroso, acerca de la perfección final de la natura humana en la vida venidera —que eso y no otra cosa es el cielo—, de hacer llorar y reír al mismo tiempo. Dijo que no hubiera más en el cielo que la supresión de todos los males terrenos, ya eso era paraíso.
Describió los principales males terrenos, error, discordia, mentira, guerra, trabajo, incertidumbre, disgustos, enfermedad, vejez y muerte. Y después glosó humorosa y líricamente —haciendo chistes al mismo tiempo contra las beatas que cuchicheaban y movían las sillas y no dejaban escuchar— la promesa del Profeta: «Secaré de sus ojos toda lágrima Yo mismo, dice Dios, y ya no habrá más muerte y luto lúgubre, pues estarán conmigo sin ser dos; y ya no halará clamor, dolor, ni estrépito, porque todo lo viejo se acabó».
Después empezó Golía a recorrer todas las dichas terrenas y a purificarlas y a sublimarlas, para mostrar cómo serán todas las cosas nuevas en la Jerusalén terrena, donde reinarán los santos con Cristo mil años.
***
La Novia se convierte en una Ciudad, como en el Libro IV de Esdras.
No hay que afligirse de la descripción detallada de la Ciudad Santa, que somos todos nosotros después de pasada la puerta estrecha inevitable: la descripción de Ezequiel en el Capítulo XLVIII, donde Juan se inspira, es bastante más pesada y prosaica.
San Juan la describe en términos de luminosidad («lux perpetua luceat eis», canta la Iglesia, y «locum refrigerii, lucis et pacis ut admittas deprecamur») llevando la claridad de Dios —que no es un sustantivo común en hebreo, sino un nombre propio, la «Shekkinnah»— y ella misma como jade cristalino.
Las piedras preciosas que prodiga San Juan no la hacen ciertamente «una ciudad mineral, una fría ciudad metálica», como piensa monseñor Pitaluga; pues son los vivos colores y no la dureza lo que mira San Juan: una especie de iris con los más brillantes y delicados matices del Universo.
Hay en ella no solamente luz prismática sino también árboles y fuentes. Y sus piedras son vivientes. Los «nombres» de los Doce Apóstoles son simplemente los Doce Apóstoles.
¡Una ciudad bastante mayor, casi el doble, que toda la República Argentina entera y verdadera —si se calcula un estadio en 185 metros, y los 12.000 la medida de un lado— ha asustado a algunos; que han atribuido los 12.000 a toda el área y no a los lados, lo cual es sacar la raíz cuadrada; lo cual no parece dar el texto.
También la forma della es poco concebible, una ciudad en forma de cubo; pero puede ser también en forma de pirámide o cono, las casas apoyadas en las laderas de una alta montaña; o más probable, en forma de los famosos palacios de Babilonia, los zikkurats, en forma de plataformas superpuestas angostándose hacia arriba, los pensiles caldeos, que eran para los orientales una de las siete maravillas del mundo, y el símbolo del sumo lujo y fasto.
Como quiera fuere, yo creo San Juan apunta simplemente a la perfección del mundo nuevo resurgido: el 12, y más aún, el 12 por 12, es el número ritual de la perfección y el acabamiento.
Si habrá una perfecta ciudad real y física después de la Resurrección, es cosa que no puedo saber: puede que sí, puede que no, puede que quién sabe.
Lacunza pone dos por falta de una —por el mismo precio podía haber puesto tres—, a saber: la Jerusalén «del cielo», bajada realmente del Empíreo y morada de los primeros resucitados; y la Jerusalén de la tierra, reedificada por los judíos convertidos, con su Templo, sus ceremonias, e incluso los sacrificios y holocaustos de la Ley Mosaica; centro de las peregrinaciones de todo el mundo durante los mil años; en los cuales él cree como fierro.
(…)
No sé lo que significa «medida de hombre, medida de ángel»; a no ser que quiera decir la medida que da el Apóstol es humana, pero las medidas reales de la Ciudad Viviente son inefables y «angélicas»; en efecto, los resucitados primeros, que son la morada de Dios, no se pueden medir humanamente.
Puede sorprender y sorprende ver representada por San Juan la gloria del cielo como una Ciudad; pero en realidad es un símbolo propio de la unidad del hombre restaurado. Es el orden de la criatura no poder representar la unidad soberana de que surgió sino por una unión múltiple.
Hay un árbol en la India llamado banián que deja caer sus ramas hasta el suelo, cada una de las cuales prende y brota, y se convierte en un nuevo árbol; formándose así selvas enteras que son muchos árboles y un solo árbol, pues todas permanecen unidas intrínsecamente al árbol protoplasta.
Así en el Universo redevenido Paraíso, no terrestre solamente ni celeste solamente, más superterrestre, se realiza la suspirada siempre re-unión de la humanidad en el unimúltiple Adán; el cual, si introdujo en ella la división por el pecado, la separación, y hoy día la pulverización en individuos huraños —como los votantes democráticos que depositan cada uno por su cuenta un «voto» en una «urna»—; sin embargo en el Génesis es llamado el «fecundo», el «multiplicado», el «llenador y dominador de la tierra», como el banián.
Ningún otro símbolo que la firme contexión de una arquitectura puede significar mejor la Unidad o reunión armónica de la Humanidad trasfigurada en trasposición celeste.
Todo o nada: es toda la red de los rescatados a la muerte sin que se suelte una malla, para usar una metáfora del mismo Cristo. Las mallas son dobles, varón y mujer; pues no es de creer que el sacramento del Matrimonio ni la división en dos sexos sean aniquilados por la Resurrección. Cierto, después de la Resurrección, «ni se darán ni tomarán en matrimonio», dijo el Señor. La procreación no será necesaria pero nadie ha dicho que el Matrimonio tenga por único fin la defensa de la procreación. Es absurdo suponer que el amor y la unión conyugal, que es figura de Cristo y su Iglesia, van a ser aniquilados por la realización de la figura, por las bodas de Cristo y su Iglesia. El Mal Rico en el infierno recuerda la relación con sus hermanos ¿y no van a recordarse en el cielo los esposos? Cómo será la trasposición del amor conyugal al cielo, yo no lo sé; pero que existirá, pueden estar seguros. La palabra de Cristo en San Lucas debe entenderse en el sentido estricto en que la dijo Cristo; y no es necesario para eso —al contrario— caer en el milenismo carnal del hereje Kerinthos, que ése sí niega paladinamente la palabra de Cristo.
«¿Qué mujer será pues la Esposa de las siete que se casaron sucesivamente con un mismo varón?» La pregunta de los Saduceos a Cristo es sencilla; pero responderla del todo allí, era ocioso y aun perjudicial. En el sentido de las relaciones carnales, ninguna; en el sentido de un amor sublimado, todas. Serán un banián, una célula sin kariokinesis, uno de los sillares de pedrería de la Ciudad Celeste.
Aquí se podría filosofar un poco sobre la integración de la Humanidad en el Nuevo Adán, y en consecuencia la integración del Universo en las manos de Dónde salió; con la apokatástasis, la anákefaleosis, y demás palabronas del repertorio; pero resulta que todo eso es más accesible en la forma fabulosa e imaginera en que San Juan lo puso, que no en las abstracciones de los «sophiólogos», incluso San Agustín.
Contentémonos con traducir la conclusión del largo especular de W. Soloviefl (en el final de su libro Rusia y la Iglesia Universal): «… La razón y la conciencia del varón, el corazón y el instinto de la mujer, juntos con la ley de solidaridad y altruismo que forma la base de toda sociedad, no son más que una prefiguración de la verdadera unidad divino-humana, un germen; que debe crecer, florecer y llevar fruto todavía. El desarrollo sucesivo dese germen se cumple por el proceso de la historia bajo la Providencia; y el triple fruto que ha de llevar es la Mujer perfecta, o sea la Natura divinizada; el Hombre perfecto, o sea el Hombre-Dios; y la sociedad perfecta de Dios con los hombres, encarnación perfecta de la «Shekhinnah», o Sophia perenne…»
Aparentemente lo que interesa al Profeta en su figuración es el arcoiris de los colores más exquisitos de la tierra: el jaspe es verde; el zafiro es azul opaco y dulce; el jalcedón o calcedonia brilla en las tinieblas como una llama pálida; la esmeralda, como se sabe, es verde profundo; la cornalina es color de uña, tiene tres colores superpuestos que van del rosa al carmesí; el sardón o hematita es rojo sin mancha; el crisólito es color de mar, con cambiantes de verde y oro; el berilo es verdeazul o aguamarina; el topacio es traslúcido, verdeamarillo; lo mismo que el crisópaso; el jacinto es color acero y cambia de color con el cielo; el amatista es púrpura violeta.
San Juan conocía las llanuras de Sennaar, una especie de Paraíso Terrestre. «Cuando llega la primavera después de las lluvias invernales, todo verdece y eflorece de golpe: la vegetación lujuriante sube hasta los pretales de los caballos y los bueyes; las ovejas y las cabras se anegan completamente. Las flores brotan no separadas como en nuestros jardines, sino en bloques compactos, en canteros inmensos, blancas, rojas, azules, amarillas, moradas, rosadas, de modo que el valle es un piso de pedrería multicolor. Los perros, volviendo de la caza, salen todo teñidos del polen de las flores. Pero desde el mes primero del verano, la sequedad ha aridecido todo: los tallos de la hierba crepitan bajo los pies, todo está ennegrecido, quemado como por una llama; la tierra retorna al reino de la muerte…»
«Y Él [el Cristo] brotó como un vástago vivo de la tierra desecada», dice Isaías, LIII.
San Juan describe aquí la resurrección del Paraíso Terrenal. Todas esas gemas que ingenuamente enumera, los antiguos atribuían a cada una dellas una propiedad medicinal; como apuntará más tarde San Juan, pero atribuyéndolas a los árboles del Paraíso.
Dije arriba que puede existir una Jerusalén triunfante real y física o puede no. Si la teoría del Reino de Milaños es justa, cierto deberá existir esa Jerusalén; cuya resurrección gloriosa predicen tantísimas veces los antiguos Profetas.
Estas palabras del final Capítulo XXI parecen corroborar esa teoría; pues los Reyes de la tierra le llevan su homenaje, y el honor y la gloria de las Gentes.
Mas si hay una sola y subitánea resurrección de la carne, seguida del Juicio Final y la Eternidad —como quieren acérrimamente los alegoristas— ya no hay Gentes, ni Reyes, ni honores ni homenajes ni nada por el estilo; ni hombres que necesiten de medicinas.
Muchos árboles individuos deben ser, puesto que están en ambas riberas del río. La misma observación de antes: si la Resurrección general ha barrido con todos y con todo per ignem, ni hay «Gentes», ni hay por qué medicinarlas.
«Cui bene facitis attendentes quasi lucernæ ardenti in caliginoso loco», dice San Pedro de la Escritura: «a la cual hacéis bien en aplicaros, como a una lámpara que luce en un lugar caliginoso»; lo cual hoy día hay que decir sobre todo del «Librito», la Revelación de San Juan.
Aquí dice que eso no será ya necesario en la Ciudad de la Luz; que es simplemente la visión de Dios: «pues mirarán Su rostro».
Monseñor Straubinger:
12. El muro no existía en la de Zac. 2, 4. En ésta sólo es un atributo de su belleza, pues ya no teme ataques.
Nótese el simbolismo invertido de las doce puertas y doce cimientos: aquéllas (lógicamente posteriores al cimiento), con los nombres de las doce tribus de Israel, y éstos con los de los doce Apóstoles. ¿No significa esto la unión definitiva entre los dos Testamentos en el Reino del Padre?
16. Cuadrada: (cf. Ez. 43, 16; 48, 15 ss.). 12.000 estadios, o sea 2.220 kilómetros.
Como se ve, esta cifra parecería simbólica a causa de la magnitud e igualdad de las dimensiones, lo cual significa perfección. No se puede, empero, asegurarlo, pues para Dios nada es imposible. En Ez. 48, 16 la ciudad es cuadrada, de 4.500 cañas de lado.
«Interpretar en sentido figurado lo que podemos interpretar en sentido propio, es digno de los incrédulos o de los que buscan rodeos a la fe» (Maldonado).
«La ciudad formaba un cubo perfecto, dice Fillion, como el Santo de los santos en el tabernáculo de Moisés y en el Templo; lo cual quiere expresar que la nueva Jerusalén toda será el sitio de la manifestación directa y muy íntima del Señor.»
18. Los preciosos metales y gemas pueden ser figuras materiales de aquella belleza inefable que «ni ojo vio ni oído oyó, ni pasó a hombre alguno por pensamiento». Mas no lo sabemos, y por tanto no hemos de empeñarnos en negar de antemano todo sentido real y perceptible a estos esplendores, prometidos aquí por el mismo Dios que nos enseña la vanidad del mundo presente. Bien podría el Enemigo, so pretexto de espiritualidad, quitarnos así el ansia de tener «un tesoro en el cielo», sabiendo él que «donde está nuestro tesoro está nuestro corazón».
¿Acaso la belleza visible habría de quedar sólo para los pecadores de este mundo? ¿Por qué, dice un autor, no cabría una perfección en el orden de la materia restaurada, pues que hemos de resucitar con nuestro cuerpo? El Dios de los crepúsculos, de las flores, de los lagos es quien nos hace estas promesas.
Si no le creemos a Él, dice San Ambrosio, ¿a quién le creeremos? Si alegorizamos todo, nos quedaremos sin entender nada. Hoy podríamos agregar que si las vidrieras de una catedral gótica, por ejemplo, deslumbran nuestra sensibilidad aún carnal, con una belleza de color que nos parece casi sobrehumana ¿por qué no habríamos de creer simplemente a Dios cuando nos promete toda esta pedrería como un marco digno de la patria divina, sin perjuicio del amor puro pues ya no la miraremos con afectos carnales?
22. No habrá templo en ella. Sin duda la ciudad misma será toda un santuario, y los comentadores exponen que en la Jerusalén celestial no habrá altar ni sacrificios, suponiendo que, al renovarse todo, habrán pasado los tiempos de la intercesión en el Santuario celestial.
Dios y el Cordero serán el divino templo de la continua alabanza, así como serán también la recompensa de la esperanza.
Es muy hermoso ver aquí a Jesús con igual gloria y honor que «su Dios y Padre», ante quien se postraba con profunda adoración y a quien ya habrá entregado el Reino para quedarle Él mismo sujeto por siempre «a fin de que el Padre sea todo en todo».
23. Al admirar, con el alma colmada de gratitud, esos esplendores, no olvidemos que todo viene de que el Cordero será el luminar, y que sin Él nada podría ser apetecible.
El misterio del Hijo como antorcha de la claridad del Padre —luz de luz dice el Credo— es el que nos anticipa el Salmo 35, 10 al decir a Dios: «En tu luz veremos la luz.»
A este respecto algunos autores, desde la época patrística, han distinguido entre los justos varias esferas de bendición. Parece fundado pensar que, siendo el Cordero la lumbrera de la Jerusalén celestial, los que le están más íntimamente unidos y viven aquí de la vida de Él con fe, amor y esperanza, estarán incorporados a Él compartiendo su suerte en lo más alto de los cielos, es decir, formando parte de ese luminar.
25 ss. Cf. Is. 60, 11; 35, 8; 52 1. Véase en Ez. 44, 2 y 48, 35 y notas otros paralelismos y diferencias entre esta Jerusalén celestial y la Jerusalén anunciada por los antiguos profetas.
1. El agua que fluye es el símbolo de la vida inmortal perpetuamente renovada (cf. 21, 5 y nota).
Así fluían también los cuatro ríos del Paraíso (Gen. 2, 10 ss.).
Los Santos Padres entienden este rio de muy distintas maneras. Algunos, del mismo Jesucristo; San Ambrosio, del Espíritu Santo.
Benedicto XV, citando a San Jerónimo, dice: «No hay más que un río que mana de bajo el trono de Dios y es la gracia del Espíritu Santo, y esta gracia está encerrada en las Sagradas Escrituras, en ese río de las Escrituras. Y éste corre entre dos riberas, que son el Antiguo y el Nuevo Testamento, y en cada orilla se encuentra plantado un árbol, que es Cristo» (Enc. «Spiritus Paraclitus»).
¿Acaso no son éstas, en el desierto de este siglo, el «agua viva» que da Jesús, de la cual sale vida eterna?
2. En el nuevo Paraíso no habrá ya árbol prohibido y sí multitud de árboles de vida.
El griego no usa el término dendron = árbol, sino xylon, literalmente leño, que puede traducirse también bosque.
Su fruto cada mes: Estos frutos, de árboles plantados por el mismo Dios, ¿no serán los que el Esposo y la esposa van a recoger después de la unión definitiva?
Hay que confesar que la mayoría de los enrolados como cristianos están harto lejos de preguntarse estas cosas que tanto les interesan, y menos con la idea que muchos se hacen del cielo con las almas solas, olvidando el gran hecho de la resurrección de los cuerpos.
4. Y verán su rostro: en una visión fruitiva.
Imaginando las maravillas de esta Jerusalén de gloria que Dios prepara a los suyos, dice Bossuet: «S¡ en el cielo se terminan todos los designios de Dios ¿qué obra no será ésa a cuyo creación todo el universo no ha servido sino de preparación, que Dios tuvo en mira en todo cuanto hizo, que ha sido el blanco de todos los deseos divinos y concluida la cual Dios quiere descansar por toda la eternidad?»
Pero en vano querríamos suponer cosas deleitosas más allá de Dios mismo, más allá del goce y la posesión íntima de la divinidad, incorporados al Padre en Cristo mediante la filiación divina operada en nosotros por el Espíritu Santo.
Así, pues, en el v. 12 nos dice Jesús que su galardón viene con Él mismo, y Dios lo anunciaba desde el Antiguo Testamento diciendo a Abrahán: «Soy Yo tu inmensa recompensa».
5. Reinarán por los siglos de los siglos: Con este anuncio definitivo termina aquí la fase final de la profecía.
Lo que sigue es un epílogo para confirmar su extraordinaria importancia y volver el ánimo del lector a la expectación de la Parusía de Cristo, acto inicial de este último proceso revelado a San Juan.
EPÍLOGO
Al llegar al capítulo 22, todos los propósitos globales de Dios han sido realizados. Las palabras concluyentes del capítulo forman más bien una especie de apéndice que contiene instrucciones sobre cómo el creyente debe conducirse a la luz del contenido del libro.
En el último capítulo el apóstol San Juan hace una recapitulación de los temas que introdujo al principio del libro.
El epílogo hace un eco de los elementos de la introducción.
Este epílogo es una conclusión explicativa. Los dos temas del mismo son: la autenticidad del libro como una revelación divina y la inminencia del fin.
Hay cuatro similitudes entre el prólogo y el epílogo:
Es una profecía genuina, 1: 3 – 22: 6, 9-10, 18-19
Fue escrita por un verdadero profeta comisionado por Dios, 1: 1, 9-10 – 22: 8-10
Debe ser leída en las iglesias, 1: 3, 11 – 22: 18
Es para el aliento de los creyentes, 1: 3 – 22: 7, 12, 14
Un libro tan extraordinario como el Apocalipsis, debe declarar y reclamar su autenticidad y veracidad. Y es lo que él hace.
Pero, entre Dios y sus lectores hay tres intermediarios: Jesús, el Ángel y San Juan, como está dicho al principio (I, 1: Revelación de Jesucristo, que Dios, para manifestar a sus siervos las cosas que pronto han de suceder, anunció y explicó, por medio de su Ángel, a su siervo Juan).
Cada uno de ellos presentará su testimonio y los destinatarios deben creer.
I) CONFIRMACIÓN DE LAS PROFECÍAS DE ESTE LIBRO POR LOS TESTIGOS = 6-16
Y me dijo: «Estas palabras son seguras y fieles; y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su Ángel para mostrar a sus siervos las cosas que han de verificarse en breve. Y mirad que vengo pronto. Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.»
Yo, Juan, soy el que he oído y visto estas cosas. Y cuando las oí y vi, me postré ante los pies del Ángel que me las mostraba, para adorarlo. Mas él me dijo: «Guárdate de hacerlo, porque yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. A Dios adora.»
El tiempo está cerca
Y díjome [Jesús]: «No selles las palabras de la profecía de este libro, pues el tiempo está cerca. El inicuo siga en su iniquidad, y el sucio ensúciese más; el justo obre más justicia, y el santo santifíquese más.
He aquí que vengo presto, y mi galardón viene conmigo para recompensar a cada uno según su obra. Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin. Dichosos los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y a entrar en la ciudad por las puertas. ¡Fuera los perros, los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras y todo el que ama y obra mentira! Yo Jesús envié a mi Ángel a daros testimonio de estas cosas sobre las Iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella esplendorosa y matutina.»
1º) Testimonio del Ángel
Testimonia el Ángel: «Estas palabras son seguras y fieles; y el Señor, el Dios de los espíritus de los profetas, ha enviado su Ángel para mostrar a sus siervos las cosas que han de verificarse en breve.
De donde concluye San Juan: Bienaventurado el que guarda las palabras de la profecía de este libro.
2º) Testimonio de San Juan
Yo, Juan, soy el que he oído y visto estas cosas. Y cuando las oí y vi, me postré ante los pies del Ángel que me las mostraba, para adorarlo. Mas él me dijo: «Guárdate de hacerlo, porque yo soy consiervo tuyo y de tus hermanos los profetas, y de los que guardan las palabras de este libro. A Dios adora.»
De este modo, San Juan descarta la objeción de la charlatanería: no es un aventurero audaz, sino un dócil servidor.
3º) Testimonio de Jesús
A su vez, Jesús toma la palabra para decir dos cosas: su mensaje y la autenticidad del mismo.
Su mensaje:
Y díjome [Jesús]: «No selles las palabras de la profecía de este libro, pues el tiempo está cerca.
«No selles«. El libro de Apocalipsis tiene que estar abierto, ser leído y entendido. Contrastan las instrucciones dadas a Daniel en 8: 26 y 12: 9, «hasta el tiempo del fin». En los días de Daniel, lejos del cumplimiento profético, todo fue sellado. En los días de Juan, quien vio el cumplimiento profético (aunque futuro todavía), los sellos fueron rotos.
A la luz del Apocalipsis, el libro de Daniel es más entendible para el estudiante diligente.
El hombre tiene justo el tiempo de prepararse y de definir su vida:
El inicuo siga en su iniquidad, y el sucio ensúciese más; el justo obre más justicia, y el santo santifíquese más.
Viene presto como recompensa y como juez:
He aquí que vengo presto, y mi galardón viene conmigo para recompensar a cada uno según su obra.
Han querido evitarme, no lo conseguirán, puesto que así como soy el comienzo, seré el fin:
Yo soy el Alfa y la Omega, el primero y el último, el principio y el fin.
Dichosos los que lavan sus vestiduras para tener derecho al árbol de la vida y a entrar en la ciudad por las puertas.
Bienaventurados los que han confiado en mi Sangre derramada por ellos, en Ella serán lavado; tienen derecho al árbol de la vida en el Paraíso y entrarán en la ciudad.
El libro termina como empezó, con una bienaventuranza. Estas siete bienaventuranzas dan un resumen de la santidad y la esperanza del creyente al acercarse al final de la edad presente. Son un antídoto efectivo para el temor y para la holgazanería. Enfocan la atención del creyente sobre la provisión de Dios para el futuro como Su hijo.
¡Fuera los perros, los hechiceros, los fornicarios, los homicidas, los idólatras y todo el que ama y obra mentira!
Por el contrario, fuera los que no han cumplido con mis mandamientos.
Jesús precisa que no hay justicia sin la fe en su Sangre, y que la práctica de los mandamientos debe ajustarse a la fe, so pena de condenación.
Autenticidad de su mensaje:
Yo Jesús envié a mi Ángel a daros testimonio de estas cosas sobre las Iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella esplendorosa y matutina.»
«Yo Jesús«. El verdadero Autor del libro se identifica. Juan era meramente el fiel escritor. El libro empieza con Jesús, 1: 1, y termina con Él, 22: 16. Es el libro del Cordero iracundo, pero este Cordero vuelve a identificarse con su nombre humano, Jesús. El glorioso Cordero en el cielo, que dará la bienvenida a los redimidos, será reconocido por las cicatrices en las manos y se identificará a ellos por el nombre que le fue dado incluso antes de su nacimiento.
Soy quien pone fin a la noche del poder de las tinieblas y abre la nueva y definitiva era de luz y de gloria.
Así confirma su mesianismo a los incrédulos judíos.
Comentario del Padre Castellani:
Sigue el triple juramento hecho sobre esta profecía por el Ángel, por Cristo y por Juan.
Es lo mismo que se dice a Daniel al fin de sus visiones; indicando el proceso paralelo del Bien y del Mal sobre la tierra hasta la final batalla y consumación; pero a aquél se le dice «cierre las palabras y selle el Libro hasta el tiempo del fin»… «Muchos se purificarán, blanquearán y esforzarán; mas los malvados obrarán más malvadamente; y ninguno de los malvados entenderá; pero los cuerdos entenderán», termina Daniel.
Termina como comenzó la Profecía con las palabras del mismo Cristo.
«Perros» llamaban los antiguos a los sodomitas, que en la otra enumeración de pecados son llamados «asquerosos» o «abominables».
«Brujos», a los vendedores de drogas dañinas, sortilegios, venenos, espiritismos, psicoanálisis y hechicerías.
No olvidemos que el Rey de los Brujos, el Pseudoprofeta, es un gran técnico, perito en bombas atómicas, capitán de todos los «magos» que hay hoy día.
Un «filósofo» con un «sabio» franceses han escrito un libro Le Matin Des Magigiens, traducido en Barcelona con el título: El Retorno de los Brujos, donde saludan como una «aurora» a la reaparición de la magia; y a Jorge Borges y Teilhard de Chardin, como sus profetas.
Monseñor Straubinger:
7. No se trata aquí de mandamientos que cumplir, sino de palabras que retener y para ello hay que conocerlas muy bien.
10. No selles: no cierres, no ocultes, porque el tiempo está cerca y la venida de Cristo será cuando menos se la espera.
Nótese el contraste con lo que se le dice a Daniel cuando estos misterios estaban aún muy lejanos (Dan. 12, 4).
Ello confirma que en la Revelación divina no hay nada esotérico ni reservado a una casta especial, nada incomprensible para los espíritus simples, sea en doctrina o en profecía.
Recordemos que al iniciarse el cristianismo, en el instante de la muerte del Redentor, el velo del Templo, que representaba su carne (Hebr, 10, 20), se rompió de alto a bajo, mostrando el libre acceso al Santuario celestial. Lo mismo se nos enseña aquí con respecto a la profecía.
Es de notar que las célebres palabras de la Vulgata: «Tú eres un Dios escondido», están en el citado capítulo (Is. 45, 15), puestas en boca de los extranjeros paganos y desmentidas por las que hemos transcripto más arriba.
Por lo demás, otra versión según el hebreo dice; «Tú eres Dios y yo no lo sabía.» Es muy interesante observar en el mismo Isaías cómo Dios sólo esconde su rostro cuando está indignado (Is. 8, 17; 54, 8; 57, 17; 64, 7). Y lo explica el profeta diciendo: «Vuestros pecados son los que han escondido su rostro de vosotros» (Is. 59, 2); «porque la sabiduría no entrará en alma maligna» (Sab. 1, 4). Es la bienaventuranza de los limpios de corazón, que «verán a Dios» (Mat. 5, 8 y nota). Así lo entiende también San Agustín en la doctrina de la «mens mundata». Y se aplica una vez más la fórmula del Crisóstomo: «El que no entiende es porque no ama».
11. Pirot trae esta notable observación de Andrés de Creta: «Es como si Cristo dijera: que cada uno obre a su guisa: Yo no fuerzo las voluntades». Buzy traduce la primera parte en futuro: el impío seguirá adelante; siga también el justo. Es decir, que «la sorpresa de la Parusía o el Retorno será tal que cada uno será hallado en su habitual estado: el pecador en su pecado; el justo en su justicia» (Calmes).
Cuatro veces repite Cristo en este capítulo final de toda la Biblia el anuncio de su Venida (vv. 7, 10, 12 y 20), porque ella es la meta y cumplimiento del plan de Dios y por lo tanto de la historia del género humano, o sea, como dice el Cardenal Billot, «el acontecimiento supremo al cual se refiere todo lo demás y sin el cual todo lo demás se derrumba y desaparece».
Como observa un escritor moderno, vengo presto no se refiere necesariamente a un tiempo inmediato, sino que significa que Él viene con diligencia, que viene a su tiempo, como lo hizo la primera vez.
Es decir, que para ese encuentro anhelado Él está pronto siempre, y así hemos de estar nosotros.
Ignoramos el día fijo, pero conocemos las señales próximas del día, y aún podemos apresurarlo (II Pedro 3, 12). Y aquí se aumenta nuestro consuelo al saber que vendrá sin demora, no bien suene el instante (II Pedro 3, 9).
En cuanto a nosotros, esta espera, como bien dice un predicador, comporta la esperanza de que Él llegue en nuestros días, pues su anuncio, repetido por San Juan mucho después de la caída de Jerusalén, ya no podría confundirse con aquel acontecimiento. Si se nos dice que vivamos esperando a Jesús y que «el tiempo está cerca» (v. 10), ello significa la posibilidad de que Él llegue en cualquier momento, sin que nada pueda oponerse a la dichosa esperanza (Tito 2, 13), pues vendrá «como un ladrón» (16, 5), esto es, aunque muchos piensen que aún no se han cumplido los signos precursores.
II) ADHESIÓN DE LOS CREYENTES = 17-21
Y el Espíritu y la novia dicen: «Ven.» Diga también quien escucha: «Ven.» Y el que tenga sed venga; y el que quiera, tome gratis del agua de la vida.
Yo advierto a todo el que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguien añade a estas cosas, le añadirá Dios las plagas escritas en este libro; y si alguien quita de las palabras del libro de esta profecía, le quitará Dios su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, que están descritos en este libro.
El que da testimonio de esto dice: «Sí, vengo pronto.» ¡Así sea: ven, Señor Jesús!
La gracia del Señor Jesús sea con todos los santos. Amén.
1º) Actitud de la Iglesia: Y el Espíritu y la novia dicen: «Ven.»
Con el Espíritu Santo en Ella, la Esposa de Jesús, la Iglesia, adhiere al mensaje divino.
2º) Actitud de los creyentes: Diga también quien escucha: «Ven.»
Los hijos de la Iglesia se unen a Ella y repiten lo mismo.
3º) Actitud de los que buscan la Verdad: Y el que tenga sed venga; y el que quiera, tome gratis del agua de la vida.
Hay hombres de tienen una sed ardiente; y ellos son invitados a beber del agua vivificante. El del agua viva es también otro tema digno de ser profundizado.
Decía el Profeta Isaía: ¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprad y comed, sin plata, y sin pagar, vino y leche! ¿Por qué gastar plata en lo que no es pan, y vuestro jornal en lo que no sacia?
Dijo Jesús a la Samaritana: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: «Dame de beber», tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva (…) Todo el que beba de esta agua, volverá a tener sed; pero el que beba del agua que yo le dé, no tendrá sed jamás, sino que el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna.
4º) Actitud de los infieles: Yo advierto a todo el que oye las palabras de la profecía de este libro: Si alguien añade a estas cosas, le añadirá Dios las plagas escritas en este libro; y si alguien quita de las palabras del libro de esta profecía, le quitará Dios su parte del árbol de la vida y de la ciudad santa, que están descritos en este libro.
Hay contendientes; algunos agregan al Libro; otros recortan; cada uno para su propia ruina, porque van a sufrir la pena del talión: a los que añadan, se les añadirán los castigos que contiene el Libro; a los que recorten, se les recortarán las promesas que contiene el Libro.
Esta frase es una seria amonestación contra la tendencia a eliminar lo literal de este libro, espiritualizándolo para conformarlo a las interpretaciones caprichosas y especulativas de los antimilenaristas.
5º) Actitud de Jesús: El que da testimonio de esto dice: «Sí, vengo pronto.»
6º) Actitud de San Juan: ¡Así sea: ven, Señor Jesús!
San Juan a su turno da su adhesión al Libro, cuyo objeto es la venida de Jesús: ¡Oh Jesús, ven, porque Tú dices: Yo vengo.
7º) Deseo final: La gracia del Señor Jesús sea con todos los santos. Amén.
El Libro terminó. San Juan despliega su ardiente caridad sobre sus lectores, presentes y futuros.
Les desea la única cosa deseable, la gracia de Nuestro Señor Jesucristo.
Comentario del Padre Castellani:
La Segunda Venida, o el Retorno Parusíaco, debe ser deseado y pedido; y lo ha sido por los fervientes en estos veinte siglos. Veinte siglos es pronto relativamente a la duración total del mundo.
Terminadas las palabras de Cristo hace Juan el envío de su poema de estiloral; «el que ESCUCHA, que responda: Ven»: ha sido recitado de coro antes de ser escrito.
Ninguna de las palabras del APOKALYPSIS dejará de cumplirse; y ni una sobra.
Graves maldiciones; parecerá previó Juan lo que iba a pasar: las mangas y capirotes que se habían de hacer de su sagrada tela. «Añadir al Libro», por ejemplo, me parece lo hizo Lutero, que habiéndolo rechazado primero como inauténtico, se entusiasmó por él cuando vio podía usarlo contra el Papa; le añadió que las dos Fieras eran el Papa y el Emperador Carlos V, y la Gran Ramera la Curia Vaticana; en lo cual lo siguieron infinidad de papanatas copiandinos.
Mas mucho peor hizo Calvino, injertando allí su tremenda herejía de la «predestinación al infierno»: tan atroz que nunca acabé de creerla hasta verla propriis verbis en sus INSTITUTIONES CHRISTIANÆ repetida hasta la saciedad: «Predestinationem vocamus æternum Dei decretum, quo apud Se constitutum habuit quid de unoquoque homine fieri velit. Non enim pari conditione creantur omnes, sed aliis vita æterna, aliis damnatio æterna preordinatur. Itaque pro in alterutrum finem quisque conditus est, ita vel ad vitam vel ad mortem predestinatum decimus…». «Cur voluerit Deus tale quid, a nobis cognosci non potest; voluntas Dei enim est ultima ratio omnium, et quærere rationem ultimæ rationis, sensu caret…»
Mas los que detraen o disminuyen desta profecía son hoy día legión; como el cuitadillo de Teilhard Chardin o el bombástico Allo, que simplemente le sustraen, con muchas sutilezas y firuletes, el ser profecía; y lo vuelven «un poema filosófico-histórico» o bien «una meditación filosófico-profética» como ipsis verbis dice como de paso Allo. Nada queda entonces del libro de San Juan sino contradicciones; porque filosofía y profecía se dan de puntapiés, son contrarios: abstracto y concreto, general y real. Valiente híbrido.
Aun tiene Cristo una palabra que decir: «Dice el que testifica esto: «Cierto, vengo pronto»
Sigue el saludo a los oyentes, habitual en las cartas de los Apóstoles: «La gracia del Señor Jesús con todos vosotros.»
Con esta salutación, envía Juan Apokaleta su libro a todas las Iglesias, a todos los tiempos y a todos los Universos.
Monseñor Straubinger:
17. El Espíritu y la novia dicen Ven. Ven Señor Jesús es el suspiro con que termina toda la Biblia, y con ella toda la Revelación divina; es el mismo con que empieza y termina el Cantar de los Cantares (cf. Cant, 1, 1; 8, 14).
El mismo suspiro de Israel para llamar al Mesías es el que hoy, con mayor motivo después de haberlo conocido en su primera venida, emite la Iglesia ansiosa de las Bodas.
Aquí vemos que ese suspiro es igualmente el de cada alma creyente, que también es novia (II Cor. 11, 2).
Diga también quien escucha: Ven. El vehemente pedido de que Él venga sin demora, nos parecería tal vez una insistencia egoísta y atrevida, como que pretendiera enseñarle a Él cuándo ha de venir. Bien vemos aquí, sin embargo, que es Él quien nos enseña que así lo llamemos (cf. II Pedro 3, 12).
Véase en 1, 3 y nota la sanción bajo la cual el Concilio IV de Toledo decretó la predicación anual del Sagrado Libro del Apocalipsis: Bienaventurado el que lee y los que escuchan las palabras de esta profecía y guardan las cosas escritas en ella, pues el momento está cerca.
En el año 633, el Concilio de Toledo decretó: Si alguno no lo predicara en la iglesia durante el tiempo de las Misas, desde Pascua a Pentecostés, tendrá sentencia de excomunión.
Esta es la insuperable felicidad a que aspiramos y que esperamos y que muy especialmente deseamos a todos los lectores de la Sagrada Biblia, al despedirnos aquí de ellos (hasta la próxima lectura, porque la primera es apenas para empezar) y decirles, como Bossuet, que Dios les haga la gracia de repetir de veras este último llamado en el silencio gozoso de su corazón.