Conservando los restos
LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO
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ESCUCHAR ESPECIAL DE CRISTIANDAD
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50 AÑOS DEL NOVUS ORDO MISSÆ
LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO
Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ… Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante… Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…
Luego de haber estudiado la historia de la Santa Misa desde San Pedro hasta San Pío V y de haber analizado las diversas partes de la Santa Misa de Rito Romano y sus correspondientes oraciones, hemos considerado los antecedentes remotos e inmediatos de la misa nueva.
A continuación, emprendimos el estudio general y particular de ésta. De este modo, consideramos los autores y los fines de la nueva misa, examinamos la explicación de la nueva misa dada por los innovadores modernistas, especialmente la Institutio Generalis.
Una vez acabado este análisis, comenzamos el estudio de los cambios producidos en el Ordo Missæ.
Los reformadores querían absolutamente la desaparición del Misal Romano, el aniquilamiento del Rito Romano.
Entrando ya en los detalles, realizamos un estudio de los ritos del Novus Ordo Missæ.
Últimamente comenzamos a analizar algunos temas en particular, primero desde el punto de vista canónico.
En los dos últimos Especiales nos detuvimos en lo que llamamos una Legislación Revolucionaria, y vimos en detalle el ataque a la Bula Quo primum tempore de San Pío V por medio de la Constitución Missale Romanum.
Nos queda por considerar los dos indultos de 1984 y 1988 y el Motu proprio de 2007.
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Nota previa: Es obvio que, si Juan Pablo II y Benedicto XVI no eran legítimos Papas al momento de firmar esos documentos, estos simplemente carecen de validez.
De todos modos, su contenido debe ser detalladamente descrito para mostrar a aquellos que reconocen la legitimidad de Juan Pablo II y Benedicto XVI la gravedad de estos tres textos, los cuales, lejos de hacernos abandonar el combate en favor de la Santa Misa Romana codificada por San Pío V, nos confirman lo acertado del mismo y su necesidad.
LOS INDULTOS DE 1984 Y 1988
Como hemos visto en los dos últimos Especiales, después de implementar sagaces reformas preparatorias, en abril de 1969 se publicó un Novus Ordo Missæ.
Desde entonces, los católicos se vieron trágicamente divididos entre la Misa Católica y la misa bastarda.
Desde 2007, Benedicto XVI, por medio del Motu proprio Summorum Pontificum, dio la impresión de querer preparar oficialmente una «tercera misa”, es decir, la síntesis entre la Misa Romana y el fruto de la reforma protestantizante de Pablo VI.
¿Cómo hemos llegado aquí?
Pablo VI quiso, explícitamente, reemplazar el Ordo Romano Tradicional por el des-Ordo Nuevo; hacer que el Novus Ordo Missæ ocupase de hecho el lugar del Antiguo.
Pero, de derecho, Pablo VI nunca abrogó la Misa Romana, e incluso ni siquiera la prohibió.
Contrariamente a lo que muchos querían hacer creer y otros muchos creían, la Misa Romana continuó siendo, desde el punto de vista estrictamente jurídico y canónico, la Misa oficial y única del Rito Latino Romano de la Iglesia Católica.
El Misal Romano no había sido abrogado.
Era claro, para quien lo quisiera ver, que todo sacerdote tenía el deber (y, por lo tanto, el derecho) de rezar la Santa Misa conforme a ese Misal.
Pero, de hecho, desde 1969, los sacerdotes que deseaban mantener la Misa Romana fueron brutalmente perseguidos por los partidarios de la nueva misa montiniana.
Por lo tanto, el mantenimiento del Misal Romano tuvo que llevarse a cabo en una aparente y creciente desobediencia: fundación de seminarios y prioratos, ocupación de iglesias, construcción de centros de Misa, ordenaciones sacerdotales, consagraciones episcopales…
Fue entonces, y sólo para obstaculizar y reabsorber esta legítima reacción, que el Vaticano se interesó por la Misa Romana.
Las medidas adoptadas por la Roma modernista y anticristo tendían realmente a sofocar y eliminar el Misal Romano, y no a conservarlo y difundirlo.
En octubre de 1984, Juan Pablo II firmó un primer indulto, por el cual autorizaba a los obispos conceder, bajo ciertas condiciones, la Misa Romana.
De hecho, fue una acción de ahogo y de opresión, dado que la Misa Romana nunca había sido abrogada, y porque las condiciones impuestas para permitirla no eran, pues, necesarias.
Aceptar esas condiciones, equivalía reconocer la abrogación del Misal Romano.
Además, esos requisitos llevaban su veneno, porque el indulto se podía conceder únicamente a aquellos que no tenían nada en común (nullam partem) con los católicos que cuestionan la rectitud doctrinal y canónica de la nueva misa, la bastarda.
Por lo tanto, se los privaba completamente de todo argumento para el día que se decidiese retirar el indulto, la grosera e insultante autorización.
CARTA QUATTUOR ABHINC ANNOS
Dirigida por la Congregación para el culto divino a los presidentes de las conferencias episcopales sobre el uso del misal romano bajo la edición típica del año 1962
Eminentísimo Señor:
Hace cuatro años, por voluntad del Sumo Pontífice Juan Pablo II, se invitó a todos los Obispos de la Iglesia a presentar un informe sobre el modo en el cual los presbíteros y los fieles en sus diócesis, cumpliendo adecuadamente los estatutos del Concilio Vaticano II, adoptaron el Misal promulgado por el Papa Pablo VI; las dificultades sobrevinientes a la aplicación de la reforma litúrgica, y las resistencias que hubiere que superar.
El resultado de la consulta fue conocido por todos los Obispos (cfr. Notitiæ, núm. 185, diciembre de 1981). Atendiendo a sus respuestas, parecía resuelto el problema de los sacerdotes y fieles que mantenían el llamado «rito tridentino».
Pero como el problema ha perdurado, el Sumo Pontífice, deseando ayudar a estos grupos, concede a los Obispos diocesanos la facultad de conceder el indulto a los sacerdotes y fieles, que expresamente estén suscribiendo la petición al Obispo, para que puedan seguir celebrando la Misa con el Misal Romano en su edición de 1962, guardando las siguientes condiciones:
(a) Debe constar sin ambigüedades que tales sacerdotes y fieles no tienen parte con los que dudan de la legitimidad y rectitud doctrinal del Misal Romano promulgado por el Romano Pontífice Pablo VI en 1970.
(b) Esa celebración sólo será útil para los grupos que la pidieron; en las iglesias y oratorios que el Obispo diocesano señalare (no así en templos parroquiales, a no ser que el Obispo lo conceda para casos extraordinarios); en los días y condiciones que el mismo Obispo estableciera por costumbre o por una eventualidad.
(c) Deberán celebrar siguiendo el Misal del año 1962 y en latín.
(d) No deberán mezclar los ritos y los textos de ambos Misales.
(e) Cada Obispo reportará a esta Congregación sobre las concesiones que otorgue, y al culminarse el año de la concesión del presente indulto, dará cuenta de los resultados obtenidos con su aplicación.
Esta concesión, signo de la solicitud del Padre común para con todos sus hijos, habrá de usarse en tal manera que no ocasione perjuicio alguno a la observancia fiel de la reforma litúrgica en la vida de cada una de las comunidades eclesiales.
Aprovecho la oportunidad para reiterar a su Eminencia Reverendísima mis afectos en el Señor.
En el edificio de la Congregación para el Culto Divino, a 3 de octubre de 1984.
✠AGUSTÍN MAYER, OSB, Arzobispo titular de Satriano, Pro-Prefecto
✠Virgilio Noé, Arzobispo titular de Voncaria, Secretario
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Como vemos, la Congregación para el Culto Divino expidió, el 3 de octubre de 1984, a los presidentes de conferencias episcopales una Instrucción en relación a la celebración de la Santa Misa según los libros litúrgicos de 1962.
Este documento es anterior a la creación de la comisión Ecclesia Dei, pero es extremadamente importante. En efecto, éste permanecerá como el documento fundamental que informará el espíritu de la futura Comisión, que siempre se referirá a éste.
Hay que remontarse, entonces, al año 1980 para contextualizar este documento y descubrir cuál era el propósito que inspiraba a la Roma anticristo, donde ya tenía una función crucial el Cardenal Joseph Ratzinger, que es uno de los actores más importantes de la historia reciente de la Misa tradicional, puesto que, desde el 25 de noviembre de 1981, desempeñará el cargo de Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El 24 de febrero de 1980, primer Domingo de Cuaresma, Juan Pablo II había publicado la Carta Dominicæ Cenæ, dirigida a todos los obispos de la Iglesia sobre el misterio y culto de la Eucaristía. En ella constataba una situación sobre la cual su predecesor no quiso hacerse cargo: «No faltan, sin embargo, quienes, educados todavía según la antigua liturgia en latín, sienten la falta de esta ‘lengua única’, que ha sido en todo el mundo una expresión de la unidad de la Iglesia y que con su dignidad ha suscitado un profundo sentido del Misterio Eucarístico. Hay que demostrar, pues, no solamente comprensión, sino también pleno respeto hacia estos sentimientos y deseos y, en cuanto sea posible, secundarlos, como está previsto además en las nuevas disposiciones» (núm. 10).
Algunos autores han conjeturado que, probablemente, junto con esta Carta o por esa misma época debía darse a conocer un documento que autorizase el uso del Misal Romano de 1962, lo que finalmente no ocurrió.
La cuestión de las formas rituales anteriores era algo que interesaba a Juan Pablo II, y respecto de la cual quería encontrar alguna solución práctica concreta.
En rigor, sólo existía un “indulto” para la celebración de la Misa tradicional, que beneficiaba a la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales, el cual se conoce como «Indulto de Agatha Christie», por ser el nombre de esa escritora el que inclinó la voluntad de Pablo VI para concederlo, y que permitía decir la Misa según el Ordo de 1965.
El 19 de junio de 1980, Juan Pablo II recibió en audiencia al Cardenal James Knox, Prefecto de la Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino, y dio su aprobación al texto de una Carta preparada por ese dicasterio relativa al uso del latín en la liturgia y la ahí llamada «Misa tridentina».
La Carta fue enviada a 2.317 obispos de rito latino, fijándose el 31 de octubre de ese año como plazo para la recepción de las respuestas. En concreto, la Roma modernista pidió a todos los obispos del mundo hacer un informe sobre la aplicación de la reforma litúrgica introducida por Paulo VI.
Este reporte debía, entre otras cosas, expresarse sobre “las dificultades encontradas en la realización de la reforma litúrgica” y “las eventuales resistencias” que se debían “haber superado”.
El texto de la Instrucción de 1984 comienza, precisamente, explicando que Juan Pablo II había solicitado a los obispos que informasen a la Santa Sede sobre la recepción del Misal promulgado en 1970 por Pablo VI de acuerdo con las decisiones del Concilio Vaticano II, y asimismo de cualquier dificultad que hubiese en la implementación de la reforma litúrgica, especialmente en lo relativo a la supervivencia de las formas rituales anteriores.
Se recibieron más o menos en término 1750 respuestas, equivalente al 75,52% de las esperadas.
Con posterioridad se recibieron otras 41 respuestas, las cuales no fueron computadas en el estudio que se publicó en diciembre de 1981 en la Revista Notitiæ, núm. 185, pp. 589-611, y al que se alude en la exposición de motivos de la instrucción Quattuor abhinc annos.
En términos generales, el informe de la Congregación para el Culto Divino concluía que en todo el mundo se había aplicado la reforma litúrgica querida por el Concilio, produciendo frutos abundantes sobre el pueblo cristiano (p. 603).
Como era evidente, la constatación era que la mayoría de las Misas se celebraban en vernáculo (p. 604), siendo muy minoritaria la demanda por el latín (p. 605), y que el canto gregoriano había prácticamente desaparecido, no obstante un renovado interés en algunos lugares (p. 605).
Sobre la Misa de siempre, el reporte decía que no era un problema de toda la Iglesia, pues se concentraba en algunos países de Europa, América y Oceanía, y que detrás existía «una exigua minoría, muy activa, que hace sentir de manera ruidosa su voz» (p. 606).
Aun así, ahí donde existía el deseo de seguir celebrando conforme al Misal anterior, la propuesta de los obispos era que se permitiese el antiguo rito bajo un régimen excepcional, parecido al que tenía la Conferencia Episcopal de Inglaterra y Gales (p. 608).
Después de las respuestas enviadas a la Roma anticristo, parecía que el problema de los sacerdotes y los fieles apegados al rito tridentino estaba, por así decirlo, arreglado. Sin embargo, en realidad el problema de la Misa de Rito Romano subsistía completamente.
Poco después de la publicación de estos resultados, y ya en Roma, el Cardenal Joseph Ratzinger organizó una reunión en el Palacio del Santo Oficio destinada a tratar la cuestión litúrgica y el caso de Monseñor Lefebvre.
Ella tuvo lugar el 16 de noviembre de 1982 y contó con la asistencia de los Cardenales Sebastiano Baggio (Prefecto de la Congregación para los Obispos), William W. Baum (Arzobispo de Washington), Agostino Casaroli (Secretario de Estado) y Silvio Oddi (Prefecto de la Congregación para el Clero), así como Giuseppe Casoria (entonces Pro-prefecto de la Congregación para el Culto Divino), además del Prefecto anfitrión.
Los asistentes estuvieron de acuerdo en el hecho de que el uso del antiguo rito de la Misa debía ser admitido en toda la Iglesia para las celebraciones en lengua latina, con independencia de la solución que se diera al caso de Monseñor Marcel Lefebvre y su Fraternidad Sacerdotal.
La Roma modernista, dándose cuenta de que no podía asfixiar el movimiento en favor de la Misa Romana, decidió tratar de tomar el control.
Para lograr ese propósito era necesario preparar en los fieles la aceptación del permiso de volver a utilizar un Misal que nunca había perdido su vigencia, puesto que era plausible dudar de la plena validez jurídica de su abrogación, lo cual requería de algunas acciones prácticas concretas, en especial de un documento pontificio que rehabilitara el antiguo rito.
Esa medida sólo se concretó el 18 de marzo de 1984, cuando el Cardenal Casaroli, Secretario de Estado, remitió una carta al Cardenal Casoria, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino, con el fin de que preparase una Instrucción estableciendo un régimen de “indulto” respecto de la antigua Misa, el cual debía tener como modelo la dispensa concedida por Pablo VI a la Iglesia de Inglaterra y Gales.
Un mes más tarde, el 19 de abril de 1984, se celebró una nueva reunión en la que participaron los Cardenales Casaroli, Ratzinger y Casoria, y cuyo cometido fue tratar las condiciones concretas de la autorización para celebrar según el Misal Romano previo a la reforma posconciliar, el cual no fue una réplica exacta del indulto inglés.
El resultado de esta reunión fue la redacción de la Instrucción Quattuor abhinc annos, datada el 3 de octubre de ese año, por parte de la Congregación para el Culto Divino, que va con la firma de monseñor Augustin Paul Mayer, como Pro-Prefecto del dicasterio, dado que el 8 de abril de 1984 había cesado en el cargo, por edad, el Prefecto, el Cardenal Giuseppe Casoria.
Ella contenía un régimen de “indulto”, a modo de “dispensa”, vale decir, de relajación de una ley meramente eclesiástica en un caso particular, que se dejaba en manos del obispo diocesano.
Las condiciones para beneficiarse de este “indulto” eran cuatro:
(a) Que constase sin ambigüedades que los sacerdotes y fieles que se beneficiasen del mismo no tuviesen parte (nullam partem) con los que dudan de la legitimidad y rectitud doctrinal del Misal Romano promulgado por Pablo VI en 1970.
(b) Que la celebración sólo fuese en beneficio de los grupos que la pidieron, la cual debía tener lugar en las iglesias y oratorios que el obispo diocesano señalare (no así en templos parroquiales, a no ser que el obispo lo concediese para casos extraordinarios) y en los días y condiciones que el mismo obispo estableciera por costumbre o por una eventualidad.
(c) Que la Misa fuera celebrada conforme al Misal Romano del año 1962 y en latín.
(d) Que no hubiese mezcla de ningún tipo entre los ritos y los textos de ambos Misales, el antiguo y el reformado.
Jean Madiran hizo sobre este “indulto” interesantes comentarios. Remarcó, entre otras cosas, la naturaleza particularmente ofensiva de ese «nullam partem», para un acto que se presentó como una mano tendida…
Él escribió:
«La contradicción más violenta está entre el dispositivo casi de excomunión instituido contra los tradicionalistas y los sentimientos atribuidos dos veces a Juan Pablo II. Al final de su texto, la circular se presenta como signo de la solicitud del Soberano Pontífice por todos sus hijos; al principio, incluso precisa que el Papa quería mostrarse favorable a los grupos de sacerdotes y fieles que permanecen apegados al rito tradicional; lo que hizo que La Croix del 17 de octubre dijera que era «una mano tendida a los cristianos tradicionalistas». Y al mismo tiempo, por la primera de las condiciones promulgadas, se ordena no tener nullam partem con ellas. NULLAM PARTEM… Todas las traducciones dicen: “nada en común”, “nada que ver” o “ninguna connivencia” con quienes dudan de la misa de Pablo VI. Opté por una traducción un poco menos abrumadora: mantenerlas alejadas. De todos modos, son parias. Esto no es lo que comúnmente se llama una «mano tendida» (Itinéraires No. 288).
Por lo tanto, quedó bien establecido que un sacerdote no podía beneficiarse de la Misa de Rito Romano más que a condición de abandonar el combate contra la misa de Paulo VI, y que esta posición fuera pública y conocida por todos.
Quedaba claro también que esta concesión no podía tener la pretensión de suplantar la misa de Paulo VI, y que ésta debía conservar todos sus derechos de “primacía” litúrgica.
Señalamos que las condiciones impuestas por la Congregación del Culto Divino para la celebración de la Misa de Rito Romano eran muy similares a aquellas que había sugerido Monseñor Annibale Bugnini a Pablo VI en 1976 como una manera de restablecer la concordia litúrgica en la Iglesia y solucionar los problemas derivados del llamado «caso Lefebvre», quien por entonces fue suspendido a divinis.
Aquella propuesta de “indulto general” había sido rechazada por Pablo VI, puesto que su propósito era confirmar la unidad y exclusividad en torno a su Ordo Missæ.
Hay que sacar varias conclusiones de este “indulto”:
1ª) Su publicación hizo creer al mundo entero que la Misa de San Pio V estaba prohibida, siendo que no lo estaba ni podía estarlo.
2ª) Hizo creer, en consecuencia, que era necesario un permiso especial para celebrar la Misa de Rito Romano.
3ª) Lejos de ser liberada, la misa antigua estaba, en razón de las condiciones a cumplir para beneficiarse de ella, instrumentalizada para lograr la aceptación de la nueva misa de Paulo VI.
Se trata, pues, de un retiro práctico, de ninguna manera doctrinal.
El Vaticano concede el uso de la Misa de Rito Romano, pero sin reconocer, por eso, las deficiencias doctrinales del nuevo rito.
Siempre se lo presenta como «legítimo» y «de recta doctrina». Es más, no pueden beneficiarse de este indulto quienes dudan de la legitimidad y rectitud doctrinal del misal de Pablo VI.
Por lo tanto, los únicos autorizados para pedir el permiso son aquellos que no tienen ninguna razón doctrinal para hacerlo.
La Roma modernista retrocede en el plano práctico, pero no en el nivel doctrinal. Flexibiliza la legislación, pero no cambia nada en el aspecto doctrinal.
Ha sido la presión de los fieles lo que hizo que cambiase la práctica.
Y, sin embargo, intentaron minimizar esta presión, ya que presentaron este indulto como un signo de la solicitud paternal de Juan Pablo II.
Además, hay en este texto una estrategia, una política, una astucia, para dividir, pues el indulto se otorgaría sólo a aquellos que no mantuviesen relación con aquellos que continúan criticando la reforma litúrgica.
Roma da con una mano para retomar con la otra.
El propósito de esta legislación no es noble…
Pero la división deseada, intentada y esperaba no tuvo lugar. Todos los verdaderos tradicionalistas permanecieron unidos. Nadie cedió ante la tentación del chantaje. Todos continuaron rezando o asistiendo a la Misa de Rito Romano, rechazando la nueva misa montiniana debido al peligro que implica para la fe católica y su pureza.
La legítima y necesaria resistencia continuó, y la Roma apóstata no pudo evitar preocuparse por eso.
En 1986 Juan Pablo II nombró una Comisión de nueve cardenales, y les formuló la pregunta de si la Bula Quo primum tempore de San Pío V había sido abrogada o no.
Ocho de los nueve cardenales respondieron que la Bula Quo primum tempore no fue abrogada por Pablo VI en su Constitución Missale Romanum; y, por lo tanto, todavía está en vigor.
En consecuencia, siempre es legal y lícito rezar la Misa codificada por este documento romano de San Pío V.
Como podemos comprobar, la respuesta fue y es importante.
Sin embargo, nadie tomó en cuenta esta respuesta, y todos recordaban la decisión de Pablo VI pronunciada en el Consistorio de mayo de 1976 a favor de la nueva misa; éso fue suficiente para ellos, hubiera o no una abrogación formal de la Bula de San Pío V.
Y aún más, los obispos aplicaban la Carta Quottuor abhin annos con gran resistencia y daban pocos permisos para rezar la Misa de Rito Romano.
Hubiera sido normal que se conociera y fuese divulgada la respuesta de los nueve cardenales en 1986.
Pero no fue así; ella permaneció desconocida hasta julio de 1995…, en que se tuvo conocimiento de rumores sobre la existencia de aquella Comisión de cardenales y su respuesta.
Pero fue recién en mayo de 2000 que se supo todo, y fue a través de la difusión de un pequeño folleto editado por el C.I.E.L. (Centro Internacional de Estudios Litúrgicos), que publicó todas las intervenciones del Cardenal Stickler sobre el problema de la Misa, sus homilías, sus conferencias y estas declaraciones.
Allí nos enteramos de que el Cardenal dio una conferencia el 20 de mayo de 1995, en los Estados Unidos, Fort Lée, Nueva Jersey, cuyo título era Los beneficios de la misa tridentina.
Al final de esta conferencia, el Cardenal aceptó responder ciertas preguntas, entre otras, esta: El Papa Pablo VI, ¿realmente prohibió la antigua misa?
Y el cardenal respondió: En 1986, el Papa Juan Pablo II hizo dos preguntas a una comisión de nueve cardenales: Primera, la celebración ordinaria de la misa tridentina, ¿fue jurídicamente prohibida por el Papa Pablo VI o cualquier otra autoridad competente? La respuesta dada por ocho cardenales (de un total de nueve) fue que no, que la Misa de San Pío V nunca ha sido prohibida. Yo fui uno de esos cardenales. Sólo uno estuvo en contra. Todos los demás estaban a favor de una libre autorización, para que todos pudieran elegir la antigua misa. Pienso que el Papa aceptó esta respuesta”.
La segunda pregunta era si el indulto propio reconocido por cada sacerdote por la Bula Quo primum tempore siempre estaba en vigencia. Ya conocemos la respuesta…
Regresando al tema del “indulto” de 1984, comprobamos que se trató de una “trampa doctrinal”.
Así, aquellos que pretendieron gozar de la misa de San Pio V “legalmente” hicieron, en realidad, una profesión “legal” de aceptar oficialmente la nueva misa que ellos habían rechazado hasta ese momento.
En consecuencia, este Indulto, lejos de ser una victoria para los sostenedores de la liturgia antigua, constituyó en realidad un triunfo de la Roma modernista en favor de la reforma litúrgica conciliar, puesto que la Misa de Rito Romano permanece como una misa sospechosa, sujeta a autorización previa…
¡Es un escándalo enorme e insensato!…
La Misa codificada por San Pío V sigue siendo una costumbre inmemorial en la Iglesia.
¿Cómo puede ser objeto de una condición previa?
Es una profunda falta de respeto al ser histórico de la Iglesia.
¡Es una impiedad!
Estaba claro, entonces, que un sacerdote católico no podía, de ninguna manera, valerse de tal insulto a la Misa.
Ningún sacerdote hubiera debido pedir nunca el permiso para celebrar su Misa en virtud de este insulto.
A quienes lo solicitaron, las condiciones impuestas les prohibieron, de todas maneras, la obtención de esta facultad, pues su posición respecto a la nueva misa no les permitió cumplir con los requisitos.
De todos modos, promulgada la Instrucción, los obispos diocesanos rechazaron muchas solicitudes porque estimaron que las personas que deseaban acogerse al régimen de dispensa no habían cumplido con las condiciones previstas en la Instrucción.
Por otra parte, diversos grupos que conservaban la Misa Romana (especialmente la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X) sostuvieron que no necesitaban permiso para celebrar el rito de siempre, por lo que condenaron el documento y su estrechez refiriéndose a las Misas celebradas bajo la Instrucción Quattuor abhinc annos como las «Misas del indulto», en realidad “del insulto” o “Misas insultadas”.
Varios de estos grupos, como la Sociedad Sacerdotal San Pío V, que había sido fundada en 1983 por el Rvdo. Clarence Kelly en Nueva York, preferían celebrar la Misa de acuerdo con las ediciones del Misal Romano anteriores a 1962, pues consideraban que esa edición era canónicamente dudosa, si bien podía reputarse sacramentalmente válida.
La reunión convocada por el Cardenal Ratzinger en noviembre de 1982 (a la cual hemos hecho referencia más arriba) había trazado un plan de acción mucho más amplio respecto de la Misa de siempre, pues también preveía una segunda etapa consistente en la promulgación de un documento pontificio que tratase sobre la identidad del misal bastardo montiniano y el Misal Romano Católico; lo que los apóstatas modernistas califican de forma ordinaria de celebración y la nuevamente permitida de manera extraordinaria, que, según ellos, no se oponen, sino que expresan una misma fe.
La tercera etapa consistía en efectuar una síntesis entre los dos Misales, el nuevo y el antiguo, donde se conserven lo que ellos llaman “logros de la restauración litúrgica”.
De hecho, esta idea de “enriquecimiento mutuo” estará presente en la Carta a los obispos que Benedicto XVI añadió al Motu proprio Summorum Pontificum.
Todo este siniestro plan no prosperó debido a la negación de numerosos sacerdotes y fieles a entrar en esta estratagema diabólica.
Así llegamos, en julio de 1988, a las consagraciones episcopales realizadas por Monseñor Marcel Lefebvre y Monseñor de Castro Mayer.
Con ocasión de ellas, la operación es nuevamente intentada; y Juan Pablo II promulga el Motu proprio Ecclesia Dei afflicta, fechado el 2 de julio de ese año.
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CARTA APOSTÓLICA ECCLESIA DEI
1. La Iglesia de Dioscon gran aflicción ha tenido conocimiento de la ilegítima ordenación episcopal que el arzobispo Marcel Lefebvre confirió el pasado 30 de junio, de forma que han resultado inútiles todos los esfuerzos realizados desde hace años para asegurar la comunión da la Fraternidad Sacerdotal de San Pío X, fundada por el mismo reverendísimo monseñor Lefebvre, con la Iglesia. En efecto, para nada han servido esos esfuerzos, tan intensos de los meses pasados, con los que la Sede Apostólica ha manifestado paciencia y comprensión hasta el límite de lo posible.
2. Esta tristeza la siente de modo especial el Sucesor de Pedro, el primero a quien corresponde tutelar la unidad de la Iglesia, por muy pequeño que sea el número de las personas directamente implicadas en estos sucesos, ya que cada hombre es amado por sí mismo por Dios, y ha sido redimido por la Sangre de Cristo, derramada en la cruz por la salvación de todos.
Las particulares circunstancias, objetivas y subjetivas, en las que se ha realizado el acto del arzobispo Lefebvre, ofrecen a todos la ocasión para reflexionar profundamente y para renovar el deber de fidelidad a Cristo y a su Iglesia.
3. Ese acto ha sido en sí mismo una desobedienciaal Romano Pontífice en materia gravísima y de capital importancia para la unidad de la Iglesia, como es la ordenación de obispos, por medio de la cual se mantiene sacramentalmente la sucesión apostólica. Por ello, esa desobediencia —que lleva consigo un verdadero rechazo del Primado romano— constituye un acto cismático. Al realizar ese acto, a pesar del monitumpúblico que le hizo el cardenal Prefecto de la Congregación para los Obispos el pasado día 17 de junio, el reverendísimo mons. Lefebvre y los sacerdotes Bernard Fellay, Bernard Tissier de Mallerais, Richard Williamson y Alfonso de Galarreta, han incurrido en la grave pena de excomunión prevista por la disciplina eclesiástica.
4. La raízde este acto cismático se puede individuar en una imperfecta y contradictoria noción de Tradición: imperfecta porque no tiene suficientemente en cuenta el carácter vivode la Tradición, que —como enseña claramente el Concilio Vaticano II— arranca originariamente de los Apóstolos, «va progresando en la Iglesia bajo la asistencia del Espíritu Santo; es decir, crece con la comprensión de las cosas y de las palabras transmitidas, cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón, cuando comprenden internamente los misterios que viven, cuando las proclaman los obispos, sucesores de los Apóstoles en el carisma de la verdad».
Pero es sobre todo contradictoria una noción de Tradición que se oponga al Magisterio universal de la Iglesia, el cual corresponde al Obispo de Roma y al Colegio de los Obispos. Nadie pude permanecer fiel a la Tradición si rompe los lazos y vínculos con aquél a quien el mismo Cristo, en la persona del Apóstol Pedro, confió el ministerio de la unidad en su Iglesia.
5. Teniendo presente la mala acción realizada, nos sentimos en el deber de recordar a todos los fieles algunos aspectos que este triste acontecimiento pone en evidencia de modo especial.
a) En efecto, el éxito que ha tenido recientemente el movimiento promovido por mons. Lefebvre puede y debe ser, para todos los fieles, un motivo de reflexión sincera y profunda sobre su fidelidad a la Tradición de la Iglesia, propuesta auténticamente por el Magisterio eclesiástico, ordinario o extraordinario, especialmente en los Concilios Ecuménicos desde Nicea al Vaticano II. De esta meditación todos debemos sacar un nuevo y eficaz convencimiento de la necesidad de ampliar y aumentar esa fidelidad, rechazando totalmente interpretaciones erróneas y aplicaciones arbitrarias y abusivas en materia doctrinal, litúrgica y disciplinar.
Corresponde sobre todo a los obispos, por su misión pastoral, el grave deber de ejercer una vigilancia clarividente, llena de caridad y de fortaleza, de modo que en todas partes se salvaguarde esa fidelidad.
Sin embargo, es necesario que todos los Pastores y los demás fieles cristianos tomen nuevamente conciencia, no sólo de la legitimidad sino también de la riqueza que representa para la Iglesia la diversidad de carismas y tradiciones de espiritualidad y de apostolado, la cual constituye también la belleza de la unidad en la diversidad: esa «sintonía» que, bajo el impulso del Espíritu Santo, eleva la Iglesia terrestre al cielo.
b) Quisiera, además, llamar la atención de los teólogos y de otros expertos en ciencias eclesiásticas, para que también se sientan interpelados por las circunstancias presentes. En efecto, las amplias y profundas enseñanzas del Concilio Vaticano II requieren un nuevo empeño de profundización, en el que se clarifique plenamente la continuidad del Concilio con la Tradición, sobre todo en los puntos doctrinales que, quizá por su novedad, aún no han sido bien comprendidos por algunos sectores de la Iglesia.
c) En las presentes circunstancias, deseo sobre todo dirigir una llamada a la vez solemne y ferviente, paterna y fraterna, a todos los que hasta ahora han estado vinculados de diversos modos con las actividades del arzobispo Lefebvre, para que cumplan el grave deber de permanecer unidos al Vicario de Cristo en la unidad de la Iglesia católica y dejen de sostener de cualquier forma que sea esa reprobable forma de actuar. Todos deben saber que la adhesión formal al cisma constituye una grave ofensa a Dios y lleva consigo la excomunión debidamente establecida por la ley de la Iglesia.
A todos esos fieles católicos que se sienten vinculados a algunas precedentes formas litúrgicas y disciplinares de la tradición latina, deseo también manifestar mi voluntad —a la que pido que se asocie la voluntad de los obispos y de todos los que desarrollan el ministerio pastoral en la Iglesia— de facilitar su vuelta a la comunión eclesial a través de las medidas necesarias para garantizar el respeto de sus justas aspiraciones.
6. Habida cuenta de la importancia y complejidad de los problemas indicados en este documento, en virtud de mi autoridad apostólica, establecemos la siguiente:
a) se constituye una Comisión, con la tarea de colaborar con los obispos, con los dicasterios de la Curia Romana y con los ambientes interesados, para facilitar la plena comunión eclesial de los sacerdotes, seminaristas, comunidades, religiosos o religiosas, que hasta ahora estaban ligados de distintas formas a la Fraternidad fundada por el arzobispo Lefebvre y que deseen permanecer unidos al Sucesor de Pedro en la Iglesia católica, conservando sus tradiciones espirituales y litúrgicas, según el protocolo firmado el pasado 5 de mayo por el cardenal Ratzinger y por el arzobispo Lefebvre;
b) esta Comisión está formada por un cardenal Presidente y por otros miembros de la Curia Romana, en el número que se considere oportuno según las circunstancias;
c) además, se habrá de respetar en todas partes, la sensibilidad de todos aquellos que se sienten unidos a la tradición litúrgica latina, por medio de una amplia y generosa aplicación de las normas emanadas hace algún tiempo por la Sede Apostólica, para el uso del Misal Romano según la edición típica de 1962 (Nota 9 = Congregación para el Culto Divino, Carta Quattuor abhinc annos, 3 de octubre de 1984).
7. Al acercarse ya el final de este Año dedicado especialmente a la Santísima Virgen, deseamos exhortar a todos para que se unan a la oración incesante que el Vicario de Cristo, por intercesión de la Madre de la Iglesia, dirige al Padre con las mismas palabras del Hijo: Ut omnes unum sint!
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Como podemos apreciar, en este Motu proprio Juan Pablo II pide que se respete «la sensibilidad de todos aquellos que se sienten unidos a la tradición litúrgica latina, por medio de una amplia y generosa aplicación de las normas emanadas hace algún tiempo por la Sede Apostólica, para el uso del Misal Romano según la edición típica de 1962»; y remite a la Carta Quattuor abhinc annos, del 3 de octubre de 1984.
Fue entonces que, apoyándose sobre esta aparente «voluntad generosa» y esta no menos «generosa paternidad», aquellos que querían permanecer fieles a la llamada Misa de San Pío V, sin aceptar las consagraciones episcopales de Monseñor Lefebvre por temor al cisma, acudieron a Roma.
Y recibieron, de hecho, muy buen acogida. Prueba de ello están los testimonios de Dom Gérard, del Padre de Blignière, etc.
El Padre Bisig, superior de la Fraternidad San Pedro, dijo:
«Nunca olvidaremos la profunda alegría de aquellos días romanos cuando pudimos celebrar la Santa Misa de acuerdo con el misal de 1962 sobre la tumba de San Pedro, después de haber sido completamente reconciliados con la Iglesia» (Encuesta sobre la misa tradicional, pág.95).
Pero pocos, por no decir ninguno, prestaron atención a la nota 9, del parágrafo 6, inciso c) de esta Carta Ecclesia Dei adflicta.
Es cierto que Juan Pablo II pide que se haga una amplia y generosa aplicación de las normas emanadas hace algún tiempo por la Sede Apostólica, para el uso del Misal Romano según la edición típica de 1962.
Pero, ¿cuál es la directiva romana en materia litúrgica para el uso de dicho Misal Romano?
Sólo había una en este momento: la Carta Quattuor abhinc annos de 1984.
Y, de hecho, es a este texto que re-envía el Motu proprio de 1988.
Es cierto que Juan Pablo II pide que este texto de 1984 se aplique, finalmente, con amplitud y generosidad.
Pero también es cierto que, para poder beneficiarse de ese rito romano de 1962, se exige como necesario reconocer «la legitimidad y la rectitud doctrinal» del nuevo rito, resultante del Concilio Vaticano II.
Las autoridades romanas, por el momento, no insisten sobre la cuestión. Aluden a esto sólo por una simple nota, la número nueve del texto. Antes era necesario atraer la mayor cantidad posible de sacerdotes, y alejarlos de Monseñor Lefebvre, como en 1984.
¡Tampoco era el momento de las precisiones claras, sino de la generosidad!
El Vaticano mantiene la delantera sobre la tendencia «tradicionalista». Su poder no se comparte…
Y la carta Quattuor abhinc annos es citada en el texto…; lo cual hizo posible asegurar el futuro y esperar sin temor días mejores…
Estos días llegarían inevitablemente. Lo esencial estaba a salvo.
Sus «hijos traviesos» estaban llenos de alegría; a punto tal que algunos de ellos incluso pensaron que habían tenido éxito, precisamente allí donde Monseñor Lefebvre había fallado…
Retengamos esto…, pues en 2007 y 2009 se repetirá la misma historia…
Por el momento, comprobamos que, en los papeles, las condiciones son las mismas de 1984: no se declara obligatoria la Misa Romana; ni siquiera se la permite universalmente, sino sólo para algunos grupos de fieles y para algunos sacerdotes.
Además, tanto unos como otros son impelidos a admitir la nueva misa bastarda, la protestantizante, la que viene de la herejía y conduce a la herejía…
El espantapájaros de la excomunión y del cisma iba a cumplir su papel eficaz para precipitar a los pusilánimes en los “generosos brazos abiertos” de la Roma conciliar.
Es así como Juan Pablo II decretó la institución de una Comisión con la tarea de colaborar con los obispos, con los dicasterios de la Curia Romana y con los ambientes interesados, para facilitar la plena comunión eclesial de los sacerdotes, seminaristas, comunidades, religiosos o religiosas, que hasta ahora estaban ligados de distintas formas a la Fraternidad fundada por el arzobispo Lefebvre y que deseen permanecer unidos al Sucesor de Pedro en la Iglesia católica, conservando sus tradiciones espirituales y litúrgicas.
Por lo tanto, se trataba de una operación de recuperación de sacerdotes y fieles que frecuentaban la antigua FSSPX.
Algunos de ellos cayeron en la trampa; y la Roma apóstata los autorizó a fundar la Fraternidad San Pedro con el fin de estar en la legalidad…, pero en la legalidad conciliar y modernista, por supuesto…
Queda claro que la ComisiónEcclesia Dei continuaba la línea original: sólo estará en la legalidad aquél que no combata la misa bastarda de Paulo VI, aquél que no cause perjuicio a la reforma litúrgica conciliar; y todo esto si su posición es conocida públicamente por todo el mundo.
Así que la comisión Ecclesia Dei tenía como finalidad:
– 1°) Marginalizar la obra de Monseñor Lefebvre y volverla inaccesible.
– 2°) Alejar de ella a los sacerdotes, religiosos y fieles.
– 3°) Hacer aceptar la nueva misa bastarda a todos los recalcitrantes.
– 4°) Ya no permitir a nadie la exclusividad de la Misa de Rito Romano.
– 5°) Hacer cesar el combate de la Tradición y por la Tradición.
De este modo, la corriente Ecclesia Dei se convirtió en el refugio de los “católicos sentimentales”, que prefieren la Misa antigua por gusto personal, pero que han cesado el buen combate, que consiste en rechazar la nueva misa por motivos de fe y conservar la Misa Romana por la misma razón.
Desde entonces, y hasta el pérfido Motu proprio de Benedicto XVI, se planteó la cuestión de un falso dilema: o “en la Iglesia, con Ecclesia Dei, o “fuera de la Iglesia, con la Tradición”.
No se trataba más que de un escrúpulo de conciencia inventado por los apóstatas modernistas conciliares para hacer triunfar su iglesia conciliar, con su revolución doctrinal y litúrgica, sus herejías en el plano dogmático y su herejía antilitúrgica.
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En aplicación de la Instrucción Quattuor abhinc annos y del Motu proprio Ecclesia Dei, algunos obispos emitieron autorizaciones para celebrar la Misa de Rito Romano.
Estos dos textos reciben comúnmente el nombre de “indultos”.
Sin embargo, el término parece bastante inadecuado, si uno recuerda que designa en principio una derogación, personal y revocable, de una regla ordinaria.
Recordemos que una ley puede ser derogada, es decir, que la ley sigue vigente, pero parcialmente modificada.
La derogación significa propiamente, en lenguaje canónico, la restricción o disminución, provisoria o definitiva, de la obligación impuesta por una ley.
En el caso del indulto, la derogación es personal y revocable.
Entonces, es difícil ver cómo la Misa de Rito Romano, que pertenece a la regla ordinaria ya que no se ha abolido, pueda ser autorizada en virtud de un indulto.
Cuando la Roma anticristo la autoriza, es a título de permiso transitorio, como el permiso de libertad condicionada que se da al preso que se porta bien; porque, por definición, es ésa la esencia del indulto: una concesión, un privilegio, una excepción, que se concede respecto a la norma general y universalmente obligatoria que, para los modernistas, es la misa bastarda.
De hecho, los llamados indultos, al limitar la celebración de la Misa Romana a unos pocos casos específicos y provisorios, si tuvieran el poder para hacerlo actuarían como una prohibición general.
Por eso insistimos en calificarlos de verdaderos insultos proferidos contra la Misa de Rito Romano.
El Motu proprio de 1988 es considerado por algunos en el sentido de ampliar las disposiciones de la Instrucción de 1984.
De hecho, dice pocas cosas sobre el problema planteado por la misa bastarda.
Sólo declara que se debe respetar «la sensibilidad de todos aquellos que se sienten unidos a la tradición litúrgica latina».
El documento de 1988 simplemente envía al documento de 1984, que sigue siendo la norma.
Sin embargo, se les pide a los obispos que hagan una aplicación amplia y generosa.
Eso no significa mucho, ya que una ampliación del campo de aplicación sólo puede provenir del aumento del número de solicitudes y no de una iniciativa de los obispos.
Por otro lado, corresponde a los obispos responder «generosamente» a estas solicitudes.
Si bien la generosidad puede favorecer la concesión de las autorizaciones requeridas por las reglas, no es concebible que ella pueda afectar el examen objetivo de las condiciones precisas estipuladas en el texto de 1984.
Por lo tanto, las autorizaciones posteriores a Ecclesia Dei permanecen, a pesar de toda la generosidad que se emplee, subordinadas a las prescripciones de Quattuor abhinc annos.
Pero, la primera de estas condiciones es que “debe constar sin ambigüedades que tales sacerdotes y fieles no tienen parte con los que dudan de la legitimidad y rectitud doctrinal del Misal Romano promulgado por el Romano Pontífice Pablo VI en 1970”.
Dado que el motu proprio de 1988 se dirige particularmente a «todos los que hasta ahora han estado vinculados de diversos modos con las actividades del arzobispo Lefebvre», los demandantes deben romper sin ambigüedad, e incluso públicamente, con la Fraternidad Sacerdotal San Pío X.
Por supuesto, esto no era suficiente, pues los demandantes debían separarse de la misma manera de cualquier persona, sacerdote o laico, que no juzgase a la nueva misa tanto legítima como perfectamente ortodoxa.
En particular, la solicitud sólo debe incluir a personas que aceptan esta legitimidad y ortodoxia sin reservas, comenzando, por supuesto, por el sacerdote que presenta la solicitud.
Básicamente, las demandas sólo pueden provenir de personas que tienen un apego meramente sentimental o estético a la Misa Romana y cuya «sensibilidad» no encaja bien con el nuevo rito bastardo.
Las otras condiciones estipuladas en 1984, y aún válidas en 1988, fueron tan restrictivas como la primera.
Las misas tradicionales, precariamente autorizadas y sujetas a la arbitrariedad episcopal, debían reunir sólo a los miembros de los grupos solicitantes.
Se trataba, pues, de oficios privados, celebrados en lugares cuasi privados, y, en todo caso, fuera de las iglesias parroquiales (excepto «ocasiones excepcionales»).
Si comparamos estas diversas condiciones, entendemos que la restauración de la Misa de Rito Romano ciertamente no era de importancia para las oficinas romanas.
Ya sea en 1984 o en 1988, se trataba de «fracturar» a los tradicionalistas al tratar de aislar a los más firmes mediante la recuperación de los menos combatientes.
A estos se les dio provisionalmente cierta satisfacción, al mismo tiempo que se aseguraba de que las misas insultadas otorgadas no pudieran ser utilizadas para un proselitismo contra las reformas posconciliares siempre en vigencia.
Muchos sacerdotes se acostumbraron a la coexistencia de ritos y, por lo tanto, a la aceptación pasiva de la nueva misa.
Y en el fondo de toda esta cuestión, es necesario tener bien cuenta que, si se autoriza la Misa de Rito Romano, ella debe ser “vivida según el espíritu del concilio Vaticano II, y aceptando lo bien fundado de la reforma litúrgica querida por el Concilio Vaticano y puesta en marcha por el Papa Pablo VI”, según lo ha dicho explícitamente Juan Pablo II (ver, L’Osservatore Romano, edición castellana del 20 de octubre de 1984).
Luego seguirían otras etapas del plan…
Conviene recordar un cuento de Raffard de Brienne, publicado en Controverses, No 21, septiembre de 1990, Diálogo en un automóvil:
Un gran automóvil negro circula por una avenida; tiene matrícula del Vaticano. En el asiento trasero viajan un prelado y su flamante secretario, un joven sacerdote. Entre ellos se desarrolla esta conversación.
– ¿Es pues una verdadera Misa de San Pío V la que usted va a celebrar con esa gente, Monseñor? No entiendo muy bien: ¿no proclamamos durante años que esa Misa estaba prohibida?
– Confío en que usted no lo habrá creído, Padre. En verdad, no podíamos prohibirla realmente. Hubiéramos podido cumplir nuestros planes, aun conservándola. Pero pensábamos que imponiendo casi brutalmente un nuevo rito crearíamos una ruptura con el pasado que favorecería nuestros proyectos.
– Perdóneme, Monseñor, pero sigo sin comprender.
– Usted es demasiado joven. En aquella época, quiero decir hace cuarenta años, se producía el ascenso del comunismo. El viejo Pío XII, como sus predecesores, sólo contaba con la firmeza de la doctrina para oponérsele. En el fondo, creía que la roca de la Iglesia resistiría la tempestad. En cambio, nosotros, con Montini y Casaroli, pensábamos que el comunismo sumergiría totalmente al mundo y que, si dejábamos las cosas como estaban, la Iglesia zozobraría o tendría, en el mejor de los casos, que refugiarse en las catacumbas. En nuestra opinión, se necesitaba flexibilizar a la Iglesia, adaptarla a todas las circunstancias. En cierta manera, queríamos cortar las amarras con un pasado demasiado cargado y con una doctrina demasiado pesada para que la Iglesia pudiera flotar como un corcho en la marejada.
– Ah, ya comprendo. Como las previsiones no se realizaron, Uds. Ahora se proponen reanudar los lazos con la Tradición.
– No es así exactamente. Por supuesto, nuestro pronóstico resultó falso. Pero ya era imposible volver atrás, porque si reculábamos no podíamos evitar que se hiciera un balance de nuestro accionar; y ese balance nos resultaría catastrófico. Por lo tanto, nos vimos forzados a la huida hacia adelante. Eso concuerda muy bien, en definitiva, con nuestros nuevos proyectos. En nuestra opinión, el mundialismo va a imponerse y tendremos el reinado de una nueva oligarquía financiera planetaria sobre un mundo socialista. El nuevo orden mundial, que le dicen. En esa perspectiva, las religiones tenderán también a unificarse y la Iglesia – si no se muestra demasiado delicada – desempeñará un papel federativo como en Asís, e incluso más.
– Pero entonces, Monseñor, ¿por qué esta Misa?
– Ya le he dicho que tuvimos que elegir la ruptura litúrgica, tanto para contribuir como para disimular la totalidad de la maniobra. Eso resultó para un 99 %, lo cual quiere decir que hay un 1 % de individuos que, sin comprender jamás de lo que se trata, se han aferrado a la antigua Misa. Por supuesto que esa proporción no puede molestarnos, pero su posición sí, porque puede ofrecer reparos a los que querrían juzgar nuestra política y hacer el balance del que le hablé. Por lo tanto, hemos intentado eliminarlos aislándolos, castigándolos, ridiculizándolos. Pero ha sido en vano. Así, pues, hemos emprendido la operación seducción. ¿Querían su Misa? Pues bien, la tendrán, al menos durante algún tiempo, a condición de que vuelvan al redil y, sobre todo, de que se callen. El asunto habría resultado en 1988 si nuestros negociadores hubieran sido más hábiles, y hubieran logrado que Mons. Lefebvre firmara no sólo el Protocolo sino también el Acuerdo. En resumen, hemos recuperado algunos sacerdotes y algunos laicos, los suficientes para hacer de ellos «llamadores».
– ¿”Llamadores”, Monseñor? ¿Hay por lo tanto una relación con los “apelantes” de la cuestión jansenista?
– ¡Pero no, caramba! No con los jansenistas, sino con la caza de patos. Para conseguir que los patos vuelen al alcance de sus rifles, los cazadores agregan a su equipo algunas aves: son los llamadores, cuyos gritos atraen a sus congéneres.
– ¿Y eso resulta?
– Con los patos, sí. Con los integristas recalcitrantes, no del todo. Pero eso nos permite, en cambio, aplicar un viejo truco de los comunistas. Cuando ellos encuentran ante sí algún obstáculo, no lo atacan de frente, trazan una línea de posible ruptura y tratan a los de un lado como «buenos» y a los del otro como «malos». Como resultado, los «buenos», muy contentos de ser reconocidos como tales, tratan de diferenciarse de los «malos«, y los otros se reafirman en su posición. En una palabra, la fractura se hace sola y, en el caso de los integristas, basta con inyectarles algunas viejas palabras como cisma o herejía, que para nosotros ya no tienen sentido, pero que lo conservan para ellos. Mientras «buenos» y «malos» disputan, nosotros descansamos.
– Me parece que los «buenos» son muy ingenuos.
– Tal vez no lo sean tanto, pero ellos se imaginan que van a aprovecharse de nuestras tácticas para volver a poner la Tradición dentro de la Iglesia institucional. En realidad, lo que sucede es que los iremos transformando poco a poco, desde dentro. Ya no nos combaten más; aceptan incluso cohabitar en nuestras iglesias y asistir a nuestras liturgias renovadas; lo demás vendrá solo.
– Y si el análisis de ellos fuera bueno, ¿no correríamos cierto riesgo?
– Pero no, Padre. Sujetamos nuestros pequeños regalos con un elástico: nuestras concesiones son siempre limitadas y revocables. Por otra parte, los obispos están alertas, cuidan sus intereses, no ven nuestra política con buenos ojos, no la comprenden; pero no es culpa de ellos porque no los hemos elegido muy inteligentes. Además, sin saberlo, crean con eficacia una conveniente oposición dialéctica en la que nosotros desempeñamos el papel de «buenos».
– Dicho de otra manera, Monseñor, somos los «buenos» del Vaticano que vamos a reconfortar a los «buenos» integristas.
– Exactamente, Padre, y ya verá que nos recibirán muy bien. Han sido tan maltratados durante veinte años que se sienten halagados y se muestran agradecidos ante nuestra amabilidad. Bastará una Misa y algunas frasecitas que he preparado para que crean que estamos de su lado. Ni siquiera se inquietarán por lo que yo haga o diga el resto del tiempo.
– ¿Y Dios, Monseñor? ¿Qué pasa con Dios en todo esto?
– Ah, ustedes los jóvenes. Hay momentos en que me preocupan…
El cuento responde a una realidad. Como prueba tenemos los siguientes extractos de una homilía del Cardenal Castrillón Hoyos, del 24 de mayo de 2003, en la Basílica Santa María Mayor de Roma, con ocasión de la reunión de las diversas comunidades Ecclesia Dei:
Ustedes, muy queridos fieles, particularmente sensibles a este rito que durante siglos constituyó la forma oficial de la Liturgia romana, han tomado la iniciativa de esta celebración de hoy.
No podemos considerar que el rito llamado de San Pío V se extinga, y la autoridad del Santo Padre ha expresado su benevolente bienvenida a los fieles que, al tiempo que reconocen la legitimidad del rito romano renovado de acuerdo con las indicaciones del Concilio Vaticano II, permanecen apegado al rito anterior y encuentran allí un alimento espiritual sólido en su camino de santificación.
Además, el mismo Concilio Vaticano II declaró que “… la Santa Madre Iglesia atribuye igual derecho y honor a todos los ritos legítimamente reconocidos, y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por todos los medios” (Const. Sacrosanctum Concilium, 4).
El antiguo rito romano conserva así en la Iglesia su derecho de ciudadanía dentro de la multiformidad de los ritos católicos, tanto latinos como orientales.
Lo que une la diversidad de estos ritos es la misma fe en el misterio eucarístico, cuya profesión siempre ha asegurado la unidad de la Iglesia, santa, católica y apostólica.
Juan Pablo II, al celebrar el décimo aniversario del Motu proprio Ecclesia Dei, instó a «todos los católicos a realizar gestos de unidad y a renovar su adhesión a la Iglesia, para que la legítima diversidad y las diferentes sensibilidades, dignas de respeto, no los separen unos de otros, sino que los exhorten a proclamar juntos el evangelio; así estimulados por el Espíritu, que reúne todos los carismas en la unidad, todos pueden glorificar al Señor y la salvación será proclamada a todas las naciones” (OR, 26-27 de octubre de 1998, p. 8).
Todos estamos llamados a la unidad en la Verdad, en el respeto recíproco de la diversidad de opiniones, sobre la base de la misma fe.
Queda claro que, para beneficiarse de la Misa de Rito Romano, es necesario aceptar la legitimidad de la nueva misa, así como la fe modernista del Vaticano II.
El bi-ritualismo no es otra cosa que un Asís litúrgico, peor que la Pachamama en el Vaticano…
Se hace coexistir, ecuménicamente, a dos ritos opuestos. Como en Asís, donde las religiones opuestas han cohabitado adúlteramente.
El Motu Proprio de Benedicto XVI expresará la misma idea anunciada en 2003 en este sermón.
La famosa liberación de la Misa, que Monseñor Fellay dice haberse obtenido es, por lo tanto, una falsedad.
Llegamos así al 7 de julio de 2007 y al pérfido Motu proprio Summorum pontificum, de Benedicto XVI, la serpiente Ratzinger, como lo llamaba Monseñor Lefebvre.
Dios mediante, en el próximo Especial analizaremos este documento.