Conservando los restos
QUEBRANDO EL VASO
Narrado por Fabián Vázquez (once minutos)
Hallándose Jesús en Betania,
en casa de Simón el leproso,
estando en la mesa entró una mujer
con un vaso de alabastro
lleno de ungüento hecho de la espiga del nardo,
de mucho precio, y, QUEBRANDO EL VASO,
derramó el ungüento sobre la cabeza de Jesús.
(San Marcos, XIV, 3)
FRACTO ALABASTRO
Yo quisiera que me enseñases esta tarde la ciencia del don perfecto y absoluto.
Porque durante toda mi vida tengo que darte lo que soy, devolverte mi libertad y mi tiempo y mis acciones. Y si no poseo el arte del don perfecto, estoy expuesto a morir sin haber realizado mi acto completo de amor.
El que da ocho pudiendo dar diez, ni siquiera ha cedido la mitad a Dios.
El que da murmurando y con semblante triste, con el corazón encogido, lo que podría entregar con un gesto magnánimo, y cederlo de una sola vez, está también muy lejos de la perfección; no sabe cómo se enriquece ni cómo se despoja. A pesar de sus cabellos encanecidos, es un niño, pero sin la inocencia.
Y puesto que los pecadores arrepentidos nos han de preceder en el Cielo, justo es que saquemos de su arrepentimiento lecciones saludables, y la ciencia del don perfecto la va a enseñar a nuestro orgullo de viejo escriba una pública pecadora, una criatura despreciable nos va a mostrar con un solo gesto lo que hay que hacer.
— La palabra eterna aprueba el gesto de la pecadora arrepentida, y esta mujer ha sido propuesta como ejemplo a todos los discípulos.
Señor, ármame contra todas mis dudas y mis pusilanimidades del santo valor de que hiciste gracia a la pecadora del Evangelio. No permitas que mis deseos desordenados me maten, y que arrastre en este mundo un alma dividida, temerosa de pertenecerte sin reserva. Que la repugnancia del gesto avaro me purifique, y que no pueda soportar en el extremo de mi brazo esta mano que se cierra en el momento de dar, y que se extiende lo más que puede, cuando llega la hora de recibir. Y, si en tu presencia te ofrezco mi vida en un acto de entrega que quiero sea irrevocable, si hago algo más que el simple deber, y voy más allá del precepto para estar más seguro del valor de mi acto, y verme libre de todas las censuras humanas, me bastará saber que Tú alabaste a la pobre mujer que quebró de un solo golpe el frasco de perfume —fracto alabastro.
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