SAN PÍO V
Papa y Confesor
Pío, nacido en un pueblo del Piamonte al que llaman Bosco, pero oriundo de Bolonia, de la noble familia de los Gislas, a la edad de catorce años ingresó en la Orden de Predicadores.
Se distinguió por su admirable paciencia, su profunda humildad, su gran austeridad de vida, su aplicación continua a la oración y su ardentísimo celo por la observancia de la regla y por la gloria divina.
Sobresalió en el estudio de la filosofía y de la teología, y las enseñó con éxito durante muchos años.
Predicó en muchos lugares con extraordinario fruto.
Ejerció el cargo de inquisidor con inquebrantable fortaleza de alma, y libró a muchas ciudades, aun con peligro de su vida, de la herejía, entonces pujante.
El Sumo Pontífice Paulo IV, del cual era muy amado por sus egregias virtudes, le promovió al obispado de Nepi y Sutri, y dos años más tarde le elevó a la dignidad cardenalicia.
Trasladado luego por Pío IV a la diócesis de Mondovio, en el Piamonte, y habiendo tenido noticia de que en ésta se habían introducido muchos abusos, visitó toda la diócesis para extirparlos.
Puestas en orden todas las cosas, volvió a Roma, donde se le confiaron los más importantes asuntos, que resolvió siempre según las normas de la justicia y con apostólica libertad y firmeza.
A la muerte del Papa Pío IV, contrariamente a lo que se esperaba, fue elegido Pontífice; pero, exceptuado el hábito, nada cambió en su modo de vivir.
Tuvo un celo constante por la propagación de la religión; una infatigable solicitud por la restauración de la disciplina eclesiástica; una vigilancia asidua por la extirpación de los errores; una caridad inagotable para hacer bien a los necesitados; una inquebrantable firmeza en la defensa de los derechos de la Sede apostólica.
El sultán de los turcos Selim, cuya audacia creció con sus muchas victorias, reunió una numerosa flota cerca de las islas Equínadas, mas fue vencido gracias a Pío V, no tanto con las armas como con las plegarias dirigidas a Dios.
Esta victoria Pío V la conoció por revelación divina, y la notificó a sus familiares en la misma hora en que ocurrió.
Cuando estaba preparando una nueva expedición, también contra los turcos, cayó en una grave enfermedad, y después de haber sufrido con gran paciencia los más acerbos dolores y recibido los sacramentos según la costumbre, entregó plácidamente su alma a Dios, en el año mil quinientos setenta y dos, a los sesenta y ocho de edad, habiendo gobernado la Santa Iglesia seis años, tres meses y veinticuatro días.
Dios realizó por su intercesión muchos milagros; y habiendo sido éstos probados en forma jurídica, el Papa Clemente XI le inscribió en el número de los Santos.
Su cuerpo es objeto de mucha veneración por parte de los fieles en la Basílica de Santa María la Mayor.
ORACIÓN
¡Oh Dios!, que os dignasteis elegir por Pontífice máximo al bienaventurado Pío para quebrantar a los enemigos de vuestra Iglesia y reformar el culto divino; haced que su protección nos defienda, y que de tal manera nos consagremos a vuestro servicio, que después de triunfar de las asechanzas de todos nuestros enemigos, gocemos de una paz perpetua.