SERMONES SOBRE EL SANTO PATRIARCA

Conservando los restos

SOLEMNIDAD DE SAN JOSÉ

Esposo de la Bienaventurada Virgen María

Y Patrono de la Iglesia universal

Segundo Día

Jueves de la segunda semana

después de la Octava de Pascua

Sermón de San Bernardino de Siena

Puesto que entre María y José hubo un verdadero matrimonio, contraído por inspiración divina, y puesto que en el matrimonio se verifica la unión de los corazones, hasta el punto que el esposo y la esposa son llamados una sola persona para expresar una unión casi perfecta, ¿cómo un espíritu perspicaz podría pensar que el Espíritu Santo hubiera unido con unión tan estrecha al alma de una virgen como María otra alma, si esta no hubiese tenido con la suya una gran semejanza por la práctica de las virtudes?

Creo, pues, que San José fue el hombre más puro en su virginidad, el más profundo en su humildad, el más ardiente en el amor de Dios y en la caridad, como también de altísima contemplación.

Por cuanto la Virgen sabía que el Espíritu Santo le había dado por Esposo a José para que fuese el fiel guardián de su virginidad, y para compartir con ella su amor de caridad, como también su atenta solicitud para con su Divino Hijo, el Hijo de Dios, creo firmemente que María amaba muy sinceramente a San José, con todo el afecto de su corazón.

Sintió José por Jesucristo la más ardiente caridad. ¿Quién no creerá, decidme, que Jesús, mientras José le tenía en sus brazos, o conversaba con Él, durante su infancia o su adolescencia, no infundiese y grabase en Él a manos llenas inefables sentimientos y alegrías?

Externamente, la gracia de Cristo se unía para producir este resultado, con un aspecto enteramente filial; la palabra con el afectuoso abrazo.

¡Oh, que dulces besos recibió de Él José! ¡Con qué ternura le oía, cuando era pequeñín, darle balbuciendo el nombre de padre! ¡Con qué efusión se sentía estrechamente abrazado! Considerad también con cuánta compasión, durante los viajes que emprendían, hacía José que reposara sobre sus rodillas el Niño Jesús, entonces ya más crecido, rendido de fatiga.

Es que un amor sin reserva y transformador le impulsaba hacia Él, como hacia un Hijo dulcísimo, que el Espíritu Santo le había dado por María, su Esposa.

Por esto, la prudentísima Madre, que había experimentado su afecto, dice a su Hijo Jesús al hallarle en el Templo: “Hijo, ¿por qué has obrado así con nosotros? Mira como tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando”.

Para la inteligencia de estas palabras, debemos tener en cuenta que en Jesucristo se dan dos sabores distintos, uno de dulzura, otro de amargura. Y por haber el Santísimo José entrado admirablemente en participación con Jesucristo, ya gustando el dolor, ya la alegría, la Santísima Virgen le llama, por título especial, Padre de Jesucristo.

Sólo en este pasaje leemos que la Virgen llamase a José Padre de Jesús, porque el sentimiento de dolor que experimentó por la pérdida de Jesús es realmente prueba de afecto paternal.

Si, según las leyes humanas divinamente aprobadas, está permitido adoptar por hijo a un extraño, ¿cuánto más el Hijo de Dios, dado a José en la persona de su Santísima Esposa bajo el admirable misterio de un matrimonio virginal, debe ser llamado hijo suyo, y aun reputado como tal, porque en Él se halló el sabor del amor paterno unido al del dolor por causa de su amadísimo Jesús?

Homilía de San Agustín

No hay que dejar de llamar a José Padre de Jesucristo por no haber concurrido a su generación; ¿no podía, acaso, ser padre por adopción, de un niño que no hubiese nacido de su esposa, sino de otra mujer?

Creían, muchos sin duda, que Jesucristo era hijo de José por otro título, es decir, como engendrado por Él; creíanlo los que ignoraban la virginidad de María; y, en efecto, dice San Lucas: “Jesús había llegado a los treinta años, y se le tenía por hijo de José”.

Y el mismo San Lucas, en vez de llamar sólo a María Madre de Jesús, no vacila en llamarlos Padres a los dos, cuando dice: “Y el niño iba creciendo y fortaleciéndose, lleno de sabiduría; y la gracia de Dios estaba en Él. Y sus padres iban todos los años a Jerusalén por la fiesta solemne de la Pascua”.

Pero que nadie piense que hay que entender aquí, por el nombre de Padres, a unos miembros de la familia de María, que iban con Ella, su Madre, al Templo.

Quien así pensara, ¿qué podría objetar a lo que San Lucas dice un poco más arriba, en el mismo lugar: “Y su padre y su madre estaban maravillados de aquellas cosas que de él se decían”?

Mas el mismo Evangelista expone en su relato que Jesucristo nació de María siempre virgen, y no de sus relaciones con José; ¿de qué proviene, pues, que llame a José padre del Niño, sino porque es verdaderamente, como nosotros lo entendemos, el Esposo de María, no por la unión carnal, sino por el vínculo del matrimonio, y porque, siendo Esposo de María, es también Padre de Jesucristo, nacido de su Esposa, en un sentido mucho más estrecho que si hubiera sido padre por adopción de un niño procedente de otra familia?

He aquí por qué también, aunque pudiera probarse que María no desciende en modo alguno de la familia de David, bastaría para reconocer que Jesucristo es hijo de David, atenerse a este razonamiento que permite llamar verdaderamente a José Padre de Jesús.

Pone el Evangelista San Lucas, no al principiar su Evangelio, sino después del bautismo de Jesucristo, su genealogía, y no enumera sus antepasados descendiendo, sino ascendiendo, pareciéndole mas oportuno designarlo como sacerdote venido para la expiación de los pecados en el momento en que una voz del cielo lo reconoce, y el mismo Juan da testimonio diciendo: “He aquí el que quita los pecados del mundo”.

En su enumeración ascendente de los antepasados de Jesucristo, se remonta el Evangelista más allá de Abrahán, y llega hasta Dios, con quien somos reconciliados después de haber sido purificados por la expiación.

Es muy natural que se proponga establecer el origen del Hijo de Dios partiendo de la adopción, ya que, creyendo en Él, nosotros nos convertimos en hijos adoptivos de Dios.

Demuestra, además, suficientemente que no intenta llamar a José hijo de Helí por haberle este engendrado, sino más bien por haberle adoptado, el hecho de que llame a Adán hijo de Dios.

Adán era obra de Dios: sólo por la gracia (aquella gracia que más tarde debía perder por el pecado) fue colocado por Dios en el Paraíso Terrenal en calidad de hijo.