SAN AGUSTÍN: COMENTARIO AL EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN

EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN

Capítulo XI: 47-54

Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos reunieron un consejo y dijeron: “¿Qué haremos? Porque este hombre hace muchos milagros. Si le dejamos continuar, todo el mundo va a creer en Él, y los romanos vendrán y destruirán nuestro Lugar santo y también nuestro pueblo.” Pero uno de ellos, Caifás, que era Sumo Sacerdote en aquel año, les dijo: “Vosotros no entendéis nada, y no discurrís que os es preferible que un solo hombre muera por todo el pueblo, antes de que todo el pueblo perezca.” Esto, no lo dijo por sí mismo, sino que, siendo Sumo Sacerdote en aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación, y no por la nación solamente, sino también para congregar en uno a todos los hijos de Dios dispersos. Desde aquel día tomaron la resolución de hacerlo morir. Por esto Jesús no anduvo más, ostensiblemente, entre los judíos, sino que se fue a la región vecina al desierto, a una ciudad llamada Efraím, y se quedó allí con sus discípulos.

COMENTARIO DE SAN AGUSTÍN

Los pontífices y los fariseos reunieron el consejo y decían: ¿Qué hacemos? No decían empero «creamos».

En efecto, hombres perdidos, más que en cómo mirar por sí para no perecer, pensaban en cómo dañar para destruir; y, sin embargo, temían y, por así decirlo, deliberaban.

En efecto, decían: ¿Qué hacemos? Porque este hombre hace muchos signos: si lo dejamos así, todos creerán en él, y vendrán los romanos y aniquilarán el lugar y la nación nuestros.

Temieron perder lo temporal, mas no pensaron en la vida eterna, y así perdieron una y otra cosa. De hecho, los romanos, tras la pasión y glorificación del Señor, les aniquilaron el lugar y la nación, tomándolo por las armas y trasladándola; y les toca en suerte lo que en otra parte está escrito: En cambio, los hijos de este reino irán a las tinieblas exteriores.

Pues bien, porque percibían que la doctrina de Cristo se oponía al templo mismo y a sus leyes paternas, temieron esto: que, si todos creían en Cristo, nadie quedaría para defender contra los romanos la ciudad y el templo de Dios.

Ahora bien, uno de ellos, Caifás, como fuese pontífice de aquel año, les dijo: «Vosotros no sabéis nada ni pensáis que nos conviene que por el pueblo muera un único hombre, y no perezca la nación entera». Ahora bien, no dijo esto por su propia cuenta, sino que, como fuese pontífice de aquel año, profetizó.

Aquí se nos enseña que el espíritu de profecía predice el futuro incluso mediante hombres malos; el evangelista empero atribuye esto a un misterio divino, porque fue pontífice, esto es, sumo sacerdote.

Por otra parte, puede turbar por qué se le llama pontífice de aquel año, siendo así que Dios había constituido un único sumo sacerdote al que, muerto, sucedería uno solo. Pero ha de entenderse que, por las ambiciones y disensiones entre los judíos, después se estableció que fuesen varios y por turno sirviesen uno cada año.

De hecho, también de Zacarías se dice esto: Ahora bien, sucedió que, como desempeñase ante Dios el sacerdocio conforme al orden de su turno, según la costumbre del sacerdocio salió por suerte a poner el incienso, tras entrar al templo del Señor. De esto resulta claro que ellos eran varios y tenían sus turnos, porque poner el incienso no era lícito sino al sumo sacerdote. E incluso en un único año quizá servían varios, a los que sucedían al otro año otros, alguno de entre los cuales salía por suerte para poner el incienso.

¿Qué es, pues, lo que profetizó CaifásQue Jesús iba a morir por la nación. Y no sólo por la nación, sino para congregar en uno a los hijos de Dios, que estaban dispersos.

El evangelista ha añadido esto; de hecho, Caifás profetizó sólo acerca de la nación de los judíos, en la que estaban las ovejas de las que el Señor mismo asevera: No fui enviado sino a las ovejas de la casa de Israel que perecieron.

Pero el evangelista sabía que había otras ovejas que no eran de este redil, a las cuales era preciso traer para que hubiese un único redil y un único pastor.

Ahora bien, esto se dijo según la predestinación porque, quienes todavía no habían creído, no eran aún ovejas suyas ni hijos de Dios.

Desde aquel día, pues, pensaron asesinarlo. Jesús, pues, ya no andaba públicamente entre los judíos, sino que se fue a la región cerca del desierto, a una ciudad que se llama Efraín, y allí moraba con sus discípulos, no porque se había extinguido su potencia, gracias a la cual, evidentemente, si quisiera, viviría públicamente con los judíos y no le harían nada, sino que en su debilidad de hombre mostraba a los discípulos un ejemplo de vida, mediante el que resultase claro que no hay pecado si sus fieles, que son sus miembros, se sustraían a los ojos de los perseguidores y, ocultándose, evitaban el furor de los criminales, en lugar de encenderlo más, ofreciéndose.