SAN GREGORIO MAGNO: COMENTARIO AL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS

JUEVES DE PASIÓN

Lección del Santo Evangelio según San Lucas (VII: 36-50)

Uno de los fariseos le rogó que fuese a comer con Él, y habiendo entrado Jesús en la casa del fariseo, se puso a la mesa. Entonces una mujer de la ciudad, que era pecadora, al saber que Jesús se encontraba reclinado a la mesa en casa del fariseo, tomó consigo un vaso de alabastro, con ungüento; y colocándose detrás de Él, a sus pies y llorando, con sus lágrimas bañaba sus pies y los enjugaba con su cabellera; los llenaba de besos y los ungía con el ungüento. Viendo lo cual el fariseo que lo había convidado dijo para sus adentros: “Si éste fuera profeta, ya sabría quién y de qué clase es la mujer que lo está tocando, que es una pecadora”. Entonces Jesús respondiendo a sus pensamientos le dijo: “Simón, tengo algo que decirte”. Y él: “Dilo, Maestro”. Y dijo: “Un acreedor tenía dos deudores: el uno le debía quinientos denarios, el otro cincuenta. Como no tuviesen con qué pagar, les perdonó a los dos. ¿Cuál de ellos lo amará más?” Simón respondió diciendo: “Supongo que aquel a quien más ha perdonado”. Él le dijo: “Bien juzgaste”. Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: “¿Ves a esta mujer? Vine a tu casa, y tú no vertiste agua sobre mis pies; mas ésta ha regado mis pies con sus lágrimas y los ha enjugado con sus cabellos. Tú no me diste el ósculo; mas ella, desde que entró, no ha cesado de besar mis pies. Tú no ungiste con óleo mi cabeza; ella ha ungido mis pies con ungüento. Por lo cual te digo, se le han perdonado sus pecados, los muchos, puesto que ha amado mucho. A la inversa, aquel a quien se perdone poco, ama poco”. Después dijo a ella: “Tus pecados se te han perdonado”. Entonces, los que estaban con Él a la mesa se pusieron a decir entre sí: “¿Quién es Éste, que también perdona pecados?” Y dijo a la mujer: “Tu fe te ha salvado: vete en paz”.

HOMILÍA DE SAN GREGORIO MAGNO

(Homilía 33, sobre los Evangelios)

Cuando pienso en la penitencia de María Magdalena, antes prefiero llorar que hablar de ella.

¿Qué pecho habrá, aunque sea de piedra, que no se sienta conmovido para hacer penitencia ante las lágrimas de esta pecadora?

Ella consideró lo que había hecho, y no quiso aguardar a hacer lo que debía para repararlo.

Entró mientras estaban en el banquete; vino sin ser invitada y en medio del festín ofreció sus lágrimas.

Considera el gran dolor que la consume cuando no se avergüenza de llorar aun en medio del convite.

A esta, a quien San Lucas llama pecadora, San Juan le da el nombre de María, y nosotros creemos que es aquella María de la cual San Marcos atestigua que le fueron echados siete demonios.

¿Qué se designa por los siete demonios sino todos los vicios? Y a la verdad, así como en el espacio de siete días se comprende todo el tiempo, por el número siete se designa convenientemente la universalidad.

De consiguiente, María tuvo siete demonios, por lo mismo que estuvo llena de todos los vicios.

Mas por lo mismo que consideró las manchas y la fealdad de su alma, corrió a ser lavada en la fuente de la misericordia, no se avergonzó de los convidados.

Y porque en su interior se avergonzaba en gran manera, en nada tuvo la confusión exterior.

¿De qué nos admiraremos más, hermanos, de María que acude al Señor, o del Señor que la recibe?

¿Diré que la recibe, o que la atrae?

Mejor diremos que la atrae y que la recibe, ya que es el mismo Señor el que la atrajo por su misericordia interiormente, y el que, lleno de mansedumbre, la recibió ante los convidados.