Conservando los restos
CUARTO MISTERIO GOZOSO
LA PRESENTACIÓN EN EL TEMPLO
A los cuarenta días de nacido Jesús, subió la que ya era la “Sagrada Familia» de Belén a Jerusalén, a cumplir en el Templo la ceremonia de la Presentación y la Purificación.
Según la ley de Moisés todo hijo primero debía ser entregado a Dios; y después rescatado por sus padres con cinco monedas de cobre llamadas «ciclos» o círculos; y toda mujer que había dado a luz debía ir a recibir una bendición del sacerdote y ofrecer a Dios un sacrificio de un cordero y una paloma; o de dos palomas si era pobre.
María Purísima no necesitaba ser purificada, y este Primogénito, que era Dios, no necesitaba ser entregado a Dios; pero los ritos fueron observados, y allí sucedió otra de las «explosiones” religiosas que dijimos: un anciano llamado Simeón y una anciana llamada Ana Ben Fanuel reconocieron por revelación al Salvador de Israel; y no solamente prorrumpieron en alabanzas a Dios, sino que hicieron correr la gran noticia o «buena-nueva», contándola a muchos otros.
Puede ser que Simón haya sido el sacerdote que «tomando al Nino en brazos» lo levantó al cielo ofreciéndolo a Dios, como lo han figurado los pintores cristianos.
Era un varón justo y piadoso a quien el Espíritu había revelado no moriría sin ver antes al Ungido del Señor; y el mismo Espíritu de Dios lo llevó al Templo y se lo mostró; por lo cual lleno de gozo alabó a Dios improvisando el siguiente cantico:
Ahora Señor te llevas a tu siervo en paz
Según tu promesa
Porque ya han mirado mis ojos
Al Salud-Dador tuyo
Que nos diste ante la faz
De todos los pueblos
Luz que ilumine a los Gentiles
Y gloria de Israel tu pueblo.
Y volviéndose a la Virgen María profetizó diciendo: Mira, este ha sido puesto para tropiezo de muchos y resurrección de muchos y para blanco de contradicción en Israel. Una espada traspasará tu alma, y serán descubiertos los secretos de muchos corazones.
Siete espadas halló el pueblo cristiano que fueron, en la invocación de la Virgen de los Dolores; que los ingleses llaman Nuestra Señora de las Siete Espadas.
En ese momento estaba allí Ana hija de Fanuel que tenía ochenta y cuatro años y había vivido viuda cerca de sesenta años, sirviendo a Dios “en ayunos y oraciones» y sirviendo en el Templo «de donde no salía”, dice San Lucas.
Sirviendo ¿de qué? ¿De estorbo? Porque para vestir santos no era el caso, pues los judíos no tenían imágenes de santos, ni vestidas ni no vestidas; al contrario, las tenían prohibidísimas. Lo probable es que ensenara el Catecismo, es decir, la Biblia; como indica ese nombre de “profetisa”; lo cual se puede hacer incluso a los ochenta y cuatro años; pues la educación judía consistía entonces en aprender de memoria los «recitados” de la Biblia, o algunos dellos; y después escuchar las explicaciones de los «rabinos» o doctores; como veremos en el Quinto Misterio.
El santo viejo Simeón dijo que Cristo venía para ser luz, revelación y gloria «de todos los pueblos», no solamente de los Judíos sino también de los Gentiles; e incluso puso a los Gentiles por delante; como San Mateo, que era judío, cuenta la adoración de los Reyes Magos, en tanto que San Lucas, que era gentil, cuenta a su vez la adoración de los pastores judíos.
Esta era una verdad dura para los judíos, los cuales querían la prerrogativa y como si dijéramos el monopolio de la Salvación; a pesar de que todos los profetas, encabezados por Isaías, habían pregonado esta misma verdad.
Tan duro les era a los judíos esto de que los mismos «gohim» iban a entrar en el Reino de Dios, que aun después de la muerte y resurrección de Cristo; y de su mandato de “id y enseñad a todas las gentes”, hubo dificultades; y fue necesario a San Pedro mismo tener un sueño o visión que se lo mandara, para que se decidiera ir a Joppe a bautizar a un militar romano con toda su familia; olvidado ya quizás de que el mismo Cristo había elogiado al Centurión romano de Cafarnaúm, diciendo: «De verdad os digo que entre vosotros no he encontrado tanta fe como en este gentil; de verdad os digo que muchos vendrán del Oriente y del Occidente y se sentarán en el Reino de Dios con Abrahán, Isaac y Jacob; y muchos ahora hijos del Reino, serán arrojados fuera».
Nosotros que somos hijos de la Gentilidad hemos sido recibidos felizmente en la fe y en la Iglesia de Cristo; y los hebreos que rechazaron al Mesías Jesús fueron arrojados fuera; ¡y de qué manera! ¡Y por cuánto tiempo!
Pero nosotros también, si somos infieles, seremos arrojados fuera; y está escrito que algún día los judíos volverán a entrar; porque para Dios lo mismo es Pedro que Juan; y la salvación eterna no depende de la sangre ni de la raza, sino de la buena voluntad del hombre.
Cristo fue realmente como dice Simeón, un estandarte, un signo de lucha; y por Él se revelan los secretos del corazón de muchos; porque lo que es cada hombre por dentro, se manifiesta en la posición que toma con respecto a Cristo y su doctrina. De modo que, aunque Él ha venido no para mal de ninguno, sino para bien de todos, en cuanto es de su parte, de hecho, ha venido también para tropiezo y ruina de algunos —por culpa dellos.
El Evangelio no tiene pelos en la lengua, ni la menor sensiblería o blandenguería. «Dichoso el que no tropieza en mí” —dirá más tarde Cristo. Él no atropella a nadie; pero el que se encuentra con Él, o lo acepta o tropieza.
¿Y el que no lo encuentra? Todo hombre con uso de razón lo encuentra de algún modo y en algún momento de su vida. “Y su padre y su madre escuchaban con admiración las cosas que de Él se decían. Su padre nominal y su madre natural eran grandes santos, pero no eran dioses; y la revelación de los misterios de Dios se hacía en ellos como en nosotros, progresivamente y con gran asombro.