SÓlo Dios
Sólo Dios. Nada más es necesario
para el alma sencilla y fervorosa
que cultiva en silencio la preciosa
devoción a Jesús en el Calvario.
Enfrentar cada día el rutinario
quehacer, considerando la gloriosa
resurrección de Cristo de la fosa
–vencedor del sepulcro y del osario–.
Sólo Dios como alfa y como omega,
sólo Dios encumbrando nuestra vida,
sólo Dios como amor trascendental.
Y a la solemne hora de la siega,
Dios, como áurea puerta de salida
y fin de toda angustia terrenal.