Meditaciones para el mes del Sagrado Corazón de Jesús -Día 10

Padre Juan del Corazón de Jesús Dehon: Coronas de amor al Sagrado Corazón

Extraídas del libro

“CORONAS DE AMOR AL SAGRADO CORAZÓN”

del Reverendo Padre Juan del Corazón de Jesús (León Gustavo Dehon),

Fundador de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.

Día 10

SEGUNDO MISTERIO: VIDA DE SILENCIO Y DE ORACIÓN

CUARTA MEDITACIÓN: De la conversación del Corazón Eucarístico De Jesús, según el Cantar de los cantares

Cuanto más está Jesús solitario, cuanto más escondido, cuanto más su boca está silenciosa en el divino Tabernáculo, tanto más su Corazón Sagrado gusta abrirse y expandirse en el corazón de aquellos que lo visitan o que lo reciben con amor en la santa Comunión, sobre todo cuando sus corazones, inmolándose por amor con el suyo, consienten en privar sus almas de las vanas delicias de este mundo y en olvidarse ellos mismos en el silencio de la santa dilección.

1. Las dulzuras de esta conversación

Su conversación nada tiene de amargo, no ofrece sino dulzura y suavidad, como nos anuncia el Espíritu Santo: “Me senté, dice la Esposa del Cantar, esto es, el alma que ama el Corazón eucarístico de Jesús, me senté a la sombra de aquel que mis deseos llamaban, es decir, separarme del mundo, separarme de mí misma y reposé en el silencio del amor, y me sumergí en la soledad del tabernáculo y, entonces, los frutos del bienamado fueron dulces en mi boca; sus frutos, esto es, su amor, su propio Corazón, que es un alimento y una bebida. Me introduje en sus divinos graneros y ordenó en mí la caridad; me introdujo en su Corazón y ahí solo encontré amor”. También la cruz, también las espinas se transformarán en amor.

¡Ah! ¡Que mi bienamado venga a su jardín y que se alimente del fruto de sus árboles! El jardín del bienamado es mi corazón, este corazón donde el bienamado plantó el amor, la humildad, la mortificación. ¡Ah! ¡Que venga a recoger los pequeños méritos que amasé con mi vida de amor y de inmolación, que venga alimentarse con el deseo ardiente que tengo de poseerlo! A estas ardientes aspiraciones, Jesús responde: “Ven tú antes, hermana mía, esposa mía, ven tú a mi jardín, es decir, a mi Corazón. En los tiempos de mi vida mortal, hice una colecta de mirra y de aromas, viví, sufrí, padecí y morí por tí; mi alimento es una deliciosa miel, el amor; mi bebida es la leche, el amor tierno, y el vino, el amor fuerte; venid, amigos míos, comed y bebed; embriagaos, amadísimos míos”.

Estas palabras del santo Cantar explican las expresiones de las cuales el mismo Señor Nuestro se sirvió instituir el divino Sacramento de nuestros altares. Él quiere alimentarnos y abrevarnos la sed de amor, de su Corazón amantísimo y dulce.

Yo duermo, añade el Buen Salvador, pero mi Corazón vela: Ego dormio et Cor meum vigilat. Duermo a causa de la soledad y del silencio eucarístico del que me envuelvo; duermo, pero mi Corazón no sabe dormir. Este Corazón vela sin cesar, se inmola siempre. ¡Pueda el nuestro imitarlo! Durmamos y muramos a las cosas de este mundo; vigilemos y vivamos únicamente para el Sagrado Corazón eucarístico de Jesús; ¡que Él viva en nuestros corazones, pero que ahí viva únicamente y que obre en nosotros todas las funciones de la vida! Es después de este sueño que hay que escuchar de nuevo la voz del Bienamado que habla a través de las especies que lo retienen prisionero: “Ábreme, hermana mía, amada mía, paloma mía, inmaculada mía, ábreme; hace mucho tiempo que llamo a tu puerta, ábreme”. Y entonces, el piadoso discípulo del Sagrado Corazón exclamará: “Mi alma se derrite toda, se licua, cuando oye la voz del Bienamado, mi corazón se estremeció de amor”.

II. Sus pruebas

A veces, la prueba sigue a las dulzuras del coloquio de amor; el Bienamado huye y el alma lo busca por todas partes; pregunta a los guardias de la ciudad, a los ministros del Señor, a los santos del Paraíso, a todo lo que la rodea: “Os conjuro, hijas de Jerusalén, decidme dónde está mi Amado y decidle que desfallezco de amor”.

Pero el Sagrado Corazón de Jesús se complace en terminar esta prueba de amor y el alma puede exclamar: “Mi Amado es para mí y yo soy toda para él”. Así es como la Sagrada Escritura nos describe las nupcias en las que el Cordero mismo se da como alimento a sus amados, las almas que lo aman y que él ama.

Es en estas inefables conversaciones donde encontramos la luz, la fuerza, el consuelo de la gracia, con el disgusto, más aún, el olvido de todo lo que no es el Corazón eucarístico de Jesús. ¡Ah! Una vez que comulgamos muchas veces, deberíamos estar abrasados con estos santos ardores que nos describe aquí el Espíritu del mismo Sagrado Corazón.

Pero, ¿tal vez estamos aún paralíticos, tal vez estamos mudos para cantar el amor divino, tal vez nos entregamos a la indolencia? ¡Ahora bien! Presentémonos entonces al Amado como enfermos que desean su curación; tengamos el dolor del amor, si no tenemos sus ardores; sumerjámonos en nuestra nada, lloremos y tengamos confianza y escucharemos la voz del Sagrado Corazón de Jesús: ¡Hijo mío, queda curado! ¡Ah! Corazón Divino, Corazón eucarístico, arrebátanos junto a Tí, queremos correr tus caminos, arrebátanos al olor de tus perfumes; ¿no están también tu cruz y tus espinas todos por ellos empapados? Si fuese necesario, resucítanos para que vivamos siempre de amor y que puedas decirnos: Esta alma resucitó para no morir más; lo que ella vive, no lo vive sino por mi amor.

III. Sus condiciones

Un alma que quiere disponerse a esta conversación con Nuestro Señor debe amar la soledad y el silencio. Es un punto esencial de su regla de vida. Debe encontrar ahí su felicidad, su reposo y su vida. Debe representar para ella un dolor, cuando es obligada a entregarse a ocupaciones profanas. Sin el silencio, de hecho, no hay recogimiento, unión a Dios, correspondencia a sus deseos.

El silencio exterior se extiende también a las penas, a las contradicciones, a las observaciones que nos son hechas. Mi buen Dios, comunica a las almas consagradas al Divino Corazón de Jesús el gusto por este silencio divino y la práctica del silencio exterior.

Jesús en el santo Tabernáculo expía con su silencio tantas conversaciones frívolas, palabras inútiles o malvadas en las que sus criaturas se vuelven culpables. Él es víctima por los pecados de la lengua. Sufre, en particular, a causa de las faltas de las almas que le están consagradas y por las que tiene una ternura especial.

Tras esto, ¿puedo dudar en amar el silencio? ¿No debo ser víctima con Jesús y como Jesús?

Resolución.- Renuevo todas mis resoluciones de silencio y de reconocimiento. Comprendo que la unión con Jesús es a este precio. ¡Ven, Amado mío, tengo sed de escuchar tus dulces conversaciones y saborear ahí la leche de la dulzura y el vino de la fuerza!