50 AÑOS DEL NOVUS ORDO MISSÆ

Conservando los restos

LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO

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Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ… Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante… Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…

Luego de haber estudiado la historia de la Santa Misa desde San Pedro hasta San Pío V y de haber analizado las diversas partes de la Santa Misa de Rito Romano y sus correspondientes oraciones, hemos considerado los antecedentes remotos e inmediatos de la misa nueva.

A continuación, emprendimos el estudio general y particular de ésta. De este modo, consideramos los autores y los fines de la nueva misa, examinamos la explicación de la nueva misa dada por los innovadores modernistas, especialmente la Institutio Generalis.

Una vez acabado este análisis, comenzamos el estudio de los cambios producidos en el Ordo Missæ.

Los reformadores querían absolutamente la desaparición del Misal Romano, el aniquilamiento del Rito Romano.

Entrando ya en los detalles, realizamos un estudio de los ritos del Novus Ordo Missæ.

Continuamos luego con el análisis de algunos temas en particular, primero desde el punto de vista canónico.

Nos detuvimos primero en lo que llamamos una Legislación Revolucionaria, y vimos en detalle el ataque a la Bula Quo primum tempore de San Pío V por medio de la Constitución Missale Romanum.

Luego tuvimos que considerar los dos indultos de 1984 y 1988 y el pérfido Motu proprio Summorum pontificum, de Benedicto XVI.

Hemos concluido expresando que la Misa no basta para corresponder a la Fe; y que por eso hay que descartar la vuelta a la Fe por medio del birritualismo

Lo que se impone es la llegada o la vuelta a la única Misa Romana por medio de la verdadera Fe.

Si no se regresa a la profesión íntegra de la Fe, sin rupturas con la Tradición, la dialéctica con el Misal Romano no dejará de ser una diabólica astucia.

Y recordamos las palabras de Monseñor Lefebvre:

No es una pequeña cosa la que nos opone.

No basta que se nos diga: “pueden rezar la Misa antigua, pero es necesario aceptar esto”.

No, no es solamente eso lo que nos opone, es la Doctrina.

Llegado el momento de comenzar el estudio teológico de la misa montiniana, previamente se hizo necesario establecer los principios de la Teología Católica sobre el Santo Sacrificio de la Misa.

Por lo cual estudiamos tres cuestiones:

– Los Sacramentos en general, especialmente su significación y la intención del ministro.

– La Sagrada Eucaristía como Sacrificio (El Sacrificio Sacramental y su Esencia).

– La Epíclesis, la Forma de las dos Consagraciones y el Tono en que han de ser pronunciadas las palabras.

Después de este largo estudio, estábamos en condiciones de aplicar toda esta doctrina y analizar a su luz los cambios producidos en el Nuevo DES-Orden de la Misa.

Lo hemos previsto mediante los últimos tres Especiales, que debían tratar los siguientes temas:

* El Ofertorio y las nuevas Plegarias Eucarísticas

* La Epíclesis y la Forma

* El Tono Narrativo y algunos Apéndices importantes (“Cara al pueblo”, ¿Abusos de las Traducciones? y ¿Se puede aceptar una consagración dudosa?).

Gracias a Dios, ya pudimos presentar el primero de estos temas. Nos corresponde hoy tratar el segundo, es decir, todo lo referente a la Epíclesis y la Forma de este Sacramento.

NOM 1

LA EPÍCLESIS

En el nuevo misal introdujeron en las Plegarias Eucarísticas II, III y IV la Epíclesis de Consagración o Invocación al Espíritu Santo.

En el Canon Romano, como sabemos, la oración Quam oblationem dice así:

La cual oblación te suplicamos, oh Dios, te dignes hacerla en todo (traza el signo de la cruz sobre las Ofrendas) ben+dita, apro+bada, confir+mada, razonable y agradable, a fin de que se convierta para nosotros (traza el signo de la cruz una vez sobre la Hostia) en el cuer+po (y una vez sobre el Cáliz) y la san+gre de tu amadísimo Hijo, Señor nuestro, Jesucristo.

Ahora bien, en el misal montiniano nos encontramos con:

Plegaria Eucarística I

Extendiendo las manos sobre las ofrendas, dice:

Bendice y santifica, Padre, esta ofrenda, haciéndola perfecta, espiritual y digna de ti, de manera que sea para nosotros Cuerpo y Sangre de tu Hijo amado, Jesucristo, nuestro Señor.

Observen bien la rúbrica, que ordena extender las manos sobre las ofrendas, sin ningún signo de cruz.

NOM 2

Plegaria Eucarística II

El sacerdote con las manos extendidas, dice:

Santo eres en verdad, Señor, fuente de toda santidad;

Junta las manos y las extiende sobre las ofrendas

por eso te pedimos que santifiques estos dones con la efusión de tu Espíritu,

Junta las manos y traza el signo de la cruz sobre el pan y el cáliz conjuntamente

de manera que sean para nosotros el Cuerpo y + la Sangre de Jesucristo, nuestro Señor.

Plegaria Eucarística III

Junta las manos, y manteniéndolas extendidas sobre las ofrendas, dice:

Por eso, Padre, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos separado para ti,

Junta las manos y traza el signo de la cruz sobre el pan y el cáliz conjuntamente

de manera que sean el Cuerpo y + la Sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro,

Junta las manos

que nos mandó celebrar estos misterios.

Plegaria Eucarística IV

Junta las manos y, manteniéndolas extendidas sobre las ofrendas, dice:

Por eso, Padre, te rogamos que este mismo Espíritu santifique estas ofrendas,

Junta las manos y traza el signo de la cruz sobre el pan y el cáliz conjuntamente, diciendo:

para que sean el Cuerpo y + la Sangre de Jesucristo, nuestro Señor,

Junta las manos

Y así celebremos el gran misterio que nos dejó como alianza eterna.

NOM 3

Destaquemos que en las tres nuevas plegarias eucarísticas la rúbrica indica primero mantener las manos extendidas sobre las ofrendas, luego juntarlas, para después trazar un solo signo de la cruz sobre el pan y el cáliz conjuntamente.

Además, en las dos primeras se lee sea para nosotros Cuerpo y Sangre y sean para nosotros el Cuerpo y la Sangre, respectivamente; mientras que en las dos últimas nos encontramos con sean el Cuerpo y la Sangre, sin la frase para nosotros.

De esto se sigue que, si en una misma capilla o iglesia se rezan dos “eucaristías conciliares”, utilizando anáforas diferentes (I y III, o I y IV, o II y III, o II y IV), sea por el mismo sacerdote o por dos distintos, la epíclesis no es la misma.

Iguales comprobaciones podemos hacer respecto de otras oraciones…

Los mismos modernistas y conciliares comentan la epíclesis de este modo:

“De igual manera que por la acción del Espíritu Santo, en el seno de una virgen (María), el Verbo se hizo carne, así también ahora, por la acción del Espíritu Santo, en el seno de una virgen (la Iglesia), se hace presente Cristo en la Eucaristía.

Es el Espíritu Santo el que, de modo muy especial en la Eucaristía, hace la Iglesia, y la «congrega en la unidad».

Después del Santo, la plegaria eucarística continúa con la Epíclesis. Etimológicamente tiene el sentido de “llamar sobre”, “invocar sobre”, pidiendo que la fuerza del Espíritu Santo descienda sobre los dones.

La Institutio Generalis lo expresa así:

“La Iglesia, por medio de invocaciones especiales, implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones ofrecidos por los hombres sean consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión, sirva para la salvación de quienes van a participar en ella”.

El sacerdote, imponiendo sus manos sobre las ofrendas, pide, pues, al Espíritu Santo que, así como obró la encarnación del Hijo en el seno de la Virgen María, descienda ahora sobre el pan y el vino, y realice la transubstanciación de estos dones ofrecidos en sacrificio, convirtiéndolos en cuerpo y sangre del mismo Cristo.

Para las Iglesias orientales es éste el momento de la transubstanciación, mientras que la Iglesia latina la ve en las palabras mismas de Cristo, es decir, en el relato-memorial, «esto es mi cuerpo».

En todo caso, siempre la liturgia ha unido, en Oriente y Occidente, el relato de la institución de la Eucaristía y la invocación al Espíritu Santo.

El Espíritu Santo aparece como el Santificador, el que “santifica” las ofrendas. Aquel Espíritu que vivificó el cuerpo de Jesús en la resurrección, transforma ahora los dones en el “Pan de vida”.

Hasta aquí el comentario modernista.

Pero hay más; en todas las innovadoras plegarias eucarísticas hay una segunda epíclesis, una segunda invocación del Espíritu Santo llamada “epíclesis de comunión”.

Según ellos, esta invocación pide al Espíritu divino que realice el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia: Para que, fortalecidos con el cuerpo y la sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu.

E insisten: Por obra del Espíritu Santo nace Cristo en la Encarnación, se produce la transubstanciación del pan en su mismo cuerpo sagrado, y se transforma la asamblea cristiana en Cuerpo místico de Cristo, Iglesia de Dios. Es, pues, el Espíritu Santo el que, de modo muy especial en la Eucaristía, hace la Iglesia, y la congrega en la unidad.

Y concluyen, el Espíritu Santo hace posible que la Iglesia, unida a Cristo y a su sacrificio, se ofrezca con Él al Padre. Por eso, la Plegaria Eucarística III pide: Que Él (el Espíritu Santo), nos transforme en ofrenda permanente”. La Eucaristía es el sacrificio del Cristo Total, la Cabeza y los miembros. Así nuestras vidas se deben ofrecer cada día al Padre, por medio de Cristo, en el Espíritu Santo.

NOM 4

Enmarcada en azul la segunda epíclesis

Resumiendo, el nuevo misal, fruto de la reforma litúrgica posconciliar, ha puesto tres nuevas plegarias eucarísticas, además de la plegaria I, que muchos dicen ser el tradicional canon romano, aunque no lo es.

Uno de los aspectos salientes, común a todas estas nuevas plegarias o anáforas, es la explicitación de una doble invocación a Dios por la venida del Espíritu Santo (epíclesis): la primera, después del Sanctus, y antes de la narración de la institución, a fin de que venga con su poder santificador sobre las ofrendas de la Iglesia, para convertirlas en el cuerpo y la sangre de Cristo (epíclesis consecratoria); la segunda, después de la anámnesis o memorial, a fin de que venga sobre los comulgantes, quienes serán alimentados con el cuerpo sacramental de Cristo, para ser más estrechamente congregados en la unidad de su cuerpo eclesial (epíclesis de comunión).

La Instrucción General del Misal Romano, contiene en el n.55 una enumeración de los principales elementos de la Plegaria eucarística.

En los incisos c) y d) se refiere sucesivamente a la Epíclesis y a la Narración de la institución:

c) Epíclesis: con ella la Iglesia, por medio de determinadas invocaciones, implora el poder divino (la versión de 1970 dice: la fuerza del Espíritu Santo) para que los dones que han presentado los hombres queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo (Corpus et Sanguis Christi fiant), y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la comunión sea para salvación (sit in salutem) de quienes la reciban.

d) Narración de la institución: por las palabras y por las acciones de Cristo se representa aquella última cena, en la cual el mismo Cristo instituyó el sacramento de su Pasión y Resurrección, cuando dio a sus Apóstoles su Cuerpo y su Sangre bajo las especies de pan y vino para que comieran y bebieran, dejándoles el mandato de perpetuar el mismo misterio.

Como puede apreciarse, la epíclesis es presentada como una oración donde se implora «el poder divino o del Espíritu Santo», y se presentan juntos los dos significados de consagración y comunión antes de las palabras de institución.

Con estas palabras y los gestos que las acompañan se dice que «se realiza el sacrificio» de Cristo.

Por lo tanto, cabe preguntar: la consagración, ¿se obra en virtud de la sola verba Christi o por la epíclesis?

La única respuesta conforme al conjunto de la Tradición es que la consagración se obra en virtud de las palabras de Cristo al instituir la Eucaristía.

La forma de este Sacramento son las palabras mediante las cuales el Salvador consagró este Sacramento.

La Doctrina Común y cierta de la Iglesia latina, apoyada en el Magisterio Pontificio, es que las palabras de Cristo en la Última Cena son necesarias y suficientes para una consagración válida.

A la objeción que dice: Es absolutamente cierto que la virtud divina actúa en este sacramento. Luego es superflua la petición que hace el sacerdote de que se realice este sacramento, cuando dice: Santifica plenamente esta oblación, etc.

Santo Tomás responde (III, q. 83, a. 4, ad 7): “La eficacia de las palabras sacramentales puede ser impedida por la intención del sacerdote. Y no puede decirse que sea superfluo pedir a Dios lo que sabemos que Él realizará con absoluta certeza, de la misma manera que Cristo pidió su propia glorificación. Sin embargo, no parece que el sacerdote ore ahí para que se realice la consagración, sino para que nos sea fructuosa, por lo que expresamente dice que se haga para nosotros cuerpo y sangre. Y esto es lo que, según San Agustín, significan las palabras anteriores: Dígnate hacer que esta oblación sea bendita, o sea, que nosotros seamos bendecidos por ella, esto es, por su gracia; adscrita, es decir, que por ella seamos inscritos en el cielo; ratificada, o sea, que seamos considerados como miembros de Cristo; razonable, a saber, que seamos despojados de la sensualidad bestial; aceptable, es decir, que nosotros, que nos desagradamos a nosotros mismos, seamos aceptables por ella al Hijo de Dios”.

Precisamente, el sentido de las intervenciones papales fue para declarar necesarias y suficientes ad validitatem las palabras de Cristo en la Última Cena.

Sería herético pretender que la epíclesis sea absolutamente necesaria.

En el rito oriental, el sacerdote ha ligado su convicción y su intención a la pronunciación de la epíclesis por la que se pide al Espíritu que dé eficacia a las palabras del relato. Esto significa que las palabras sólo tienen eficacia por la venida del Espíritu invocado en la epíclesis.

Por lo tanto, se trata de una nueva perspectiva…

En los años ’70 irá tomando fuerza creciente hasta el día de hoy otra hermenéutica que intenta desprenderse del planteo del «instante» de la transformación de las ofrendas y de la «forma» sacramental, para otorgar valor consecratorio al conjunto del canon.

NOM 5

CAMBIO DE LA FORMA

Y así llegamos ahora a considerar las palabras mismas de la Consagración.

Estas palabras preciosas, las mismas que pronunció Jesucristo, antiguamente escritas sólo en oro y siempre destacadas y enfatizadas en su forma impresa en el Misal tradicional, en la nueva misa se han alterado e incluido en la Narración de la Institución.

Como sabemos, la forma de un Sacramento consiste en las palabras que el ministro pronuncia y que aplica a la materia. Estas palabras determinan a la materia a producir el efecto del Sacramento, y también significan íntimamente lo que el Sacramento realiza.

La forma de la Consagración en la Misa Tradicional ha sido fija desde los tiempos apostólicos.

Ha sido “canónicamente” establecida desde el llamado Decreto Armenio del Concilio de Florencia (1438-1445).

Según el Catecismo del Concilio de Trento, la forma (escrita en mayúsculas debajo) se encuentra dentro de estas palabras en el Canon:

El cual, el día antes de su pasión, tomó el pan en sus santas y venerables manos; y elevando sus ojos al cielo, a Ti, ¡oh Dios!, Padre suyo omnipotente, dando gracias, lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y comed todos de esto.

PORQUE ESTO ES MI CUERPO

NOM 6

Igualmente, después de haber cenado, tomando asimismo este glorioso Cáliz en sus santas y venerables manos, dándote también gracias lo bendijo, y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomad y bebed todos de él.

PORQUE ESTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, DEL NUEVO Y ETERNO TESTAMENTO: MISTERIO DE FE: LA CUAL SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR MUCHOS EN REMISIÓN DE LOS PECADOS.

Todas las veces que hiciereis esto, lo haréis en memoria de mí.

NOM 7

El Catecismo del Concilio de Trento continúa: “De esta forma, nadie puede dudar”.

Para información y como documento, proporcionamos las formas conocidas de los diversos ritos que la Iglesia siempre ha aceptado como válidos.

Hay 76 de tales ritos en los diversos idiomas, pero todos ellos han quedado entre alguno de los modelos que siguen.

Nótese que la única variación significante se relaciona con las palabras Mysterium fidei. Santo Tomás dice que fueron pronunciadas por Nuestro Señor.

La razón para las otras variaciones menores es que los diversos Apóstoles establecieron la Misa separadamente, en las diversas partes del mundo a las que fueron enviados.

Todos los ritos usan la misma fórmula para la Consagración del Pan. Para el vino:

Bizantina:

Esta es Mi sangre del Nuevo Testamento, la cual es derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.

Armenia:

Esta es Mi sangre del Nuevo Testamento, la cual es derramada por vosotros y por muchos para la expiación y el perdón de los pecados.

Copta:

Porque esta es Mi sangre del Nuevo Pacto, la cual será derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados.

Etíope:

Esta es Mi sangre del Nuevo pacto, la cual será derramada y ofrecida para el perdón de los pecados y la vida eterna de vosotros y de muchos.

Maronita: Como el rito latino.

Caldea:

Esta es Mi sangre del Nuevo Pacto, el misterio de la fe, que es derramada por vosotros y por muchos para el perdón de los pecados

Malabar:

Porque este es el cáliz de mi Sangre del Testamento Nuevo y Eterno, el Misterio de la Fe, que es derramada por vosotros y por muchos para la remisión de los pecados.

NOM 8

En la Constitución Missale Romanum, de Pablo VI, se lee:

“La principal innovación de esta reforma afecta a la llamada Plegaria eucarística. Aunque en el rito romano la primera parte de esta Plegaria, es decir, el prefacio, asumió a lo largo de los siglos muchas formas, la segunda parte, en cambio, llamada Canon Actionis, a partir de los siglos IV-V adquirió una forma invariable (…) Hemos establecido que a dicha Plegaria eucarística se añadan tres nuevos Cánones. Sin embargo, por razones de carácter pastoral y para facilitar la concelebración, hemos ordenado que las palabras del Señor sean idénticas en cada uno de los formularios del Canon. Por tanto, establecemos que en cada Plegaria eucarística se pronuncien las siguientes palabras:

Sobre el pan: TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL, PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUE SERÁ ENTREGADO POR VOSOTROS.

Sobre el cáliz: TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL, PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR MUCHOS PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS. HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA.

La expresión ÉSTE ES EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE, sacada fuera del contexto de las palabras del Señor y dicha por el sacerdote, sirve de introducción a la aclamación de los fieles.”

NOM 9

Sobre la cuestión del pro multis (por muchos), que aparece en el original latino, expresaremos lo necesario más abajo.

Como sabemos, en la Instrucción General que acompaña al Nuevo Orden de la Misa, estas palabras son llamadas las palabras del Señor  y  La Narración de la Institución.

Por el contrario, en las rúbricas adjuntas al Rito Tradicional, se las denomina Palabras de la Consagración.

La segunda versión de la Instrucción General enmendó el párrafo 55d; ahora allí se lee La Narración de la Institución y la Consagración.

Esta modificación, de ninguna manera corrige el Novus Ordo; es como si, después de construida la casa en base a un plano erróneo, se modificara dicho plano, pero quedase en pie la construcción con sus errores.

Además, en el contexto de la nueva misa, la consagración puede significar simplemente que el pan y el vino son puestos aparte para el uso sagrado.

Merece la pena destacar que Pablo VI agregó la frase quod pro vobis tradetur (que será entregado por vosotros) a las supuestas palabras de la consagración del pan.

Como sabemos, lo mismo hicieron Lutero y Cranmer en sus servicios litúrgicos protestantes.

Lutero explicó las razones para esto en su Catecismo Breve: “La palabra “por vosotros” invoca simplemente a los corazones creyentes”.

Lo cual, claro está, además sólo destaca la importancia de la palabra vobis (por vosotros) en todo este sórdido asunto.

NOM 10

Pablo VI y los pastores. Destacado, Max Thurian

En la presentación de estas nuevas formas, Pablo VI las llamó “Las palabras del Señor” (dominica verba) en lugar de “Las Palabras de la Consagración”, enfatizando así, una vez más, la naturaleza narrativa del rito.

Para los modernistas innovadores, incluso las mismas palabras de Cristo no son ni sacrosantas ni inviolables.

La teología enseña que ciertas palabras en las formas sacramentales son esenciales, y que otras son substanciales porque están tan íntimamente relacionadas con las palabras esenciales que cualquier cambio en ellas implica un cambio de significado.

Es evidente que cualquiera que crea en el poder de la forma, se lo pensará mucho antes de ponerse a jugar con ella…, pues expone el Sacramento a la invalidez.

Incluso, aunque sólo existiera duda sobre si un cambio en las palabras de un Sacramento es sustancial y lo invalida o no, es decir, si hay o no cambio en el significado, semejante cambio de forma debe ser considerado sacrílego.

Cambiando la forma del Sacramento de la Santa Eucaristía, los innovadores argumentaron que ellos estaban poniéndolo “de acuerdo con la Escritura”.

Ya sabemos que esta es una de las herejías antilitúrgicas y se la llama biblismo.

Ahora bien, Lutero también deseó hacer esto y lo hizo…

Se trata de un proceso que apunta, una vez más, al aspecto narrativo del Nuevo Rito.

Sin embargo, no hay absolutamente ninguna razón que justifique este cambio. La Escritura no es una fuente mayor de Revelación que la Tradición —de hecho, hablando estrictamente, la Escritura es parte de la Tradición.

¡No es de la Escritura, sino de la Tradición de donde recibimos las formas (las palabras) utilizadas en la Consagración, en la confección de la Eucaristía!

Tengamos en cuenta que el primer Evangelio, el de San Mateo, fue escrito unos ocho años después de la muerte de Nuestro Señor. Escuchemos las palabras del Cardinal Manning:

“Nosotros no recibimos nuestra religión de las Escrituras, ni la hacemos depender de ellas. Nuestra fe estaba en el mundo antes de que el Nuevo Testamento fuera escrito”.

Además, el Papa Inocencio III (1198-1216) enseña lo siguiente:

“Hay tres elementos en el relato de la Institución no conmemorados por los Evangelistas: «elevando sus ojos al cielo», «y eterno» testamento (mientras que los Evangelios sólo dan «del Nuevo Testamento») y «misterio de fe»”.

Y sostiene que éstos tres elementos proceden de Cristo y de los Apóstoles, “porque, ¿quién sería tan presuntuoso y atrevido como para insertar estas cosas de su propia devoción? En verdad, los Apóstoles recibieron la forma de las palabras del propio Cristo, y la Iglesia lo recibió de los Apóstoles mismos” (De Sacro Altaris Mysterio).

De hecho, es muy probable que los relatos de la Escritura eviten intencionalmente dar la forma correcta de este Sacramento, para que no se profane. Escuchemos a Sto. Tomás de Aquino:

“Los evangelistas no intentaban transmitirnos las formas de los sacramentos, unas formas que convenía mantener ocultas en la primitiva Iglesia, como dice Dionisio al final de Ecclesiasticæ Hierarchiæ, sino que intentaron tejer la historia de Cristo. Y, sin embargo, casi todas estas palabras pueden encontrarse en los diversos lugares de la Escritura. Porque la locución Éste es el cáliz se encuentra en Lc., XXII, 20 y en I Cor XI, 25. En Mt., XXVI, 28 se dice: Esta es mi sangre del nuevo testamento que será derramada por vosotros para el perdón de los pecados. Las adiciones de eterno y misterio de fe se derivan de la tradición del Señor, llegada a la Iglesia a través de los Apóstoles, de acuerdo con lo que se dice en I Cor., XI, 23: Yo recibí del Señor lo que os he transmitido. (Summa, III, q. 78, a. 3, ad 9).

NOM 11

Los tropiezos de la iglesia conciliar…

Nadie puede dudar que la iglesia conciliar arremetió contra la Tradición, contra los Decretos de los Concilios Ecuménicos y contra el Catecismo del Concilio de Trento cambiando la forma del Sacramento de la Santa Eucaristía.

No es una cuestión de debate acerca de “si tenía el derecho de hacer eso”.

Como el Concilio de Trento y Pío XII dejan bien en claro, la Iglesia tiene el poder para determinar o cambiar las cosas en la “administración de los sacramentos”¼, pero la Iglesia no tiene ningún poder acerca de “la substancia de los sacramentos”.

En el último Especial, a propósito de la Epíclesis, ya hemos citado la Carta Ex quo, respecto de algunos errores de los orientales. Allí dice San Pío X:

“Mas ni siquiera queda intacta la doctrina católica sobre el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, al enseñarse audazmente poderse aceptar la sentencia que defiende que entre los griegos las palabras de la consagración no surten efecto sino después de pronunciada la oración que llaman epíclesis, cuando, por lo contrario, es cosa averiguada que a la Iglesia no le compete derecho alguno de innovar nada acerca de la sustancia misma de los sacramentos”.

Uno de los documentos impresos delante de cada edición del Misal Romano es la Instrucción del Papa San Pío V titulada De defectibus. Allí puede leerse:

V — De defectibus Formæ

“Defectus ex parte formæ possunt contingere, si aliquid desit ex iis quæ ad integritatem verborum in ipsa consecratione requiruntur. Verba autem Consecrationis, quæ sunt forma hujus Sacramenti, sunt hæc: Hoc est enim Corpus meum. Et: Hic est enim Calix Sanguinis mei, novi et æterni testamenti: mysterium fidei, qui pro vobis et pro multis effundetur in remissionem peccatorum. Si quis autem aliquid diminueret, vel immutaret de forma consecrationis Corporis et Sanguinis, et in ipsa verborum immutatione verba idem non significarent, non conficeret Sacramentum. Si vero aliquid adderet, quod significationem non mutaret, conficeret quidem, sed gravissime peccaret”.

Es decir:

V — De defectos acerca de la Forma

“Pueden surgir defectos por parte de la forma, si falta algo de aquellas cosas que son requeridas para la integridad de las palabras en la misma Consagración, que constituyen la forma de este Sacramento, las cuales son: Hoc est enim Corpus meum. Et: Hic est enim Calix Sanguinis mei, novi et æterni testamenti: mysterium fidei, qui pro vobis et pro multis effundetur in remissionem peccatorum. Si alguien omitiese o cambiase algo en la forma de la consagración del Cuerpo y la Sangre, y este cambio de palabras en la misma ellas no significaren lo mismo, no confecciona el sacramento. Si, por cierto, agregase algo, que no cambiase la significación, confeccionaría el mismo, pero pecaría gravísimamente”.

En el Especial sobre los Sacramentos en General hemos dicho que es importante retener que, para conservar la sustancia del Sacramento, una vez determinada la forma (sea por Nuestro Señor, sea por la Iglesia), no es lícito variarla ni alterarla.

Es necesario, pues, para la validez del Sacramento, que no haya alteración en la forma, a no ser tan leve que, a juicio de todos los hombres prudentes, quede siempre la misma y retenga idéntica significación.

Los teólogos expresan seis modos de alteración más o menos sustancial de la forma:

Añadir algo a ella.

Suprimir algo de ella.

Cambiar o variar las palabras.

Trasponer las palabras.

Corromper las palabras.

Interpolar las palabras con otras o interrumpir su sentido.

Todas estas cosas alteran la forma, y los autores de teología moral señalan hasta qué punto debe llegar la alteración para la nulidad del Sacramento.

En cuanto a la significación del Sacramento, sabemos que la forma realiza lo que expresan las palabras y produce el efecto espiritual de gracia y santidad para lo cual está ordenado el Sacramento.

Con respecto a aquellas formas sacramentales que se nos dieron in genere, la Iglesia podría cambiar las palabras, a condición de que no haya ningún cambio de significado.

Cuando ocurre una alteración en el significado, el cambio se llama «sustancial».

Ahora bien, aparte del hecho de que no se puede aplicar este principio a las formas que nos fueron dadas específicamente por Cristo (in specie), se argumenta no obstante por algunos que, a pesar del cambio en las palabras, no hay ningún cambio en el significado, y por consiguiente ningún cambio sustancial.

Nos atañe entonces considerar la substancia de la forma del Sacramento, porque si hay un cambio sustancial —es decir, un cambio en el significado— entonces la forma se torna indiscutiblemente inválida.

Ésta no es una cuestión de debate, se trata de un hecho. Recordemos que Santo Tomás enseña que “si se elimina de la forma del sacramento un elemento esencial, desaparece el requerido sentido de las palabras y, por tanto, no se realiza el sacramento”.

Leamos sus enseñanzas en el artículo 8 de la cuestión 60 de la tercera parte de su Suma Teológica:

Cuerpo: Acerca de las variaciones que se pueden verificar en la forma de los sacramentos, se deben tener en cuenta dos cosas:

La primera depende de quién pronuncia las palabras, cuya intención es indispensable para que se realice el sacramento.

Por tanto, si con esta adición o sustracción pretendiese realizar un rito no conocido por la Iglesia, no parece que se verifique el sacramento, pues no parece que pretenda hacer lo que hace la Iglesia.

La segunda depende de la significación de las palabras. En efecto, puesto que las palabras operan en el sacramento según su propio sentido, es oportuno considerar si la alteración introducida hace desaparecer el requerido sentido de estas palabras.

Porque si desaparece este sentido es evidente que el sacramento no se realiza.

Es claro que, si se elimina de la forma del sacramento un elemento esencial, desaparece el requerido sentido de las palabras y, por tanto, no se realiza el sacramento.

Por el contrario, si se omite de la forma un elemento no esencial, tal omisión no suprime el requerido sentido de las palabras y, consiguientemente, tampoco suprime el sacramento.

Así, en la forma de la Eucaristía: porque esto es mi cuerpo, la supresión de la palabra porque no suprime el requerido sentido de las palabras, y por eso no impide la realización del sacramento, aunque pudiese suceder que el autor de la omisión cometiese un pecado de negligencia o de desprecio.

También en la adición cabe la posibilidad de introducir alguna palabra que corrompa el requerido sentido. Por eso, una adición de esta clase destruye la realidad del sacramento.

Pero si la adición no destruye el requerido sentido de las palabras, tampoco destruiría el sacramento.

Ad 2. Las palabras constituyen la forma sacramental en virtud de su significado. Por eso, la adición o sustracción de palabras que no altere el genuino sentido, no destruye la esencia del sacramento.

Ad 3. Si la interrupción de las palabras es tan prolongada que se suspende la intención de quien las pronuncia, desaparece el sentido del sacramento y, consiguientemente, su realidad. Pero ésta no desaparece cuando la interrupción es tan breve que no compromete ni la intención del ministro ni la inteligencia de la frase.

Y lo mismo hay que decir de la translocación de las palabras. Si con ella se destruye el sentido de la frase, no se realiza el sacramento, como se hace bien patente en el caso de que una negación se anteponga o se posponga a la frase decisiva. Pero si la translocación no cambia el sentido de la frase, no desaparece la realidad del sacramento.

NOM 12

Otra vez Max Thurian…

Recordemos, ante todo, las palabras ya citadas más arriba de Pablo VI en su Constitución Missale Romanum:

“Establecemos que en cada Plegaria eucarística se pronuncien las siguientes palabras:

Sobre el pan: TOMAD Y COMED TODOS DE ÉL, PORQUE ESTO ES MI CUERPO, QUE SERÁ ENTREGADO POR VOSOTROS.

Sobre el cáliz: TOMAD Y BEBED TODOS DE ÉL, PORQUE ÉSTE ES EL CÁLIZ DE MI SANGRE, SANGRE DE LA ALIANZA NUEVA Y ETERNA, QUE SERÁ DERRAMADA POR VOSOTROS Y POR MUCHOS PARA EL PERDÓN DE LOS PECADOS. HACED ESTO EN CONMEMORACIÓN MÍA.

La expresión ÉSTE ES EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE, sacada fuera del contexto de las palabras del Señor y dicha por el sacerdote, sirve de introducción a la aclamación de los fieles”.

Por lo tanto, tres graves modificaciones se produjeron en la fórmula de la Consagración:

 1ª) Después del Hoc est enim Corpus meum, las nuevas “Plegarias Eucarísticas” agregan Quod pro vobis tradetur.

Como sabemos, el hereje Martín Lutero había hecho exactamente la misma adición, con la intención de acercarse al texto de las Sagradas Escrituras.

Esto se llama, como es conocido, biblismo

Y recordamos la segunda herejía antilitúrgica denunciada por Dom Guéranger: reemplazar las fórmulas del estilo eclesiástico por lecturas de la Sagrada Escritura.

Además, esto refuerza el aspecto de narración de estas palabras, de relatar una historia, lo cual exige el tono recitativo correspondiente, como veremos en el siguiente punto.

El Canon Romano, siempre preciso, omitió esta oración por una razón muy simple: si bien la transubstanciación del pan en el Cuerpo de Nuestro Señor Jesucristo se realiza por las palabras de la Consagración, el sacrificio exige para realizarse la segunda Consagración, la del vino.

Es normal, pues, que la fórmula de Consagración del vino mencione este sacrificio por las palabras Qui pro vobis et pro multis effundetur. La fórmula de la Consagración del pan no exige el agregado, pues todavía no se realiza el sacrificio.

Santo Tomás trata expresamente esta cuestión en la Suma Teológica, refutando por anticipado a Lutero, a los modernistas…, y a los neo-protestas-modernistas conciliares:

Cristo está por entero bajo cada una de las especies, y no sin razón. Porque esto sirve para representar la pasión de Cristo, en la que la sangre fue separada de su cuerpo, por lo que en la forma de la consagración de la sangre se menciona su derramamiento.

Puesto que, como se ha dicho ya, la sangre consagrada por separado representa claramente la pasión de Cristo, el efecto de la pasión debía ser mencionado mejor en la consagración de la sangre que en la consagración del cuerpo, que es el que padeció. Lo cual también se indica cuando el Señor dice: que será entregado por vosotros, como queriendo decir: que por vosotros será sometido a la pasión.

Ya hemos dicho que la sangre consagrada separadamente del cuerpo representa más claramente la pasión de Cristo. Y, por eso, se hace mención de la pasión de Cristo y de su fruto en la consagración de la sangre, y no en la consagración del cuerpo.

 2ª) El inciso Mysterium fidei, que, en medio de la fórmula consagratoria, necesariamente recuerda el Sacrificio de Cristo que se opera misteriosamente por la Consagración separada del pan y del vino, ha sido desplazado y se lo dice después de la elevación del cáliz.

En la nueva misa, mientras Cristo está, supuestamente, sobre el altar después de las palabras de la consagración, al creyente se le hace decir, Hasta que vuelvas.

Este desplazamiento lleva a creer que el Misterio de Fe no se realiza en la Consagración, sino en la Muerte, Resurrección y Venida Final de Cristo.

Su traslación le da un significado protestante: un misterio de la fe de los fieles que hace que Jesucristo esté presente de cierta manera, sólo espiritualmente, en medio de ellos.

También Lutero había extraído estas palabras de la fórmula consagratoria.

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Agrandando la imagen, ver lo señalado en recuadros

 3ª) La fórmula post-consagratoria Cuantas veces hiciereis estas cosas, las haréis en memoria de mí fue reemplazada por Haced esto en conmemoración mía, que sigue inmediatamente, lo que contribuye a atenuar la idea de una acción sacramental forzando sobre la de conmemoración; lo cual el texto tradicional no lo permite.

 

Todas estas alteraciones responden al nuevo concepto de la Misa tal como está expresado en la Institutio.

Los nuevos textos del mal llamado “canon romano” lo aproximan, como comprobamos, al protestantismo, creando confusiones inaceptables y extremadamente dañinas para la fe.

No tiene sentido argumentar, como hacen los mediocres…, que estos son puntos de detalle y que no tienen mayor importancia. En efecto, no se puede evitar el dilema:

— si estos puntos son realmente poco importantes, es una gran impiedad modificarlos, metiendo la sacrílega mano para tocar la antigua y venerable Regla, el sagrado Canon, tan limpio de todo error, que nada incluye que no dé a entender en sumo grado, cierta santidad y piedad, y levante a Dios los ánimos de los que sacrifican, como dice el Concilio de Trento.

— y si, por el contrario, son importantes y tienen un significado, entonces su supresión o modificación no pueden tener otra justificación y aplicación que la ecuménica, que va en la dirección de una relativización de la doctrina católica; lo cual es inaceptable, porque, además de sacrílego, es heterodoxo.

Algunos argumentan diciendo que sólo se requiere que el sacerdote diga las Palabras esenciales de la Consagración, que serían para ellos: “Esto es mi Cuerpo” y “Este es el Cáliz de mi Sangre”.

Los que sostienen esta posición ignoran o desprecian lo dicho más arriba sobre los defectos acerca de las palabras de la forma, que no se limitan solamente a las indicadas aquí.

También ignoran o desprecian el hecho de la doble Consagración, que no han de separarse nunca, cuyas palabras constituyen la forma completa del Sacramento. Y, por lo tanto, todas toman parte de la significación del mismo.

Detallando la cuestión, analizando la forma de la Consagración del vino, algunos insisten en sólo las palabras “Este es el Cáliz de Mi Sangre” pertenecen a la substancia de la forma, pero no las palabras que siguen.

Ahora bien, esto parece incorrecto, porque las palabras que siguen son determinaciones del predicado, esto es, de la Sangre de Cristo; y, por consiguiente, ellas pertenecen a la integridad de la expresión y, por lo mismo, a su significación.

La doble Consagración, la Consagración distinta del pan y el vino, la representación separada del Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las dos especies, esto es, el derramamiento místico de la Sangre, es, en virtud de la institución de Cristo, completamente necesaria, no sólo mandado por las rúbricas y el Derecho Canónico, sino también para la celebración válida del Sacrificio Eucarístico.

Si el pan se consagrase válidamente, pero no así el vino, entonces Cristo estaría ciertamente presente bajo la especie de pan, pero el Sacrificio no se completaría, porque se necesita una característica y requisito esencial, a saber, la doble Consagración. Por lo tanto, es de ordenación divina que ambos elementos —el pan y el vino— deben consagrarse siempre, para que el Sacrificio Eucarístico pueda tener lugar.

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Siempre presente Max…

Además de todo esto, las palabras precedentes —es decir, el ambiente en que las palabras de la forma se encierran— alteran gravemente el significado de la misma en la nueva misa.

La cuestión del contexto en que se usan las palabras esenciales de la Consagración es muy importante porque este trasfondo es capaz también de cambiar su significado de una manera sustancial, e incluso influir en la intención del sacerdote.

Ésta es otra razón por la que la Iglesia Católica ha sido tradicionalmente siempre tan insistente en la integridad de la forma utilizada para confeccionar los Sacramentos, es decir, todas las palabras de la forma.

En el último Especial ya hemos visto que la enseñanza de Santo Tomás de Aquino sobre este punto es la siguiente:

“Hay que decir que todas estas palabras pertenecen a la esencia de la forma. Pero las primeras palabras: Éste es el cáliz de mi sangre, significan precisamente la conversión del vino en la sangre. Y las palabras siguientes designan el poder de la sangre derramada en la pasión”.

A todo lo que llevamos dicho, hay que agregar lo que ya vimos sobre la Significación de los Sacramentos y la Intención del ministro. Ver Aquí

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“Todos”  por  “Muchos”

La culminación del sacrilegio aconteció con la falsa traducción de la nueva forma de las Palabras de la Consagración del vino.

La expresión pro multis (por muchos) en todas versiones vernáculas figuró “por todos”, o una substituta, como “por todos los hombres” o “por la humanidad”.

Se trata de un cambio que claramente, utilizando las palabras de Santo Tomás de Aquino ya citadas, determina el predicado con un significado que es diferente del tradicionalmente señalado por la Iglesia Católica.

De los diversos ritos de la Misa que la Iglesia tradicionalmente ha reconocido siempre como válidos —unos 76 ritos diferentes en muchos idiomas diferentes, muchos de los cuales se remontan a los tiempos apostólicos— NINGUNO ha usado nunca «todos» en la forma para la Consagración del vino.

Lo que hace más ofensiva esta peculiar falsa traducción es que la Iglesia siempre ha enseñado que la palabra «todos», no se usa, y esto intencionadamente y por razones muy específicas.

Leamos algunas definiciones doctrinales al respecto:

Concilio de Quiersy (año 853): “Dios omnipotente quiere que todos los hombres sin excepción se salven [I Tim. 2, 4], aunque no todos se salvan. Ahora bien, que algunos se salven, es don del que salva; pero que algunos se pierdan, es merecimiento de los que se pierden. Como no hay, hubo o habrá hombre alguno cuya naturaleza no fuera asumida en Él; así no hay, hubo o habrá hombre alguno por quien no haya padecido Cristo Jesús Señor nuestro, aunque no todos sean redimidos por el misterio de su pasión. Ahora bien, que no todos sean redimidos por el misterio de su pasión, no mira a la magnitud y copiosidad del precio, sino a la parte de los infieles y de los que no creen con aquella fe que obra por la caridad [Gal. 5, 6]; porque la bebida de la humana salud, que está compuesta de nuestra flaqueza y de la virtud divina, tiene, ciertamente, en sí misma, virtud para aprovechar a todos, pero si no se bebe, no cura” (Dz. 318-319).

Concilio de Valence (año 855): “Igualmente sobre la redención por la sangre de Cristo, en razón del excesivo error que acerca de esta materia ha surgido, hasta el punto de que algunos, como sus escritos lo indican, definen haber sido derramada aun por aquellos impíos que desde el principio del mundo hasta la pasión del Señor han muerto en su impiedad y han sido castigados con condenación eterna, contra el dicho del profeta: Seré muerte tuya, oh muerte; tu mordedura seré, oh infierno [Os. 13, 14]; nos place que debe sencilla y fielmente mantenerse y enseñarse, según la verdad evangélica y apostólica, que por aquellos fue dado este precio, de quienes nuestro Señor mismo dice: Como Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es menester que sea levantado el Hijo del Hombre, a fin de que todo el que crea en Él, no perezca, sino que tenga la vida eterna. Porque de tal manera amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo unigénito, a fin de que todo el que crea en Él, no perezca, sino que tenga la vida eterna. [loh., 3, 14ss]; y el Apóstol: Cristo -dice- se ha ofrecido una sola vez para cargar con los pecados de muchos [Hebr. 9, 28]” (Dz. 323).

Concilio de Trento (Sesión VI, 13/1/1547): “Mas, aun cuando Él murió por todos [II Cor. 5, 15], no todos, sin embargo, reciben el beneficio de su muerte, sino sólo aquellos a quienes se comunica el mérito de su pasión. En efecto, al modo que realmente si los hombres no nacieran propagados de la semilla de Adán, no nacerían injustos, como quiera que por esa propagación por aquél contraen, al ser concebidos, su propia injusticia; así, si no renacieran en Cristo, nunca serían justificados, como quiera que, con ese renacer se les da, por el mérito de la pasión de Aquél, la gracia que los hace justos” (Dz. 795).

Catecismo Romano: “Las palabras por vosotros y por muchos, tomadas separadamente de San Mateo y de San Lucas, fueron unidas por la Iglesia, por divina inspiración, para significar el fruto y la fecundidad de la Pasión de Nuestro Señor. Porque considerando su eficacísima virtud, debemos admitir que Cristo derramó su sangre por la salud de todos; mas, si atendemos al fruto que en ella consiguen los hombres, habremos de admitir que no todos participan efectivamente, sino sólo muchos. Por consiguiente, al decir Cristo por vosotros, significó a los Apóstoles, con quienes hablaba, excepto Judas, y a los elegidos entre los judíos como discípulos suyos. Y al añadir por muchos, quiso referirse a todos los demás elegidos, tanto judíos como gentiles. Con razón no dijo por todos, tratándose de los frutos de su pasión, que sólo los elegidos perciben. En este sentido deben entenderse las palabras de San Pablo: Cristo que se ofreció una vez para soportar los pecados de muchos, por segunda vez aparecerá, sin pecado, a los que le esperan para recibir la salud [Heb. 9, 28]. Y aquellas otras del mismo Señor: Yo ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por los que tú mediste, porque son tuyos [Jn. 17, 9]”.

San Alfonso María de Ligorio, Tratado sobre la Santa Eucaristía: “Las palabras pro vobis et pro multis [“por vosotros y por muchos”] se usan para distinguir la virtud de la Sangre de Cristo de sus frutos: pues la Sangre de nuestro Salvador es de valor suficiente para salvar a todos los hombres, pero sus frutos sólo son aplicables a un cierto número y no a todos, y esto es por su propia falta. Como los teólogos enseñan, esta Sangre preciosísima es en sí misma suficientemente capaz de salvar a todos los hombres; pero, por lo que toca a nuestra parte, eficazmente no salva a todos; salva sólo a aquéllos que cooperan con la gracia”.

Benedicto XIV (1740-1758), De Sacrosanctae Missæ Sacrificio: Discutió este problema y declaró que esta enseñanza «explica correctamente» el uso de Cristo de «por muchos», como opuesto a «por todos».

En vista de la enseñanza constante de la Iglesia, este cambio de «muchos» a «todos» en las traducciones a lenguas modernas del latín original del Nuevo Orden de la Misa no puede ser accidental.

La Roma modernista claramente aprobó las falsas traducciones. Según el Arzobispo Rembertt Weakland, de Milwaukee, Pablo VI se reservó para sí la aprobación de las traducciones vernáculas de la Narración de la Institución, y sobre todo de la palabra multis.

Dado todo este trasfondo, es difícil evitar la conclusión de que se ha expandido la herejía sostenida por muchos (¿o todos?) protestantes, racionalistas, universalistas, teilhardianos y conciliares, a saber, la falsa idea de que todos los hombres se salvarán.

NOM 16

Max…, una vez más

Por supuesto que sabemos que el 17 de octubre de 2006, el cardenal Francis Arinze conciliar, Prefecto de la Congregación para el Culto Divino conciliar y la Disciplina de los Sacramentos conciliares, les escribió a los presidentes de todas las Conferencias Episcopales conciliares respecto a la traducción del pro multis en las palabras de consagración del ordinario de la Misa.

Allí se lee:

“Un texto correspondiente a las palabras pro multis, transmitido por la Iglesia, constituye la fórmula que se ha estado utilizando en el Rito Romano en latín desde los primeros siglos. Durante los últimos 30 años más o menos, algunos textos vernáculos aprobados han llevado la traducción interpretativa de “por todos”, o su equivalente.

Sin embargo, existen muchos argumentos a favor de una interpretación más exacta de la fórmula tradicional pro multis.

“Por muchos” es la fiel traducción de pro multis, mientras que “por todos” es más bien una explicación del tipo que pertenece propiamente a la catequesis.

La expresión “por muchos”, mientras que se mantiene abierta a la inclusión de cada persona humana, refleja también el hecho que esta salvación no ocurre en una forma mecánica sin la participación o voluntad propia de cada persona; más bien, se invita al creyente a aceptar en la fe el don que se ofrece y a recibir la vida sobrenatural que se da a aquellos que participan en este misterio y a vivir así su vida para que sean contados entre los “por muchos”, a quienes se refiere el texto.

De acuerdo con la Instrucción Liturgiam authenticam, se deberá hacer esfuerzos para ser más fieles a los textos latinos de las ediciones típicas.

A las Conferencias Episcopales de aquellos países en donde la fórmula “por todos” o su equivalente está siendo utilizada actualmente, se les solicita que emprendan una catequesis necesaria de los fieles acerca de este asunto en los próximos uno o dos años a fin de prepararlos para la introducción de una traducción vernácula precisa de la fórmula pro multis (“por muchos”) en la próxima traducción del Misal Romano que los obispos y la Santa Sede aprobarán para ser usados en sus países”.

A pesar de todo, Arinze intercaló lo que sigue:

“No existe duda alguna en relación a la validez de las Misas celebradas utilizando una fórmula aprobada debidamente y que contenga una fórmula equivalente a “por todos” como lo ha declarado ya la Congregación para la Doctrina de la Fe. Por cierto, la fórmula “por todos” correspondería indudablemente a una interpretación precisa de la intención del Señor expresada en el texto. Es un dogma de fe que Cristo murió en la Cruz por todos los hombres y mujeres (cf. Juan 11:52; 2 Corintios 5:14-15; Tito 2:11; 1 Juan 2:2)”.

Por lo tanto, si bien ahora deberían decir “por muchos”, la intención al consagrar seguirá siendo “por todos”, pues “correspondería indudablemente a una interpretación precisa de la intención del Señor”

Y, de este modo, no consagran válidamente por defecto de intención…

Si usted desea que lo tomen totalmente por bobo, no deje de leer la Carta de Benedicto XVI al arzobispo conciliar de Friburgo y presidente de la conferencia episcopal alemana conciliar, Dr. Robert Zollitsch, del 14 de abril de 2012.

En dicha carta, Venenito a la 16ª, entre otras finesas teológicas modernistas, escribe:

“La Santa Sede ha decidido que, en la nueva traducción del Misal, la expresión “pro multis” deba ser traducida tal y como es, y no como es interpretada.

En lugar de la versión interpretada “por todos”, ha de ponerse la simple traducción “por muchos”.

Aunque esta decisión, como espero, es absolutamente comprensible a la luz de la correlación fundamental entre traducción e interpretación, soy consciente sin embargo de que representa un reto enorme para todos aquellos que tienen el cometido de exponer la Palabra de Dios en la Iglesia. En efecto, para quienes participan habitualmente en la Santa Misa, esto parece casi inevitablemente como una ruptura precisamente en el corazón de lo sagrado”.

Y comienza con una serie de preguntas, tales como:

“Pero Cristo, ¿no ha muerto por todos? ¿Ha modificado la Iglesia su doctrina? ¿Puede y está autorizada para hacerlo? ¿Se está produciendo aquí una reacción que quiere destruir la herencia del Concilio? ¿Por qué, en la traducción del Misal después del Concilio, la palabra “muchos” fue sustituida por “todos”? Si Jesús murió por todos, ¿por qué en las palabras de la Ultima Cena Él dijo “por muchos”? Y, ¿por qué nosotros ahora volvemos a atenernos a estas palabras de la Institución de Jesús? Pero, una vez más: ¿Por qué “por muchos”? ¿Acaso el Señor no ha muerto por todos? Pero entonces, con mayor razón, una vez más, debemos preguntarnos: si esto es así de claro, ¿por qué en la Plegaria Eucarística está escrito “por muchos”? Pero ahora nos preguntamos: ¿Por qué Jesús mismo lo ha dicho precisamente así?”

Si usted desea ser tomado por bobo…, vaya, busque la carta de Venenito…, y lea las respuestas…

De mi parte, por respeto hacia usted, no transcribo esas palabras, que pertenecen a un genuino modernista…

NOM 17

La Aclamación Memorial

Como se ha mencionado más arriba, la frase Mysterium Fidei es parte de la forma de la Consagración del vino.

En la nueva misa, esta frase ha sido alejada de la forma y puesta en la introducción a la Aclamación Memorial del pueblo, implicando así que el Misterio de Fe es la Muerte, Resurrección y Venida Final de Nuestro Señor, en lugar de su Presencia Real, Verdadera y Substancial en el Altar.

Veamos cómo se presentan las diversas fórmulas:

Mysterium fidei.

Mortem tuam annuntiamus Domine, et tuam resurrectionem confitemur, donec venias.

Anunciamos tu muerte Señor, y proclamamos tu resurrección, hasta que vengas.

Vel:

Quotiescumque manducamus panem hunc et calicem bibimus, mortem tuam annuntiamus, Domine, donec venias.

Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vengas.

Vel:

Salvator mundi, salva nos, qui per crucem et resurrectionem tuam liberasti nos.

Salvador del mundo, sálvanos, que por tu cruz y resurrección nos has salvado.

NOM 18

Pero hay tantas versiones como antojos de las conferencias episcopales…

Annibale Bugnini, sepulturero del Misal Romano y arquitecto principal de la nueva misa, nos informa en sus Memorias que discutió este problema directamente con Pablo VI.

A inicios de febrero de 1964, bajo la dirección de Annibale Bugnini, un Consilium para la Ejecución de la Reforma Litúrgica emprendió la tarea de aplicar la Constitución conciliar sobre la liturgia, Sacrosanctum Concilium, promulgada el 4 de diciembre de 1963.

El Consilium había deseado dejar el texto de la “Aclamación Memorial” a los diversos Comités Nacionales de Obispos sobre la Liturgia, pero Pablo VI urgió a que “Una serie de aclamaciones (cinco o seis) debían prepararse para usar después de la consagración”.

Por todo esto, el Breve Examen Crítico señaló con pertinencia:

La aclamación asignada al pueblo para decir después de la Consagración («Anunciamos tu muerte, Señor, etc., hasta que vengas«) introduce, bajo la apariencia de escatologismo, una nueva ambigüedad sobre la Presencia Real. En efecto, se proclama oralmente, sin solución de continuidad después de la Consagración, la expectación de la segunda venida de Cristo en la consumación de los tiempos, en el mismo momento en el que Él se halla verdadera, real y substancialmente presente sobre el altar, como si sólo aquélla última fuera su verdadera venida, pero no ésta.

Y esto se recalca con mayor vigor en la fórmula de aclamación a elegir libremente: «Cada vez que comemos este pan y bebemos el cáliz, anunciamos tu muerte, Señor, hasta que vengas»; donde se mezclan con la máxima ambigüedad cosas diversas, como la inmolación y la manducación, la Presencia Real y la segunda venida de Cristo.

No se diga, según el modo de proceder de los protestantes –como nadie ignora– en su método crítico, que estas palabras pertenecen al mismo texto de la Sagrada Escritura. Pues la Iglesia siempre evitó el yuxtaponer estos textos, de manera de disipar toda confusión entre las diversas cosas y verdades que estos textos expresan.

Teniendo en cuenta solamente el texto oficial latino delante de sus ojos, los cardenales Ottaviani y Bacci pudieron escribirle a Pablo VI:

El Novus Ordo Missæ se aleja de manera impresionante, en conjunto y en detalle, de la teología católica de la Santa Misa, cual fue formulada en la XXII Sesión del Concilio de Trento.

Monseñor Lefebvre expresó:

La nueva misa viene de la herejía y conduce a la herejía.

Hemos comprobado que, aunque se la celebre con piedad y conforme a las rúbricas, está impregnada de espíritu protestante; lleva en ella un veneno perjudicial para la fe.

Concluyamos, pues, afirmando que la nueva misa no es agradable a Dios, pues no da la adoración conveniente a Nuestro Señor Jesucristo, además de que plantea serias dudas sobre su validez.

El católico debe rechazar la nueva misa y no puede ni celebrarla, si es sacerdote, ni asistir a ella, si es simple feligrés.

Esa misa no puede obligar, ni puede servir para cumplir el precepto dominical.

Dios mediante, en un próximo y último Especial veremos lo concerniente al Tono Narrativo y también algunos Apéndices sobre puntos importantes.