50 AÑOS DEL NOVUS ORDO MISSÆ

Conservando los restos

LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO

Texto del vídeo publicado Aquí

Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ… Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante… Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…

Luego de haber estudiado la historia de la Santa Misa desde San Pedro hasta San Pío V y de haber analizado las diversas partes de la Santa Misa de Rito Romano y sus correspondientes oraciones, hemos considerado los antecedentes remotos de la misa nueva.

Luego de haber considerado el Jansenismo, el Anglicanismo y el conciliábulo de Pistoya, hemos seguido de cerca la bien llamada herejía antilitúrgica y la obra de restauración llevada a cabo por Dom Guéranger, dando inicio al Movimiento Litúrgico.

Luego emprendimos el estudio de la desviación del Movimiento Litúrgico, que desembocará en la nueva misa.

En los últimos Especiales comenzamos el estudio de los antecedentes inmediatos de la nueva misa, es decir el análisis de la Liturgia durante el Pre-Concilio y lo sucedido durante el conciliábulo vaticano II, la revolución conciliar…

Hoy concluimos con los antecedentes inmediatos, considerando los cambios después del conciliábulo.

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ESCUCHAR ESPECIAL DE CRISTIANDAD

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LA LITURGIA DURANTE EL POSTCONCILIO

Cuando se estudia la evolución del Movimiento Litúrgico desviado, se tiende a considerar la Constitución Sacrosanctum Concilium como el punto de llegada, el término de aquella evolución.

Nada más lejos de la realidad…

Para los innovadores modernistas, la Constitución, por el contrario, estableció un punto de partida, bastante imperfecto e incluso «conservador».

Como tal, pronto debía ser dejado de lado.

En efecto, la Constitución era sólo el documento inicial en el cual se apoyarían para comenzar a introducir las reformas subsiguientes.

Se trataba de un momento de transición; del paso del Concilio al Consilium.

Se puso en marcha una máquina, que no se detendría hasta llegar al Novus Ordo Missæ.

Al sucederse los documentos elaborados por el Consilium, cada nuevo paso se basará, no ya en la Constitución conciliar, sino en el documento inmediatamente anterior, de modo tal que, con sorprendente rapidez, las reformas habrán ido mucho más lejos de lo que permitía suponer la letra de Sacrosanctum Concilium.

Los innovadores invocarán siempre el «espíritu del Concilio”, en lugar de su letra (la cual, ya sabemos, tampoco es totalmente conforme a la doctrina católica).

Y aunque pueda sorprender, todo sucedió en perfecta coherencia: sus reformas no fueron otra cosa que el desarrollo extremo de los principios aceptados por los Padres conciliares…, y que venían inoculándose desde principios del siglo XX.

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Abrieron la caja…

El Motu proprio Sacram Liturgiam

El 25 de enero de 1964, Pablo VI, por el Motu proprio Sacram liturgiam, pone en inmediata aplicación ciertas disposiciones de la Constitución conciliar y anuncia la creación de una Comisión especial encargada de poner en aplicación dicha Constitución.

Se trata, pues, de un documento de singular importancia por las notables consecuencias que tendrán sus disposiciones:

— a) La creación del Consilium ad exsequendam constitutionem de sacra liturgia, encargado de la revisión de los ritos y libros litúrgicos y, en general, de la práctica de los principios enunciados por la Constitución conciliar;

— b) Introduce las primeras alteraciones en el Oficio divino, suprimiendo algunas horas canónicas; autorizando para rezarlo privadamente en vernáculo; concediendo al Obispo la facultad de dispensar de la obligación de rezarlo.

— c) Confía el cuidado de la liturgia a las Conferencias Episcopales, en lo referente (por el momento) a la introducción, uso y límites del idioma vernáculo en la liturgia.

Esta última disposición implica un paso de incalculables consecuencias. Hasta entonces, la Sede Romana se había reservado siempre los poderes en materia litúrgica. Pablo VI cede parte de dichos poderes a las distintas Conferencias Episcopales.

Las consecuencias de dicha transferencia son obvias:

— 1ª) La descentralización de la regulación de la liturgia llevará a que Roma pierda el control directo sobre las innovaciones litúrgicas, pues admite un cuerpo intermedio fácilmente influenciable por los reformadores, cuando no directamente comprometido con ellos.

— 2ª) Se destruye la unidad del culto litúrgico, pues nada indica que las diferentes Conferencias Episcopales necesariamente deban ponerse de acuerdo para reglamentar las distintas formas de la oración de la Iglesia.

— 3ª) Aumentará la autoridad de las Conferencias Episcopales en detrimento de la autoridad de la Sede Romana. Es la democratización de la Iglesia…

Asimismo, pueden hallarse en este documento algunos de los errores ya señalados a propósito de la desviación del Movimiento Litúrgico:

— 1°) La sobrevalorización del aspecto pastoral de la liturgia, al recomendar que la homilía dominical constituya una verdadera catequesis dentro de la Misa, así como que los sacramentos del Matrimonio y de la Confirmación se administren intra Missam.

— 2°) En el mismo sentido debe colocarse la posibilidad de alterar la oración pública de la Iglesia por motivos pastorales: así, la facultad de dispensa del rezo del Oficio es concedida para facilitar el ministerio pastoral y hacer que los ministros obligados a él no pierdan nada de su piedad personal y estén más íntimamente unidos a Dios… ¡Así dice el documento! Pero, difícilmente se ve cómo podrán estarlo, si se les permite reducir las horas de oración…

Con tal reforma, se perfila, pues, otro aspecto de la preocupación pastoral: la preeminencia de las actividades exteriores, comunitarias (y de la piedad «colectivista»), sobre la piedad personal.

— 3°) El arqueologismo, pues el mismo Bugnini, comentando este documento, ha fundamentado la recomendación de la administración de los sacramentos dentro de la Misa sobre la base de que fue durante siglos la práctica común en la Iglesia.

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El masón Bugnini

El Consilium

En su discurso del 4 de diciembre de 1963, Pablo VI ya había anunciado la creación de Comisiones especiales para poner en práctica las primeras decisiones conciliares.

El Motu proprio Sacram Liturgiam anunció, como hemos visto, la creación de una Comisión específica: el Consilium para la aplicación de la Constitución de la Sagrada Liturgia.

Este fue efectivamente constituido el 29 de febrero de 1964, confiando sus puestos a los elementos más avanzados del Movimiento Litúrgico desviado, en particular la presidencia al Cardenal Lercaro y el secretariado al Padre Bugnini, ya conocidos por nosotros por su modernismo y algo más…

El Consilium va a funcionar hasta 1969 como un verdadero tribunal de excepción, desposeyendo a la Sagrada Congregación de Ritos de casi todos sus poderes; incluso Pablo VI intervendrá personalmente el 20 de octubre de 1964 y el 7 de enero de 1965 para sostener al Consilium entonces en conflicto con la Congregación Romana.

En su «dinámica aunque compleja organización» (al decir de Bugnini), sus miembros se repartirán en dos grandes grupos:

– 1°) El Consilium oficial, con sus integrantes elegidos por Pablo VI, y en su mayor parte formado por personajes eclesiásticos reconocidamente comprometidos con el movimiento litúrgico: los Cardenales Lercaro, Bea, Ritter, Silva Henrique; los Monseñores Hallinan, Zauner, Van Bekkum, Nagae, Guano… y el infaltable Padre Bugnini como Secretario general.

– 2°) Los consultores y expertos, elegidos por el Consiliun, que llegarán a ser mas de 200, repartidos en 42 comisiones diferentes, y quienes serán los que realicen efectivamente las reformas, presentadas luego a Pablo VI a través del Consilium oficial.

Entre los integrantes de la Comisión para la reforma del rito de la Misa se encontraban los Padres Jungmann, Gy y Bouyer, Dom Cipriano Vagaggini, Dom Botte, Monseñor Journel; y su Presidente era Monseñor Wagner, Director del Instituto Litúrgico de Tréveris, instituto éste que tuviera estrechos contactos con el Centro de Pastoral Litúrgica.

Además, debe contarse con la presencia de seis observadores protestantes, que tendrán activa participación en la reforma del Ordo Missæ, pues como reconociera Monseñor Baum (integrante de la Conferencia episcopal de EE.UU.): “No están simplemente ahí como observadores, sino también como consultores; y participan plenamente en las discusiones sobre la renovación litúrgica católica”.

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El objetivo principal del Consilium fue establecido por el mismo Pablo VI: “Hacer la liturgia más pura, más genuina, más próxima a sus fuentes de verdad y de gracia, más apta para ser patrimonio espiritual del pueblo” (Alocución de Pablo VI en la clausura de la segunda sesión del conciliábulo, miércoles 4 de diciembre de 1963. Cfr. L’Osservatore Romano, edición en español, N° 602, p. 6).

De tales errores (arqueologismo, comunitarismo, preocupación excluyente por la «inteligibilidad» de los ritos), planteados como principios rectores y como meta de las reformas, sólo podían surgir frutos venenosos…, esos mismos que padecemos desde hace cincuenta años…

Bugnini, maestro consumado en estos menesteres, ha expuesto el método que seguirían los reformadores: “… para que el paso de lo viejo a lo nuevo ocurra sin solución de continuidad, sin repentinos contrastes o perjudiciales retrocesos, sino por medio de una gradual y natural evolución, hasta la perfecta restauración de toda la maravillosa obra maestra, que es la sagrada liturgia» (Cfr. L’Osservatore Romano, edición en español, N° 602, p. 6).

Entre otras lindezas, el Padre Bugnini declaró en el Osservatore Romano del 19 de marzo de 1965: «La oración de la Iglesia no debe ser un motivo de malestar espiritual para nadie»; y que “es preciso apartar toda piedra que pudiera constituir, aunque más no fuera la sombra de un riesgo de estorbo o de disgusto para nuestros hermanos separados».

Toda la acción del Consilium se basará sobre los principios erróneos, que ya hemos ido señalando:

— 1°) El regreso a las fuentes, el arcaísmo o arqueologismo denunciado por Pío XII en Mediator Dei: romper la Tradición viviente para reconstruir artificialmente estructuras muertas.

— 2°) La desacralización, consecuencia forzosa de ese primitivismo artificial, que en vez de revalorizar lo sagrado, conduce hacia lo profano.

— 3°) La obsesiva preocupación por la «inteligibilidad» de los ritos, que lleva implícito el desprecio hacia la capacidad intelectual de las generaciones anteriores y que, bajo la apariencia de exaltar la comprensión, lleva irremisiblemente hacia una simplificación tal, que parece considerar a los fieles católicos como una generación de retardados… Lo cual han conseguido gestar, sin lugar a dudas…

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J.M.J Río de Janeiro 2013

— 4°) El comunitarismo, es decir, la alteración y sobrevaloración de la importancia de la comunidad, y que en realidad es más el culto de las masas, propio del comunismo, que un verdadero espíritu comunitario.

— 5°) El activismo, las manifestaciones meramente físicas de la participación en los ritos, convertidas en lo único importante, en el único signo por el cual se valora la «espiritualidad» de una comunidad.

— 6°) Todos estos errores confluyen en uno solo: la substitución progresiva del culto de Dios por el culto del hombre.

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J.M.J Río de Janeiro 2013

Nota: Louis Salleron, en el capítulo segundo de su libro La Nueva Misa, analiza detalladamente estos puntos con el título Los temas del aggiornamento.

Las tareas del Consilium comenzaron inmediatamente. La primera reunión plenaria, realizada sólo once días después de su creación efectiva, fijó los objetivos inmediatos:

— a) Elaborar una Instrucción para especificar el Motu proprio Sacram Liturgiam respecto de las tareas de las Conferencias Episcopales en materia litúrgica;

— b) Constituir grupos de estudios para cada rito o para cada reforma proyectada;

— c) Proporcionar a esos grupos una selecta bibliografía compilada por los monjes de la abadía benedictina de Mont-César (Lovaina);

— d) Iniciar de inmediato la revisión del Salterio y la elaboración de un rito de concelebración (esta tarea fue cumplida con tanta rapidez y entusiasmo que en poco menos de un mes ya se había realizado la primera concelebración «ad experimentun»).

En la segunda reunión, al mes siguiente, el Consilium podía ya presentar la primera redacción de los documentos sobre la concelebración y sobre la comunión bajo las dos especies.

De allí en adelante, esta «restauración» litúrgica continuará a ritmo acelerado.

¿Cómo explicar un trabajo tan veloz y prolífico? No ciertamente por un milagro de espontaneidad y esfuerzo, sino más simplemente: son los frutos largamente madurados del Movimiento Litúrgico desviado, son documentos que muchos años antes ya habían sido pensados y planeados hasta en sus más mínimos detalles.

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La primera Instrucción: Inter Œcumenici)

Presentada a Pablo VI el 26 de junio, fue publicada el 26 de septiembre de 1964 y entró en vigor el 7 de marzo de 1965.

Los principios generales en que basa todas sus disposiciones son:

— 1°) Promover la activa participación de los fieles en la liturgia.

— 2°) Preocupación obsesiva por el aspecto pastoral-didáctico de la liturgia.

Las reformas que sancionó son de gran importancia y de gravísimas consecuencias:

— a) Respecto a la regulación en materia litúrgica, la Sede Romana y los Obispos comparten sus poderes en esta materia con la Conferencia Episcopal:

Roma se reserva lo que se refiere a la Iglesia universal y a la aprobación de las decisiones episcopales, pero se muestra dispuesta a acceder a las propuestas y requerimientos de las diversas Conferencias Episcopales.

Por su parte, cada Obispo, en su diócesis, debe actuar en total acuerdo con Roma y con la Conferencia Episcopal de su país.

La Conferencia Episcopal deberá elegir una Comisión litúrgica que se ocupará de los estudios y experimentos litúrgicos y favorecerá las iniciativas prácticas.

En síntesis: en cada nación, todo el poder en materia litúrgica quedará, de hecho, en manos de la Conferencia Episcopal.

— b) Respecto al Ordo Missæ:

Establece las primeras alteraciones de importancia:

– En aras del “comunitarismo”, de la “inteligibilidad” y del “espíritu de los tiempos”, suprime el Salmo Judica me, el Último Evangelio y las Oraciones Finales.

– Asimismo, el celebrante ya no puede rezar privadamente las partes que reza o canta la comunidad o el coro.

– Se autoriza la lengua vernácula en las Lecciones, Epístola, Evangelio, cantos del Ordinario, Introito, Ofertorio, fórmulas de comunión, Comunión y Padre Nuestro… En una palabra, en todos los ritos salvo el Prefacio y el Canon de la Misa…

– Pero… abre las puertas a futuras ampliaciones de este permiso, al afirmar que “sólo Roma puede otorgar permiso para utilizar el vernáculo en aquellas partes que el celebrarte canta o reza solo”, lo cual incluye necesariamente también el Prefacio y el Canon.

– Indica que las traducciones de los textos litúrgicos deben hacerse sobre el latín, como así también las de los textos bíblicos; pero…, dicha versión también puede revisarse sobre las lenguas originales o sobre una versión más clara. En otras palabras, que se puede utilizar la versión que se quiera…

– La genuflexión del celebrante ante las especies consagradas sólo debe efectuarse después de la elevación y del Amen del pueblo. En esta reforma se ve claramente la influencia de los observadores protestantes, para quienes la presencia «real» (espiritual) de Cristo sólo se opera por la fe del pueblo, no por la propria virtud de las palabras consagratorias, que hacen que pa presencia sea verdadera, real y substancial.

— c) Respecto al Oficio:

Extiende la facultad de dispensa, no sólo al Obispo sino también a los Superiores religiosos. El rezo coral debe efectuarse en latín, pero privadamente se puede autorizar el vernáculo para aquellos en que “el uso del latín constituye una seria dificultad pare cumplir la obligación de rezar el Oficio”.

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Basílica de Luján: Altar y mesa de la cena

— d) Respecto al ordenamiento del santuario, vemos dos reformas fundamentales:

– El altar debe estar cara al pueblo (pero el documento, al analizar las reformas que se introducen en el Ordo Missæ, no aclara que la Misa se celebrará ahora de cara al pueblo…).

– El Tabernáculo puede estar en el altar o fuera de él (pero en un altar de frente a los fieles, el Tabernáculo es un estorbo, de modo que se logrará que de hecho esté siempre fuera del altar).

En resumen, fueron muchas las rúbricas de la Santa Misa las que fueron suprimidas o modificadas y, por primera vez, se confiaron poderes litúrgicos a las Conferencias Episcopales.

La segunda Instrucción: Tres abhinc annos

Publicada el 4 de mayo de 1967, plantea como objetivos una mayor participación de los fieles y la «inteligibilidad» de los ritos.

Con las reformas que introduce, el rito de la Misa acaba por desaparecer en un híbrido tan extraño, que hace aparecer como necesaria la formulación del Novus Ordo.

Introduce la lengua vernácula en el Canon de la Misa, en el Oficio (incluso cuando se reza en coro) y en el ritual del sacramento del Orden.

Respecto a los ornamentos, suprime el uso del manípulo.

Reduce los salmos del Oficio en los días de fiesta, dado que en tales días son mayores las «actividades pastorales».

Las reformas principales se refieren al Ordo Missæ. Según el sepulturero de la Misa, el inefable Bugnini estas variaciones introducidas en el Ordo eran sin importancia; «se refieren, por lo general, a ceremonias que reclaman una mayor agilidad, debido a que la celebración en lengua vernácula y, frecuentemente, frente a la asamblea, hace que algunos gestos resulten anacrónicos y superfluos y que, por lo tanto, sobre todo en algunos ambientes, donde ha aumentado el interés por la liturgia, provoquen incomprensión y fastidio» (cfr. L’Osservatore Romano, edición en español, N° 754, pág. 6).

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Agilidad… Gestos actuales… Comprensión… Entretenimiento…

Dichas reformas son:

— 1ª) Permite que el Canon de la Misa sea recitado, no sólo en lengua vulgar, sino también en voz alta. Reforma ésta que fuera preparada por el rito de concelebración anteriormente aceptado por Pablo VI, y en el cual se establecía que los concelebrantes lo rezaran en voz alta.

— 2ª) Suprime todos los gestos que significan adoración a la presencia real: genuflexiones, ósculos, signos de cruz sobre las especies, unión de los dedos después la Consagración.

Estas alteraciones, como se ve, acentúan aún más el sentido protestante que se le quiere dar a la Misa:

– con el Canon en voz alta, la Consagración se convierte en el relato de la Cena y ya no en la renovación del Sacrificio;

– con la supresión de los gestos de adoración, la presencia de Cristo ya no es verdadera, real y substancial bajo las especies, sino sólo espiritual en la comunidad.

No queda ya más que un solo paso: rehacer todo el Ordo Missæ para adaptarlo a las “necesidades de nuestros tiempos” …

La revolución se radicalizaba más y más…

Esta Instrucción general fue la segunda para aplicar debidamente la Constitución Sacrosanctum Concilium.

Destaquemos el adverbio “debidamente” … Ellos sabían lo que querían hacer… y lo hacían…

Pero esto no bastaba a los innovadores… La Misa tridentina, incluso mutilada y reformada, seguía siendo un obstáculo para el ecumenismo, para ese cristianismo universal tan deseado.

El Cardenal Lercaro y el Padre Bugnini no habían perdido el tiempo desde el Concilio; antes bien, en tres años habían logrado poner a punto una nueva liturgia de la Misa, conforme en todos los puntos a las desiderata del Movimiento litúrgico-ecuménico.

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La quintaesencia de la herejía antilitúrgica iba a ver el día.

Pablo VI introdujo a la fuerza la «misa normativa»

La Misa Normativa

Se bautizó a ese nuevo engendro bastardo Misa Normativa, y se lo presentó ante los Obispos reunidos en Roma en Sínodo, el 24 de octubre de 1967, donde fue celebrada por el mismo Bugnini, su progenitor.

En esta «misa»:

– se suprimían el Kyrie, el Gloria y el Ofertorio,

– se transformaba el Confiteor;

– se suprimía todo lo que hiciera referencia a la ofrenda personal del sacerdote, reemplazándolo por el ofrecimiento comunitario;

– se proponían cuatro cánones distintos, a elección;

– se modificaban las palabras de la Consagración;

– se utilizaba solamente la lengua vernácula.

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Concordia para destruir la Santa Misa

He aquí el relato que el Courrier de Rome dio del acontecimiento:

Un “estreno” en la capilla Sixtina: es de la Misa normativa, montada en los estudios de la comisión Lercaro-Bugnini, que queremos hablar. Por una delicada atención, los productores, antes de someter su invento al voto del Sínodo, habían querido ejecutar ante ellos una representación general. Había que “probar”’. Antes de actuar, se había explicado a los ciento ochenta y tres prelados que se tenían que imaginar haciendo el papel de los parroquianos asistiendo a la nueva misa, activa, consciente, comunitaria, simplificada. Seis seminaristas harían la schola cantorum, un lector leería las dos lecturas, y el padre Aníbal Bugnini se esforzaría por celebrar y pronunciar la homilía.

Esta “Misa Normativa” estaría llamada a reemplazar aquella que San Gregorio Magno, Santo Tomás de Aquino, San Felipe Neri, Bossuet, el cura de Ars, celebraron sin sospechar jamás que celebraban una misa pasiva, inconsciente, individualista y complicada.

La misa normativa suprime el Kyrie, el Gloria y el Ofertorio. Pulveriza el Confiteor. Pasa por alto la intercesión de los Santos, el recuerdo de las almas del Purgatorio, todo lo que expresa la ofrenda personal del sacerdote humano. Propone cuatro cánones de recambio. Corrige las palabras de la Consagración. Y, por supuesto, reemplaza el latín por el idioma nacional.

Con el fin de quitar toda duda en el espíritu de nuestros lectores, debemos precisar que esta misa “experimental” quería ser una misa verdadera, un verdadero sacrificio, con presencia real de la Víctima Santa del Calvario. (Le Courrier de Rome, n° 19, del 1° de noviembre de 1967).

Puesta a votación, el 27 de octubre de 1967, obtuvo un relativo fracaso. Los Obispos rechazaron esta misa: Placet, 71; Non Placet, 43; Placet juxta modum, 62; Abstenciones, 4.

El relativo fracaso de la Misa Normativa no desanimó al Consilium… Pablo VI pondría su autoridad en la balanza.

En efecto, Pablo VI introdujo a la fuerza la «misa normativa» con sólo pequeñas modificaciones, publicando, el 3 de abril de 1969, la Constitución Missale Romanun.

El 6 de abril, la Sagrada Congregación de Ritos promulgaba el Nuevo Ordo Missæ, con su Institutio generalis.

El nuevo misaloide debía entrar en vigor el 30 de noviembre de 1969.

El Consilium había llevado a cabo la revolución litúrgica…, podía desaparecer satisfecho.

El 8 de mayo de 1969, Pablo VI, por la Constitución Apostólica Sacra Rituum Congregatio, sustituyó la antigua Congregación de Ritos por dos nuevas congregaciones, denominadas una Para la causa de los santos, y la otra Para el culto divino, heredando esta última las competencias del antiguo dicasterio y absorbiendo al Consilium.

El Prefecto de la Congregación para el culto divino era el cardenal Gut, el Secretario, el instrumento oculto y misterioso de esta reforma, Aníbal Bugnini, padre de la nueva misa y sepulturero de la Misa Católica.

Los católicos fieles reaccionaron. El 3 de setiembre de 1969, los Cardenales Ottaviani y Bacci escribieron a Pablo VI su célebre carta abierta, presentando el Breve examen crítico del Novus Ordo Missæ.

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Desenmascarado por esta carta abierta, el Padre Bugnini anunció el 18 de noviembre una nueva redacción de la Institutio generalis, «para una mejor comprensión pastoral y catequística».

Dicha nueva redacción sigue siendo tan mala como la primera, y deja sin modificaciones el rito mismo… Se cambia en parte el plano, pero la construcción se hace en base al primitivo plan…

Por su lado, el 19 y el 26 de noviembre, Pablo VI se esforzó por tranquilizar a los fieles.

Ya, el 20 de octubre, la Congregación para el culto divino había publicado la Instrucción De Constitutione Missale Romanum gradatim ad effectum deducenda, por la cual la introducción del N.O.M. era diferida al 28 de noviembre de 1971, y se dejaba a las Conferencias Episcopales la libertad de fijar una fecha ulterior.

Se sabe que varios episcopados europeos aprovecharon esta ocasión para declarar prohibida la Misa Tradicional.

Paulo VI declarará lo mismo en el Consistorio de mayo de 1976.

Esta nueva misa, bastarda, es como la síntesis de todos los errores y desviaciones del Movimiento Litúrgico.

Desenmascarados por San Pío X, los modernistas comprendieron que no podían penetrar en la Iglesia por la teología, por una exposición de sus doctrinas. Utilizaron, pues, la «praxis» marxista, entendiendo que la Iglesia podría volverse modernista por la acción, por la Acción Sagrada por excelencia, que es la Liturgia.

La revolución utiliza siempre las fuerzas vivas de un organismo, las copa poco a poco y, finalmente, las hace servir para la destrucción del cuerpo a abatir.

El Movimiento Litúrgico de Dom Guéranger, de San Pío X y de los monasterios benedictinos, al menos en sus comienzos, fue una fuerza considerable en la Iglesia, un medio prodigioso de rejuvenecimiento espiritual, que, por otra parte, produjo buenos frutos.

El Movimiento Litúrgico era el instrumento ideal que la revolución modernista debía copar y utilizar.

Les fue fácil a todos los revolucionarios esconderse en el interior de esa gran carcaza. Ya no había un San Pío X para descubrir esa forma particularmente sutil de modernismo práctico. Los otros Píos no estuvieron a la altura de los acontecimientos.

Fue así como, desde 1920, y sobre todo durante y después de la segunda guerra mundial, el Movimiento Litúrgico se convirtió en «la cloaca colectora de todas las herejías».

Dom Beauduin le dio primero una primacía excesiva al aspecto pedagógico y apostólico de la liturgia, concibió luego la idea de hacerla servir al Movimiento ecuménico, al que se dedicó con cuerpo y alma.

Dom Parsch unió el Movimiento a la renovación bíblica.

Dom Casel lo hizo el vehículo de un arqueologismo furioso y de una concepción muy personal del «Misterio cristiano».

Esos primeros revolucionarios fueron ampliamente superados por la generación de los neoliturgos de los diversos Centros de Pastoral Litúrgica.

Después de la segunda guerra mundial, el Movimiento se había convertido en una fuerza que ya nada detendría.

Protegidos en las altas esferas por eminentes prelados, los neoliturgos coparon, poco a poco, la Comisión de reforma de la liturgia, fundada por Pío XII, e influenciaron las reformas elaboradas por esta Comisión, tanto al final del pontificado de Pío XII como al comienzo del de Juan XXIII.

Ya dueños de la Comisión preconciliar de liturgia, los neoliturgos hicieron aceptar a los Padres del Concilio un documento contradictorio y lleno de ambigüedades, la Constitución Sacrosanctum Concilium.

Pablo VI, el Cardenal Lercaro y el Padre Bugnini, ellos mismos miembros muy activos del Movimiento Litúrgico italiano, dirigieron los trabajos del Consilium, que desembocaron en la promulgación de la nueva misa.

Este nuevo rito toma por cuenta suya todos los errores emitidos desde el comienzo de las desviaciones del Movimiento.

Este rito es ecuménico, arqueológico, comunitario, democrático, casi totalmente desacralizado…

También se hace eco de las desviaciones teológicas modernistas y protestantes: atenuación del sentido de la presencia real, disminución del sacerdocio ministerial, del carácter sacrificial y, sobre todo, propiciatorio de la Misa.

La Sagrada Eucaristía se transforma en él en un ágape comunitario, en lugar de la renovación del Sacrificio de la Cruz.

Por este nuevo rito, los modernistas y los revolucionarios de toda especie quieren transformar la fe de los fieles.

Fue monseñor Dwyer, Arzobispo de Birmingham, quien lo confesaba ya, el 23 de octubre de 1967, en una conferencia de prensa:

La reforma litúrgica es, en un sentido muy profundo, la clave del aggiornamento. No se equivoquen en esto, es ahí donde comienza la Revolución.

Ya en 1965, Pablo VI no había ocultado sus intenciones a los fieles, en su discurso del 13 de enero:

Vosotros probáis con eso que comprendéis cómo la nueva pedagogía religiosa, que la presente renovación litúrgica quiere instaurar, se inserta para tomar el lugar del motor central en el gran movimiento inscrito en los principios constitucionales de la iglesia de Dios.

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Así pues, esto es seguro, la revolución y el modernismo han penetrado en la Ciudad de Dios por la liturgia.

El Movimiento litúrgico fue el caballo de Troya por medio del cual los discípulos de Loisy han ocupado la Iglesia.

He aquí la gravedad de la revolución litúrgica y la perversidad de este nuevo rito de la misa, expresión y símbolo de la herejía antilitúrgica de los tiempos modernos.

Todo verdadero católico debe prestar su indefectible apoyo a la Liturgia Católica Romana, así como su íntegra fidelidad a los principios del verdadero Movimiento Litúrgico.

Una vez estudiados los antecedentes remotos y próximos de la misa bastarda, estamos en condiciones de emprender el estudio general y particular de ésta.