Conservando los restos
LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO
Texto del vídeo publicado Aquí
Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ… Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante… Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…
Luego de haber estudiado la historia de la Santa Misa desde San Pedro hasta San Pío V y de haber analizado las diversas partes de la Santa Misa de Rito Romano y sus correspondientes oraciones, hemos considerado los antecedentes remotos de la misa nueva.
Luego de haber considerado el Jansenismo, el Anglicanismo y el conciliábulo de Pistoya, hemos seguido de cerca la bien llamada herejía antilitúrgica y la obra de restauración llevada a cabo por Dom Guéranger, dando inicio al Movimiento Litúrgico.
Luego emprendimos el estudio de la desviación del Movimiento Litúrgico, que desembocará en la nueva misa.
En los últimos Especiales comenzamos el estudio de los antecedentes inmediatos de la nueva misa, es decir el análisis de la Liturgia durante el Pre-Concilio.
Hoy continuamos con lo sucedido durante el conciliábulo vaticano II, la revolución conciliar…
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ESCUCHAR ESPECIAL DE CRISTIANDAD
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LA LITURGIA DURANTE EL CONCILIO
El discurso inaugural enmarcó el ambiente del Concilio. En ese discurso de apertura Juan XXIII dejó entrever el camino que seguiría el sínodo:
— recrimina a los «profetas de desgracias»;
— señala la necesidad de un «aggiornamento»;
— anuncia que se trata de un concilio pastoral, en el que se evitarán las condenaciones;
— insiste en la conciencia de la dignidad de la persona humana en el mundo actual.
Por otra parte, es conocido que la mayoría de los Padres conciliares llegó a Roma para la primera sesión sin ninguna idea clara sobre lo que iban a hacer y sin ningún plan definido de trabajo.
Por el contrario, las jerarquías alemana, holandesa y francesa, no sólo sabían lo que querían, sino que venían preparados para obtenerlo.
Esto se cristalizó en la creación de la «Alianza Europea» (formada por Francia, Bélgica, Holanda, Alemania, Suiza y Austria), y en tres victorias consecutivas y de gran importancia para el curso posterior del Concilio:
1ª) El aplazamiento de las elecciones para las diez comisiones conciliares;
2ª) La introducción en las comisiones de una mayoría de miembros de la «Alianza Europea»;
3ª) El rechazo de los esquemas preparados antes del Concilio (excepto el de la Liturgia; señal que les era grato y convenía a sus intenciones revolucionarias).
Más tarde obtuvieron otra serie de triunfos que les aseguraron el dominio y la dirección del concilio:
1º) El nombramiento de cardenales moderadores = Julius Dopfner, Giacomo Lercaro, Leo Jozaf Suenens y Gregorio Pietro Agagianian.
Cardenal Lercaro
2º) El hecho que bastasen el voto de cinco miembros en cualquier comisión para poder reemplazar cualquier enmienda (el grupo» del Rhin» tenía, por lo menos, cinco miembros en cada comisión).
El concilio Vaticano II fue definido como “1789 para la Iglesia” por el cardenal belga
Leo Jozef Suenens
3º) En algunas circunstancias, los «periti» podrían tomar parte en los debates conciliares.
4º) La elección de miembros adicionales a las comisiones, todos de la «Alianza Europea», ahora ya «Alianza Mundial».
Así se llegó a que los “periti» Hans Kung, Charles Davis (que ha apostatado formalmente), Edward Schillebeeckx, Bernard Baring, René Laurentin, Karl Rahner, Ives Congar, Marie Dominique Chenu, Henri de Lubac, Joseph Ratzinger, etc.) dirigían la «Alianza Europea»; pero la «Alianza Europea» dirigía el Concilio; luego, los «periti» dirigían el Concilio.
Como dijimos, de todos los esquemas preparatorios del Concilio, el único que no fue rechazado fue el de la liturgia.
El ala progresista no podía, en efecto, sino estar satisfecha de un texto cuyo autor principal era el masón Bugnini, Secretario de la Comisión preparatoria de liturgia, entre cuyos miembros figuraban Dom Capelle, Dom Botte, el Canónigo Martimort, el Padre Hangii, el Padre Gy, el Padre Jounel.
El Presidente de esta comisión era el anciano Cardenal Gaetano Cicognani, que se opuso con todas sus fuerzas a ese esquema que él juzgaba muy peligroso. El proyecto del esquema, para ser presentado en el aula conciliar, debía llevar la firma del Cardenal… Y Juan XXIII lo obligó a firmarlo.
Un experto de la Comisión preconciliar de liturgia afirmó que el anciano Cardenal estaba al borde de las lágrimas, y que agitaba el documento diciendo: “Quieren hacerme firmar esto, no sé qué hacer”. Luego puso el texto sobre su escritorio, tomó una lapicera y firmó. Cuatro días más tarde, estaba muerto…
La primera víctima del conciliábulo
El 22 de octubre de 1962 ese esquema preparatorio fue presentado en el aula conciliar, y el 4 de diciembre de 1963 Pablo VI promulgó la Constitución Sacrosantum Concilium.
Había sido aprobada por 2.151 votos contra 4.
En aquellas circunstancias trágicas se llevó a cabo el debate del Esquema sobre la Liturgia.
Respecto de este podemos observar tres cosas:
- a) El debate inicial:
El Cardenal Frinos abrió el fuego, pidiendo se entregase a los Padres conciliares el texto sin los retoques hechos por la Comisión Central preconciliar. Su pedido tenía como finalidad obtener mayores concesiones para la línea liberal, expurgando el esquema de los agregados hechos por los conservadores.
Dos días antes, Monseñor Zaunes, candidato de la «Alianza Europea» y elegido para la Comisión de Liturgia por más de dos mil votos, que había sido también miembro de la Comisión preparatoria, difundió un documento donde se especificaban cuáles eran los textos que se deberían restablecer.
Fundamentalmente, respondían a tres cosas:
1ª) El poder otorgado a los obispos para permitir la lengua vulgar en la liturgia;
2ª) Un lugar más amplio para la concelebración;
3ª) La posibilidad de decir el Oficio en lengua vernácula.
El entonces Cardenal Montini fue el segundo en tomar la palabra: se declaraba conforme con el esquema, que ponía especialmente de relieve el aspecto pastoral de la liturgia. El tono de su intervención mostraba claramente que deseaba servir de mediador entre los liberales y los conservadores.
El Patriarca melquita de Antioquía, Máximos IV Saigh, apoyó plenamente el esquema, felicitando al movimiento litúrgico latino «que tiene la responsabilidad de la existencia del esquema». Haciéndose eco de la Iglesia Oriental, reprochó a la Iglesia Latina el uso excesivo del latín en la liturgia.
Luego siguió una serie de intervenciones de miembros de la Curia, Monseñores Daktz, Bacci, Parente, Staffa, para criticar el esquema. Fueron apoyados por Cardenal Siri, obispo de Génova.
Días después tomó la palabra el Cardenal Ottaviani para protestar contra las modificaciones radicales propuestas para cambiar la Misa. Fue entonces cuando, por orden del Cardenal Alfrink, le cortaron el micrófono. El Cardenal Ottaviani, humillado, debió ir a sentarse. El más poderoso Cardenal de la Curia había sido reducido a silencio, y los Padres conciliares liberales aplaudieron de alegría.
Mientras tanto, crecía y triunfaba el espíritu reformista entre los Padres conciliares, al mismo tiempo que se despreciaba la ortodoxia católica.
Dentro de esta atmósfera no católica, el movimiento litúrgico en el seno del Concilio obtenía, pues, esa resonante victoria: la reinserción de la mayoría de los párrafos que habían sido eliminados del texto original por la Comisión Central.
b) Opinión de los misioneros:
El hecho de comenzar por el esquema sobre la liturgia hizo que la mayoría de los misioneros, nativos de Asia y África, interesados en la reforma litúrgica, se unieran a la «Alianza Europea», aumentando así su poder.
El único miembro asiático de la Comisión de Liturgia era Monseñor Van Bekkum, nativo de Holanda y que había sido formado por dos de los jefes del movimiento litúrgico. Su candidatura había sido apoyada por la «Alianza Europea». Dio a conocer sus ideas a través de una conferencia, de amplia repercusión, organizada por el Padre Wiltgen (los paréntesis me pertenecen):
— Cristianizar las fiestas de clanes nativos (“clanizando” de este modo la liturgia católica),
— Importancia de la «espontaneidad» en la liturgia (introduciendo la bufonería… como en occidente desde la nueva misa),
— Uso de la lengua vernácula (destruyendo la unidad y catolicidad. Tengamos en cuenta que hasta la Neo F$$PX ha adoptado esta tendencia …, al menos en el Distrito de Asia, ¿recuerdan?… ¡Sí!, el Padre Daniel Couture…).
El Padre Wiltgen renovó la exitosa experiencia de la conferencia con Monseñor De Souza, obispo en India, cuyos sentires iban en la misma dirección:
— Necesidad de incorporar los ritos autóctonos (la famosa inculturación, renegando de la cultura occidental y cristiana, propia de la Iglesia Romana),
— Por lo tanto, cambiar los ritos de los sacramentos y sacramentales (lo que en realidad pretendían),
— Introducir el vernáculo para hacer inteligible la liturgia (antes, los fieles no entendían lo que se decía, pero sabían lo que pasaba; ahora, comentan que entienden lo que dicen, pero ya no saben lo que pasa, pues han perdido, no sólo la esencia de los misterios, sino incluso la razón y la percepción del misterio).
Estas conferencias se multiplicaron y constituyeron un verdadero concilio paralelo.
Entonces llegó el turno de Monseñor Nagae, obispo de Japón; para él:
— El catolicismo se había presentado de una manera demasiado occidental, de allí la necesidad de simplificar los ritos (porque los japoneses, chinos, coreanos, etc. Son muuuuy simples…, ¿no es cierto?),
— Eliminar las genuflexiones, “propias de la cultura occidental» (hoy en día parece que todos los europeos, de tanto querer orientalizarse, se han desorientado…, pues ya casi no hacen la genuflexión, salvo delante de los precursores del anticristo…, esperando hacerla un día delante de él. Tenemos entonces que, de diez genuflexiones ante el Santísimo Sacramento en una Misa sin fieles, en la misa bastarda quedaron tres; si hay fieles y comulgan, son quince contra tres…),
— El signo de la Cruz no debe ser hecho tan frecuentemente (será porque para redimirnos Jesucristo no ofreció su sacrificio sobre una Cruz… El sacerdote hace sobre sí mismo dieciséis veces el signo de la Santa Cruz. Ya sabemos que todas estas rúbricas hacen sonreír a los modernistas. Dom Guéranger decía: Toda sátira sobre las rúbricas denuncia un hombre superficial…).
Pero la proposición más interesante fue hecha por el obispo alemán en Filipinas, Monseñor Duschak, en el Aula conciliar primero, luego en la conferencia de prensa: la necesidad de una Misa ecuménica, modelada sobre la Última Cena. He aquí sus palabras:
No hay nada que hacer con la misa tal y como hoy se hace; es una acumulación de ritos latinos que, por mucho que se reformen, nunca tendrán un verdadero valor universal ¿Por qué no hacer un tipo de misa totalmente nuevo, es decir, íntegramente tradicional, en el que simplemente se repitiera lo que Jesús hizo en la última Cena, tal y como Jesús lo hizo? Sería una «Misa ecuménica» que serviría de lazo de unión de todos los ritos en la fidelidad literal del Evangelio.
Ante la pregunta de si su proposición venía de sus diocesanos, respondió con incoherencia y contradicción: No, incluso pienso que se opondrían, así como se oponen numerosos obispos. Pero, si se la pudiese poner en práctica, creo que acabarían por aceptarla (Ya sabemos que la contradicción delata tanto al modernista en general como al hereje antiliturgista en particular).
También a través de una conferencia de prensa organizada por el Padre Wiltgen, Monseñor de Castro Mayer tomó la defensa del latín en la Misa. Sin embargo, sus observaciones contrastaron grandemente con las que pronunciaba ese mismo día, en audiencia pública, Juan XXIII.
Algunas otras proposiciones interesantes, que se hicieron a lo largo de las discusiones sobre la liturgia, fueron:
— Cambio del Oficio: reforma radical, de modo que hubiese dos oficios, uno activo y otro monástico; el primero compuesto de tres partes (mañana, tarde y lecturas); recitación en lengua vulgar; lugar más amplio al Nuevo Testamento; supresión de ciertos salmos «históricos».
— Fijación de la fecha de Pascua de acuerdo con los cismáticos orientales y los herejes protestantes.
— Traspasar el precepto dominical a algún día de la semana.
— Limitación del ayuno cuaresmal al Miércoles de Ceniza, Viernes y Sábado Santos.
— Introducción del nombre de San José en el Canon de la Misa. El 11 de noviembre de 1962 se dio a conocer la decisión de dar curso a esta petición, introduciendo de este modo la modificación en el Canon y abriendo la puerta a todas las que siguieron.
Podemos resumir así: Antes del fin del Concilio, la Comisión para la aplicación de la Constitución sobre la Santa Liturgia había aprobado, a título experimental, tres fórmulas de misa distintas, en las cuales la totalidad de la Misa, incluso el Canon, debía decirse en voz alta, en lengua vulgar y de frente al pueblo.
Partes de las proposiciones de la «Alianza Europea», del Movimiento litúrgico desviado, se encontraban, pues, así llevadas a la práctica. Luego seguiría el resto…
c) La Comisión de Liturgia.
El 7 de diciembre de 1962 la Comisión Conciliar de Liturgia obtenía la aprobación casi unánime del primer capítulo del esquema sobre la liturgia: solamente 11, de los 2018 Padres conciliares, votaron en contra.
Ella contenía las principales líneas de la reforma propugnada por el Movimiento Litúrgico desviado.
Es interesante, dejando de lado la cuestión del mecanismo de la Comisión, señalar las expresiones respecto a ella hechas por uno de sus miembros más importantes, Monseñor Hallinam, obispo de Atlanta (EE.UU.):
— Juan XXIII los felicitaba y estaba muy satisfecho de los trabajos que constituían un paso hacia adelante en el «aggiornamento»,
— La Comisión había procedido de manera muy democrática («internacional, abierta, libre…»),
— La aprobación del espíritu de renovación en la liturgia por parte de los Padres conciliares era algo definitivo, que se percibía en el trabajo de la Comisión,
— Los (temibles) «periti» de que disponía la Comisión eran «las inteligencias más bellas del mundo litúrgico…»
Veamos rápidamente la Constitución Sacrosanctum Concilium
a) La totalidad del esquema fue adoptado por 2153 voces contra 19, el 22 de noviembre de 1963. Monseñor Zauner resumía sus cuatro puntos principales:
— 1°) Participación comunitaria,
— 2°) Revalorización de la Sagrada Escritura en la liturgia,
— 3°) Carácter instructivo de la liturgia,
— 4°) Adaptación a las necesidades y costumbres.
La votación definitiva fue realizada el 4 de diciembre de 1963, luego de una alocución aprobatoria de Pablo VI; y dio como resultado 2147 votos a favor y sólo 4 en contra.
Inmediatamente fue promulgada con una fórmula diferente a la utilizada en el Primer Concilio Vaticano.
Ahora se puso el acento en el papel de los obispos.
b) Características de esta Constitución:
— 1ª): Se trata de una ley base o ley marco, es decir, que anuncia únicamente las grandes líneas de una doctrina litúrgica, en la cual se inspirarán el Consilium y las comisiones litúrgicas nacionales y diocesanas pare elaborar la nueva liturgia (arts. 44 y 45).
— 2ª): Inaugura una transformación fundamental de la liturgia; en particular anuncia:
— La revisión del ritual de la Misa:
Revísese el ordinario de la misa, de modo que se manifieste con mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes y su mutua conexión y se haga más fácil la piadosa y activa participación de los fieles.
En consecuencia, simplifíquense los ritos, conservando con cuidado la sustancia; suprímanse aquellas cosas menos útiles que, con el correr del tiempo, se han duplicado o añadido; restablézcanse, en cambio, de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres, algunas cosas que han desaparecido con el tiempo, según se estime conveniente o necesario. (a. 50).
— Un nuevo rito de la concelebración:
Elabórese el nuevo rito de la concelebración e inclúyase en el Pontifical y en el Misal romanos. (a. 58),
— La revisión de los ritos del Bautismo:
Revísense ambos ritos del bautismo de adultos, tanto el simple como el solemne, teniendo en cuenta la restauración del catecumenado, e insértese en el misal romano la Misa propia «In collatione baptismi». (a. 66)
— La revisión de la Confirmación:
Revísese también el rito de la confirmación, para que aparezca más claramente la íntima relación de este sacramento con toda la iniciación cristiana; por tanto, conviene que la renovación de las promesas del bautismo preceda a la celebración del sacramento. La confirmación puede ser administrada, según las circunstancias, dentro de la Misa. Para el rito fuera de la Misa, prepárese una fórmula que será usada a manera de introducción. (a. 71)
— De la Penitencia:
Revísese el rito y las fórmulas de la penitencia de manera que expresen más claramente la naturaleza y efecto del sacramento. (a. 72)
— De las Ordenaciones:
Revísense los ritos de las ordenaciones, tanto en lo referente a las ceremonias como a los textos. Las alocuciones del Obispo, al comienzo de cada ordenación o consagración, pueden hacerse en lengua vernácula. En la consagración episcopal, todos los Obispos presentes pueden imponer las manos. (a. 76)
— Del Matrimonio:
Revísese y enriquézcase el rito de la celebración del matrimonio que se encuentra en el Ritual romano, de modo que se exprese la gracia del sacramento y se inculquen los deberes de los esposos con mayor claridad. «Si en alguna parte están en uso otras laudables costumbres y ceremonias en la celebración del Sacramento del Matrimonio, el Santo Sínodo desea ardientemente que se conserven». Además, la competente autoridad eclesiástica territorial, de que se habla en el artículo 22, párrafo 2, de esta Constitución, tiene la facultad, según la norma del artículo 63, de elaborar un rito propio adaptado a las costumbres de los diversos lugares y pueblos, quedando en pie la ley de que el sacerdote asistente pida y reciba el consentimiento de los contrayentes. (a. 77)
— De los Sacramentales:
Revísense los sacramentales teniendo en cuenta la norma fundamental de la participación consciente, activa y fácil de los fieles, y atendiendo a las necesidades de nuestros tiempos. En la revisión de los rituales, a tenor del artículo 63, se pueden añadir también nuevos sacramentales, según lo pida la necesidad.
Sean muy pocas las bendiciones reservadas y sólo en favor de los Obispos u ordinarios. Provéase para que ciertos sacramentales, al menos en circunstancias particulares, y a juicio del ordinario, puedan ser administrados por laicos que tengan las cualidades convenientes. (a. 79).
— 3ª): Constituye un compromiso entre el conservadorismo o tradicionalismo y el progresismo o modernismo, pretendiendo equilibrar a uno con el otro.
Para satisfacer a la mayoría de los conservadores carentes de principios firmes, se dejaron muchos pasajes perfectamente ortodoxos y se respetaron los principios fundamentales de la liturgia, pero sin aplicación práctica.
Para conformar a la minoría progresista activista se introdujeron los principios revolucionarios en germen, y se aseguró la evolución ulterior en el sentido del progresismo.
Esto en particular para las cuestiones tan importantes de las relaciones culto-pedagogía en la liturgia (a. 33), y del empleo del latín (a. 36, 54, 101).
- § 1. Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular.
- 2. Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, en las lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos, conforme a las normas que acerca de esta materia se establecen para cada caso en los capítulos siguientes.
- En las Misas celebradas con asistencia del pueblo puede darse el lugar debido a la lengua vernácula, principalmente en las lecturas y en la «oración común» y, según las circunstancias del lugar, también en las partes que corresponden al pueblo, a tenor del artículo 36 de esta Constitución.
Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las partes del ordinario de la Misa que les corresponde.
Si en algún sitio parece oportuno el uso más amplio de la lengua vernácula, cúmplase lo prescrito en el artículo 40 de esta Constitución.
- §1. De acuerdo con la tradición secular del rito latino, en el Oficio divino se ha de conservar para los clérigos la lengua latina. Sin embargo, para aquellos clérigos a quienes el uso del latín significa un grave obstáculo en el rezo digno del Oficio, el ordinario puede conceder en cada caso particular el uso de una traducción vernácula según la norma del artículo 36.
- 2. El superior competente puede conceder a las monjas y también a los miembros, varones no clérigos o mujeres, de los Institutos de estado de perfección, el uso de la lengua vernácula en el Oficio divino, aun para la recitación coral, con tal que la versión esté aprobada.
- 3. Cualquier clérigo que, obligado al Oficio divino, lo celebra en lengua vernácula con un grupo de fieles o con aquellos a quienes se refiere el § 2, satisface su obligación siempre que la traducción esté aprobada.
- c) Algunos errores particulares:
— 1°) El principio clave, director de la reforma, es el Ecumenismo. La liturgia como medio de promover el ecumenismo (cfr. Prefacio de la Constitución).
Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio, promover todo aquello que pueda contribuir a la unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer lo que sirve para invitar a todos los hombres al seno de la Iglesia. Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al fomento de la Liturgia.
De allí la necesidad de reformar la Misa de Rito Romano, máxima afirmación de la fe, impedimento mayor al ecumenismo.
— 2°) Adaptación a la modernidad:
– en general (Prefacio y art. 4)
Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana, adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio…
- Desea, además, que, si fuere necesario, (los ritos) sean íntegramente revisados con prudencia, de acuerdo con la sana tradición, y reciban nuevo vigor, teniendo en cuenta las circunstancias y necesidades de hoy.
– en particular (arts. 37, 38, 40).
- La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al bien de toda la comunidad, ni siquiera en la Liturgia: por el contrario, respeta y promueve el genio y las cualidades peculiares de las distintas razas y pueblos. Estudia con simpatía y, si puede, conserva integro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces lo acepta en la misma Liturgia, con tal que se pueda armonizar con el verdadero y auténtico espíritu litúrgico.
- Al revisar los libros litúrgicos, salvada la unidad sustancial del rito romano, se admitirán variaciones y adaptaciones legítimas a los diversos grupos, regiones, pueblos, especialmente en las misiones, y se tendrá esto en cuenta oportunamente al establecer la estructura de los ritos y las rúbricas.
- Sin embargo, en ciertos lugares y circunstancias, urge una adaptación más profunda de la Liturgia, lo cual implica mayores dificultades. Por tanto:
1). La competente autoridad eclesiástica territorial, de que se habla en el artículo 22, § 2, considerará con solicitud y prudencia los elementos que se pueden tomar de las tradiciones y genio de cada pueblo para incorporarlos al culto divino. Las adaptaciones que se consideren útiles o necesarias se propondrán a la Sede Apostólica para introducirlas con su consentimiento.
— 3°) Omisión del término «transubstanciación»: por ejemplo, en el art. 7 (cfr. Dz. 1529).
- Para realizar una obra tan grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la Misa, sea en la persona del ministro, «ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la cruz», sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los Sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra, pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla. Está presente, por último, cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo que prometió: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de ellos» (Mt., 18,20). Realmente, en esta obra tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y por El tributa culto al Padre Eterno.
Con razón, pues, se considera la Liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser obra de Cristo sacerdote y de su Cuerpo, que es la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya eficacia, con el mismo título y en el mismo grado, no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia.
— 4°) Participación activa (arts. 11 y 14), con su consecuencia: comunitarismo, culto del hombre (arts. 30-31).
- Mas, para asegurar esta plena eficacia es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada Liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su alma en consonancia con su voz y colaboren con la gracia divina, para no recibirla en vano. Por esta razón, los pastores de almas deben vigilar para que en la acción litúrgica no sólo se observen las leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino también para que los fieles participen en ella consciente, activa y fructuosamente.
- La santa madre Iglesia desea ardientemente que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la Liturgia misma y a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del bautismo, el pueblo cristiano, «linaje escogido sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido» (1 Pe., 2,9; cf. 2,4-5). Al reformar y fomentar la sagrada Liturgia hay que tener muy en cuenta esta plena y activa participación de todo el pueblo, porque es la fuente primaria y necesaria de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano, y por lo mismo, los pastores de almas deben aspirar a ella con diligencia en toda su actuación pastoral, por medio de una educación adecuada. Y como no se puede esperar que esto ocurra, si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de la misma, es indispensable que se provea antes que nada a la educación litúrgica del clero. Por tanto, el sacrosanto Concilio ha decretado establecer lo que sigue:
- Para promover la participación activa se fomentarán las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y también las acciones o gestos y posturas corporales. Guárdese, además, a su debido tiempo, un silencio sagrado.
- En la revisión de los libros litúrgicos, téngase muy en cuenta que en las rúbricas esté prevista también la participación de los fieles.
— 5°) Necesidad del cambio (art. 21). Liturgia evolutiva: en general (arts. 21 y 23) y en particular: Misa (art. 50), Sacramentos (art. 62) y Oficio (art. 88). Por lo tanto, tenemos el principio de la revolución permanente.
- Para que en la sagrada Liturgia el pueblo cristiano obtenga con mayor seguridad gracias abundantes, la santa madre Iglesia desea proveer con solicitud a una reforma general de la misma Liturgia. Porque la Liturgia consta de una parte que es inmutable por ser la institución divina, y de otras partes sujetas a cambio, que en el decurso del tiempo pueden y aun deben variar, si es que en ellas se han introducido elementos que no responden bien a la naturaleza íntima de la misma Liturgia o han llegado a ser menos apropiados.
En esta reforma, los textos y los ritos se han de ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una celebración plena, activa y comunitaria.
- Para conservar la sana tradición y abrir, con todo, el camino a un progreso legítimo, debe preceder siempre una concienzuda investigación teológica, histórica y pastoral, acerca de cada una de las partes que se han de revisar. Téngase en cuenta, además, no sólo las leyes generales de la estructura y mentalidad litúrgicas, sino también la experiencia adquirida con la reforma litúrgica y con los indultos concedidos en diversos lugares. Por último, no se introduzcan innovaciones si no lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes. En cuanto sea posible evítense las diferencias notables de ritos entre territorios contiguos.
- Revísese el ordinario de la misa, de modo que se manifieste con mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes y su mutua conexión y se haga más fácil la piadosa y activa participación de los fieles.
En consecuencia, simplifíquense los ritos, conservando con cuidado la sustancia; suprímanse aquellas cosas menos útiles que, con el correr del tiempo, se han duplicado o añadido; restablézcanse, en cambio, de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres, algunas cosas que han desaparecido con el tiempo, según se estime conveniente o necesario.
- Habiéndose introducido en los ritos de los sacramentos y sacramentales, con el correr del tiempo, ciertas cosas que actualmente oscurecen de alguna manera su naturaleza y su fin, y siendo necesarios acomodar otras a las necesidades presentes, el sacrosanto Concilio determina lo siguiente para su revisión: (siguen los cambios)
- Siendo el fin del Oficio la santificación del día, restablézcase el curso tradicional de las Horas de modo que, dentro de lo posible, éstas correspondan de nuevo a su tiempo natural y a la vez se tengan en cuenta las circunstancias de la vida moderna en que se hallan especialmente aquellos que se dedican al trabajo apostólico.
— 6°) Biblismo (arts. 24 y 35).
- En la celebración litúrgica la importancia de la Sagrada Escritura es sumamente grande. Pues de ella se toman las lecturas que luego se explican en la homilía, y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetrados de su espíritu y de ella reciben su significado las acciones y los signos. Por tanto, para procurar la reforma, el progreso y la adaptación de la sagrada Liturgia, hay que fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura que atestigua la venerable tradición de los ritos, tanto orientales como occidentales.
- Para que aparezca con claridad la íntima conexión entre la palabra y el rito en la Liturgia:
1). En las celebraciones sagradas debe haber lectura de la Sagrada Escritura más abundante, más variada y más apropiada.
2). Por ser el sermón parte de la acción litúrgica, se indicará también en las rúbricas el lugar más apto, en cuanto lo permite la naturaleza del rito; cúmplase con la mayor fidelidad y exactitud el ministerio de la predicación. las fuentes principales de la predicación serán la Sagrada Escritura y la Liturgia, ya que es una proclamación de las maravillas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros, particularmente en la celebración de la Liturgia.
3). Incúlquese también por todos los medios la catequesis más directamente litúrgica, y si es preciso, téngase previstas en los ritos mismos breves moniciones, que dirá el sacerdote u otro ministro competente, pero solo en los momentos más oportunos, con palabras prescritas u otras semejantes.
4). Foméntense las celebraciones sagradas de la palabra de Dios en las vísperas de las fiestas más solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y los domingos y días festivos, sobre todo en los lugares donde no haya sacerdotes, en cuyo caso debe dirigir la celebración un diácono u otro delegado por el Obispo.
— 7°) Carácter primordial educativo-pastoral (art. 33).
- Aunque la sagrada Liturgia sea principalmente culto de la divina Majestad, contiene también una gran instrucción para el pueblo fiel. En efecto, en la liturgia, Dios habla a su pueblo; Cristo sigue anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a Dios con el canto y la oración.
Más aún: las oraciones que dirige a Dios el sacerdote —que preside la asamblea representando a Cristo— se dicen en nombre de todo el pueblo santo y de todos los circunstantes. Los mismos signos visibles que usa la sagrada Liturgia han sido escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar realidades divinas invisibles. Por tanto, no sólo cuando se lee «lo que se ha escrito para nuestra enseñanza» (Rom., 15,4), sino también cuando la Iglesia ora, canta o actúa, la fe de los participantes se alimenta y sus almas se elevan a Dios a fin de tributarle un culto racional y recibir su gracia con mayor abundancia.
— 8°) Ambigüedad (art. 34).
- Los ritos deben resplandecer con noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles, adaptados a la capacidad de los fieles y, en general, no deben tener necesidad de muchas explicaciones.
— 9°) Apertura a la destrucción del latín (art. 36).
- § 1. Se conservará el uso de la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular.
- 2. Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones, tanto en la Misa como en la administración de los Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le podrá dar mayor cabida, ante todo, en las lecturas y moniciones, en algunas oraciones y cantos, conforme a las normas que acerca de esta materia se establecen para cada caso en los capítulos siguientes.
- 3. Supuesto el cumplimiento de estas normas, será de incumbencia de la competente autoridad eclesiástica territorial, de la que se habla en el artículo 22, 2, determinar si ha de usarse la lengua vernácula y en qué extensión; si hiciera falta se consultará a los Obispos de las regiones limítrofes de la misma lengua. Estas decisiones tienen que ser aceptadas, es decir, confirmadas por la Sede Apostólica.
- 4. La traducción del texto latino a la lengua vernácula, que ha de usarse en la Liturgia, debe ser aprobada por la competente autoridad eclesiástica territorial antes mencionada.
Se trata, por lo tanto, de una ley-marco, que inaugura una transformación fundamental, e inspirándose en dos doctrinas contradictorias.
Así el deseo de Juan XXIII, emitido en 1960, estaba realizado; los Padres del Concilio se habían pronunciado sobre «los principios fundamentales concernientes a la reforma litúrgica».
Recordemos las doce características de la herejía antilitúrgica y comprenderemos que la revolución litúrgica ya estaba virtualmente llevada a cabo.
Los principios constitutivos de la Liturgia habían sido heridos de muerte; la nueva liturgia, salida de esta Constitución, sería necesariamente didáctica, evolutiva, democrática, libre y ecuménica.
Quedaba por llevar a cabo esta reforma. Pablo VI iba a consagrarle todas sus energías, sosteniendo sin cesar al partido ultrarreformista contra el ala tradicional en la interpretación de la Constitución.
Aceptada por una buena mayoría de obispos fieles, pero carentes de convicciones o, por lo menos, de conocimientos litúrgicos, la Constitución conciliar sobre la liturgia servirá para la destrucción de la liturgia católica.
En el próximo Especial, Dios mediante, veremos las etapas de esta agonía.