16ª VISIÓN = LA GRAN RAMERA (XVI: 19 – XVIII: 8)
Grabado en vivo en nuestros estudios el 23 – 24 y 25 de octubre del año del Señor 2012.
Audios para escuchar y bajar:
1º) EL MILENIO
(Fuera del programa oficial sobre el Apocalipsis y a propósito de los comentarios de los últimos días)
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2º) ESPECIAL SOBRE EL APOCALIPSIS:
A) LAS SIETE COPAS DE LA IRA DE DIOS:
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B) LA GRAN RAMERA:
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«La Gran Ciudad se abrió en tres partes, y las ciudades de los gentiles se desplomaron; y Dios se acordó de la Gran Babilonia para darle la copa del vino del furor de su cólera» (16:19).
Hay tres Babilonias en la Sagrada Escritura: la Babel literal de los profetas, enemiga y opresora del pueblo de Israel; esta Babilonia típica, que es Roma, llamada así por San Pedro y San Juan; y la Babilonia antitypica del fin del mundo, de la cual ésta es prefiguración y bosquejo.
«Entonces todas las islas desaparecieron, y no hubo más montañas. Y un gran pedrisco, con piedras de casi un talento de peso, cayó del cielo sobre los hombres. No obstante, los hombres blasfemaron de Dios por la plaga del pedrisco; porque fue ciertamente una plaga muy grande» (16:20-21).
Estamos en la Granguerra. Granizo del peso de un talento, o sea de 40 kilos, no hay; 49 a 53 kilos era el peso de los proyectiles de catapultas y balistas, que era la artillería de la antigüedad. Esta granizada que cae del cielo y destruye aparentemente hasta las montañas, granizo que en otro lugar señala el Profeta como mezclado con fuego y sangre, representa con viveza y propiedad bombardeos de artillería aérea.
«Entonces vino uno de los siete Ángeles que llevaban las siete copas y me habló: «Ven acá, que te voy a mostrar el juicio de la Ramera Grande, la que está sentada sobre muchas aguas; con la que han fornicado los reyes de la tierra, y los habitantes de la tierra se embriagaron con el vino de su prostitución.» Me trasladó a un desierto en espíritu» (17:1-3).
Entra el Profeta en espíritu a la región donde no hay vida, donde está ausente el agua viva —a pesar de que hay muchas aguas muertas—: alusión al mar, figura del mundo.
Allí ve a la Mujer-Misterio, Babilonia la Grande, la Meretriz Magna que dice la Vulgata Latina, la Prostituta Purpúrea. Es la contraposición de la otra Mujer de la Visión 10ª, la que da a luz divinamente.
Comenta Monseñor Straubinger:no se trata de un desiertomaterial, como el refugio de la mujer del capítulo 12, sino a la inversa de una opulenta metrópoli dominadora de pueblos. Al respecto dice Fillion que «este retrato, vigorosamente trazado, contrasta con el de la madre mística de Cristo» que vimos en 12, 1 s., pues tanto la púrpura del vestido de la mujer (v. 4) como el bermejo de la bestia significan, «al mismo tiempo que la alta dignidad» (en Roma la púrpura llegó a ser exclusiva de los emperadores), la sangre de los mártires (v. 6) y la soberbia (cf. 1 Mac. 8, 14; Bar. 6, 71; Luc. 16, 19; Marc. 15,17 y 20). Entre la bestia y la mujer hay unión estrecha, representando ambas la misma idea. La bestia es sin duda la que vimos en 13, 1 ss., o sea el Anticristo. Abominaciones: en la Sagrada Escritura, término para señalar la idolatría y los vicios que proceden del culto a los ídolos. La abominación específica de Roma era el culto a los Césares. Comentando este v.dice S. Juan de la Cruz: «¿Quién no bebe poco o mucho de este cáliz dorado de la mujer babilónica? Que en sentarse ella sobre aquella gran bestia… da a entender que apenas hay alto ni bajo, ni santo ni pecador, al que no dé a beber de su vino, sujetando en algo su corazón.
La metrópoli del Anticristo, en la que está como concentrado su dominio mundano contrario a Dios, aparece en la figura simbólica de una mujer. Está diseñada deliberadamente como imagen antitética de la otra mujer del capítulo 12, símbolo de la Iglesia de Dios.
«Y vi una mujer sentada sobre una Bestia escarlata, cubierta de nombres de blasfemias, que tenía siete cabezas y diez cuernos. La mujer estaba vestida de púrpura y de grana, resplandecía de oro, piedras preciosas y perlas; llevaba en su mano una copa de oro llena de abominaciones, y también las inmundicias de su fornicación. Escrito sobre su frente tenía grabado este nombre: «Misterio. Babilonia la Grande, madre de las prostituciones y asquerosidades de la tierra.»» (17: 3-5).
¡Attenti! Vamos a ver este misterio, este enigma, este signo que espanta al mismo San Juan, Águila, que ha mirado de frente al sol, y ha visto tantos misterios y asombros.
Este misterio de una Babilonia alegórica parece ser la culminación del misterio de la iniquidad revelado por San Pablo en II Tes. 2: 7, refiriéndose tal vez a alguna potestad instalada allí como capital de la mundanidad y quizá con apariencias de piedad como el falso profeta.
La «fiera cabalgadura» ya la conocemos, es el Anticristo. La Fornicaria es la Cabeza y Canal de una religión adulterada, idolátrica, puesta al servicio de la política, de la potencia secular, que es el instrumento del Anticristo, convirtiéndola, por el mismo hecho, en un dios falso.
En el Apocalipsis hay señalada con toda claridad una gran potencia política y una gran potencia financiera en la persona de la Gran Ramera, que significa la religión adulterada.
La potencia política está significada por la bestia bermeja, con sus siete cabezas y diez cuernos, que representan un gran imperio pagano y satánico: es la fiera que surgió del mar.
La potencia financiera está representada no sólo en el oro y las gemas que cubren a la Perdida, sino sobre todo en el llanto que hacen cuando ella es destruida todos los negociantes de la tierra. Es, pues, una ciudad financiera capitalista: el imperio y centro del capitalismo mundial.
La Ramera representa tres cosas concretas que serán, y ya comienzan a ser, una misma, y se implican mutuamente: 1ª) la última herejía, 2ª) la urbe donde esa herejía tendrá su cabeza, 3ª) el imperio que esa urbe gobernará = el fenicianismo: el comercio moderno es propiamente satánico = el lucro… la usura… imperialismo… tiranía… crueldad… (Ese imperio será un emporio marítimo, tendrá hegemonía del mar = el dragón, apostado sobre la arena del mar e incubando con su mirada el báratro movedizo, hace surgir de él a la fiera de siete cabezas y diez cuernos).
Tanto la púrpura del vestido de la mujer como el color escarlata de la bestia significan, al mismo tiempo que la dignidad (en Roma la púrpura llegó a ser exclusiva de los emperadores), la sangre de los mártires.
La fornicación significa la religión idolátrica del Estado, que se convertirá después en la religión sacrílega del Anticristo. Las palabras fornicación, adúltera, prostituta, ramería y semejantes, se hallan alrededor de 100 veces en los antiguos Profetas con el significado de idolatría, y aplicadas solamente a Jerusalén, jamás a Nínive, Babel o Menfis. Israel es la Esposa o la Prometida de Dios.
Madre de los fornicarios significa de los que como ella fornican con la idolatría y los valores y glorias del mundo.
Es un Misterio ahora; una cosa que nunca se había visto, un arcano, «las profundidades de Satán».
Entre la bestia y la mujer hay una unión estrecha, representando ambas la misma idea; pero el hecho de que la mujer jinetee a la fiera no significa necesariamente que le sea amiga; está oprimiéndola, como veremos más abajo: por ejemplo, que la Mujer sea el Capitalismo y la Fiera sea el Comunismo.
Comenta Monseñor Straubinger:
Un nombre, misterio: es decir, un nombre misterioso que debe ser interpretado alegóricamente» (Fillion). Este misterio de una Babilonia alegórica, que asombra grandemente a Juan (v. 6), parece ser la culminación del misterio de la iniquidad revelado por S. Pablo en II Tes. 2. 7 Ss., refiriéndose tal vez a alguna potestad instalada allí como capital de la mundanidad y quizá con apariencias de piedad como el falso profeta. Madre de los fornicarios: es decir, de los que como ella fornican con la idolatría y los valores y glorias del mundo (cf. v. 2). La extrema fuerza del lenguaje empleado con esta ramera recuerda las expresiones usadas contra Jerusalén en Eze. 16 (véanse allí las notas).
Notas de Eze. 16: La vid no sirve de material para hacer instrumentoscon su tronco, sino sólo para dar frutos o ser arrojada al Luego. Es la imagen del pueblo de Israel (véase 17, 6; Is. 3, 14; 5, 1 ss.; Jer. 2, 21; Os. 10, 1, etc.). Es decir que no hay, para el pueblo sacerdotal, sino los dos extremos: gloria o ignominia, Es el destino que en la Biblia tienen los primogénitos,porque eran cosa del Señor (cf. Ecli. 36, 14; Núm. 3, 13; Luc. 2, 23, etc.).En el evangelio, Jesús es aún más terminante con la sal insípida, que ha perdido lo que la hacía apta para el honor sacerdotal de los sacrificios (cf, 43, 24; Lev. 2, 13; Marc. 9, .49) y de los pactos (Núm. 18, 19; II Par. 13, 5 y nota): no servirá ni siquiera para el muladar, sino para ser arrojada fuera (Luc. 14, 34) y que, tirada, la pisen los hombres (Mat. 5, 13). Alegoría de la esposa adúltera (cf. Jer. caps. 2 y 3; Os. caps. 1-4). Este celebérrimo capitulo encierra un drama inmenso y sublime, que es algo así como el reverso del Cantar de los Cantares. Su asunto es la infidelidad del pueblo elegido, mas no ya de todo Israel, sino de la nación judía en particular, pues se la llama hermana de Samaria (v. 46), la cual más de un siglo antes había caído en la esclavitud asiria, con las diez tribus del norte o reino de Israel propiamente dicho. La esposa está personificada en Jerusalén (v. 2 y 3), porque «cuando Israel salió de Egipto… Judá fue hecha su santuario» (S. 113, 2), y Dios «amó las puertas de Sión más que todos los tabernáculos de Jacob» (S. 86, 2 y nota). El Templo de Salomón, próximo ahora a ser abandonado por Dios (véase 10, 18; 24, 21 y notas) y destruido por los babilonios, estaba allí, en la Capital santa por excelencia, que Jesús iba a llamar «la ciudad del gran Rey» (Mat. 5, 35; cf. S. 86, 3 y nota) por la gloria de su destino (y. 60 ss; S. 75 y notas), cantada por todos los profetas cf. Is. caps. 54 ss.). Un día, sin embargo, había de llorar sobre ella el gran Rey, porque Jerusalén «no conoció entonces el tiempo de su visita» (Luc. 19, 44), y más tarde tuvo Él que despedirse diciendo que ella no volvería a verlo hasta que dijese: «Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Mat. 23, 39).
«Y vi a la mujer ebria de la sangre de los santos y de la sangre de los testigos de Jesús. Y me asombré grandemente al verla» (17: 6).
Embriagar de esa fornicación es propagar la religión «nacional». Si los pueblos de la tierra se embriagaron de ese vino, es porque la Mujer está primero embriagada de la sangre de los mártires.
La sangre no emborracha, no produce euforia ni ufanía. Los Romanos salían tristes del anfiteatro después de aquellas orgías de sangre y muerte. La Mujer Perdida se glorifica a sí misma ahora, con la sangre de los Mártires y las loas de los Santos; se ufana y se emborracha con ella. Exactamente como dijo Jesucristo a los judíos: «vuestros padres mataron a los Profetas y vosotros les levantáis monumentos, y os ufanáis con sus nombres, diciendo: «si hubiéramos vivido entonces, no hubiésemos matado a los Profetas»; y ahora estáis fraguando dar muerte al último y mayor de todos los Profetas«. La religión adulterada hace gala de la fama de los antiguos santos muertos, y persigue a los santos vivos.
El actual modernismo religioso se apropia de las glorias terrenas de la religión (las catedrales góticas y románicas, la música de Bach, los dramas de Shakespeare, de Cervantes y de Lope, los grandes descubrimientos de la Europa Cristiana y su pertrecho político y jurídico, los reinados prósperos y gloriosos); en una palabra, toda la añadidura del Reino de Dios, que la Cristiandad suscitó. También es de ellos la «espiritualidad», la «fraternidad» y el «humanismo»…
Ebrios de la sangre de los santos y de la sangre de los testigos de Jesús, se apropian su gloria y autoridad, al mismo tiempo que no los imitan, antes los desimitan en sus vidas frívolas y cómodas, y en su predicación aguada y mutilada del Evangelio. Explotadores de la religión que plantaron otros, hoy alaban a los difuntos y persiguen a los hombres religiosos vivientes que con su trabajo y con su sangre les conservan el comedero.
Comenta Monseñor Straubinger: ebria de la sangre: cf. 16, 6. Juan había visto ya la bestia (13, 1), pero no a la mujer. Su grande asombro, según explican los comentaristas, procede de verlas juntas. «Esta visión es hoy todavía llena de oscuridad para nosotros, al punto que este pasaje es la parte más difícil del Libro entero» (Fillion). Esta ebriedad, que no es de la bestia sino de la mujer, es interpretada tanto como la responsabilidad por la sangre cristiana derramada (cf. lo que Jesús increpa a los fariseos en Mat. 23, 34 s.) cuanto como una actitud soberbia que usurpa los méritos de los mártires y
santos revistiéndose hipócritamente de ellos.
«Pero el Ángel me dijo: «¿Por qué te asombras? Voy a explicarte el misterio de la mujer y de la Bestia que la lleva, la que tiene siete cabezas y los diez cuernos» (17: 7).
El Ángel habla primero de la bestia y sólo en el versículo 18 vuelve a la mujer.
«La Bestia que has visto, era y ahora no es; está para subir del abismo y camina hacia su perdición. Los habitantes de la tierra, cuyo nombre no fue inscrito desde la creación del mundo en el libro de la vida, se maravillarán cuando vean que la Bestia, que era y ahora no es, reaparecerá» (17: 8).
Es un enigma esto: un poder que era y no es, y, sin embargo, es; puesto que porta a la Mujer, y va a la perdición. Es repetición en otra forma del «milagro» del Anticristo, que el Pseudoprofeta va a ponderar tanto. Es un poder perverso que va a surgir, que existió en otros tiempos y cayó: el Imperio pagano de los Césares, según toda la exégesis patrística. Puede darse una restauración «no sana» del clásico imperio.
Es una parodia del nombre divino dado en 1: 4 y 8 y 4: 8; asimismo la herida que lleva es la réplica de la del Cordero; y su reaparición también imita la Parusía de Cristo.
El abismo no es el de 9: 1 y 20: 1 y 7, sino el de 13: 1, es decir, el mar, símbolo de las naciones o gentilidad.
«Aquí es donde se requiere sabiduría: las siete cabezas son siete montes, sobre las que se asienta la mujer. Son también siete reinos: cinco han caído, uno es, y el otro no ha llegado aún; y cuando llegue, habrá de durar poco tiempo. Y la Bestia, que era y no es, es él, el octavo, y es de los siete; y camina hacia su perdición» (17: 9-11).
Comenta Monseñor Straubinger: que tiene sabiduría: es decir, que es para que lo entienda el hombre espiritual, sobrenatural (cf. 33, 8 y 18; 1 Cor. 2, 10 y 14). Siete montes:
alusión las siete colinas de la ciudad de Roma, con la cual todos los autores clásicos y cristianos la han identificado. «Pero ésta, dice Crampon, no parece personificar la Roma de los Césares, ni exclusivamente ni siquiera principalmente.» Añade que ella es «la ciudad de los hombres, opuesta a la ciudad de Dios». Fillion ve en ella «la capital mística del imperio del Anticristo en los últimos días del mundo», y en los siete reyes, «de acuerdo con el cap. 7 de Daniel, las grandes monarquías paganas o animadas del espíritu pagano… y finalmente el conjunto de los reinos europeos actuales, en lo que tienen de perverso y anticristiano», pues hay que tomar en cuenta que el Apóstol no describe los fenómenos políticos sino en cuanto éstos interesan al aspecto religioso, mostrándonos las consecuencias que de ellos resultan para el orden espiritual.
No obstante, la reaparición de la bestia hará gran impresión a aquellos que no son capaces de discernir su naturaleza. Los elegidos poseerán el necesario don de discernimiento (cf. 13, 8); los otros, en cambio, cuyo destino final será semejante al de la bestia (exclusión de la vida eterna), muestran asombro y devoción reverente a la bestia reaparecida (cf. 13, 3).
Otro rompecabezas: el Anticristo es a la vez Séptimo y Octavo. Empezará como uno de los siete reinos (un reino pequeño, nos anuncia Daniel), y después los dominará y se convertirá en otro reino, descomunal y diferente de todos: la federación de todas las naciones.
Hay dos notaciones contradictorias, aplicadas primero a una cabeza, después al revés de la bestia y juntamente a uno de sus cuernos, que es octavo y sin embargo es séptimo. Ese cuerno tiene que ser el mismo que en Daniel nace de nuevo en medio de los diez cuernos, y se hace mayor que todos; tiene ojos y lengua; profiere blasfemias; vence a los santos; intenta cambiar el calendario y los usos de los hombres; y es aniquilado por la llegada del Reino de los Santos: es el Anticristo.
El Anticristo será un hombre y un reino, las dos cosas, una en otra. Esto deshace una discusión secular y superflua de los teólogos: el Anticristo será un poder político tiránico, seductor e impío, encarnado en un hombre perverso, un plebeyo genial. Es una ley de la historia: siempre un gran movimiento colectivo crea su jefe, así como un gran hombre da su forma y su dirección a todo difuso momento colectivo. Ambos se crean mutuamente, en causalidad recíproca.
Ese «no es» debe significar, sin duda, la falsedad del Imperio Restaurado, la cabeza muerta y sanada, que no es lo que pretende ser y antes era; un fraude y una falsificación edificada sobre el engaño y la mentira. Por tanto, ese vaticinio concuerda con el anterior, aunque está formulado al revés. Surge una cosa monstruosa, imitación y máscara de otra cosa que existió auténticamente, aunque mala.
Daniel dice que aparece de nuevo; San Juan dice primero que muere y vuelve a ser, y luego al revés, que era y ya no es. Surge un imperio de embeleco y mojiganga, con la máscara de otro de los grandes imperios históricos.
Los cinco que cayeron son los cuatro que describió Daniel: caldeos, persas, griegos, romanos, con la añadidura del mahomético.
El «uno que es«, es decir, el sexto que precede al Anticristo, tiene que ser uno de dos:
* O el Imperio de los Zares, blancos y rojos edificados sobre el Cisma Griego, sujetador de la doctrina de Cristo al poder idolátrico del Estado, que en un nuestros días, sin dejar de ser despótico, se ha vuelto ateo y antitético;
* O bien el Imperio de los Anglosajones, que hizo triunfar al Protestantismo en Europa, y después lo desparramó por todo el mundo, vuelto veneno modernista.
El séptimo, el que ha de venir, será dos cosas a la vez, y así será séptimo y octavo:
* Será nuevo Imperio, Imperio antiguo;
* Y al mismo tiempo fiera, es decir, poder político satanizado, levantado contra el Dios viviente y enemigo a muerte de la Iglesia (ver aplicación en PBB, 256-258).
«Los diez cuernos que has visto son diez reyes que aún no han recibido reino; pero recibirán después de la Bestia la potestad como real por espacio de una hora. Estos tienen un solo propósito. Y su potestad y autoridad lo entregarán a la Bestia» (17: 12-13).
Por lo tanto, «después de la fiera» significa después de aparecer la fiera.
Es de notar la semejanza de este pasaje con el de Daniel 7: 7-8.
¿Son, pues, 17 reyes? No: son siete grandes reinos; y luego diez reyezuelos (o muchos, «número indeterminado», dice San Agustín). Porque los cuernos brotan de la cabeza, como ser reinos vasallos o colonias independizadas. Los principales intérpretes ven aquí siete reinos y diez republiquetas de los últimos tiempos, existiendo simultáneamente, con una misma idea, un único propósito.
Solovief vislumbró o palpitó con la sola lectura del Apocalipsis que una coalición asiática encabezada por el Japón vencería a Europa y destruiría a Roma; y sería vencida por el Anticristo.
«Estos harán la guerra al Cordero, pero el Cordero, como es Señor de Señores y Rey de Reyes, los vencerá en unión con los suyos, los llamados y elegidos y fieles»» (17: 14).
Los reinos o repúblicas comunistas están ya guerreando contra el Cordero. Pero el Cordero los vencerá, anunciando ya lo de 19: 11-22, donde Cristo es igualmente declarado soberano de los que imperan; su ejército, opuesto al de la bestia, será victorioso.
El cristiano que sea fiel a su fe y se mantenga firme en la lucha contra el demonio es llamado vencedor en el Apocalipsis.
«Me dijo además: «Las aguas que has visto, sobre las cuales tiene su sede la Ramera, son pueblos y muchedumbres y naciones y lenguas. Y los diez cuernos que has visto, así como la Bestia, van a aborrecer a la Ramera; la dejarán desolada y desnuda, comerán sus carnes y la abrasarán por el fuego; porque Dios ha puesto en sus corazones hacer lo que Él plugo, una sola y misma idea; y dar su autoridad a la Bestia hasta que se cumplan las palabras de Dios. Y la mujer que has visto es aquella ciudad, la grande, la que tiene imperio sobre los reyes de la tierra» (17:15-18).
San Juan pasa aquí de la bestia a la ramera Babilonia sentada sobre ella (v. 7). El capítulo XVIII, que sigue, está dedicado al castigo de esta mujer.
La Mujer oprime a la Fiera y no la propicia, pues los diez cuernos (o reyezuelos) la destruyen en un día y ponen toda su potestad al servicio de la fiera.
Aborrecerán ellos mismos a la ramera que había sido el objeto de su pasión y cuya caída deplorarán luego. Vemos así cuán admirablemente se vale Dios de sus propios enemigos para realizar sus planes y sacar de tantos males un inmenso bien como será la caída de la Gran Babilonia. Así, esta fortaleza anticristiana en el orden espiritual perecerá a manos de la otra fuerza anticristiana del orden político, la cual a su vez, con todos los reyes coligados con ella será destruida finalmente por Cristo.
¿Qué ciudad es ésta, finalmente? No lo sé yo: no calzan sus notas a las actuales urbes. Las notas que San Juan dibuja son: 1ª) una ciudad capitalista con un poder mundial; 2ª) un puerto de mar; 3ª) cabeza o centro de una religión falsificada, idolátrica o política.
Daniel describió los imperios paganos en figura de fieras; pero San Juan describe el imperio del Anticristo en figura de dragón, mezcla de todas las fieras de Daniel y como su resumen empeorado; porque es peor el neopaganismo, que es apostasía, que el antiguo paganismo, que era simplemente precristiano.
La Roma pagana, capital del imperio podrido y sede del culto nefando al emperador hecho dios, es indudable como sentido próximo e imagen del typo. Pero no excluye, antes pide con el texto mismo otra significación más profunda, que es la misma significación esjatológica de la última Urbe impía, semejante a una Roma Cesárea empeorada al décuplo; y por eso mezcla San Juan en su retrato realmente poco artístico las tres primeras fieras de Daniel («monte» en la Escritura significa reino y poder político, y también hombre poderoso políticamente).
Será una impía urbe religiosa y capitalista, cabeza de un imperio sacro falsificado, es decir, de un imperialismo. No es forzoso que la ciudad impía de los últimos tiempos sea de nuevo la ciudad de las siete colinas (aunque tampoco es imposible); basta que sea una ciudad imperial que domina siete reinos, porque el Anticristo derrotará a tres reyes, y entonces los otros siete se le someterán… Siete o más, poco importa; el número diez significa una cosa completa en lo profano, así como el doce significa una cosa completa en lo sacro, y el veinticuatro una cosa completa en el cielo.
En esta Visión 16ª hay un enigma dificilísimo: diez reyes que «prestan toda su fuerza a la Ciudad Perdida» y, por otra parte, la «incendian y la aniquilan»; ¿cómo puede ser la metrópoli del Anticristo por un lado, e incendiada y deshecha antes de la Parusía por otro?
Evidentemente, hay aquí dos tiempos, dos momentos diversos ==> parece claro que la Ciudad Meretriz y la Capital del Imperio del Anticristo no son una y la misma, a menos que sean la misma ciudad en dos momentos diferentes de su historia, el de su apogeo nefando y el de su perdición… Pero no lo parece.
Parecería que San Juan tiene delante de los ojos, en la Visión 8ª y luego en la 16ª dos ciudades capitales: Jerusalén y Roma.
La Babilonia mística aparece aquí en el otro extremo de la profecía unida a la última bestia de Daniel. Lo que Babilonia fue para Jerusalén, ésta lo será para la Iglesia.
Sea como fuere, hay que reservar para el antitypo (para la Urbe Perdida del futuro, sea simple o doble) el otro sentido de la palabra montes, también literal aunque metafórico, que San Juan añade inmediatamente: «Las siete cabezas son siete montes, sobre los cuales la mujer tiene sede. Son también siete reyes» (XVII: 9-10).
La Ciudad Maldita será como la heredera de siete imperios idolátricos que habrá en el mundo antes del Anticristo, rivales del Monte de Dios, que es la Iglesia, el monte que surgió del guijarro. Y esa Ciudad Maldita será el Octavo Imperio, y sin embargo será uno de los siete, es decir, será la restauración de uno de ellos.
En el libro; ¿Fue Karl Marx un Satanista? escrito por Richard Wurmbrand, leemos:
Bukharin – Stalin – Mao
Sería interesante dar un vistazo a algunos marxistas modernos. Bukharin, el secretario general de la Internacional Comunista y uno de los más importantes doctrinarios marxistas de este siglo, escribe en su biografía que desde la edad de doce años, después de leer el libro del Apocalipsis en la Biblia, ansiaba ser el Anticristo. . . . Como que en las Escrituras se declara que el Anticristo es hijo de la gran ramera apocalíptica, insistía en que su madre confesara haber sido una prostituta.
Sobre Stalin, escribió Bukharin en el mismo artículo, «No es un hombre, sino un demonio. Demasiado tarde, Bukharin se dio cuenta de las manos en que había caído. En una carta que le hizo a su esposa memorizar justamente antes de su arresto y ejecución, dijo: «Voy a dejar esta vida. Inclinando mi cabeza… siento toda mi impotencia ante esta maquinaria infernal.«
Había ayudado a erigir una guillotina —el estado soviético— que ejecutó millones, sólo para darse cuenta al final que había sido diseñada en el infierno. Había deseado ser el anticristo, pero en vez, se convirtió en su víctima.
En su libro Los papeles de Benjamín
Benavides, añade Castellani una observación curiosa, es posible integrar en esta malgama política, al mahometismo. Basándose en la afirmación que hizo el conde de Maistre, a saber, que el «protestantismo vuelto sociniano, no se diferencia ya fundamentalmente del mahometismo». Nuestro autor sostiene que el Occidente se está musulmanizando, especialmente los Estados Unidos, cuyo pueblo lejos de ser amoral o inmoral tiene una religión, pero ella corresponde, rasgo a rasgo, al mensaje de Mahoma. Los dogmas son comunes: el capitalismo y la esclavitud de los muslimes; la poligamia y el divorcio: la guerra santa y la defensa de la democracia; la creencia común en un Dios inaccesible, lejano y desconocido; el rechazo de la Encarnación y, en general, del misterio; el naturalismo; la falta de «sacramentismo ; el primado de la acción; el fatalismo y el culto determinista a la «Ciencia». Por lo demás, el mahometismo no carece de semejanzas con el comunismo: ambos buscan «edenizar» la tierra por la violencia. ‘Son tres líneas que pueden reunirse un día: —tienen un lado y los ángulos adyacentes iguales—, ¿qué digo?, tienen que encontrarse necesariamente, el día que les salga un padre, así como nacieron de una misma madre… —Qué madre? —La Sinagoga. Esas tres religiones son herejías judías.»
«Después de esto vi bajar del cielo a otro Ángel, que tenía gran poder, y la tierra quedó iluminada con su gloria. Clamó con gran voz diciendo: «¡Cayó, cayó la Gran Babilonia! Se ha convertido en morada de demonios, en refugio de toda clase de espíritus inmundos, en guarida de toda clase de aves inmundas y aborrecibles. Porque del vino de su furiosa fornicación han bebido todas las naciones; y los reyes de la tierra han fornicado con ella, y los mercaderes de la tierra se han enriquecido con su lujo desenfrenado.»» (18: 1-3)
No cayó del todo Roma Imperio, como cayó la antigua Babel y caerá la futura fornicaria. Eso nos muestra que el typo y el antitypo no coinciden siempre del todo, sino que el primero alumbra sólo en general al segundo. La venganza divina contra el Imperio idólatra y perseguidor no se consumó, mas se cierne en los aires hasta el fin del mundo.
«Luego oí otra voz que decía desde el cielo: «Salid de ella, pueblo mío, para no ser solidario de sus pecados y no participar de sus plagas; pues sus pecados se han amontonado hasta el cielo, y Dios se ha acordado de sus iniquidades. Pagadle como ella ha pagado; retribuidle el doble conforme a sus obras; en la copa que ella mezcló mezcladle el doble. En proporción a su jactancia y a su lujo, dadle tormentos y luto. Pues dice en su corazón: «Estoy sentada como reina, y no soy viuda y no he de conocer el duelo». Por eso, en un solo día llegarán sus plagas: muerte y luto y hambre; y será consumida por el fuego; porque poderoso es el Señor Dios que la ha juzgado»» (18: 4-8).
La orden recuerda los pasajes que se refieren a la Babilonia histórica en Isaías 48: 20, Jeremías 50: 8, 51: 6 y 45, Zacarías 2: 7. Hay un paralelismo con Jerusalén en Mc. 13: 14 y Mt. 24: 16.
«Pueblo mío»; en la ciudad corrompida y en medio de los adoradores de la bestia viven los marcados con el sello del Cordero que, recordando la palabra de Jesús sobre la mujer de Lot (Luc. 17: 32) se guardan de arraigar el corazón en los afectos y respetos humanos.
Estas palabras han de entenderse espiritualmente, pues físicamente no podrán los cristianos últimos abandonar las urbes capitalistas, ni hacerles el doble de los daños recibidos de ellas, como no lo pudieron tampoco los cristianos primeros. Lo que hicieron fue devolver a los perseguidores bienes por males, y abandonar no físicamente la urbe capitalista, sino espiritualmente su mentalidad de lucro, estafa, explotación e iniquidad. San Agustín observa que «con los pasos de la fe podemos huir de este mundo hacia Dios, nuestro refugio».
Los que devolvieron de hecho el doble de tormentos y luto son los Ángeles; o mejor dicho, los mismos hombres inicuos y el orden inmutable de la equidad providencial.
Hay que notar el adverbio «en un día», que luego se convertirá en «una hora».
Será abrasada en fuego: la pena del fuego era el castigo reservado por la Ley para el adulterio o la fornicación de carácter sacrílego (Lev. 21: 9).
Dos ángeles avisan a Lot para que salga cuanto antes de Sodoma y Gomorra, a fin de no perecer en la catástrofe. El profeta Jeremías exhorta a los judíos a huir de Babilonia antes de que la ciudad fuera castigada: «Huid de Babel, salve cada uno su vida, no perezcáis por su iniquidad. Es el tiempo de la venganza de Yahvé; va a darle su merecido. Dejémosla, vámonos cada uno a nuestra tierra, porque sube su maldad hasta los cielos y se eleva hasta las nubes. Sal de ella, pueblo mío. Salve cada cual su vida ante el furor de la cólera de Yahvé». El consejo de huir ante la inminencia del peligro es frecuente en la literatura apocalíptica. Jesús mismo manda a sus discípulos que huyan cuando vean que Jerusalén está a punto de ser cercada. Y de hecho sabemos que los cristianos huyeron a Pella, en TransJordania, al comienzo del asedio de Jerusalén por las tropas de Tito. En nuestro caso, la exhortación de San Juan pudiera tener también un sentido moral, en cuanto que aconseja a los cristianos aislarse de toda contaminación con los paganos.
Pide la voz divina que le apliquen la ley del talión duplicada.
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Texto del Padre Lacunza:
«Dos cosas principales debemos conocer aquí:
Primera: ¿Quién es esta mujer sentada sobre la bestia?
Segunda: ¿De qué tiempos se habla en la profecía, si ya pasados o todavía futuros?
Cuanto a lo primero, convienen todos los doctores que la mujer de que aquí se habla es la ciudad misma de Roma, capital en otros tiempos del mayor imperio del mundo, y capital ahora, y centro de unidad de la verdadera Iglesia cristiana.
En este primer punto como indubitable, no hay para qué detenernos.
Cuanto a lo segundo hallamos solas dos opiniones en que se dividen los doctores cristianos:
La primera sostiene, que la profecía se cumplió ya toda en los siglos pasados en la Roma idólatra y pagana.
La segunda, confiesa que no se ha cumplido hasta ahora plenamente; y afirma que se cumplirá en los tiempos del Anticristo en otra Roma todavía futura, muy semejante a la antigua idólatra y pagana, pero muy diversa de la presente, como veremos luego.
El punto es el más delicado y crítico que puede imaginarse.
Por una parte, la profecía es bastantemente terrible y admirable por todas sus circunstancias. Así los delitos de la mujer, que claramente se revelan, como el castigo que por ellos se anuncia, son innegables.
Por otra parte, el respeto, el amor, la ternura, el buen concepto y estimación con que siempre ha estado esta misma mujer, abolida la idolatría, respecto de sus hijos y súbditos, hace increíble e inverosímil que de ella se hable, o que en ella puedan jamás verificarse tales delitos, ni tal castigo.
Pues en esta constitución tan crítica, ¿qué partido se podrá tomar?
Salvar la verdad de la profecía es necesario; pues nadie duda de su autenticidad.
Más también parece necesario salvar el honor de la grande reina, y calmar todos sus temores.
Como ella no ignora, lo que está declarado en la Escritura de la verdad (Dan. X, 21); como esto que está expreso en la Escritura de la verdad, la debe o la puede poner en grandes inquietudes, ha parecido conveniente a sus fieles vasallos librarla enteramente de este cuidado.
Por tanto, le han dicho unos por un lado, que no hay que temer, porque la terrible profecía ya se verificó plenamente muchos siglos ha en la Roma idólatra o pagana, contra quien hablaba.
Otros, no pudiendo entrar en esta idea, que repugna al texto y al contexto, le han dicho no obstante, por otro lado, que no hay mucho que temer; pues aunque la profecía se endereza visiblemente a otros tiempos todavía futuros; mas no se verificará en la Roma presente, en la Roma cristiana, en la Roma cabeza de la Iglesia de Cristo, sino en otra Roma infinitamente diversa, en otra Roma, compuesta entonces de idólatras e infieles, los cuales se habrán hecho dueños de Roma, echando fuera al Sumo Sacerdote, y junto con él a toda su corte, y a todos los cristianos.
En esta Roma así considerada se verificarán (concluyen llenos de confianza) los delitos y el castigo anunciado en esta profecía.
(…) ¿Con qué fundamento se asegura, que el imperio romano volverá a ser lo que fue, que Roma, nueva corte del imperio romano, volverá a la grandeza, majestad y gloria que tuvo antiguamente; que las cabezas de este imperio residentes en Roma serán étnicos o idólatras; que desterrarán de Roma la religión cristiana e introducirán de nuevo el culto de los ídolos; que Roma ya idólatra se unirá con el Anticristo, rey de los judíos, y favorecerá sus pretensiones; que diez reyes, en fin, o por odio del Anticristo antes de ser vencidos o de mandato suyo después de vencidos, harán en Roma aquella terrible ejecución?
¿No es esto, propiamente hablando, fabricar en el aire grandes edificios? ¿No podrá pensar alguno sin temeridad, que todos estos modos de discurrir son una pura contemplación y lisonja, con apariencia de piedad?
Diréis, acaso, lo primero, que todo esto se hace prudentemente por no dar ocasión a los herejes y libertinos a hablar más despropósitos de los que suelen contra la Iglesia romana; mas esto mismo es darles mayor ocasión, y convidarlos a que hablen con menos sinrazón, poniéndoles en las manos nuevas armas, y provocándolos a que las jueguen con más suceso.
La Iglesia Romana, fundada sobre piedra sólida, no necesita de lisonja, o de puntales falsos y débiles en sí para mantener su dignidad, su primacía sobre todas las Iglesias del orbe, y sus verdaderos derechos, a los cuales no se opone de modo alguno la profecía de que hablamos.
Acaso diréis lo segundo, que este modo de discurrir de la mayor parte de los doctores sobre esta profecía, es también prudentísimo por otro aspecto: pues también se endereza a no contristar fuera de tiempo y de propósito, a la soberana o madre común, mas por esto mismo debía decirse con humildad y reverencia, la pura verdad.
Lo que parece prudencia, y se llama con este nombre, muchas veces merece más el nombre de imprudencia, y aun de verdadera traición y tiranía.
Por esto mismo, digo, debían sus verdaderos hijos y fieles súbditos procurar contristar a la soberana madre común en este punto, y debían alegrarse de verla contristada, si por ventura viesen alguna señal de contristación: no porque os contristasteis, sino porque os contristasteis a penitencia como decía San Pablo a los de Corinto.
Esta contristación, que es según Dios, no puede causar sino grandes y verdaderos bienes; porque la tristeza que es según Dios engendra penitencia estable para salud; mas la tristeza del siglo engendra muerte.
Cualquier siervo, cualquier vasallo, cualquiera hijo hará siempre un verdadero obsequio y servicio a su señor, a su soberano, a su padre o madre, en contristarlos de este modo; y cualquier señor o soberano, o padre o madre, que no hayan perdido el sentido común, deberán estimar más esta contristación, que todas las seguridades vanas, fundadas únicamente en suposiciones arbitrarias, y conocidamente inverosímiles e increíbles.
Con la noticia anticipada del peligro, podrán fácilmente ponerse a cubierto, y evitar el perecer en él, mas si por no contristarlos, se les hace creer que no hay tal peligro, la ruina será inevitable, y tanto mayor cuanto menos se tema.
(…) Consolada con estas reflexiones, parece muy posible y muy fácil, que se descuide en algún tiempo, y que resfriada la caridad, dé lugar a pensamientos indignos de su dignidad, sin hacer mucho escrúpulo en cometer aquellos mismos excesos de que el texto habla; no teniendo por fornicación, lo que no es en realidad. ¡Oh que consecuencia!
(…) Lejos está por ahora la piísima y prudentísima madre de indignarse contra quien le dice, con suma reverencia y con íntimo afecto, la pura verdad. Esto sería indignarse contra Dios mismo.
Mucho menos deberá indignarse si considera, que aquí no se habla de modo alguno de Roma presente, sino solamente de Roma futura, que es puntualmente de la que habla la profecía.
No tenemos razón alguna para temer que la cátedra de la verdad sea capaz de pronunciar aquella estulticia, que decía Jerusalén a sus profetas: habladnos cosas que nos gusten, ved para nosotros cosas falsas (Is. XXX, 10); ni mucho menos de dar aquella sentencia inicua que dieron los sacerdotes y profetas contra Jeremías (de quienes él se queja por estas palabras): Y hablaron los sacerdotes y los profetas a los príncipes, y a todo el pueblo, diciendo: sentencia de muerte tiene este hombre, porque ha profetizado contra esta ciudad, como lo habéis oído con vuestras orejas (Jer. XXVI, 11).
¡Oh cuántos males, más que ordinariamente pudieran haberse evitado, y pudieran evitarse en adelante, si los que conocen una verdad no la ocultasen o desfigurasen por una contemplación, o respeto, o piedad conocidamente mal entendida: y si a lo menos no se empeñasen tanto contra la verdad!
No ignoramos que muchos de aquellos que llama el Evangelio hijos de la iniquidad, por odio de la Iglesia romana, a quien habían negado la debida obediencia, han abusado monstruosa e imprudentemente de este lugar de la Escritura Santa.
Pero ¿qué cosa hay, por verdadera y por santa que sea, de que no se pueda abusar?
Los malos hijos en lo que han dicho de Roma sobre esta profecía, han dicho injurias, calumnias e invectivas; han mezclado con infinitas fábulas una u otra verdad poco bien entendidas; han avanzado cosas que no es posible que ellos mismos creyesen.
Mas todo esto, ¿qué hace ni qué puede hacer al asunto presente?
Porque algunos han oscurecido algunas verdades, mezclándolas violentamente con fábulas y errores, ¿por eso no deberá ya trabajarse en sacar en limpio estas mismas verdades? ¿Por eso no se podrá ya separar lo precioso de lo vil? ¿Por eso deberemos negarlo todo, pasándonos enteramente al extremo contrario? Mayormente cuando estos insensatos aplicaban a la Roma presente, con calumnias, lo que sólo se puede entender con verdad de la Roma futura.
Lo que decimos de los delitos de la mujer, decimos consiguientemente de su castigo.
Roma, no idólatra, sino cristiana; no cabeza de un imperio romano, sólo imaginario, sino cabeza del cristianismo, y centro de unidad de la verdadera Iglesia de Dios vivo, puede muy bien, sin dejar de serlo, incurrir alguna vez y hacerse rea delante de Dios mismo del crimen de fornicación con los reyes de la tierra, y de todas sus resultas.
En esto no se ve repugnancia alguna, por más que muevan la cabeza sus defensores.
Y la misma Roma, en este mismo aspecto, puede recibir sobre sí el horrendo castigo de que habla la profecía. No es menester para esto que sea tomada de los étnicos; no es menester para esto, que vuelva a ser corte del mismo imperio romano, salido del sepulcro con nuevos y mayores bríos; no es menester para esto que los nuevos emperadores destierren de Roma la religión cristiana e introduzcan de nuevo la idolatría.
Todas estas ideas extrañas, todas estas suposiciones imaginarias, son en realidad unas vanas consolatorias, que no pueden ser sino de sumo perjuicio para Roma, si se fía en ellas.
El gran trabajo (y trabajo digno de llanto inconsolable) es que la profecía se cumplirá, según parece por esto mismo, quiero decir, porque nuestra buena madre se fiará más de lo que debiera de palabras consolatorias, no queriendo advertir que nacen solamente del respeto y amor de sus fieles súbditos, los cuales han mirado, y miran como un punto de piedad y aun de religión, el beatificarla a todas horas, y de todos modos.
¡Oh si nos fuese posible decirle al oído, de modo que aprovechase!, aquellas palabras que decía Dios a su antigua esposa; hablo solamente en este punto particular: Pueblo mío, los que te llaman bienaventurado, esos mismos te engañan, y malean el camino de tus pasos (Is. III, 12).
No señora, no madre nuestra: no caeréis otra vez en el delito de idolatría. No es esta ciertamente la fornicación, que aquí se os anuncia; no os debe dar esto cuidado alguno, está muy lejos de vos, no menos que del texto y contexto de toda la terrible profecía.
Vuestra fe no faltará, y en esto os dicen la verdad todos vuestros doctores; pero mirad, señora, que sin faltar vuestra fe, puede muy bien faltar algún día vuestra fidelidad; sin faltar vuestra fe, puede muy bien verificarse en vos algún día otra especie de fornicación tan metafórica como la fornicación de los ídolos de la primera esposa de Dios, mas no menos abominable en sus divinos ojos, ni menos peligrosa para vos, ni menos funesta para vuestros fieles hijos, ni tampoco menos digna de castigo, y de un castigo tanto mayor cuanto son mayores vuestras obligaciones, y mayor el honor y grandeza verdadera a que os ha sublimado vuestro esposo, el cual habiéndose ido a una tierra distante para recibir allí un reino, y después volverse, os confió y encomendó tanto el gobierno de su casa, y el verdadero bien de su gran familia.
Si en esto os descuidáis algún día, por atender a vos misma, y cuidar de otra grandeza, que ciertamente no os compete, podéis temer, señora, con gran razón, que caiga sobre vos infaliblemente todo el peso de la profecía; mas tú por la fe estás en pie: pues no te engrías por eso, mas antes teme. Porque si Dios no perdonó a los ramos naturales, ni menos te perdonará a ti; escribía San Pablo a los Romanos.
Cuando el Mesías se dejó ver en Jerusalén, es cosa cierta, que no halló en toda ella ídolo alguno. Este delito abominable de la antigua Jerusalén estaba ya corregido, enmendado y purgado suficientemente.
Además de esto, el culto externo, o el ejercicio externo de la religión estaba corriente: el sacrificio continuo, la oración a sus tiempos, los ayunos prescriptos, las fiestas solemnes, el sábado, etc. todo se observaba escrupulosamente; había en ella muchos justos; toda la ciudad en suma, era y se llamaba con propiedad la santa ciudad, pues este nombre le da el Santo Evangelio aun después de la muerte del Mesías (Mat. XXVII, 53).
Con todo eso, Jerusalén estaba entonces en tan mal estado en los ojos de Dios, que el Mesías mismo lloró sobre ella, y no solamente la halló digna de sus lágrimas, sino también de aquel terrible anatema que fulminó contra ella en forma de profecía: vendrán días contra ti, en que tus enemigos te cercarán de trincheras, y te pondrán cerco, y le estrecharán por todas partes. Y te derribarán en tierra, y a tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra…
Esta profecía del hijo de Dios se verificó plenamente pocos años después, ni fue necesario para su perfecto cumplimiento que la ciudad volviese a la antigua idolatría, ni que fuese tomada por algunos príncipes étnicos, que desterrasen de ella la verdadera religión, y substituyesen el culto de los ídolos. Nada de esto fue necesario.
Jerusalén fue castigada, no por idólatra, sino por inicua; no por sus antiguos delitos, sino por aquellos mismos que el Señor la había reprendido máximamente en su sacerdocio, los cuales se pueden ver en los Evangelios que bien claros están.
La semejanza, pues, corre libremente por todas partes sin embarazo alguno, y la explicación por sí misma se manifiesta.» (Segunda Parte. Fenómeno III. El Anticristo, § 14 La mujer sobre la bestia).
Comentarios del Padre Castellani:
a) Cuando la estructura temporal de la Iglesia pierda la efusión del Espíritu y la religión adulterada se convierta en la Gran Ramera, entonces aparecerá el Hombre de Pecado y el Falso Profeta, un Rey del Universo qué será a la vez como un Sumo Pontífice del Orbe, o bien tendrá a sus órdenes un falso Pontífice, llamado en las profecías el «Pseudoprofeta».
Léase bien este parágrafo: no dice que la Iglesia perderá la fe, como tampoco la Sinagoga había perdido la fe del todo cuando la Primera Venida. «En la cátedra de Moisés… Haced, pues, todo lo que os dijeren…». La Gran Apostasía predicha por Cristo y San Pablo puede entenderse, sin exageración, de una manera ortodoxa. (Cristo, Sección Segunda: El Anticristo. 8. Las Dos Bestias, página 35).
b) ¿Qué ciudad es ésta finalmente? No lo sé yo: no calzan sus notas distintivas a las actuales urbes.
Las notas con que Juan la dibuja son:
una ciudad capitalista con un poder mundial;
un puerto de mar
y la cabeza o centro de una religión falsificada, idolátrica o política.
No calzan ahora estas tres notas a ninguna —»puede ser Roma o Londres o Nueva York o París o Moscú», dice Newman—.
La última falta empero a Nueva York; la cual no es actualmente la Papisa de un falso culto, ni parece se encamine a eso; aunque ¡quién sabe! nada es imposible.
Esta herejía máxima que dijimos está en estado de emulsión en el ambiente actual, sólo necesita de un cristal base para precipitar y cristalizar rápidamente en forma abierta y organizada: un genio religioso, por ejemplo.
Volviendo a nuestras urbes capitalistas, Newman apuntó la idea de que la Babilonia arrasada podía designar todas las grandes urbes de Europa —más Buenos Aires— consideradas como una unidad maléfica; idea que recoge el poeta Paul Claudel en su librito, por lo demás lamentable, Introduction à L’Apokalypse, y el filósofo Josef Pieper en su denso y asentado estudio sobre el fin del tiempo.
No repugna esta hipótesis; con tal de excluir a Buenos Aires.
El Ángel que adoctrina a San Juan designa evidentemente a Roma, «la Ciudad de los Siete Montes»; pero que Roma sea también la última Babilonia designada, ni lo dice ni parece probable; aunque no faltan intérpretes, como Auberlen, Swete, Benson y Lacunza que supongan una Roma futura pervertida, capital del Anticristo.
¿No es peligroso decir esto, por ser llevar agua al molino de Lutero, el cual afirmó Roma era claramente, según el texto, la Gran Ramera, y por ende el Papa era el Anticristo?
Todo es peligroso; y sobre todo la verdad, para quienes no la aman; pero Lutero hablaba de la Roma Papal de su tiempo; y los intérpretes susodichos hablan de una futura Roma apóstata y depravada, que reduzca a las catacumbas otra vez a la Iglesia, como en tiempos de Pedro y Pablo.
Lo cual tampoco es imposible, aunque no parezca probable. (Apocalipsis, Visión Decimosexta: La Gran Ramera, páginas 221-223).