PADRE LEONARDO CASTELLANI: CRISTO, ¿VUELVE O NO VUELVE?

Conservando los restos

A los fieles de los países del Plata,
previniéndolos de la próxima gran tribulación,
desde mi destierro, ignominia y noche oscura.

Leonardo Castellani, Captivus Christi, 1946-1951

SECCIÓN SEGUNDA

EL ANTICRISTO

8.- LAS DOS BESTIAS

Cuando la estructura temporal de la Iglesia pierda la efusión del Espíritu y la religión adulterada se convierta en la Gran Ramera, entonces aparecerá el Hombre de Pecado y el Falso Profeta, un Rey del Universo que será a la vez como un Sumo Pontífice del Orbe, o bien tendrá a sus órdenes un falso Pontífice, llamado en las profecías el “Pseudoprofeta”.

Léase bien este parágrafo: no dice que la Iglesia perderá la fe, como tampoco la Sinagoga había perdido la fe del todo cuando la Primera Venida. “En la cátedra de Moisés… Haced, pues, todo lo que os dijeren…”

La Gran Apostasía predicha por Cristo y San Pablo puede entenderse, sin exageración, de una manera ortodoxa.

Poco ha el Presidente Traman y el Rey de Inglaterra decretaron el Día de Acción de Gracias a Dios, porque les concedió la victoria en esta guerra, como era su deber concedérsela, desde el momento que peleaban por Dios mismo, como antes habían ellos mismos infaliblemente definido ex cathedra.

Si esto no es ejercer funciones de Sumo Pontífice a la vez que de reyes, que venga Dios y lo diga. Ahora bien, así será también en el Fin del Tiempo, pero en forma mucho más universal y compulsiva, cuando aparezcan la Bestia del Mar y la Bestia de la Tierra.

El Anticristo será a la vez una corporación y una persona individual que la encarnará y gobernará:

1. Una corporación, porque eso dice la definición que de él formula San Juan (I Carta IV, 3), a saber, «spiritus qui solvit Jesum”, “espíritu de apostasía”; y decir un espíritu es decir un modo de ser que informa a cantidad de personas.

2. Un individuo, porque San Pablo (II Tesalon. II, 3-4) lo llama: “el hombre de pecado, el inicuo, el hijo de la perdición, que contraría y se levanta contra todo cuanto se dice Dios o culto, hasta llegar a sentarse en el templo de Dios; presentándose como Dios”.

Este último texto es imposible de aplicar a un cuerpo colegiado de individuos, como la masonería o el filosofismo del siglo XVIII.

Lacunza (La Venida del Mesías en Gloria y Majestad, tomo II, sección I) intenta acomodarlo con innegable habilidad, pero inconvincentemente. Como todo investigador genial, Lacunza camina flechado siempre a su propia intuición, sin mirar nada fuera de ella.

Lacunza abogó reciamente la tesis de que el Contracristo no será un hombre particular, sino un cuerpo moral con unidad de doctrina y ánimo apostático; tesis que tiene antecedentes patrísticos; fue exagerada por los protestantes; y es común en los exegetas modernos (véase Hallo, L’Apocalipse, por ejemplo).

Le daba en rostro a Lacunza, con razón, la especie de novela exegética que la baja antigüedad nos había trasmitido acerca del gran Emperador Judío, de la tribu de Dan, que reinará en Babilonia o en Jerusalén, destruirá Roma y gobernará el mundo; de cuya historia escribió Maluenda un centón voluminoso, imaginativo y pintoresco, y Leonardo Lesio un interminable tratado.

A la pregunta, ¿hombre o espíritu?, podemos responder que el Anticristo será un hombre y una persona determinada, Cornelio Alapide, en II Thessal., II, 3, lo da como cierto, y aun de fe; que también será un cuerpo social, un ente colectivo, un espíritu objetivo, nos parece actualmente también cierto, por las razones en el texto aducidas.