Conservando los restos
Y SERÁN SACIADOS
Narrado por Fabián Vázquez (trece minutos)
Los pobres comerán y QUEDARÁN SACIADOS;
y los que buscan al Señor le cantarán alabanzas;
sus corazones vivirán por los siglos de los siglos.
(Salmo XXI, 67)
ET SATURABUNTUR
¿Quiénes serán saciados? ¿Los ricos sin duda? No ciertamente; los pobres serán los que gustarán esa hartura. —Edent pauperes.
Yo quisiera, Dios mío, volver a tocar todavía esta tarde el tema de esa eterna lección de la pobreza. Nos hace falta. Morimos por no ser verdaderamente pobres, nos extraviamos porque ese faro único no brilla ante nuestros ojos ciegos, y porque hemos olvidado los caminos de desapego por los que se llega a la eterna opulencia.
Menospreciamos la pobreza y al pobre también, a pesar de nuestras hermosas frases; en efecto, ¿quién de entre nosotros se atrevería a besar los pies a los pobres andrajosos que inspiran lástima? ¿Quién de entre nosotros, sobre todo, se creería honrado al obrar de ese modo? ¿Quién piensa en dar gracias, no a quien le da la limosna, sino al pobre que la acepta?
La pobreza haría que se desvaneciesen todas nuestras mentiras. Solamente ella es espléndida. Es verdadera. Nuestra vida burguesa no lo entiende así. Nuestro lujo se basa enteramente en lo falso, y creemos, por desgracia, que la virtud es una especie de lujo. Todo nuestro arte se reduce a adornos paganos y fastuosos; aún no hemos aprendido a mirar el aspecto hermoso de las cosas sencillas.
Todas las declamaciones son pecados contra la pobreza sincera. Y yo declamo sin tregua a lo largo de mi existencia. Inflo la voz, gesticulo y apostrofo; me doy realce y me hincho para ocupar más lugar. No hay nada tan pobre como esta elocuencia. Dios mío, a veces, cuando Te hablo, se introduce en mis discursos este lujo de mal gusto. Me presento ante Ti recargado de atavíos y me deshago en cumplimientos y saco a relucir mis oropeles como un advenedizo.
¿Quién se ha alimentado alguna vez con declamaciones? ¿Quién ha cesado de tener hambre porque se le haya servido un manjar de frases? ¿Quién se ha hecho más fuerte por haber absorbido grandes palabras? La verdad pobre y leal, tal como ha salido de tus manos, oh Dios mío, es la única que me fortifica.
Todo lo que a eso añadimos nosotros es funesto, falsa opulencia, de la que mi alma, por tu gracia, comienza a tener náuseas.
El bosque no ha sido arreglado por jardineros para que aparezca más grande o menos salvaje, y en los establos el ganado muge con sinceridad, y los frutos del vergel no son quizá muy aterciopelados cuando se los recoge sobre la hierba húmeda después de los huracanes de otoño, pero no fingen, se dan por lo que valen.
Tengo necesidad de ser sincero. Veo a algunos que para tener ascendiente sobre el prójimo, hacen como que están al corriente de las cosas que ignoran absolutamente, o que saben lo que su pereza nunca les ha permitido aprender; veo a algunos que cifran su esperanza en una política de prestigio y que disimulan su nada bajo fórmulas usurpadas, axiomas convencionales y silencios calculados.
Estos tales son falsos ricos, todo su aderezo es una injuria a la sencillez de tu gracia.
No se trata de ser brutal ni de suprimir la cortesía. Únicamente los salvajes creen que la verdad consiste en ser áspero y despreocupado.
Cualquier restricción que nos impongamos para ser útiles a los demás, para aligerar su carga o para facilitar su tarea, cualquier pena que aceptemos por cuenta nuestra, es una pretensión de la que abdicamos y un paso más hacia adelante sobre el camino real de la pobreza saciadora.
Pero lo que es odioso es ocultarse bajo un interior mentiroso y engañar a los demás acerca de la calidad de lo que se es o de lo que se hace.
No quiero pintar a imitación del roble mi virtud de pino; no quiero presentar como prudencia mis tergiversaciones, ni cubrir con capa de sumisión mi pereza. No quiero calificar de buen sentido a mi incapacidad de pensar, ni convertir mis rutinas en tradiciones respetables. No quiero dar a entender que sé desde hace mucho tiempo lo que acaba de enseñarme una información ocasional, ni que he profundizado en problemas que mi espíritu no ha hecho más que desflorar.
Mi vida, colocada de lleno sobre la verdad, sería una vida pobre, pero hermosa y santa; y el orín y la polilla no podrían corromper lo que no contendría ya nada falso.
Pero tengo miedo de ser sólo yo, y no teniendo armas para defenderme busco por lo menos un disfraz con que ocultarme.
Se necesita mucho valor para ser pobre voluntario y para no añadir accesorios apócrifos a lo esencial, que es lo que debería bastarnos.
Desdeñamos todo lo que no es charro y oropel; construimos fachadas complicadas; fijamos en los artesonados de nuestras habitaciones arañas y follajes, y recargamos con adornos extravagantes nuestros muebles y nuestros discursos y nuestra conducta.
¿Cuándo vas a venir, Dios mío, a restituirnos la inocencia perdida y a aplicar a nuestros ojos el remedio que devolvió la vista al anciano Tobías? Haz que veamos el esplendor de lo que es puro; con esa luz podremos conocer la plenitud de la pobreza.
¡Oh qué alegría tan pura la de la vida frugal y de los sentimientos espontáneos; la alegría del amor sencillo, de la confianza sin rodeos, que se abre como las potentilas en manojos en tierra somera; la alegría de no poseer nada más que lo eterno y de haber disuelto nuestras miserias en la absoluta sinceridad de nuestras manifestaciones; la alegría de estar en equilibrio y de haber podido conservar en nuestra alma de adulto la frescura de la infancia!…
A fin de cuentas, Dios no tiene nada accesorio, y su riqueza es su Ser; no tengo necesidad de virtudes ensortijadas y amaneradas ni de actitudes rebuscadas, ni de apariencias majestuosas, sino sólo instalarme en lo verdadero para siempre y como en casa propia.
No permitas, Dios mío, que sea adulador, ni desee la adulación; no permitas que me complazca en lo falso, haz que sienta el gusto imperioso de lo real.
Borra, Dios mío, de mí, con un solemne gesto y para siempre, las pequeñas artimañas, las cuquerías, esos rodeos estudiados y toda esa estrategia infantil, que nosotros tenemos por muy habilidosa.
Quiero ser sincero, con esa sinceridad de las cosas, como lo son los lirios de los campos y el gorrión de las calles; Tú los propusiste como ejemplo.
¡Qué libertad, Dios mío, no tener que ocuparse ya en urdir mentiras!
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