Conservando los restos
A los fieles de los países del Plata,
previniéndolos de la próxima gran tribulación,
desde mi destierro, ignominia y noche oscura.
Leonardo Castellani, Captivus Christi, 1946-1951
SECCIÓN PRIMERA
LA PARUSÍA
4. LA GRAN TRIBULACIÓN
Renán escribe:
El Anticristo ha cesado de alarmarnos […] Nosotros sabemos que el fin del mundo no está tan cerca como creyeron los inspirados videntes de la primera centuria, y que ese fin no será una súbita catástrofe. Operará por medio del frío en centenares de centurias, cuando nuestro sistema no tenga más poder para reparar sus pérdidas; y el planeta Tierra haya agotado los recursos de los senos del viejo Sol para proveer a su curso.
Antes de esta quiebra del capital planetario, ¿alcanzará la humanidad la perfección de la ciencia, que no es sino el manejo de las fuerzas cósmicas, o será la Tierra otro experimento fracasado entre millones, convertida en hielo antes que el problema de matar a la muerte se haya solventado? No podemos decirlo. Pero con el Vidente de Patmos, más allá del flujo de las vicisitudes, percibimos el ideal, y afirmamos que un día será cumplido.
Entre las nieblas de un universo embrionario, contemplamos las leyes del progreso de la vida, la conciencia del ser creciendo y ampliándose en sus fines, y la posibilidad de un estado final en que todo será sumergido en un Ser definitivo, Dios, igual que los innumerables brotes y yemas del árbol en el árbol, igual que las miríadas de células del organismo viviente en el viviente. Estado en el cual hallará cumplimiento la vida universal; y todos los seres individuos que han sido, vivirán de nuevo en la vida de Dios, verán en Él, gozarán en Él y cantarán en Él un eterno Aleluya.
Cualquiera sea la forma en que concibáis el futuro adviento de lo Absoluto, el Apokalypsis no puede dejar de regocijamos. Simbólicamente expresa el principio fundamental de que Dios no tanto «es”, cuanto que «llegará a ser”.
Hasta aquí el apóstata bretón, padre del modernismo.
Frente a este sueño averroísta y ateo de disolución paulatina en Dios, y aquesta remotísima y del todo irresponsable evolución bergsoniana, la palabra terminante de Cristo dice que el mundo terminará de golpe, que los hombres serán juzgados, que no todos desembocarán en la Vida, “como las células vivientes en el viviente”, puesto que muchos caerán en la «muerte segunda” y definitiva; y que una terrible lucha precederá como agonía suprema la resolución del drama de la Historia.
Las palabras de Cristo en su simplicidad sintética son más temibles que las fulgurantes visiones del Apokalypsis con sus formidables despliegues de sangre, fuego y ruinas.
Cristo dice simplemente que vendrá una tribulación como no se ha visto otra en el mundo —¡y cuenta que se han visto algunas!—, que si no fuera abreviada perecería toda carne, y que si fuese posible, serían inducidos en error los mismos electos. Las guerras terribles, las pestes, los terremotos que se sucederán en el mundo, no son sino el principio del dolor. El Dolor mismo será peor todavía. Porque madurada ya la iniquidad de la tierra, ella se levantará en toda su pureza y aprovechará todos sus anteriores ensayos, dirigida por Satanás en persona, que será arrojado a la tierra y estará en pleno furor, sabiendo que le queda poco tiempo. ¡Ay de las que crían y de las preñadas en aquellos días! ¡Ay de los que quedaron para ser cribados por Satanás en la última prueba!
Las dos fuerzas antagónicas que pelean en el mundo desde la Caída se tenderán en el máximo esfuerzo. Los santos serán derrotados y vencidos por todas partes. La apostasía cubrirá el mundo como un diluvio. La iniquidad y la mentira tendrán libre juego. El poder político más poderoso que haya existido no sólo perseguirá la Religión a sangre y fuego, sino que se revestirá de religiosidad falsa. Y los pocos fieles a Cristo parecerán perder el resuello cuando, separado el Obstáculo, aparezca en la tierra el Hijo de Perdición, aquel en que Dios no tiene parte y que Cristo no se dignó nombrar siquiera: el Anticristo… El Otro.
Decir “una tribulación como nunca se vio otra igual”, es decir muchísimo.
Quiere decir que los cristianos de aquel tiempo sufrirán como nunca se sufrió, como no sufrió Job, ni Edipo, ni Hamlet; como no sufrió San Alejo, San Roque, Santa Liduvina, San Juan de la Cruz, San Alfonso Rodríguez.
Y los cristianos de aquel tiempo no son los que ya pasaron; somos nosotros, o algunos muy próximos a nosotros.
¡Bienvenido sea ese dolor, con tal que veamos volver a Cristo!
Dijo Donoso Cortés, Discurso sobre los Sucesos de Roma, 14 de enero de 1849:
Considerad una cosa, señores: En el mundo antiguo la tiranía fue feroz y asoladora; y sin embargo, esa tiranía estaba limitada físicamente, porque los Estados eran pequeños y las relaciones universales imposibles de todo punto. Señores, las vías están preparadas para un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso […] Ya no hay resistencias ni físicas, ni morales. Físicas, porque con los buques y las vías férreas no hay fronteras, con el telégrafo no hay distancia… Y no hay resistencias morales, porque todos los ánimos están divididos y todos los patriotismos están muertos.