LAS VISITAS ECUMÉNICAS DE
BENEDICTO XVI
CENSURADAS POR
MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE
Joseph Ratzinger ha hecho un daño inconmensurable a la Iglesia Católica.
Es oportuno recordar algunos de sus errores respecto del Ecumenismo y las censuras realizadas por Monseñor Lefebvre al respecto.
El siguiente antiguo artículo del Padre Ceriani, publicado el lunes 5 de abril de 2010, pone de manifiesto ambas cosas.
***
Benedicto XVI, en conformidad a lo anunciado en su primer mensaje a los Cardenales, el miércoles 20 de abril de 2005, continúa empeñado en el mismo camino alocado de su predecesor.
En aquella oportunidad expresó:
«Al disponerme para el servicio del Sucesor de Pedro, quiero reafirmar con fuerza mi decidida voluntad de proseguir en el compromiso de aplicación del concilio Vaticano II, a ejemplo de mis predecesores y en continuidad fiel con la tradición de dos mil años de la Iglesia.
Este año se celebrará el cuadragésimo aniversario de la clausura de la asamblea conciliar (8 de diciembre de 1965). Los documentos conciliares no han perdido su actualidad con el paso de los años; al contrario, sus enseñanzas se revelan particularmente pertinentes ante las nuevas instancias de la Iglesia y de la actual sociedad globalizada.
(…) El actual Sucesor de Pedro se deja interpelar en primera persona por esa exigencia y está dispuesto a hacer todo lo posible para promover la causa prioritaria del ecumenismo. Siguiendo las huellas de sus predecesores, está plenamente decidido a impulsar toda iniciativa que pueda parecer oportuna para fomentar los contactos y el entendimiento con los representantes de las diferentes Iglesias y comunidades eclesiales.
(…) Con esta conciencia me dirijo a todos, también a los seguidores de otras religiones o a los que simplemente buscan una respuesta al interrogante fundamental de la existencia humana y todavía no la han encontrado. Me dirijo a todos con sencillez y afecto, para asegurarles que la Iglesia quiere seguir manteniendo con ellos un diálogo abierto y sincero, en busca del verdadero bien del hombre y de la sociedad.»
Con plena conciencia, con decidida voluntad, en los últimos meses Benedicto XVI ha visitado una sinagoga judía y un templo luterano en la ciudad de Roma…
Sabemos que en 1986 la visita de Juan Pablo II a la sinagoga de Roma y el encuentro interreligioso de Asís merecieron la condena pública de Monseñor Marcel Lefebvre.
Sabemos que esos actos de Juan Pablo II, sumados a la respuesta que diera el Cardenal Ratzinger a las objeciones que el prelado de Ecône había formulado respecto de la Libertad Religiosa, fueron considerados como las señales de la Providencia que él había solicitado para llevar a cabo las consagraciones episcopales del 30 de junio de 1988.
Hoy, ante el silencio cómplice de quienes deberían condenar pública y solemnemente estos actos renovados por Benedicto XVI, proporcionamos:
* los discursos que pronunciara en esas ocasiones Benedicto XVI, con algunos destacados nuestros, pero sin comentario alguno.
* una serie de documentos condenatorios de Monseñor Lefebvre, cuya reprobación tanto echamos de menos y añoramos.
VISITA DE BENEDICTO XVI
A LA SINAGOGA DE ROMA
La crónica de los medios dice que el domingo 17 de enero de 2010 Benedicto XVI visitó la comunidad judía de Roma; llegó al gueto poco antes de las 16:30 y desde la plaza XVI de Octubre se dirigió a pie hacia la Sinagoga.
En el Portico d´Ottavia, había sido recibido por el presidente de la comunidad judía de Roma, Riccardo Pacifici, y por el presidente de las comunidades judías italianas, Renzo Gattegna.
Antes de comenzar su visita a la Sinagoga de Roma, Benedicto XVI se detuvo frente a la placa que recuerda la deportación del gueto de Roma, el 16 de octubre de 1943; y en un gesto altamente simbólico, depuso una corona de flores.
Poco antes de ingresar al templo, Benedicto XVI saludó a quien había recibido en 1986 a Juan Pablo II, el ex rabino jefe de la capital, Elio Toaff, con quien intercambió algunas palabras, ambos visiblemente emocionados.
La llegada a la sinagoga fue acogida con aplausos calurosos y gritos de «Viva el Papa» (sic) Un poco antes de hacer su entrada en el templo, Benedicto XVI se volvió para saludar una vez más a los presentes, que seguían aplaudiendo.
Al ingresar fue recibido con aplausos, mientras el coro cantaba sostenido por el órgano, instrumento característico de la comunidad judía romana y que no utilizan otras comunidades.
Tras las intervenciones de saludo de Pacifici, Gattegna y del Rabino Di Segni, Benedicto XVI comenzó su discurso, interrumpido en siete ocasiones por los aplausos de los presentes. La sinagoga estaba abarrotada con más de mil personas, entre judíos, cristianos y musulmanes.
En su discurso de saludo, el presidente de la comunidad judía romana, Pacifici, afirmó que su visita «dejará un signo profundo», no sólo desde el punto de vista religioso, «sino por la repercusión que esperamos pueda tener sobre la sociedad civil».
De la misma forma, subrayó su aprecio por su «actitud valiente» sobre la inmigración y auguró una laicidad «que nunca se contraponga con la contribución que las religiones monoteístas pueden dar».
Pacifici concluyó su discurso subrayando que el diálogo entre judíos y católicos «puede y debe continuar», concepto retomado del presidente de las comunidades judías de Italia Renzo Gattegna, quien auguró que «las diversidades no sean nunca más causas de conflictos ideológicos o religiosos, sino de recíproco enriquecimiento cultural y moral».
El Rabino Di Segni dirigió a Benedicto XVI un «saludo grato» por su visita, recordando la necesidad de un diálogo que ponga en primer lugar los objetivos comunes entre los dos credos.
Benedicto XVI regaló a Riccardo Pacifici una panorámica de la Isla Tiberina, lienzo de Giovanni Battista Piranesi, y recibió a su vez, por parte de la comunidad judía una obra del artista veneciano Tobia Donà, que representa un bosque azul cuya imagen ha sido realizada con números, letras y palabras judías.
Esta es la tercera visita de Benedicto XVI a una sinagoga.
Visita a la sinagoga de Colonia, en agosto de 2005
Visita a la sinagoga de Nueva York, en abril de 2008
La visita de Benedicto XVI tuvo lugar 24 años después del ingreso de Juan Pablo II al templo mayor judío de Roma, el 13 de abril del 1986.
Benedicto XVI fue acompañado por una comitiva de 15 personas, entre ellas el cardenal secretario de Estado, Tarcisio Bertone; Walter Kasper, presidente de la Comisión para las relaciones religiosas con el hebraísmo; Agostino Vallini, vicario de Roma; y por los arzobispos Fernando Filoni, sustituto para los Asuntos Generales y James Harvey, Prefecto de la Casa Pontificia. También estaban presente monseñor Brian Farrell y Norberto Hoffman, vicepresidente y secretario de la Comisión para las Relaciones Religiosas con el Hebraísmo, respectivamente.
Recordemos que el lunes 18 de enero, al día siguiente de esta visita, hubo dos reuniones: la de Comisión mixta de judíos y cristianos sobre «La enseñanza católica y judía sobre la creación y el medio ambiente»; y la de los teólogos de la Fraternidad San Pío X con los teólogos del Vaticano sobre…
¿Sobre qué? No lo sabemos… Pero no olvidemos que la decidida voluntad de Benedicto XVI es la de proseguir en el compromiso de aplicación del concilio Vaticano II en continuidad fiel con la tradición de dos mil años de la Iglesia…
Es de suponer que los teólogos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío, antes de ir al encuentro con sus homólogos vaticanistas, habrán leído las palabras de Benedicto XVI en la sinagoga romana.
DISCURSO DE BENEDICTO XVI
(los destacados en verde son nuestros)
«El Señor ha sido grande con ellos».
«El Señor ha sido grande con nosotros,
y estamos alegres» (Sal 126)
«Ved: qué dulzura, qué delicia
convivir los hermanos unidos» (Sal 133)
Señor rabino jefe de la comunidad judía de Roma,
señor presidente de la Unión de las comunidades judías de Italia,
señor presidente de la Comunidad judía de Roma,
señores rabinos,
distinguidas autoridades,
queridos amigos y hermanos:
1. Al inicio del encuentro en el Templo mayor de los judíos de Roma, los Salmos que hemos escuchado nos sugieren la actitud espiritual más auténtica para vivir este particular y feliz momento de gracia: la alabanza al Señor, que ha sido grande con nosotros, nos ha reunido aquí con su Hèsed, el amor misericordioso, y el agradecimiento por habernos dado el don de encontrarnos juntos para hacer más firmes los vínculos que nos unen y seguir recorriendo el camino de la reconciliación y de la fraternidad.
Deseo expresarle viva gratitud ante todo a usted, rabino jefe, doctor Riccardo Di Segni, por su invitación y por las significativas palabras que me ha dirigido. Agradezco también a los presidentes de la Unión de las comunidades judías de Italia, abogado Renzo Gattegna, y de la Comunidad judía de Roma, señor Riccardo Pacifici, las corteses palabras que han querido dirigirme. Me dirijo también a las autoridades y a todos los presentes, así como, de modo particular, a la comunidad judía romana y a cuantos han colaborado para hacer posible el momento de encuentro y de amistad que estamos viviendo.
Al venir entre vosotros por primera vez como cristiano y como Papa, mi venerado predecesor Juan Pablo II, hace casi veinticuatro años, quiso dar una decidida contribución a la consolidación de las buenas relaciones entre nuestras comunidades, para superar toda incomprensión y prejuicio.
Mi visita se inserta en el camino trazado, para confirmarlo y reforzarlo. Con sentimientos de viva cordialidad me encuentro en medio de vosotros para manifestaros la estima y el afecto que el Obispo y la Iglesia de Roma, como también toda la Iglesia católica, albergan hacia esta comunidad y hacia las comunidades judías esparcidas por el mundo.
2. La doctrina del concilio Vaticano II ha representado para los católicos un punto firme al que referirse constantemente en la actitud y en las relaciones con el pueblo judío, marcando una etapa nueva y significativa.
El acontecimiento conciliar dio un impulso decisivo al compromiso de recorrer un camino irrevocable de diálogo, de fraternidad y de amistad, camino que se ha profundizado y desarrollado en estos cuarenta años con pasos y gestos importantes y significativos, entre los cuales deseo mencionar nuevamente la histórica visita de mi venerable predecesor a este lugar, el 13 de abril de 1986; los numerosos encuentros que mantuvo con personalidades judías, también durante los viajes apostólicos internacionales; la peregrinación jubilar a Tierra Santa en el año 2000; los documentos de la Santa Sede que, tras la declaración Nostra aetate, han ofrecido valiosas orientaciones para un desarrollo positivo en las relaciones entre católicos y judíos.
También yo, en estos años de pontificado, he querido mostrar mi cercanía y mi afecto
hacia el pueblo de la Alianza. Conservo muy vivos en mi corazón todos los momentos de la peregrinación a Tierra Santa que tuve la alegría de realizar en mayo del año pasado, como también los numerosos encuentros con comunidades y organizaciones judías, de modo especial en las sinagogas de Colonia y Nueva York.
Además, la Iglesia no ha dejado de deplorar las faltas de sus hijos e hijas, pidiendo perdón por todo aquello que ha podido favorecer de algún modo las heridas del antisemitismo y del antijudaísmo (cf. Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo, Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah, 16 de marzo de 1998). Que estas heridas se cicatricen para siempre.
Vuelve a la mente la apremiante oración del Papa Juan Pablo II ante el Muro del Templo, en Jerusalén, el 26 de marzo de 2000, que resuena verdadera y sincera en lo profundo de nuestro corazón: «Dios de nuestros padres, tú has elegido a Abraham y a su descendencia para que tu Nombre fuera dado a conocer a las naciones: nos duele profundamente el comportamiento de cuantos, en el curso de la historia, han hecho sufrir a estos hijos tuyos y, a la vez que te pedimos perdón, queremos comprometernos en una auténtica fraternidad con el pueblo de la Alianza».
3. El paso del tiempo nos permite reconocer que el siglo XX fue una época verdaderamente trágica para la humanidad: guerras sangrientas que sembraron más destrucción, muerte y dolor que nunca; ideologías terribles que hundían sus raíces en la idolatría del hombre, de la raza, del Estado, y que llevaron una vez más al hermano a matar al hermano.
El drama singular y desconcertante del Holocausto representa, de algún modo, el culmen de un camino de odio que nace cuando el hombre olvida a su Creador y se pone a sí mismo en el centro del universo.
Como dije en la visita del 28 de mayo de 2006 en el campo de concentración de Auschwitz, que sigue profundamente grabada en mi memoria, «los potentados del Tercer Reich querían aplastar al pueblo judío en su totalidad» y, en el fondo, «con la aniquilación de este pueblo (…), querían matar a aquel Dios que llamó a Abraham, que hablando en el Sinaí estableció los criterios para orientar a la humanidad, criterios que son válidos para siempre» (Discurso en el campo de concentración de Auschwitz-Birkenau: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 9 de junio de 2006, p. 15).
En este lugar, ¿cómo no recordar a los judíos romanos que fueron arrancados de estas casas, ante estas paredes, y con horrenda saña fueron asesinados en Auschwitz? ¿Cómo es posible olvidar sus rostros, sus nombres, las lágrimas, la desesperación de hombres, mujeres y niños?
El exterminio del pueblo de la Alianza de Moisés, primero anunciado y después sistemáticamente programado y realizado en la Europa dominada por los nazis, aquel día también alcanzó trágicamente a Roma. Por desgracia, muchos permanecieron indiferentes; pero muchos, también entre los católicos italianos, sostenidos por la fe y por la enseñanza cristiana, reaccionaron con valor, abriendo sus brazos para socorrer a los judíos perseguidos y fugitivos, a menudo arriesgando su propia vida, y merecen una gratitud perenne. También la Sede Apostólica llevó a cabo una acción de socorro, a menudo oculta y discreta.
La memoria de estos acontecimientos debe impulsarnos a reforzar los vínculos que nos unen para que crezcan cada vez más la comprensión, el respeto y la acogida.
4. Nuestra cercanía y fraternidad espirituales tienen en la Sagrada Biblia —en hebreo Sifre Qodesh o «Libros de Santidad»— el fundamento más sólido y perenne, sobre cuya base nos hallamos constantemente ante nuestras raíces comunes, ante la historia y el rico patrimonio espiritual que compartimos.
Escrutando su misterio, la Iglesia, pueblo de Dios de la Nueva Alianza, descubre su propio vínculo profundo con los judíos, elegidos por el Señor los primeros entre todos para acoger su palabra (cf. Catecismo de la Iglesia católica, n. 839). «A diferencia de las otras religiones no cristianas, la fe judía ya es una respuesta a la revelación de Dios en la Antigua Alianza». Pertenecen al pueblo judío «la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de todo lo cual procede Cristo según la carne» (Rm 9, 4-5) porque «los dones y la vocación de Dios son irrevocables» (Rm 11, 29)» (ib.).
5. Numerosas pueden ser las implicaciones que se derivan de la herencia común tomada de la Ley y de los Profetas. Quisiera recordar algunas: ante todo, la solidaridad que une a la Iglesia y al pueblo judío «a nivel de su misma identidad» espiritual, y que ofrece a los cristianos la oportunidad de promover «un renovado respeto por la interpretación judía del Antiguo Testamento» (cf. Pontificia Comisión Bíblica, El pueblo judío y sus Sagradas Escrituras en la Biblia cristiana, 2001, pp. 12 y 55); la centralidad del Decálogo como mensaje ético común de valor perenne para Israel, la Iglesia, los no creyentes y la humanidad entera; el compromiso por preparar o realizar el reino del Altísimo en el «cuidado de la creación» confiada por Dios al hombre para que la cultive y la custodie responsablemente (cf. Gn 2, 15).
6. En particular, el Decálogo —las «Diez Palabras» o Diez Mandamientos (cf. Ex 20, 1-17; Dt 5, 1-21)—, que procede de la Torá de Moisés, constituye la antorcha de la ética, de la esperanza y del diálogo, estrella polar de la fe y de la moral del pueblo de Dios, e ilumina y guía también el camino de los cristianos. Constituye un faro y una norma de vida en la justicia y en el amor, un «gran código» ético para toda la humanidad. Las «Diez Palabras» iluminan el bien y el mal, lo verdadero y lo falso, lo justo y lo injusto, según los criterios de la conciencia recta de toda persona humana. Jesús mismo lo repitió en varias ocasiones, subrayando que es necesario un compromiso concreto siguiendo el camino de los Mandamientos: «Si quieres entrar en la vida, guarda los Mandamientos» (Mt 19, 17). Desde esta perspectiva, hay varios campos de colaboración y testimonio. Quisiera recordar tres particularmente importantes para nuestro tiempo.
Las «Diez Palabras» exigen reconocer al único Señor, superando la tentación de construirse otros ídolos, de hacerse becerros de oro. En nuestro mundo, muchos no conocen a Dios o lo consideran superfluo, sin relevancia para la vida; así, se han fabricado otros dioses nuevos ante los que se postra el hombre. Despertar en nuestra sociedad la apertura a la dimensión trascendente, dar testimonio del único Dios es un servicio precioso que judíos y cristianos pueden y deben prestar juntos.
Las «Diez Palabras» exigen respeto, protección de la vida contra toda injusticia y abuso, reconociendo el valor de toda persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios. ¡Cuántas veces, en todas las partes de la tierra, cercanas o lejanas, se sigue pisoteando la dignidad, la libertad y los derechos del ser humano! Testimoniar juntos el valor supremo de la vida contra todo egoísmo es dar una aportación importante para un mundo en el que reine la justicia y la paz, el «shalom» deseado por los legisladores, los profetas y los sabios de Israel.
Las «Diez Palabras» exigen conservar y promover la santidad de la familia, en la cual el «sí» personal y recíproco, fiel y definitivo, del hombre y de la mujer abre el espacio para el futuro, para la auténtica humanidad de cada uno, y se abre, al mismo tiempo, al don de una nueva vida. Testimoniar que la familia sigue siendo la célula esencial de la sociedad y el contexto básico en el que se aprenden y practican las virtudes humanas es un servicio precioso que se ha de prestar para la construcción de un mundo de rostro más humano.
7. Como enseña Moisés en el Shemá (cf. Dt 6, 5; Lv 19, 34), y como afirma Jesús en el Evangelio (cf. Mc12, 29-31), todos los mandamientos se resumen en el amor a Dios y en la misericordia hacia el prójimo. Esta regla compromete a judíos y cristianos a practicar en nuestro tiempo una generosidad especial con los pobres, las mujeres, los niños, los extranjeros, los enfermos, los débiles, los necesitados. En la tradición judía hay un admirable dicho de los padres de Israel: «Simón el Justo solía decir: «El mundo se funda en tres cosas: la Torá, el culto y los actos de misericordia»» (Aboth 1, 2). Con la práctica de la justicia y de la misericordia, judíos y cristianos están llamados a anunciar y a dar testimonio del reino del Altísimo que viene, y por el que rezamos y trabajamos cada día en la esperanza.
8. En esta dirección podemos dar pasos juntos, conscientes de las diferencias que existen entre nosotros, pero también de que, si logramos unir nuestros corazones y nuestras manos para responder a la llamada del Señor, su luz se hará más cercana para iluminar a todos los pueblos de la tierra.
Los pasos dados en estos cuarenta años por el Comité internacional conjunto católico-judío y, en años más recientes, por la Comisión mixta de la Santa Sede y del Gran Rabinato de Israel, son un signo de la voluntad común de continuar un diálogo abierto y sincero.
Precisamente mañana, la Comisión mixta celebrará aquí, en Roma, su noveno encuentro sobre «La enseñanza católica y judía sobre la creación y el medio ambiente». Les deseamos un diálogo fecundo sobre un tema tan importante y actual.
9. Cristianos y judíos tienen en común gran parte de su patrimonio espiritual, rezan al mismo Señor, tienen las mismas raíces, pero con frecuencia se desconocen mutuamente. Nos corresponde a nosotros, respondiendo a la llamada de Dios, trabajar para que quede siempre abierto el espacio del diálogo, del respeto recíproco, del crecimiento en la amistad, del testimonio común ante los desafíos de nuestro tiempo, que nos invitan a colaborar por el bien de la humanidad en este mundo creado por Dios, el Omnipotente y el Misericordioso.
10. Por último, un pensamiento particular a nuestra ciudad de Roma, donde, desde hace cerca de dos mil años, conviven, como dijo el Papa Juan Pablo II, la comunidad católica con su Obispo y la comunidad judía con su rabino jefe. Que esta convivencia sea animada por un creciente amor fraterno, que se exprese también en una cooperación cada vez más estrecha para dar una contribución eficaz a la solución de los problemas y de las dificultades que se han de afrontar.
Invoco del Señor el don precioso de la paz en el mundo entero, sobre todo en Tierra Santa. Durante mi peregrinación de mayo del año pasado, en Jerusalén, ante el Muro del Templo, pedí a Aquel que todo lo puede: «Derrama tu paz sobre Tierra Santa, sobre Oriente Medio, sobre toda la familia humana; despierta el corazón de todos los que invocan tu nombre, para caminar humildemente por la senda de la justicia y la compasión» (Oración en el Muro de las Lamentaciones de Jerusalén, 12 de mayo de 2009).
Nuevamente elevo a él la acción de gracias y la alabanza por este encuentro, pidiéndole que refuerce nuestra fraternidad y haga más firme nuestro entendimiento.
«Alabad al Señor, todas las naciones,
aclamadlo, todos los pueblos.
Firme es su misericordia con nosotros,
su fidelidad dura por siempre.
Aleluya» (Sal 117).
Benedicto XVI y Riccardo di Segni
VISITA DE BENEDICTO XVI
AL TEMPLO LUTERANO DE ROMA
El domingo 14 de marzo de 2010, Benedicto XVI se hizo presente en el templo luterano de Roma.
Esta visita, por invitación del Pastor Jens-Martin Kruse, recuerda la que Juan-Pablo II había hecho el 11 de diciembre de 1983, con motivo de los 500 años del nacimiento de Lutero.
Revestido de un roquete blanco, de una muceta roja y de una estola pastoral, Benedicto XVI participó en la celebración de la Palabra luterana.
Luego de rezar y cantar con los miembros de la comunidad, recitó con ellos el Credo Niceno-Constantinopolitano y el Padrenuestro. Finalmente, sucedió al pastor Kruse en la cátedra del templo donde comentó un pasaje del Evangelio según San Juan.
El pastor Kruse predica a Benedicto XVI
SERMÓN DE BENEDICTO XVI
(los destacados en verde son nuestros)
Queridas hermanas y queridos hermanos:
Quiero dar las gracias de corazón a toda la comunidad, a vuestros responsables, y en particular al párroco Kruse, por haberme invitado a celebrar con vosotros este domingo Laetare, este día en que el elemento determinante es la esperanza, que mira a la luz que irrumpe de la resurrección de Cristo en las tinieblas de nuestra cotidianidad, en las cuestiones no resueltas de nuestra vida.
Usted, querido párroco Kruse, nos ha expuesto el mensaje de esperanza de san Pablo. El Evangelio, tomado del capítulo 12 de san Juan, que trataré de explicar, es también un Evangelio de esperanza y, al mismo tiempo, es un Evangelio de la cruz. Estas dos dimensiones van siempre juntas: dado que el Evangelio se refiere a la cruz, habla de la esperanza y, dado que da esperanza, debe hablar de la cruz.
Narra san Juan que Jesús subió a Jerusalén para celebrar la Pascua; luego dice: «Había algunos griegos de los que subían a adorar en la fiesta» (Jn 12, 20). Seguramente eran miembros del grupo de los phoboumenoi ton Theon, los «temerosos de Dios» (cf. Hch 10, 2) que, más allá del politeísmo de su mundo, buscaban al Dios auténtico, que es verdaderamente Dios; buscaban al único Dios, al que pertenece el mundo entero y que es el Dios de todos los hombres. Y habían encontrado a aquel Dios por el que preguntaban, al que buscaban, al que todo hombre anhela en silencio, en la Biblia de Israel, reconociendo en él al Dios que creó el mundo.
Él es el Dios de todos los hombres y, al mismo tiempo, eligió un pueblo concreto y un lugar para estar presente desde allí entre nosotros. Son buscadores de Dios, y han llegado a Jerusalén para adorar al único Dios, para saber algo de su misterio. Además, el evangelista nos narra que estas personas oyen hablar de Jesús, acuden a Felipe, el apóstol procedente de Betsaida, en la que la mitad de la gente hablaba en griego, y le dicen: «Queremos ver a Jesús» (Jn 12, 21). Su deseo de conocer a Dios los impulsa a querer ver a Jesús y a través de él a conocer más de cerca a Dios. «Queremos ver a Jesús»: una expresión que nos conmueve, porque todos quisiéramos verlo y conocerlo verdaderamente cada vez más.
Creo que esos griegos nos interesan por dos motivos: por una parte, su situación es también la nuestra, pues también nosotros somos peregrinos que nos preguntamos sobre Dios, que buscamos a Dios. También nosotros quisiéramos conocer a Jesús más de cerca, verlo de verdad.
Sin embargo, también es verdad que, como Felipe y Andrés, deberíamos ser amigos de Jesús, amigos que lo conocen y pueden abrir a los demás el camino que lleva a él. Por eso, creo que ahora deberíamos orar así: Señor, ayúdanos a ser hombres en camino hacia ti. Señor, concédenos que podamos verte cada vez más. Ayúdanos a ser tus amigos, que abren a los demás la puerta hacia ti.
San Juan no nos dice si esto llevó efectivamente a un encuentro entre Jesús y esos griegos. La respuesta de Jesús, que él nos refiere, va mucho más allá de ese momento contingente. Se trata de una doble respuesta: habla de la glorificación de Jesús, que comenzaba entonces: «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo de hombre» (Jn 12, 23).
El Señor explica este concepto de la glorificación con la parábola del grano de trigo: «En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda él solo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12, 24). De hecho, el grano de trigo debe morir, en cierto modo romperse en la tierra, para absorber en sí las fuerzas de la tierra y así llegar a ser tallo y fruto.
Por lo que concierne al Señor, esta es la parábola de su propio misterio. Él mismo es el grano de trigo venido de Dios, el grano de trigo divino, que se deja caer en tierra, que se deja romper en la muerte y, precisamente de esta forma, se abre y puede dar fruto en todo el mundo.
Ya no se trata sólo de un encuentro con esta o aquella persona por un momento. Ahora, en cuanto resucitado, es «nuevo» y rebasa los límites espaciales y temporales. Ahora llega de verdad a los griegos. Ahora se les muestra y habla con ellos, y ellos hablan con él; así nace la fe, crece la Iglesia a partir de todos los pueblos, la comunidad de Jesucristo resucitado, que se convertirá en su cuerpo vivo, fruto del grano de trigo.
En esta parábola encontramos también una referencia al misterio de la Eucaristía: él, que es el grano de trigo, cae en tierra y muere. Así nace la santa multiplicación del pan en la Eucaristía, en la que él se convierte en pan para los hombres de todos los tiempos y de todos los lugares.
Lo que aquí, en esta parábola cristológica, el Señor dice de sí mismo, lo aplica a nosotros en otros dos versículos: «El que ama su vida, la pierde; y el que odia su vida en este mundo, la guardará para una vida eterna» (Jn 12, 25).
Creo que, cuando escuchamos esto, en un primer momento no nos agrada. Quisiéramos decir al Señor: «Pero, ¿qué dices, Señor? ¿Debemos odiar nuestra vida, odiarnos a nosotros mismos? ¿Nuestra vida no es un don de Dios? ¿No hemos sido creados a tu imagen? ¿No deberíamos estar agradecidos y alegres porque nos has dado la vida?».
Pero la palabra de Jesús tiene otro significado. Naturalmente, el Señor nos ha dado la vida, y por ello le estamos agradecidos. Gratitud y alegría son actitudes fundamentales de la existencia cristiana. Sí, podemos estar alegres porque sabemos que mi vida procede de Dios. No es una casualidad sin sentido. Soy querido y soy amado.
Cuando Jesús dice que deberíamos odiar nuestra propia vida, quiere decir algo muy diferente. Piensa en dos actitudes fundamentales. La primera es la de quien quiere tener para sí mismo su propia vida, de quien considera su vida casi como una propiedad suya, de quien se considera a sí mismo como una propiedad suya, por lo cual quiere disfrutar al máximo de esta vida, vivirla intensamente sólo para sí mismo. Quien actúa así, quien vive para sí mismo, y sólo piensa y se quiere a sí mismo, no se encuentra, se pierde. Y es precisamente lo contrario: no tomar la vida, sino darla.
Esto es lo que nos dice el Señor. Y no es que tomando la vida para nosotros, la recibamos, sino dándola, yendo más allá de nosotros mismos, no mirándonos a nosotros mismos, sino entregándonos al otro en la humildad del amor, dándole nuestra vida a él y a los demás. Así nos enriquecemos alejándonos de nosotros mismos, liberándonos de nosotros mismos. Entregando la vida, y no tomándola, recibimos de verdad la vida.
El Señor prosigue, afirmando en un segundo versículo: «Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre lo honrará» (Jn 12, 26). Este entregarse, que en realidad es la esencia del amor, es idéntico a la cruz.
En efecto, la cruz no es más que esta ley fundamental del grano de trigo que muere, la ley fundamental del amor: que nosotros sólo llegamos a ser nosotros mismos cuando nos entregamos. Sin embargo, el Señor añade que este entregarse, este aceptar la cruz, este alejarse de sí mismos, es estar con él, pues nosotros, yendo en pos de él y siguiendo el camino del grano de trigo, encontramos el camino del amor, que en un primer momento parece un camino de tribulación y de sufrimiento, pero precisamente por eso es el camino de la salvación. El seguimiento, el estar con él, que es el camino, la verdad y la vida, forma parte del camino de la cruz, que es el camino del amor, del perderse y del entregarse.
Este concepto incluye también el hecho de que este seguimiento se realiza en el «nosotros», que ninguno de nosotros tiene su propio Cristo, su propio Jesús, sino que sólo lo podemos seguir si caminamos todos juntos con él, entrando en este «nosotros» y aprendiendo con él su amor que entrega.
El seguimiento se realiza en este «nosotros». El «ser nosotros» en la comunidad de sus discípulos forma parte del ser cristianos. Y esto nos plantea la cuestión del ecumenismo: la tristeza por haber roto este «nosotros», por haber subdividido el único camino en muchos caminos, pues así se ofusca el testimonio que deberíamos dar, y el amor no puede encontrar su expresión plena.
¿Qué deberíamos decir al respecto? Hoy escuchamos muchas quejas por el hecho de que el ecumenismo habría llegado a una situación de estancamiento, acusaciones mutuas. A pesar de ello, yo creo que ante todo deberíamos estar agradecidos por la gran unidad que ya existe.
Es hermoso que hoy, domingo Laetare, podamos orar juntos, entonar los mismos himnos, escuchar la misma Palabra de Dios, explicarla y tratar de comprenderla juntos; que miremos al único Cristo que vemos y al que queremos pertenecer, y que de este modo ya demos testimonio de que él es el único, el que nos ha llamado a todos, y al que, en lo más profundo, todos pertenecemos.
Creo que sobre todo deberíamos mostrar al mundo esto: no contiendas y conflictos de todo tipo, sino alegría y gratitud por el hecho de que el Señor nos da esto y porque existe una unidad real, que puede llegar a ser cada vez más profunda y que debe ser cada vez más un testimonio de la Palabra de Cristo, del camino de Cristo en este mundo.
Naturalmente, no debemos contentarnos con esto, aunque debemos estar llenos de gratitud por estar juntos. Sin embargo, el hecho de que en cosas esenciales, en la celebración de la santa Eucaristía no podemos beber del mismo cáliz, no podemos estar en torno al mismo altar, nos debe llenar de tristeza porque llevamos esta culpa, porque ofuscamos este testimonio. Nos debe dejar intranquilos interiormente, en el camino hacia una mayor unidad, conscientes de que, en el fondo, sólo el Señor puede dárnosla, porque una unidad concordada por nosotros sería obra humana y, por tanto, frágil, como todo lo que realizan los hombres. Nosotros nos entregamos a él, tratamos de conocerlo y amarlo cada vez más, de verlo, y dejamos que él nos lleve así verdaderamente a la unidad plena, por la cual oramos a él con todo apremio en este momento.
Queridos amigos, una vez más deseo expresaros mi agradecimiento por esta invitación, que me habéis hecho; por la cordialidad con la que me habéis acogido —y también por sus palabras, señora Esch—.
Demos gracias por haber podido orar y cantar juntos. Oremos los unos por los otros. Oremos juntos para que el Señor nos conceda la unidad y ayude al mundo para que crea. Amén.
… Ninguno de nosotros tiene su propio Cristo, su propio Jesús,
sino que sólo lo podemos seguir si caminamos todos juntos con él,
entrando en este «nosotros»
En su Discurso al Consejo de la Iglesia Evangélica, el 17 de noviembre de 1980, en Maguncia, Alemania, Juan Pablo II había dicho.
«Recuerdo en este momento que en 1510-1511 Martín Lutero vino a Roma como peregrino a la tumba del Príncipe de los Apóstoles, pero como alguien que buscaba la respuesta a algún interrogante suyo. Hoy vengo a vosotros, a la herencia espiritual de Martín Lutero; vengo como peregrino, para hacer de este encuentro en un mundo cambiante una muestra de la unión en el misterio central de nuestra fe.»
Recordemos nosotros que el 20 de marzo de 2010, fueron a Roma los teólogos de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X, y que allí tuvo lugar la tercera reunión de los debates doctrinales con los representantes del Vaticano. Cabe preguntarse si han debatido sobre «la herencia espiritual de Martín Lutero», o sobre la «multiplicación del pan en la Eucaristía, en la que él se convierte en pan…», o simplemente sobre este «mundo cambiante»….
Respiremos un poco de aire puro y demos lugar ahora a las condenas y a los esclarecimientos de Monseñor Marcel Lefebvre.
CONFERENCIA EN ECÔNE DE
MONSEÑOR MARCEL LEFEBVRE
Martes 15 de abril de 1986
«Queridos amigos, ¡pudieron, durante las vacaciones, reflexionar sobre el sermón del domingo de Pascua!…
(En el Sermón del Domingo de Pascua, 30 de marzo de 1986, Monseñor Lefebvre había dicho: «Nos encontramos verdaderamente frente a un dilema gravísimo, que creo no se planteó jamás en la Iglesia: que quien está sentado en la Sede de Pedro participe en cultos de falsos dioses; creo que esto no sucedió jamás en toda la historia de la Iglesia. ¿Que conclusión deberemos quizás sacar dentro de algunos meses ante estos actos repetidos de comunión con falsos cultos? No lo sé. Me lo pregunto. Pero es posible que estemos en la obligación de creer que este Papa no es Papa. No quiero decirlo aún de una manera solemne y formal, pero parece, sí, a primera vista, que es imposible que un Papa sea hereje pública y formalmente»).
Entonces querría, puesto que hay distintos ecos, distintas reacciones, querría clarificar un poco, en la medida en que es posible, porque la situación de la Iglesia es una situación tan misteriosa, que no es tan fácil clarificar las cosas…
Digamos, en primer lugar, ¿por qué esta posición adoptada, por qué hablar así de los actos del Papa, y juzgar hasta cierto punto los actos del Papa, como se podría hacerlo de los cardenales, de los obispos, de la Curia Romana?
Pienso que la respuesta es simple, ¿verdad? Estamos convencidos, y debemos estar convencidos, que lo que hay en primer lugar, lo que hay de fundamental en nuestra vida cristiana y en nuestra vida, es la fe.
¿Por qué Ecône, por qué la Fraternidad, por qué la resistencia de tantos sacerdotes y fieles?… para guardar la fe, ya que es el primer mandamiento, y la primera obediencia que debemos a Dios, por la revelación que nos hizo, la revelación de su divino Hijo y de su Encarnación y sus Misterios: Misterio de la Redención, Misterio de la Resurrección, de glorificación. Es toda una revelación, revelación que nos es comunicada por Dios. Y ante la comunicación de esta revelación por Dios, ¿cuál debe ser nuestro primer sentimiento? … obediencia: yo creo. No puedo hacer otra cosa que creer.
Entonces, esta fe no va completamente sola. Esta fe tiene necesidad, por lo tanto, de transmitirse. Y si es necesario transmitirla, son necesarios órganos para transmitirla. Y por eso Nuestro Señor constituyó su Iglesia, constituyó sus sacerdotes, constituyó su sacerdocio.
Y al mismo tiempo que la fe, Dios participó la gracia, la santificación, y en consecuencia todos los medios de santificación. Esto es la Iglesia. Y es lo que la Iglesia hizo durante veinte siglos. Se organizó, se constituyó, se estructuró, de una determinada manera, si se puede decir, para eso.
¿Qué es el Santo Oficio si no la defensa de la fe, la protección de la fe de los fieles, por todos los medios a su disposición? El Santo Oficio de la Inquisición de fe que busca todo lo que puede ser nocivo para la fe de los fieles y debe proteger a los fieles contra los ataques del error, los ataques del espíritu astuto que quiere obviamente introducir herejías y errores dentro de la Iglesia, de la Cristiandad.
¿Qué es el Dicasterio de la Propaganda? Es el dicasterio de la difusión de la fe, de propaganda fide, es eso el título de la Propaganda. De la difusión, pues, de la fe.
¿Para qué el Dicasterio de los obispos? Porque los obispos son los sucesores de los Apóstoles, los que deben difundir la fe. ¿Por qué el Dicasterio de los Sacerdotes, del Clero? Porque el Clero está encargado de difundir la fe, y en consecuencia es necesario dar al clero las directivas, protegerlo contra las dificultades que puede tener. Y es este Dicasterio el que se encarga del Catecismo porque son los sacerdotes los que están encargados de enseñar el Catecismo, y en consecuencia es el Dicasterio del Clero el que enseña el Catecismo.
Todo eso es tan natural, diría, evidente. Se organizó toda la Iglesia Romana para la fe, propagar la fe, comunicar la fe, y luego, al mismo tiempo, comunicar la gracia por supuesto: Dicasterio de los Sacramentos, Dicasterio del Culto, de la Liturgia, de la adoración de Dios, de la manera de adorar a Dios. Y todo eso en función de la fe.
Es lo que han hecho los Apóstoles. Basta con citar solamente dos o tres textos de los Apóstoles… Cuando Pedro hizo ese milagro extraordinario de ese paralítico que curó; a continuación, preguntado por los príncipes de los sacerdotes que querrían impedirlos de predicar, Pedro, lleno del Espíritu, les dice: Jefes del pueblo y ancianos de Israel, si se nos interroga hoy sobre un beneficio concedido a un enfermo para saber cómo se curó a este hombre, sabedlo bien, todos vosotros y todo el pueblo de Israel, es por el nombre de Jesús de Nazareth, a quien crucificasteis —¡a quien crucificasteis, no tiene miedo de decirlo! — y que Dios resucitó muertos.
¡Es por Él que este hombre se presenta ante vosotros, plenamente curado! Este Jesús es la piedra rechazada por vosotros los edificadores del edificio, y que se convirtió en la piedra angular. ¡Y la salvación no está en ningún otro, ya que no hay bajo el cielo otro nombre que se haya dado a los hombres por el cual podamos ser salvos!
Entonces, ¿qué van a hacer los príncipes de los sacerdotes? Porque ven la seguridad de Pedro y de Juan, reconocieron bien que había allí un milagro ante el cual no podían hacer nada. Entonces, ¿qué van a hacer?… Llamándolos, les prohibieron absolutamente hablar y enseñar en nombre de Jesús: Haced todo lo que queráis, pero no habléis más de Jesús… Pedro y Juan respondieron: Juzgad si está bien ante Dios obedecer más a vosotros que a Dios. En cuanto a nosotros, no podemos no decir esto que vimos y oímos. Debemos seguir…
Es esto. Se pueden leer todos los Hechos de los Apóstoles, es siempre la misma cosa.
Los arrestaron nuevamente: Les trajeron, pues, y les presentaron en el Sanedrín. El Sumo Sacerdote les interrogó y les dijo: «Os prohibimos severamente enseñar en ese nombre, y sin embargo vosotros habéis llenado Jerusalén con vuestra doctrina y queréis hacer recaer sobre nosotros la sangre de ese hombre». Pedro y los apóstoles contestaron: «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús a quien vosotros disteis muerte colgándole de un madero. A éste le ha exaltado Dios con su diestra como Jefe y Salvador, para conceder a Israel la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de estas cosas, y también el Espíritu Santo que ha dado Dios a los que le obedecen».
Así es cómo han respondido los Apóstoles: siempre enseñando a Nuestro Señor. Y la palabra de Dios se extendía cada vez más. El número de los discípulos aumentaba considerablemente en Jerusalén y una multitud de sacerdotes obedecían a la fe.
Es necesario hacer bien hincapié en este término: obedecían a la fe. La fe, es una obediencia. Nosotros debemos obedecer a la fe.
Y pienso que es esto lo que ahora es crucial delante de nuestros ojos: que nos encontramos delante de Obispos, e incluso del Papa, que no obedecen ya a la fe…
Por qué ir a los Judíos… Son los mismos Judíos, básicamente, los mismos que los que negaron Nuestro Señor. Es la misma cosa, exactamente, el mismo espíritu.
Están en contra de Nuestro Señor Jesucristo. Cantaron, al partir el Papa de la Sinagoga: Esperamos al Mesías, esperamos al Mesías, esperamos al Mesías…
Si lo esperan, es que no creen en el que vino. Queda claro.
¿Entonces? Pues no es posible rogar con gente como esta, no es posible. Hay allí una desobediencia a la fe en Nuestro Señor Jesucristo. No se predica ya a Nuestro Señor Jesucristo como se debería hacerlo, como lo hicieron los Apóstoles.
Entonces, nos encontramos ante este hecho que los teólogos llaman la communicatio in sacris. Es un hecho: communicatio in sacris.
Tomad vuestros libros de Moral. Ved la virtud de fe, y veréis que en la virtud de la fe hay siempre un pequeño capítulo sobre la protección de la fe y la defensa de algunas cosas que se refieren a la fe.
La communicatio in sacris está, en principio, prohibida. Pero se la distingue entre activa y pasiva.
Pasiva, es el que va por curiosidad a una ceremonia no católica – es siempre no católico; ponen siempre en una misma categoría a los no católicos, por lo tanto los protestantes, los musulmanes, todos los cultos posibles e inimaginables que no son católicos – entonces hay allí la participación pasiva, por lo tanto por curiosidad o por razones de ceremonias para amigos, padres, que no son católicos, pero siempre pasivos: ninguna oración, ninguna comunicación, ningún canto en el cual participan; están allí absolutamente pasivos. Entonces esto se autoriza en algunos casos.
Pero la communicatio in sacris activa está absolutamente prohibida, absolutamente prohibida.
Entonces cuando se trata de los rezos, cantos, incluso el órgano, está prohibido, absolutamente prohibido.
Aunque las palabras de las oraciones sean palabras ortodoxas y que no sean contrarias a la fe católica. Incluso siendo así, no se tiene el derecho a rezar con los que no tienen nuestra fe, que no tienen la fe católica; es, hasta cierto punto, comulgar con ellos en su fe, en una fe que no es católica.
Entonces, implícitamente, es un acto contrario a la fe católica, y en consecuencia un acto que los pone en la situación de sospechoso de herejía. Y si se es advertido, y seis meses después se sigue, se es considerado, entonces, como hereje.
¿Qué queréis? Es un hecho. El Papa rezó con ellos.
Y lo anuncian incluso todos estos últimos días – en el Osservatore Romano que he leído hoy: el anuncio para Asís – y bien el Papa anuncia que va a rezar con todas las religiones a Dios… ¿A qué Dios? Va a rogar a Dios…, pues, con todas las religiones por la paz, se dice…
Esto es un problema, un problema teológico, un problema que pueden consultar… El Derecho Canónico, la communicatio in sacris… En el Diccionario de Derecho Canónico, de Naz, verán lo que dice. Id a consultar todos los libros de moral, la virtud de la fe, encontraréis la communicatio in sacris. No es muy largo, es algo menos explícito que en Naz, en el Diccionario de Derecho Canónico, pero veréis allí lo que es. Veréis si no estamos ante un caso de este tipo.
Entonces me diréis: — Pero el Papa está por sobre la ley.
¡El Papa no está por sobre las leyes divinas!
Está por sobre las leyes eclesiásticas, de acuerdo. No se puede decir que porque hizo eso, él va a ser excomulgado. Esta es una ley eclesiástica, como consecuencia de esta sospecha de herejía y esta herejía… Pero, en fin eso es una ley a pesar de todo…; que está hecha por la Iglesia, es otra cosa.
Pero, en lo que se refiere a la sospecha de herejía y la herejía, es una consecuencia directa de una communicatio in sacris, por lo tanto una comunión con gente que no tiene nuestra fe.
Eso, eso cae exactamente bajo la prescripción, la prohibición que San Pablo hizo a los Corintios, diciendo: — No hay que tener contacto con los infieles. ¿Qué relación hay entre Belial y Dios? ¿Qué relación entre las tinieblas y la luz?
Eso no puede quedar más claro. Pero San Juan también dice la misma cosa. Prohíbe ir precisamente con los infieles, de comulgar con los infieles, encontrarse juntos… ¡y con mayor razón en el rezo!
A continuación, se plantean otros problemas. Hay otro problema. Si de verdad se comprueba que el Papa hace communicatio in sacris y que, por lo tanto, es sospechoso de herejía, y que si sigue – y de hecho hace 3-4 actos similares, y se propone hacer otro aún mucho más grave con todas las religiones de la tierra – entonces… ¿puede un Papa ser herético? Se plantea necesariamente la cuestión.
Se responderá: eso es aún otro problema, por lo tanto no se soluciona, digamos, absolutamente…
Pero en fin, pienso que basta con ir a consultar los teólogos, de ir a consultar a todos los que estudiaron estas cuestiones, para ver…
Es muy probable que, en su conjunto, los teólogos digan que el Papa no puede ser herético públicamente, por lo tanto profesar públicamente una herejía.
Ahora bien, si hay algo que es público, está bien claro que es lo que hizo el Papa; es esto que hizo hace dos días. Hay quizá mil millones de hombres sobre la tierra que vieron al Papa entrar en la Sinagoga, ya que es difundido mundialmente por los satélites y que el mundo entero pudo ver por la televisión.
Saben, cuando digo el mundo entero, yo no me equivoco, porque les garantizo que, id a Perú, id a Bolivia, id a Colombia, id a los barrios más pobres de las ciudades más miserables…, de la gente que sólo tiene cuatro paredes, y de chapas o de la paja… ¡allí está la televisión! Y bien sí, tienen un televisor. Es la primera cosa que se compran. Tienen la televisión… Id a Bombay, en los barrios más pobres, más desamparados, hay una antena de televisión. ¡Es increíble! ¡Esta televisión tiene una influencia increíble!
Entonces ver, todos pudieron ver al Santo Padre que entraba en la Sinagoga. Muchos católicos, por supuesto que hay otros que no son católicos, pero muchos católicos vieron eso… gente pobre, pequeños cristianos de la campaña, sin casi darse cuenta – ya que ahora no se tiene ya la fe, es allí lo grave del problema… no se tiene ya la fe católica, disminuyó por todas partes, se reduce de verdad a pocas cosas – entonces no ven la malicia de eso.
El Papa fue a visitar a los judíos, apretó la mano del gran rabino, hizo un acto de caridad, hizo una visita agradable de cortesía, etc. No ven. Es la reacción de la mayoría de la gente. ¿Por qué? Porque que no tienen ya la fe en Nuestro Señor Jesucristo. No tienen la fe en la única salvación del mundo, en el único Salvador del mundo que es Nuestro Señor Jesucristo: ¡Oh! Uno se salva en todas partes, y tanto más… puesto que el Papa hace eso, por lo tanto es que todas las religiones son buenas, que se sea judío, que se sea musulmán, que se sea cualquier cosa, eso no tienen importancia… Se va siempre hacia el mismo Dios… como el dice, por otra parte, desgraciadamente, el mismo Papa.
Lo tengo en un discurso en Camerún; dice explícitamente: ¡nosotros, católicos, creemos que Jesús es el único medio para ir a Dios, pero respetamos todas las vías que conducen a Dios! … Entonces, si sólo hay un único medio para conducir a Dios, ¿cómo se pueden respetar todas las vías que conducen a Dios?… pues hay otras vías que conducen a Dios… ¡según la conciencia de cada uno!…
¡Es increíble! No es eso lo que dijeron los Apóstoles. ¡Hubiesen dejado a los judíos en su buena conciencia, pero no decirles que debían convertirse!
Entonces el problema se plantea.
Primer problema: la communicatio en sacris.
Segundo problema: la cuestión de la herejía.
Tercer problema: ¿el Papa es aún Papa cuando es hereje?
¡Yo no sé, no zanjo! Pero pueden plantearse la cuestión ustedes mismos. Pienso que todo hombre juicioso debe plantearse la cuestión. No sé. Entonces, ahora, ¿es urgente hablar de esto?…
Se puede no hablar, obviamente… Podemos hablar entre nosotros, privadamente, en nuestras oficinas, en nuestras conversaciones privadas, entre seminaristas, entre sacerdotes…
¿Es necesario hablar a los fieles? Muchos dicen: —
No, no habléis a los fieles. Van a escandalizarse. Eso va a ser terrible, eso va a ir lejos…
Bien. Yo dije a los sacerdotes, en París, cuando los reuní, y luego a vosotros mismos, ya os había hablado, yo dije: pienso que, muy suavemente, es necesario, a pesar de todo, esclarecer un poco los fieles…
No digo que sea necesario hacerlo brutalmente y lanzar eso como condimento a los fieles para asustarlos… No. Pero pienso que, a pesar de todo, es una cuestión precisamente de fe. Es necesario que los fieles no pierdan la fe. Somos encargamos de guardar la fe de los fieles, protegerla.
Van a perder la fe… incluso nuestros tradicionalistas. Incluso nuestros tradicionalistas no tendrán ya la fe en Nuestro Señor Jesucristo. ¡Ya que esta fe se pierde! Se pierde en los sacerdotes, se pierde en los obispos.
No se cree ya en la virtud de Nuestro Señor Jesucristo. No se cree ya en su divinidad. Es el Cardenal Ratzinger él mismo quien lo dijo. Dijo en su informe: – Europa no cree ya en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, y especialmente el clero europeo no cree ya…
Y bien, ¡es grave!, es la cosa más grave que se pueda decir. No creen ya en la virtud sobrenatural de Nuestro Señor y que Nuestro Señor es de verdad el medio de salvar las almas. Entonces ya no buscan más que medios humanos. De ahí la teología de la liberación. De ahí todos los principios revolucionarios. No se busca ya la justicia por la virtud, por la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, por la conversión de las almas, por la transformación de las almas, la cristianización de las almas: cada uno de los que han sido bautizados revistieron a Jesucristo. He aquí la civilización cristiana, he aquí la transformación de las almas, he aquí la verdadera revolución que debe hacerse en las almas, para la civilización cristiana. Y no la revolución por la base, con las armas si es necesario, contra los tiranos: ¡es poner el fuego en la pólvora! Es excitar el odio en la gente.
Entonces, he aquí la situación en la cual nos encontramos y es necesario volver nuevamente siempre a eso: tengamos la fe, reavivemos nuestra fe, porque es debido a la fe que se pierde que el Concilio fue lo que fue. Porque los obispos no tienen ya la fe, y los sacerdotes no tienen ya la fe. Es por eso que abandonaron el sacerdocio, es por eso que pretendieron ser sacerdotes obreros. Pretendieron hacer cualquier cosa: congresos y congresos, reuniones, asambleas, sínodos, y todo eso… supuestamente por la fe… Pero es necesaria la gracia de Dios, es la gracia de Nuestro Señor Jesucristo. Es Él quien salvará, es Él que es todopoderoso. Es Dios. Es Él que vino adrede para eso, para salvarnos. Es Él quien debe salvar, no somos nosotros, no somos más que instrumentos…
Pienso que allí está el problema.
Y se dice: Monseñor va a hacer cisma… ¿Pero quién hace cisma? … ¡No soy yo! Para hacer cisma es necesario dejar la Iglesia. Y dejar la Iglesia, es dejar la fe, en primer lugar.
¿Quién deja la fe de la Iglesia? La autoridad está al servicio de la fe. Si ella abandona la fe, es ella quien hace cisma. Entonces no somos nosotros quienes hacemos cisma.
En cuanto a la cuestión de la consagración de un obispo, ya os hablé. Yo diría ahora que la cuestión se vuelve casi secundaria, dada la gravedad del problema ante el cual nos encontramos, en fin, que tenemos delante de los ojos, lo que hace el Papa.
Es eso ahora lo que es de verdad trágico, absolutamente trágico… y que nos llena de tristeza, y que debe llenarnos también del deseo de rezar, de sacrificarnos, de suplicar a Dios para que intervenga…
Yo no soy profeta, pero me pregunto si la guerra que ha comenzado hoy – ya que la guerra ha comenzado a la 4 de esta mañana, la guerra abierta de América contra Libia – sea la chispa que quizá que va a poner el fuego en la pólvora en el mundo.
Quizá sea la respuesta de Dios al acto que hizo el Papa el domingo. No sé nada, no soy profeta, pero en la situación actual, es necesaria poca cosa para que la deflagración estalle en todo el mundo.
Rusia tiene la intención de sostener a Libia y comienza a enviar misiles contra los aviones americanos, es la Guerra Mundial. En la radio, comentaban esta mañana: Los aviones americanos fueron a destruir cuarteles a Trípoli, han reducido los cuarteles a nada esta mañana… ¿Qué va a salir de esto?
Será necesario un buen día que Dios hable. No es posible que Dios permita ser dejado de lado por los que deben defenderlo, por los que deben ser sus partidarios… ¡No es posible que eso dure indefinidamente, no es posible, eso!»
Juan Pablo II saluda a un «sacerdote» Voo Doo
durante el encuentro de Asís: terremoto en la Iglesia…
DECLARACIÓN DE BUENOS AIRES
De Monseñor Marcel Lefebvre
Y De Monseñor Antonio de Castro Mayer
2 de diciembre de 1986
«Roma nos hizo preguntar si teníamos la intención de declarar nuestra ruptura con el Vaticano con motivo del Congreso de Asís.
La cuestión nos parecería más bien deber ser la siguiente: «¿Creen y tienen la intención de declarar que el Congreso de Asís consuma la ruptura de las Autoridades romanas con la Iglesia Católica?»
Puesto que es eso lo que preocupa a los que siguen siendo católicos.
Es bien evidente, en efecto, que desde el Concilio Vaticano II el Papa y los episcopados se alejan siempre más claramente de sus antecesores.
Todo lo que fue puesto en obra por la Iglesia en los últimos siglos para defender la fe, y todo lo que ha sido realizado para difundirla por los misioneros, hasta el martirio inclusive, de ahora en más es considerado como una falta, de la cual la Iglesia debería acusarse y hacerse perdonar.
La actitud de los once Papas que desde 1789 hasta en 1958, en documentos oficiales, condenaron la Revolución liberal, se considera como «una falta de inteligencia del aliento cristiano que inspiró la Revolución».
De ahí la vuelta completa de Roma desde el Concilio Vaticano II, que nos hace repetir las palabras de Nuestro Señor a los que venían a arrestarlo: «Haec est hora vestra et potestas tenebrarum» (Luc 22, 52-53: Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas).
Adoptando la religión liberal del protestantismo y de la Revolución, los principios naturalistas de Jean Jacques Rousseau, las libertades ateas de la Constitución de los Derechos humanos, el principio de la dignidad humana no teniendo más relación con la verdad y la dignidad moral, las autoridades romanas vuelven la espalda a sus antecesores y rompen con la Iglesia Católica, y se ponen al servicio de los destructores de la Cristiandad y del Reino universal de Nuestro Señor Jesucristo.
Los actos actuales Juan-Pablo II y de los episcopados nacionales ilustran año tras año este cambio radical de concepción de la fe, de la Iglesia, del sacerdocio, del mundo, de la salvación por la gracia.
El colmo de esta ruptura con el magisterio anterior de la Iglesia se realizó en Asís, después de la visita a la Sinagoga. El pecado público contra la unicidad de Dios, contra el Verbo Encarnado y Su Iglesia hace estremecer de horror: Juan-Pablo II animando a las falsas religiones a rogar a sus falsos dioses: escándalo sin medida y sin precedentes.
Podríamos retomar aquí nuestra Declaración del 21 de noviembre de 1974, que permanece más actual que nunca.
En cuanto a nosotros, permaneciéndonos indefectiblemente unidos a la Iglesia católica y romana de siempre, nos vemos obligados a comprobar que esta Religión modernista y liberal de la Roma moderna y conciliar se aleja siempre aún más de nosotros, quienes profesamos la fe católica de los once Papas que condenaron esta falsa religión.
La ruptura no viene, pues, de nosotros, sino de Pablo VI y de Juan Pablo II, que rompen con sus antecesores.
Este renegar de todo el pasado de la Iglesia por estos dos Papas y por los obispos que los imitan es una impiedad inconcebible y una humillación insoportable para los que siguen siendo católicos en la fidelidad a veinte siglos de profesión de la misma fe.
Consideramos, pues, como nulo todo lo que ha sido inspirado por este espíritu de renuncia: todas las reformas post conciliares, y todos los actos de Roma que se realizan en esta impiedad.
Contamos con la gracia de Dios y el sufragio de la Virgen fiel, de todos los mártires, de todos los Papas hasta el Concilio, de todos los santos y santas fundadores y fundadoras de Órdenes contemplativas y misioneras, para que nos ayuden en la restauración de la Iglesia por la fidelidad íntegra a la Tradición.»
Juan Pablo II besando el corán
SIGNOS DE LA PROVIDENCIA
En el mes de noviembre de 1985, Monseñor Marcel Lefebvre entregó en Roma un trabajo sobre la Libertad Religiosa (Dubia). El 9 de mayo de 1987 Roma responde a las Dubia (objeciones) depositadas un año y medio antes. Esta respuesta fue acompañaba de una carta, corta y cortés, del Cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
El documento enviado por el Cardenal Ratzinger convenció a Monseñor Lefebvre – si aún era necesario – de que Roma «se obstinaba en el error», y añadió: «Van a conducir a las almas a la apostasía, simplemente, a la ruina de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, a la ruina de la fe católica y cristiana».
La impresión global que extrajo Monseñor Lefebvre de ese documento romano fue: «En resumen, se nos reconoce que la libertad religiosa es una novedad, pero se garantiza que se inscribe en la continuidad«.
En el mes de abril de 1987, la revista italiana Trenta giorni realizó una entrevista a Monseñor Lefebvre, quien expresó:
«El Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe me había pedido poner por escrito mis opiniones y mis dudas sobre este tema; es lo que hice, y le envié, en noviembre de 1985, un estudio de ciento cincuenta páginas mecanografiadas. En enero de 1986, me respondió que había recibido estos documentos y que había apreciado el cuidado filológico. Sabemos que la Santa Sede pidió a todos los episcopados enviar a Roma un estudio sobre el tema de la Libertad Religiosa, y que el episcopado francés ya envió su contribución. El padre jesuita que es el redactor escribió: «es trágico que todos los Papas del siglo XIX no hayan comprendido la verdad cristiana que se encuentra en los principios de la Revolución francesa». ¡Veis!, hay ruptura, ¡y cómo!»
Conforme a la costumbre, el 29 de junio de 1987 hubo ceremonia de ordenaciones sacerdotales en Ecône.
La homilía de ese día señala una fecha trascendental en la ya larga historia de la Fraternidad Sacerdotal San Pío X y en el combate que llevaba a cabo Monseñor Lefebvre, en medio de la más horrible crisis que sacude a la Iglesia, para conservar y transmitir la Fe y el Sacerdocio católicos.
Por primera vez en público, Monseñor Lefebvre anunció que le parecía deber suyo intervenir, siguiendo los signos de la Providencia, previendo como necesario para el futuro del Sacerdocio proceder próximamente a consagraciones episcopales e instituir de este modo Auxiliares, con la única misión de garantizar las ordenaciones sacerdotales y las confirmaciones. Esta decisión significativa fue anunciada por el prelado en estos términos:
«Es necesario decirlo. No puedo callarme. No puedo ocultarlo. Este año ha sido un año muy grave para la Iglesia Católica, para nosotros católicos, para nosotros sacerdotes católicos.
¿Cuáles son? He aquí: Asís y la respuesta que se nos hizo de Roma a las objeciones que habíamos formulado respecto de la Libertad Religiosa.
Asís tuvo lugar el 27 de octubre último y la respuesta de Roma a nuestras objeciones sobre los errores de Vaticano II relativos a la Libertad Religiosa nos llegó a principios del mes de marzo. En sí mismo, es más grave aún que Asís.
Asís es un hecho histórico, una acción. Pero, la respuesta a nuestras objeciones sobre la Libertad Religiosa es una afirmación de principios y eso es pues muy grave. Una cosa es realizar, simplemente, una acción grave y escandalosa, otra cosa es afirmar principios falsos y erróneos, que por lo tanto tienen en la práctica conclusiones desastrosas.
(…) Se trata de una necesidad evidente. Es necesario que estemos convencidos de esto. Esta es la razón por la que, es probable, me proporcionaré sucesores para poder seguir esta obra, porque Roma está en las tinieblas. Roma no puede ya escuchar actualmente la voz de la verdad.
¿Qué eco recibieron nuestras llamadas? Ya hace veinte años que voy a Roma, que escribo, que hablo, que envío documentos para decir: Seguid la Tradición. Volved nuevamente a la Tradición, si no la Iglesia va a su pérdida. Vosotros, que estáis en la sucesión de los que construyeron la Iglesia, debéis seguir construyéndola y no demoliéndola. ¡Son sordos a nuestras llamadas!
El último documento que recibimos lo prueba ampliamente: se encierran en sus errores. Se encierran en las tinieblas. Y van a conducir las almas a la apostasía, simplemente, a la ruina de la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, a la ruina de la fe católica y cristiana.
Esta es la razón por la que, si Dios nos lo pide, no dudaremos en darnos auxiliares para seguir esta obra, ya que no podemos pensar que Dios quiera que sea destruida, que no siga ya y que las almas sean abandonados y que, por el hecho mismo, la Iglesia no tenga más Pastores.
Vivimos un tiempo totalmente excepcional. Es necesario que nos demos cuenta. La situación no es ya normal, en Roma muy especialmente.
(…) ¿Qué debemos hacer ante tal realidad? Llorar, seguramente. ¡Oh! lloramos y nuestro corazón está roto y doloroso. Daríamos nuestra vida, nuestra sangre, para que la situación cambie. Pero, la situación es tal, la obra que Dios puso entre nuestras manos es tal, que ante esta oscuridad de Roma, ante esta negativa de volver de nuevo a la Verdad y a la Tradición, nos parece que Dios pide que la Iglesia siga. Esta es la razón por la que, es probable deberé, antes de dar cuenta de mi vida a Dios, hacer consagraciones episcopales.
(…) La apostasía anunciada por la Escritura llega. La llegada del Anticristo se aproxima. Es de una evidente claridad.
Ante esta situación totalmente excepcional, debemos también tomar medidas excepcionales.»
La Roma modernista reacciona ante este anuncio; comienza una larga correspondencia epistolar. Daría la impresión de que Monseñor Lefebvre abandonó su proyecto. Lejos de ello, en plena coherencia con lo revelado y divulgado en junio, el 29 de agosto de 1987 Monseñor Lefebvre escribe una Carta a los futuros Obispos:
«A los Padres Williamson, Tissier de Mallerais, Fellay y de Galarreta.
Bien queridos amigos,
Estando la cátedra de Pedro y los puestos de autoridad de Roma ocupados por anticristos, la destrucción del Reino de Nuestro Señor continúa rápidamente dentro incluso de su Cuerpo Místico aquí abajo, especialmente por la corrupción de la santa Misa, expresión espléndida del triunfo de Nuestro Señor por la Cruz: Regnavit a ligno Deus, y fuente de extensión de su Reino en las almas y en las sociedades (…) Es lo que nos valió la persecución de la Roma anticristo. Esta Roma, modernista y liberal, continúa su obra destructiva del Reino de Nuestro Señor, como lo prueban Asís y la confirmación de las tesis liberales de Vaticano II sobre la libertad religiosa. Me veo obligado por la divina Providencia a transmitir la gracia del episcopado católico, que recibí, para que la Iglesia y el sacerdocio católico sigan subsistiendo para la gloria de Dios y la salvación de las almas.
Esta es la razón por la que, convencido de realizar la santa Voluntad de Nuestro Señor, vengo por esta carta a pedirles aceptar recibir la gracia del episcopado católico, como lo he ya conferido a otros sacerdotes en otras circunstancias.
Les conferiré esta gracia, confiando que sin demora la Sede de Pedro estará ocupada por un sucesor de Pedro perfectamente católico, en las manos de quien podrán depositar la gracia de su episcopado para que la confirme (…)»
«… la santa multiplicación del pan en la Eucaristía,
en la que él se convierte en pan…»
Siempre con el mismo pensamiento, Monseñor Lefebvre toca el tema de las Relaciones con Roma en una Conferencia dada durante un Retiro Sacerdotal, el 4 de septiembre de 1987, en Ecône. Algunos de sus pasajes han recorrido el mundo:
«Debemos resistir, absolutamente resistir, resistir hacia y contra todo.
Y entonces, ahora, llego a lo que les interesa aún más, seguramente; yo digo: Roma perdió la fe, mis queridos amigos. Roma está en la apostasía. No son vocablos, no son palabras en el aire las que les digo. Es la verdad. Roma está en la apostasía. No se puede ya tener confianza en ese mundo, dejó la Iglesia, dejaron la Iglesia, dejan la Iglesia. Es seguro; seguro, seguro.
Lo resumí al cardenal Ratzinger en pocas palabras, porque es difícil resumir toda esta situación; pero le dije: «Eminencia, vea, aunque nos concedan un obispo, aunque nos concedan determinada autonomía respecto de los obispos, aunque nos concedan toda la liturgia de 1962, si nos conceden continuar con los seminarios y la Fraternidad, como lo hacemos ahora, nosotros no podremos colaborar, es imposible, imposible, porque trabajamos en dos direcciones diametralmente opuestas: ustedes trabajan en la descristianización de la sociedad, de la persona humana y de la Iglesia, y nosotros trabajamos en la cristianización. No podemos entendernos».
(…) Es así. No podemos entendernos. Y esto, os lo aseguro, esto es el resumen. No se puede seguir a esa gente.
Es la apostasía. No creen ya en la divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, que debe reinar. Y ¿por qué? Porque eso va contra el ecumenismo. Eso va contra la libertad religiosa y contra el ecumenismo. La libertad religiosa, el ecumenismo, estas cosas se tocan, es la misma cosa.
(…) Entonces, ¿cómo quieren que se pueda confiar en gente como esta? No es posible.
Obviamente, se asustaron un poco por el sermón del 29 de junio. El Cardenal de habló de él, lo leyó por lo tanto, lo escuchó en un cassette, supongo. Y entonces me dijo: «¿Cómo es esto que usted juzga que la respuesta a las objeciones que envió sobre la libertad religiosa, nuestra respuesta, es más grave que Asís? Usted dice que es más peligroso que Asís».
Juan Pablo II en Asís,
sentado entre Methodios y el Dalai Lama
Le respondí: «¡Obviamente! Es más grave adherir a un principio que hacer un simple acto. Es el principio el que está en la base de todos los actos, que es la causa de la acción y, por lo tanto, con un principio como el del liberalismo y de la libertad religiosa, y bien, es eso lo que les hace hacer el ecumenismo, es eso lo que les hace hacer la laicidad de los Estados, reclamar la laicidad de los Estados, y así sucesivamente». Entonces, es mucho más grave. Asís, es muy grave, es una apostasía, pero es un hecho, un acto; no es un principio, es el resultado de un principio.»
Otro acto, resultado del mismo principio
Se podrá objetar aquí que Monseñor Marcel Lefebvre, a pesar de todo lo que dijo y escribió respecto de ese principio y de sus consecuencias, a fines de 1987 y a comienzos de 1988 mantuvo gestiones con Roma.
Sabemos y no ocultamos lo que sucedió: como cayó en la trampa que le tendió el Cardenal Ratzinger.
Conocemos como salió de ella y cuales fueron sus decisiones posteriores, durante sus tres postreros años de vida.
En el último reportaje que le hiciera la revista Fideliter, a la pregunta ¿Qué puede decir a los fieles que esperan siempre en la posibilidad de un acuerdo con Roma?, Monseñor Lefebvre dio una respuesta que aclara muchas cosas, tanto sobre el pasado como sobre el futuro:
«Nuestros verdaderos fieles, los que comprendieron el problema y que precisamente nos ayudaron a proseguir la línea recta y firme de la Tradición y de la fe, temían las gestiones que hice en Roma. Me dijeron que era peligroso y que perdía mi tiempo. Sí, por supuesto, he esperado hasta los últimos minutos que en Roma dieran prueba de un poco de honradez. No se me puede acusar de no haber hecho el máximo. Por eso ahora, a los que vienen a decirme: es necesario que usted se entienda con Roma, creo poder afirmar que yo he ido incluso más lejos de lo que habría debido ir.»
Hoy, ante el silencio ensordecedor de sus sucesores, Monseñor Marcel Lefebvre continúa condenando el alocado ecumenismo del Vaticano y sus funestas consecuencias.