PADRE LEONARDO CASTELLANI: PARÁBOLAS CIMARRONAS

Conservando los restos

PARÁBOLA DEL DEUDOR DESAFORADO

(Mateo 18, 21-35)

Entonces Pedro le dijo: “Señor, ¿cuántas veces pecará mi hermano contra mí y le perdonaré? ¿Hasta siete veces?” Jesús le dijo: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso el reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus siervos. Y cuando comenzó a ajustarlas, le trajeron a uno que le era deudor de diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, mandó el Señor que lo vendiesen a él, a su mujer y a sus hijos y todo cuanto tenía y se pagase la deuda. Entonces arrojándose a sus pies el siervo, postrado, le decía. “Ten paciencia conmigo, y to pagare todo”. Movido a compasión el amo de este siervo, lo dejó ir y le perdonó la deuda. Al salir, este siervo encontró a uno de sus compañeros, que le debía cien denarios, y agarrándolo, lo sofocaba y decía: “Paga lo que debes”. Su compañero, cayendo a sus pies, le suplicaba y decía: “Ten paciencia conmigo y te pagaré”. Mas él no quiso, y lo echo a la cárcel, hasta que pagase la deuda. Pero, al ver sus compañeros lo ocurrido, se contristaron sobremanera y fueron y contaron al amo todo lo que había sucedido. Entonces lo llamó su señor y le dijo: “Mal siervo, yo to perdoné toda aquella deuda como me suplicaste. ¿No debías tú también compadecerte de tu compañero, puesto que yo me compadecí de ti?” Y encolerizado su señor, lo entregó a los verdugos hasta que hubiese pagado toda su deuda. Esto hará con vosotros mi Padre celestial si no perdonáis de corazón cada uno a su hermano.”

EL REY IBN HARÚN. — Jamás en mi vida un súbdito me ha dicho cosas tan descaradas, y menos una esclava. Válgale que estoy en la cama.

ESCLAVA. — Lo que hay es que no aprecio mi vida en un comino.

PRIMER EUNUCO. — Hace rato que estoy viendo que el Sha de Persia está cambiado y es otro; pues no ha mandado todavía decapitar a esta mujer descomedida. Será la enfermedad.

REY. — Llama de inmediato a los seis hombres de guardia. ¿Estabas impaciente, eh?

ESCLAVA. — ¿Me hará decapitar Su Majestad?

REY. — No se mueva de allí. No te muevas, quiero decir. Ahora vosotros (a los guardias) atención: tomad al Primer Eunuco y cortadle la cabeza, y me la traéis de inmediato en un plato.

EUNUCO. — ¡A mí no! ¡A esa mujer! ¡Se equivocó Su Majestad! ¡Óigame Su Majestad! (Prosigue gritando mientras lo sacan por fuerza).

REY. — Decía que era un deshonor que yo soportara a esta esclava enfermera. Él era el único testigo de ese deshonor. Así que ahora se acabó el deshonor.

ESCLAVA. — Lo mismo que procedió con mi padre. He ahí lo que le dije antes. Es arrebatado, desaforado y exagerado. En el término de una hora pasó de la máxima clemencia al máximo rigor. ¿Así, cómo no va a estar enfermo?

REY. — Así deben ser los reyes, niña. Por lo menos así fue mi gran antecesor Harún Al Raschid.

ESCLAVA. — Mi padre en la cárcel para toda la vida y ultra, mi madre muerta, mis dos hermanos sirviendo en las minas, todos vendidos como esclavos …

REY. — No sabía que hubieses parado en esclava mía y me alegro de saberlo …

ESCLAVA. — No suya, Majestad. Esclava del cocinero del mayordomo del Primer Eunuco del Gran Vizir de su Majestad. Esclava médica o curandera.

REY. — Es lo mismo. Me curarás de todas maneras, y te recompensaré … a mi manera. Estos retorcijones de vientre cada madrugada no serán nada, pero me impiden llevar adelante el Gran Plan Quinquenal.

ESCLAVA. — Mi padre en la cárcel para toda la vida y ultra …

REY. — Ya lo has dicho, niña. Me debía diez mil talentos. No hago más que cobrarlos de acuerdo a la ley. No hay un solo punto ilegal en todo ese episodio. Procedí en mi derecho y en la ley.

ESCLAVA. — Un ataque de ira inconcebible. No es de humanos una ira tan desproporcionada. ¿Qué hizo mi padre? También estaba lo que hizo enteramente en la ley. El episodio es célebre ya en todo el mundo. Los griegos dicen que es falta de «sofrosyne» y sobra de «hybris», que para ellos es el peor pecado. Los hebreos lo saben de memoria, un Rabbí dellos lo ha puesto en estilo y lo recitan, una esclava hebrea que está en la cocina, Raquel, me lo ha recitado. Mi padre no hizo más que cobrar legalmente, lo mismo que hace su Sacra Cesárea Real Majestad …

REY. — Quiso cobrar con violencia y compulsión cien dinares a otro sátrapa, después que yo le había perdonado a él del todo una deuda de diez mil talentos de plata, refrendada por los jueces.

ESCLAVA. — ¿Pueden los siervos ser iguales al Rey?

REY. — Sí. Deben imitarme a mí y ser perfectos como yo soy perfecto, y usted es … y tú eres perfecta. Ya saldrá tu padre … cuando haya pagado el último óbolo.

ESCLAVA. — ¿Cómo? La venta de sus bienes y toda su familia, no dio más de cuatro talentos.

REY. — Le descuentan un dinar por día de trabajos forzados. Y cuando no quiere trabajar le clavan agujas o le dan de palos, no sé. Es un hombre avaro; y eso es lo más difícil de curar que existe.

ESCLAVA. — Si no mienten estos números que tengo, pagando a un dinar por día, que es efectivamente lo que gana un peón hoy trabajando todo el día, pagará diez mil talentos de plata al cabo de … un millón seiscientos sesenta y siete mil cuatrocientos días.

REY. — Exacto. ¡Cómo se ha reído y esponjado mi pueblo cuando el juez leyó el cálculo! Ha sido un insigne escarmiento de los coimeros. Por su descuido en la administración de su satrapía y por su angurria de dinero, esa suma enorme debe al Tesoro: todos los funcionarios a coimear y concusionar, y él, el primero. Cuando le perdoné toda la deuda, creí hacer un hecho popularoso, más grande que los de Harún Al Raschid; pero al ver cómo se portó con su consiervo, hice el hecho al revés, y es exactamente igual mi gloria. Pues así se porta Ormuz el Creador, con los hombres, loado sea su nombre.

ESCLAVA. — ¿Cómo se porta?

REY. — Si perdonan a sus consiervos, les perdona Él, loado sea su nombre. Y si no, no.

ESCLAVA. — ¿Cómo lo sabe Su Majestad?

REY. — Es una impresión que tengo hace tiempo, aunque no está en el Zend-Avesta. Lo debo de haber oído a alguien, no sé.

ESCLAVA. — Curioso. Lo mismo dice la hebrea Raquel, y dice que lo dijo el Rabbí que ahora predica allá, y que es un Rabbí que hace milagros.

REY. — Me alegro, porque así estaré seguro. En mí es una conjetura solamente. He mandado emisarios allá a invitar a ese Rabbí a venir a mis Reinos. Según dicen, es el mejor rimador de “maschals” y “yazidim” que nunca ha existido; poemas religiosos, parábolas, vamos. Ya recuerdas que mi Gran Plan Quinquenal comprende también la recopilación científica de todo el folklore semita.

ESCLAVA. — ¿Qué es eso … folklore?

REY. — Es el estudio científico de la manera peculiar que tiene cada pueblo de expresar su idiotez. Pero hoy ese estudio está en boga y un Rey moderno debe fomentarlo. Por lo menos, así dicen los letrados.

ESCLAVA. — El sentido común hay que fomentarle a Su Majestad. Oigo los gritos del Primer Eunuco. No hay derecho de matar a un hombre por …

REY. — Es raro que todavía no lo hayan decapitado. Quería él hacerte … haceros … hacerla decapitar a ti… a usted. Estaba celoso de tu privanza, que no derribara la suya; la cual desde mucho ha no existe. Te acusaba … me contó cosas calumniosas.

ESCLAVA. — ¿Qué cosa?

REY. — Cosas calumniosas.

ESCLAVA. — Pido a Su Majestad le perdone. Ahora se verá mi privanza, y el poder de la piedra bezoar.

REY. — No cumple a un Rey cambiar de decisión cada momento como taravilla. No es prudencia.

ESCLAVA. — En el caso de mi padre cambió el Rey de decisión en un momento como taravilla.

REY. — Era otro caso. La primera virtud de un gobernante es la prudencia; pero la segunda virtud de un gobernante es la IMPRUDENCIA. En aquel caso, yo podía mostrarme como un dios. Hoy día con esta «democracia» que han inventado, la gente duda que los reyes seamos dioses, y aun que tengamos autoridad venida de Dios. No hay más remedio que proceder así. Yo todo lo que hago, lo hago en orden a mi gloria.

ESCLAVA. — ¿Y el amor?

REY. — ¿Qué amor?

ESCLAVA. — El amor al pueblo …

REY. — Ésa es la primera de mis glorias: obtener el amor de mi pueblo. Pero ningún Rey puede ser amado del pueblo si primero no es temido …

ESCLAVA. — ¿Primero? No puede ser. Del temor nunca nace el amor.

REY. — Al mismo tiempo, quise decir. Tienes razón. Tienen que amarlo y temerlo al mismo tiempo; es decir, amarlo como a un Rey, no como a un cualquiera.

ESCLAVA. — Yo ya no te temo, oh Rey. Ni te amaré si no sueltas a mi padre.

REY. — Primeramente, vamos a ver ese remedio de la piedra bezoar. Primero quiero ser curado.

ESCLAVA. — ¿No has pensado, oh Rey, que yo puedo poner en el agua hirviendo la piedra bezoar; o puedo poner cualquier piedra innocua; o poner la hierba balchith, que es veneno?

REY. — ¿Eso puedes hacer?

ESCLAVA. — Perfectamente.

REY. — Por mucho menos que por decir eso, muchos han perdido la cabeza.

ESCLAVA. — Córtamela, pues. Yo no nací para esclava.

REY. — No me tutees. ¡Eh guardias, aquí! — ¿De modo que no temes nada? Eh, capitán ¿dónde está la cabeza del Primer Eunuco, que mandé traer?

ESCLAVA. — Por favor, no entren eso aquí.

REY. — ¿Estás temblando, eh, pequeña?

GUARDIA. — Señor, según la Ley tiene un día de tiempo para arreglar sus cuentas con Ormuz. Ahora está con los sacerdotes. Esto lo mandó el Sumo Sacerdote.

REY. — Anuncie al Sumo Sacerdote que perdono la vida al reo, y le doy la libertad. Así por lo menos no mandará el Sumo Sacerdote más que yo. Denle algo para que viva hasta que encuentre trabajo. Jefe de mi Casa y Corte ya no puede ser. En el nombre de Ormuz.

GUARDIA. — Será cumplido. Loor a Ormuz. Mil años de vida a Su Majestad.

REY. — Y la compañía …

GUARDIA. — ¿Majestad?

REY. — Y la compañía, se dice.

GUARDIA. — ¡Y la compañía!

REY. — Y la Regia Consorte, se dice.

GUARDIA. — ¿Majestad? No entiendo.

REY. — Es mi voluntad contraer bodas el próximo Nisán con la persona aquí presente, a quien desde hoy llamará Ud. Reina … Y hará Ud. proclamar esta decisión mía esta tarde misma.

ESCLAVA. — No me casaré con su Majestad, así me costara la vida, si no se pone en libertad a mi padre.

REY. — Tu padre, Zoraida mía, saldrá libre el día del casamiento. Trampitas, no. Pues no es decente tampoco que el suegro del Sha de Persia esté en la cárcel por deudas … un millón y pico de días.

GUARDIA. — ¿Ratificación?

REY. — Todo ratificado, en el nombre de Ormuz. El Canciller que lo ponga por escrito rápido y al galope. ¡Sús! ¿Qué está haciendo allí con la boca abierta, mirando a esta esclava? No es linda, pero yo la quiero.

ESCLAVA. — He aquí la esclava de mi Señor, hágase en mí según tu palabra.

REY. — Por lo menos puede que me cure el dolor de vientre. Que uno es un dios, es cierto, pero tiene tantas cosas de hombre …