Conservando los restos
PARÁBOLA DE LA DRACMA Y LA OVEJA
(Lucas 15, 3-10)
Todos los publicanos y los pecadores se acercaban a Él para oírlo. Mas los fariseos y los escribas murmuraban y decían: “Este recibe a los pecadores y come con ellos.” Entonces les dirigió esta parábola: “¿Qué hombre entre vosotros, teniendo cien ovejas, si llega a perder una de ellas, no deja las otras noventa y nueve en el desierto, para ir tras la oveja perdida, hasta que la halle? Y cuando la hallare, la pone sobre sus hombros, muy gozoso, y vuelto a casa, convoca a amigos y vecinos, y les dice: «Alegraos conmigo, porque halle mi oveja, la que andaba perdida.» Así, os digo, habrá gozo en el cielo, más por un solo pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de convertirse.” “¿O qué mujer que tiene diez dramas, si llega a perder una sola dracma, no enciende un candil y barre la casa y busca con cuidado, hasta que la halla? Y cuando la ha encontrado, convoca a las amigas y las vecinas, y les dice: «Alegraos conmigo, porque he encontrado la dracma que había perdido.» Os digo que la misma alegría reina en presencia de los ángeles de Dios, por un solo pecador que se arrepiente.”
PASTOR. — ¿Compran queso, quesillo, requesón, cuajada o cuajo? ¿Compran queso? …
MUJERUCA. — ¡Pastor, encontré mi dracma! ¡Encontré mi dracma!
PASTOR. — Por una dracma doy todo lo que llevo y devuelvo cinco óbolos.
MUJERUCA. — ¡Cualquier día! ¡Bien guardadita al lao las otras nueve! Ni para contarlas las he de sacar más.
PASTOR. — Se está haciendo rica, doña Myriam. ¡Diez dracmas!
MUJER. — No se burle, Pastor. No sabe lo que cuesta ganarlas. Pero no me cansaré, no. Limpiar casas de vecinas, cuidar enfermos, la cosecha de la oliva, la cosecha de la vid … El rescate de mi hijo, el único, que se me perdió ¡ay Dios! Se gana poco más que nada, pero yo tengo fuerzas aún, gracias a Dios. ¿A que no sabe usté dónde se había colado?
PASTOR. — ¿Perdió una?
MUJER. — Conté y había nueve. Me desesperé. Ladrones aquí no hay. Barrí la casa, encendí la luz, moví los muebles y escudriñé el menor resquicio. Nada. Parecía que se la había tragado el infierno.
PASTOR. — Pues bien contenta está ahora, doña Myriam. Le bailotea el gozo en el cuerpo. ¡Por una dracma griega! Por verla así solamente, yo se la hubiera dado.
MUJER. — No se burle. Es toda mi esperanza. Mi hijo está de esclavo en Roma o de soldado en la Tercera Legión de Siria, digo, de sirviente de los soldados, aquí cerca. Pronto lo he de saber, porque el Mercader Ibrahim, que viaja tanto, me lo ha prometido. Óbolo a óbolo he juntado este dinero, que necesitará mi hijo. Si él tiene el resto, podrá manumitirse y volver.
PASTOR. — ¿Tiene usted idea de lo que cuesta hoy el rescate de un esclavo?
MUJER. — No. Pero espero que Yahwé se compadecerá de mí.
PASTOR. — ¡Loado sea el Santo Nombre de Yahwé!
MUJER. — Loado para sinfinito, amén.
PASTOR. — Me gusta como habla usted el arameo.
MUJER. — Pues como todos. Mi hijo me vino un día y me dijo: — Madre, dame la parte que me toca de la herencia. Yo dije, digo: — ¿Qué herencia hijo? Tu padre no dejó nada. — ¡Nada! ¡Poblacho infame! dijo él. — Madre, dame todo el dinero que puedas: tengo que salir de este poblacho infame. Aquí nada se puede hacer. — ¿Y dónde irás hijo? La carestía hay en todas partes, y ahora con este plan de «austeridad» que han hecho contra los pobres … — ¡Al ancho mundo! dijo él. — ¡A Roma si es necesario! ¡Es imposible que por todo vaya mal. ¡Tomó todo el dinero que teníamos y se fue! ¡Se fue! A los pobres en todas partes nos va mal. La antepenúltima fiesta del Nisán tuve la noticia de que en una sublevación allá en el Norte, lo habían aprehendido prisionero, y lo habían vendido como esclavo. ¡Como esclavo! Desde entonces no aliento sino para su rescate. Ya no son los tiempos del Patriarca José: Roma no es Egipto. Pero ¿qué mosca le habrá picado a mi pobre hijo?
PASTO — Política, señora.
MUJER. — ¿Cómo política? Manuel era un pobre pescador …
PASTOR. — Todo este pueblo está picado por un bichito llamado política; y la picadura causa locura. Les han hecho creer que ellos pueden opinar sobre el gobierno, y mismo cambiar el gobierno; y no ha venido aquí un pretor, que ya todos están descontentos y quieren cambiarlo …
MUJER. — Pero ¿para qué, mi Dios? De pobres no hemos de salir, con cualquier pretor que sea.
PASTOR. — Quieren derribar a Roma. Los Fariseos. Nacionalistas se llaman. Y los saduceos quieren hacer negocios con Roma, ganar plata, vivir a la griega. Aprenden griego y se van a ver al Emperador, que no lo ven, mas cuando vuelven dicen que han hablado con él seis horas. En Tiro se ha formado una liga secreta para expulsar a los Romanos, la Liga Republicana Oriental, que se llama … hasta que los Romanos den un pantallazo y crucifiquen a cuatro o cinco inocentes, que los jefes bien lejos estarán para entonces … Locura pura.
MUJER. — Ya veo. ¿De ahí vienen todas esas sublevaciones?
PASTOR. — De ahí vienen. Y de la miseria del pueblo oprimido de impuestos, que causan brotes de impaciencia … para peor siempre.
MUJER. — Yo digo que los pobres no tenemos más que trabajar y tener paciencia, y evitar que nos roben, si podemos. Que no se puede, porque a Rey a Papa no hay socapa, y el que manda manda, y Iglesia o mar o casa real y ¿adónde irá el buey que no are? Por eso yo vigilo mis dracmas. ¿A que no sabe Ud. adónde había ido a parar?
PASTOR. — Pues ¿cómo lo voy a saber?
MUJER. — Adivine …
PASTOR. — Me rindo, señora. No adivino.
MUJER. — Ni lo podría adivinar en tres siglos. Se había metido como adrede en las dobleces de la hucha, es decir, del bolsillo de cuero. ¿Comprende Ud. cómo una dracma puede tener tanta picardía? ¡Pícara, más que pícara!
PASTOR. — Lo mismo que mi oveja la tofa. Como a usté, señora. Se me perdió lo mismo. Me conmovió tanto que dejé sin nadie las otras y me largué a buscarla.
MUJER. — ¿Era la mejor?
PASTOR. — La peor, señora. ¡La oveja más arruinada es la que rompe el corral! ¿No le dije que tiene tofo? Tumor, dicen ustedes en esa lengua que hablan. Pero es la que más quiero. Y no puedo perder ninguna. Cien ovejas, ni una menos, ni una menos. Ni en todos los siglos de Dios tampoco iba adivinar usté dónde estaba …
MUJER. — Pero ¿la encontró?
PASTOR. — Un momento, un momento. No sin tener que pelear antes con el lobo. Por el valle y el collado, por la arada y el piegral, por las viñas y las eras, la busqué, y nada. Hay una cueva en la parte más barrancosa del torrente, allí había llegado; cómo, no sé. Trepé no sé cómo. No tenía más que el cayado …
MUJER. — ¿Y la tenía el lobo?
PASTOR. — Estaba al caer. El lobo más grande que se ha visto en todo Israel. No le puedo decir cómo era de grande, Lobizón, que le llaman. Bueno, lo vencí …
MUJER. — ¿Lo mató?
PASTOR. — Estaba allí mirándome con esos ojos de azufre. No tenía honda, y la tofa no se podía ni mover de miedo. Tuve que cargármela sobre los hombros; y así, ¡cualquiera pelea! El lobo dio un paso. Si echo a correr, estoy perdido. Aguanté a pie firme, y él, mira que te mira. Pasó un tiempo como un siglo. Yo dije: «si muero, muero», y di un paso adelante.
MUJER. — ¡Qué espanto!
PASTOR. — El lobo dio un paso atrás.
MUJER. — ¡Yahwé sea loado!
PASTOR. — Nones. Dio un paso atrás … y se agazapó para saltar.
MUJER. — — ¡Yahwé nos valga!
PASTOR. — Ni Yahwé ni nadie. Ni un alma. Hay que tener nervios firme. Perdido por perdido, di otro paso adelante, y el lobo se achicó.
MUJER. — ¡Santo Templo! ¿Huyó?
PASTOR. — No se embroma usted. Reculó dos varas arrastrándose para atrás … siempre agazapado. Yo …
MUJER. — Bueno, la cuestión es que yo tengo que hacer. La cuestión es que se salvó …
PASTOR. — ¡A hombro, y con el lobo a los garrones!
MUJER. — Amor de madre y hombros de pastre, dicen.
PASTOR. — Y dicen bien; y dice usted muy bien. Esa lengua que Ud. habla —no se vaya usted— es de lo más curioso. Es arameo del mejor pero con modismos hebraicos y con el deje hebraico. Parece usted un rábbi … ¿Pastre, dijo usted?
MUJER. — Bueno, mi familia. Somos de la casa de David. Estamos muy pobres, pero somos…
PASTOR. — ¡De la casa de David!
MUJER. — No quedan muchos por esta región. ¡Pero somos de la casa y linaje de David!
PASTOR. — ¡De la casa real de David!
MUJER. — ¿Pues no sabía usté?
PASTOR. — ¡El otro también es de la casa de David! ¡Y habla así, igual! Ya me parecía a mí había oído hace poco …
MUJER. — ¿Cuál?
PASTOR. — El Rabbí, el que predicó en el lago días pasados, Jeshoua de Nazareth, el Saludador. Hace parábolas y es uno de los que las hacen mejor. Hay que ver cómo lo sigue la gente, y no tiene ni qué comer. Vuelve pronto, anda por aquí. Parábolas del Reino de Dios; pero fáciles, no; no se entienden: dice una vez una cosa, y otra, otra.
MUJER. — ¿Lo oíste? ¿Que no saberá algo de mi hijo, si viaja tanto? Que quien de luengo viene, contares tienes.
PASTOR. — No lo oí, pero lo voy a oír. Llegué al final, a vender mi merchería, que si sigo charlando, me parece que hoy …
MUJER. — ¡No te vayas!
PASTOR. — Hablé con él. Le regalé dos requesonagrios, que los petimetres ahora llaman «yoghurts»; porque dinero allí no había… Y le conté lo de la oveja.
MUJER. — ¿Le contaste … con todas las exageraciones? Porque yo creo que no viste el menor lobinzón: si viste un lobezno es mucho.
PASTOR. — ¿Y no? Se sonrió y me dijo: — ¿Por qué no haces una parábola? Yo le digo: — ¿Parábola yo? ¿En estilo? ¡Yo no tengo estudio! — Yo tampoco — me dice — pero la voy a hacer Yo. Pero el pastor voy a ser Yo mismo. — ¿Y la oveja? Le digo. — La oveja es la casa de Israel… y todos los pueblos del mundo. — Es demasiado, le digo; si haces así por poco no te haces el Mesías. No dijo nada. — Por lo menos la gente lo va a entender mal — le digo, los profetas han dicho eso del Mesías como mil veces. — Verdad — dice él. No te aflijas. Ven mañana a oír TU parábola — dice. ¡Mi parábola!
MUJER. — Me da gana de ir también y contarle de la dracma … y de mi hijo. Quién sabe si no hace otra parábola —así, escandida lentamente, con el shiboleth al fin de cada frase— y la gente la aprende de memoria ¡y dura hasta que tengamos noventa años.
PASTOR. — ¡Y dura para siempre, señora! ¿Qué me dice?
MUJER. — Bueno, eso ya es mucho.
PASTOR. — Voto al Templo y al Altar que ese hombre, que me llamó «buen pastor», con esas manos y esa cabeza y esa tez color marfil y esos ojazos aceituna… ¡es capaz de hacerla durar para siempre!