Conservando los restos
ID A MI VIÑA
Narrado por Fabián Vázquez (once minutos)
Y habiéndose convenido con
los obreros por un denario al día,
los mandó a su viña…
Y salió cerca de la hora undécima y
vio a otros que estaban todavía sin hacer nada.
Y les dijo:
¿Cómo os estáis aquí ociosos todo el día?
Le respondieron: Es que nadie nos ha contratado.
Les dijo:
ID TAMBIÉN VOSOTROS A MI VIÑA.
(San Mateo, XX, 2 y 6-7)
IN VINEAM MEAM
Lo que más teme el hombre no es el sufrir, ni ser despreciado, ni aun morir. Se reconcilia con el dolor, acepta el menosprecio, no ¡rehúsa la muerte; a veces la busca.
Pero lo que principalmente teme el hombre es creerse o darse cuenta de que es un inútil.
Se pide a miles de soldados que mueran en unas batallas, cuyo sentido y maniobras desconocen completamente, y aceptan desaparecer así, con los ojos vendados, entre la metralla, no exigiendo de antemano más que una garantía, y es que esa muerte cruel sirva verdaderamente para algo. El soldado morirá por cubrir la retirada de sus camaradas, por auxiliar a los vecinos, por retardar el avance enemigo, por llevarse a los heridos o aun, cosa paradójica, por retirar a los muertos; pero lo que no perdona, lo que no permitirá, lo que siempre le parecerá intolerable, como un bofetón, como una espina clavada en la carne, es que sus jefes, por incuria o por ignorancia, le sacrifiquen sin razón o le hagan vivir sin empleo.
Lo que principalmente teme el hombre es la maldición que pesa sobre los inútiles. Por eso en el Evangelio, una de las palabras más tristes es la respuesta de los obreros de la undécima hora al dueño de la viña: Nemo nos conduxit, nadie nos ha solicitado.
Ya se trate del trabajo o del amor, de los brazos robustos o de la mirada luminosa, de declaraciones tímidas o de promesas viriles, todo lo que se ofrece inútilmente se trueca al punto para nosotros en intolerable amargura.
El hombre se siente siempre decepcionado cuando cae en la insignificancia, porque el término de esta caída es la nada.
Me es necesaria por lo tanto una ocupación, como me es necesario el pan; si mis jornadas están vacías, son nulas, y si mi existencia es estéril, no tengo razón alguna para ocupar un lugar en la tierra.
¿Para qué ocupa la tierra? Esta palabra, oh Dios mío, me parece muy dura, porque yo miro en torno mío y veo que son innumerables, no sólo los impotentes que no ayudan a nadie, sino también los enfermos que hay que sostener. La edad y la enfermedad, los vicios y la ignorancia los han incapacitado para ser útiles a su prójimo, y si comparamos el mundo al árbol de los vergeles, la implacable podadera debería, para bien del conjunto, cortar todos esos débiles, y todos esos parásitos que viven miserablemente de la energía y de los recursos de los demás.
Enséñame cuán útil puede ser todavía una cancerosa en el fondo de una sala de hospital de incurables.
Muéstrame cómo un viejo soñoliento, que se calienta las manos sin decir nada ante una estufa de hierro, en una buhardilla, conserva todavía un valor inestimable y ejerce una función sagrada.
Dime cuáles son los socorros que Tú encuentras, y las riquezas que esperas de ese niñito que aún no ha abierto los ojos; y que nunca verá a nadie aquí abajo, porque en su nacimiento la muerte le acechaba como cosa suya, y que habrá desaparecido antes del atardecer del primer día… De utero translatus ad tumulum (Del seno materno pasó al sepulcro).
Sobre nuestras vidas terrestres se cierne una gran niebla pesada, la bruma de la ignorancia, la nube de la incertidumbre; andamos a tientas hacia Ti, y nuestros caminos forman meandros, y, cuando llegamos al fin a encontrarte, todos los rodeos de nuestros itinerarios nos parecen que no han servido de nada, como las largas horas de espera inmóvil, cuando el pescador a, la vera del río ha preparado en vano los cebos ante los peces adormecidos.
¿Es verdaderamente lo suficiente luminosa la buena nueva de la Iglesia para permitir esas nuestras brumas glaciales? ¿Podemos pasearnos alegres a la luz de tu claridad, seguros de que todas nuestras horas tienen un sentido, y que, gracias a Ti, la maldición de los inútiles no es fatal ni necesaria?
¿Para qué podré servir aún, cuando no sea más que un desecho? Y si me encontrase perdido, completamente solo, escapado de un naufragio, sobre una roca, entre las olas, ¿podría aún ayudar eficazmente a los que ni siquiera saben que estoy luchando con la muerte! ¿No me separaría mi soledad de toda la familia humana?
La soledad no existe; y tampoco existe el ser inútil en esta su obra común, eterna y viviente.
No se está solo más que cuando se sale del Verbo, y cuando uno se extravía en la noche; no se convierte uno en inútil más que cuando se separa de la cepa para querer vivir por sí mismo.
Pero desde que Él ha venido sobre la tierra, y aun antes de su venida, todos aquellos que se unen a Él participan de todos sus bienes, y son como Él y por Él, redentores de todos sus hermanos.
Porque lo invisible es lo que siempre, en las cosas de la fe, da la razón y el significado de las apariencias; y quizá uno, cuyos dedos roídos por la lepra no pueden servir para nada, es el que sostiene, no obstante, sobre las palmas de sus manos repugnantes toda la fragilidad de nuestras virtudes.
Lo que importa y lo que es verdadero, lo que es simplemente, no es lo que nos define en nuestras relaciones naturales los unos con los otros; lo que es, lo que es verdadero, lo que importa, es lo que somos en la humanidad, en la única humanidad total y subsistente en el Verbo hecho carne, que resume y compendia todo cuanto existe en nuestro ser.
Cuando se ama a Cristo, se da una razón de ser al universo; se sirve para algo en la persistencia de las estrellas y en la vuelta de las estaciones. Todo por los elegidos.
Una media docena, de justos habría salvado de la destrucción a Sodoma y Gomorra, que nunca lo hubieran sabido, y que hubieran hallado muy natural no desaparecer bajo una lluvia de fuego. Por lo contrario era lo natural, y la permanencia de esas ciudades culpables no habría tenido una explicación verdadera más que en la influencia misteriosa de esos justos anónimos.
Vosotros, a quienes se os califica de inútiles; tú, que te consumes en ocupaciones sin gloria; vosotros, niños muertos antes de haber podido sonreír; vosotros, ancianos, que estáis ya con la tierra hasta las rodillas; vosotros, enfermos, los que sufrís, los pobres, los desolados en lo invisible, que es lo único que cuenta, sois los instrumentos más activos de la voluntad redentora, y por vosotros, tanto como por los demás y más que por ellos, es por lo que Cristo continúa y acaba su obra.
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