PADRE LEONARDO CASTELLANI: UN RELENTE DE ROSAS

Conservando los restos

CUARTO MISTERIO GLORIOSO

LA ASUNCIÓN DE MARÍA A LOS CIELOS

La Virgen María fue asumida o «asumpta» a los cielos; o sea, resucitó como su Hijo y fue llevada a la gloria en cuerpo y alma.

No decimos Ascensión, sino Asunción, porque fue llevada por su Hijo, como piamente creemos.

Se cree que vivió 72 años.

El Papa Pio X II definió en el año 1950, después de consultar a los Obispos de todo el mundo, que la Asunción de María a los cielos es una verdad de fe.

¿Dónde está en los Evangelios, esa verdad de fe? No está en los Evangelios, está en la Tradición.

Los Evangelios terminan en la Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo; y fueron compuestos y puestos por escrito mucho antes de la muerte de Nuestra Señora.

Pero los Apóstoles sabían y enseñaban muchas más cosas de las que están en los Evangelios, como dicen ellos mismos: “Muchas otras cosas hay que hizo Jesús, que, si se escribieran todas, creo que no cabrían en el mundo los libros» —dice San Juan al final del suyo.

La Iglesia Católica sostiene que la Revelación de Dios a los hombres está contenida en dos depósitos: la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición o Trasmisión.

Tradición no es cualquier cosa que esté escrita en los Santos Padres, ni siquiera en los Padres Apostólicos, que fueron los escritores que conocieron a los Apóstoles; sino solamente “quod semper, quod ubique, quod ab omnibus», como dijo San Vicente de Lerins: es decir, lo que se ha creído “siempre, por todos y en todas partes».

Y esto ocurre con el dogma de la Asunción de María a los cielos.

Hay en los escritos de los Padres muchas cosas que son conjeturas, opiniones teológicas o pías creencias; que son respetables, pero no son verdades de la fe; como la que puse arriba que la Santísima Virgen vivió 72 años. Probablemente es verdad, pero no es una verdad de la fe; un «dogma», como se dice.

Un alemán amigo mío protestante me dijo una vez: «Ustedes creen cosas de hombres. No hay que creer más que lo que está en la Sagrada Escritura”. La respuesta sencilla es: «¿Y dónde está en la Sagrada Escritura eso que Ud. ha dicho ahora?» Efectivamente, la Escritura no dice eso, dice lo contrario, como sabemos.

Dice expresamente que después de su Resurrección Cristo instruyó a sus discípulos en muchas cosas acerca del Reino de Dios “que no están en este libro», ni cabrían en muchos libros.

Así, por ejemplo, el Sacramento del Matrimonio, y el de la Extremaunción (que está en la Carta de Santiago Apóstol), la jerarquía eclesiástica dividida en Sacerdotes y Obispos, las prerrogativas de la Santísima Virgen, como su Asunción.

Desde el principio de la Iglesia los fieles llamaron a la muerte de María la “dormición» o el «tránsito»; no “la muerte”; la primera literatura cristiana contiene relatos de su resurrección y glorificación; y las distintas Iglesias celebraban esa fiesta, que celebramos nosotros el 15 de agosto.

María no tenía pecado original, de modo que el castigo de la muerte no le era debido; murió para seguir en todo a su Hijo en la obra de la Redención del hombre; así como cumplió la ley de la Purificación después del Parto, que no la obligaba a ella; y Cristo se sometió a la Circuncisión y al bautismo de penitencia de su primo el Bautista. Y así María debía seguirlo también en la Resurrección.

¿Quién es esta que sube del desierto,

Enchida de delicias

Apoyada en su Amado?

¿Quién es esta que sube del desierto

Como una columnita de zahumo

De perfume de incienso y mirra

Y toda clase de aromas?…

Ven del Líbano, esposa mía

Ven del Líbano y serás coronada

Estos y otros versículos del Cantar de los Cantares aplica la Iglesia a María en su gloriosa Asunción.

Cristo ysu Santísima Madre resucitaron para nosotros; y entraron en la gloria como representantes de todo el cuerpo de la Iglesia, como primicias de la resurrección de la carne, de nuestra resurrección futura.

Esto nos alegra.

Es difícil alegrarse de la alegría de otros cuando ella no nos toca para nada: dicen que la compasión es propia de hombres; pero la congratulación (o sea, alegrarse con la alegría ajena) es propia de ángeles.

Pero en este caso la alegría y gloria de la Reina de los Ángeles nos toca de cerca. Los bienes de nuestra Madre son nuestros.

Un cuerpo de varón y un cuerpo de mujer están ya en el cielo, transformados por Dios en algo semejante a los Ángeles.

En esta vida el cuerpo nos pesa muchas veces, sujeto como está a la concupiscencia, a las enfermedades y a la muerte.

El amor, que parecería inventado por Dios para la felicidad del hombre (y así fue al principio) resulta que ahora es causa de muchísimas penas, molestias, contrastes; y aun crímenes, desastres y tragedias, como vemos cada día; porque la naturaleza del hombre esta desordenada por la pasión y el desenfreno.

Pero no es el destino final de nuestros cuerpos estorbar al alma, decaer a la vejez y las dolencias, y pudrirse para siempre en el sepulcro. Su destino final es ser renovado, enderezado y perfeccionado por el Creador en forma extraordinaria y esplendida, como lo fueron ya el cuerpo de Cristo Nuestro Señor y el cuerpo de María Santísima. Así sea.

LA ASUNCIÓN

Rosa a la orilla del Jordán nacida,

Inmaculada Virgen de Judea,

Estrella de los cielos desprendida,

Aura del manso mar de Galilea;

Lirio del valle de perenne vida,

Luz que los ojos de Jehová recrea.

De la prole de Adán gala y encanto:

¡Madre del Hombre-Dios, tu gloria canto!

Yo el eco quiero ser de tu voz pura

El alma que comparta tus pesares.

Plectro de oro que alabe tu dulzura

En plácidos y férvidos cantares,

Pedestal de tu angélica hermosura.

Donde tus pies benéficos repares

Césped que pise tu nevada planta,

Pecho que encienda tu mirada santa.

Ni el oro acrisolado, ni el ligero

Copo de nieve, ni el murmullo blando

Del céfiro del alba lisonjero,

Ni el rocío azucenas coronando

Ni de la infancia el sueño placentero,

Ni de tiernas palomas níveo bando.

Ni el diáfano cristal, ni el claro día

Igualan la pureza de María.

Mas ya de rosicler hollando nubes

Del orbe dejas la mezquina esfera,

Y circundan esplendidos querubes

Con estrellas tu ungida cabellera;

En sus alas al cielo rauda subes;

Tu llorado Jesús en él te espera;

Y la difícil puerta en el instante

Rueda sobre sus ejes de diamante.

Eres astro que alumbra y que no ciega,

Amor que siempre acrece y nunca muere,

Lluvia que alegra el prado y no lo anega.

Mano que siempre cura y nunca hiere,

El Señor a tu ruego nada niega:

¿Qué se puede negar a quien se quiere?

Y pues tu labio cuanto pide alcanza,

Dame, si no la dicha, la esperanza…

Palma de Nazaret, Virgen María,

Cual la ofrenda de Abel suba ligera

En vuelo fácil la plegaria mía

Al almo cielo dó el amor impera;

Y mientras luce el suspirado día

De abandonar la terrenal esfera,

No desampares al que gime triste

En este valle donde tu gemiste…

           Larmig (español – Siglo XIX)