PADRE LEONARDO CASTELLANI: LAS PARÁBOLAS DE CRISTO

Conservando los restos

PARÁBOLA DE LA OVEJA EN EL POZO

(Mt. XII, 9)

«¿Quién de vosotros si se le cae la única oveja que tiene en un pozo el Sábado, no va y la iza? ¿Y cuánto «más mejor» no es un hombre que una oveja?»

«Más mejor» dice el texto griego, con un idiotismo.

Esta parábola en cuatro líneas está repetida y ampliada en la curación del Hidrópico (Lc. XIV, 1) y conecta con la parábola de la Oveja Descarriada (Lc. XV) y la del Buen Pastor (Jo. X) y también con la frase «Heriré al Pastor y se desperdigarán las Ovejas»; y la frecuente designación de Israel y de la naciente Iglesia como una oveja, o como una «pequeña grey» de ovejas; no menos que con la parábola del Juicio Final.

Se produce acerca de la sempiterna cuestión del «Sábado» legal. El Evangelista junta dos episodios acaecidos en dos Sábados sucesivos: el de las Espigas Arrancadas y el del Hombre Manoseca.

El de las Espigas sucedió, dice Lucas (pues son narrados por los tres Sinópticos) el sábado «primero-segundo», y hay una vieja discusión acerca de qué día era éste; que Juan de Maldonado zanja erudita y elegantemente en su comentario: era el día que los hebreos llamaban «Primicias» y nosotros «Pentecostés».

El Sábado siguiente entró Cristo en la Sinagoga, como era su uso, y había un manco mano seca; y lo curó, siendo Sábado; y respondió al escándalo de los fariseos con las palabras susodichas.

Decidieron junto con los herodianos, que violaba la ley de Moisés; y había que matarlo. Se fue Cristo de allí, hacia el campo; curó «todos los enfermos», que encontraba, y era Sábado; y les prohibió decir nada. Mateo añade aquí un oráculo de Isaías concerniente al Mesías: «mi Siervo, mi Muy querido».

La maldad de los fariseos se muestra en que ya han decidido matarlo (y sólo cavilan acerca del procedimiento) con tan mísero y aun hipócrita pretexto; aunque es verdad que Cristo en la discusión sobre el Sábado, afirmó de sí que era el Mesías, y aun el Hijo de Dios.

Pues además de las dos razones circunstanciales e irónicas que les dio; una, que según eso también David violó el Sábado, y también los Sacerdotes de ellos lo violaban de continuo (trabajando en el culto divino); y otra, que ellos mismos, tan escrupulositos, lo violaban cuando se les caía una oveja a un hoyo; les dio otrosí dos razones generales enteramente barrederas: «No se ha hecho el hombre para el Sábado, sino el Sábado para el hombre» y “Aquí hay alguien que es más que el Templo” (a cuyo servicio trabajaban los Sacerdotes aun en Sábado) «pues el Hijo del Hombre es dueño también del Sábado». Esta expresión, paralela a las otras dos: «Aquí hay alguien que es mayor que Jonás» y «Aquí hay alguien que es mayor que Salomón», referidas a sí propio, designan al Mesías; y que Él sea «el dueño del Sábado», que era una ley de Dios, designa intergiversablemente al Hijo de Dios.

En el Evangelio de Jesucristo indiqué las ridiculeces y absurdos a que había llegado la casuística rabínica acerca de la observancia del descanso de los sábados. No es preciso leer el Talmud con sus «39 preceptos» (si una mujer hacía saltar en Sábado a su chico sobre sus rodillas, violaba la «Ley»), aquí en el Evangelio están estos dos ejemplos: los Discípulos habían arrancado espigas de trigo al pasar campo traviesa y las frotaban entre las manos para desgranarlas y hacerse un modesto desayuno. Los fariseos no les reprochan que las roben, porque estaba permitido por el Deuteronomio (XXIII, 25) arrancar espigas del campo de un amigo, pero no con hoz sino a mano; les incriminan que las arranquen y las froten, porque «arrancar equivale a segar, y frotar equivale a trillar», según su absurda casuística. «¡Mandatos de hombres!» les dijo Cristo en otra ocasión; en esta ocasión bien pudiera decirse: «¡Mandatos de papanatas!».

La exageración externa y formal de los Preceptos de Moisés era la especialidad de los Rabinos de entonces, porque cuando el diablo no tiene qué hacer, caza moscas con la cola; y exagerar un precepto exterior para parecer más santo que los otros, es más fácil que cumplir los preceptos interiores.

Hoy día no hay que reprochar mucho a la gente el exagero de los preceptos, sino más bien lo contrario; pero, con todo, la enseñanza de esta parábola no ha dejado de ser actual. Fariseísmo habrá siempre. «Mejor es que los curas salven almas que no que guarden las fiestas» —se atreve a proferir Maldonado. Es el espíritu de Cristo.

Hoy día no hay que recomendar a la gente que no oiga tres misas al día (como a san Isidro Labrador) porque no oyen ni una a la semana; ni que no se confiesen cada día (como a san Francisco de Borja) porque no se confiesan nunca; ni que no ayunen demasiado (como a san Pedro de Alcántara) porque comen demasiado; ni que levanten los ojos a ver a su madre (como a san Luis Gonzaga) porque van los jóvenes con los ojos listos al cine a ver los cueros vivos de las putibundas de Hollywood o de Suecia o de Roma. Sin embargo, hay que prevenir a los fieles e infieles contra el exceso de «exterioridad» religiosa.

Este exceso consiste en irse la religión en follaje; o como dicen los paisanos, «en vicio»: efectivamente, es el vicio de la superstición. Muchas estampitas, y muchas ceremonias, y muchas medallas, y muchas palabras devotas tapan a veces falta de obras buenas: obras de misericordia y de justicia.

Algunos catolicones bañados en agua bendita hicieron a nuestra nación un daño incalculable en tiempo de Lonardi, y siguen oyendo muchas misas; pero el daño que hicieron no se puede reparar.

Lo mismo que santa Teresa, yo no tengo nada contra las estampitas, sobre todo si son lindas; pero algunos Santos ni eso querían: san Juan de la Cruz sólo tenía una cruz de palo, hecha por él con dos travesaños clavados. Yo lo único que tengo es el crucifijo de mis votos, y un retrato del filósofo Soeren Kierkegaard, que fue medio santo o santo y medio.

Digo esto que parece pavada porque un gran catequista actual ha dicho: «La imagen es una ayuda, pero es también un obstáculo; la imagen sólo sirve cuando se va más allá de la imagen. Sirve como un trampolín: en el momento en que se lo deja». Concuerda con san Juan de la Cruz y Tomás de Kempis.

Hoy día hay una ruidosa discusión en Francia acerca de enseñar o no el Catecismo según el «método moderno» y el «catecismo moderno» que propusieron los obispos, y Roma desaprobó. Quizá lo mejor sería que dejaran enseñar el catecismo de todas las maneras posibles: esos «catecismos únicos», por perfectos que sean, serán siempre deficientes. Pero en fin, allá ellos. Yo aprendí el catecismo de mi abuela, en italiano; y para repasarlo no tengo más que salir a la calle y mirar la gente.

Muchas «reglamentaciones» oprimen la santa «libertad de los hijos de Dios». Jesucristo no hizo una sola reglamentación; y violó varias: por amor de las ovejas caídas en el pozo.

Existe también hoy en religión la exageración hacia el rigorismo; y la exterioridad hacia la superstición. Esa fútil cuestión de si se puede o no tomar «yoghurt» una hora antes de comulgar, siendo que el «yoghurt» no es ni sólido ni líquido, se emparienta con cuestiones más altas y graves.

El avance de la «obediencia» sobre la caridad, de las ceremonias, honores y zalamerías sobre la verdadera obediencia, del «Derecho Canónico» sobre la teología, de la política sobre la mística, de la aparatosidad sobre la verdad, del temor sobre la relación filial, de los «mandatos de hombres» sobre el espíritu cristiano, de la ley positiva eclesiástica sobre la misma honradez y aun la humanidad; en fin, el avance de la letra sobre el espíritu, es «exterioridad» religiosa; y es una grave prueba actual de la Iglesia.

Mi amigo el filósofo que dije arriba la denunció en Dinamarca con riesgo de su vida; y perdió la vida. Por eso yo lo tengo por casi santo.

En el fin de este episodio de los dos Sábados, Mateo cita inesperadamente una profecía mesiánica de Isaías (XLII, 1); que tiene algunas dificultades de crítica textual, las cuales omito; o mejor dicho, solvento al traducir el vaticinio:

«He aquí mi Siervo, NIÑO, el que elegí,
Mi Muyquerido, en quien me complací.

Pondré Yo, Dios, mi Espíritu sobre Él
Y Él mi juicio anunciará al infiel.

Él no disputará, no hará reyertas
Ni han de oírle en disputas por las Puertas.

Una caña rajada no hendirá
Ni un pabilo humeante extinguirá

Hasta que arroje el juicio verdadero;
Y Él será el Esperado Venidero

De las islas paganas
Y las naciones lueñes y lejanas».