SOLEMNIDAD DE NUESTRA SEÑORA DEL SANTÍSIMO ROSARIO
En este primer Domingo de octubre solemnizamos la Fiesta de Nuestra del Santísimo Rosario.
No hay cristiano que no sepa, en general, en qué consiste esta devoción; pero pocos comprenden suficientemente sus excelencias y beneficios; y, por lo tanto, muy pocos recitan bien el Rosario y menos aún se benefician de esta práctica de piedad.
Sin embargo, ¡qué progreso harían los fieles en la santidad, si tomaran la piadosa costumbre de recitarlo, y de hacerlo como debe ser, como Nuestra Señora y la Santa Iglesia quieren!
Para animaros a ello, comprendamos primero la excelencia del Rosario, considerándolo en su naturaleza, en sus nombres, y en sus efectos o frutos.
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En cuanto a la naturaleza del Santísimo Rosario, sabemos que se trata de una oración, vocal y mental, para honrar a la Santísima Virgen, establecida en la Iglesia por la misma Madre de Dios.
Como oración vocal, comenzamos con la Señal de la Cruz y el Credo, que son el compendio de la doctrina cristiana y el acto de fe más completo que se puede hacer; añadimos tres Avemarías, para honrar a la Santísima Virgen como Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo.
El Rosario, propiamente dicho, consiste en recitar ciento cincuenta Avemarías, divididas en quince decenas, cada una de las cuales va precedida de un Padrenuestro y seguida de un Gloria Patri…
La excelencia proviene, ante todo, de la belleza y esplendor de las oraciones que lo componen. No podríamos recitar más hermosas ni más agradables a Nuestro Señor y a su Santa Madre.
En efecto, ¿qué oración más hermosa que el Padrenuestro?, llamada Oración Dominical, porque es Nuestro Señor quien nos la enseñó.
Dice en pocas palabras todo lo que un cristiano puede desear o pedir, tanto para los verdaderos bienes de la vida presente como para los de la eternidad; y, como los bienes celestiales prevalecen sobre los de la tierra, es con los primeros que Jesús comienza esta oración divina.
Finalmente notemos, una vez más, su admirable sabiduría y providencia: después de habernos enseñado los bienes necesarios que debemos implorar, añadió, en las últimas peticiones, los males de los cuales debemos desear ser librados por su gracia.
¡Qué maravillosa teología en esta breve oración!
Cuando lo recitamos, es Jesús mismo, Nuestro Maestro y Nuestro Mediador, quien ora con nosotros, quien nos dicta los medios para santificarnos.
A continuación, sigue el Avemaría, el más hermoso cumplido que se le puede hacer a Nuestra Madre, pues viene del mismo Dios.
La Salutación Angélica fue traída del Cielo por el Arcángel San Gabriel, en nombre de la Santísima Trinidad, completada por Santa Isabel y terminada con una súplica piadosa de la Santa Iglesia.
Ninguna oración puede ser más grata a María Santísima, ya que le recuerda sus más bellos privilegios: su Inmaculada Concepción y su Maternidad divina.
Ninguna otra es más dulce para nosotros, ya que es el anuncio de nuestra redención y salvación…, dado que ellas comenzaron con el Avemaría.
Cada Avemaría es una nube de incienso cuya fragancia deleita a la divina Trinidad, un acto de gratitud y amor hacia Nuestro Señor, de alabanza y confianza filial en María.
El Gloria Patri, que termina cada decena, es un acto de acción de gracias a la Santísima Trinidad por la gran bendición de la Encarnación y Redención. Es la conclusión digna de todas nuestras oraciones y de todas nuestras acciones, porque todo debe referirse a la gloria de Dios como a nuestra primera causa y nuestro fin último. Por él alabamos, glorificamos y agradecemos a la adorable Trinidad por sus infinitas perfecciones.
El Rosario es la repetición de estas hermosas oraciones… Los impíos se ríen y se burlan de ello, pero ¿qué importa? Las almas fervorosas se deleitan en Él, y con razón, porque el amor tiene una sola palabra, y, repitiéndola siempre, nunca se repite… ¿A quién le parece ridículo y fastidioso el canto de los Ángeles y Bienaventurados del Cielo: Sanctus, Sanctus, Sanctus?
Como oración mental, las quince decenas se dividen en tres series de cinco decenas cada una, durante las cuales se medita y honra los principales misterios de la vida de Nuestra Señor y de su Santísima Madre.
La primera serie incluye los Misterios Gozosos: la Anunciación, la Visitación, la Natividad del Salvador, la Presentación del Niño Jesús y el Hallazgo de Jesús en el Templo.
La segunda serie comprende los Misterios Dolorosos, estos son: la Agonía en el Huerto, la Flagelación, la Coronación de Espinas, la Cruz a cuestas y la Crucifixión.
Finalmente, la tercera serie incluye los Misterios Gloriosos: la Resurrección, la Ascensión, Pentecostés, la Asunción y la Coronación de la Santísima Virgen en el Cielo.
Como podemos ver, es un resumen del Evangelio y de la vida de Nuestro Señor y de su Santísima Madre, es un compendio de la doctrina cristiana.
El Santísimo Rosario es, pues, la oración más excelente que puede hacer un cristiano, ya sea que considere las oraciones vocales que lo componen, ya sea que atienda a la grandeza de los temas ofrecidos para su meditación…
Por lo tanto, tenemos aquí una de las más agradables devociones a Nuestro Señor y a su Santísima Madre; una de las más fáciles, una de las más ricas en indulgencias y frutos de santificación y salvación…, a tal punto que los Maestros espirituales afirman que no se puede concebir que un alma progrese en la espiritualidad, si no tiene el hábito de rezar el Rosario.
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En cuanto al nombre, los Santos, la Iglesia y los fieles le dan diversos nombres, todos los cuales muestran su excelencia.
Se llama Salterio de la Santísima Virgen.
El Salterio de David es, como sabemos, un libro de oraciones y alabanzas que contiene ciento cincuenta Salmos o Cánticos; el Rosario también contiene ciento cincuenta Avemarías en honor de la Santísima Virgen.
El Salterio contiene la sustancia de la Revelación y de las verdades religiosas; asimismo, el Rosario es como el resumen del Evangelio y de toda la doctrina cristiana, ya sea en las oraciones que en Él se rezan, ya en los Misterios que allí se meditan…
Se le llama también Corona.
Este es el término usado para cada tercera parte de esta devoción, que comúnmente también se llama Rosario.
El Rosario es, en efecto, una Corona de honor ofrecida a la Santísima Virgen, a la Reina del Cielo y de la tierra.
El primer Avemaría fue una Corona Real, gloriosa entre todas, puesta en el nombre de Dios sobre la cabeza de María por el Arcángel San Gabriel; es el acto de investidura de su Maternidad divina.
Al rezar el Rosario tejemos, pues, una Corona magnífica para nuestra Buena Madre, una Corona tanto más gloriosa cuanto que consagramos en ella las joyas más ricas, las piedras más preciosas, es decir, los Misterios que recuerdan sus privilegios y sus virtudes celestiales.
Finalmente, se le llama con razón Rosario, porque es como un espléndido jardín de rosas; cada Avemaría es una rosa fragante.
En lenguaje sagrado, cada oración, cada oblación es un perfume; y leemos en el Apocalipsis que el incienso que llena los incensarios celestiales son las oraciones de los Santos.
También podemos decir que cada Misterio es como una Rosa magnífica, que representa a Jesús y se ofrece a María Santísima.
Nos recuerda también que nuestro corazón debe volverse, para ser digno de Ella, como una hermosa rosa, roja por su caridad, blanca por su pureza, para que, a su vez, María se digne ofrecérsela a Jesús.
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Si nos atenemos a los efectos o frutos preciosos del Santísimo Rosario, vemos que ellos son múltiples, si lo recitamos con devoción y según las condiciones requeridas.
Primero, el Rosario está enriquecido con muchas indulgencias, que nos ayudan a saldar parte de nuestra deuda con la justicia de Dios, así como a aliviar las Almas del Purgatorio.
Además, por ser la oración más agradable a Jesús y a María, tiene una eficacia maravillosa para obtenernos toda clase de gracias espirituales y temporales.
¡Cuántos ejemplos en la historia de la Iglesia y en la vida de los Santos!
La meditación sobre los principales Misterios de la Santa Religión suscita en nuestra alma los más vivos sentimientos de fe, esperanza y caridad, y los más ardientes deseos de practicar mejor las virtudes cristianas.
Si nos limitamos a la Fe, tan atacada hoy en día, según León XIII el Rosario es un medio eficaz para conservar y reavivar la de los cristianos.
Desgraciadamente el hombre es tan débil y se distrae con tanta facilidad por las vanidades de este mundo, que olvida las cosas más importantes, las cosas celestiales, para las cuales fue creado…; y se deja dominar por las pasiones más vergonzosas… Por tanto, la fe languidece y se apaga.
Ahora bien, entre los medios que emplea la Iglesia para preservar a sus hijos de tan gran desgracia, el Rosario es uno de los más preciosos, ya que nos recuerda, en un orden regulado, los más grandes y más importantes misterios de nuestra Santa Religión: la Encarnación, el nacimiento y la vida oculta de Nuestro Señor; sus sufrimientos, su Pasión y su muerte en la cruz para redimirnos; finalmente su Resurrección, su Ascensión, el envío del Espíritu divino, la Asunción y la Coronación de su Santa Madre en el Cielo, donde nos protege, nos invita y nos espera.
El recuerdo y la meditación de estos grandes misterios, presentados sucesivamente a la mente de los fieles que rezan con devoción el Santo Rosario, fortalecen su fe, desarrollan y fortalecen su piedad, y los llenan de consuelo.
También se puede decir que, en las familias y entre los pueblos donde la práctica del Rosario ocupa un lugar de honor, no hay que temer que la ignorancia y los venenosos errores del mundo destruyan la fe.
Después del Santo Sacrificio de la Misa y de la Presencia Real de Nuestro Señor en la Sagrada Eucaristía, no tenemos tesoro más precioso que el Santísimo Rosario.
Y Él sigue siendo un arma poderosísima contra el demonio… El Rosario lo derriba, como la honda de David derribó a Goliat, o lo pone en fuga, como el arpa del mismo David ahuyentó a Saúl.
El Rosario es un medio de perfección. He aquí otra ventaja que la Iglesia espera de sus hijos del piadoso rezo del Rosario: es enseñarles y ayudarlos a conformar mejor su vida y su moral a la regla y a los preceptos de la fe. ¿De qué serviría creer si vivieran mal?
Ahora bien, la meditación de los Misterios del Rosario puede excitar admirablemente a las almas a la práctica de las virtudes cristianas, mostrándoles al divino Maestro que ha bajado del Cielo a la tierra para enseñarles el camino de la santidad, con su ejemplo, no menos que por su palabra.
Cada uno de los misterios de la vida de Nuestro Señor nos recuerda y nos enseña la práctica de alguna virtud: la humildad, la pobreza, la obediencia, la mansedumbre, la paciencia, etc.
El alma que medite seriamente estos divinos ejemplos se sentirá toda inflamada del amor de Jesús. Ella se esforzará por imitarlo y reproducir en sí misma su vida y sus virtudes.
Pero estos misterios representan para nosotros, al mismo tiempo, la vida de María Santísima, que conservó en su Corazón las palabras y las acciones de su Jesús; una vida semejante a la de Jesús, es decir, toda de humildad, de caridad, de sufrimiento, de paciencia y sumisión a la santa voluntad de Dios.
Por eso, después de haber participado de las virtudes y dolores de Jesús, mereció participar de su triunfo y ser exaltada y coronada con Él en el Cielo…
María Santísima es, pues, también para todos nosotros, en la meditación de los misterios del Rosario, modelo perfecto de virtud y de santidad, que puede con razón decirnos: Hijos míos, imítenme, como yo imité a Jesús.
Podemos decir, en dos palabras, que el Santísimo Rosario es un secreto maravilloso, que nos enseña y nos ayuda a rezar bien, a vivir piadosamente y a morir santamente.
Pero no lo recitemos sólo con la boca o los labios; recitémoslo de corazón, con devoción, meditando los Misterios con la mayor atención posible.
La Santísima Virgen nos bendecirá, nos responderá, nos ayudará a avanzar en la perfección y nos hará merecedores del Cielo.
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Termino con unas palabras de San Luis María Grignon de Montfort, tomadas de su hermoso libro El Secreto Admirable del Santísimo Rosario:
“Entre las cosas admirables que la Santísima Virgen reveló al Beato Alano de la Roche, hay tres más notables:
– la primera, que es señal probable y próxima de eterna reprobación tener negligencia, tibieza y aversión a la Salutación Angélica, que ha reparado el mundo;
– la segunda, que los que sienten devoción a esta Salutación divina poseen una gran señal de predestinación;
– la tercera, que los que han recibido del cielo el favor de amar a la Santísima Virgen y servirla por afecto deben cuidar con el mayor esmero de continuar amándola y sirviéndola hasta que Ella los coloque en el cielo, por medio de su Hijo, en el grado de gloria conveniente a sus méritos.
Entre los católicos, los que llevan el signo de la reprobación no se cuidan apenas del Rosario, son negligentes en rezarlo o lo rezan con fastidio y precipitadamente.
Mi experiencia me basta para estar persuadido de esta terrible y dulce verdad. Yo no sé, ni veo con claridad cómo es que una devoción aparentemente tan pequeña puede ser señal infalible de eterna salvación, y su defecto, signo de reprobación; y, no obstante, nada más cierto.
Nosotros mismos vemos que quienes en nuestros días profesan las doctrinas nuevas condenadas por la Iglesia, a pesar de su piedad aparente, descuidan la devoción del Rosario, y con frecuencia lo separan del corazón de quienes les rodean, con los pretextos más hermosos del mundo. Se guardan muy bien de condenar abiertamente el Rosario y el Escapulario, como hicieron los calvinistas; pero su manera de conducirse es tanto más perniciosa cuanto más sutil”.
Seamos, pues, asiduos en el rezo devoto del Santísimo Rosario. Esta piadosa práctica fortalecerá nuestra fe y será una lección muy eficaz, un maravilloso acicate para excitarnos a avanzar en la perfección, por la imitación de la vida y virtudes de Jesús y María.
Oremos a esta buena Madre para que nos ayude a serle muy fieles, para que, viviendo santamente aquí abajo, merezcamos verla un día en el Cielo, junto a su divino Hijo, Jesús.