PADRE LEONARDO CASTELLANI: HISTORIAS DEL NORTE BRAVO

Conservando los restos

EL NUEVO SÓCRATES

LA LIBERTAD

Este diálogo tuvo lugar el día que metieron dentro del calabozo de Sócrates, por no haber más lugar en la cárcel, al Defensor de la Libertad, un preso del Pojo Lajánima, según él, aunque después resultó que era de Chumbicha.

Éste decía que era el rey de Atenas, descendiente directo de Teseo el Grande, y perseguido por los usurpadores enemigos de la libertad; y lo convencía a uno cuando hacía discursos, porque hablaba como los mismos ángeles; que un discurso que hizo sobre la «Reforma de la Constitución de Aristóteles con los aportes cívicos de Eróstrato y Cleón», a mí me dejó boquiabierto y patidifuso.

A éste le preguntó Sócrates, de acuerdo a su fatídica costumbre:

— ¿Qué es la libertad?

— Digo yo, Maestro, saltó Filebo. Es la continuación de la calle Salta. De modo que, si un preso atraviesa Rivadavia, ¿qué pasa? Que se halla en Libertad.

— Ése es un chiste más antiguo y más sonso que yo, dijo Sócrates. Ahora hablo en serio. Y le pregunto a este cumpa de aquí:

— Libertad es poder hacer lo que a uno le da la gana, dijo el nuevo preso.

— ¿Y si le da la gana de matarlo a Onganía, que Dios me perdone?

— Eso ya no sería libertad, sino libertinaje, dijo el presunto rey.

— ¿Y de echarlo a Onganía?

— Eso no se puede, aunque a uno le dé la gana.

— ¿Y hablar mal de Onganía en los diarios?

— ¿Por ejemplo?, preguntó el preso.

— Por ejemplo, que hace demasiados discursos, y en el fondo no dice gran cosa; y después hace al revés de lo que dice…

— Eso sí se puede; y en eso consiste precisamente la libertad de prensa. Pero Dios te libre y guarde de hacerlo.

— Pero eso, ¿no sería ya comenzar a echarlo?

— Comenzar no es como acabar, sentenció el preso. Acabar son los hechos y comenzar son las palabras. No hay que castigar las palabras, sino solamente los hechos; y ésos, no todos. Por ejemplo, a mí, aquí me tienen injustamente castigado, solamente por mis ideas, ¿dónde se ha visto?

— ¿Pero no dicen que comer y rascar, todo es empezar?, insistió Sócrates.

— También dicen que de comenzar y no acabar están los cementerios llenos, dijo el rey de Atenas. Y que del dicho al hecho hay que tomar el subte.

— ¿De modo que quedamos que la libertad consiste en comenzar y no acabar lo que a uno le dé la gana, por malo que sea?

— Exactamente, oh Maestro. Lo demás es libertinaje. La libertad es el bien más grande del hombre, como dijo un Obispo auxiliar, bastante más que la gracia de Dios y la salvación del alma. Cuba ha entrado en el camino de la libertad a fuerza de fusilamientos. Sin libertad no hay democracia, sin democracia no hay soberanía, sin soberanía no hay huelgas, y sin huelgas no hay aumento de salarios. La libertad es la diosa esplendente de los tiempos modernos que ha llevado al mundo a su última perfección y a su pacificación. Pronunciad la palabra «libertad» y sentiréis un alivio en el vientre, como dijo Rafael Obligado:

» ¡Belgrano! ¡Libertador!
¡Nuestro mejor ciudadano!
¿Quién al pronunciar: Belgrano
no se sentirá mejor?…
Oiga usté, señor doctor,
si su enfermo tiene un grano
o una pústula o tumor
deje el sulfamilmetano:
Haga que diga: ¡Belgrano!
Y se sentirá mejor.

Y así seguía el tipo su discurso, de no haberlo parado Sócrates con esta pregunta seca:

— ¿Qué es la libertad de prensa?

— Que los diarios puedan decir lo que quieran.

— ¿Aunque sea mentira?

— Algunos dicen mentiras; pero hay que tolerar que digan mentiras para que puedan decir también verdades. Ahora, si dicen mentiras en cuestión religiosa, no importa nada, porque hay libertad de cultos.

— ¿La mentira no es lo contrario de la verdad?

— Así es, oh Sócrates.

— Dos contrarios que se encuentran, ¿no se neutralizan?

— Para los que se creen las mentiras, sí, pero las mentiras de los diarios no las creen más que los sonsos.

— ¿Y quiénes son los sonsos?

— Y… los idiotas, los ingenuos, los inexpertos y los frailes: todos los que son contrarios de los sabios.

— ¿Así que los sonsos creen las mentiras, y los sabios creen las verdades?

— Seguro.

— ¿Y los sabios dicen las verdades?

— Cuando pueden; para eso tienen que comprarse cinco linotipos y fundar un diario de sabios.

— Y si no tienen cinco linotipos, ¿tienen que guardarse sus verdades?

— Seguro.

— Y si los sonsos tienen cinco linotipos, ¿pueden propalar lo que quieran?

— Así es, oh Sócrates; pues cuando los sonsos se juntan en uno, saben más que los sabios, porque son la mayoría, y la mayoría nunca se equivoca.

— ¿Y cuándo se juntan en uno?

— En las elecciones; hay que atenerse a lo que vota la mitad más uno.

— ¿Y eso es la verdad?

— Es siempre la verdad.

— ¿Y si viene un mentiroso, y al uno o dos que sopasan la mitad les paga un millón de pesos para que voten por «el otro lado»?

— Eso sería fraude, oh Sócrates.

— ¿Fraude patriótico o fraude democrático?

— Depende: se comienza por el fraude patriótico y se sigue por todos los otros fraudes; y así perece la democracia y también la libertad.

— ¿Por qué?

— Porque viene la dictadura, que es la mayor calamidad que hay en el mundo; como, por ejemplo, Franco.

— ¿Y qué se hace entonces?

— Una revolución por medio de las Fuerzas Armadas.

— ¿Y no pueden las Fuerzas Armadas armarnos otra dictadura?

— Casi siempre lo hacen; pero entonces se hace otra revolución por medio de cualquier fuerza desarmada, como en Cuba.

— ¿Y entonces?

— Viene la guerra civil, y al final se arregla todo, gracias a los Estados Unidos, los cuales defienden siempre la libertad; porque sin libertad no hay comercio y sin comercio no hay dólares.

— ¿Y para qué sirve entonces la libertad de prensa?

— Un momento, Sócrates: no basta la libertad de prensa. Es menester también la libertad de cultos, la libertad de opinión, la libertad de reunión, la libertad de asociación, la libertad de comercio, la libertad de los mares y los ríos interiores, la libertad para los inversores extranjeros, y la libertad de exportación de divisas, que es la principal de todas.

— ¿Y nada más?

— Nada más. Todo el resto es libertinaje.

— ¿Y la libertad mía?

— Sócrates, dijo el preso libertario, ¿hoy es jueves 23? Espera a pasado mañana el 25.

— ¿Qué hay con el 25?

— Hay una revolución que se está fraguando contra los usurpadores para ponerme a mí en el glorioso trono de mis antepasados; y entonces daré la libertad a todos los presos, menos a los que han hablado contra la libertad; porque, como dijo Mazzini: «no hay libertad para los enemigos de la libertad».

— ¿Y si a mí me da la gana de hablar contra la libertad?

— Te condenaré a tomar la cicuta.

— Un momento, dijo Sócrates. Volvamos al punto de partida. Aquí hay algo equivocado.

Pero en ese instante entró el alcaide con la condena a muerte del pretendiente a rey de Atenas, alias, el Vago de Chumbicha, por haber matado a hachazos a tres changuitos, motivado a haberlo visto estos gurises robar un haz de leña, y haber echado los cadáveres desde el borde del Taigeto al abismo; al cual Vago entregó el alcaide la copa de cicuta y se mandó a mudar.

Pero resulta que el Vago agarró a Sócrates por las muñecas, lo tumbó en la camilla, y a pura fuerza lo hizo tragar la cicuta, en medio del asombro de sus discípulos. Los cuales incontinenti elevaron recursos de hábeas corpus a la Honorable Cámara de Representantes, por mal nombre el Areópago, que al momento libró mandato de hábeas corpus y sobreseimiento total; por desgracia algo tarde, pues Sócrates había muerto.

De donde los discípulos obtuvieron el hábeas corpus «sine anima», porque se llevaron el cuerpo, al cual dieron religiosa sepultura, poniéndole una lápida que decía:

«El pensamiento libre
Proclamo en alta voz.
Y muera el que no piense
Igual que pienso yo»