SÉPTIMO DOMINGO DESPUÉS DE PENTECOSTÉS
Guardaos de los falsos profetas que vienen a vosotros disfrazados con pieles de ovejas, mas por dentro son lobos voraces: por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de las zarzas? Así es que todo árbol bueno produce buenos frutos, y todo árbol malo da frutos malos. Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo darlos buenos. Todo árbol que no dé buen fruto será cortado y echado al fuego. Por sus frutos pues lo podéis reconocer. No todo aquel que me dice: ¡Señor, Señor! entrará por eso en el reino de los cielos; sino el que hace la voluntad de mi Padre celestial, ése es el que entrará en el reino de los cielos.
Nos encontramos en el Séptimo Domingo de Pentecostés, y su Evangelio está tomado del Sermón de la Montaña, que contiene el resumen de toda la doctrina de Nuestro Señor.
Trae para nuestra consideración la Parábola de los falsos Profetas, comparados por Jesucristo a un árbol malo que da malos frutos.
Resumo aquí cuatro comentarios del Padre Castellani.
Es, pues, un aviso sobre los falsos profetas, y nos manda tener cuidado y evitarlos.
Los pseudoprofetas son los que enseñan mala religión; o sea, los herejes.
El aviso va seguido de la parábola de los frutos del buen y el mal árbol; los cuales se dan como señal para conocer al pseudoprofeta: «Por sus frutos los conoceréis»; es decir, por su conducta y por sus consecuencias o efectos.
Cristo dice que observemos el árbol de hermoso aspecto que todavía no frutó, y si da higos y uvas, es bueno; y no es bueno, si da espinas y zarzas.
En suma, cuidado con las falsificaciones. Y el medio de precaverse es fijarse en las obras, y no en la palabrería; en los frutos, y no en el follaje.
Todos los herejes han tomado una parte de la doctrina de Cristo; y, exagerándola, la han convertido en una deformidad y en un veneno.
Muchos de ellos han tenido apariencias de hombres píos, benéficos y altruistas; y han sido hábiles en manejar las grandes palabras que conmueven el corazón del pueblo, como Libertad, Igualdad, Fraternidad, Democracia, Justicia, Compañerismo, Paz, Prosperidad, y toda la letanía.
Contra ellos no es muy fácil precaverse… “Por sus frutos los conoceréis”, repite Cristo. Las obras no mienten.
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Los pseudoprofetas son los herejes, que hoy día han obtenido en el mundo autonomía y aun autarquía, y han destrozado la Cristiandad.
¿Y cuáles son esos frutos malos? Son la mala vida y los vicios de los heresiarcas, primero; y, segundo las perturbaciones morales, e incluso sociales que producen las herejías.
En cuanto a las perturbaciones sociales, basta mirar nuestra época, que tiene su raíz en la Revolución Francesa y en las doctrinas heréticas de los Enciclopedistas del siglo XVIII.
Los amargos frutos de la bandada de pseudoprofetas que se levantó desde fines del siglo XV, a manera de manga de langostas, arbolando las palabras de “Ilustración, Tolerancia, Progreso, el Siglo de las Luces y la Mayor Edad del Género Humano”, de sobra los conocemos, porque los estamos sufriendo.
De allí nacieron el capitalismo, el liberalismo y el comunismo (y si me apuran, hasta el «modernismo» teológico), hoy fenómenos universales.
Las consecuencias del aclamado “Siglo de las Luces” fueron dos atroces guerras mundiales y una descompostura general del mundo, que anuncia una guerra peor.
Las malas doctrinas, aceptadas y gritadas sin tasa por los pueblos borrachos, han descoyuntado los huesos del orbe; y el mundo se agita hoy enfermo y angustiado; y más borracho que nunca.
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¿Dónde están los pseudoprofetas hoy día? En todas partes: son los herejes y los falsos doctores.
La herejía actual consiste en una falsificación total del Cristianismo.
Toda herejía es una falsificación: suprime un Dogma o varios; o bien exagera un Dogma o varios; las dos cosas, ordinariamente. Pero esta herejía actual es la más propiamente falsificación, porque conserva todos los Dogmas en su cáscara y los vacía por dentro: los vacía de lo sobrenatural, y los rellena de lo natural.
Por ejemplo, el culto de María Virgen se vuelve de hecho el culto de la Madre, o el culto de la Doncella; el culto del Dios Niño se vuelve el culto del Niño endiosado; y, en definitiva, el culto del Hombre Dios se vuelve el culto del Hombre endiosado.
Las primeras herejías negaban un Dogma: o la Divinidad de Cristo, o la Trinidad, o el Espíritu Santo, o el dominio de Dios sobre las cosas visibles, adjudicadas al Diablo.
En el siglo XVI surge la primera herejía total, el Protestantismo.
Comenzó negando un solo Dogma, la Iglesia visible con su jefe el Papa; pero era fácil de ver que, removida la autoridad religiosa, y proclamado el «libre examen» de la Escritura, todas las herejías se iban a precipitar adentro por esa brecha.
Y así sucedió: el arriano, el macedoniano, el albigense o maniqueo, el mahometano aparecieron dentro del Pseudocristianismo o Protestantismo, dividido rápidamente en innúmeras sectas, cada una con su propio Credo: luteranos, calvinistas, metodistas, presbiterianos, adventistas, etc., hasta las monstruosidades de los Testigos de Jehová o los Mormones.
Una vez negados todos los dogmas prácticamente, el paso siguiente era obvio, y fue dado: ¿por qué no retener todos los dogmas dándoles otro contenido, o sea, volviéndolos una mitología? Y fue hecho; se fue haciendo y sigue haciendo.
La falsificación del Dogma consiste, pues en convertirlo en una mitología.
La falsificación de la Moral consiste en general en atenuar, aflojar, edulcorar la Moral Cristiana, no sólo en la práctica (que eso ha existido siempre), sino también en la teoría.
Se comienza por pecar y después se racionaliza o justifica el pecado: ¡A ver qué hace esa Iglesia Católica que no se pone al día: el divorcio, la restricción de la natalidad, una absolución general para todos los judíos y protestantes, eso es lo que tiene que hacer!
En suma, se quiere hacer del Cristianismo una cama cómoda y útil para las cosas de esta vida; que teológicamente se expresa así: quieren la Añadidura antes del Reino de Dios, o mejor, sin el Reino de Dios.
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La herejía moderna consiste simplemente en suprimir lo sobrenatural y endiosar lo natural, lo cual hizo el primero de todos Pelagio en el siglo IV. Esa herejía central es el fondo común o cimiento de todas las formas del naturalismo herético actual que son como veinte o más.
Tiene muchas cabezas. Muchas de ellas son contrarias entre sí, aparentemente; y se golpean y patean, como el optimismo sucio de Rousseau y el pesimismo sucio de Freud; el ateísmo furioso de Bertrand Russell y el pietismo dulzón de Tyrrell y Loisy…
Basta ver por ejemplo el Liberalismo y el Comunismo; los dos se pelean ferozmente. Para el Liberalismo el hombre es «animal rationalisticus»; para el Comunismo es «animal œconomicus»; pero esos dos animales nada tienen que ver con Dios.
El naturalismo consiste en independizarse el hombre de Dios; en esto consiste la esencia del Pecado.
Cuando el cristianismo está así, poco importa se mantengan o no de labios afuera los dogmas, convertidos en mitos; en mitos hermosos o en mitos feos.
Y así progresó el naturalismo, diversificándose en cien facetas, todas con un fondo común: desde la indiferencia religiosa hasta el anticlericalismo furioso.
Y así vino gestándose a través de los siglos la herejía del Anticristo, compendio de todas las herejías, que consiste en la adoración del hombre en lugar de Dios.
Convierte tú primero al cristianismo en algo inútil, extrayendo lo sobrenatural; después apodérate de la cáscara, o sea los dogmas vacíos, como mitos, o sea como imágenes poéticas o como recuerdos históricos; infaliblemente vendrá el tercer paso, el relleno del vacío de lo sobrenatural con lo natural, la sustitución de Dios con el hombre.
Porque el hombre es un ser esencialmente dependiente y siente su dependencia; y, si rehúye su verdadera dependencia de Dios, echará mano de otros dioses de quien depender y adorará al Estado, o a la Razón, o a la Ciencia o a la Estética, obras del Hombre; y finalmente al Hombre, sea con el nombre de la Humanidad, o la Libertad, o la Patria o lo que fuere.
Por tanto, frente a esta universal caída, hemos de afirmar con firmeza y hasta con descaro lo sobrenatural; nos va en ello la salvación. Es decir, debemos afirmar todo el Credo de las cosas visibles e invisibles, con su retahíla de milagros y de misterios; justamente, porque no lo entiendo, lo creo; pues si yo entendiese a Dios, Él no sería Dios, sería Dios yo.
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La herejía actual que se está constituyendo ante nuestros ojos, consistente, en definitiva, en la adoración del hombre y “las obras de sus manos”, no es fácilmente discernible a todos; porque pulula de falsos profetas.
La “idolatría de la Ciencia”, que domina a la época actual es una evolución de la “Superstición del Progreso” que fue el dogma eufórico del siglo XIX. Efectivamente, el famoso “Progreso”, prometido a gritos por Condorcet y Víctor Hugo, no se ha dado en ningún dominio, excepto en el dominio de la técnica, que es lo que hoy día llaman “Ciencia”.
Pero la técnica no puede ser adorada, ni siquiera venerada; puede servir al bien o al desastre; y puestos en una balanza los estragos espantables junto a los bienes que ha dado la “técnica” en nuestro siglo, yo no se ve que ganen los bienes.
La veneración de la “Ciencia” es lo que ha sustituido a la religiosidad en las masas contemporáneas; y por tanto podemos decir que es lo que la ha destruido; por eso la hemos llamado “idolatría”. “No adorarás la obra de tus manos”, dice el segundo mandamiento.
La ciencia actual es muy diversa de la ciencia de los griegos, o la ciencia de los grandes siglos cristianos. La ciencia antigua era una actividad religiosa o casi religiosa, movida por un amor y encaminada al bien. Hoy día la “Ciencia” es impersonal, inhumana, exactamente como un ídolo.
Desde la segunda etapa del Renacimiento (siglos XVI y XVII) la concepción de ciencia es la de un estudio cuyo objeto está colocado fuera del bien y del mal; y, sobre todo, del bien; sin relación alguna con el bien.
La ciencia estudia los hechos como tales (los hechos, la fuerza, la materia, la energía), aislados, deshumanizados, sin relación con el hombre y menos con Dios; en su objeto no hay nada que el corazón del hombre pueda amar.
Los móviles del “científico” actual no son móviles de amor a Dios o al prójimo; ni siquiera a su ciencia.
En el Apokalypsis están prenunciados los falsos milagros del Anticristo, los cuales se parecen singularmente a los “milagros” de la Ciencia actual.
No sabemos quién será la llamada “Bestia de la Tierra”, pero sabemos que el Profeta la describe como teniendo poder para hacer prodigios falaces, por un lado; y por otro, con un carácter religioso, también falaz, puesto que dice que “se parecía al Cordero, pero hablaba como el Dragón”.
Esa potestad o persona particular, que será aliada del Anticristo y lo hará triunfar, será el último pseudoprofeta. Y por sus frutos habrá que conocerlo; porque sus apariencias serán de Cordero.
Por ahí se ve que el pseudoprofeta puede quedar dentro de la Iglesia o afectar que él es la vera Iglesia, como los herejes antiguos; o bien estar fuera o enfrente de la Iglesia, pero revestido con el ropaje de la ciencia, la filosofía, la cultura, la belleza artística o el progreso material; que es la zamarra de oveja que lleva el Mal Pastor y también el Lobo Rapaz.
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Los Lobos Rapaces, convertidos en Langostas Alacránicas, han causado todos los grandes desastres actuales; porque su veneno es el error religioso, y por el error cae el hombre; como por la cabeza se pudre el pez.
Son desastres diferentes a los pasados que nos da la Historia; se puede marcarlos diciendo que su índole es de pudrición.
Un teólogo me decía en Roma: «Todas las energías del diablo están concentradas hoy día en corromper lo que es específicamente religioso. Al diablo ya no le interesa mucho matar; lo que le interesa es corromper, envenenar, falsificar… Es decir, le interesa más el error que el pecado; sabiendo seguro que también cosechará pecado”.
Por ejemplo, todos los grandes socialistas actuales cuentan con la destrucción y eliminación de la Iglesia; pero no como los antiguos persecutores, golpeándola, sino dejándola allí y eliminándola por desintegración; por lo cual, uno de sus dogmas y consignas básicas es «enseñanza compulsiva (obligatoria) laica y socialista».
Lo dijo y lo redijo con toda claridad Lenin en sus consignas: procurar hábilmente que los curas ayuden al triunfo del comunismo (compañeros de ruta o idiotas útiles) que después la religión desaparecerá sola… o con muy sencilla compulsión. En suma, ablandar y corromper primero: lo otro sigue solo, como la muerte sigue a la enfermedad.
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De modo que el peligro grande hoy no es el persecutor, la Bestia del Mar, sino el engañador, la Bestia de la Tierra, revestida como el Cordero, pero con palabras de Dragón o de Lobo.
Entonces…, ¿qué queda?, pregunta el Padre Castellani…
Y responde con una observación muy interesante:
He de advertir aquí, dice, que Cristo, el cual se aplicó a sí mismo varios vaticinios de Isaías, no describió a su Iglesia con los himnos líricos acerca de la restauración de todo, que abundan en el Profeta desde el comienzo al fin, aunque desparramados; los cuales algunos Santos Padres acomodaron después a la Iglesia forzándolos no poco.
Con Newman, y con toda cabeza sana, afirmamos que estas profecías no se han cumplido aún… totalmente. Y, por tanto, se han de cumplir un día.
Se cumplieron espiritualmente en el «typo», en la Iglesia; se habrán de cumplir literalmente en el «antitypo», para hablar técnicamente.
No son profecías mesiánicas solamente, sino netamente parusíacas.
¿Cuándo se cumplirán?, pregunta el Padre Castellani…
¿En el milenio?, vuelve a interrogar…
Y nos deja lugar para la reflexión…
Reflexionemos seriamente dado que los pseudoprofetas modernos son milenaristas al revés… Es decir, niegan acérrimamente el Milenio metahistórico, después de la Parusía, que está en la Escritura; y ponen un Milenio que no está en la Escritura, por obra de las solas fuerzas históricas; o sea una solución intrahistórica de la Historia; lo mismo que los impíos «progresistas»; lo cual equivale a negar la intervención sobrenatural de Dios en la Historia; y en el fondo, la misma inspiración divina de la Sagrada Escritura.