Conservando los restos
Durante la primavera de 1947, antes de ir a Manresa, el Padre Castellani pasa por Roma, por orden del Superior General de la Compañía de Jesús.
Años más tarde, en relación al Concilio y a la reforma postconciliar, recordó todo lo que había sufrido allí, y lo consignó en el Directorial del número 35 de la Revista Jauja, que lleva por título:
CONFUSIÓN RELIGIOSA
En mitad del camino de mi vida —un poco más allá— tuve una experiencia brutal con la Santa Madre Iglesia Jerárquica, o la Jerarquía de la Iglesia, o la Des-Jerarquía, si se quiere.
El choque fue como para no dejarte una ilusión a vida. Encontré que en mi caso no se veía por ningún lado la bondad y la santidad, sino al contrario. Los Jerarcas (algunos) se portaban con un sacerdote afligido no como Santa Madre sino como Madrastra — por no decir Hiena.
No quiero ahora pormenorizar el incidente, del cual ya he hablado mucho; aunque convirtiéndolo en veta de «creación» (dicen ahora) producción poética. Baste decir que sufrí una persecución mortífera, que pudo llevarme a la muerte —o a algo peor; Dios me sacó della, y no ningún auxilio humano: «torcular calcavi solus» (Pisé solo el lagar, Isaías LXIII, 3).
La persecución duró años y se puede decir continúa todavía, muy mucho atenuada; otro que «reparaciones».
Dios me mantuvo la fe entremedio la tormenta —que importaba una tentación contra la fe. El medio para defenderla era muy sencillo: San Juan de la Crú —«con el marabú, marabú».
Decirme canónicamente a mí mismo YO era el malo y mis perseguidores eran buenos, no servía de nada; para pensar lo que hacían era santo, sería preciso amputar mi sentido moral y mi discernir del Bien y el Mal.
Pero yo me decía: ¿Y San Juan de la Cruz? ¿No fue objeto de una persecución mortífera de parte de los suyos? ¿Perdió la fe en la Iglesia? Su fe no se movió un jeme.
La diferencia era que la Iglesia entonces estaba ordenada y al poco tiempo la persecución se disipó. Alguno dirá había otra diferencia y es que él era santo y yo no.
Pero la diferencia más morrocotuda es que las cosas más diferentes que hay en este mundo son que te duela el estómago a vos o me duela a mí. Y así yo había leído la historia del insigne Carmelita antes, y me había quedado más tranquilo que Pancho. Cuando el azote vino por mi casa, entonces realicé lo que había pasado por él. Después en España conocí la vida de Mosén Cinto Verdaguer, que también enfrentó invicto una tormenta de la misma índole.
Sé qué es andar sacudido
En la mar por la tormenta
Mas las tormentas más recias
Las he pasado en la tierra.
Dijo el gran poeta catalán.
La mía amainó, aunque después de años. Vuelto a mi tierra, me resigné a los daños sufridos y comencé a querer retejer mi vida, atando hilos. Como dijo el otro poeta:
«Con las ruinas, Señor, de mi palacio
Voy a hacer una choza…»
Más hete aquí que amanece un nuevo contraste, después de un Concilio hecho con grandes alharacas: la Iglesia comenzó como a querer desintegrarse; es decir, se levantó una confusión, novelerías, apostasías, afloje del clero, amenazas de cisma, guerra interna, una sutil y proteica herejía desparramada por todo y tomando varias formas —no condenada hasta ahora.
¿Dónde está la Iglesia Santa e Inmaculada de San Pablo, si en la misma jerarquía hay disensiones y levantamientos? nos decían cazurramente las grandes revistas judaicas de que gozamos. «Grietas en el casco y motín a bordo» —dice la revista protestante DESPERTAD.
«De aquellos polvos vinieron estos lodos», me dije: aquella experiencia que tuve es la clave de que había una enfermedad latente incubándose en la Iglesia; «¡Y yo sin saber!», como dicen los Chalchaleros.
Otra vez fui atacado por el temible espíritu de perplejidad, que dice el de Yepes: «Spiritus vertiginis». En fin, que Pateta metió la pata.
Y otra vez me ayudó la Historia, maestra de la vida. ¿No nos trae la Historia otra crisis —y no es la única— análoga a la actual, en el estallido de la Pseudo Reforma del siglo XVI? ¿No contagió a sacerdotes y obispos en gran número? ¿No se produjeron sectas, cismas y sangrientas guerras? ¿No perdió la Iglesia media Europa? El diabolismo no cesa de obrar en el mundo.
Pero los elegidos de aquel tiempo se mantuvieron firmes en la vieja fe de los Apóstoles —a costa de muchos martirios desde luego. Pasaron por el hierro y por el fuego, afrontaron las fauces de los leones, perseveraron.
Mas en aquel tiempo surgieron muchísimos santos, se fundaron muchas Órdenes, saltaron a la liza estadistas y escritores insignes, una monarquía potente se hizo portaestandarte de la Iglesia, España Gonfaloniera. La cual emprendió el trabajo hercúleo de la Evangelización de América.
Hubo muchos defectos, fallas y tropezones en la Contrarreforma; pero ella se asentó al fin con honor en el antiguo predio. Ahora no ha pasado tal, ni parece ha de pasar.
Así que me conformé con el actual «progreso» y el barullo por más peligrosos que se me hicieran.
Pero a la tercera la vencida, me sobrevino otro contraste, otro sacudón a la fe; que no haré público, entre otras razones porque ni yo mismo lo entiendo. Ni debe hacerse público.
Él me hizo ponerme en las manos de Dios de la manera más ciega, y acudir al «consuelo de la Escritura» —ad consolationem Scripturarum. El último libro della, “la Revelación» (apokalypsis) predice sacudidas y barquinazos en el mundo peores que los que vemos. ¿O no?
Dado que yo veo poco y no abarco el conjunto, puede que la borrasca hodierna coincida con las que San Juan puso. Pues entonces más en mi favor, como dijo aquel español; que interpeló a uno en la calle, diciendo:
— «Hola Ramón, tanto .tiempo. Pero que cambiado estás, hombre, qué cambiado estás!»
— Dispense, señor, -le dijo el otro- yo no soy Ramón.
— ¿Qué no eres Ramón? Pues ¡más en mi favor!
Y así entre apuros y golpes, vamos surcando el mar no manso de la vida, con 200 metros de agua abajo y el esquife escorado, hacia una lejanísima estrella.
***
Por aquel 1947, en su libro Cristo y los Fariseos, escribió estas páginas terribles:
Si creemos a San Pablo y a Cristo, en los últimos tiempos habrá una «gran apostasía» (II Tesalonicenses II, 3) y que no habrá ya casi fe en la tierra (Lucas XVIII, 8); sólo el fariseísmo es capaz de producir ese fenómeno.
Cuando los judíos digan: «Bendito sea el que viene en el Nombre», será cuando los cristianos hayamos flaqueado y decaído, cuando «el Devastador esté a su vez devastado», dice Daniel; cuando Roma, el Orden Romano haya desaparecido, como a osadas está hoy desapareciendo.
Sólo el fariseísmo puede devastar a la Iglesia por dentro; sin lo cual ninguna persecución externa le haría mella, como vemos por su historia, pues «la sangre de los mártires es semilla de cristianos».
Si la Iglesia está pura y limpia, es hermosa, y atrae, no repele: atrae prodigiosamente, como se vio ya en su asombrosa propagación entre dificultades sin cuento, muertes y martirios.
Me detengo un momento para resollar: tengo miedo…
Solamente cuando la Iglesia tenga la apariencia de un sepulcro blanqueado, y los que mandan en ella tengan la apariencia de víboras, y lo sean, el mundo entero se asqueará de Ella y serán poquísimos los que puedan mantener no obstante su fe firme, un puñado heroico de «escogidos» que «si no se abreviara el tiempo, ni ellos resistirían» (Mateo XXIV, 22).
Entonces se producirá «el gran receso» y a causa de él, «el Hombre de Pecado, el Hijo de la Perdición» tendrá cancha para hacer su satánica voluntad en el mundo —por muy poco tiempo.
Con todas las promesas divinas encima (hay que decirlo):
Si la Iglesia no practica la honradez, está perdida;
Si la Iglesia atropella la persona humana, está perdida;
Si la Iglesia suplanta con la Ley, la norma, la rutina, la juridicidad y la «política»… a la Justicia y a la Caridad, está lista.
Porque entonces entrará en ella «la abominación de la desolación en el lugar donde no debe estar» que predijo Daniel Profeta, es decir, el fariseísmo.
Por culpa del fariseísmo —»sepulcro que no se ve, por lo cual los hombres caminando lo tocan y se manchan» (Lucas XI, 44); según la Ley de Moisés (Números XIX, 16: mancha legal «si alguien tocara un muerto… o un sepulcro, quedará inmundo por siete días»), por lo cual los judíos «blanqueaban» los sepulcros un mes antes de Pascua— las Puertas del Infierno casi prevalecerán contra Ella, y sobre ese casi de desesperación, volverá Cristo.
Velad, pues. Y no toquéis los sepulcros ni las víboras.
***
El mismo Padre Castellani se cuestionaba sobre lo que veía y estaba obligado a profetizar… En su comentario al Libro del Apocalipsis, El Apokalypsis de San Juan, pregunta y responde:
¿No es peligroso decir esto, por ser llevar agua al molino de Lutero, el cual afirmó que Roma era claramente según el texto la Gran Ramera, y por ende el Papa era el Anticristo?
Todo es peligroso, y sobre todo la verdad; para quienes no la aman; pero Lutero hablaba de la Roma Papal de su tiempo; y los intérpretes susodichos hablan de una futura Roma apóstata y depravada, que reduzca a las Catacumbas otra vez a la Iglesia, como en tiempos de Pedro y Pablo.
Y en su libro Las Parábolas de Cristo, remata:
San Pedro dijo (II Pet. III: 4) que cuando no quieran creer los hombres en el fin del mundo entonces está cerca el fin del mundo. Mas cuando los que no quieren creer están dentro de la Iglesia de Cristo y predican de oficio las palabras de Cristo sacrosantas, entonces la cosa es grave.
En Psicología humana, a modo de oración, dirá:
¡Oh, quién nos dará el conocimiento de las profecías en esta época oscura, que no sabe adónde va, y en esta vida, cuya principal necesidad es saber adónde vamos!
Y de su misma alma sufriente emerge la respuesta luminosa, que anota en Cristo, ¿vuelve o no vuelve?:
La Iglesia, asistida por el Espíritu Santo, obstaculiza esa manifestación y la reduce, apoyada en el orden humano que el Imperio Romano organizó en cuerpo jurídico y político; pero llegará un día, que será el fin de esta edad, en que desaparecerá el Obstáculo. El Espíritu Santo abandonará quizá este cuerpo social histórico, llamado Cristiandad, arrebatando consigo a la soledad más total a los suyos, dándoles dos alas de águila para volar al desierto.
Y entonces la estructura temporal de la Iglesia existente será presa del Anticristo, fornicará con los reyes de la tierra —al menos una parte ostensible de ella, como pasó ya en su historia-, y la abominación de la desolación entrará en el lugar santo. “Cuando veáis la desolación abominable entrar adonde no debe, entonces ya es.”
¿Será el reinado de un Antipapa, o Papa falso? ¿Será la destrucción material de Roma? ¿Será la entronización en ella de un culto sacrílego?
No lo sabemos. Sabemos que el Apokalypsis, al describir la Gran Prostituta, señala con toda precisión “la ciudad de las siete colinas”: interpretación dada por el mismo Ángel que a San Juan adoctrina.
(…)
Cuando la estructura temporal de la Iglesia pierda la efusión del Espíritu y la religión adulterada se convierta en la Gran Ramera, entonces aparecerá el Hombre de Pecado y el Falso Profeta, un Rey del Universo que será a la vez como un Sumo Pontífice del Orbe, o bien tendrá a sus órdenes un falso Pontífice, llamado en las profecías el “Pseudoprofeta”.
¿Roma será destruida?
Continuará…