24 de marzo

FIESTA SAN GABRIEL ARCÁNGEL

Hubo en tiempo de Herodes, rey de Judea, un sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abía. Su mujer, que descendía de Aarón, se llamaba Isabel. Ambos eran justos delante de Dios, siguiendo todos los mandamientos y justificaciones del Señor de manera irreprensible. Mas no tenían hijos, porque Isabel era estéril, y ambos eran de edad avanzada. Un día que estaba de servicio delante de Dios, en el turno de su clase, fue designado según la usanza sacerdotal para entrar en el Santuario del Señor y ofrecer el incienso. Y toda la multitud del pueblo estaba en oración afuera. Era la hora del incienso. Se le apareció entonces un ángel del Señor, de pie, a la derecha del altar de los perfumes. Al verle, Zacarías se turbó, y lo invadió el temor. Pero el ángel le dijo: “No temas, Zacarías, pues tu súplica ha sido escuchada: Isabel, tu mujer, te dará un hijo, al que pondrás por nombre Juan. Te traerá gozo y alegría, y muchos se regocijarán con su nacimiento. Porque será grande delante del Señor; nunca beberá vino ni bebida embriagante, y será colmado del Espíritu Santo ya desde el seno de su madre; y convertirá a muchos de los hijos de Israel al Señor su Dios. Caminará delante de Él con el espíritu y el poder de Elías, para convertir los corazones de los padres hacia los hijos, y los rebeldes a la sabiduría de los justos, y preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.” Zacarías dijo al ángel: “¿En qué conoceré esto? Porque yo soy viejo, y mi mujer ha pasado los días”. El ángel le respondió: “Yo soy Gabriel, el que asisto a la vista de Dios; y he sido enviado para hablarte y traerte esta feliz nueva. He aquí que quedarás mudo, sin poder hablar hasta el día en que esto suceda, porque no creíste a mis palabras, que se cumplirán a su tiempo”.

Sermón de San Beda el Venerable

Se le apareció el Ángel Señor, puesto de pie a la derecha del altar del incienso.

Con toda razón se muestra este Ángel en el Templo, cerca del altar y al lado derecho, puesto que anuncia el advenimiento del verdadero sacerdote, el misterio del sacrificio universal y la alegría del don celeste.

Con mucha frecuencia, en efecto, anuncia la izquierda los bienes presentes, en tanto que la derecha hace presagiar los bienes eternos.

Esta interpretación está conforme con lo que se canta en el elogio de la Sabiduría: “En su mano derecha trae la larga vida, y las riquezas y la gloria en su izquierda”.

El Ángel tranquiliza a Zacarías, lleno de temor, porque, así como es natural a la fragilidad humana turbarse a la vista de una criatura puramente espiritual, conviene a la bondad de los Ángeles consolar rápidamente, mediante suaves palabras, a los mortales que tiemblan a su aspecto.

Por lo contrario, es propio de la crueldad de los demonios abatir siempre, principalmente por una impresión de horror, a los que ven azorados por su presencia; por lo que no hay mejor medio de ponerlos en fuga que una fe intrépida.

El Ángel, al afirmar a Zacarías que su oración ha sido escuchada, le promete al punto el próximo alumbramiento de su esposa.

No quiere decir esto que Zacarías, que había entrado en el santuario para ofrecer una oblación en nombre del pueblo, hubiese postergado los votos públicos para pedir preferentemente la gracia de tener hijos, puesto que nadie implora un favor que no puede obtener.

Zacarías, acordándose de la edad y de la esterilidad de su esposa, de tal modo había perdido la esperanza de tener un hijo, que ni siquiera creyó en la palabra del Ángel que se lo prometía.

En cambio, lo que dice el mensajero celestial: “Tu oración ha sido oída”, se entiende de la súplica de este sacerdote por la redención del pueblo; y cuando el Ángel añade: “Tu mujer Isabel te dará un hijo”, esta promesa se refiere a la economía de la Redención, en el sentido de que el hijo que había de nacer a Zacarías debía preparar, como un heraldo, la vía al Redentor de aquel pueblo.

Al afirmar a Zacarías que su oración por el pueblo no ha quedado sin fruto, enseña el Ángel la manera como aquel mismo pueblo debía ser salvado y hecho perfecto, esto es, haciendo penitencia por la predicación de Juan y creyendo en Jesucristo.

Zacarías, vacilante a causa de la grandeza de tales promesas, pide un signo para poder prestarles fe, siendo así que la sola vista o las palabras de un Ángel deberían bastarle como signo.

Por eso recibió el castigo merecido por su desconfianza, quedando mudo.

El mismo silencio que le es impuesto, es a la vez para él la señal que pide para creer y la justa pena de su infidelidad.

Hay que tener presente que, si semejantes promesas hubiesen sido hechas por un hombre, hubiese podido Zacarías exigir un signo sin hacerse merecedor de ningún castigo; pero ante la promesa de un Ángel, huelga la duda.

Gabriel concede en tal forma el signo solicitado: que quien para expresar una duda ha hablado, aprenda ahora a creer callando.

Hay que fijarse aquí en lo que afirma la Escritura, a saber, que aquel Ángel estaba de pie ante el Señor, y también que era enviado para dar la buena nueva a Zacarías; en efecto, cuando los Ángeles se nos presentan, cumplen con ello un ministerio exterior, pero sin interrumpir jamás su contemplación interior.

Son enviados, y continúan estando presentes ante Dios, porque si bien es verdad que un espíritu angélico no es infinito, el Espíritu supremo, que es Dios, carece de límites.

Los Ángeles, pues, se hallan en presencia de Dios, aun cuando son enviados, porque cualquiera que sea el lugar donde cumplen una misión, se mueven en Dios.

Homilía de San Bernardo, Abad

No es posible creer que se trate aquí de uno de esos Ángeles de menor categoría, que vienen con frecuencia a la tierra a cumplir en ella una misión por un motivo cualquiera.

Se nos da a entender claramente lo contrario merced a su nombre, que al parecer significa Fuerza de Dios, y se deduce también de la particularidad notada por san Lucas, que fue enviado, no por otro espíritu, probablemente superior como ocurre de ordinario, sino por Dios mismo. Por consiguiente, para atraer sin duda nuestra atención sobre la dignidad del enviado celestial, se consignan estas palabras: “de Dios”.

O bien se dijo “de Dios”, para que no creamos que Dios, antes de revelar su designio a la Virgen, lo hubiese confiado a ninguno de los espíritus bienaventurados, a no ser al Arcángel, Gabriel, único que, entre sus compañeros de gloria, fue juzgado digno de llevar semejante nombre y semejante mensaje.

El nombre se hermana bien con el mensaje. ¿Por quién convenía mejor que fuese anunciado el Cristo, virtud de Dios, que por este Ángel que goza del honor de tener con Él una semejanza de nombre? Pues, ¿qué es la fuerza sino virtud?

No vayáis a creer que no era digno ni conveniente que el Señor y el enviado llevasen un nombre análogo, porque si ambos se llaman lo mismo, esta apelación semejante no tiene, con todo, una razón de ser común de una y otra parte.

En efecto, el Cristo y el Ángel son llamados fuerza o virtud de Dios desde puntos de vista diferentes; el Ángel, lo es nominalmente, mas el Cristo lo es substancialmente.

A Cristo se le llama, y lo es, en efecto, la virtud de Dios; se presenta más fuerte que el fuerte armado que hasta entonces había guardado en paz su casa; y venciéndole, le arrebata con su poder los despojos de la cautividad.

En cuanto al Ángel, si es llamado la fuerza de Dios, se debe a que tiene por misión anunciar la llegada de esta misma fuerza, o bien porque debía tranquilizar a una Virgen naturalmente tímida, sencilla y pudorosa, a la cual iba a perturbar la nueva del milagro que debía cumplirse en ella.

“No temas, María —le dijo— porque has hallado gracia delante de Dios”.

No sin razón, pues, fue elegido Gabriel para este mensaje, o, mejor dicho, fue designado merecidamente por semejante nombre por haber recibido esta misión.