MONSEÑOR LEFEBVRE: LA IGLESIA CONCILIAR

En el combate de la resistencia

INVENTARON UNA IGLESIA NUEVA

Nullam partem habemus

No faltan detractores que critican a Monseñor Marcel Lefebvre e incluso lo acusan de incoherente.

Entre ellos hay quienes lo conocieron personalmente y se beneficiaron de su episcopado; muchos más son usufructuarios de estos.

Tanto unos como otros, casi con seguridad no estarían donde están hoy, si la Providencia no hubiese suscitado a quien ellos desacreditan.

Lo concreto es que la situación que tuvo que enfrentar el Arzobispo, prácticamente solo, no fue nada clara ni fácil. La prueba está en la falta de unanimidad entre los diversos líderes de grupos, y más aún entre la de sus seguidores; no sólo en vida del menoscabado prelado, sino también e incluso mayor en la actualidad.

En efecto, estamos muy lejos de encontrar una única postura doctrinal que unifique criterios y marque una sola línea de conducta ante la revolución conciliar y sus frutos.

Tampoco faltan los que desconocen hoy las enseñanzas de su Fundador, o quienes no se atreven a sacar las conclusiones a partir de las mismas, y siguen tratando a la iglesia conciliar (y tratando con ella…) como si fuese la Iglesia fundada por Nuestro Señor Jesucristo.

Sin embargo, más allá de unos y otros, siempre es reconfortante volver a las fuentes y leer los siempre actuales textos de Monseñor Marcel Lefebvre y reflexionar sobre ellos.

Aquí van unos cuantos sobre la iglesia conciliar.

De la Declaración de Monseñor Marcel Lefebvre (21 de noviembre de 1974)

Nos adherimos de todo corazón, con toda nuestra alma, a la Roma católica guardiana de la fe católica y de las tradiciones necesarias al mantenimiento de esa fe, a la Roma eterna, maestra de sabiduría y de verdad.

Por el contrario, nos negamos y nos hemos negado siempre a seguir la Roma de tendencia neomodernista y neoprotestante que se manifestó claramente en el Concilio Vaticano II y después del Concilio en todas las reformas que de éste salieron.

Reflexiones de Monseñor Lefebvre a propósito de la “suspensión a divinis” (29 de julio de 1976).

Se trata de una Circular manuscrita, enviada por Monseñor Lefebvre a sus amigos en respuesta a las cartas recibidas desde el anuncio de la “suspensión a divinis”.

La suspensión plantea un problema grave y todavía hará correr un torrente de tinta, incluso si yo desapareciera de la escena de la Iglesia militante.

¿En qué consiste realmente? Me priva del derecho inherente al sacerdote y, a fortiori, al obispo de celebrar la Santa Misa, de conferir los sacramentos y de predicar en los lugares consagrados, es decir que me está prohibido celebrar la nueva misa, conferir los nuevos sacramentos, predicar la nueva doctrina.

Por lo tanto, debido a que precisamente desde su institución rechazo estas novedades, ahora estoy oficialmente impedido de usarlas. Es porque rechazo la nueva misa que estoy privado de decirla. Así podemos adivinar el poco daño que me causa esta suspensión.

Esta es una prueba más de que esta nueva iglesia, que en adelante se han definido como «conciliar», se está destruyendo a sí misma.

Es S. E. Monseñor Benelli, en su carta del 25 de junio, quien así la designa.

¡Qué más claro! De ahora en adelante es a la iglesia conciliar a la que debemos obedecer y ser fieles, y ya no a la Iglesia Católica.

Este es precisamente todo nuestro problema. Estamos «suspendidos a divinis» por la iglesia conciliar y para la iglesia conciliar, de la que no queremos formar parte.

Esta iglesia conciliar es una iglesia cismática, porque rompe con la Iglesia Católica de todos los tiempos. Tiene sus nuevos dogmas, su nuevo sacerdocio, sus nuevas instituciones, su nuevo culto, ya condenados por la Iglesia en muchos documentos oficiales y definitivos.

Es por eso que los fundadores de la iglesia conciliar insisten tanto en la obediencia a la iglesia de hoy, despreciando a la Iglesia de ayer, como si ésta ya no existiera.

Esta iglesia conciliar es cismática porque tomó como base para su actualización principios opuestos a los de la Iglesia Católica: así, la nueva concepción de la Misa, expresada en el número 5 del Prefacio del Missale Romanum y en el número 7 del Primer Capítulo, que dan a la asamblea un papel sacerdotal que no puede tener; así también el derecho natural, es decir divino, de toda persona y de todo grupo de personas a la libertad religiosa. Este derecho a la libertad religiosa es una blasfemia porque es atribuir a Dios intenciones que destruyen su Majestad, su Gloria, su Realeza. Este derecho implica la libertad de conciencia, la libertad de pensamiento y todas las libertades masónicas.

La iglesia que afirma tales errores es tanto cismática como herética.

Esta iglesia conciliar, por lo tanto, no es católica.

En la medida en que el Papa, los obispos, los sacerdotes o los fieles adhieren a esta nueva iglesia, se separan de la Iglesia Católica.

La Iglesia de hoy es la Iglesia verdadera sólo en la medida en que continúa y es una con la Iglesia de ayer y de siempre. La norma de la fe católica es la Tradición.

La petición de S. E. Monseñor Benelli es, por lo tanto, esclarecedora: una sumisión a la iglesia conciliar, a la iglesia del Vaticano II, a la iglesia cismática.

En cuanto a nosotros, continuamos en la Iglesia Católica, con la gracia de Nuestro Señor Jesucristo y la intercesión de la Santísima Virgen María.

Declaración del Monseñor Lefebvre (2 de agosto de 1976)

Publicada en Le Figaro el 4 de agosto, del cual es la introducción:

Después de la medida de “suspensión a divinis” que lo sancionó, Monseñor Lefebvre no tiene intención de someterse. No cree en la posibilidad de un acercamiento a Roma y no excluye el riesgo de una excomunión pronunciada contra él y sus discípulos.

Monseñor Lefebvre optó por abrir las hostilidades contra el Papa, esta vez de manera inequívoca.

Preocupados por informar plenamente a nuestros lectores sobre un problema difícil, que probablemente falseará la conciencia de muchos católicos, publicamos este texto.

Por la obediencia servil, hacer el juego a de los cismáticos

Pregunta: «Monseñor, ¿no está usted al borde del cisma?»

Respuesta: ¡Esta es la pregunta que muchos católicos se hacen al leer las últimas sanciones tomadas por Roma contra nosotros! Los católicos, en su mayoría, definen o imaginan el cisma como una ruptura con el Papa. No avanzan más su investigación. «Usted va a romper con el Papa» o «el Papa va a romper con usted», entonces «usted va al cisma».

¿Por qué romper con el Papa es un cisma? Porque donde está el Papa, está la Iglesia Católica. Se trata pues, en realidad, de alejarse de la Iglesia católica.

Ahora bien, la Iglesia Católica es una realidad mística que existe, no sólo en el espacio, en la superficie de la tierra, sino también en el tiempo y en la eternidad.

Para que el Papa represente a la Iglesia y sea su imagen, debe estar unido a ella, no sólo en el espacio, sino también en el tiempo, siendo la Iglesia esencialmente una tradición viva.

En la medida en que el Papa se alejara de esta tradición, se volvería cismático, rompería con la Iglesia.

Teólogos como San Belarmino, Cayetano, el Cardenal Journet y muchos otros han estudiado esta posibilidad. Por lo tanto, no es una cosa inconcebible.

Pero, en lo que a nosotros respecta, es el Concilio Vaticano II y sus reformas, sus orientaciones oficiales, lo que nos preocupa más que la actitud personal del Papa, que es más difícil de descubrir.

Este Concilio representa, tanto a los ojos de las autoridades romanas como a los nuestros, una nueva iglesia, a la que ellos llaman iglesia conciliar.

Creemos poder afirmar, ciñéndonos a la crítica interna y externa del Vaticano II, es decir, analizando los textos y estudiando los avales y resultados de este Concilio, que éste, dando la espalda a la Tradición y rompiendo con la Iglesia del pasado, es un Concilio cismático.

Un árbol es juzgado por su fruto. De ahora en adelante, todas las grandes prensas mundiales, americanas y europeas, reconocen que este Concilio está arruinando a la Iglesia Católica, a tal punto que hasta los incrédulos y los gobiernos laicos están preocupados por ello.

Se concluyó un pacto de no agresión entre la Iglesia y la Masonería. Esto es lo que se ha encubierto con el nombre de «aggiornamento», «apertura al mundo», «ecumenismo».

En adelante, la Iglesia acepta dejar de ser la única religión verdadera, el único camino de salvación eterna. Reconoce otras religiones como religiones hermanas. Reconoce como un derecho concedido por la naturaleza de la persona humana que ella es libre de elegir su religión y que, en consecuencia, ya no es admisible un Estado católico.

Admitido este nuevo principio, es toda la doctrina de la Iglesia la que debe cambiar su culto, su sacerdocio, sus instituciones.

Porque todo hasta entonces en la Iglesia, mostraba que sólo ella poseía la Verdad, el Camino y la Vida en Nuestro Señor Jesucristo, a quien poseía en persona en la Sagrada Eucaristía, presente gracias a la continuación de su sacrificio.

Es, por tanto, una inversión total de la tradición y de la enseñanza de la Iglesia que ha tenido lugar desde el Concilio y por el Concilio.

Todos los que cooperen en la aplicación de esta revolución, acepten y adhieran a esta nueva iglesia conciliar, como la designa Su Excelencia Monseñor Benelli en la carta que me dirige en nombre del Santo Padre, el pasado 25 de junio, entre en el cisma.

La adopción de tesis liberales por un concilio sólo puede haber tenido lugar en un concilio pastoral no infalible, y no puede explicarse sin una secreta y minuciosa preparación que los historiadores acabarán descubriendo ante el gran asombro de los católicos que confunden a la Iglesia Eterna Católica y Romana con la Roma humana y susceptible de ser invadida por enemigos cubiertos de púrpura.

¿Cómo podríamos nosotros, por una obediencia servil y ciega, hacerles el juego a estos cismáticos que nos piden que colaboremos en su empresa de destrucción de la Iglesia?

La autoridad delegada por nuestro Señor al Papa, a los obispos y al sacerdocio en general está al servicio de la fe en su divinidad y de la transmisión de su propia vida divina. Todas las instituciones divinas o eclesiásticas están destinadas a este fin. Todos los derechos, todas las leyes, no tienen otra finalidad.

Usar la ley, las instituciones, la autoridad para aniquilar la fe católica y dejar de comunicar la vida es practicar el aborto o la anticoncepción espiritual.

¿Quién se atreverá a decir que un católico digno de ese nombre puede cooperar en un crimen peor que el aborto corporal?

Por eso somos sumisos y estamos dispuestos a aceptar todo lo que sea coherente con nuestra fe católica, tal como se enseña desde hace dos mil años, pero rechazamos todo lo que se oponga a ella.

Se nos objeta: sois vosotros los que juzgáis la fe católica. Pero, ¿no es deber gravísimo de todo católico juzgar la fe que se le enseña hoy por la que se enseña y se cree desde hace veinte siglos y que está inscrita en catecismos oficiales como el de Trento, el de San Pío X y en todos los catecismos anteriores al Concilio Vaticano II?

¿Cómo han actuado todos los verdaderos fieles frente a la herejía? Prefirieron derramar su sangre antes que traicionar su fe.

Ya sea que la herejía nos venga de cualquier vocero, por muy alta que sea su dignidad, el problema es el mismo para la salvación de nuestras almas.

A este respecto, existe entre muchos fieles una grave ignorancia sobre la naturaleza y el alcance de la infalibilidad del Papa. Muchos creen que cualquier palabra que sale de la boca del Papa es infalible.

Por otra parte, si se presenta claro y cierto que la fe enseñada por la Iglesia durante veinte siglos no puede contener el error, tenemos mucho menos la certeza absoluta de que el Papa es realmente Papa. La herejía, el cisma, la excomunión ipso facto, la nulidad de la elección son causas que eventualmente pueden hacer que un Papa nunca lo haya sido o ya no lo sea. En este caso, evidentemente muy excepcional, la Iglesia se encontraría en una situación similar a la que conoce tras la muerte de un soberano pontífice.

Porque, después de todo, ha surgido un grave problema en la conciencia y en la fe de todos los católicos desde el comienzo del pontificado de Pablo VI. ¿Cómo puede un Papa, verdadero sucesor de Pedro, seguro de la asistencia del Espíritu Santo, presidir la destrucción de la Iglesia, la más profunda y extensa de su historia, en el espacio de tan poco tiempo, cosa que ningún heresiarca ha logrado jamás hacer?

Esta pregunta habrá que responderla algún día, pero dejando este problema a los teólogos e historiadores, la realidad nos obliga a responder prácticamente según el consejo de San Vicente de Lérins:

«¿Cuál deberá ser la conducta de un cristiano católico, si alguna pequeña parte de la Iglesia se separa de la comunión en la fe universal?

No cabe duda de que deberá anteponer la salud del cuerpo entero a un miembro podrido y contagioso.

Pero, ¿y si se trata de una novedad herética que no está limitada a un pequeño grupo, sino que amenaza con contagiar a la Iglesia entera?

En tal caso, el cristiano deberá hacer todo lo posible para adherirse a la antigüedad, la cual no puede evidentemente ser alterada por ninguna nueva mentira”.

Por tanto, estamos decididos a continuar nuestra labor de restauración del sacerdocio católico pase lo que pase, convencidos de que no podemos prestar un mejor servicio a la Iglesia, al Papa, a los obispos y a los fieles.

¡Que nos dejen hacer la experiencia de la Tradición!

Prefacio del libro Acuso al Concilio (27 de agosto de 1976)

¿Por qué este título “¡Yo acuso al Concilio!”? Porque tenemos derecho a afirmar, con argumentos de crítica tanto interna como externa, que el espíritu que dominó el Concilio e inspiró tantos textos ambiguos y equívocos y hasta francamente erróneos no es el Espíritu Santo, sino el espíritu del mundo moderno, espíritu liberal, teilhardiano, modernista, opuesto al reino de Nuestro Señor Jesucristo.

Todas las reformas y orientaciones oficiales de Roma son solicitadas e impuestas en nombre del Concilio. Ahora bien, estas reformas y orientaciones son todas de tendencia francamente protestante y liberal.

Es del Concilio que la Iglesia, o al menos los hombres de Iglesia que ocupan puestos claves, tomaron una orientación claramente opuesta a la Tradición, es decir, al Magisterio oficial de la Iglesia.

Se tomaron a sí mismos por la Iglesia viva y maestra de la verdad, libres para imponer nuevos dogmas a clérigos y fieles: es decir, el progreso, la evolución, la mutación y una obediencia ciega e incondicional.

Dieron la espalda a la verdadera Iglesia de siempre, le dieron nuevas instituciones, un nuevo sacerdocio, un nuevo culto, una nueva enseñanza siempre en búsqueda, y esto siempre en nombre del Concilio.

Es fácil pensar que cualquiera que se oponga al Concilio, a su nuevo evangelio, será considerado fuera de la comunión de la Iglesia.

Podemos preguntarles, ¿de qué Iglesia? Responderán, de la Iglesia Conciliar.

Es pues imprescindible desmitificar este Concilio, que quisieron fuese pastoral en razón de su instintivo horror al dogma, y para facilitar la introducción oficial en un texto de la Iglesia de las ideas liberales. Pero, cuando termina la operación, ¡dogmatizan el Concilio, lo comparan con el de Nicea, lo proclaman similar a los demás, si no superior!

Afortunadamente, esta operación de desmitificación del Concilio comienza y ha comenzado bien con el trabajo del profesor Salet en el “Courrier de Rome” sobre la declaración de la “libertad religiosa”. Él concluye que esta declaración es herética.

Tantos temas para estudiar y analizar bien, por ejemplo:

– lo que concierne a las relaciones de los obispos y el papa, en la constitución de la “Iglesia”, “de los obispos”, “de las misiones”;

– el sacerdocio de los sacerdotes y de los fieles en los preliminares de la “Lumen gentium”;

– los fines del matrimonio en “Gaudium et spes”;

– libertad de cultura, de conciencia y el concepto de libertad en “Gaudium et spes”;

– el ecumenismo y las relaciones con las religiones no cristianas, con los ateos, etc.

Uno detectaría rápidamente allí un espíritu no católico.

A partir de esta investigación se establecería naturalmente el vínculo con las reformas resultantes del Concilio.

Entonces una luz singular ilumina al Concilio.

Provoca necesariamente la pregunta: los que triunfaron en esta admirable maniobra, ¿la habían planeado ante del Concilio? ¿Quiénes son? ¿Se reunieron antes del Concilio?

Poco a poco se abren los ojos sobre una conjuración espeluznante preparada desde hace mucho tiempo.

Este descubrimiento nos obliga a preguntarnos: ¿cuál fue el papel del Papa en todo este trabajo? ¿Su responsabilidad? En verdad, parece condenatoria, a pesar del deseo de librarlo de esta terrible traición a la Iglesia.

Pero, si dejamos que Dios y los futuros verdaderos sucesores de Pedro juzguen estas cosas, tanto más cierto es que el Concilio fue desviado de su fin por un grupo de conspiradores y que nos es imposible entrar en esta conspiración, aunque haya muchos textos satisfactorios en este Concilio. Porque los buenos textos sirvieron para hacer aceptar los textos equívocos, minados, tramposos.

Sólo nos queda una solución: abandonar estos peligrosos testigos para adherirnos firmemente a la Tradición, es decir, al Magisterio oficial de la Iglesia durante veinte siglos.

Esperamos que las siguientes páginas arrojen una luz de verdad sobre las operaciones subversivas de los adversarios de la Iglesia, conscientes o inconscientes.

Agreguemos que las apreciaciones de clérigos y católicos liberales, protestantes, masones en el Concilio sólo confirman nuestras aprensiones. ¿No tendría razón el Cardenal Suenens al afirmar que este Concilio fue 1789 en la Iglesia?

Por lo tanto, nuestro deber es claro: predicar el reino de Nuestro Señor Jesucristo contra el de la diosa de la razón.

Del Sermón de Monseñor Lefebvre durante la Misa en Lille (29 de agosto de 1976)

(…) Estos frutos que provienen del Concilio Vaticano II y de las reformas posconciliares son frutos amargos. Frutos que destruyen la Iglesia.

Y cuando alguien me dice: “No toquéis el Concilio, hablad de reformas posconciliares”, entonces respondo como aquellos que han hecho las reformas (no soy yo quien las ha hecho), ellos dicen: “Las hacemos en nombre del Concilio. Hicimos la reforma litúrgica en nombre del concilio. Reformamos los catecismos en nombre del concilio. Todas las reformas las hicimos en nombre del concilio”. En consecuencia, son ellos quienes interpretan legítimamente el concilio.

¿Qué han querido los católicos liberales durante un siglo y medio? Casar la Iglesia y la Revolución. Casar la Iglesia y la subversión. Casar la Iglesia y las fuerzas destructivas de la sociedad, de toda la sociedad, desde la sociedad familiar y la sociedad civil, la sociedad religiosa.

Y este matrimonio de la Iglesia está inscrito en el concilio: tomad el esquema Gaudium et Spes, y allí encontraréis: es necesario casar los principios de la Iglesia con las concepciones del hombre moderno.

¿Qué significa eso? Significa que debemos casar la Iglesia, la Iglesia Católica, la Iglesia de Nuestro Señor Jesucristo con principios que son contrarios a esta Iglesia, que la socavan, que siempre han estado en contra de la Iglesia.

Y es precisamente este matrimonio el que se intentó en el Concilio por parte de los hombres de Iglesia. Porque la Iglesia nunca puede admitir tal cosa.

Durante exactamente siglo y medio, todos los soberanos pontífices condenaron este catolicismo liberal, rechazaron este matrimonio con las ideas de la Revolución, con las ideas de los que adoraban a la diosa de la razón. Los papas nunca han aceptado tales cosas.

(…) Es el summum de la victoria del demonio para destruir la Iglesia por la obediencia.

Destruir la Iglesia por la obediencia.

(…) Es precisamente por esto que esta unión deseada por estos católicos liberales, esta unión entre la Iglesia y la Revolución, y la subversión, es una unión adúltera de la Iglesia, adúltera.

Y de esta unión adúltera sólo pueden salir bastardos. ¿Y quiénes son estos bastardos? Estos son los ritos, el rito de la misa es un rito bastardo, los sacramentos son sacramentos bastardos, ya no sabemos si son sacramentos que dan la gracia o que no la dan. Ya no sabemos si esta Misa da el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo o si no los da. Los sacerdotes que salen de los seminarios ya no se saben lo que son.

Los sacerdotes que salen de los seminarios son sacerdotes bastardos. Ellos no saben lo que son. No saben que están hechos para subir al altar para ofrecer el sacrificio de Nuestro Señor Jesucristo y dar a Jesucristo a las almas y llamar a las almas a Jesucristo. Esto es lo que es un sacerdote.

Y esta unión adúltera de la Iglesia y la Revolución se concreta a través del diálogo.

Debemos predicar el Evangelio, convertir las almas a Jesucristo, y no dialogar con ellas tratando de tomar sus principios.

Esto es lo que nos hizo esta misa bastarda, estos ritos bastardos. Porque queríamos dialogar con los protestantes y los protestantes nos decían: “No queremos vuestra Misa, no la queremos porque contiene cosas que son incompatibles con nuestra fe protestante. Así que cambiad esta Misa y podremos rezar con vosotros. Podremos hacer intercomuniones. Podremos recibir vuestros sacramentos, podréis venir a nuestras iglesias, e iremos a las vuestras y todo terminará y tendremos unidad”.

Tendremos unidad en la confusión, en el bastardeo. No queremos eso. La Iglesia nunca lo quiso.

De la Carta de Monseñor Lefebvre al Cardenal Ratzinger (24 de mayo de 1988)

Eminencia, me parece necesario precisarle lo que le escribía el 6 de mayo. Reflexionando, nos resulta claro que el objetivo de los coloquios y de la reconciliación es integrarnos en la Iglesia Conciliar, la única Iglesia a la cual hacía usted alusión en las conversaciones.

De la Conferencia de Prensa (15 de junio de 1988)

El Cardenal Ratzinger lo repitió varias veces: “Monseñor sólo hay una Iglesia, no puede haber una Iglesia paralela”. Le dije: “Eminencia, no somos nosotros quienes hacemos una Iglesia paralela, puesto que seguimos la Iglesia de siempre; son ustedes quienes hicieron la Iglesia paralela habiendo inventado la Iglesia del Concilio, la que el cardenal Benelli llamó la iglesia conciliar; son ustedes quienes inventaron una iglesia nueva, quienes se hicieron nuevos catecismos, nuevos sacramentos, una nueva misa, nueva liturgia, esto no viene de nosotros. Nosotros, seguimos lo que se hizo antes. No somos nosotros quienes hacemos una nueva iglesia».

Del Libro El Itinerario Espiritual (enero de 1990)

Capítulo III – La vida divina – La Creación (en el original francés, páginas 39-40)

La voluntad de Vaticano II de querer integrar en la Iglesia a los no católicos sin exigirles conversión, es una voluntad adúltera y escandalosa. El Secretariado para la Unidad de los Cristianos, por medio de concesiones mutuas —diálogo—, conduce a la destrucción de la fe católica, a la destrucción del sacerdocio católico, a la eliminación del poder de Pedro y de los obispos; se elimina el espíritu misionero de los apóstoles, de los mártires, de los santos. Mientras este Secretariado conserve el falso ecumenismo como orientación, y mientras las autoridades romanas y eclesiásticas lo continúen aprobando, se puede decir que siguen en ruptura abierta y oficial con todo el pasado de la Iglesia y con su Magisterio oficial. Por eso todo sacerdote que quiere permanecer católico tiene el estricto deber de separarse de esta Iglesia conciliar, mientras ella no recupere la tradición del Magisterio de la Iglesia y de la fe católica.

De la Carta Abierta al Cardenal Gantin de los Superiores de la FSSPX (6 de julio de 1988)

Nosotros jamás quisimos pertenecer a ese sistema que se califica a sí mismo de Iglesia Conciliar y se define por el Novus Ordo Missæ, el ecumenismo indiferentista y la laicización de toda la sociedad.

Sí, nosotros no tenemos ninguna parte, nullam partem habemus, con el panteón de las religiones de Asís; nuestra propia excomunión por un decreto de Vuestra Eminencia o de otro dicasterio no sería más que la prueba irrefutable.

No pedimos nada mejor que el ser declarados ex communione del espíritu adúltero que sopla en la Iglesia desde hace veinticinco años; excluidos de la comunión impía con los infieles.

El ser asociados públicamente a la sanción que fulmina a los seis obispos católicos, defensores de la fe en su integridad y en su totalidad, sería para nosotros una distinción de honor y un signo de ortodoxia delante de los fieles. Estos, en efecto, tienen absoluto derecho de saber que los sacerdotes a los cuales se dirigen no están en comunión con una iglesia falsificada, evolutiva, pentecostal y sincretista.

Nota: Al cabo de la simple lectura de estos textos, queda claro que en el pensamiento de Monseñor Lefebvre y de los Superiores de la FSSPX existía una distinción entre la Iglesia Católica y la iglesia conciliar; y que no se puede estar en comunión con esta última, ni siquiera en una mínima parte… nullam partem habemus…

Al leer estos textos es necesario tener en cuenta que, de aquellos años al presente, la situación, tanto de la sociedad como de Roma, lejos de haber mejorado, ha empeorado… ¡y mucho!…