Tormenta
No temas al fragor de la tormenta
pues tormenta es la vida del cristiano.
Cuando aceptas a Dios nada es en vano:
ni el sufrir, ni la angustia, ni la afrenta.
Porque cada dolor con que se enfrenta
el alma en su martirio cotidiano
es una flor en medio del pantano
si tu esperanza no se desalienta.
Por eso, entre ominosos nubarrones,
el encrespado mar y el bravo oleaje
–cuando la adversidad todo lo abarca–
es cuando más te llueven bendiciones
pues Cristo va contigo en cada viaje
y hace guardia en la proa de tu barca.