INCOMPRENSION
Señor, ¿cómo es posible que puedas querer tanto, ¡tanto! a este reincidente y vulgar pecador cuyas sucias entrañas debieran darte espanto y cuyas rebeldías te ocasionan dolor? ¡Cuántas veces tu amante susurro en mi conciencia me invita a beatitudes de luz y eternidad y sordo a tu reclamo, con cruel indiferencia, me paro a oir los ecos de la futilidad! Señor, yo te he pospuesto por afectos mundanos que me han llevado a rastras debiendo estar de pie y he sido un pobre ejemplo para muchos hermanos que han visto el lado oscuro de mi volátil fe. No hay nada que no sepas de mí. De mi tibieza y absurdas vanaglorias prestas a rechazar tus gracias que –infructuosas ante tanta flaqueza– resbalan sobre el alma que anhelan conquistar. Mas a pesar de malas y erróneas decisiones tomadas en momentos de olvido y de placer, percibo generosos riachuelos de tus dones fluyendo hacia los yermos rincones de mi ser. Perdóname, Dios mío, por tanta displicencia, por tanta rebeldía, por tanta incomprensión, ¡pero hoy mi alma reclama rendirse a tu presencia y abrirte, para siempre, mi esquivo corazón!