COMO ESPINA
Señor, yo que he incrustado más espinas
en Tus sienes –mis faltas lacerantes–,
que he añadido más clavos en Tus palmas,
que te he dado a beber hiel con vinagre,
—
yo que he chasqueado mi brutal flagelo
contra la mansedumbre de Tu carne,
que he arrancado Tu túnica inconsútil
y derramado Tu preciosa sangre,
—
yo que te he desdeñado tantas veces
mientras Tú has persistido en rescatarme
quizás porque me has visto entre algarrobos
tan lejos de la casa de mi Padre;
—
yo que en pozos infectos he buscado
inútiles remedios a mis males,
que he despreciado tantas altas luces
deseosas de poder iluminarme…
—
caigo al fin a los pies del crucifijo
con el alma dispuesta a recobrarte,
fatigado por tantas concesiones
a las futilidades que me hacen
—
esclavo de la muerte. Y te suplico
que me hagas el favor de perdonarme…
¡aunque debas sacarme de la tumba
donde hoy, sin paz, suspiro por amarte!