Meditaciones para el mes del Sagrado Corazón de Jesús -Día 21

Padre Juan del Corazón de Jesús Dehon: Coronas de amor al Sagrado Corazón

Extraídas del libro

“CORONAS DE AMOR AL SAGRADO CORAZÓN”

del Reverendo Padre Juan del Corazón de Jesús (León Gustavo Dehon),

Fundador de los Sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.






Día 21

CUARTO MISTERIO: VIDA ULTRAJADA POR LOS MALVADOS

TERCERA MEDITACIÓN: La ingratitud y el olvido

La herejía y el cisma hacen crueles heridas al Divino Corazón de Jesús, pero ¿qué decir de aquellas que recibe de sus amigos, incluso de algunos sacerdotes y religiosos, fieles en apariencia, pero cuyo olvido, indiferencia e ingratitud lo afligen de un modo tan cruel? Se lamentó de esto la Beata Margarita María: “Los otros, dice – y entre estos otros también pueden contarse los cismáticos o los herejes, – los otros golpean en mi Cuerpo, pero estos se encarnizan en herir mi Corazón”. ¡Ah! ¡Corazón amantísimo! No deberías recibir de nosotros sino heridas de amor, pero nos delectamos con nuestras ingratitudes, te herimos con nuestra indiferencia, te entristecemos con nuestro olvido.

I. Negligencias relativas a la santa Misa y a la santa Comunión

Entre estos ultrajes, algunos deben ser señalados; y, en primer lugar, la negligencia con la que varios sacerdotes celebran el Santo Sacrificio de la Misa y varias personas dedicadas, en apariencia, a la piedad, reciben la santa Comunión. En esta categoría entran todos los que, no honrados con el sacerdocio, sino perteneciendo a una sociedad religiosa, o llamados a la piedad, reciben la santa Comunión con indiferencia o se apartan de ella por la dureza de corazón y por el olvido. El propio Señor Nuestro lo señala en el Evangelio cuán sensible es a esta conducta. – Un rey, dice, había mandado preparar un festín de bodas y, cuando llegó la hora, envió a sus siervos a llamar a los convidados, pero todos rehusaban con un pretexto u otro. Uno tenía que ir a ver una casa que compró: es la vana curiosidad; el otro compró cinco yuntas de bueyes que va a probar: es el apego a los bienes de este mundo; el otro se casó: es el amor a los placeres. – Así ocurre con la Eucaristía. Aquel que está dominado por la curiosidad, por la avaricia o por la voluptuosidad, incluso cuando no cayese en pecado mortal, o se abstenga realmente de la santa Eucaristía, o de ella se aparta con el corazón, la recibe por rutina, por hábito, sin preparación, sin deseo, sin esfuerzo por corregirse, sin acción de gracias, en una palabra, sin su corazón.

¿Es así como tratamos el amor en su propio sacramento? Y, sin embargo, si consultamos su interés espiritual bien entendido, ¿qué frutos obtendríamos de una sola Misa bien celebrada, de una Comunión bien hecha?

Catalina Emmerich nos pinta muy vivamente estas distracciones perfectamente voluntarias y que vienen, no de la imaginación, sino del corazón. – “Vi, dice ella, un sacerdote ir al altar para celebrar; colocó el cáliz sobre el altar, después, revestido con sus ornamentos sacerdotales, fue a una casa de campo que poseía, para vigilar a los animales, o a otros lugares análogos, sin pensar en el Santo Sacrificio.”

Es absolutamente la parábola de los invitados aplicada a aquellos que asumen la apariencia de celebrar los Santos Misterios, pero cuyo corazón está bien lejos de allí, totalmente ocupado con el objeto de su pasión. ¡Qué dolor para el Corazón sacerdotal de Jesús! ¿Dónde está mi sacerdote, dice? ¿Dónde está mi amigo? Tengo mi Corazón y mis manos llenos de gracias para dar. – No está ahí, Señor, está donde ama, como dice S. Agustín, y no os ama mucho. – El Corazón Eucarístico de Jesús ya no puede sufrir, pero qué sufrimiento experimentó con esta ingratitud, durante su vida mortal, Él tan tierno, tan bueno y tan delicado!

II. El olvido que se hace del Sagrado Corazón de Jesús durante el día

La segunda ingratitud, que sigue a esta, es el olvido que hacemos del Corazón de Jesús durante el día. Está allí en su Tabernáculo, pero lo dejamos solo. Ministros de Dios, personas llamadas a la piedad, están muy cerca de la Iglesia, son vecinos del Tabernáculo, pero no van allí a hacer una visita a su Dios, a su hermano, a su amigo.

¿Para qué? ¿No es preciso ir a sus recreos? ¿No es de la más alta importancia que se asista a reuniones? Muchas veces, para eso se enfrentan a reales cansancios, y el Sagrado Corazón de Jesús está a dos pasos, y ¡nadie se incomoda por Él! Pero ¿qué decir de un alma consagrada al Sagrado Corazón de Jesús, cuya vocación es la de amar este Divino Corazón por aquellos que no lo aman, la de acordarse por aquellos que no se acuerdan, de reparar por aquellos que sucumben? Tiene un medio fácil y muy eficaz de realizar su vocación, la contemplación; pero una bagatela le retiene, su misa será distraída, su oración fría. Oh Divino Corazón, ¿deberás repetir aún: busqué consoladores y los encontré? ¡Oh! No, te consolaremos y te amaremos.

III. La negligencia en el celo apostólico

Una tercera forma de ingratitud es el olvido de enseñar el Sagrado Corazón de Jesús a las almas que nos están confiadas o sobre las cuales podemos ejercer influencia. ¡Si, al menos, atrajésemos a la santa Comunión tantas almas que desfallecen sin este Pan de Vida! ¡Si depositásemos en estos corazones una pequeña llama de fuego de amor para preservarlas del fuego de la voluptuosidad! Pero, si el corazón es hielo, ¿cómo podríamos tener la caridad de un apóstol? ¡Oh dolor! Nuestro Señor pidió tanto que la devoción a su Divino Corazón fuese propagada, y nos quedamos inertes. ¿Qué hacemos nosotros, apóstoles, con el título de este amable Corazón? ¿No tenemos, también nosotros, necesidad de que alguien repare por nosotros? ¡Ah! ¡Que nunca sea así!

Imitemos a estos sacerdotes valientes que Catalina Emmerich vio y que sostenían la Iglesia a sus hombros, ¡la Iglesia donde se encontraba el santuario con el Santísimo Sacramento!

No hablamos aquí de misas, de comuniones sacrílegas, de tantos pecados cometidos por distracción de los sacramentos y en el propio templo de Dios por los amigos y por los siervos del Divino Salvador y, en tanto, es preciso decírselo: ¡qué abominaciones se cometen en el Santuario!

Pero corramos el velo y pidamos, antes, la misericordia, encarnada en el Divino Corazón de Jesús, de querer bien derramarse en tantas almas que lo olvidan y que lo ofenden, y de perdonarnos a nosotros mismos la negligencia que pusimos en cumplir nuestra sublime vocación.

Practiquemos, de ahora en adelante con el mayor celo, la virtud de la religión respecto de la Santa Eucaristía.

Contemplemos a Jesús abajado ante su Padre en el Santo Sacramento. Los actos sublimes de adoración que Él practica en su Corazón hacen y harán para siempre el éxtasis eterno de los bienaventurados. Más que nadie, Él conoce la grandeza de la divinidad y su derecho único de reinar sobre todos los seres. ¡Oh! ¡Cómo Jesús cumple con amor y respeto este deber religioso para con Dios su Padre, y cómo para eso llama a las almas! Él quiere que ellas comulguen en su estado de Hostia y de Holocausto que es la perfecta adoración.

Es en su vida eucarística como el Sagrado Corazón de Jesús quiso, sobretodo, ser honrado y consolado: “Uno de mis más duros suplicios, decía a la Beata Margarita María, era cuando este Divino Corazón se me presentaba a mí con estas palabras: Tengo sed, pero una sed tan ardiente de ser amado por los hombres en el Santísimo Sacramento, que esta sed me consume, y no encuentro a nadie que, según mi deseo, se esfuerce por matarme la sed, retribuyendo de algún modo a mi amor.”

Fue para responder a esta dolorosa lamentación que la humilde virgen de Paray se esforzó por dar a la devoción y a la reparación al Sagrado Corazón de Jesús una forma que podemos llamar eucarística.

Resolución. – Estoy confundido, mi Buen Maestro, con todas mis tibiezas y con todas mis fuerzas, no sé qué decirte. Yo creo, adoro; aumenta mi fe, inflama mi corazón para que se vuelva en fin tu consolador.