PADRE LEONARDO CASTELLANI: UN RELENTE DE ROSAS

Conservando los restos

TERCER MISTERIO DOLOROSO

LA CORONACIÓN DE ESPINAS

Después de azotado Cristo, los soldados de la Cohorte romana lo maltrataron y befaron, y Pilatos lo presentó al pueblo desde el balcón del Pretorio diciendo: «Aquí tienen al hombre”.

La masa agolpada debajo gritó: «Crucifícalo»

Probablemente no era la misma gente que el Domingo de Ramos lo había recibido en Jerusalén con aclamación y palmas.

El pueblo es variable en sus humores, inconstante y tornadizo. Las turbas o muchedumbres son esencialmente influenciables.

Pero aquí no era la misma muchedumbre.

Los amigos de Cristo, lo mismo que sus Apóstoles, estaban escondidos o apartados.

Esta vez atropellan a Cristo los soldados romanos que lo habían azotado, como dos horas antes los siervos del Pontífice, y los mismos Jueces que lo habían condenado.

La «cohorte” romana era la décima parte de una «legión», la cual constaba de unos 6.000 hombres. No estaban allí les 600 hombres de la cohorte por supuesto, pues se mudaban en turnos de guardia.

Como habían oído que este hombre, que para ellos era simplemente un reo de muerte, había dicho ser el Rey de los Judíos, hicieron burla dél echándole encima un trapo color púrpura, poniéndole una caña en las manos a guisa de cetro y en la cabeza un trenzado de gruesas espinas como corona real; la cual golpeaban con cañas para clavarla.

«Y venían a Él y decían: ¡Salud, Rey de los judíos!, y le daban bofetones».

Entretanto Pílalos había tratado de negociar la salvación de Jesús poniéndolo como candidato al indulto de Pascua enfrente de Barrabás; pero el pueblo eligió a Barrabás, influenciado por los sacerdotes, escribas y prelados.

Les bastó decir a aquella gente bruta: «Si soltamos a éste, que es un sedicioso, vendrán los ejércitos romanos y nos destruirán», que fue justamente lo que les sucedió 40 años después, pero no ciertamente por haber soltado a Cristo sino por haber elegido a Barrabás; y es lo que sucede a todas las naciones que sueltan a los criminales y castigan a los virtuosos.

Pilatos, pues, hizo traer a Jesús en el estado lastimero en que estaba, encorvado de dolor y vestido de rey de burlas y mojiganga; y lo mostró a todos diciendo: “Ecce homo»: aquí tienen al hombre. Si lo dijo por ironía o por compasión, no sabemos; posiblemente las dos cosas.

La Virgen miró a su Hijo desde abajo; Él tenía los ojos sellados de sangre; pero Él era el verdadero Rey, y Pilatos era un monigote.

—¡Crucifícalo! ¡A la cruz! ¡A la cruz!

—¿A vuestro Rey tengo que crucificar? (Esta vez con ironía)

—¡No tenemos otro Rey más que al César! (Y el César los va a destruir dentro de poco).

—Yo soy inocente entonces de la sangre deste Justo (dijo Pilatos; lo cual era mentira).

—¡Caiga su sangre sobre nosotros y sobre nuestros hijos! (la cual cayó).

Pilatos hizo traer una jofaina y se lavó ostentosamente las manos; pero no se lavó su culpa.

Fue un mal juez, un hombre inicuo y un varón cobarde, que es una de las peores cosas que pueden existir.

Su mujer, Claudia Porcia, le había mandado decir que por favor no se mezclara en la muerte dese hombre, porque ese hombre era un justo; y el cobarde Gobernador dos veces había reconocido públicamente que era inocente.

Y sin embargo se levantó, se sentó pro-tribunali, es decir, en la silla curul, y pronunció en voz alta la fórmula jurídica de la sentencia de muerte: “Ibis ad crucem»: «Irás a la cruz».

Decir con las palabras que Cristo fue inocente no es lo mismo que decirlo con las obras.

El 25 de abril de 1933 un tribunal judío, compuesto de 5 jueces, revisó en Jerusalén el antiguo proceso de Jesús de Nazaret, y pronunció solemnemente por cuatro votos contra uno que el acusado fue inocente, y que su muerte fue un enorme error de la raza hebrea, la cual se haría un honor en repararlo.

Repararlo ¿cómo? Si Cristo fue inocente, Cristo es realmente el Hijo de Dios.

No dice la revista francesa donde se lee esto si los cuatro jueces se hicieron después cristianos; porque realmente, si Cristo fue inocente, dijo la verdad al decir que era el Hijo de Dios; pues, si no dijo la verdad, entonces fue un blasfemo y según la Ley de Moisés debía morir: apedreado o crucificado, no hace al caso. Sería culpable, y no habría tal “enorme error”.

Para reparar ese «enorme error» la raza hebrea va a tener que hacer una cosa enorme, que por ahora no se ve cerca; pero que creemos algún día hará.

“Si eres el Hijo de Dios, baja de la cruz y creeremos en Ti»

— «Creed en Mí, y bajaré de la Cruz».

La Santísima Virgen, posiblemente la única persona del mundo en ese momento, sabía que el ‘Ecce Homo’ que tenía enfrente vestido de rey de burlas, era el Rey verdadero; y que Pilatos era la mojiganga. Sabía María que la corona de espinas se iba a transformar en corona de luz; que el cetro de caña se iba a volver vara de hierro; y el andrajo de púrpura, ropaje de resurrección.

Saber eso, no le impedía sufrir indeciblemente por los dolores de su Hijo y el crimen de su pueblo; pero le impedía doblarse bajo el sufrimiento.

Allí estaba de pie, mirando al «gusano y no hombre, desprecio del vulgo y escarnio de la plebe», como lo llamó el Profeta; en un éxtasis de dolor y de esperanza.