Padre Juan Carlos Ceriani: LA CIRCUNCISIÓN DE NUESTRO SEÑOR

Sermones-Ceriani

LA CIRCUNCISIÓN DE NUESTRO SEÑOR

Carta de San Pablo a Tito, II, 11-15: Porque se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, la cual nos ha instruido para que renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos vivamos sobria, justa y piadosamente en este siglo actual, aguardando la dichosa esperanza y la aparición de la gloria del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo; el cual se entregó por nosotros a fin de redimirnos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo peculiar suyo, fervoroso en buenas obras. Esto es lo que has de enseñar.

Muy propiamente, al ser circuncidado el Niño nacido para nosotros, se le da el nombre de Salvador, por lo mismo que desde aquel instante empezó a realizar nuestra salud, derramando por nosotros su Sangre inmaculada.

Y así, no deben preguntar ya los cristianos por qué haya querido Cristo ser circuncidado. Fue circuncidado por el mismo fin por el cual nació y padeció.

Nada de esto por su causa, sino que todo fue en bien de los elegidos.

Ni nació en pecado; ni fue circuncidado por el pecado, ni murió por sus pecados, sino por nuestros delitos.

El Santo Nombre fue pronunciado por el Ángel antes de ser concebido. Con toda propiedad, se dice que fue llamado, no que le fuera impuesto, pues este Nombre le es propio desde la eternidad. Por su misma naturaleza le es propio el ser Salvador.

Este misterio está muy bien explicado y anunciado en los primeros Salmos del Salterio.

Cualquiera que sea la disposición y la conexión de todo el resto del Salterio, sin duda hay una conexión muy clara entre el Salmo Primero y el Segundo. ¡Cuán sobresaliente es la transición de uno a otro!

El Salmo Primero expone toda la economía del plan divino. Su primera palabra es el anuncio de la felicidad. Los dos primeros versículos nos muestran las condiciones fáciles a costa de las cuales se conquista esta felicidad.

El tercer versículo nos muestra el ejemplo y el medio de encontrar la felicidad en este árbol plantado al borde de las aguas vivas, que no es otro que el Verbo hecho carne, fuente inagotable de fecundidad para el alma justa que vive de sus méritos y de sus recompensas.

Los últimos versículos revelan el contraste entre el destino del malvado y el del bueno, felicidad eterna del segundo, pérdida eterna del primero.

Este primer salmo, en su marco restringido, es pues toda la obra de Dios que se anuncia, es la última palabra que se dice en el tiempo y en la eternidad.

Después de eso, si nos quedara a nosotros buscar, predecir cuál debería ser el objeto del siguiente salmo, seguramente, diríamos, que debe ser una canción de amor, un himno de reconocimiento, un grito de alegría, una aclamación a Dios que así nos ofrece la felicidad, o más bien que Él mismo viene a traérnosla enviándonos a su Hijo encarnado, modelo y principio de nuestra justicia como de la bienaventuranza que debe coronarla.

Sí, sin duda debería haber sido así. Pero no fue así como se recibió en la tierra el don de Dios; no es así como la Palabra, entrando en su propio dominio, fue recibida de los suyos.

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Y el salmista, tanto historiador como profeta, clama al comienzo del segundo cántico: ¿Por qué se amotinan las gentes, y las naciones traman vanos proyectos? Se han levantado los reyes de la tierra, y a una se confabulan los príncipes contra el Señor y contra su Ungido. “Rompamos, dicen, sus coyundas, y arrojemos lejos de nosotros su yugo”.

Pero, ¿por qué este levantamiento de naciones y pueblos? ¿Por qué esta conmoción de reyes y esta conspiración de príncipes?

Dios acaba de dar el programa de su ley, cuya primera palabra es la promesa de la bienaventuranza, y cuya última, es cierto, es una amenaza, pero una amenaza dirigida sólo a los malvados; ¿por qué, de repente, por qué todo este ruido, toda esta revuelta, toda esta conjuración?

¿Por qué? ¡Ah! es porque el hombre, abusando de su libertad, imitó la perversidad del diablo. Porque allí también, en el cielo de los ángeles, vimos la misma emoción, la misma trama. Allí también están los líderes, los reyes, los primeros entre los ángeles que se ponen a la cabeza del movimiento contra Dios y contra Cristo. Tan pronto como se presentó a sus adoradores, hubo la misma oposición, la misma protesta, la misma rabia.

Dios los había llenado de bienes, investidos de los más ricos privilegios de la naturaleza y la gracia, reservados para los mismos destinos de bienaventuranza y gloria. Pero la malicia prevaleció en muchos contra toda la bondad de Dios; celos, odio en sus corazones contra Cristo; levantaron el estandarte de la rebelión y dijeron: «Rompamos sus coyundas, y arrojemos lejos de nosotros su yugo».

Esto es lo que sucedió en las mismas alturas del cielo entre los ángeles. Y esto es lo que ha pasado y lo que sigue pasando entre los hombres.

Dios promete la felicidad y para ello sólo pide la observancia de su ley, y nos da en la persona de su Hijo hecho hombre el modelo perfecto para la observancia de su ley.

¡Y bien! Este Dios, este Cristo, serán llamados tiranos; su ley, por suave que sea, la llamarán cadena, y recurrirán a todas las pasiones para romper esta cadena; se llamará yugo, y todas las fuerzas de la humanidad estarán llamadas a rechazar este yugo en la medida de lo posible: Rompamos sus coyundas, y arrojemos lejos de nosotros su yugo.

Todo el contenido de este segundo salmo se puede resumir así: es la resistencia, la sublevación de los hombres contra el Reino de Dios y de su Cristo, y el establecimiento de este Reino a pesar del incesante levantamiento de los hombres.

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San Agustín, trae nuevamente este pensamiento y lo enlaza con los primeros versículos de este Salmo: Pongamos manos a la obra para que Cristo no nos ligue y que no nos sea impuesta la religión.

Pongamos manos a la obra: fue todo el esfuerzo de Herodes, de Pilato, de Caifás, del Sanedrín, de los Fariseos, de los judíos y de los gentiles.

¿Por qué se amotinan las gentes, y las naciones traman vanos proyectos? Se han levantado los reyes de la tierra, y a una se confabulan los príncipes contra el Señor y contra su Ungido.

Verdaderamente se aliaron contra Él, Herodes y Poncio Pilato, los gentiles y el pueblo de Israel.

La oposición a Jesucristo se convirtió desde ese día en un lazo de amistad entre hombres hasta entonces enemigos: el odio común contra Jesús reconcilia a Herodes y Pilato. Divididos antes, se unieron contra Jesús; y se unieron en el odio y en la persecución.

Pongamos manos a la obra: este fue el esfuerzo del paganismo durante tres siglos. De Nerón a Majencio…; así el temblor de los pueblos, el clamor de la sociedad.

Pongamos manos a la obra fue el esfuerzo del espíritu humano en todos los tiempos y, si después de seguir todas las épocas de la historia, escuchamos los gritos de guerra, las imprecaciones de la actualidad, si nos preguntamos por qué los escalofríos de las naciones modernas, las agitaciones de los pueblos…; se nos dirá, para que Cristo no nos ligue y que no nos sea impuesta la religión…

Pero quizás, después de veinte siglos, los gobernantes son más sabios que las antiguas naciones, los gobiernos más ilustrados y mejor inspirados que los pueblos del pasado…

Pero, si prestamos oído a la entrada de sus asambleas políticas, si nos introducimos en el secreto de sus deliberaciones, descubriremos que la experiencia no los ha beneficiado, que no han aprendido a no conspirar contra Dios y contra su Cristo.

¡Pobre de nosotros! La experiencia de veinte siglos de derrotas fue tan inútil para los príncipes como para los pueblos. Siempre las mismas sombras, la misma rivalidad, la misma oposición: Rompamos sus coyundas, y arrojemos lejos de nosotros su yugo

Y donde las naciones estaban tranquilas, fueron los príncipes quienes buscaron excitar el temblor; donde la gente sólo soñaba con el descanso, fueron los príncipes quienes tramaron proyectos culpables.

Escuchemos las políticas de los diversos países…; divididos por mil intereses, por mil antipatías, por mil prejuicios nacionales… Pero la pasión los une contra Dios y contra su Cristo, contra la Iglesia de Dios, contra el sacerdocio y todo lo santo…

La hostilidad contra Cristo hace que las alianzas sean imposibles de otra manera, y ella suspende los más empedernidos celos y odios nacionales. Estuvieron peleando ayer, hoy se están besando. Tan pronto como el cetro de Cristo esté en juego, interpretarán juntos la escena: Y desde aquel día se hicieron amigos Herodes y Pilato

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Lo que David profetizó, la historia lo ha confirmado y lo prueba todos los días: la misma oposición permanente, la pugna feroz, la contienda que renace aún más después de algún relajamiento: Rompamos sus coyundas, y arrojemos lejos de nosotros su yugo

Pero conservemos la calma y el gozo… Si el Salmo profetizaba una oposición incesante al Reino de Dios y a su Cristo, también anunciaba el triunfo constante de este Reino, a pesar del antagonismo de pueblos y príncipes.

Ya en el último versículo el Salmista dijo de pasada una palabra que conviene notar: Meditati sunt inania. Sí, todas estas tramas son vanos proyectos, inútiles e impotentes.

El resto del Salmo nos lo dirá maravillosamente: El que habita en los cielos ríe, el Señor se burla de ellos. A su tiempo les hablará en su ira, y en su indignación los aterrará…

¡Oh Dios mío!, que otros pongan su gloria y usen su energía para luchar contra Ti, para luchar contra tu Cristo, su Iglesia, su sacerdocio…; nosotros, ¡Dios mío!, nos apostamos y disponemos, con todo el ardor de nuestra voluntad, con toda la fuerza de nuestra convicción y de nuestra alma, del lado de los que Te alaban, que Te bendicen, que saludan tu realeza y la de tu Hijo.

Y separándonos netamente de los príncipes del pueblo, de los fariseos y de los jefes de la Sinagoga, nos mezclamos con la muchedumbre más inspirada que Te acogió como el verdadero Rey de Israel; y, como ella, echando palmas en tu camino, cantamos con ella: Hosanna a Cristo, Hijo de David, hosanna en las alturas.

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El que habita en los cielos ríe, el Señor se burla de ellos. A su tiempo les hablará en su ira, y en su indignación los aterrará…

Nos preguntamos con el salmista, ¿por qué el amotinamiento de las naciones y los vanos proyectos de los pueblos; por qué las armas de los reyes y las asambleas de los príncipes contra Dios y contra su Cristo; por qué, en definitiva, este grito unánime de todos los conspiradores: Rompamos sus coyundas, y arrojemos lejos de nosotros su yugo…?

Atravesando rápidamente la serie de siglos, hemos reconocido que esta oposición a Dios y a su Cristo, que asombró al salmista, ha sido un hecho permanente en el mundo; y que, desde que el mismo Lucifer elevó el estandarte de la rebelión en el Cielo, sus secuaces de todas las condiciones, pero principalmente sus secuaces poderosos y coronados, nunca dejaron de luchar bajo su bandera y de atacar como él contra Dios y su Cristo.

¿Cuál fue y cuál será el resultado de esta oposición hasta el final? ¿Para quién será la victoria? ¿Para Dios, o para las naciones clamorosas y sus reyes armados? ¿Para Cristo, o para los pueblos revolucionados y sus líderes confederados?

Una palabra del profeta real ya nos ha tranquilizado: Meditati sunt inania… Traman vanos proyectos…

Todo este ruido, todas estas consignas, todos estos despliegues de fuerza, todo esto está condenado de antemano a la impotencia y a la locura: Traman vanos proyectos

Naciones y pueblos, reyes y príncipes, están completamente ciegos para llevar adelante siempre la misma trama estéril: ¿Por qué se amotinan las gentes, y las naciones traman vanos proyectos?

¡Ah! si alguien tendría que haber triunfado, era Lucifer. Ninguno de sus agentes humanos igualará jamás sus atrevidos y desesperados esfuerzos. El mismo Anticristo será menos formidable que Lucifer.

Ahora bien, cuando el mismo Lucifer fue derrotado, nuevamente se plantea la pregunta, ¿ qué pueden esperar las naciones y los reyes, los pueblos y los príncipes? ¿Por qué se amotinan las gentes, y las naciones traman vanos proyectos? ¡Cállense, abandonen esa rabia inútil!

El que habita en los cielos ríe, el Señor se burla de ellosA su tiempo les hablará en su ira, y en su indignación los aterrará…

Quien domina todas las agitaciones humanas desde la altura del Cielo, Quien domina la tierra, Dios se reirá de ellos; y el Señor, es decir Jesucristo, el Dios encarnado, se burlará de ellos.

Han realizado su atrevido esfuerzo contra la doble Persona del Padre, que está en los Cielos, y del Hijo, que se encarnó; y he aquí que son entregados a la burla del Padre celestial y de su Hijo encarnado.

No tendrán el beneplácito ni del Padre, que está en los Cielos, ni del Hijo, de Cristo, que está en la tierra; y vencidos allá arriba, serán también vencidos aquí abajo: El que habita en los cielos ríe, el Señor se burla de ellos.

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Así como Cristo se burló de sus adversarios durante su vida, del mismo modo hará que la malicia de sus enemigos sirva para su propia gloria; convertirá los esfuerzos de su rabia infernal en su propio beneficio… ¿No es eso reírse señaladamente de ellos?

Veamos dónde terminan todas las tramas de los Herodes, Caifás, y Pilatos, de los príncipes de los sacerdotes, de los judíos y gentiles, y, finalmente, de los demonios, quienes son los instigadores secretos de todo el asunto.

Levantan falsos testigos contra Cristo, sobornan a un traidor contra él, lo clavan a una cruz, sellan su sepulcro y lo tienen custodiado por soldados. Ahora, al hacer todo esto, se convierten, sin sospecharlo, en los instrumentos de la obra de la redención y los garantes del milagro de la resurrección.

Toda su rabia fue impotente y en vano. El que ellos crucificaron es Dios; Aquél cuyo sepulcro habían sellado es eterno.

Cristo se burla de su impiedad, que se ve alejada del triunfo que creían haber obtenido.

Es así como convenía burlarse de sus adversarios, estableciendo el principio de su salvación en el triunfo mismo de su crimen: El que habita en los cielos ríe, el Señor se burla de ellos

Lo que Jesucristo hizo durante su vida mortal es lo que el mismo Jesús, glorioso en el Cielo y todavía viviendo en su Iglesia, ha continuado haciendo durante veinte siglos: el Señor se burla de ellos…

¿Cuál fue el resultado final de todos los ataques de los oponentes de su Evangelio, de su Iglesia, de su representante, de su sacerdocio? Después de sus persecuciones, de sus agitaciones, la Iglesia fue más próspera, la verdad más triunfante que antes.

Al presentar obstáculos, se convirtieron en medios en manos de Dios. Jesucristo hizo salir la gloria, la fuerza, la fecundidad de su Iglesia de las pruebas que le fueron levantadas. Se burló con sus oponentes sujetándolos al carro de su triunfo; se burló de ellos aún más divinamente sometiéndolos a su gracia.

¡Bienaventurados los que comprenden estas delicadas burlas y estas dulces chanzas del amor paternal!

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Para aquellos que persisten en su rebelión, les espera otro destino. A su tiempo les hablará en su ira, y en su indignación los aterrará

Después que Dios se ríe de sus oponentes, realizando su obra a pesar de sus contradicciones y haciéndolas servir a sus planes, después que lucha el amor contra el odio, si el odio persevera, si persiste la resistencia, luego Dios hace resonar el trueno con su voz irritada, hace resonar la amenaza de su venganza: en su indignación los aterrará

Y si esta lección no se escucha, pasa de la amenaza a los efectos, y en el exceso de su furia, desconcierta, sacude, desgarra, desarraiga a sus insolentes enemigos: A su tiempo les hablará en su ira, y en su indignación los aterrará

Después de aquellos famosos gigantes de la primera época que la ira divina hizo desaparecer del mundo, contemos, a lo largo del camino de los siglos, contemos, si podemos, los cadáveres de todos esos otros gigantes derribados y revolcados que tapizan el suelo de la historia humana… ¡Y si tan sólo hubieran sido arrojados del pedestal de su poder terrenal!

¡Pero, a cuántos, después de habérseles arrancado la corona de la frente, se les ha impuesto en esa frente magullada el sello de la reprobación eterna!

No habían pasado todavía tres siglos desde la muerte de Cristo que Lactancio escribió un tratado completo sobre la muerte de los perseguidores. ¡Tantas páginas habría para agregar a este tratado!

Jesucristo los aterrará, los perturbará, los sacudirá, los derribará de arriba abajo en el exceso de su furor: A su tiempo les hablará en su ira, y en su indignación los aterrará

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En estos días navideños, días del más hermoso triunfo del amor de Dios hacia los hombres, que el Señor no nos hable con ira, que no nos rechace con furor; que reconozca en nosotros a sus fieles seguidores, sus fieles soldados, sus fieles súbditos.

Durante su vida mortal, este Hombre-Dios fue sensible a la constancia de quienes nunca lo abandonaron en sus pruebas, y les dijo con ternura: Sois los que habéis permanecido conmigo en mi angustia; y he aquí que os preparo un reino, como el mismo Padre lo preparó para mí, para que comáis y bebáis en mi mesa en mi Reino.

Que ninguna tentación, ningún miedo, ningún interés humano, ninguna pereza de mente o de voluntad, ninguna complacencia culpable nunca nos separe de Cristo, nuestro Dios, nuestra Cabeza, nuestro Maestro.

Y si las naciones y pueblos, los reyes y príncipes quieren conquistarnos para su oposición; si por contrataciones sacrílegas, el demonio y el mundo, tiranos indomables, quieren asociarnos al partido de la rebelión, sepamos cómo resistir a estos sobornos impíos; no nos sometamos a esas corrientes de opinión ficticias que quieren inventar contra Dios y contra su Cristo.

Recordemos ese grito de guerra que se ha vuelto contra sus enemigos y ha sido puesto sobre los labios de los hijos de Dios: Rompamos sus coyundas, y arrojemos lejos de nosotros sus ataduras…

Rompamos todas las coyundas del mundo y arrojemos lejos de nosotros las ataduras del diablo…