PADRE CERIANI: VIDA SANTA HOY DESPRESTIGIADA

Conservando los restos

SANTA EUFRASIA

(1796 – 1868)

24 de abril – Martirologio Romano: En Anjou, Francia, Santa María de Santa Eufrasia (Rosa Virginia Pelletier), virgen, que fundó el Instituto de las Hermanas del Buen Pastor, para acoger piadosamente a las mujeres de vida ligera, llamadas Magdalenas.

En un artículo anterior (ver aquí) hice referencia a Santa Eufrasia; pero dije que no era ese el lugar para tratar sobre ella. En efecto, no era decente mezclar esta vida ejemplar con tanta procacidad y lubricidad.

Hoy le damos el lugar que le corresponde.

Numerosas son sus biografías y referencias, especialmente las consignadas en las Actas del Proceso de su Canonización.

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Rosa Virginia Pelletier nació en el noroeste de Francia, en Noirmoutier, una pequeña isla, no lejos de la desembocadura del Loira. Fue el 31 de julio de 1796, durante los años de la Revolución y la heroica resistencia de los vandeanos.

Sus padres fueron Julius Pelletier, que era médico local y gozaba de gran fama; y su madre Anne Mourain, que perteneció a una rica familia francesa. Se casaron en Soullans el 7 de agosto de 1781. En esa localidad de la región de Países del Loira, departamento de Vendée, nacieron sus primeros 7 hijos antes de que migraran a la isla de Noirmoutier en 1793.

Rosa Virginia fue la octava de nueve hermanos. Julius y Anne, ambos católicos convencidos y tradicionales, seguían los consejos de la Santa Iglesia y sus buenos pastores. Si hubiesen seguido las recomendaciones de Jorge Mario Bergoglio, Rosa Virginia no hubiese visto la luz y la Santa Iglesia tendría una Santa menos…; lo mismo podemos decir de otros tantos Santos, nacidos en el seno de familias numerosas.

En 1793, cuando el Terror asoló Francia, esos pueblos se mantuvieron fieles a sus creencias, constituyendo la religión su bien más valioso. Fue en ese ambiente de persecución que vino al mundo la hija de Julien Pelletier y Anne Mourain, como un lirio de inocencia que brota en mitad de la tempestad.

En ausencia de sacerdotes, el mismo día de su nacimiento sus padres la bautizaron en secreto, poniéndole el nombre de Rosa Virginia. Sólo al año siguiente, tras la llegada del primer sacerdote a la isla, pudo recibir la bendición de un ministro sagrado, completando el Sacramento, que de forma tan sencilla había recibido.

La infancia de la pequeña Rosa estuvo marcada a fondo por esos acontecimientos. Sus padres, originarios de Soullans, se habían mudado a Noirmoutier en 1793, debido a las sospechas levantadas por su dedicación a los buenos sacerdotes amenazados de aquella ciudad.

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Todos los religiosos que ejercían su ministerio en la isla, y con los que la niña estaba en asiduo contacto, eran auténticos confesores de la fe y habían enfrentado numerosas tribulaciones por amor a Jesucristo y su Iglesia.

Estas figuras emblemáticas adquirieron a los ojos de Rosa Virginia una luz especial, como sólo el sufrimiento puede dar; grabando de forma indeleble en su infantil corazón el valor y la dignidad del sacrificio y del heroísmo.

Estas impresiones ejercieron una influencia muy grande en el desarrollo de su personalidad y, sobre todo, en la completa aceptación con la que más tarde correspondería a la llamada de la Providencia.

De hecho, la voz de Dios se hizo oír muy pronto en el fondo de su alma pura y generosa. En 1807, poco después de la Primera Comunión, oyó con nitidez, en su interior, la llamada a las vías de la perfección. Sabía, no obstante, que para lograr ese objetivo tendría que vencer rudas batallas, entre las cuales la más ardua de todas sería librada contra un terrible adversario: su temperamento.

Poseía un carácter muy vivo, que a veces la conducía a ciertos excesos, a la impertinencia en las respuestas y al deseo de hacer su propia voluntad. Sin embargo, su conciencia le llevaba enseguida al arrepentimiento de la falta cometida y a repararla con penitencias.

La lucha sin cuartel contra sus propios defectos procedía de esa aguerrida concepción de la existencia y de la deliberación irrevocable de realizar el ideal ya propuesto, como ella misma confesó a una de sus hermanas, a quien le había sido confiada su educación: “Será necesario doblegarme, lo sé, pero seré religiosa”.

Dios prueba desde muy temprano a los que ama. No faltó en la infancia y adolescencia de Rosa Virginia tal signo de predilección. En 1805 perdió a su hermana preferida, Victoria Emilia, y al año siguiente a su padre.

Inicialmente, su madre contrató a una institutriz, que enseñó en casa a Rosa y a sus hermanos las primeras lecciones y materias básicas. Pero inició formalmente sus estudios en una institución creada en Noirmoutier por las hermanas Ursulinas. Rosa Virginia demostró una aguda inteligencia, así como gran caridad y vocación de ayuda hacia los demás.

A la vista de las dificultades con las que se encontró, Anne determinó regresar a Soullans y confiar los estudios de Rosa Virginia a una amiga de la infancia, la Madre Pulchérie Chobelet, fundadora de la Asociación Cristiana, destinada a la educación de la juventud, en Tours.

El ambiente del centro educativo estaba muy lejos de proporcionarle las consolaciones de la intimidad de su hogar, pues la Madre Pulchérie trataba a las alumnas con excesiva severidad. Sin embargo, Dios se servía de esta situación para modelar el alma de Rosa, preparándola para su gran misión. Antes de convertirse en fundadora y superiora, era necesario que se ejercitara en la obediencia y aceptase las humillaciones como medio eficaz de doblegar su propia voluntad; obedecer con verdadera sumisión, para después mandar con auténtica autoridad.

El fruto más grande de su estancia en Tours fue la explicitación de su vocación.

Cerca del lugar donde vivía, un edificio de muros austeros intrigaba el espíritu de la joven, causándole una inexplicable atracción. Era el Refugio de Nuestra Señora de la Caridad, que pertenecía a la congregación fundada por San Juan Eudes para acoger a jóvenes mujeres de mala vida o en dificultad, deseosas de reparar las caídas del pasado y comenzar una nueva etapa.

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San Juan Eudes (1601-1680) fue un sacerdote misionero francés, fundador de la Congregación de Jesús y María y de la Orden de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio.

San Juan se dolió mucho cuando vio los refugios inadecuados para las prostitutas que buscaban escapar de esa vida. Madeleine Lamy, que se había preocupado por algunas de esas mujeres, se le acercó en una ocasión y propuso a San Juan abordar el problema. De este modo, en 1641 fundó la Orden de Nuestra Señora de la Caridad del Refugio, en Caen, para proporcionar refugio a las prostitutas que deseaban hacer penitencia. Tres monjas visitandinas acudieron en su ayuda durante un breve período, y en 1644 se abrió una casa en Caen.

El carisma de esta institución iba al encuentro de las aspiraciones del corazón de la adolescente Rosa Virginia, que ardía por conquistar almas para Jesús. Su sueño de vida religiosa se transformaba ahora en una invitación clara para entregarse a Dios dentro de la obra de San Juan Eudes.

El 20 de octubre de 1814, Rosa Virginia Pelletier ingresaba como postulante en el Refugio de Tours, perteneciente a la Orden fundada por San Juan. Se formó en la espiritualidad de su fundador, se nutrió de su mística y su misión. Heredó su amor a las personas heridas por el pecado y el celo por la salvación de las almas, voto específico de esta Orden: «Un alma vale más que un mundo».

Durante los primeros meses la joven de 18 años ya había sorprendido a la comunidad, demostrando que poseía una madurez muy superior a la que se podía esperar a su edad.

Entonces recibió el encargo de enseñar el catecismo a las penitentes, es decir, a las jóvenes que habían sido acogidas allí para enmendarse. Desempeñó su papel con éxito, dando rienda suelta al entusiasmo de su apostólica alma.

Llegó el día de su admisión en el Noviciado, donde vestiría el hábito blanco de la Congregación y escogería el nuevo nombre en religión. La elección de Rosa Virginia recayó sobre Santa Teresa de Jesús, a quien admiraba mucho.

No obstante, la Superiora era de otra opinión y, con la intención de darle una lección de humildad, le objetó: “¿Queréis el nombre de tan gran santa? ¿Pretendéis igualarla, pobrecita aspirante a la perfección religiosa?” Y sentenció: “Id a buscar en la Vida de los Santos el nombre más humilde y escondido que haya”.

Rosa obedeció sin murmurar y eligió como patrona a Santa Eufrasia, una religiosa de vida muy sencilla.

En todo momento, la Hermana María Eufrasia era de una flexibilidad excepcional con respecto a sus superioras. En las horas de recreación, no obstante, revelaba su jovialidad, desdoblándose en delicadezas con sus hermanas ancianas e irradiando a su alrededor la alegría desbordante de su alma.

“No puedo recordarla sin que se renueve en mí la dulce reminiscencia de las virtudes heroicas, que la vi practicar como novicia, dando a las Madres ancianas la esperanza de ser la gloria y honra de nuestra congregación”, escribía una de sus compañeras.

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Tras su profesión religiosa, en 1817, la Hermana Eufrasia recibió la delicada tarea de Maestra de las penitentes.

Dotada de un equilibrado carisma de dirección, no tuvo recelo de juntarse a sus subalternas en las conversaciones y paseos, ingeniándoselas para distraerlas. No obstante, cuando se trataba de la Ley de Dios se mostraba tan severa e inflexible que preferían cualquier penitencia a una sola mirada de reprobación de su maestra.

“Tenía un no sé qué de imponente y de atrayente a la vez, que se ganaba todos los corazones”, comentaba uno de sus confesores.

De este modo, amada y respetada, adquirió dentro de su comunidad gran consideración que iba en aumento, hasta el punto de que cuando en 1825 se reunió el Capítulo para la elección de una nueva superiora fue elegida por unanimidad, antes de cumplir los 29 años.

La elevación al cargo confundía su humildad y sus propósitos de obediencia. Sin embargo, la consideración de su propia nada no le impedía ejercer la autoridad con firmeza, como se demostró en su decisión de instituir Las Magdalenas.

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Durante los años de experiencia entre las penitentes, había constatado con pesar que muchas de esas jóvenes, sinceramente convertidas, deseaban completar su enmienda de vida abrazando el estado religioso. Pero no encontraban ningún instituto que las aceptasen. Por eso la santa veía la urgencia de erigir una congregación, sufragánea del Refugio, destinada a acoger esas vocaciones.

Fueron muchos los obstáculos que el Consejo de la Comunidad presentó cuando la Madre María Eufrasia les hizo partícipe de su proyecto fundacional. Sin embargo, convencida de estar siguiendo una inspiración del Espíritu Santo, declaró: “Me habéis nombrado superiora; soy indigna de ello, estoy confusa; pero, en fin, ya que soy la superiora, fundaremos las Magdalenas”.

Santa María Eufrasia comienza ese mismo año 1825 con cuatro novicias. En poco tiempo la nueva obra tomó vida y el número de vocaciones sobrepasó las expectativas de la fundadora.

La osada empresa estaba, no obstante, muy por debajo de la insaciable sed de almas de la Madre María Eufrasia, cuyas realizaciones nunca parecían estar a la altura de sus propios anhelos apostólicos. Se diría que la Tierra era demasiado pequeña para la medida de su celo, pues su ardoroso espíritu participaba en cierto sentido del infinito amor de Jesús por los pecadores.

Con todo, Dios, que alimentaba tales deseos en su corazón, no dejaría de proporcionarle los medios para que se cumpliesen.

En 1829 las hermanas de Tours fueron invitadas a abrir un Refugio en la ciudad de Angers e instalarse en el antiguo edificio del Buen Pastor. Sobrecogida de viva alegría, la Madre Eufrasia aceptó enseguida y se desplazó hasta allí, con el objeto de organizar el incipiente monasterio.

A invitación del Obispo Charles Montault, se fundó, pues, la casa de Angers, y fue llamada «Buen Pastor», en memoria de la casa con un apostolado similar, que había existido allí en el siglo anterior.

Sin perder un ápice de su humildad y de su respeto por la autoridad, la joven superiora (de la que una de sus admiradoras dijo que «tenía madera para gobernar un reino»), consiguió, con la ayuda de la providencia, fundar el nuevo Instituto del Buen Pastor.

Los primeros meses fueron duros, debido a la falta de recursos materiales; pero, superados estos obstáculos, comenzó “la era de los milagros” para el Refugio del Buen Pastor: llovían los donativos, las vocaciones se multiplicaban y se erigió una hermosa capilla.

En 1831 La Madre María Eufrasia fundó allí mismo una comunidad contemplativa; y sus constituciones fueron aprobadas por el Obispo Montault en 1834.

Para esto hizo venir algunas de Tours para poder comenzar bien. El éxito que consiguió ahí fue tan maravilloso, que las gentes se opusieron a dejarla volver a su comunidad de Tours.

Una vez establecida la nueva comunidad en Angers, la santa Madre alimentaba el sueño de ampliar la actuación de su Orden más allá de las fronteras de Francia y de Europa.

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Mas el hecho de que cada monasterio de la congregación tuviese autonomía administrativa ocasionaba falta de unidad y presentaba muchas dificultades a la expansión de la obra. Existía la imperiosa necesidad de dar a las novicias una formación uniforme, bajo una única autoridad, de manera a mantener la cohesión entre las diversas fundaciones en el mundo entero. Era preciso reunir todas las casas bajo un único Generalato.

La oportunidad se presentó en 1833, con motivo de la apertura de un monasterio en Le Mans. Con la aprobación del obispo de Angers y el acuerdo unánime del Capítulo, se determinó que la nueva fundación permanecería dependiente de la Casa Madre de Angers, a cuya superiora la nueva comunidad le debería obediencia.

Comprendiendo, pues, que inevitablemente surgirían dificultades si cada casa dependía de un obispo diferente y tenía su propio noviciado, como sucedía en el Instituto de Nuestra Señora de la Caridad, la Madre Santa Eufrasia (como la llamaban las gentes) decidió centralizar la organización, fundar un noviciado único y hacer que se nombrara a una superiora general con poder de trasladar a las religiosas de una casa a otra, según las necesidades. A pesar de la oposición y del temor natural que le producía el ejecutar un cambio tan radical, la Madre Pelletier defendió con firmeza ese medio de promover la causa por la que todas las religiosas trabajaban.

Así es cómo organiza en un Generalato las fundaciones que le piden realizar, y nació la nueva Congregación: Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor, en la ciudad de Angers, diferente a la Orden fundada por San Juan Eudes, a la que tanto apreciaba y cuyo espíritu conservará siempre con un gran cariño: rescatar a las mujeres caídas y defender a las que se hallaban en peligro.

Su genialidad fue crear un pequeño monasterio contemplativo en el interior del gran monasterio apostólico, en otros edificios, espacios de jardines y huerta, unido jurídica económica y espiritualmente al gran monasterio.

Cuando Santa María Eufrasia las funda, les da el modelo del Carmelo. Por eso su hábito fue el de las carmelitas. Los primeros hábitos fueron hechos por las carmelitas de Tours para las 4 novicias. Su Regla es la de Santa Teresa de Jesús.

Luego, en Angers, las Hermanas Magdalenas también son como un pequeño Carmelo al interior del gran Monasterio. Su vida es semejante a la del Carmelo. Tienen clausura muy estricta, la misma búsqueda de lo Absoluto de Dios.

Se dedican a la intercesión y a la penitencia, por la conversión de las jóvenes y mujeres que llegan a Nuestra Señora de Caridad en Tours y en Angers.

La orientación específica de la comunidad era la oración y la conversión. Comprendió que a través de su vida de oración y de silencio, las hermanas Contemplativas aportarían también una fecundidad espiritual al apostolado de la comunidad.

Para Santa María Eufrasia, la imagen del Buen Pastor es la que mejor expresa el amor misericordioso de Dios para con nosotros. Decía a sus Hermanas: «Jesús el Buen Pastor es el verdadero modelo a quien debemos tratar de imitar … No harán ningún bien, si no tienen los pensamientos y afectos del Buen Pastor, del que tienen que ser las imágenes vivas». “Ir tras las ovejas perdidas sin otro descanso que la cruz, otro consuelo que no sea el trabajo, otra sed que no sea por la justicia”.

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La misma Constitución fue aplicada, en los años siguientes, a otras fundaciones y el Generalato se convirtió en un hecho consumado en la Orden, a la espera de la aprobación de Roma.

Y la espera se hizo en medio de las mayores incomprensiones, críticas y murmuraciones. Todas las Hermanas la han elegido por unanimidad como Superiora General, pero los que miran mal la obra no le perdonan: ¿Qué se ha figurado esa vanidosa, presumida y llena de ambición?…

En los dos años de expectativa de la aprobación pontificia, muchos sufrimientos se abatieron sobre la Madre Eufrasia, debido a la acérrima oposición del Refugio de Tours, por parte de los Padres Eudistas y de numerosos Obispos, en cuyas diócesis estaban instaladas las casas de la Congregación.

En sus múltiples pruebas y dificultades, que incluyeron acusaciones de espíritu de innovación, ambición personal y deseo de autoridad, Santa Eufrasia dio pruebas de fortaleza heroica y absoluta confianza en Dios.

Y ella repetía: “Como he dado a luz a mis hijas en la cruz, las quiero más que a mí misma. Mi amor tiene sus raíces en Dios y en el conocimiento de mi propia miseria, pues comprendo que a la edad en que hacen la profesión, yo no hubiese sido capaz de soportar tantas privaciones y un trabajo tan duro”.

Tan fuerte fue la prueba que, una noche, agotada de pesar, se arrodilla, toma la pluma y escribe a Roma: Si el Santo Padre encuentra dificultad en que yo sea la Superiora General, me someto humildemente.

Pero al mismo tiempo la llaman a fundar en otras ciudades y en la misma Roma, adonde llega con ilusión enorme de ver al Papa Gregorio XVI, quien le dice: Ahora voy a ser yo quien va a sostener vuestro Instituto.

Y así llega la aprobación el 3 de abril de 1835, por medio de un Breve Apostólico, en el que el Papa Gregorio XVI declaraba a la Superiora de Angers Madre General de todos los monasterios de la Congregación de Nuestra Señora de la Caridad del Buen Pastor.

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Con la bendición del Papa, la Congregación ya no cuenta con resistencias. A partir de ahora, empiezan aquellas fundaciones interminables. Los hechos no tardarían en darle la razón a la fundadora: la Obra del Buen Pastor se desarrolló prodigiosamente, difundiéndose por los cinco continentes, de tal manera que cuando falleció había dejado 110 Monasterios donde vivían en armonía Hermanas profesas, Novicias, Magdalenas, Penitentes y otras tantas categorías de jóvenes, con un total de casi 20.000 hijas espirituales.

Los progresos de la congregación fueron muy rápidos, y las nuevas fundaciones hacían un bien inmenso en dondequiera se instalaban.

La Madre María Eufrasia es y se siente feliz, como la reina en esa colmena de la Casa Madre, lo expresa con una comparación: En esta Casa-Madre hay una abeja-madre que os ama con afecto inmenso y se consagra enteramente a vosotras para vuestra felicidad. Hay magníficas Hermanas Profesas que son las mejores obreras. Hay otro enjambre de más jóvenes, nuestras queridas Novicias, esperando desplegar sus alas para volar al trabajo. Estando en oración, Nuestro Señor me ha hecho ver numerosos enjambres que partían de la Casa-Madre para formar nuevas colonias en otras partes de Europa, Asia, África y América.

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La Madre María Eufrasia vio con gozo indecible cómo uno de esos enjambres volaba a América, hacia Chile, y después a todos los demás países americanos.

¡Chile, la misión de mi amor!… ¡Hermanas! Estáis en América, en esta misión objeto de mi amor… Mandadme alguna cosita de América. No tengo más que una nuez que me enviaron de allí, y yo la llevo a todas partes para enseñarla…

Esto explica su dicho tan repetido: Nuestra vida debe ser siempre el celo; y este celo debe abrazar al mundo entero.

En 1867 su salud comenzó a debilitarse. Sufrió una severa neumonía que la debilitó notablemente. Quedó a los cuidados de sus Hermanas de la Congregación. Tras una larga enfermedad, soportada con admirable paciencia, la Madre Eufrasia entregó su alma a Dios el 24 de abril de 1868 en la ciudad de Angers.

En aquel rostro sufrido e inánime, en el que poco quedaba de juvenil belleza, se reflejaba, no obstante, el espíritu de una verdadera esposa de Jesucristo, hija fiel de la Iglesia, en la que no hubo fraude. Su último holocausto fue el epílogo victorioso y feliz de una noble existencia, vivida tan sólo para la gloria del Altísimo.

Sus restos fueron inhumados en el Convento principal de las Hermanas del Buen Pastor de Angers.

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Al Creador le complace en ocasiones avergonzar a los sabios del mundo (cf. I Co 1, 27-28) escogiendo a criaturas débiles desde el punto de vista humano para la realización de grandes obras. Con todo, otras veces, se gloría de llamar a su servicio a personas de naturaleza muy bien dotadas, cuyas cualidades ensalza, derramando con abundancia su gracia sobre ellas.

Rosa Virginia Pelletier pertenecía a esta segunda categoría de almas: viva e intrépida, de porte elegante y hermosa fisonomía, en la que se reflejaban un alma clara y un raciocinio lógico y perspicaz.

Al calor de los rayos del amor divino, la niña temperamental se transformó en la “mujer fuerte” (Eclo 26, 2), de espíritu maduro y temple férreo, como tan bien lo expresan las siguientes palabras pronunciadas por Pío XI durante la reunión general de la Sagrada Congregación de Ritos, del 31 de enero de 1933, en la que fue aprobada su beatificación: “No le falta nada de lo que se llama grandeza humana y que se multiplica indefinidamente, cuando esa grandeza se consagra no a cosas humanas o de iniciativa caducas, sino a cosas sobrenaturales, celestiales, divinas. No le falta nada: ni el esplendor de los grandes y vastos pensamientos, ni los ejemplos de voluntad operosa y creadora; en ella hay un verdadero talento organizador, una fuerza, una perseverancia de voluntad consciente y victoriosa de todos los obstáculos y dificultades”.

Semejante a su isla natal de Noirmoutier, Santa María Eufrasia supo ser el istmo entre la multitud de almas aisladas por el pecado, o azotadas por el mar de las tentaciones, y el continente seguro y acogedor de la misericordia divina.

También contra ella se abatieron los grandes oleajes de la adversidad, de la aridez, de la persecución y de la angustia, que no lograron debilitarla; antes bien, conservó siempre un equilibrio admirable, una noble e inmutable serenidad, segura de poder contar con la benevolencia de Dios.

En vida, logró ver el avance de su Congregación, con la fundación de numerosos monasterios guiados por sus propios preceptos.

Fue una figura muy respetada en vida; tras su muerte, se convirtió en una figura referente para la religión.

El 11 de diciembre de 1897, el Papa Leo XIII la nombró Venerable; el Papa Pío XI la beatificó el 30 de abril de 1933; y el Papa Pío XII la canonizó el 2 de mayo de 1940.