50 AÑOS DEL NOVUS ORDO MISSÆ

Conservando los restos

LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO

 

Texto del vídeo publicado Aquí

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ESCUCHAR ESPECIAL DE CRISTIANDAD

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Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ… Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante… Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…

Luego de haber estudiado la historia de la Santa Misa desde San Pedro hasta San Pío V y de haber analizado las diversas partes de la Santa Misa de Rito Romano y sus correspondientes oraciones, hemos considerado los antecedentes remotos e inmediatos de la misa nueva.

A continuación, emprendimos el estudio general y particular de ésta. De este modo, consideramos los autores y los fines de la nueva misa, examinamos la explicación de la nueva misa dada por los innovadores modernistas, especialmente la Institutio Generalis.

Cuatro puntos esenciales de la primera versión de este documento llamaron nuestra atención y exigieron su estudio:

— a) La transubstanciación.

— b) El carácter propiciatorio del sacrificio.

— c) El carácter sacerdotal del ministro sagrado.

— d) La definición de la nueva misa.

Una vez acabado este análisis, comenzamos el estudio de los cambios producidos en el Ordo Missæ.

Ya sabemos que los autores de la nueva misa sometieron la Misa Católica a lo que, según el propio Bugnini, estamos obligados a llamar una revolución.

En efecto, el padre de la nueva misa, el sepulturero de la Misa Católica, Annibale Bugnini, en una conferencia de prensa del 4 de agosto de 1967, expresó:

No se trata sólo de retoques en una obra de arte de gran precio; a veces es necesario dar nuevas estructuras a ritos completos. Se trata de una restauración fundamental, diría casi de una refundación, y, en algunos aspectos, de una nueva creación.

El objetivo del Nuevo Ordo era, por lo tanto, hacer desaparecer al Antiguo. La reforma de Pablo VI se caracteriza por el deseo de arrasar el pasado. Mientras que San Pío V autorizó el mantenimiento de todos los ritos que tenían más de doscientos años de antigüedad, Pablo VI pretendió eliminarlo todo.

Los reformadores querían absolutamente la desaparición del Misal Romano, el aniquilamiento del Rito Romano.

Descubrimos en esa intención lo que Dom Guéranger denunciaba acerca de los jansenistas: «La primera característica de la herejía antilúrigica es el odio a la Tradición en las fórmulas del culto divino».

¿Por qué eliminar el rito antiguo? Los autores del nuevo ordo lo confiesan:

«El énfasis puesto por el canon romano sobre la noción de sacrificio es problemático desde un punto de vista ecuménico», declaró en 1968 Max Thurian.

Entrando ya en los detalles, un estudio somero y rápido de los ritos del novus ordo missæ revela tres características principales:

1ª) Un relajamiento general de la liturgia.

2ª) La desnaturalización del Ofertorio.

3ª) Los ataques contra el Canon Romano.

En el último Especial hemos considerado el relajamiento general.

Hoy trataremos la segunda característica.

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DESNATURALIZACIÓN DEL OFERTORIO

Como todos los protestantes, Max Thurian, de la comunidad de Taizé, tenía sobre la Santa Misa, doctrinas condenadas por la Iglesia.

Sin embargo, él consideraba que podía utilizar el nuevo rito introducido por Pablo VI en 1969.

Usted, sacerdote católico, no profesa los errores de Max Thurian, y, sin embargo, piensa que puede, en conciencia, celebrar la Misa utilizando ese nuevo rito.

Y usted, simple feligrés, tampoco profesa los errores de Max Thurian, y, a pesar de ello, considera que puede, en conciencia, asistir a una misa celebrada por un sacerdote según el nuevo rito.

¿Quién interpreta correctamente el Novus Ordo Missæ, ustedes o Max Thurian?

Relajamiento 1

Pablo VI junto a los autores del N.O.M., entre ellos Max

Esta es la cuestión que ningún católico ilustrado puede descuidar de estudiar, ya que la Santa Misa ocupa un lugar destacado en el culto católico y en la salvación de las almas.

El Ofertorio es una parte muy importante de la Misa.

Por su naturaleza, ¿qué debe contener? Una ofrenda, en un espíritu de oblación y de propiciación y no sólo una presentación de dones.

Una misa sin Ofertorio no puede ser aceptada por la sana doctrina.

¿Responde a la sana doctrina una misa que no tiene Ofertorio, y en su lugar despliega la simple presentación de dones, desprovista de un verdadero sentido de oblación propiciatoria?

OFERTORIO2

El 4 de abril de este año, en la Entrega que lleva por título De San Gregorio Magno a San Pío V, hemos considerado el Desarrollo del Ofertorio (ver Quinta Entrega). De allí resumimos:

HISTORIA DEL OFERTORIO

En los primeros siglos la ofrenda de la materia del sacrificio era realizada por parte de los fieles. Estas ofrendas consistían principalmente en el pan y el vino, pero también en otros dones. Lo que se necesitaba para el sacrificio, pan y vino, era llevado al altar por el diácono; el resto era utilizado para el mantenimiento del clero y de los pobres.

Desde el siglo IV, esta procesión fue acompañada por un Salmo. La antífona de este Salmo se mantuvo después de la desaparición de la procesión y constituye nuestra actual Antífona del Ofertorio.

Al final de la ofrenda, el obispo recitaba una oración sobre los dones para el sacrificio. El Sacramentario de San Gregorio habla de una Oratio super oblata (Oración sobre las ofrendas); pero Bossuet afirma que a veces se la llamó Oratio super secreta (Oración sobre los dones apartados). Esto explicaría su nombre actual de Secreta.

Tal era lo esencial del Ofertorio: ofrenda de los fieles y oraciones sobre las ofrendas.

La ofrenda de los fieles gradualmente cayó en desuso; pero en las Galias, para penetrar más profundamente el significado, el sacerdote y los fieles se habían acostumbrado a recitar ciertas oraciones privadas durante el curso de la oblación. Ellas aparecen en el siglo IX en los Misales galos y mozárabes; y el Misal Romano las adopta entre los siglos XI y XIV.

Es interesante ver cómo, mientras tanto, estas simples oraciones privadas fueron puestas en orden para resaltar cada aspecto del Ofertorio. De este modo, varios Santos Obispos han juzgado oportuno distinguir:

— la oblación del pan y del vino,

— la oblación de nosotros mismos,

— la invocación del Espíritu Santo,

— detallar los motivos de nuestra oblación.

El desarrollo del Ofertorio se hace progresivamente. Los ritos cartujo y dominico corresponden aproximadamente a los rituales utilizados en los siglos XI y XIII, y permiten tener una idea de este.

En el siglo XIV el Ofertorio es concluido. Es bajo esta forma que será codificado dos siglos más tarde por San Pío V en el Misal Romano de 1570; y ya no tendrá ningún cambio en adelante.

EL SIGNIFICADO DEL OFERTORIO

(razones de este desarrollo)

Esta ofrenda es la que Jesucristo hace de sí mismo a su Padre, si bien se realiza sólo en el momento de la Consagración. Como la Luz divina, demasiado intensa para nuestros ojos, podría cegarnos, si la recibimos de inmediato, la Iglesia la refracta en rayos de diferentes colores a través del prisma de la Santa Liturgia: las oraciones de la Misa son rayos que muestran matices diferentes de un solo sacrificio, que alcanza su máxima intensidad en el medio del Canon.

¿Qué es lo específico del Ofertorio?

El pan y el vino no se ofrecen en sí mismos, pues el único Sacrificio de la Santa Misa es el de Jesucristo. Bajo los signos del pan y del vino, ya es el sacrificio de Cristo, es la Hostia Inmaculada, lo que se ofrece previamente.

Nuestra ofrenda de pan y de vino no tiene valor en sí misma; sólo el Sacrificio de su Hijo es aceptable al Padre Eterno.

¿Por qué entonces ofrecer pan y vino antes de que sean transubstanciados? ¿Por qué no hacer presente de inmediato la Santa Víctima, única que puede interceder por nosotros?

Por una razón de conveniencia: antes de ser transubstanciados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el pan y el vino deben ser separados, dedicados a Dios.

Es cierto que no permanecerán substancialmente después de la Consagración; pero las apariencias del pan y del vino, los accidentes, envolverán al Divino Salvador; y de la misma manera que un vaso sagrado, que va a contener el Cuerpo o la Sangre de Cristo, no puede ser utilizado sin haber sido consagrado o bendecido previamente, es muy conveniente dedicar el pan y el vino que prestarán su apariencia a Dios.

Al igual que el pan y el vino, la oblación de los fieles es relativa: no tiene en sí misma su razón de ser, y sólo toma su significado por la oblación de Cristo, de la que depende absolutamente.

Por lo tanto, no hay un «sacrificio de los fieles» separado del Sacrificio de Cristo. Es en y por el Sacrificio de Cristo que la ofrenda de los fieles toma su realidad.

Pero, precisamente, porque este Sacrificio de Cristo, que es lo esencial, ocupa el lugar principal de la Misa (el Canon), el Ofertorio sirve para manifestar el sacrificio de los fieles.

El Ofertorio, entonces, es:

— la ofrenda previa del Sacrificio de Cristo,

— y en esta ofrenda previa, la ofrenda (relativa) del pan y del vino, que representa el sacrificio (relativo) de los fieles.

En el momento de la Adoración, en la Consagración, ya no hay pan ni vino, ni sacrificio de los fieles, sino el único Sacrificio de Cristo, Cabeza de la Iglesia, ofrecido bajo las especies de pan y de vino.

Mientras se espera ese momento, el Ofertorio resalta la parte relativa y humana del Sacrificio. Papel delicado que implica colocar (provisionalmente) lo relativo en primer plano, sin olvidar, sin embargo, su relatividad, y sin ocultar el Sacrificio perfecto.

Las oraciones introducidas en la Edad Media son muy apropiadas para manifestar todo esto.

El Padre Calmel, O.P., ha resumido claramente esta doctrina en su artículo Le Repas Mystique, de junio de 1970:

Gracias al Ofertorio, que muy explícitamente hace referencia a la Pasión, somos advertidos desde el comienzo de la Misa propiamente dicha (lo que precede es sólo la pre-Misa) que la Iglesia hará algo completamente diferente a una comida simplemente conmemorativa de la muerte de Jesús y de la Última Cena.

La Iglesia hará presente sobre el altar el Sacrificio de Cristo; Jesucristo pronto estará presente bajo las apariencias del pan y del vino como realmente inmolado.

Es por eso que la Iglesia tiene tanto cuidado en dejar en claro, después de separar el pan y el vino, que los reserva para el sacrificio, que los ofrece ya simbólicamente en vista del Santo Sacrificio y de la Comunión.

En este Ofertorio se trata de algo totalmente diferente de agradecer al Señor porque ha hecho fructificar los trabajos de los campos; se trata de una cosa muy diferente a bendecir la comida que Dios da, como lo hacemos antes de sentarnos a la mesa.

Se trata de ofrecer el pan y el vino en preparación de la oblación que Cristo hará de su Cuerpo y Sangre cuando cambie, a través del ministerio del sacerdote, el pan en su Cuerpo y el vino en su Sangre.

Desde el Ofertorio, tan pronto como descubrimos el cáliz, tan pronto como tenemos en nuestras manos la patena cargada con la hostia, tan pronto como levantamos la tapa del copón con las pequeñas hostias, queremos destacar el destino sacramental del pan y del vino; queremos disponernos a lo que el Señor pronto cumplirá a través de nuestro ministerio; hacemos nuestro mejor esfuerzo para concordar nuestra ofrenda interior con la ofrenda de nuestras manos; absolutamente deseamos, desde nuestro primer contacto con la hostia y con el cáliz, de comprender y hacer comprender la finalidad sacramental de nuestra ofrenda, y no dejar ningún equívoco sobre nuestra intención.

Es algo distinto a la bendición de una comida, por muy religiosa y más solemne de lo habitual; es otra cosa que una acción de gracias por los frutos de la tierra y del trabajo humano; es algo diferente que la preparación para una conmemoración vacía e inoperante de la Última Cena.

Es una ofrenda cuyo significado es único: preparar el Sacrificio de Cristo, que será ofrecido en toda verdad por la doble consagración; es preparar la Comunión, que será real en virtud de la residencia en nosotros mismos del Cuerpo de Cristo bajo la apariencia de pan; es preparar estos misterios sin ninguna ambigüedad posible y disponernos de ellos internamente.

misa iv

LAS ORACIONES DEL OFERTORIO

Que este es el verdadero significado del antiguo Ofertorio, tenemos la prueba en las Liturgias Orientales, que tienen muchos paralelismos con la Liturgia Latina, y por el testimonio de los Padres de la Iglesia.

El ritual de la gota de agua mezclada con el vino es ocasión para que muchos Padres de la Iglesia especifiquen la unión de nuestro sacrificio al de Cristo.

Pero esta intención, que explica y sobreentiende la ofrenda de los fieles no está explícita en el rito; por eso la Liturgia requiere que las palabras expresen el gesto que se realiza. Por lo tanto, era normal que el gesto del Ofertorio fuera apoyado por oraciones vocales.

Era necesario mencionar el significado de la ofrenda; y, para hacerlo, recordar explícitamente el sentido del Santo Sacrificio y el propósito de la Santa Misa.

Las oraciones del Ofertorio, tal como serán codificadas por San Pío V, constituyen así una magnífica explicación de la ofrenda; ellas lo manifiestan en cada uno de sus elementos: ofrenda de pan, ofrenda del vino, ofrenda de los fieles, invocación al Espíritu Santo, etc.

Se trata verdaderamente de un desarrollo, de un despliegue del Ofertorio.

Consideremos estas oraciones (se puede ver también el Especial sobre las partes de la Misa II, Decimoprimero Entrega).

  1. a) Oblación del pan

La primera oración, Suscipe, sancte Pater, resume ya todo lo que es útil saber sobre el Sacrificio:

Recibe, oh Padre Santo, omnipotente y eterno Dios, esta hostia inmaculada, que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco a Ti, mi Dios vivo y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, y por todos los circunstantes, así como también por todos los fieles cristianos vivos y difuntos; a fin de que a mí y a ellos nos aproveche para la salvación y vida eterna. Así sea.

¿A quién se ofrece el sacrificio? A Dios: Padre Santo, omnipotente y eterno Dios.

¿Quién sacrifica? El sacerdote: que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco.

Es muy conveniente que la primera oración del Ofertorio manifieste el carácter peculiar del sacerdote: no ofrece estos dones de la misma manera que los feligreses, ya que está marcado del Sacramento del Orden, y es por sus manos que Jesucristo ofrecerá su Sacrificio. Por lo tanto, se comprende que él sea el primero en invocar la Divina Misericordia por sus pecados, enfatizando su indignidad.

¿Qué se ofrece? Esta hostia inmaculada, es decir, Jesucristo, cuya ofrenda se actualizará en la Consagración.

¿Por qué se ofrece? En expiación: por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias.

¿Por quién? Por el sacerdote primero, luego por los fieles, vivos y muertos, para obtener la vida eterna: por todos los circunstantes, así como también por todos los fieles cristianos vivos y difuntos; a fin de que a mí y a ellos nos aproveche para la salvación y vida eterna.

b) Preparación del Cáliz

El sacerdote recita la oración Deus, que humanæ substantiæ bendiciendo y vertiendo una gota de agua en el vino que será consagrado:

Oh Dios, que maravillosamente formaste la naturaleza humana y más maravillosamente la reformaste: + concédenos, por el misterio de esta agua y vino, que seamos participantes de la divinidad de Aquel que se dignó hacerse partícipe de nuestra humanidad, Jesucristo, tu Hijo Señor Nuestro, que, Dios como es, contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Así sea.

Este rito de agua mezclada al vino proviene de Nuestro Señor Jesucristo. Era una costumbre judía. San Justino ya lo menciona en el año 150 como proveniente de Cristo.

Este rito manifiesta la unión de la naturaleza humana con la naturaleza divina en la Persona de Nuestro Señor. Los Padres griegos también veían aquí un recuerdo de la sangre y el agua que corrió del costado de Cristo. Finalmente, es el símbolo de la inclusión de nuestra ofrenda en el sacrificio de Cristo.

La oración que la acompaña también es muy antigua: se trata de una colecta romana de Navidad, un poco modificada (por la introducción de por el misterio de esta agua y vino), ya presente en el Sacramentario de San León Magno (+ 461); ella ingresa en el Ordinario de algunas diócesis alrededor del año 900.

Esta oración, tal cual, la hallamos en el grupo de misales de los siglos X y XI, calcados sobre el ordinario renano de San Galo, llevado a Italia y Roma por los benedictinos.

Es un maravilloso resumen de la historia de la salvación (Encarnación y Redención). Todo el significado del Santo Sacrificio se resume allí; mientras que la gota de agua expresa nuestra adhesión a la Redención.

c) Oblación del Cáliz

La ofrenda del Cáliz de salvación es análoga a la de Hostia inmaculada, pero se destaca la primera persona del plural:

Te ofrecemos, Señor, el Cáliz de salvación, implorando tu clemencia para que suba con olor de suavidad hasta el acatamiento de tu Divina Majestad, para nuestra salvación y la de todo el mundo. Así sea.

Esta oración es bien antigua (siglo VIII o IX), y en todo caso anterior a su introducción en el Rito Romano.

d) Oblación de los fieles: In spiritu humilitatis.

Terminada la oblación del pan y del vino, que representó relativamente también la oblación de nuestras personas, es apropiado que una oración mencione explícitamente esta ofrenda de nosotros mismos, y es esto que se hace aquí de manera inequívoca: … suscipiamur a Te, Domine

Recíbenos, Señor, animados de un espíritu humilde y de un corazón arrepentido; y tal efecto produzca hoy nuestro sacrificio en tu presencia, que del todo te agrade, oh Señor y Dios nuestro.

Esta oración, que se remonta al menos al siglo IX, está inspirada en la de los tres jóvenes arrojados al horno por Nabucodonosor porque se negaron a adorar a un ídolo. Privados de Templo y de Sacrificios, los jóvenes solicitaron a Dios aceptarlos en holocausto.

e) Invocación del Espíritu Santo: Veni Sanctificator

Ven, oh Dios santificador, omnipotente y eterno, y ben + dice este sacrificio preparado para gloria de tu santo nombre.

¿Por qué invocar particularmente al Espíritu Santo al ofrecer el sacrificio? Este es un rasgo común a todas las liturgias. Los griegos tienen este llamamiento al Espíritu Santo después de la Consagración, pero era normal que el Rito Latino, más preocupado por el orden lógico, lo colocara antes de la acción propiamente sacrificial.

Hay dos razones para justificar la invocación de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad:

1ª – El sacrificio debe ser necesariamente aceptado por Dios. Ya que el sacrificio está dispuesto, es apropiado acudir a esta intervención divina, tradicionalmente atribuida al Espíritu Santo, como lo demuestra la Secreta del viernes de Pentecostés: Señor, que el sacrificio ofrecido en tu presencia sea consumido por aquel fuego divino, con el cual fueron encendidos los corazones de los apóstoles.

2ª – Como el Cuerpo del Salvador se formó en el seno purísimo de la Virgen María por la operación del Espíritu Santo, también es por su operación que Él debe hacerse presente sobre el Altar. Si sólo a través de la transubstanciación puede realizarse, es normal este llamado al Santificador.

No se puede dudar de que esta oración, donde pedimos el descenso del Espíritu Santo para hacer del pan el Cuerpo y del vino la Sangre de Jesús, sea muy antigua, pues se la encuentra ya en la liturgia de los griegos. San Cirilo de Jerusalén (autor del siglo IV) nos dice en términos formales que ella se encuentra en el uso común de las iglesias.

En Occidente, encontramos esta oración en forma de canto en la liturgia irlandesa del siglo VIII.

En las Misas solemnes, se inserta aquí una incensación de las oblatas.

f) Lavabo

El lavado de las manos, que tenía un propósito práctico, sirve sobre todo para simbolizar la pureza indispensable al sacrificador.

La costumbre de la recitación de los versículos del Salmo XXV (Lavabo inter innocentes manus meas…) se extendió en el siglo XI.

Se destacan las menciones del altar, de la oración de alabanza, de la casa del Señor y de las santas asambleas, expresiones todas que concuerdan con la celebración de la Santa Misa:

Lavaré mis manos entre los inocentes; y rodearé oh Señor, tu altar. Para hacerme eco de los cánticos de alabanza, y proclamar todas tus maravillas. Yo he amado, oh Señor, el decoro de tu casa, y la mansión de tu gloria. No pierdas, Dios mío, mi alma con los impíos, ni mi vida con los hombres sanguinarios. Cuyas manos están manchadas de maldad, y su diestra cargada de sobornos. Yo, en cambio, he procedido con inocencia; líbrame Tú y ten piedad de mí. Mi pie ha andado por el camino recto. En la asamblea de los fieles te bendeciré. Gloria al Padre …

El Salmo 25, del cual se extraen estos versículos, hace hablar a Nuestro Señor, que pide a Dios su Padre aceptar el sacrificio perfecto que Él ha venido a ofrecer. El versículo he procedido con inocencia, por lo tanto, no se aplica a la persona del sacerdote que lo recita, sino a la de Jesucristo (ver Dom Guéranger, Explicación de la Santa Misa).

g) Oblación a la Santísima Trinidad: Suscipe, sancta Trinitas…

Recibe, oh Trinidad Santa, esta oblación que te ofrecemos en memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y en honor de la bienaventurada siempre Virgen María, del bienaventurado San Juan Bautista y de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, y de éstos y de todos los Santos; para que a ellos les sirva de honor y a nosotros nos aproveche para la salvación, y se dignen interceder por nosotros en el cielo aquellos de quienes hacemos memoria en la tierra. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.

Después de la incensación y del lavado de las manos, la oración Suscipe, sancta Trinitas llama la atención de los asistentes a la idea central de la Misa: la del sacrificio.

Ella recoge en una especie de síntesis todas las diferentes ofrendas detalladas anteriormente. Pero esta oración, sin embargo, no constituye una duplicación, porque expresa tres verdades esenciales, no formuladas previamente (aunque a menudo figuran implícitamente):

Suscipe, sancta Trinitas: el sacrificio se ofrece a Dios, Uno y Trino, como Él mismo se reveló.

Ob memoriam Passionis: El sacrificio, desde el comienzo, debe referirse explícitamente al único Sacrificio agradable a Dios, por el cual acepta el nuestro: la Pasión de su Hijo.

Et in honorem Beatæ Mariæ semper Virginis…: Porque los Santos son parte del sacrificio ofrecido.

En Jesucristo se recapitula toda la Iglesia, toda la Iglesia es ofrecida. Por lo que es importante para nosotros, miembros de la Iglesia militante, aclarar aquí que la Iglesia Triunfante también se está ofreciendo con nosotros. Para nosotros, que esperamos los felices efectos del sacrificio, ya es una promesa de éxito.

Una palabra de esta oración evoca fuertemente esta gran verdad: et istorum (en honor de … de estos). ¿De quién se trata? De los Santos cuyas reliquias están encerradas en el Ara (sabemos que los primeros cristianos celebraban la Misa sobre la tumba de los mártires). El Altar, que representa a Cristo, incorpora las reliquias que representan el sacrificio de los Santos.

Toda la Iglesia triunfante es parte del sacrificio ofrecido en la Santa Misa, de la misma manera que estas reliquias son parte del altar. In altari, Ecclesia concorporalis et consecramentalis est Christo (Sobre el altar, la Iglesia forma con Cristo un solo cuerpo y un solo sacramento, decía Alger de Lieja (+ 1130). San Agustín ha desarrollado abundantemente este aspecto en De Civitate Dei, L. 22, c. 10).

La Iglesia venera especialmente a la Virgen María; ella se dirige hacia Ella para ofrecerle el sacrificio que Ella ofreció, primero y de manera apropiada, en virtud de la relación personal que tuvo con el Verbo encarnando en su seno purísimo.

Admitida en el siglo XII en el Misal Romano, esta oración se remonta, en lo esencial, a la Liturgia Ambrosiana.

h) Intercambio de oraciones. El sacerdote besa el altar, se vuelve hacia el pueblo y, abriendo y cerrando los brazos, se encomienda a las oraciones de los fieles diciendo:

Orad, hermanos, a fin de que este sacrificio mío y vuestro, sea aceptado en el acatamiento de Dios, Padre omnipotente.

Y el pueblo le responde, orando por él, en estos términos:

El Señor reciba de tus manos este Sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, y para nuestro provecho y el de toda su Santa Iglesia.

Sacerdote: Amén.

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Orate, frates…

Vemos, pues, como el Rito Latino, al recibir oraciones de origen galicano para el desarrollo del Ofertorio, ha mantenido su propio carácter: les dio un arreglo lógico, detallando cada aspecto de la ofrenda.

El resultado es tan expresivo que el Ofertorio recibió en la Edad Media el apodo de «Pequeño Canon».

El Ofertorio ciertamente expresa en parte las mismas ideas que el Canon; pero esta es una pre-ofrenda que, necesariamente, debe ser distinta de la verdadera ofrenda-sacrificio (la del Canon) debido a su doble función específica:

— la puesta a parte y la santificación de la materia del sacrificio.

— la manifestación, por el ofrecimiento, de esta materia (que dará al Cuerpo y a la Sangre de Cristo accidentes sensibles), de la unión de nuestro sacrificio con el de Cristo.

Tal es ya el significado implícito del antiguo Ofertorio que las oraciones de la Edad Media simplemente explicitan.

Más aún, la necesidad de este desarrollo se demostró más tarde, en el siglo XVI, por el ataque de los protestantes en su contra.

El Ofertorio asume así una nueva importancia, como baluarte del Santo Sacrificio: la venerable oración del Canon, en la que se realiza el Santo Sacrificio, está así protegida de toda incursión enemiga, de toda profanación. No se puede acceder a él sin pasar por esta fortificación que le da un significado incuestionablemente católico.

Recordemos con qué celoso cuidado los primeros cristianos protegían el corazón del Santo Sacrificio de toda mirada profana. Estaba prohibido que un incrédulo lo viera o escuchara la mínima palabra; incluso los catecúmenos eran excluidos de él; y era una falta grave revelar el texto venerable del Canon a una persona que todavía no estaba suficientemente informada sobre el significado de los misterios, porque era exponerlo a ser mal interpretado, y así profanado.

Habiendo desaparecido el baluarte del secreto, fue necesario construir otro; y el desarrollo del Ofertorio durante la Edad Media ofreció la inmensa ventaja de proporcionar, incluso antes del comienzo de la Acción Sagrada, una introducción detallada a su celebración.

El Ofertorio da su significado a la Santa Misa, la define, protege al Canon.

Dom Guéranger enseñó que el cambio en los asuntos litúrgicos sólo puede ser justificado por una expresión más precisa de la doctrina. El despliegue del Ofertorio proporciona un ejemplo brillante.

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EL OFERTORIO PROTESTANTE

Al exponer la actitud de los protestantes en cuanto al ofertorio, al pastor Reed escribe:

«La procesión del ofertorio continuó teniendo lugar en varias localidades hasta la Edad Media. Cuando finalmente desapareció, fue reemplazada por una serie de ceremonias y oraciones de carácter absolutamente diferente. Estas se desarrollaron como una función sacerdotal, y no como la acción del pueblo. Ellas anticipan la consagración y el «milagro de la Misa» e invocaban la bendición de Dios en vista del sacrificio eucarístico que se iba a ofrecer.

En el siglo XIV, lo que se llamó el «pequeño canon» incluía, además de oraciones, la mezcla de agua y vino, la ofrenda de la hostia y del cáliz, la incensación del altar, del pan y del vino, el lavado de las manos. Las oraciones del ofertorio eran de diversos orígenes, principalmente galicano. Se reconoció que eran de menor calidad que las oraciones del canon que las seguía.

La oración central del ofertorio, Suscipe Sancte Pater, es una exposición perfecta de la doctrina católica romana sobre el sacrificio de la misa.

Todos los reformadores rechazan el ofertorio romano y su idea de una ofrenda por los pecados hecha por el sacerdote, en lugar de una ofrenda de acción de gracias hecha por el pueblo.

Lutero, con su convicción de que el sacramento es un don de Dios al hombre, y no de una ofrenda del hombre a Dios, llamó al ofertorio romano una «abominación» donde uno «entiende y siente en todas partes la oblación”.

Repudiando todo lo que tiene indicios de sacrificio y de ofertorio, junto con todo el canon, Lutero escribe: «conservemos sólo lo que es puro y santo, y que así se ordene nuestra misa» (Formula missæ, 1523)”.

El pastor luterano tiene toda la razón cuando afirma que “la oración central del ofertorio, Suscipe Sancte Pater, es una exposición perfecta de la doctrina católica romana sobre el sacrificio de la misa”. Si Lutero y sus seguidores han rechazado categóricamente el Ofertorio católico, no es, en última instancia, por razones históricas; se debe más bien al carácter indiscutiblemente sacerdotal y propiciatorio de sus oraciones.

La prueba es que Lutero y los luteranos no dudaron en introducir nuevas oraciones y ceremonias cuando fue cuestión de aclarar sus nuevos conceptos sobre la Misa.

Esto sucedió, como hemos visto en el último Especial, con las oraciones del Confiteor compuestas por los pseudo-reformadores a mediados del siglo XVI; lo mismo sucedió con el repudio de Lutero del carácter sacrificial de la Misa, que sin embargo reconoció como de origen patrístico.

Como veremos más abajo, en el Nuevo Ordo, según admiten los mismos modernistas, ya no se pide la bendición de Dios sobre el pan y el vino, sino que el hombre alaba a Dios por el pan y el vino que le ha dado, y que ahora le ofrece.

El texto de Reed citado muestra claramente el carácter luterano de esta concepción del ofertorio, que puede parecer ortodoxo para un lector ingenuo…

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El nuevo ofertorio conserva expresiones que, a primera vista, estarían en contradicción con las doctrinas de Lutero sobre el perdón de los pecados y la Misa en general: “sacrificio”, «corazón contrito», «ofrenda» de pan y vino, «lávame» de mi iniquidad, etc.

Sin embargo, un análisis cuidadoso de los textos muestra que encontramos estas expresiones, en términos casi idénticos, en los versículos de los Salmos y otros textos del ofertorio de la cena luterana. Por ejemplo, estos versículos del Salmo 50:

Lávame a fondo de mi culpa, límpiame de mi pecado.

Porque yo reconozco mi maldad, y tengo siempre delante mi delito.

Crea en mí, oh Dios, un corazón sencillo, y renueva en mi interior un espíritu recto.

Mi sacrificio, oh Dios, es el espíritu compungido.

Tú no despreciarás, Señor, un corazón contrito y humillado.

Entonces te agradarán los sacrificios legales, las oblaciones y los holocaustos.

Los luteranos redujeron el ofertorio a la presentación de dones por parte del pueblo y la preparación de pan y vino para la comunión.

También en el nuevo ordo, el ofertorio toma esta dirección.

La procesión del ofertorio, restablecida en varias comunidades luteranas, insiste sobre la presentación de donaciones por parte de la gente.

Y el nombre dado al ofertorio, “preparación de dones” (Institutio, artículo 49), trata de introducir entre los católicos la idea de que, en esta parte de la Misa, la acción del sacerdote consiste esencialmente en la “preparación del pan y del vino para su administración al pueblo.

Al mismo tiempo, como un simple acompañamiento, se recitan o cantan algunas oraciones.

Dicen las rúbricas luteranas: «Si ha de haber una comunión, el ministro ahora prepara su administración». «Cuando hay una comunión, el ministro, después de la oración silenciosa, y durante el canto del ofertorio, descubrirá los vasos y preparará reverentemente la administración del santo sacramento».

Dice la Institutio Generalis, artículos 49 y 50:

Preparación de los dones

49-Al comienzo de la Liturgia Eucarística se llevan al altar los dones que se convertirán en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo.

En primer lugar, se prepara el altar, o mesa del Señor, que es el centro de toda la Liturgia Eucarística, y en él se colocan el corporal, el purificador, el misal y el cáliz.

En seguida se traen las ofrendas: el pan y el vino, que es laudable que sean presentados por los fieles. Cuando las ofrendas son traídas por los fieles, el sacerdote o el diácono las reciben en un lugar apropiado y son ellos quienes las llevan al altar. Aunque los fieles ya no traigan, de los suyos, el pan y el vino destinados para la liturgia, como se hacía antiguamente, sin embargo, el rito de presentarlos conserva su fuerza y su significado espiritual.

También pueden recibirse dinero u otros dones para los pobres o para la iglesia, traídos por los fieles o recolectados en la iglesia, los cuales se colocarán en el sitio apropiado, fuera de la mesa eucarística.

50-Acompaña a esta procesión en la que se llevan los dones, el canto del ofertorio, que se prolonga por lo menos hasta cuando los dones hayan sido depositados sobre el altar. Las normas sobre el modo de cantarlo son las mismas que para canto de entrada. Si no se canta, la antífona del ofertorio se omite.

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“Eucaristía” de Benedicto XVI en Angola 2010

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“Eucaristía” de Benedicto XVI en Camerún 2010

Cuesta creer, no lo que evidencian estas pocas pruebas, sino que la neo-F$$PX haya aceptado, festejado, agradecido y difundido el Motu proprio de 2007 que pretende hacer admitir que:

El Misal Romano promulgado por Pablo VI y el Misal Romano promulgado por San Pío V son dos expresiones de la «lex orandi» de la Iglesia y no inducen ninguna división de la «lex credendi» de la Iglesia; son, de hecho, dos usos del único rito romano.

Tal vez se deba a esta otra foto:

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“Eucaristía” de Benedicto XVI en Angola 2010

O, quizás, a esta otra:

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“Eucaristía” de Benedicto XVI en Sydney 2008

También debemos saber que la «Oración de la Iglesia», también conocida como «Oración universal», «Oración general» u «Oración de los fieles», es parte del ofertorio luterano.

Esta parte de la Misa, que había dejado de usarse, fue restablecida antes del ofertorio por el Vaticano II (Sacrosanctum concilium 53):

«Oración de los fieles»

53-Restablézcase la «oración común» o de los fieles después del Evangelio y la homilía, principalmente los domingos y fiestas de precepto, para que con la participación del pueblo se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren cualquier necesidad, por todos los hombres y por la salvación del mundo entero.

Y la Institutio (artículo 45) la presentó como una oración en la que el pueblo “ejerce su función sacerdotal”.

Los modernistas le dan gran importancia, llamándola «intercesión sacerdotal del pueblo de Dios, perteneciente a la estructura misma de la celebración, como uno de los muchos elementos, fijos, invariables e imperativos”.

¡Qué loquillos, ¿no?! Más bien, herejes…

Ahora bien, al respecto de esta llamada oración de los fieles, el pastor luterano Reed escribió:

«Es uno de los elementos básicos de la liturgia, y sin duda el que, más que ningún otro, ilustra el ejercicio activo de la congregación en su oficio sacerdotal de creyentes. Se siente instintivamente que el servicio principal del Día del Señor u otra conmemoración no estarían completos sin tal forma de oración, noble, pura y aceptable.

La Reforma restituyó esta oración general de la Iglesia a las liturgias luteranas y anglicanas, después que ella hubiese degenerado en la Edad Media en una serie de conmemoraciones de los desaparecidos, invocaciones de santos, etc., esparcidas por el ofertorio y el canon”.

Loquillos como este…, seis herejes en concreto, colaboraron en la redacción del nuevo desorden de la misa…

Tanto entre los luteranos como según el ordo vaticanesco, la oración de los fieles se hace a Dios en favor de los gobernantes, de los que sufren cualquier necesidad, de todos los hombres y por la salvación del mundo entero.

Los luteranos lo recitan sin interrupción, o siguiendo a cada invocación una respuesta por parte de los fieles.

De acuerdo con las reformas post-conciliares y el nuevo desorden, el pueblo responde a cada invocación del sacerdote: «Señor, escucha nuestra oración».

Refiriéndose al ofertorio y a la oración de los fieles en las liturgias protestantes, el pastor Reed escribe:

«Los desarrollos de la Reforma restauraron de este modo para el servicio de la comunión [es decir, de la cena] dos rasgos importantes del antiguo culto cristiano: la ofrenda de dones y la ofrenda de alabanza e intercesión por parte del pueblo”.

Encontramos estos elementos en el novus ordo missæ…, que expresaría la misma fe que el Ordo codificado por San Pío V…

¡Qué loquillos, ¿no?!

¡No!

¡Se trata de herejes, en un caso (los modernistas), y de traidores, en el otro (los de la neo-frate)!

Y entre ellos, los línea media de siempre…, que ahora usufructúan del bendito motuproprio

¡Ahhh!, a propósito de ellos, les traigo una cita de la Divina Comedia (El Infierno, Canto III, 28 a 49):

Llantos, suspiros, aúllo plañidero, llenaban aquel aire sin estrellas, que me bañó de llanto lastimero.

Lenguas diversas, hórridas querellas, voces altas y bajas en son de ira, con golpeos de manos a par de ellas, como un tumulto, en aire tinto gira siempre, por tiempo eterno, cual la arena que en el turbión remolinear se mira.

De incertidumbres la cabeza llena, pregunté: «¿Quién con voz tan dolorosa parece así vencido por la pena?»

El maestro: «Es la suerte ignominiosa de las míseras almas que vivieron, sin infamia ni aplauso, vida ociosa.

En el coro infernal se confundieron con los míseros ángeles mezclados, que ni fieles ni rebeldes, a Dios fueron; los que del alto cielo desterrados, perdida su belleza rutilante, son por el mismo infierno desechados.»

Y yo: «Maestro, ¿qué aguijón punzante, les hace rebramar queja tan fuerte?»

Y él respondió: «Te lo diré al instante. No tienen ni esperanza de la muerte, y es su ciega existencia tan escasa, que envidian de otros réprobos la suerte.

No hay memoria en el mundo de su raza: caridad y justicia los desdeña; ¡no hablemos de ellos; pero mira y pasa!»

EL NUEVO CONCEPTO DEL OFERTORIO

En sus características específicas, el Ofertorio del Rito Romano, que siempre ha sido uno de los elementos principales para distinguir la Misa católica de la cena protestante, ha sido abolido por el nuevo desorden bugnini-montiniano.

Veamos en qué podemos y cómo debemos decir que dicha eliminación se ha producido.

Como ya sabemos, la verdadera ofrenda sacrificial que se hace en la Santa Misa no está en el Ofertorio, sino en la ofrenda que Jesucristo, en el momento de la Consagración, hace de sí mismo a la Santísima Trinidad.

La verdadera víctima en el Sacrificio de la Misa no es el pan y el vino, ni los fieles, sino Jesucristo.

Entonces, ¿por qué el Ofertorio?

Al hacer un sacrificio, le ofrecemos a Dios una víctima en lugar de nosotros mismos, como símbolo de nuestro don. Es el elemento fundamental de todo sacrificio.

En la Santa Misa, es Jesucristo quien se inmola a sí mismo por nosotros.

Al unirnos con Él, debemos ofrecerlo en nuestro lugar, y ofrecernos con Él.

Sin embargo, la oblación que Nuestro Señor hace de sí mismo no es visible para nosotros, ya que no se muestra de una manera perceptible para nuestros sentidos.

Por lo tanto, es conveniente que, mediante algún elemento perceptible, sean expresadas antes de la Consagración la naturaleza del sacrificio que está por realizarse y las diversas oblaciones que se harán.

Este es el objeto mismo del Ofertorio Romano.

Por lo tanto, durante el mismo declaramos:

— En qué consiste la oblación sacrificial propiamente dicha.

— La ofrenda de nosotros mismos a Dios.

— El fin propiciatorio de la Misa.

Corresponde, pues, hacer evidentes estos tres elementos que, constituyendo las características fundamentales del Ofertorio Romano, distinguen claramente la Misa Católica de la cena protestante.

1º. La oblación de Nuestro Señor realmente tiene lugar en el momento de la Consagración; pero, para que la naturaleza del sacrificio se manifieste desde el principio, ya hay en el Ofertorio romano un conjunto de oraciones que hacen conocer cuál será la verdadera víctima y, por anticipación, ofrecen esta víctima a la Santísima Trinidad.

2º. La ofrenda de nosotros mismos a Dios, a través de Nuestro Señor Jesucristo, está simbolizada por la ofrenda del pan y del vino. Secundariamente, también está simbolizada por la eventual ofrenda de otros bienes materiales.

Hay que tener en cuenta que tal simbolismo se hace efectivo sólo si el pan y el vino, en el momento de ser colocados sobre el altar, no son sólo presentados a Dios, sino verdaderamente ofrecidos con un espíritu de sacrificio.

En otras palabras, los dones mencionados están consagrados a Dios.

San Roberto Bellarmino enseña:

«No debe negarse que en la Misa, de cierta manera, se ofrecen el pan y el vino, y que, por lo tanto, son parte de lo que se sacrifica. En la Misa, el pan y el vino no se ofrecen como un sacrificio completo, sino como un sacrificio incoativo que debe completarse. La oblación del pan y del vino que preceden a la Consagración es parte de la integridad y de la plenitud del sacrificio» (De Missa, libro I, cap. 27).

3º. El Ofertorio Romano, mediante varias oraciones, marca, como ya hemos visto, el carácter propiciatorio del sacrificio.

Resumiendo: el propósito del Ofertorio siempre ha sido ofrecer la materia del sacrificio (el pan y el vino que serán transubstanciados).

Por lo tanto, se trata de ofrecer previamente el Cuerpo y la Sangre de Cristo, al mismo tiempo que se ofrecen el pan y el vino (que manifiestan la ofrenda de los fieles), así como manifestar la incorporación de los fieles al Sacrificio de Cristo.

En esta perspectiva, la oblación del pan y del vino debe manifestar la finalidad propiciatoria del Sacrificio de Cristo, que ella pre-significa.

Las oraciones tradicionales, tan admirables tanto por su teología como por su piedad, manifiestan perfectamente los dos puntos complementarios que siempre deben sostenerse simultáneamente:

1º.- por un lado, el sacrificio de Jesucristo, propiciatorio, es el único que puede ser aceptable por Dios desde pecado original.

El hombre no puede, pues, ofrecer nada aparte de este Sacrificio: todo debe ser ofrecido por Él, con Él, en Él.

2º.- por otro lado, este Sacrificio, que merece la salvación del hombre, no se aplica automáticamente al hombre, sino que él debe incorporarse voluntariamente («Dios que te redimió sin ti, no te salvará sin ti», dice San Agustín).

misa x

Ahora bien, estos tres elementos desaparecieron en el nuevo ofertorio, y fueron reemplazados por una simple «preparación de las ofrendas», o «presentación de los dones», que corresponde a un concepto del ofertorio fundamentalmente diferente al del Rito Romano, codificado por San Pío V.

Además, varias expresiones de otros principios, que distinguen la doctrina católica del protestantismo, han sido suprimidas o atenuadas:

— Fue eliminada la referencia a la caída de nuestros primeros padres.

— Las invocaciones a Nuestra Señora, a los Ángeles y Santos desaparecieron.

— El principio de que Dios debe aceptar el sacrificio para agradarle, se ha vuelto bastante oscuro.

— Se debilitaron las manifestaciones de humildad y de compunción por nuestros propios pecados, así como la reafirmación del sacerdocio jerárquico del celebrante.

— Y ya no hay ninguna referencia explícita a los fieles difuntos.

Todo esto se hace evidente por la siguiente comparación entre el Ofertorio del Rito Romano y el del nuevo desorden.

+++

LOS CAMBIOS EFECTUADOS EN 1969

Muchos son los cambios llevados a cabo en el Ofertorio por el nuevo desorden litúrgico.

1º.- La oración Suscipe Sancte Pater, tradicionalmente dicha por el celebrante durante la ofrenda del pan, no aparece en la nueva misa.

Cabe señalar que el sacerdote ofrece la hostia por la asistencia en una declaración clara de su función jerárquica. Su supresión debilita, pues, este importante punto doctrinal.

Él ofrece por todos los fieles, vivos y difuntos, lo cual contradice el principio protestante, que dice que los frutos de la Misa no son aplicables ni a los ausentes ni a los difuntos.

Toda esta oración, en sus términos y en su estilo, lleno de unción, habla del valor propiciatorio del sacrificio.

Como sabemos, Lutero también suprimió esta oración en su cena.

Un punto merece especial atención: el celebrante ofrece a Dios «esta hostia inmaculada». Ahora bien, el término «hostia», que también puede indicar el pan, significa más apropiadamente la «víctima»; y el adjetivo «inmaculada» no se aplica tanto al pan como a Jesucristo, la única verdadera «hostia inmaculada».

El Misal Romano, por lo tanto, ofreciendo el pan a Dios con esta oración, indica, por anticipación, que la verdadera ofrenda del sacrificio será la de Jesús en el Sacramento, la «hostia inmaculada».

Todo esto es abominable a los ojos de los protestantes.

Como hemos visto más arriba, el pastor luterano Reed sostiene despectivamente que «la parte central del ofertorio Suscipe Sancte Pater es una exposición perfecta de la doctrina romana del sacrificio de la misa».

Lutero, en esta oración y en otras del Ofertorio católico, veía una «abominación» en la que uno «entiende y siente en todas partes la oblación”.

Los protestantes también tienen un horror particular de la ofrenda anticipada de Nuestro Señor, que esta oración realiza. Como hemos visto, el pastor Reed declara que se trata de la «anticipación de la consagración» y del «milagro de la misa».

En parte, la supresión de esta oración, así como de muchas otras, es debido al principio de omitir todo lo que se repitió en el transcurso del tiempo, o que se agregó sin necesidad real…

La Constitución Sacrosanctum Concilium, nº 50, dice:

Revísese el ordinario de la misa, de modo que se manifieste con mayor claridad el sentido propio de cada una de las partes y su mutua conexión y se haga más fácil la piadosa y activa participación de los fieles.

En consecuencia, simplifíquense los ritos, conservando con cuidado la sustancia; suprímanse aquellas cosas menos útiles que, con el correr del tiempo, se han duplicado o añadido; restablézcanse, en cambio, de acuerdo con la primitiva norma de los Santos Padres, algunas cosas que han desaparecido con el tiempo, según se estime conveniente o necesario.

Y la Constitución Missale Romanum, lo retoma.

Con respecto a esta oración en particular, ella es obviamente útil, al menos para afirmar el dogma católico contra la herejía protestante.

Por otra parte, el rechazo sistemático de los dobletes y anticipaciones es contrario al espíritu tradicional de la Iglesia.

Estas repeticiones y anticipaciones tienen su razón de ser, tanto en el orden del ser, como, especialmente, en la doctrina y la vida de la Iglesia.

Basta con observar que la metafísica y la teología de la repetición, así como de la anticipación, son las que demuestran la teoría de las prefiguras, de las figuras posteriores, los typos y antitypos, etc.

Esto explica la naturaleza esencialmente tradicional de la Iglesia; y es lo que hace inteligible el ciclo litúrgico, cuyas fases regresan cada año.

Esto justifica las letanías y tantas otras oraciones, donde la misma idea, siempre viva y siempre nueva, se repite varias veces para nutrir la fe de los fieles y expresar la inmutable eternidad de Dios.

En resumen, sólo el racionalismo protestante y modernista es capaz de condenar las anticipaciones y las repeticiones.

2º.- En el nuevo ordo tampoco aparece la oración del Misal Romano Offerimus Tibi Domine, por la cual se ofrece el vino.

Al igual que la oración de la ofrenda del pan, constituye una anticipación, ya que el «Cáliz de salvación», en su significado propio, es el que contiene la Sangre de Nuestro Señor.

En ella también encontramos la noción de satisfacción por los pecados, expresada sobre todo en una súplica humilde, para que la Majestad divina pueda condescender y aceptar el sacrificio.

Por lo tanto, debe suponerse que las razones que llevaron a la supresión de esta magnífica oración son las mismas razones que llevaron a la eliminación de la Suscipe Sancte Pater.

3º.- Estas dos oraciones de la ofrenda del pan y del vino fueron reemplazadas por las siguientes:

Ofrenda del pan:

Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida.

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Ofrenda del vino:

Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros bebida de salvación (el original latino dice potus spiritualis).

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Notamos que, además de suprimir el signo de la Cruz con la patena y el cáliz, en estas dos oraciones no hay ninguna referencia:

— a la verdadera víctima, que es Nuestro Señor Jesucristo;

— a la ofrenda de dones por nosotros y por nuestros pecados;

— al carácter propiciatorio de la oblación;

— al sacerdocio jerárquico del celebrante;

— al principio de que el sacrificio debe ser aceptado por Dios para que sea agradable para él.

Por el contrario, las expresiones «será para nosotros pan de vida» y «será para nosotros bebida de salvación» insinúan que el verdadero propósito esencial de la Misa es nuestro alimento espiritual, tesis que está cerca de una de las herejías condenadas por el Concilio de Trento (canon 1).

Por lo tanto, estas nuevas oraciones modifican sustancialmente el significado exacto de la ofrenda del pan y del vino.

Los modernistas explican este cambio profundo en el concepto del Ofertorio de la siguiente manera:

No sólo el texto es nuevo, sino también su significado. Es una oración de bendición, en una exclamación de alegría en presencia del símbolo. Esta es una bendición ascendente dirigida a Dios para alabarlo.

¿Por qué alabamos a Dios en este momento? Por la creación del pan. No pedimos a Dios que bendiga el pan. El pan que recibimos de la generosidad de Dios es la verdadera bendición descendente, porque él nos comunica fuerza, vida y energía.

La bendición (gracia, vida, fecundidad) que proviene de Dios, se la damos, se la devolvemos, en el sentido y en la medida que, al alabar, reconocemos que proviene de Dios.

Obsérvese el naturalismo de esta concepción. En la enumeración, la palabra «gracia» aparece junto a «vida y fecundidad»; no está claro, entonces, que se trate de la gracia sobrenatural.

Por otra parte, la frase no pedimos a Dios que bendiga el pan revela una concepción radicalmente protestante.

Continúan los modernistas con su comentario:

Ayudados por los innumerables textos bíblicos que llaman a Dios «bendito» por las maravillas que Él hace, y unidos a estos textos, lo alabamos en el momento de la presentación del pan que será, por la oración consagratoria, «pan de vida».

No ofrecemos el pan a Dios, sino que lo bendecimos por el pan.

A Dios le ofrecemos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el pan eucarístico.

Las afirmaciones finales de este texto merecen ser subrayadas.

Sin duda, la oblación de sacrificio, que constituye la esencia de la Misa, es la que Jesucristo hace de sí mismo. Pero también nos ofrecemos a Dios en unión con Nuestro Señor; y, de acuerdo con la doctrina común, el pan se ofrece a Dios como una expresión de la oblación del sacerdote y de los fieles presentes y ausentes; en una palabra, de toda la Iglesia.

Por lo tanto, negar la ofrenda del pan es negar la ofrenda a Dios de nuestra propia persona, de nuestras buenas obras y de nuestras penitencias.

También es negar que los demás fieles, presentes y ausentes, y toda la Iglesia, se ofrecen a Dios, en cada Misa, con un espíritu de sacrificio y de propiciación.

Según la doctrina católica, debemos, en cierto sentido, completar en nuestra carne lo que falta a la Pasión de Nuestro Señor (Colosenses 1, 24). Por nuestras buenas obras y nuestras mortificaciones realizadas con la ayuda de la gracia, debemos aplicarnos a nosotros mismos, así como a los otros, vivos y difuntos, los méritos de Cristo.

Debemos, entonces, ofrecernos a Dios. Pero esta ofrenda de nosotros mismos, de nuestras buenas obras y de nuestras penitencias sólo tiene sentido si se realiza en unión con el sacrificio redentor de la Cruz; porque sólo la muerte de Cristo constituye una satisfacción justa por nuestros pecados.

Por otro lado, Dios determinó que la aplicación a los hombres de los méritos del sacrificio del Calvario se hiciera a través del Santo Sacrificio del Atar, de las Misas celebradas diariamente en todo el mundo hasta el fin de los tiempos.

Por esta razón, se dice que el Sacrificio de la Cruz pertenece al orden de la redención objetiva, y que el Sacrificio de la Misa está en el orden de la redención subjetiva, es decir, el de la aplicación a los hombres de los méritos obtenidos por Nuestro Señor en la Cruz.

Como renovación incruenta del sacrificio de la Cruz, la Misa también es propiciatoria, pues Nuestro Señor, verdaderamente presente como víctima, se ofrece de nuevo a Dios Padre.

En este sentido, los méritos y las satisfacciones de la Pasión se aplican, de acuerdo con los planes de la Providencia, a aquellos por quienes la Misa es ofrecida.

Nuestras buenas obras y nuestras penitencias deben ofrecerse diariamente a Dios Padre en unión con todas las Misas que se celebran durante el día, y especialmente con aquella que hemos encargado rezar por nuestra intención, o a la cual asistimos.

Esta unión de los fieles con Cristo, que se ofrece a Dios Padre en cada Misa, está simbolizada por el pan y el vino que se ofrecen en el altar.

Por esta razón, esta ofrenda tiene un carácter de oblación y sacrificio. No es sólo una «presentación de los dones», sino también una oblación hecha en un espíritu propiciatorio, aunque la verdadera víctima, en el sacrificio de la Misa, es Nuestro Señor, y no el pan y el vino.

Negar que realmente le ofrezcamos a Dios el pan y el vino, como una expresión sensible y sacrificial de la ofrenda de nosotros mismos, de nuestras buenas obras y nuestras penitencias, equivale negar que el sacrificio de Cristo necesite ser, en cierto sentido, completado por nosotros y que sus méritos se nos deban aplicar.

Este error marca un paso muy avanzado hacia la negación del carácter propiciatorio de la Santa Misa. Porque, si el sacrificio de la Cruz no necesita ser completado por los nuestros, no se ve cómo justificar la renovación cotidiana del sacrificio propiciatorio del Calvario.

De hecho, todas las expresiones que destacan el fin propiciatorio han sido eliminadas del nuevo ofertorio:

— Su título se convierte en «preparación de ofrendas».

Las palabras utilizadas por la Institutio no indican tampoco una verdadera oblación de sacrificio, sino una «preparación de ofrendas», o una «presentación de dones» o frases semejantes (artículos 48, 49, 50 y 53).

La palabra «ofertorio» aparece en varios artículos de la Institutio (17, 50, 80c, 100, 133, 166, 167, 221, 235 y 324). Sin embargo, esto no es suficiente para dar el significado tradicional de la oblación en esta parte de la Misa; y la prueba de esto es que, como hemos visto, los protestantes no rechazan el término «ofertorio».

— Sobre todo, las nuevas oraciones de la ofrenda del pan y del vino, insinúan que se trata simplemente de una mera presentación de ofrendas, pero no una ofrenda propiciatoria.

— Además, el uso que la Institutio y el Ordo hacen de términos como «offerre» (ofrecer), «oblata» (ofrendas), etc., no invalida nuestra observación.

Realmente, estos términos tienen, en el contexto, un significado que, al menos, no excluye la interpretación de que «no ofrecemos el pan a Dios».

— Por otro lado, hemos destacado el significado ambiguo de las expresiones finales de las dos nuevas oraciones: «será para nosotros pan de vida» y «será para nosotros bebida de salvación», que insinúan que el verdadero propósito esencial de la Misa es nuestro alimento espiritual, lo cual ha sido condenado por el Concilio de Trento (canon 1).

En este sentido, los modernistas comentan:

Notemos que el Ordo ha cambiado el significado de este rito, porque hemos pasado de un ofertorio tomado en un sentido directo, a una simple presentación y puesta sobre el altar de dones que serán «pan de vida” y “bebida de salvación».

La traducción al castellano de potus spiritualis como bebida de salvación es una infidelidad suplementaria…

Llegados a este punto, y comparando ambos ritos, comprobamos:

En el Rito Romano, el destinatario de la ofrenda es Dios como Padre, como Jesucristo nos enseñó a orar. La ofrenda ya es católica, porque invocamos al Dios trinitario; estamos en el campo conquistado por Jesucristo, en el campo de la Gracia y de la Redención.

El deseo de dirigirse al Dios vivo y verdadero, es expresamente manifestado, tomando la expresión de San Pablo (Pues ellos mismos cuentan de nosotros cuál fue nuestra llegada a vosotros, y cómo os volvisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero I. Tes., 1, 9).

En el novus ordo, en cambio, el destinatario de la ofrenda es un «Dios del universo», que podría ser el de los deístas, o el «gran arquitecto» de los masones, sin ninguna referencia sobrenatural.

En el Rito Romano el objeto de la ofrenda designa implícitamente a Jesucristo, porque Él solo puede ser realmente una Víctima inmaculada. Y de este modo se manifiesta la unión de estas dos ofrendas que sólo deben hacer una: nuestro sacrificio y el de Cristo. Nuestro sacrificio (representado por la ofrenda de pan) se ofrece en la perspectiva del sacrificio de Cristo (e incluso en el de Cristo).

En el nuevo desorden el objeto de la ofrenda es sólo pan. Ciertamente que dice que este se convertirá en «el pan de vida», pero se ofrece sólo como «fruto de la tierra y del trabajo del hombre», sin referencia al sacrificio de Cristo. De este modo, esta ofrenda pierde todo su significado.

En el Rito Romano el autor de la ofrenda es el sacerdote, cuya posición jerárquica se subraya.

Es cierto que esta ofrenda es también de los fieles, y que las otras oraciones del Ofertorio (especialmente la del Cáliz) se hacen en primera persona del plural; pero es importante destacar en esta primera oración la función del sacerdote (encontramos la misma idea en el Orate frates).

Es normal que el sacerdote implore particularmente por sus pecados, enfatizando su indignidad, ya que él, y sólo él, asumirá el lugar de Cristo.

En el novus ordo el autor de la ofrenda es toda la asamblea, eliminando toda manifestación del carácter sacerdotal peculiar del ministro sagrado.

En el Rito Romano el propósito o finalidad de la ofrenda es la salvación y la vida eterna (objeto claramente sobrenatural), y, para esto, el perdón de los pecados (afirmación, pues, del carácter propiciatorio del sacrificio); muy importante porque este aspecto es negado por los protestantes.

En el novus ordo el propósito de la ofrenda es muy vago, ya que se trata de obtener «el pan de vida», que puede entenderse muy bien en un sentido puramente naturalista.

No se hace referencia a un sacrificio propiciatorio.

Lutero enseñaba que «La Misa no es un sacrificio ofrecido por los otros, vivos o difuntos, a fin de borrar sus pecados, sino que está destinada a ser una comunión en la que el sacerdote y los fieles reciben el sacramento” (Confesión de Augsburgo. Segunda parte, art. 24) “El propósito de la misa no es el propiciatorio, sino sólo la comida espiritual de los fieles”.

Conclusión: en el Rito Romano la naturaleza de la ofrenda es clara; esta es la oblación de un sacrificio sobrenatural, realizado por un sacerdote, con un propósito propiciatorio.

En cambio, en el novus ordo la naturaleza del ofertorio puede ser cualquier cosa, incluso una simple bendición antes de una comida ecuménica.

4º.- En el Ofertorio tradicional, antes de mezclar el agua con el vino, el sacerdote la bendice al decir la oración Deus que humanæ substantiæ.

En el desorden de 1969, esta bendición desaparece.

Además, la oración tradicional decía:

Oh Dios, que maravillosamente formaste la naturaleza humana y más maravillosamente la reformaste: + concédenos, por el misterio de esta agua y vino, que seamos participantes de la divinidad de Aquel que se dignó hacerse partícipe de nuestra humanidad, Jesucristo, tu Hijo Señor Nuestro, que, Dios como es, contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Así sea.

Ahora se ha transformado de este modo:

El agua unida al vino sea signo de nuestra participación en la vida divina de quien ha querido compartir nuestra condición humana.

Vayamos de menor a mayor:

La oración se ha abreviado considerablemente.

Notemos la supresión de la solicitud explícita «concédenos».

Como aparece en el nuevo texto, la oración sólo indica un deseo; por lo tanto, es menos expresivo que el texto de petición del Ordo tradicional.

Además de la eliminación de la bendición del agua y de la alusión a la Santísima Trinidad, debe tenerse en cuenta que la referencia a la Redención, el fin esencial de la Encarnación, ha desaparecido. Una modificación más, que tiende a debilitar el dogma, lo que hace que la nueva misa sea aceptable por los no católicos.

En efecto, se han suprimido tanto la mención de la caída de Adán, como la restauración por el Salvador (que es indispensable para entender la naturaleza de la Misa), así como también la invocación final a Nuestro Señor Jesucristo.

5º.- La oración In spiritu humilitatis se ha conservado.

Recíbenos, Señor, animados de un espíritu humilde y de un corazón arrepentido; y tal efecto produzca hoy nuestro sacrificio en tu presencia, que del todo te agrade, oh Señor y Dios nuestro.

Sin embargo, esta conservación no suple a todas las otras supresiones de oraciones tan llenas de sentido. Las palabras «espíritu humilde» (o de humildad) y «corazón contrito», tomadas del profeta Daniel (III, 39), no son suficientes para expresar los principios católicos del perdón de los pecados para diferenciarnos de los protestantes. Ya lo hemos indicado más arriba.

Además, el término «sacrificio» aparece aquí en un contexto donde no está claro que se trata de un sacrificio propiciatorio.

Sabemos que los protestantes están de acuerdo en que la Misa es un sacrificio de alabanza y de acción de gracias, pero no un sacrificio propiciatorio.

Por lo tanto, esta oración sola, sin las ideas y las precisiones aportadas por las demás, sigue siendo insuficiente.

6º.- Otra oración eliminada… El Veni Sanctificator…

Ven, oh Dios santificador, omnipotente y eterno, y ben + dice este sacrificio preparado para gloria de tu santo nombre.

Esta invocación del Espíritu Santo es, sin embargo, muy importante.

Cabe señalar que la solicitud a Dios de bendecir este sacrificio no parece estar de acuerdo con la idea modernista por la cual «no pedimos la bendición de Dios sobre el pan», una idea protestantizante que preside la preparación del nuevo ofertorio.

Más arriba hemos considerado por qué invocar particularmente al Espíritu Santo al ofrecer el sacrificio, rasgo común a todas las liturgias católicas, tanto latinas como orientales.

Una prueba más de que el nuevo desorden no es católico.

7º.- Todas las oraciones que acompañan en el Rito Romano la incensación de las ofrendas y del altar han sido eliminadas.

Por lo tanto, el sacerdote ya no bendice el incienso, como tampoco invoca a San Miguel Arcángel y a todos los elegidos, como tampoco ofrece el incienso a Dios, etc. Todo cae… en desuso…

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8º.- En el lavabo, los versículos del Salmo XXV son reemplazados por la siguiente invocación del Salmo L, 4:

Lava del todo mi delito, Señor, y limpia mi pecado.

En sí misma, esta modificación no parece tener consecuencias doctrinales; sin embargo, es un paso más para romper con la tradición litúrgica.

Como sabemos por lo visto en el Especial sobre el Confiteor, en la cena luterana hay varias referencias al pecado; pero, evidentemente, en el sentido protestante.

9º.- Se elimina la oración a la Santísima Trinidad Suscipe, sancta Trinitas…

Como hemos visto más arriba, esta oración insiste en el hecho de que el Sacrificio de la Misa se ofrece a la Santísima Trinidad.

Si, además de esta eliminación, consideramos la reducción ya indicada de numerosas invocaciones a la Santísima Trinidad, podemos afirmar claramente que el nuevo desorden conduce a debilitar la fe en el principal dogma de la religión católica.

Esta oración es muy importante:

— Ella habla de oblación, y la conecta explícitamente con la Pasión.

— Ella resume toda la historia de la salvación de los hombres, la importancia de la Resurrección y la Ascensión.

— Ella pide la intercesión de la Santísima Virgen (cuya perpetua virginidad enfatiza) y de todos los Santos, manifestando así la verdadera dimensión de la Misa.

— Sobre todo, ella manifiesta el propósito final de la Misa: la gloria de la Santísima Trinidad.

10º.- El nuevo ofertorio ha conservado el Orate, frates

Esta oración habla de sacrificio, pero en ninguna parte indica que se trate de un sacrificio propiciatorio.

Recordemos que los protestantes admiten que en la Misa se realiza un sacrificio, pero sin carácter propiciatorio.

Una alusión a la función ministerial del celebrante permanece aquí en la distinción entre «este sacrificio, mío y vuestro».

Por esta razón hemos dicho más arriba que el nuevo ofertorio debilita la afirmación de este principio doctrinal al suprimir la oración Suscipe Sancte Pater, pero que no la ha eliminado por completo.

Lo mismo sucede con el principio de la aceptación del sacrificio por parte de Dios, de modo que le resulte agradable: los pedidos en este sentido han sido eliminados de varias oraciones (la Suscipe Sancte Pater, el Offerimus y la Suscipe Sancta Trinitas), pero permanecieron en la oración In spiritu humilitatis  y en el Orate, fratres.

CONCLUSIÓN

Esta transformación y desnaturalización del Ofertorio es de una capital importancia; especialmente cuando uno recuerda el odio con que Lutero lo combatía.

El monje maldito veía en él una «abominación» en la que uno «entiende y siente en todas partes la oblación”.

Lutero rechazaba, pues, el Ofertorio por la razón expresamente invocada de que éste manifiesta el valor de sacrificio propiciatorio de la Misa.

El pastor luterano Luther Reed admite, de la misma manera, que «la parte central del ofertorio, Suscipe Sancte Pater, es una exposición perfecta de la doctrina romana del sacrificio de la misa».

Ahora bien, esta oración Suscipe Sancte Pater ha sido reemplazada en el Nuevo Ordo por una oración judía:

Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este pan, fruto de la tierra y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros pan de vida.

Bendito seas, Señor, Dios del Universo, por este vino, fruto de la vid y del trabajo del hombre, que recibimos de tu generosidad y ahora te presentamos; él será para nosotros bebida de salvación.

Esto lo admiten incluso los neo-liturgistas: se trata de la transcripción de una oración judía; no de una oración de sacrificio del Antiguo Testamento, anunciando el sacrificio perfecto, sino de una simple oración de bendición de la mesa, extraída del Talmud…

Según la revista Einsicht, este nuevo ofertorio, extraído de la cábala judía, habría sido utilizado en Inglaterra desde 1955 por las sectas masónicas para misas-orgías, comúnmente llamadas misas negras. (cfr. Einsicht, octubre 1984).

La evaluación es obvia: mientras que el Ofertorio tradicional es una exposición perfecta de la doctrina católica romana del Santo Sacrificio de la Misa, el nuevo ofertorio es una oración ecuménica, que ya no expresa la verdadera doctrina.

Todos estos cambios en el Ofertorio, una verdadera desnaturalización de este, son muy graves…

Pensemos a dónde pueden llegar los cambios en el Canon Romano…

Es lo que estudiaremos, Dios mediante, en el próximo Especial.