Conservando los restos
LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO
Texto del vídeo publicado Aquí
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ESCUCHAR ESPECIAL DE CRISTIANDAD
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Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ… Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante… Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…
Luego de haber estudiado la historia de la Santa Misa desde San Pedro hasta San Pío V y de haber analizado las diversas partes de la Santa Misa de Rito Romano y sus correspondientes oraciones, hemos considerado los antecedentes remotos e inmediatos de la misa nueva.
A continuación, emprendimos el estudio general y particular de ésta. De este modo, consideramos los autores y los fines de la nueva misa, examinamos la explicación de la nueva misa dada por los innovadores modernistas, especialmente la Institutio Generalis.
Cuatro puntos esenciales de la primera versión de este documento llamaron nuestra atención y exigieron su estudio:
— a) La transubstanciación.
— b) El carácter propiciatorio del sacrificio.
— c) El carácter sacerdotal del ministro sagrado.
— d) La definición de la nueva misa.
Una vez acabado este análisis, estamos en condiciones de comenzar el estudio de los cambios producidos en el Ordo Missæ.
LOS RITOS DEL NOVUS ORDO MISSÆ
Ya sabemos que los autores de la nueva misa sometieron la Misa Católica a lo que, según el propio Bugnini, estamos obligados a llamar una revolución.
En efecto, el padre de la nueva misa, el sepulturero de la Misa Católica, Annibale Bugnini, en una conferencia de prensa del 4 de agosto de 1967, expresó:
No se trata sólo de retoques en una obra de arte de gran precio; a veces es necesario dar nuevas estructuras a ritos completos. Se trata de una restauración fundamental, diría casi de una refundación, y, en algunos aspectos, de una nueva creación.
El objetivo del Nuevo Ordo era, por lo tanto, hacer desaparecer al Antiguo. La reforma de Pablo VI se caracteriza por el deseo de arrasar el pasado. Mientras que San Pío V autorizó el mantenimiento de todos los ritos que tenían más de doscientos años de antigüedad, Pablo VI pretendió eliminarlo todo.
Los reformadores querían absolutamente la desaparición del Misal Romano, el aniquilamiento del Rito Romano.
Descubrimos en esa intención lo que Dom Guéranger denunciaba acerca de los jansenistas: «La primera característica de la herejía antilúrigica es el odio a la Tradición en las fórmulas del culto divino».
¿Por qué eliminar el rito antiguo? Los autores del nuevo ordo lo confiesan:
«El énfasis puesto por el canon romano sobre la noción de sacrificio es problemático desde un punto de vista ecuménico», declaró en 1968 Max Thurian.
Max Thurian con Bea y Roncalli
Y se regocijó por el mismo motivo del nuevo ofertorio:
«Por lo tanto, se reducen las dificultades creadas por el antiguo ofertorio en la búsqueda ecuménica».
Max junto a Montini
Fue para encontrar un terreno común de entendimiento con los protestantes, que rechazaron absolutamente la Misa católica, que la quisieron ver reemplazada por una nueva misa protestantizada.
El tiempo pasa…, la herejía perdura…, junto a los apóstatas…
Pero el reconocimiento más significativo lo hizo el propio Bugnini, en una frase sorprendente:
“En la reforma litúrgica, la Iglesia se guió por el amor de las almas y por el deseo de hacer todo lo posible para facilitar a nuestros hermanos separados el camino hacia la unión, eliminando toda piedra que pudiera constituir aunque más no fuera la sombra de un escollo o de disgusto».
Después de tal confesión, enfatizar la intención ecuménica de la reforma litúrgica es casi una subestimación…
Como si esto fuera poco, tenemos el testimonio de Jean Guitton, gran amigo y confidente de Paul VI.
El académico francés es, sin duda, una de las personas más aptas para revelar la intención con la que Montini realizó el nuevo rito:
«La misa de Pablo VI, primero se presenta como un banquete, e insiste mucho sobre la participación en un banquete, y mucho menos en la noción de sacrificio, sacrificio ritual frente a Dios, con el sacerdote mostrando sólo su espalda. Por lo tanto, creo no equivocarme afirmando que la intención de Pablo VI y de la nueva liturgia que lleva su nombre es pedir a los fieles que participen más en la misa, es dar un mayor lugar a la Escritura, menos espacio para todo lo que hay… algunos dirán de mágico, otros de consagración transustancial, y que esa es la fe católica. En otras palabras, hay en Pablo VI una intención ecuménica de borrar, o al menos de corregir, o al menos adormecer lo que es demasiado católico en el sentido tradicional de la misa, y para acercar la misa, lo repito, a la cena calvinista” (Jean Guitton, 19 de diciembre de 1993, en Radio Courtoisie).
Por lo tanto, el mayor reproche al misal de Pablo VI se refiere a la profesión de la fe católica.
Este rito en sí mismo, en sus palabras y gestos, tanto en general, así como en detalle, altera la fe católica.
No la contradice de frente, la escamotea, la calla, la ahoga.
Por ejemplo, es imposible no notar la abolición y/o la alteración de las palabras y de los gestos del Rito Romano por los cuales se expresa la fe en la Presencia real.
En efecto, el novus ordo missæ elimina:
a) las genuflexiones. De diez o quince (según haya o no comunión de los fieles), sólo quedan tres por parte del sacerdote y una por parte del pueblo durante el Canon (y ésta única, sometida a muchas excepciones);
b) la preservación de los dedos pulgar e índice de cualquier contacto profano después de la Consagración;
c) las abluciones o purificación de esos mismos dedos del sacerdote en el cáliz;
d) la purificación de los vasos sagrados, que no se manda hacer necesariamente de inmediato después de la asunción del cáliz, ni sobre el mismo corporal;
e) la palia, con la cual se protegía la Preciosísima Sangre de Cristo en el cáliz;
f) el dorado interior de los vasos sagrados;
g) la consagración del altar móvil;
h) la piedra sagrada y las reliquias en el altar móvil, e incluso sobre la mesa cada vez que la celebración se realice en lugares no sacros. Admitida esta excepción, queda abierto el camino para las «cenas eucarísticas» en casas privadas sobre cualquier mesa;
i) los tres manteles del altar, de los cuales ahora sólo se prescribe uno.
j) la acción de gracias, que debía hacerse de rodillas, y a la que substituye una torpe acción de gracias del sacerdote y de los fieles sentados; añádase que la Comunión se recibe irreverentemente por los fieles de pie;
k) finalmente, las santas prescripciones antiguas para el caso de la Hostia consagrada caída en tierra, que se reducen mezquinamente a sólo esto: «tómese reverentemente la Hostia» (reverenter accipiatur, artículo 239).
Todas estas cosas juntas, con su repetición, manifiestan y confirman injuriosamente la implícita negación de la Fe en el augustísimo dogma de la Presencia Verdadera, Real y Substancial de Jesucristo en la Sagrada Eucaristía.
El infaltable…
Entrando ya en los detalles, un estudio somero y rápido de los ritos del novus ordo missæ revela tres características principales:
1ª) Un relajamiento general de la liturgia.
2ª) La desnaturalización del Ofertorio.
3ª) Los ataques contra el Canon Romano.
En Especiales separados consideraremos estas tres principales características.
Comenzamos ahí con el relajamiento general.
UN RELAJAMIENTO GENERAL DE LA LITURGIA
Ya lo hemos señalado en otros Especiales, pero es necesario repetir, pues no se termina de entender, o no se quiere comprender… No cabe duda: la nueva misa destruye el Rito Romano.
En efecto, la Misa Tradicional de Rito Romano contiene 1182 oraciones.
Cerca de 760 (64%) de ellas fueron eliminadas completamente en la nueva misa.
Del 36% de lo que se mantuvo, los revisores alteraron más de la mitad antes de introducirlas en el nuevo misal.
Por lo tanto, de las 1182 oraciones, sólo 201 (el 17%) de la Misa Tradicional se mantuvieron intactas en la nueva misa.
¡Sólo el 17% de las oraciones tradicionales no fueron suprimidas o modificadas en la nueva misa!
No cabe duda: la nueva misa destruye el Rito Romano.
Este Ritual, que el Sacerdote celebrante tiene que seguir, muestra la excelencia de la Misa.
Él hace genuflexiones, se inclina profundamente, hace la señal de la Cruz, extiende sus brazos, junta las manos ante su pecho…
Es la ejecución y observancia exacta de cada rúbrica prescrita la que da dignidad a la celebración.
La Misa Latina Romana está repleta de rúbricas y ceremonias hermosas y significativas, cuyo número, variedad y repetición conservan la dignidad y magnifican el esplendor del acto que rinde mayor gloria y adoración a Dios.
Todo este Ritual tiene un significado místico y contribuye a la ejecución apropiada y reverente de este acto santo y sublime.
Por eso podemos afirmar que los fieles tienen una deuda no pequeña de agradecimiento al Sacerdote que está obligado a observar reglas tan estrictas mientras ofrece el Santo Sacrificio para ellos.
Siguiendo al Padre de Cochem, en su Explicación de la Santa Misa, y a otros autores, podemos enumerar las obligaciones del sacerdote al celebrar el Santo Sacrificio según el ritual de la Misa católica:
— Hace dieciséis veces la señal de la Cruz sobre sí mismo.
— Se torna hacia el pueblo seis veces.
— Besa el altar ocho veces.
— Eleva los ojos hacia el cielo once veces.
— Diez veces se golpea el pecho.
— Diez veces hace la genuflexión.
— Une las manos cincuenta y cuatro veces.
— Hace seis inclinaciones profundas de cuerpo.
— Hace ocho inclinaciones medianas de cuerpo.
— Hace veintiocho inclinaciones de cabeza (profundas, medianas o sencillas, según lo indiquen las rúbricas).
— Bendice las ofrendas con la señal de la Cruz treinta y tres veces.
— Posa sus dos manos veintinueve veces sobre el altar; las coloca juntas siete veces; nueve veces posa su mano izquierda a plano y once veces la pone sobre su pecho.
— Catorce veces reza con los brazos extendidos, treinta y seis veces juntando las manos y ocho veces levanta ambas manos al cielo.
— Once veces reza en voz baja y trece veces en voz alta.
— Descubre el cáliz diez veces.
— Cambia de lugar veinte veces.
Además de estas trescientas cincuenta y ocho ceremonias, el sacerdote debe observar otras ciento cincuenta; en total quinientas ocho.
Únanse a estas ceremonias las cuatrocientas rúbricas prescritas, y se encontrará que el sacerdote que celebra la Santa Misa según el Rito católico está obligado, bajo pena de pecado, a novecientas ocho obligaciones.
Cada uno de estos puntos tiene su significado espiritual y cada uno tiende a hacer cumplir digna y piadosamente el Santo Sacrificio.
Debido a esto, el Papa San Pío V ordenó formalmente que todos, cardenales, arzobispos, obispos, prelados y simples sacerdotes, recen la Misa de esta manera, sin cambiar nada, sin quitar ni agregar una iota.
Misa Papal del último Papa canonizado
Esta enumeración indudablemente hará sonreír a más de un sacerdote moderno…, modernista…
Sin embargo, los Padres de la Iglesia estaban muy apegados a estas Rúbricas.
Y no sólo nuestros Padres, sino todos los Santos.
Conocida es la cita de Santa Teresa de Ávila, en su Autobiografía, capítulo 33, 5:
También comenzó aquí el demonio, de una persona en otra, procurar se entendiese que había yo visto alguna revelación en este negocio, e iban a mí con mucho miedo a decirme que andaban los tiempos recios y que podría ser me levantasen algo y fuesen a los inquisidores. A mí me cayó esto en gracia y me hizo reír, porque en este caso jamás yo temí, que sabía bien de mí que en cosa de la fe contra la menor ceremonia de la Iglesia que alguien viese yo iba, por ella o por cualquier verdad de la Sagrada Escritura, me pondría yo a morir mil muertes; y dije que de eso no temiesen, que harto mal sería para mi alma si en ella hubiese cosa que fuese de suerte que yo temiese la Inquisición; que si pensase había para qué, yo me la iría a buscar; y que si era levantado, que el Señor me libraría y quedaría con ganancia.
Por la menor ceremonia de la Iglesia, me pondría yo a morir mil muertes…
¡Pobres Bugnini, Montini… y compañía…!
Y Dom Guéranger enseñó:
«No es nada malo que las reglas del servicio divino sean numerosas y complicadas; de modo que el clérigo aprenda cuán necesario es realizar diligentemente la obra del Señor”.
Y agregó: «Cualquier sátira sobre las Rúbricas manifiesta un hombre superficial».
Siempre hubo hombres superficiales en la Iglesia… ¡Pero, desde San Pío X, las excepciones son los profundos y serios!
Todas estas prescripciones, por materiales que sean, manifiestan un estado de alma, una espiritualidad:
— espíritu de adoración, consecuencia de una fe muy firme en la presencia verdadera, real y substancial de Cristo en el altar.
Pero como esta Presencia, por modo de transubstanciación, es invisible a nuestros ojos de carne, es necesario multiplicar los signos externos de respeto, como las genuflexiones e inclinaciones, para compensar esta invisibilidad.
— espíritu de respeto y de dignidad.
— espíritu de obediencia. El sacerdote tiene la conciencia clara de ser sólo un instrumento en las manos de Cristo.
Jesucristo, como sabemos, es el Sacerdote principal, que ofrece su sacrificio a través del sacerdote, su ministro. Por lo tanto, el sacerdote debe mostrar una dependencia total del Divino Pontífice.
La doctrina católica se opone radicalmente a la mentalidad protestante, para la cual el pastor es esencialmente el animador de la comunidad, y disfruta de un amplio margen de improvisación.
Todo este espíritu de disciplina sagrada y rigor piadoso se desvanece en el nuevo misal, que suprime, como hemos visto en la introducción y es necesario repetir:
— las genuflexiones. De diez o quince (según haya o no comunión de los fieles), sólo quedan tres por parte del sacerdote y una por parte del pueblo durante el Canon (y ésta única, sometida a muchas excepciones);
— la preservación de los dedos pulgar e índice de cualquier contacto profano después de la Consagración;
— las abluciones o purificación de esos mismos dedos del sacerdote en el cáliz;
— la purificación de los vasos sagrados, que no se manda hacer necesariamente de inmediato después de la asunción del cáliz, ni sobre el mismo corporal;
— la palia, con la cual se protegía la Preciosísima Sangre de Cristo en el cáliz;
— el dorado interior de los vasos sagrados;
— la consagración del altar móvil;
— la piedra sagrada y las reliquias en el altar móvil, e incluso sobre la mesa cada vez que la celebración se realice en lugares no sacros. Admitida esta excepción, queda abierto el camino para las «cenas eucarísticas» en casas privadas sobre cualquier mesa;
— los tres manteles del altar, de los cuales ahora sólo se prescribe uno.
— la acción de gracias, que debía hacerse de rodillas, y a la que substituye una torpe acción de gracias del sacerdote y de los fieles sentados; añádase que la Comunión se recibe irreverentemente por los fieles de pie;
— finalmente, las santas prescripciones antiguas para el caso de la Hostia consagrada caída en tierra, que se reducen mezquinamente a sólo esto: «tómese reverentemente la Hostia» (reverenter accipiatur).
Ver en la Institutio Generalis los artículos 237 y 238; 80 y 103 (la palia es mencionada como facultativa); 292 y 294; 79; 239.
El nuevo texto de la Misa y las nuevas rúbricas en el Ordo de 1969
Estudiaremos ahora el Novus Ordo Missæ de 1969, es decir, el nuevo texto de la misa y las rúbricas que lo acompañan, indicando, sin embargo, cuando sea necesario, las modificaciones introducidas en 1970.
También analizaremos ciertas disposiciones de la Institutio Generalis Missalis Romani, que constituyen las rúbricas reales, aunque no se presentan con esta denominación.
No pretendemos examinar la cuestión de manera exhaustiva, sino sólo analizar los aspectos más significativos de la nueva misa, revelando el espíritu que inculca en los sacerdotes y fieles.
Oraciones suprimidas y/o altareras
El Confiteor
En el Ordo de San Pío V, el Confiteor inicial es recitado primero por el sacerdote, luego por el acólito en nombre de los fieles. Esta distinción marca claramente la diferencia entre el celebrante y los fieles.
En el nuevo ordo, el sacerdote y el pueblo recitan simultáneamente el Confiteor. Tal cambio tiende a insinuar una identidad entre el sacerdocio del celebrante y el de los fieles.
La absolución (Indulgentiam…)
La absolución dada por el sacerdote al final del Confiteor (El Señor todopoderoso y misericordioso nos conceda el perdón, la absolución y la remisión de nuestros pecados.) ha sido abolida.
Otra innovación que contribuye a hacer que sea menos precisa la distinción entre el sacerdocio jerárquico y la condición del simple creyente.
El confiteor luterano
Al comparar el Confiteor del nuevo ordo missæ con el de los luteranos, debe tenerse en cuenta que a los pseudo-reformadores les resultó muy difícil componer un Confiteor que expresara sus doctrinas de manera adecuada. La razón principal de esta dificultad radicaba en que todos los textos conocidos eran de composición medieval. Por lo tanto, los reformadores no podían usar las fórmulas existentes, debido a que los consideraban impuras doctrinalmente.
Sin embargo, entre el Confiteor del nuevo ordo y el de los luteranos existen algunos puntos comunes que llaman la atención.
Para ellos:
Reconociendo el principio del sacerdocio de todos los creyentes, la confesión se convirtió en un acto comunitario en lugar de uno sacerdotal.
Sobre el carácter comunitario de los ritos iniciales de la misa luterana y el nuevo ordo se pueden comparar los artículos 7 y 24 de la Institutio y el libro The Lutheran Liturgy de Luther Reed, página 252.
En dicha obra se muestra que ciertas partes del confiteor luterano son pronunciadas sólo por el ministro; otras dialogadas entre la gente y el mismo; otras las dicen tanto el ministro como el pueblo.
También en el novus ordo missæ, el Confiteor está compuesto de partes recitadas sólo por el sacerdote, otras dialogadas con el pueblo, y de un Confiteor propiamente dicho recitado tanto por el sacerdote como por el pueblo.
Para justificar esta forma de proceder, la Institutio de la Comisión Litúrgica incluye el «acto de penitencia» en las «partes muy útiles para demostrar y fomentar la participación activa de los fieles, y que se atribuyen a toda la asamblea» (artículo 16).
También es colocado entre los ritos «cuyo propósito es resaltar el hecho de que los fieles reunidos constituyen una comunidad y están dispuestos a escuchar la palabra de Dios como se debe, y a celebrar la Eucaristía con dignidad» (artículo 24).
También se enfatiza el hecho de que el «acto de penitencia se lleva a cabo por toda la comunidad, por medio de una confesión general» (artículo 29).
En términos incisivos, los modernistas insisten en el carácter comunitario del nuevo «rito penitencial». Para ellos, «la liturgia de la entrada debe conducir a la revelación de la presencia de Dios en la asamblea, la creación de una comunidad de fe y su preparación para recibir la palabra de Dios y ofrecer sacrificio. El rito penitencial, en el contexto de la entrada, se destaca especialmente, y puede considerarse, más que nada, como una novedad del nuevo ordo, que nos dispone a la celebración de los sagrados misterios».
En el trabajo de L. Reed leemos: «La confesión estaba dirigida por los reformadores sólo a Dios, omitiendo todas las referencias a las intercesiones de la Virgen y de los santos».
Ahora bien, el «rito penitencial» del nuevo ordo consiste en tres fórmulas, entre las cuales el sacerdote debe elegir la que él considere más apropiada.
La segunda y la tercera no contienen ninguna referencia a la Santísima Virgen y a los Santos.
La primera, que es sólo una mala copia del Confiteor tradicional, elimina por completo de su introducción, es decir, en la confesión de los pecados, la referencia «beatæ Mariæ semper Virgini, beato Michæli Archangelo, beato Joanni Baptistæ, Sanctis Apostolis Petro et Paulo, omnibus Sanctis»; en la parte final, queda una lacónica solicitud de intercesión a «Santa María siempre Virgen, a todos los ángeles y a todos los santos».
Como sabemos, de acuerdo con la doctrina protestante, los pecados de los hombres no se borran adecuadamente por los méritos de Cristo y la práctica de las buenas obras, sino que son simplemente cubiertos por los méritos de Nuestro Señor.
Aunque la liturgia luterana contiene expresiones como «remisión de los pecados», «penitencia», «perdón», estos términos deben entenderse de acuerdo con la doctrina protestante.
Hay índices que muestran inequívocamente qué interpretación aceptan los protestantes: al final de la confesión, el ministro no da la absolución, sino que hace lo que se llama una «declaración de gracia. En el texto litúrgico no se hace ninguna referencia a la conversión de los pecadores, sino que es suficiente en «creer en el nombre de Cristo» para ser hijos de Dios.
En el nuevo ordo missæ también quedan términos que, aparentemente, son suficientes para expresar la doctrina católica sobre la remisión de los pecados: «penitencia», «confesión de pecados», «perdón», «corazones contritos», etc.
Pero algunas de las innovaciones introducidas hacen temer que estas expresiones puedan entenderse con otros significados que no sean los tradicionales, lo que lleva a aflojar la fe en ciertos dogmas relacionados con el perdón de los pecados.
Es así como los modernistas prestan a la Institutio una intención que es francamente irreconciliable con la doctrina católica. Ellos dicen: «Para introducir las tres fórmulas del acto penitencial, se propone la siguiente advertencia: Hermanos: antes de celebrar los misterios sagrados, reconozcamos nuestros pecados, seguido de un breve silencio”.
Otro parecido entre la liturgia luterana y el nuevo ordo missæ: en ambos, el Confiteor va acompañado de un breve silencio para meditar sobre los propios pecados; en los luteranos, este silencio sigue al Confiteor, en el nuevo ordo lo precede.
Siguen los comentarios modernistas: “Prescribir esta breve advertencia introductoria evita el peligro de que, en este momento, alguien haga una breve admonición para provocar sentimientos de conversión».
Cabe señalar entonces que, si bien el sacerdote y el relator pueden dar muchas explicaciones y hacer advertencias durante la Nueva Misa, la posibilidad de que el sacerdote cause «un sentimiento de arrepentimiento» antes del Confiteor constituye un peligro…
Por otro lado, dos oraciones de la Misa tradicional, que manifiestan claramente los principios católicos sobre el perdón de los pecados, han sido eliminadas del nuevo ordo:
1ª: El Señor todopoderoso y misericordioso nos conceda el perdón, la absolución y la remisión de nuestros pecados.
2ª: Borra, oh Señor, nuestras iniquidades, para que merezcamos entrar con pureza de corazón al Santo de los Santos, por Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.
Otras oraciones suprimidas
En el nuevo ordo, varias oraciones de la Misa tradicional que destacan las nociones de humildad, contrición por los pecados, propiciación y la idea de que sin la gracia no hay perseverancia en la virtud, ya no aparecen.
Por ejemplo, además de la absolución que acabamos de mencionar, han desaparecido las invocaciones que le siguen:
Sacerdote: Oh Dios, vuélvete a nosotros y nos darás la vida.
Fieles: Y tu pueblo se alegrará en Ti.
Sacerdote: Muéstranos, oh Señor, tu misericordia.
Fieles: Y danos tu salvador.
Sacerdote: Señor, escucha mi oración.
Fieles: Y mi clamor llegue hasta Ti.
También desaparecieron:
— La ya indicada oración Aufer a nobis. Esta oración la recita el sacerdote mientras sube al altar.
— La oración del sacerdote al besar el altar. El sacerdote junta las manos, sube las gradas del altar, besa la piedra del Sacrificio o piedra ara, mientras recita esta oración: Rogámoste, Señor, que, por los méritos de tus Santos, cuyas reliquias están aquí, y por los de todos los Santos, te dignes perdonarme todos mis pecados. Así sea.
Este beso al altar significa el respeto, la veneración, el amor del Sacerdote por Jesucristo, representado por el altar. La piedra del altar siempre contiene reliquias de Santos Mártires. Besando el altar, el Sacerdote muestra su unión con todos los Santos glorificados, reunidos en Cristo, su Señor, y nos recuerda la obligación de ofrecernos, de inmolarnos como los Santos, si es que verdaderamente queremos participar del Sacrifico de Jesucristo.
— Parte de la oración Munda cor meum. Se reza esta oración antes de leer el Evangelio. No atreviéndose a poner en sus labios la Palabra de Dios sin antes purificarlos convenientemente, el sacerdote reza esta breve oración preparatoria, con la que también los fieles se han de disponer para leer el Evangelio. Del texto que reproducimos, el nuevo ordo ha suprimido todo lo que está entre paréntesis y negrita: Purifica mi corazón y mis labios, oh, Dios todopoderoso, (Tú que purificaste con una brasa los labios del Profeta Isaías, y dígnate por tu misericordia purificarme a mí) de tal modo que pueda anunciar dignamente tu santo Evangelio. (Por Jesucristo Nuestro Señor. Así sea).
— Casi todo el Ofertorio. El nuevo ordo ha eliminado el Ofertorio tradicional, reemplazándolo con una simple «preparación de las ofrendas», que lo acerca a la Liturgia protestante. Casi todas las oraciones que han sido suprimidas indican claramente la noción de perdón por el pecado. Dios mediante lo trataremos por separado en los próximos Especiales.
— Parte de la oración Perceptio corporis tui, que precede a la Comunión, así como dos oraciones después de la Comunión: Quod ore sumpsimus y Corpus tuum, Domine (como veremos más abajo).
— También la súplica Placeat tibi, que termina el sacrificio: Séate agradable, Trinidad Santa, el homenaje de mi ministerio, y ten a bien aceptar el Sacrificio que yo, indigno, acabo de ofrecer en presencia de tu Majestad, y haz, que, a mí y a todos aquellos por quienes lo he ofrecido, nos granjee el perdón, por efecto de tu misericordia. Por J. N. S. Así sea.
La supresión de todas estas oraciones ciertamente reduce las expresiones de humildad, contrición y propiciación. No han sido reemplazadas por otras que señalen las mismas disposiciones del alma; no se han agregado nuevos signos de arrepentimiento y adoración, como genuflexiones, postraciones. La Institutio no ha dado explicaciones válidas para justificar estas eliminaciones.
Por el contrario, estas magníficas oraciones no tienen sustituto que expresen las mismas ideas; y se han eliminado casi todas las genuflexiones, inclinaciones y besos del altar, etc.
La Institutio, no sólo no da razones serias para justificar lo que se ha hecho, sino que llega a omitir la idea misma de propiciación, como ya hemos visto en otro Especial.
Siendo así, la supresión de este grupo de oraciones disminuye en la liturgia y, por lo tanto, en la vida católica, las expresiones de humildad, de compunción por los pecados cometidos, de la necesidad de la gracia, finalmente, de perseverar en la virtud.
Como resultado, debilita, o al menos ayuda a poner en la sombra, el carácter propiciatorio de la Santa Misa.
Todo esto, por supuesto, no está de acuerdo con la doctrina católica, antes bien, recuerda formas frecuentes de pensar y actuar entre los protestantes y los modernistas.
La Santísima Trinidad
Pero no es suficiente… La referencia a la Santísima Trinidad ha desaparecido de varios pasajes, lo que tiende a debilitar la fe en el misterio principal de la Revelación.
Además de las oraciones Suscipe Sancta Trinitas y Placeat tibi, dirigidas a la Santísima Trinidad, han desaparecido las invocaciones trinitarias que completan varias oraciones del Ordo Tradicional: Deus, que humanæ substantiæ; Libera nos, quæsumus; Domine Iesu Christe, Fili Dei vivi; Perceptio corporis.
Por supuesto, esta tendencia a desvanecer el misterio de la Trinidad tiene repercusiones peligrosas en el ecumenismo, favoreciendo un sincretismo del gusto modernista con las religiones no cristianas.
En el Kyrie tradicional, cada Persona de la Santísima Trinidad es invocada tres veces. De esta manera se afirma con particular insistencia el carácter trinitario de las relaciones divinas.
Esta afirmación también se ha debilitado en el nuevo ordo missæ, en el que cada Persona sólo se invoca dos veces en el Kyrie. Cada súplica es dicha una vez por el sacerdote y una vez por el pueblo.
Esta disminución en el número de las invocaciones del Kyrie es del agrado de los protestantes; los luteranos también utilizan la fórmula con seis invocaciones… ¡Qué raro, ¿no?! ¡Ay, Bugnini y tus seis observadores protestantes!
También fueron eliminadas las referencias a Nuestra Señora y a los Santos en la oración Libera nos, quaesumus. ¿Razones de ecumenismo?
El Rito de la Comunión
En el rito de la comunión, el Ordo Missæ codificado por San Pío V hace una distinción muy clara entre el sacerdote y los simples feligreses.
Así, por ejemplo, el sacerdote se prepara para la Comunión con sus oraciones personales, pronunciadas en primera persona del singular, y distintas de las que preceden a la Comunión de los fieles.
Él recibe a Nuestro Señor bajo ambas especies, mientras que los fieles sólo comulgan bajo la especie del pan.
Cuando el sacerdote recibe la Sangre de Cristo, el acólito recita el Confiteor, después de lo cual el celebrante otorga la absolución a los fieles, mediante un acto que expresa claramente su misión sacerdotal.
En el ordo de 1969, se eliminaron muchos de estos signos que distinguen al celebrante de los simples fieles.
Por el contrario, se han introducido nuevas oraciones y ritos que tienden a confundir el sacerdocio del celebrante y el de los fieles.
En numerosos casos se les permite a los feligreses la Comunión bajo ambas especies.
El Confiteor y la absolución que precede a la Comunión de los fieles han sido suprimidos.
El número de oraciones preparatorias para la Comunión que sólo dice el sacerdote, en primera persona del singular, ha disminuido sustancialmente.
En tanto que hay nueve en el Rito Romano tradicional, solo quedan cuatro en el nuevo ordo.
Estas nueve oraciones son:
– Domine lesu Christe, qui dixisti;
– Domine Iesu Christe, Fili Dei vivi;
– Perceptio Corporis;
– Panem cælestem;
– Domine, non sum dignus;
– Corpus Domini nostri;
– Quid retribuam;
– Sanguis Domini nostri;
– Corpus tuum.
De estas nueve oraciones, fueron eliminadas: Panem cælestem; Quid retribuam y Corpus tuum.
Una de ellas se dice ahora en primera persona del plural: Domine lesu Christe, qui dixisti.
Otra llegó a ser común al sacerdote y a los fieles, que la recitan simultáneamente: Domine, non sum dignus.
Por lo tanto, sólo hay cuatro oraciones que el sacerdote recita solo a la primera persona del singular: Domine lesu Christe, Fili Dei vivi; Perceptio Corporis; Corpus Domini nostri; Sanguis Domini nostri.
Pero, en realidad, estas cuatro oraciones se reducen a tres. En efecto, de estas cuatro oraciones, el celebrante en realidad dice sólo tres en cada Misa. De hecho, el nuevo ordo prescribe que en cada misa el sacerdote no debe recitar las oraciones Domine lesu Christe, Fili Dei vivi y Perceptio Corporis, sino sólo una de ellas a su elección.
Además, la oración Perceptio Corporis ha sido mutilada. En el texto tradicional de esta oración, que reproducimos a continuación, ponemos entre paréntesis y en negrita las palabras que desaparecieron en el nuevo ordo: Que la comunión de tu Cuerpo, Señor Jesucristo, (que yo indigno me atrevo a recibir ahora), no se me convierta en motivo de juicio y condenación; sino que, por tu misericordia, me sirva de protección para el alma y para el cuerpo y de medicina saludable. Tú, que, siendo Dios, vives y reinas con Dios Padre en unidad del Espíritu Santo, por los siglos de los siglos. Así sea.
Y este número todavía es considerado excesivo por los progresistas, que deseaban hacer que la posición del sacerdote fuese lo más semejante a la de los simples fieles.
Ellos dicen:
En lo que respecta a estas oraciones privadas de los sacerdotes, debe recordarse que fueron un producto de la devoción medieval; en general, especialmente considerando el momento en que aparecieron, son duplicaciones decadentes. Por esta razón, durante la elaboración de la reforma, hubo fuertes presiones, especialmente de los mejores liturgistas, para lograr una supresión total de estas oraciones privadas. Pensamos que habría sido un progreso en la liturgia. En efecto, si no hay oraciones privadas para los fieles, ¿por qué el celebrante está limitado por fórmulas fijas privadas? ¿Se lo consideraría menos capaz que fieles para prepararse personalmente para la comunión, de modo que deba recitar fórmulas fijas? Es posible, y es de esperar, que, con el progreso de la cultura litúrgica, estas oraciones desaparezcan. De hecho, y este es uno de los mejores aspectos de la Institutio y de la reforma que deriva de ella, han disminuido considerablemente.
Es bastante obvio que la cuestión no radica, en absoluto, en la capacidad del sacerdote para prepararse personalmente para la Comunión. Por otra parte, debe hacerlo antes de rezar la Misa. Pero aquí se trata de otra cuestión: todo lo que el celebrante hace durante la Misa tiene una marca pública y oficial. En virtud de su carácter sacerdotal y de su condición de representante de Jesucristo y de la Iglesia, incluso sus actos privados se insertan en la acción sacrificial como algo radicalmente diferente de los actos de devoción realizados por las personas que asisten a la Misa.
Estas verdades no pueden ser ignoradas por los modernistas y los llamados “grandes liturgistas”. Creemos que la razón real para adoptar esta posición es que, como ya hemos visto en otro Especial, ellos confunden el sacerdocio ministerial del sacerdote con el sacerdocio general de los laicos.
— La Comunión del sacerdote ya no se lleva a cabo con un rito propio, diferente al de los fieles; sino que el sacerdote es, simplemente, el primero en comulgar.
La única diferencia entre la Comunión del sacerdote y la de los fieles está en las palabras pronunciadas antes de recibir el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Para su Comunión personal, el sacerdote dice: «Que el Cuerpo de Cristo me guarde para la vida eterna» y «Que la Sangre de Cristo me guarde para la vida eterna».
Antes de la Comunión de cada feligrés, le dice: “El Cuerpo de Cristo”, y también, en el caso de la Comunión bajo ambas especies, «La Sangre de Cristo».
Esta modificación confirma la impresión dada por el nuevo ordo de que el sacerdote no es más que el Presidente de la Asamblea.
— El nuevo rito del “beso de la paz”, introducido entre los actos preparatorios para la comunión, merece especial atención.
El sacerdote dice: «Daos la paz», y los asistentes se saludan estrechándose las manos, abrazándose o haciendo otro gesto de saludo, de acuerdo con la decisión de las Conferencias Episcopales, «en relación con los hábitos y el carácter de cada pueblo» (Institutio, artículo 56 b).
No hay necesidad de enfatizar cuántos abusos ha producido y aún suscita tal práctica en el ambiente contemporáneo, desacralizado y sensual.
Desde este punto de vista, no podemos comparar el «rito de paz» introducido por el nuevo ordo con las ceremonias análogas de las liturgias orientales y de la Iglesia primitiva.
Sin embargo, este no es el aspecto que más queremos destacar en esta innovación. Sobre todo, deseamos llamar la atención sobre el hecho de que el saludo establecido por el ordo de Pablo VI no proviene del sacerdote, sino que es cada uno de los asistentes quien se lo da a su vecino.
Los modernistas nos instruyen al respecto:
Tengamos en cuenta que, según la nueva rúbrica, cada uno da el beso de la paz a su vecino, quien se lo devuelve, sin esperar a que provenga del altar, como era costumbre. Así se restaura una costumbre más antigua y la duración del beso de paz se reduce.
Pero ellos mismos reconocen que esta forma de proceder tiene una explicación más profunda que la del puro arcaísmo o la de un simple deseo de brevedad:
No es necesario ni deseable que el saludo de paz provenga del celebrante; sino que todos los fieles deben dárselo unos a otros, cada uno a derecha e izquierda. La paz cristiana es un efecto del Espíritu Santo, que reside en todo fiel.
Esta afirmación no es trivial; es muy grave. Sin lugar a dudas, el Espíritu Santo permanece en todas las almas en estado de gracia. Él la lleva al amor de Dios y del prójimo. Sin embargo, debemos recordar que estamos en la Misa para recibir gracias especiales, no en virtud de la acción común del Espíritu Santo en las almas, sino más bien en virtud del Sacrificio de Cristo, que se renueva verdaderamente en el altar por el ministerio del sacerdote.
Al declarar que el saludo no tiene por qué venir del sacerdote ya que el Espíritu Santo «está en todos los fieles», los modernistas insinúan, una vez más, que el sacerdocio ministerial del sacerdote no es esencialmente diferente del de los simples fieles.
Además, la «paz» expresada en el nuevo rito no se presenta claramente como el resultado de la reconciliación entre el cielo y la tierra, producida por el sacrificio redentor de Jesucristo; sino que proviene de los fieles, como resultado de la simple solidaridad fraternal y humana que une a todos los asistentes.
— Como ya hemos señalado más arriba, la parte de la oración Perceptio Corporis tui, que contiene un acto de humildad, ha sido eliminada.
Además, las oraciones Quod ore sumpsimus y Corpus tuum Domine, que expresan tan bien las nociones de humildad y de compunción por los pecados, y que, sin la gracia, no hay perseverancia en la virtud, también han sido suprimidas.
La oración Quod ore sumpsimus se restableció en la nueva versión de 1970.
Otras enmiendas en las rúbricas
Es evidente que las nuevas rúbricas a las que nos referimos no merecen todas las mismas reservas ni condenas, pero es igualmente claro que, en su conjunto, se alejan enormemente de la doctrina y de la liturgia tradicionales codificadas por el Misal Romano promulgado San Pío V.
— Sólo se han conservado tres genuflexiones del sacerdote (artículo 233) y una de las fieles (artículo 21).
Respecto de la genuflexión de los fieles en el momento de la consagración, la Institutio dice:
Los fieles estarán de rodillas durante la consagración, a no ser por la estrechez del lugar, por el gran número de asistentes o que otras causas razonables lo impidan.
La enunciación de estas razones restrictivas, que el sentido común deja claro y que son superfluas, constituye una invitación a los fieles a no arrodillarse ni siquiera durante la consagración. Así lo entienden los modernistas, y así lo ha establecido la práctica y la costumbre de la iglesia conciliar: los fieles pueden arrodillarse o permanecer de pie.
Es un hecho que la nueva piedad elimina casi por completo las genuflexiones, esta actitud física tan apropiada para manifestar la adoración, la humildad, la penitencia y el espíritu de súplica.
Sobre la genuflexión, pueden consultarse en la Sagrada Escritura las siguientes citas:
I Reyes, XIX, 18: Pero me reservaré 7.000 en Israel: todas las rodillas que no se doblaron ante Baal.
Esdras, IX, 5: A la hora de la oblación de la tarde salí de mi postración y, con las vestiduras y el manto rasgados, caí de rodillas, extendí las manos hacia Yahveh mi Dios.
Isaías XLV, 23: Yo juro por mi nombre; de mi boca sale palabra verdadera y no será vana: Que ante mí se doblará toda rodilla.
Daniel VI, 9-11: Oí el son de sus palabras y, al oírlo, caí desvanecido, rostro en tierra. En esto una mano me tocó, haciendo castañear mis rodillas y las palmas de mis manos. Y me dijo: «Daniel, hombre de deseos, comprende las palabras que voy a decirte, e incorpórate, porque yo he sido enviado ahora donde ti.» Al decirme estas palabras me incorporé temblando.
San Mateo XVII, 14: Cuando llegaron donde la gente, se acercó a él un hombre que, arrodillándose ante él…
San Mateo XXVII, 29: Y, trenzando una corona de espinas, se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha una caña; y doblando la rodilla delante de él, le hacían burla.
San Marcos I, 40: Se le acerca un leproso suplicándole y, puesto de rodillas, le dice: «Si quieres, puedes limpiarme».
San Marcos XV, 19: Y le golpeaban en la cabeza con una caña, le escupían y, doblando las rodillas, se postraban ante él.
San Lucas V, 8: Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador».
Romanos XI, 2-4: ¿O es que ignoráis lo que dice la Escritura acerca de Elías, cómo se queja ante Dios contra Israel? ¡Señor!, han dado muerte a tus profetas; han derribado tus altares; y he quedado yo solo y acechan contra mi vida. Y ¿qué le responde el oráculo divino? Me he reservado 7.000 hombres que no han doblado la rodilla ante Baal.
Romanos XIV, 10-11: Todos hemos de comparecer ante el tribunal de Dios, pues dice la Escritura: ¡Por mi vida!, dice el Señor, que toda rodilla se doblará ante mí.
Efesios III, 14-15: Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra.
Filipenses II, 10: Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos.
— Han sido suprimidas muchas rúbricas por las cuales el Rito Romano rodea de veneración a las especies eucarísticas. Todos ellas expresan el respeto y adoración debidos al Señor presente en el Santísimo Sacramento, en la mínima parcela consagrada que podría perderse:
Se ha suprimido la obligación del sacerdote de mantener unidas las extremidades de sus dedos índices y pulgares desde la consagración hasta la purificación. Por medio de esta rúbrica el Ordo Romano desea expresar sobre todo la suprema veneración con la que deben ser tratadas las sagradas especies.
Los dedos del sacerdote ya no deben ser purificados en el Cáliz después de la Comunión. Ahora es suficiente que «si algún fragmento de la hostia se ha adherido a sus dedos […], que el sacerdote los frote sobre la patena, o si es necesario los lave” (artículo 237).
La purificación de los vasos sagrados en el altar ya no está prescrita; se puede hacer después de la misa y «si es posible» sobre la credencia (artículos 238 y 120).
Ya no se procede a la ceremonia de purificación del lugar donde haya caído una hostia o una parcela de ella (artículo 239).
— Aparte del caso del altar fijo, el uso de una piedra del altar consagrada para la celebración de la Misa ya no es obligatoria (artículos 260 y 265).
Destacamos que esta última disposición tiende a facilitar en sí misma la celebración de misas en casas particulares, a las que se les da la apariencia externa de simples banquetes.
Recordemos que Pío XII, en Mediator Dei, dijo que se sale del recto camino quien desea devolver al altar su forma antigua de mesa.
A todas estas supresiones, que debilitan las muestras de la fe en la presencia real, deben agregarse las que socavan el carácter sacrificial de la Misa:
— De los 47 signos de la Cruz, que antes enfatizaban la celebración del Santo Sacrificio, sólo quedan vestigios: siete u ocho según la “plegaria eucarística” elegida.
— De los ocho besos litúrgicos, que antes mostraban el respeto por el altar del sacrificio, sólo dos fueron conservados.
— Subrayemos también la simplificación de las vestimentas litúrgicas del sacerdote: el amito y el cíngulo son facultativos, el manípulo ni siquiera se menciona (artículo 20 de la Institutio).
Ahora bien, estos ornamentos significan la identificación del sacerdote con Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote.
— El diácono puede participar en las funciones sacramentales sin usar la dalmática, el subdiácono sin la túnica; por lo tanto, sólo con el alba (artículo 81). Cuando hay varios concelebrantes, pueden prescindir de casullas, si no hay suficientes o si surgen otras dificultades; será suficiente que el celebrante principal porte una (artículo 161).
— La Institutio determina que, teniendo en cuenta la naturaleza del signo, no sólo el vino sino también el pan «deben estar bajo forma de alimento real», por lo que el pan «debe estar hecho de tal manera que el sacerdote en la misa con pueblo pueda realmente partir la hostia en varios fragmentos y distribuirlos al menos a algunos fieles «(artículo 283).
Por lo tanto, los modernistas obedecen las disposiciones de la Institutio cuando prescriben con fuerza, y hasta en los detalles, la forma de hacer una galleta de pan de 20 gramos y 12 milímetros de espesor.
El artículo 283 de la Institutio ha sido modificado en 1970. Ahora, el artículo 321, dice:
La naturaleza del signo exige que la materia de la celebración eucarística aparezca verdaderamente como alimento. Conviene, pues, que el pan eucarístico, aunque sea ácimo y elaborado en la forma tradicional, se haga de tal forma que el sacerdote, en la Misa celebrada con pueblo, pueda realmente partir la Hostia en varias partes y distribuirlas, por lo menos a algunos fieles. Sin embargo, de ningún modo se excluyen las hostias pequeñas, cuando lo exija el número de los que van a recibir la Sagrada Comunión y otras razones pastorales. Pero el gesto de la fracción del pan, con el cual sencillamente se designaba la Eucaristía en los tiempos apostólicos, manifestará claramente la fuerza y la importancia de signo: de unidad de todos en un único pan y de caridad por el hecho de que se distribuye un único pan entre hermanos.
No se comprende bien el sentido de esta modificación; máxime teniendo en cuenta que el comentario de Notitiae admite hostias diferentes de las tradicionales por su talla, espesor y color.
De todos modos, tanto la primera versión como la nueva muestran hasta qué punto el nuevo ordo se ha alejado del Ordo católico.
— Las nuevas rúbricas tienden a reducir el número de las Misas de Requiem.
Como vemos en el artículo 316 de la Institutio, “el sacerdote, para no omitir muchas de las lecturas bíblicas indicadas en el Leccionario, tendrá que restringir las misas de difuntos, ya que toda misa se ofrece tanto por los vivos como por los difuntos, y en todas las Plegarias eucarísticas hay una memoria por los difuntos».
Es muy peligroso el principio de que «toda Misa se ofrece tanto por los vivos como por los difuntos». Tal afirmación, de hecho, no expresa toda la verdad, y tiende a sofocar entre los fieles el deseo sagrado de hacer rezar Misas por difuntos determinados y por las Benditas Almas del Purgatorio en general.
El artículo 337 reduce el número de Misas de Requiem permitido y el artículo 340 suprime la absolución sobre el túmulo en las Misas donde el cuerpo no esté físicamente presente.
— Ya no es necesario que la Cruz esté sobre el altar (artículos 79, 84, 236 b y 270).
— En el caso de la comunión bajo ambas especies, los fieles están obligados a recibirla de pie (artículos 244 c, 244 d, 245 b, 245 c, 246 b, 247 b y 249 b). Para la comunión dada sólo bajo la especie de pan, no se determina la postura de los fieles (artículos 56 y 117).
— Sólo un mantel debe cubrir el altar en lugar de tres como antes (artículo 79).
— Con el permiso de las Conferencias Episcopales, las lecturas, salvo la del Evangelio, pueden ser hechas por mujeres (artículo 66). «Las mujeres también pueden ejercer los ministerios fuera del presbiterio” (artículo 70).
— El Santísimo Sacramento normalmente debe colocarse en otro lugar que en el altar donde se celebra la misa (artículo 276).
— Está autorizado construir iglesias y hacer objetos de culto en cualquier estilo artístico (artículos 254 y 287), y se da gran libertad en cuanto a la forma de los vasos sagrados (artículo 295).
— Los modernistas, con Montini a la cabeza, se felicitan señalando que “la rigidez de las reglas tridentinas” es sustituida por una gama de opciones que permiten adaptar los ritos y las fórmulas a la celebración.
Los innovadores dicen que «El principio del Novus Ordo es la flexibilidad, que a menudo brinda al celebrante oportunidades de elección. Este último deja de ser un simple ejecutante de rúbricas, para asumir con espontaneidad la presidencia de la asamblea litúrgica».
El Padre Christian Wyler (un calvinista convertido) resumió perfectamente la oposición entre el espíritu de la Misa católica y el de la misa bastarda:
“En el antiguo rito, los gestos y las actitudes evocan el misterio de la acción sagrada, incluso más que las palabras. Por eso la Iglesia los ha establecido en rúbricas muy precisas, donde la personalidad del celebrante se esfuma para dejar todo su lugar a la verdad objetiva de la obra realizada (la renovación no sangrienta del sacrificio de la Cruz). En el nuevo rito, hay una posibilidad de elección que introduce una parte preponderante de elementos humanos subjetivos. Lo que cuenta es el acento con el que uno lee los textos, la presencia humana, los talentos del sacerdote, que se convierte así en animador, y ya no es el instrumento que desaparece para dejar todo el espacio para el influjo de Cristo, el sacerdote soberano”.
La celebración frente al pueblo favorece y fortalece considerablemente este aspecto.
— Finalmente, queríamos llamar la atención sobre el carácter de fiesta y de bullicio que le dan a la nueva misa. Varias personas realizan funciones especiales durante la Misa (ver la Institutio, artículos 65-73).
Todo esto está diseñado para dar a la misa un ambiente de alegre ágape, de una grata conmemoración y no de un sacrificio propiciatorio, en el cual el Hijo de Dios se inmola por los pecados y la ingratitud de los hombres.
La Instrucción General establece, pues, nuevas perspectivas, muy diferentes de las que inspiró el antiguo conjunto de rúbricas.
El principio es la flexibilidad, que a menudo permite oportunidades de elección al celebrante, el cual deja de ser un “ejecutor de rúbricas”, como lo denominan los modernistas, para convertirse en un presidente de la asamblea.
Se podría agregar a esta lista todas las costumbres que el Nuevo Ordo introdujo o permitió en los últimos nefastos cincuenta años, como la comunión de pie y en la mano.
En general, con algunas excepciones menores, todas las modificaciones realizadas debilitan:
— El respeto manifestado a la Presencia verdadera, real y substancial, y, por lo tanto, la fe en la transubstanciación.
— La distancia entre el sacerdote y los fieles, y, por lo tanto, la fe en el carácter específico conferido por el Sacramento del Orden.
— El aspecto sacrificial de la Misa, y, especialmente, la fe en su valor propiciatorio.
Todo esto constituye un verdadero relajamiento general de la liturgia…, una revolución litúrgica…
Y pensar que se pretende hacer admitir que esta misa bastarda expresa la misma fe que el Rito Romano codificado por San Pío V…
Dios mediante, estudiaremos en los próximos Especiales la desnaturalización del Ofertorio en el novus ordo, y su semejanza con el ofertorio luterano.