50 AÑOS DEL NOVUS ORDO MISSÆ

Conservando los restos

Especiales de Cristiandad

LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO

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El 3 de abril de 1969, Jueves Santo aquel año, veía la luz la Constitución Missale Romanun presentando el Novus Ordo Missæ, la misa bastarda montiniana…

Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ…

Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante…

Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…

Continuamos con estos Especiales, en los que ya hemos considerado la historia de la Santa Misa en la Iglesia Primitiva. Veremos hoy el período que va desde San Pedro hasta San Gregorio Magno.

Dios mediante seguiremos de cerca la continuidad del Misal Romano desde este gran Pontífice hasta San Pío V. Así hasta llegar a la desviación del Movimiento Litúrgico, que desembocará en la promulgación de la Constitución Missale Romanum de Pablo VI…

Estudiaremos en detalle el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missæ, las oraciones de la nueva misa y el espíritu protestante de la reforma litúrgica…

Llegaremos, Dios mediante, hasta los Indultos de 1984 y 1988 y el pérfido Motu proprio de 2007…

HISTORIA DE LA MISA TRADICIONAL (VI)

LOS ATAQUES PROTESTANTES CONTRA LA MISA

“Cuando la misa sea derribada, creo que habremos derrocado al papado, porque es en la misa como en una roca donde descansa todo el papado, con sus monasterios, sus obispados, sus colegios, sus altares, sus ministros y su doctrina… Todo esto se derrumbará cuando su misa sacrílega y abominable se desmorone”.

Líder del protestantismo alemán, Lutero anuncia claramente su pensamiento: “Es la Misa lo que hay que derribar para golpear el corazón de la Iglesia Católica”.

Lutero tenía razón: toda la vida cristiana se basa en el Sacrificio del Calvario, renovado de una manera incruenta en el Altar.

Encontramos en las obras de San Alfonso María de Ligorio esta advertencia: «La Misa es la más bella y la mejor obra en la Iglesia (…) También el demonio siempre ha procurado, por medio de los herejes, privar al mundo de la Misa, convirtiéndolos en los precursores del anticristo.» (Obras de San Alfonso María de Ligorio. Seguin, 1827, p.182).

Carta de Monseñor Lefebvre a los cuatro futuros Obispos, 29 de agosto 1987:

Queridos amigos,

A los Padres Williamson, Tissier de Mailerais, Fellay y de Galarreta
Estando la cátedra de Pedro y los puestos de autoridad de Roma ocupadas por anticristos la destrucción del Reino de Nuestro Señor está avanzando rápidamente dentro mismo del Cuerpo Místico aquí abajo, especialmente a través de la corrupción de la Santa Misa, espléndida expresión del triunfo de Nuestro Señor por la Cruz: Regnavit a ligno Deus, y fuente de extensión de su Reino en las almas y sociedades.

 

Dom Guéranger también dice: «Si el sacrificio de la Misa se extinguiera, no demoraríamos demasiado en volver a caer en el estado depravado donde los pueblos estaban manchados por el paganismo, y esa será la obra del Anticristo; él tomará todos los medios posibles para evitar la celebración de la Santa Misa para que este gran contra-peso sea abatido, y que Dios ponga fin a todo, sin tener razón para mantenerlo en subsistencia» (Explicación de la Santa Misa, pág. 107).

Jean Ousset, en su libro Para que Él reine, Segunda Parte, Capítulo II, La Revolución, Odio de Satanás contra Jesucristo y su Iglesia, páginas 125-128:

Los sacerdotes, sobre todo, serán el objeto del odio infernal, no solamente porque son cristianos por excelencia, sino porque son los hombres de la Misa.

La Misa es, en efecto, la renovación de ese sacrificio del Calvario por el cual la humanidad se reconcilia con Dios, con lo que el orden inicial se encuentra de esta forma restablecido por una unión nueva, en cierta manera, de lo natural y de lo sobrenatural: unión que habían destruido y como rechazado nuestros primeros padres.

El olvido de esas verdades fundamentales —escribe el R. P. Fahey— hace difícil a las gentes, que no leen más que los periódicos y frecuentan el cine, comprender el odio a la Misa y al sacerdocio mostrado por la Revolución, masónica o comunista, en España, en Méjico o en otras partes. La formación dada por Moscú no basta para justificarlo.

De todas maneras, no huelga saber distinguir lo que Satanás buscaba con la crucifixión de Nuestro Señor y la finalidad que persigue ahora, al provocar y dirigir los ataques contra los que celebran Misa y los que a ella asisten.

Satanás movió a los jefes del pueblo judío a desembarazarse de Nuestro Señor, pues tenía conciencia de la presencia en el hombre Jesucristo de una excepcional intensidad de esa vida sobrenatural que detesta; pero, ciertamente, no quería y no pensaba entrar en el orden del plan divino de la Redención. Su orgullo no le permitió comprender el misterio de un Amor que llegaba hasta la divina locura de una inmolación en la Cruz. Los demonios no sabían, en efecto, que el acto de sumisión del Calvario significaba el retorno al orden divino por la restauración de la Vida Sobrenatural de la Gracia para el género humano.

San Pablo insiste diciendo que si (los demonios) lo hubiesen sabido, no habrían nunca crucificado al Señor de la Gloria. Y Santo Tomás: Si los demonios hubiesen estado absolutamente ciertos de que Nuestro Señor era el Hijo de Dios y si hubieran sabido de antemano los efectos de Su Pasión y de Su Muerte, nunca hubieran hecho crucificar al Señor de la Gloria.

Pero, si los demonios comprendieron demasiado tarde el sacrificio del Calvario, están, al contrario, perfectamente enterados de la significación de la Misa. Ahí se adivina su rabia. Todos sus esfuerzos van dirigidos para impedir su celebración. Pero, no pudiendo terminar totalmente con este acto único de adoración, Satanás intentará limitarlo a los espíritus y a los corazones del menor número posible de individuos… Y esta lucha continuará hasta el fin de los tiempos.

De esta forma se comprenden las apremiantes recomendaciones de los apóstoles y de los santos para ponernos en guardia contra Satanás y sus demonios. Conocemos la fórmula de San Pedro sobre el león rugiente buscando a quien devorar. San Pablo, por su parte, no temía escribir a los Efesios: Vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis resistir a las insidias del Diablo, que no es nuestra lucha contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires. Tomad, pues, la armadura de Dios para que podáis resistir en el día malo, y, vencido todo, os mantengáis firmes.

Cuando se ha comprendido el sentido y el alcance de esta lucha, cuando se conoce el plan de universal restauración realizado por Jesucristo y su Iglesia, aparece inevitable que Lucifer y todo el Infierno con él se encarnicen en hacer fracasar este plan y que a la catolicidad (entiéndase: a la universalidad) de la salvación operada por la acción sobrenatural de la Gracia, Satanás busque oponer la negación de un universalismo puramente natural, del cual el Señor de la Gloria sería expulsado y en el cual la obra de la redención estaría neutralizada, anulada.

Pero… ad ortu solis usque ad occasum in omni loco sacrificatur et offertur Nomini meo oblatio munda… — De levante a poniente, en todas partes, he aquí que sacrifican y ofrecen a Mi Nombre una oblación pura….

Esta frase del profeta Malaquías indica, por el contrario, el orden divino.

Que la Misa sea celebrada y bien celebrada (entiéndase: según la voluntad misma de Dios formulada por los Santos Cánones de la Iglesia). Que pueda ser celebrada de levante a poniente, en todos los lugares… Que pueda haber, para celebrarla, numerosos sacerdotes, santos y doctos en la ciencia de Dios… Que todo esté ordenado en este mundo, para que los méritos de la Misa puedan extenderse lo más abundantemente, lo más totalmente sobre el mayor número posible, y para eso, obrar de tal suerte que todo esté puesto en práctica, directa o indirectamente, sobrenatural y naturalmente, con el fin de que el mayor número posible esté lo mejor preparado para cosechar, gustar, buscar esos frutos de salvación eterna más universalmente concedidos…, ¿no son éstas realmente las razones supremas del orden universal, y por tanto, la primera justicia? Finalidad de todos los esfuerzos de la Iglesia en cuanto que Ella está directamente encargada del magisterio y del ministerio específicamente religiosos y sobrenaturales. Finalidad muy real, aunque indirectamente buscada, del mismo poder civil y de las instituciones.

Finalidad real de ese mínimo, por lo menos, deseable de bienestar, de expansión material, intelectual y moral que Santo Tomás nos ha enseñado que era indispensable, comúnmente, para la práctica de la virtud.

Finalidad real de esa defensa de las buenas costumbres, que es uno de los primeros deberes del Principado. Finalidad, real, en fin, de esa paz, de esa comunidad, de esa comunión entre los individuos, las clases o las naciones, de las cuales, está bastante claro, el mundo está atrozmente alejado, como también está atrozmente alejado de Dios.
He ahí, pues, en su magnífica unidad, el plan natural y sobrenatural del universalismo cristiano o catolicismo. Sabemos que San Ignacio ha hecho de ello el Principio y el Fundamento de sus Ejercicios:

“El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios, Nuestro Señor, y, mediante esto, salvar su alma. Y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde se sigue que tanto ha de usar de ellas cuanto le ayuden para su fin, y tanto debe quitarse de ellas cuanto para ello le impiden”.

He ahí, pues, lo que Satanás no puede dejar de combatir.

Todo esto es sólo el eco de la predicción del profeta Daniel: “… se ensoberbeció hasta contra el príncipe de la milicia celestial, le quitó el sacrificio perpetuo y arruinó el lugar de su Santuario. Un ejército le fue dado para destruir el sacrificio perpetuo a causa de los pecados; echó por tierra la verdad, y lo que hizo le salió bien” (Daniel, VIII, 11-12).

Al modificar gradualmente los ritos y las ceremonias tradicionales de la Misa, Lutero alienta gradualmente a los fieles a cambiar su fe.

Él aconseja sobre este tema: «Para llegar a la meta de manera segura y victoriosa, es necesario preservar ciertas ceremonias de la vieja misa para los débiles que podrían escandalizarse por el cambio demasiado abrupto» (Obras, t. XII, p. 212).

Pero estos cambios visibles en las formas litúrgicas se basan, de hecho, en una concepción totalmente errónea de la Santa Misa y el Sacerdocio, y en graves errores doctrinales.

Ya volveremos en otros Especiales sobre el famoso adagio lex credendi lex orandi, pero adelantamos que es así como debe ser comprendido = es la fe, la doctrina, la que establece la oración, la liturgia.

I- LOS HEREJES PROTESTANTES Y SUS ERRORES

Lanzada en 1517, la herejía protestante está liderada por algunas figuras destacadas: Lutero en Alemania, Calvino y Zwinglio en Francia y Suiza, Enrique VIII en Inglaterra.

Estos hombres fundaron, fuera de la Iglesia Católica Romana, tres sectas: la luterana, la calvinista y la anglicana, conocidas genéricamente como sectas protestantes.

De hecho, encontramos bajo el término «protestantismo» realidades y doctrinas bastante diferentes. Examinemos rápidamente las líneas principales para evitar un juicio global.

Lutero

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La esencia de la doctrina luterana se encuentra en la Confesión de Augsburgo, en La Apología de la Confesión de Augsburgo (ambas escritas por Melanchton, discípulo de Lutero), y en los dos Catecismos escritos por Lutero en 1529 para la instrucción del pueblo.

Mientras que la doctrina Católica considera a la Iglesia docente como el único depósito de la Verdad Revelada, cuyas dos fuentes son la Sagrada Escritura y la Tradición, Lutero rechaza la Tradición y el poder de la Iglesia para enseñar.

Afirma que la Biblia, interpretada por la razón individual (iluminada directamente por el Espíritu Santo), es la única fuente de fe. Por lo tanto, predica el libre examen de las Escrituras.

El centro de la doctrina luterana se encuentra en su interpretación de la naturaleza caída y de la justificación.

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Melanchton

De acuerdo con la doctrina de Lutero:

— la doctrina individualista rechaza la Comunión de los Santos;

— el pecado original es una corrupción total de la naturaleza humana, de modo tal que la libertad ya no existe;

— después del pecado original, la razón no ve más el bien, y la voluntad ya no es libre de lograrlo;

— la gracia hace que la salvación sea irresistible, pero no hace que la naturaleza corrupta sea realmente buena y justa;

— la justificación no es y no puede ser una transformación interna, es todo externo;

— el pecado persiste; pero, si el pecador tiene fe y confianza, el alma sucia es revestida con el manto de los méritos de Cristo.

De tal doctrina, fundada en la negación de la libertad de los actos humanos, se sigue el rechazo de las oraciones, de las buenas obras, del culto de los Santos, del Purgatorio y de las Indulgencias.

De la fe sola, suficiente para la justificación, se sigue lógicamente el rechazo de los Sacramentos. Estos son para Lutero simples símbolos que mantienen externamente la fe, o las promesas que prueban que somos justificados, pero no medios reales de justificación, signos que producen gracia.

Finalmente, el luterano, afirmando que la salvación es dada directamente por Dios, niega la necesidad de las mediaciones eclesiales y la utilidad de una jerarquía establecida por Nuestro Señor en su Iglesia. Lutero confiará así a los príncipes la autoridad sobre las iglesias.

Zwinglio y Calvino

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Encontramos gran parte de la doctrina luterana en Zwinglio y Calvino.

Sin embargo, estallará una violenta disputa: la llamada controversia sacramental, con respecto al modo de la presencia real en la Eucaristía; volveremos sobre ella con más detalle al exponer la cuestión de la transubstanciación.

Lo que caracteriza especialmente a los sistemas de Calvino el Zwinglio es la teoría de la predestinación absoluta según la cual los hombres están predestinados, desde la eternidad, a la bienaventuranza o a la condenación sin prever ninguno de sus méritos. Según ellos, todos reciben la gracia divina o la desgracia de una vez por todas.

Finalmente, en la organización y distribución de poderes en la Iglesia, Zwinglio y Calvino imprimen un carácter más democrático que Lutero. Como él, rechazan la jerarquía sacerdotal, pero consideran a la Iglesia como una sociedad democrática que absorbe el estado. Mientras Lutero hizo de su iglesia esclavos de príncipes, Calvino reclama su propia autonomía e independencia.

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Calvino

Una cena calvinista (Según Jean Rilliet: Zwinglio, el tercer hombre de la Reforma, 1959)

“El Jueves Santo, 13 de abril de 1525, el Viernes Santo y el Día de Pascua, bajo las bóvedas asombradas del Gran Münster, el culto se desarrolló conforme a un orden absolutamente nuevo.

El alemán desterró completamente al latín de la liturgia. Los coros ya no cantaban. Sólo se elevaban a la entrada del coro las voces de Zwinglio y de dos sacerdotes que lo ayudaban, recitando alternativamente textos de los Salmos o del Credo. A veces, la multitud que se agolpaba en la colegial, los apoyaba con respuestas: Dios sea alabado, Amén, o arrodillado, recitando con ellos el Padre Nuestro.

La cena reemplazó a la misa.

Las especies de la comida sagrada descansaban sobre una mesa ordinaria. Zwinglio ofició ante la asamblea, en lugar de permanecer, como en la liturgia romana, frente al altar.

Luego, los acólitos distribuyeron el pan en los bancos de los fieles, quienes tomaron un pedazo con su propia mano y se lo llevaron a la boca. La copa, traída igualmente, circulaba de un comulgante a otro. Zwinglio había insistido en que el vino se sirviera en cálices de madera, para repudiar abiertamente cualquier esplendor.

Durante varios años, los partidarios de la ley anterior pudieron ir el domingo a los territorios vecinos donde encontraron los ornamentos sagrados, el incienso, el Kyrie eleison, el Gloria, la confesión, desaparecidos de los santuarios de Zurich.

Cuando las relaciones entre los confederados se pusieron tensas, poco después del paso de Berna a la Reforma, en 1528, la tolerancia terminó”.

Enrique VIII y sus sucesores

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El caso de la Iglesia Anglicana es un poco peculiar, porque la separación de la Iglesia Católica se basó inicialmente en razones personales y diplomáticas, pero no religiosas.

Después de la muerte de Enrique VIII, instigador de la ruptura, el poder fue entregado a las manos del obispo Cranmer, el arzobispo de Cantorbery y el duque de Somerset, ambos cercanos a los protestantes de Alemania.

Parte de la Iglesia Anglicana se convirtió rápidamente en herética, y como los lazos con la fe católica se mantuvieron en lo profundo de Inglaterra, los reformadores comenzaron por modificar externamente el culto, antes de tocar abiertamente la doctrina (táctica practicada y aconsejada por Lutero).

El anglicanismo es, además, una curiosa mezcla de diversas prácticas protestantes. Lo vemos, por ejemplo, en la misa Richard Hilles, un hombre de confianza del obispo Cranmer, escribió al calvinista suizo Henri Bullinger: «Nuestros obispos y gobernantes parecen estar actuando como deberían, al menos para el presente, ya que, para salvaguardar la paz pública, evitan lo que podría importunar a los luteranos, tienen en cuenta a sus sabios teólogos alemanes y someten a ellos su juicio mientras conservan algunas ceremonias papistas». (Cartas de Zurich, vol. I, p. 265, Richard Hilles a Henri Bullinger, Londres, 4 de junio de 1549).

El obispo Cranmer trata de acordar las divergencias doctrinales entre los protestantes. Así, en 1548, impulsó la ejecución de un proyecto que debía proporcionar una mayor unidad entre todas las iglesias protestantes. Este proyecto consistió en la adopción de una confesión común y una armonía de fe y doctrina extraída de la pura palabra de Dios, de tal modo que todos pudiesen admitir de un solo acuerdo.

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Él había remarcado las diferencias que existían entre los protestantes sobre la doctrina de la santa cena (como ellos la denominan), sobre los decretos divinos, sobre el gobierno de la Iglesia y sobre varios otros asuntos.

Pero la unificación de los protestantes no se pudo realizar. Se encontraron con los límites del sistema que habían construido: el rechazo del magisterio de la Iglesia y la adopción de un examen gratuito les impidió poner límites a la multiplicación indefinida de opiniones y sectas.

II- EL CULTO PROTESTANTE

A) Las consecuencias de las herejías protestantes sobre la doctrina de la Santa Misa son serias y pueden resumirse en una triple negación:

— del carácter sacrificial de la misa.

— de la transubstanciación.

— del sacerdocio particular del sacerdote.

El carácter sacrificial de la Misa

La teoría de la justificación del hombre por la fe sin obras lleva a Lutero a negar el sacrificio expiatorio, el carácter propiciatorio del Santo Sacrificio de la Misa.

Hablando de los conventos, dice: «El elemento principal de su culto, la misa, supera toda impiedad y toda abominación, hacen un sacrificio y una buena obra. Es un error obvio e impío ofrecer o aplicar la misa por los pecados, para satisfacer, por los difuntos”.

Para Lutero, la Misa es sólo un simple memorial de la Pasión cuyo objetivo es instruir a los fieles, recordarles el sacrificio del Calvario para provocar el acto interior de fe. Si habla de sacrificio, es sólo en el sentido de sacrificio de alabanza o acción de gracias, sin valor redentor.

En consecuencia, la liturgia de la Palabra debe tener el primer lugar y la Comunión el segundo. Y para impregnar completamente las mentes de esta nueva concepción, Lutero incluso modifica las palabras: «La misa no es un sacrificio o la acción de un sacerdote, veamos esto como un sacramento o un testamento. Llamémosle Bendición, Eucaristía o Memorial del Señor». (Lutero: Sermón del primer domingo de Adviento).

Además, para los protestantes, los sacramentos no tienen una eficacia intrínseca, son sólo puros símbolos que no producen la gracia: «El Santísimo Sacramento no fue instituido como un sacrificio para ofrecerle por el pecado, sino para despertar nuestra fe y consolar a las conciencias». (Confesión de Augsburgo, Art. XXIV: De la Misa).

La Transubstanciación

Los protestantes también combaten el dogma de la transubstanciación, según el cual desde el momento de la Consagración están presentes en el altar, el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de Nuestro Señor bajo las apariencias o accidentes del pan y del vino.

Es esta cuestión del modo de la presencia de Nuestro Señor en la Eucaristía lo que dio lugar a la controversia sacramental, de la que ya hemos hecho referencia.

Lutero defiende la tesis de la impanación. Según él, la substancia del pan permanece después de la Consagración y el Cuerpo de Cristo se encuentra en el pan: «Ya no es simplemente pan en el horno, sino pan-carne, pan-Cuerpo, es decir, un pan que se ha convertido en un ser único y una cosa sacramental con el Cuerpo de Cristo». (Lutero, Obras, VI, pág. 127, Labor et Fides. Este tratado De la Cena, que data de 1528, es el último de Lutero en su controversia con Zwinglio y su escuela).

Nótese que aquí permanece una noción de presencia real, mientras que en Calvino esta presencia es todo virtual. Este último cree que, dado que el pan está aquí abajo y el Cuerpo de Cristo en el cielo, su identificación solo puede ser del orden del signo, como una pintura es una representación de Cristo.

«No debemos buscar a Jesucristo como hombre, excepto en el cielo, o de otra manera que no sea en espíritu y en fe. Por lo cual, es una superstición mala y perversa incluirla entre los elementos de este mundo. Rechazamos como malos expositores a aquellos que insisten en el significado literal de estas palabras: Este es mi Cuerpo, Esta es mi Sangre«. (Acuerdo sobre el asunto de los sacramentos celebrado entre los ministros de la Iglesia y Jean Calvin, Ministro de la Iglesia de Ginebra, el 1 de agosto de 1549, reproducido en Collection des Opuscules, Ginebra, 1556, pág. 1142).

Además, los protestantes pretenden que esta presencia, más o menos real de Nuestro Señor, proviene del acto de fe de los fieles reunidos, y no de la eficacia de las palabras de la Consagración pronunciadas por el sacerdote.

El Sacerdocio

Con tal concepción de la Misa y de la Eucaristía, entendemos que el papel del sacerdote está bien disminuido. Como simple presidente de la Asamblea, ya no actúa in persona Christri, es decir, en el lugar de Cristo.

Esta negación del sacerdocio particular del sacerdote y los poderes correspondientes a esa dignidad es una consecuencia lógica de la negativa de las mediaciones de la Iglesia.

Lutero va tan lejos como para negar la distinción básica entre clérigos y laicos. «Se ha descubierto que el papa, los obispos, los sacerdotes, los monjes componen el estado eclesiástico, mientras que los príncipes, los señores, los artesanos, los campesinos forman el estado secular. Es una pura invención y una mentira. Todos los cristianos son en verdad el estado eclesiástico; no hay más diferencia entre ellos que la función (…) Si el papa o un obispo da la unción, hace tonsuras, ordena, consagra, viste de manera diferente a los laicos, puede hacer engañadores o ídolos ungidos, pero no puede hacer un cristiano ni un eclesiástico (…) todo aquel que sale del bautismo puede presumir de ser consagrado sacerdote, obispo o papa, aunque no corresponde a todos ejercer esta función». (Lutero, Manifiesto a la nobleza cristiana de Alemania, 1520).

Por lo tanto, Lutero aboga por una noción de sacerdocio universal y rechaza el Sacramento del Orden.

Encontramos nuevamente su teoría: Sólo Dios es todo, sólo Dios hace todo. Pero entre Él y nosotros permanece un abismo insuperable, y el hombre permanece solo frente a su pecado, que se acumula sin ninguna certeza de perdón.

B) La aplicación práctica de estos errores en la Liturgia.

Con respecto a las modificaciones exteriores del culto, los protestantes actuaron voluntariamente de manera progresiva. «El sacerdote bien puede arreglarse de tal manera que el hombre del pueblo siempre ignore el cambio que ha hecho y pueda asistir a misa sin encontrar nada que le escandalice».

En aplicación de esta «pedagogía desviada», la misa luterana se presenta de la siguiente manera desde la Navidad de 1521: Confiteor, Introito, Kyrie, Gloria, Epístola, Evangelio, predicción, (no hay Ofertorio), Sanctus, narración en voz alta y en el lengua vulgar de la Institución de la Cena, la comunión bajo ambas especies (en la mano y en el cáliz) sin la necesidad de una confesión previa, Agnus Dei, Benedicamus domino.

El latín desaparecerá gradualmente entre los luteranos. El marco general se conserva, pero la mayoría de la Misa se suprime o modifica.

La modificación es particularmente grave para el Ofertorio, que expresa claramente el propósito propiciatorio y expiatorio del sacrificio; así como para el Canon, que se convierte en un simple memorial leído en voz alta como una narración.

Por supuesto, esto está en contra de las rúbricas litúrgicas establecidas por la Iglesia Católica, que requieren que el celebrante se detenga ante las palabras de la Consagración y cambie su tono para pronunciarlas. En efecto, el tono narrativo (en tercera persona), que es apropiado para la recitación histórica de la Cena, se vuelve asertivo o intimatorio (en primera persona) para la Consagración, porque en este momento es realmente Nuestro Señor quien habla a través de la boca del sacerdote.

Para la Sagrada Eucaristía, las marcas de respeto son suprimidas, confirmando la atenuación del dogma de la presencia real. La comunión se recibe de pie y luego en la mano.

Una historia de una de las primeras misas protestantes informaron que una hostia había caído al suelo, el presbítero dijo a los laicos que la recogieran, y como se negaron con un gesto de respeto, simplemente dijo: que ella permanezca donde está, con tal que no caminemos por encima.

Finalmente, los fieles han adquirido un lugar preponderante en la Misa que, según Lutero, “es ofrecida por Dios al hombre y no por el hombre a Dios».

Para significarlo, el celebrante ya no está a la cabeza de la gente, dirigido hacia la Cruz del Altar, sino que se volvió hacia la gente, a la cual sobre todo debe instruir. Por lo tanto, se dirige más a la asamblea y en su lenguaje, rechazando el latín.

El rito anglicano cambió gradualmente de la Misa católica a la cena protestante: los pasajes ambiguos que tranquilizaban a los conservadores fueron reemplazados progresivamente por fórmulas protestantes.

El primer Prayer Book (1549) suprime el Ofertorio, modifica el Canon y adopta la versión luterana de la recitación de la institución. El sacrificio propiciatorio es pasado bajo silencio, pero no es explícitamente negado. Es una primera etapa.

Desde que fue adoptado por todas partes, un segundo Prayer Book es publicado en 1552, el cual se aproxima mucho más a la cena calvinista.

En 1559, la reina Elizabeth, que sabe que los obispos anglicanos están divididos sobre la cuestión de la transubstanciación, impone una solución sincretista e irenista: un texto neutro, que no aprueba ni combate la presencia real. Los anglicanos conservadores quedan satisfechos, mientras que los protestantes extremos reaccionan vigorosamente.

Este ordo sincretista dura hasta 1562, cuando Carlos II, el Calvinista, aclara y precisa que el cuerpo de Jesucristo sólo está en el cielo. También modifica la oración por los difuntos, que molesta a los negadores del Purgatorio, y la reemplaza por un texto equívoco.

Este empleo de la ambigüedad reaparecerá algunos siglos más tarde…, y no sólo en la iglesia conciliar…

Finalmente, la noción de sacrificio da paso a la Liturgia de la Palabra y al intercambio de la comunión.

La siguiente directiva se envía a todos los obispos ingleses: «Todos los altares deben ser eliminados de inmediato de todas las iglesias y deben ser reemplazados por una mesa» (Directiva del obispo Cranmer).

Incluso se da explícitamente la razón del cambio: «La forma una mesa hará pasar mejor a los simples de las opiniones supersticiosas de la misa papista al uso legítimo de la Cena del Señor. Porque un altar sirve para ofrecer un sacrificio, pero la mesa se usa para comer (…) nadie puede negar que la forma de una mesa está más indicada para devolvernos la Cena del Señor».