50 AÑOS DEL NOVUS ORDO MISSÆ

Conservando los restos

Especiales de Cristiandad

LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO

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El 3 de abril de 1969, Jueves Santo aquel año, veía la luz la Constitución Missale Romanun presentando el Novus Ordo Missæ, la misa bastarda montiniana…

Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ…

Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante…

Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…

Continuamos con estos Especiales, en los que ya hemos considerado la historia de la Santa Misa en la Iglesia Primitiva. Veremos hoy el período que va desde San Pedro hasta San Gregorio Magno.

Dios mediante seguiremos de cerca la continuidad del Misal Romano desde este gran Pontífice hasta San Pío V. Así hasta llegar a la desviación del Movimiento Litúrgico, que desembocará en la promulgación de la Constitución Missale Romanum de Pablo VI…

Estudiaremos en detalle el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missæ, las oraciones de la nueva misa y el espíritu protestante de la reforma litúrgica…

Llegaremos, Dios mediante, hasta los Indultos de 1984 y 1988 y el pérfido Motu proprio de 2007…

HISTORIA DE LA MISA TRADICIONAL (V)

LA SANTA MISA

DE SAN GREGORIO MAGNO A SAN PÍO V

Los siglos V, VI y VII han visto brillar la Liturgia Romana. Pudo desarrollarse y expresarse de una manera más solemne a continuación del Edicto de Constantino (313), que puso fin a las persecuciones.

San Gregorio Magno (540-604) puso orden en el desarrollo de la Liturgia Romana, y la codificó en su Sacramentario Gregoriano. A su muerte, el Canon de la Misa Romana está definitivamente establecido.

La Liturgia, ¿dejará de desarrollarse? No. Porque la Liturgia Romana se extenderá ahora por todo el Occidente, y asimilará progresivamente los ritos locales.

¿Cuáles fueron y cómo se produjeron las adiciones?

Las Oraciones al pie del Altar fueron las últimas en agregarse. Se desarrollaron a partir de ceremonias privadas medievales. Sin embargo, fueron empleadas mucho antes de la reforma protestante, y se encuentran en la primera edición impresa del Misal Romano (1474).

El Gloria fue introducido gradualmente, primero en forma cantada en las Misas festivas de los Obispos. Es probablemente de origen galicano.

El Credo llegó a Roma en el siglo XI.

Las oraciones del Ofertorio y del Lavabo fueron introducidas a más tardar en el siglo XIV.

El Placeat tibi, la Bendición y el Último Evangelio se introdujeron durante la Edad Media.

Cabe señalar, sin embargo, que estas oraciones, prácticamente invariables, antes de su incorporación oficial en el Rito Romano habían adquirido un uso litúrgico secular.

El Rito Romano se difundió, y en los siglos XI y XII suplantó en Occidente a prácticamente todos los demás ritos, excepto el de Milán y el de Toledo.

De todo esto se desprende que el Ordo Missae de San Pío V (1570), fuera de algunas adiciones y ampliaciones mínimas, corresponde muy de cerca al Ordo establecido por San Gregorio Magno.

*****

Tres características marcan el desarrollo de la Santa Misa entre los siglos VI y XVI:

— la asimilación de los ritos galicanos por parte de Roma.

— el despliegue del Ofertorio.

— el desarrollo de las demostraciones de adoración eucarística.

I- LA ASIMILACIÓN DE RITOS GALICANOS

El genio del Rito Romano

El latín se caracteriza por su concisión, su lógica, su fuerza de síntesis.

Son estas también las notas de la Liturgia Romana: sobriedad, lógica, simplicidad.

Las oraciones del Misal manifiestan su origen románico por su estilo conciso.

La comparación con las oraciones de origen galicano es bastante sorprendente.

El contraste es asombroso: así como el latín es fuerte y conciso, el estilo galicano es descriptivo y detallado.

Esta fuerza de expresión y de lógica no es la única característica del rito latino, pues tiene otra fundamental que se une a ella.

Todos los estudiantes de historia conocen el secreto de la solidez del Imperio Romano: su capacidad para adaptarse a las costumbres locales, al mismo tiempo de integrarlas en su administración. Roma tuvo el don de la universalización política, como los griegos tuvieron el de la universalización intelectual.

La Divina Providencia ha proporcionado a Roma una prodigiosa capacidad de asimilación que abrió los caminos de la evangelización. Cuando Jesucristo se encarna todo estaba preparado; Roma había unificado el mundo, y el mensaje de la Revelación se extendió rápidamente. Una roca sólida aguarda a la Sede de Pedro, y no tuvo más que establecerse allí para gobernar a la Iglesia.

Esta fuerza romana también será el medio que el Espíritu Santo utilizará para garantizar la unificación y el desarrollo de la Liturgia a comienzos de la Edad Media.

La unificación primero, por la imposición gradual del Rito Romano en todo Occidente. El desarrollo, también, al integrar en este Rito Romano todo lo que podía enriquecerlo y contribuir a su resplandor universal.

Esta capacidad de asimilación y universalización es, sin duda, la segunda marca del genio del Rito Romano.

La asimilación gradual de ritos galicanos

A la muerte de San Gregorio Magno, el Rito Romano no era el único rito del Occidente católico. A su lado, tres ritos principales se utilizan en Europa:

— En Italia, en Milán: el Rito Ambrosiano, que se remonta a San Bernabé. San Ambrosio (340-397) lo perfeccionó.

No se conoce bien su desarrollo, pero es cierto que se beneficia de la influencia del Rito Romano, del cual está muy cerca (por ejemplo, se encuentra en el Canon la adición de San Gregorio: Diesque nostros in tua pace disponas). Por su parte, él influyó en el Rito Romano, que le debe varios himnos magníficos.

San Pío V perpetuó su uso en la diócesis de Milán por la Bula Quo primum tempore.

— En España, el Rito Gótico o Mozárabe.

Probablemente España utilizó el Rito Romano hasta el siglo V; pero la invasión de los reyes visigodos (arrianos) mezcló nuevos usos, tomados prestados en parte de una liturgia griega.

Cuando San Leandro convirtió a los reyes visigodos, purificó la liturgia gótica que, llamada mozárabe debido a la ocupación árabe, se convirtió en la única liturgia de España hasta el siglo X.

La adopción del Rito Romano acompañó luego a la reconquista del país de manos de los musulmanes. Para evitar que este Rito desapareciese por completo, el Papa Julio II autorizó su uso en Toledo.

— En Francia, el Rito Galicano reúne diversas prácticas según las diócesis, teniendo en común un lirismo bastante opuesto a la sobriedad romana y un gran simbolismo.

Este Rito Galicano no tiene nada que ver con el «galicanismo» de la era moderna (siglos XVII y XVIII), ni con las desviaciones litúrgicas a las que se opondrá Dom Guéranger.

La liturgia galicana es ciertamente de origen oriental y se remonta a la más alta antigüedad: el Rito de Lyon proviene de San Potino y San Ireneo, quienes fueron convertidos por el Apóstol San Juan en Asia.

Pepino el Breve, hijo de Carlos Martel y padre de Carlomagno, gran protector del papado (en 754 respondió al pedido de ayuda del Papa Esteban II, oprimido por los lombardos), fue convencido por el Sumo Pontífice de la necesidad de imponer en Francia la unidad de la liturgia para proteger la fe.

Tanto él como su hijo Carlomagno trabajaron para difundir la Liturgia Romana, asistidos en esto por los benedictinos, siempre muy romanos, y cuya influencia es enorme entre los siglos VIII y IX.

Carlomagno no se contentó con imponer el Misal Gregoriano, sino que decidió que el Misal sería debidamente aumentado por un suplemento que incluía una selección de oraciones tomadas de las colecciones litúrgicas que se usaban en Francia.

Estas oraciones terminarían por imponerse también en Roma, que las cubre para la posteridad del título romano.

Así son integradas gradualmente en el Ordinario de la Misa: el Asperges, el Salmo Judica me, el Confiteor, todas las oraciones que acompañan las ceremonias del Ofertorio, la incensación, y las tres Oraciones antes de la Comunión.

Las ceremonias de la Bendición de los Ramos y los Improperios del Viernes Santo también son de origen galicano.

Cabe señalar que la parte central de la Santa Misa, el Canon, no es tocada por este movimiento general: las diócesis adoptan el Canon Romano con gran respeto. Su desarrollo está terminado, ya es inmutable, definitivo.

PIO V

San Pío V, ni arqueólogo ni innovador; el Santo Papa no compone una nueva misa, ni borra el desarrollo que ha tenido lugar desde el principio. Se complace en publicar una edición oficial del Misal que dejaron sus antecesores, para que la pureza del rito protegiese la integridad de la Fe.

¿Cuándo es legítimo el desarrollo litúrgico?

El gran rasgo del desarrollo de la Santa Misa en la Edad Media es esta asimilación de elementos de origen galicano, más descriptivos, más poéticos, sin tocar el Canon.

Entonces puede surgir una pregunta: ¿no habrá perdido el Rito Romano algo de su latinidad? Es decir, ¿sacrificó la sobriedad y la fuerza sintética que lo caracterizaba?

Para responder, debemos comprender qué modificaciones son aceptables, y cuáles no.

El contenido esencial de la Santa Misa, transmitido por Jesucristo en la misma Institución, no puede sufrir modificación. Los actos y oraciones que rodean este núcleo sagrado, sí.

La Santa Misa, en su naturaleza, es inmutable; pero la expresión sensible de esta realidad inmutable puede admitir agregados.

San Buenaventura explica que Nuestro Señor instituyó sólo la sustancia, el acto esencial del sacrificio, y que ha dejado a su Iglesia, ayudada y dirigida por el Espíritu Santo, la tarea de desarrollar, revestir el simple y efectivo acto de la consagración:

Algunos ritos se refieren a la necesidad y a la integridad de la Misa, y fueron instituidos por Jesucristo. Otras ceremonias consideran la solemnidad del rito, y han sido agregadas por la Iglesia; pero estas no son «diminuentia», sino más bien las salvaguardas de aquellos que afectan a la integridad. El propósito de esta adición es exaltar la devoción, llamar la atención y, finalmente, expresar mejor el significado de las ceremonias (Distinción 12, p. 1, dubia 5).

Sin embargo, esto no significa que la Liturgia pueda evolucionar de cualquier manera. La Liturgia no es una devoción personal; es social por naturaleza (oración de esa sociedad que es la Iglesia, de la cual Cristo es la cabeza). Debido a este carácter social, y debido a que pertenece a toda la Iglesia, la liturgia es necesariamente tradicional. De hecho, es la característica de cualquier sociedad el transmitir una herencia, una tradición, que asegura la unidad en el tiempo. Ninguna época puede inventar su liturgia; todo lo contrario, ella debe primero recibir, y luego transmitir el patrimonio de los siglos pasados.

Los ritos esenciales instituidos por Jesucristo fueron desarrollados por los Apóstoles, y luego por sus sucesores.

Y aquí llegamos a la característica principal del desarrollo de la liturgia: es un desarrollo homogéneo, una explicitación progresiva. La naturaleza permanece inmutable, mientras que el cuerpo se desarrolla lenta y armoniosamente, pero de manera irreversible.

Es comprensible, pues, que Pío XII condene como un grave error el arqueologismo de aquellos que desean regresar a los ritos y ceremonias de la antigüedad, borrando el desarrollo litúrgico.

La Tradición es, por definición, lo que se transmite sin interrupción (tradere: transmitir); si algo ha cesado, en un momento, de ser transmitido, es obvio que ya no es la tradición.

Pío XII es muy claro en su Encíclica sobre la liturgia Mediator Dei (1947):

Con la misma medida deben ser ponderados los conatos de algunos, enderezados a resucitar ciertos antiguos ritos y ceremonias. La Liturgia de los tiempos pasados merece nuestra veneración, sin duda ninguna; pero una costumbre antigua no ha de ser considerada precisamente por su antigüedad como lo mejor y más a propósito, tanto en sí misma cuanto en relación con los tiempos sucesivos y las situaciones nuevas. También son dignos de estima y respeto los ritos litúrgicos más recientes, porque han surgido bajo el influjo del Espíritu Santo, que está con la Iglesia siempre hasta la consumación de los siglos, y son medios que forman parte del tesoro del que la ínclita Esposa de Jesucristo se sirve para estimular y procurar la santidad de los hombres.

Es, en verdad, cosa prudente y loable el volver de nuevo con el espíritu y el corazón a las fuentes de la Sagrada Liturgia, porque su estudio, remontándose a los orígenes, contribuye mucho a comprender el significado de las fiestas y a penetrar con mayor profundidad y esmero en el sentido tanto de las fórmulas corrientes como de las ceremonias sagradas; pero ciertamente no es prudente ni loable el reducirlo todo y de todas las maneras a lo antiguo.

Así, por ejemplo, se sale del recto camino quien desea devolver al altar su forma primitiva de mesa; quien desea excluir de los ornamentos litúrgicos el color negro; quien quiere eliminar de los templos las imágenes y estatuas sagradas; quien hace representar al Redentor Crucificado sin que aparezcan los dolores acerbísimos que padeció en la Cruz; quien repudia y reprueba el canto polifónico, aunque se ajuste a las normas promulgadas por la Santa Sede.

Así como ningún católico sensato puede rechazar los textos de la doctrina cristiana compuestos y decretados con grande utilidad por la Iglesia, bajo la inspiración y dirección del Espíritu Santo, en épocas recientes, para volver a las fórmulas de los primeros Concilios; ni puede repudiar las leyes vigentes para retornar a las prescripciones de las antiguas fuentes del Derecho Canónico, así cuando se trata de la Sagrada Liturgia, no resultaría animado de un celo recto y prudente quien deseara volver a los antiguos ritos y usos, repudiando las nuevas normas introducidas por disposición de la divina Providencia para hacer frente a los cambios de las circunstancias reales.

Tal manera de pensar y obrar reanimaría, efectivamente, el excesivo y malsano arqueologismo que despertó el Concilio ilegítimo de Pistoya, y resucitaría los múltiples errores que un día provocó ese conciliábulo y los que de él se siguieron, con gran daño de las almas, errores que la Iglesia, guardiana vigilante del «Depósito de la Fe» que le ha sido confiado por su Divino Fundador, condenó a justo título. En efecto, tales deplorables iniciativas tienden a paralizar la acción santificadora con la cual la Sagrada Liturgia orienta hacia el Padre para su salvación a sus hijos adoptivos.

Este desarrollo es análogo a lo que se denomina en teología el desarrollo homogéneo del dogma: si la Revelación está relacionada con la muerte del último Apóstol, la comprensión, la explicación de esta revelación, la explicitación puede desarrollarse, desplegarse, explicitarse.

El desarrollo del dogma se realiza a menudo con motivo de las herejías.

Cuando Berengario de Tours, en el siglo X, luego los protestantes en el siglo XVI, expresan sus dudas en la presencia real de Cristo en la Eucaristía, la Iglesia define con más precisión esta verdad; nunca había sentido la necesidad de hacerlo hasta entonces, porque todos lo habían creído siempre. Para defender la Fe, se vio obligada a explicarlo y definirlo mediante fórmulas dogmáticas, y en adelante el lenguaje utilizado para describir esta realidad será más explícito, más teológico.

En 1794, por la Bula Auctorem fidei, el Papa Pío VI condenó el sínodo jansenista de Pistoya por omitir usar el término transubstanciación en un documento sobre la Eucaristía. Ahora bien, este término es obligatorio, enseña la Iglesia, porque es el único que expresa de manera precisa el cambio de sustancia que se produce durante la Santa Misa. Usar otros términos, incluso si no son erróneos en sí mismos, es ser menos preciso y, por lo tanto, promover la herejía.

Pío VI dice que la doctrina del conciliábulo es perniciosa, derogativa de la exposición de la verdad católica acerca del dogma de la transustanciación y favorecedora de los herejes.

Por lo tanto, Pío VI ordena nuevamente que el término transubstanciación debe ser absolutamente utilizado en cualquier exposición teológica sobre la presencia real.

Ya veremos que el documento que presenta al Novus Ordo Missæ no lo utiliza ni una sola vez…

El «retorno a las fuentes», tanto en el campo teológico como en el campo litúrgico, puede ser peligroso cuando no tiene en cuenta la acción del Espíritu Santo, que guía a su Iglesia en la explicitación de la Fe.

Todos los heresiarcas se han amparado en la antigüedad para intentar hacer pasar sus novedades, explica Dom Guéranger.

Por lo tanto, es necesario comprender la asimilación de los ritos de origen galicano por el Rito Romano: se trata de una explicitación, de una mejor significación de las realidades divinas de la Misa. Así orientado, el desarrollo de la liturgia es perfectamente legítimo.

Por lo tanto, se trata de un desarrollo lógico que, incluso si utiliza oraciones de origen galicano, no altera las virtudes del orden y del rigor del Rito Romano.

Éste no pierde nada de su latinidad, ya que al integrar los nuevos elementos, los ordena en una expresión más rigurosa del Santo Misterio. Los romaniza, les da valor universal (católico), los canoniza.

La mejor manera de percibirlo es, sin duda, considerar el ejemplo más bello del desarrollo de la Liturgia en la Edad Media: el Ofertorio.

II- EL DESARROLLO DEL OFERTORIO

Historia

En los primeros siglos la ofrenda de la materia del sacrificio era realizada por parte de los fieles. Estas ofrendas consistían principalmente del pan y del vino, pero también de otros dones. Lo que se necesitaba para el sacrificio, pan y vino, era llevado al altar por el diácono; el resto era utilizado para el mantenimiento del clero y de los pobres.

Desde el siglo IV, esta procesión fue acompañada por un Salmo. La antífona de este Salmo se mantuvo después de la desaparición de la procesión y constituye nuestra actual Antífona del Ofertorio.

Al final de la ofrenda, el obispo recitaba una oración sobre los dones para el sacrificio. El Sacramentario de San Gregorio habla de una Oratio super oblata (Oración sobre las ofrendas); pero Bossuet afirma que a veces se la llamó Oratio super secreta (Oración sobre los dones apartados). Esto explicaría su nombre actual de Secreta.

Tal era lo esencial del Ofertorio: ofrenda de los fieles y oraciones sobre las ofrendas.

La ofrenda de los fieles gradualmente cayó en desuso; pero en las Galias, para penetrar más profundamente el significado, el sacerdote y los fieles se habían acostumbrado a recitar ciertas oraciones privadas durante el curso de la oblación. Ellas aparecen en el siglo IX en los Misales galos y mozárabes; y el Misal Romano las adopta entre los siglos XI y XIV.

Es interesante ver como, mientras tanto, estas simples oraciones privadas fueron puestas en orden para resaltar cada aspecto del Ofertorio. De este modo, varios Santos obispos han juzgado oportuno distinguir:

— la oblación del pan y del vino,

— la oblación de nosotros mismos,

— la invocación del Espíritu Santo,

— y detallar los motivos de nuestra oblación.

El desarrollo del Ofertorio se hace progresivamente. Los ritos cartujo y dominico corresponden aproximadamente a los rituales utilizados en los siglos XI y XIII, y permiten tener una idea del mismo.

En el siglo XIV el Ofertorio es concluido. Es bajo esta forma que será codificado dos siglos más tarde por San Pío V en el Misal Romano de 1570; y ya no tendrá ningún cambio en adelante.

El significado del Ofertorio (razones de este desarrollo)

Esta ofrenda es la que Jesucristo hace de sí mismo a su Padre. Si bien se realiza sólo en el momento de la Consagración, como la Luz divina, demasiado intensa para nuestros ojos, podría cegarnos si la recibimos de inmediato, la Iglesia la refracta en rayos de diferentes colores a través del prisma de la Santa Liturgia: las oraciones de la Misa son rayos que muestran matices diferentes de un solo sacrificio, que alcanza su máxima intensidad en el medio del Canon.

¿Qué es lo específico del Ofertorio?

El pan y el vino no se ofrecen en sí mismos, pues el único Sacrificio de la Santa Misa es el de Jesucristo. Bajo los signos del pan y del vino, ya es el sacrificio de Cristo, es la Hostia Inmaculada, lo que se ofrece previamente.

Nuestra ofrenda de pan y de vino no tiene valor en sí misma; sólo el Sacrificio de su Hijo es aceptable al Padre Eterno.

¿Por qué entonces ofrecer pan y vino antes de que sean transubstanciados? ¿Por qué no hacer presente de inmediato la Santa Víctima, única que puede interceder por nosotros?

Por una razón de conveniencia: antes de ser transubstanciados en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, el pan y el vino deben ser separados, dedicados a Dios.

Es cierto que no permanecerán substancialmente después de la Consagración; pero las apariencias del pan y del vino, los accidentes, envolverán al Divino Salvador; y de la misma manera que un vaso sagrado, que va a contener el Cuerpo o la Sangre de Cristo, no puede ser utilizado sin haber sido consagrado o bendecido previamente, es muy conveniente dedicar el pan y el vino que prestarán su apariencia a Dios.

Al igual que el pan y el vino, la oblación de los fieles es relativa: no tiene en sí misma su razón de ser y sólo toma su significado por la oblación de Cristo, de la que depende absolutamente.

Por lo tanto, no hay un «sacrificio de los fieles» separado del Sacrificio de Cristo. Es en y por el Sacrificio de Cristo que la ofrenda de los fieles toma su realidad.

Pero, precisamente, porque este Sacrificio de Cristo, que es lo esencial, ocupa el lugar principal de la Misa (el Canon), el Ofertorio sirve para manifestar el sacrificio de los fieles.

El Ofertorio, entonces, es:

— la ofrenda previa del Sacrificio de Cristo,

— y en esta ofrenda previa, la ofrenda (relativa) del pan y del vino, que representa el sacrificio (relativo) de los fieles.

En el momento de la Adoración, ya no hay pan ni vino, ni sacrificio de los fieles, sino el único Sacrificio de Cristo, Cabeza de la Iglesia, ofrecido bajo las especies de pan y de vino.

Mientras se espera ese momento, el Ofertorio resalta la parte relativa y humana del Sacrificio. Papel delicado que implica colocar (provisionalmente) lo relativo en primer plano, sin olvidar, sin embargo, su relatividad, y sin ocultar el Sacrificio perfecto.

Las oraciones introducidas en la Edad Media son muy apropiadas para manifestar todo esto.

Las oraciones del Ofertorio

Que este es el significado del antiguo Ofertorio, tenemos la prueba en las Liturgias Orientales, que tienen muchos paralelismos con la Liturgia Latina, y por el testimonio de los Padres de la Iglesia.

Esto es lo que dice San Pablo: Os ruego, hermanos, por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios en un culto espiritual vuestro. (Romanos, XII, 1).

Y esto es lo que escribe San Agustín (354-430): Este es el sacrificio de los cristianos; formando nosotros, siendo muchos en número, un cuerpo en Jesucristo. Lo cual frecuenta la Iglesia en la celebración del augusto Sacramento del altar que usan los fieles, en el cual demuestra que en la oblación y sacrificio que ofrece, ella misma se ofrece. (La Ciudad de Dios, L. X, c. VI).

San Gregorio Magno tiene la misma idea: Pero es necesario, cuando hacemos esto, que nos inmolemos a nosotros mismos a Dios mediante la contrición del corazón, porque cuando celebramos los misterios de la Pasión del Señor, debemos imitar lo que hacemos. Entonces será una verdadera hostia ofrecida a Dios por nosotros, si hacemos de nosotros mismos una hostia. (Diálogo IV, c. LIX).

El ritual de la gota de agua mezclada con el vino es ocasión para que muchos Padres de la Iglesia especifiquen la unión de nuestro sacrificio al de Cristo.

San Cipriano de Cartago (+ 258), llega a afirmar contra los acuarianos (que pretendían ofrecer sólo agua): Cuando en el cáliz se mezcla agua con el vino, el pueblo se une a Cristo. Esta unión y conjunción del agua y del vino se mezcla de tal manera en el cáliz del Señor que esa mezcla no puede separarse entre ella misma. Por ello nada podrá separar de Cristo a la Iglesia, es decir, al pueblo establecido en la Iglesia, el cual persevera fiel y firmemente en lo que cree, de modo que esté adherido y subsista con amor inseparable. Así, pues, en la santificación del cáliz del Señor no puede ofrecerse sólo agua, como tampoco sólo vino. Porque si se ofrece sólo vino, la sangre de Cristo empieza a estar sin nosotros; y si el agua está sola, el pueblo empieza a estar sin Cristo. Pero cuando ambas cosas se mezclan y se unen entre sí con la unión que las fusiona, entonces se cumple el sacramento espiritual y celestial. Y así el cáliz del Señor no es agua sola o vino solo sin que una y otro se mezclen entre sí, como el Cuerpo del Señor no puede ser harina sola o agua sola, sin que ambas cosas estén unidas y consolidadas en la masa de un solo pan. Por tanto, en el mismo sacramento aparece nuestro pueblo vinculado de tal modo que, así como muchos granos reducidos a la unidad y molidos y amasados juntos forman un solo pan, así en Cristo, que es pan celestial, sepamos que hay un solo cuerpo al que está unida y vinculada nuestra multitud. (Carta 63, 1-4. A Cecilio, contra los acuarianos).

Pero esta intención, que explica y sobreentiende la ofrenda de los fieles no está explícita en el rito; por eso la Liturgia requiere que las palabras expresen el gesto que se realiza. Por lo tanto, era normal que el gesto del Ofertorio fuera apoyado por oraciones vocales.

Era necesario mencionar el significado de la ofrenda; y, para hacerlo, recordar explícitamente el sentido del Santo Sacrificio y el propósito de la Santa Misa.

Las oraciones del Ofertorio, tal como serán codificadas por San Pío V, constituyen así una magnífica explicación de la ofrenda de los fieles; ellas lo manifiestan en cada uno de sus elementos: ofrenda de pan, ofrenda del vino, ofrenda de los fieles, invocación al Espíritu Santo, etc.

Se trata verdaderamente de un desarrollo, de un despliegue del Ofertorio.

Consideremos estas oraciones.

a) Oblación del pan

La primera oración, Suscipe, sancte Pater, resume ya todo lo que es útil saber sobre el Sacrificio:

Recibe, oh Padre Santo, omnipotente y eterno Dios, esta hostia inmaculada, que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco a Ti, mi Dios vivo y verdadero, por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias, y por todos los circunstantes, así como también por todos los fieles cristianos vivos y difuntos; a fin de que a mí y a ellos nos aproveche para la salvación y vida eterna. Así sea.

¿A quién se ofrece el sacrificio? A Dios: Padre Santo, omnipotente y eterno Dios.

¿Quién sacrifica? El sacerdote: que yo, indigno siervo tuyo, te ofrezco.

Es muy conveniente que la primera oración del Ofertorio manifieste el carácter peculiar del sacerdote: no ofrece estos dones de la misma manera que los feligreses, ya que está marcado del Sacramento del Orden, y es por sus manos que Jesucristo ofrecerá su Sacrificio. Por lo tanto, se comprende que él sea el primero en invocar la Divina Misericordia por sus pecados, enfatizando su indignidad.

Dicha oración corresponde perfectamente a las palabras de San Pablo: (Jesucristo) no necesita diariamente, como los Sumos Sacerdotes, ofrecer víctimas, primero por sus propios pecados, y después por los del pueblo (Hebreos VII, 27).

¿Qué se ofrece? Esta hostia inmaculada, es decir, Jesucristo, cuya ofrenda se actualizará en la Consagración.

¿Por qué se ofrece? En expiación: por mis innumerables pecados, ofensas y negligencias.

¿Por quién? Por el sacerdote primero, luego por los fieles, vivos y muertos, para obtener la vida eterna: por todos los circunstantes, así como también por todos los fieles cristianos vivos y difuntos; a fin de que a mí y a ellos nos aproveche para la salvación y vida eterna.

b) Preparación del Cáliz

El sacerdote recita la oración Deus, que humanæ substantiæ bendiciendo y vertiendo una gota de agua en el vino que será consagrado:

Oh Dios, que maravillosamente formaste la naturaleza humana y más maravillosamente la reformaste: + haznos, por el misterio de esta agua y vino, participar de la divinidad de Aquel que se dignó hacerse partícipe de nuestra humanidad, Jesucristo, tu Hijo Señor Nuestro, que, Dios como es, contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, por todos los siglos de los siglos. Así sea.

Este rito de agua mezclada al vino proviene de Nuestro Señor Jesucristo. Era una costumbre judía. San Justino ya lo menciona en el año 150 como proveniente de Cristo.

Este rito manifiesta la unión de la naturaleza humana con la naturaleza divina en la Persona de Nuestro Señor. Los Padres griegos también veían aquí un recuerdo de la sangre y el agua que corrió del costado de Cristo. Finalmente, es el símbolo de la inclusión de nuestra ofrenda en el sacrificio de Cristo.

La oración que la acompaña también es muy antigua: se trata de una colecta romana de Navidad, un poco modificada (por la introducción de por el misterio de esta agua y vino), ya presente en el Sacramentario de San León Magno (+ 461); ella ingresa en el Ordinario de algunas diócesis alrededor del año 900.

Esta oración, tal cual, la hallamos en el grupo de misales de los siglos X y XI, calcados sobre el ordinario renano de San Galo, llevado a Italia y Roma por los benedictinos.

Es un maravilloso resumen de la historia de la salvación (Encarnación y Redención). Todo el significado del Santo Sacrificio se resume allí; mientras que la gota de agua expresa nuestra adhesión a la Redención.

c) Oblación del Cáliz

La ofrenda del Cáliz de salvación es análoga a la de Hostia inmaculada, pero se destaca la primera persona del plural:

Te ofrecemos, Señor, el Cáliz de salvación, implorando tu clemencia para que suba con olor de suavidad hasta el acatamiento de tu Divina Majestad, para nuestra salvación y la de todo el mundo. Así sea.

Esta oración es bien antigua (siglo VIII o IX), y en todo caso anterior a su introducción en el Rito Romano.

d) Oblación de los fieles: In spiritu humilitatis.

Terminada la oblación del pan y del vino, que representó relativamente también la oblación de nuestras personas, es apropiado que una oración mencione explícitamente esta ofrenda de nosotros mismos, y es esto que se hace aquí de manera inequívoca: … suscipiamur a Te, Domine

Recíbenos, Señor, animados de un espíritu humilde y de un corazón arrepentido; y tal efecto produzca hoy nuestro sacrificio en tu presencia, que del todo te agrade, oh Señor y Dios nuestro.

Esta oración, que se remonta al menos al siglo IX, está inspirada en la de los tres jóvenes arrojados al horno por Nabucodonosor porque se negaron a adorar a un ídolo. Privados de Templo y de Sacrificios, los jóvenes solicitaron a Dios aceptarlos en holocausto:

No tenemos en este tiempo príncipe ni caudillo, ni profeta, ni holocausto, ni sacrificio, ni ofrenda, ni incienso, ni lugar donde presentarte las primicias, a fin de poder alcanzar tu misericordia. Pero recíbenos Tú, contritos de corazón, y con espíritu humillado. Como el holocausto de los carneros y toros, y los millares de gordos corderos, así sea hoy nuestro sacrificio delante de Ti, para que te sea acepto; pues jamás quedan confundidos los que en Ti confían. (Daniel, III, 38-40).

e) Invocación del Espíritu Santo: Veni Sanctificator

Ven, oh Dios santificador, omnipotente y eterno, y ben + dice este sacrificio preparado para gloria de tu santo nombre.

¿Por qué invocar particularmente al Espíritu Santo al ofrecer el sacrificio? Este es un rasgo común a todas las liturgias. Los griegos tienen este llamamiento al Espíritu Santo después de la Consagración, pero era normal que el Rito Latino, más preocupado por el orden lógico, lo colocara antes de la acción propiamente sacrificial.

Hay dos razones para justificar la invocación de la Tercera Persona de la Santísima Trinidad:

1ª – El sacrificio debe ser necesariamente aceptado por Dios. Ya que el sacrificio está dispuesto, es apropiado acudir a esta intervención divina, tradicionalmente atribuida al Espíritu Santo, como lo demuestra la Secreta del viernes de Pentecostés: Señor, que el sacrificio ofrecido en tu presencia sea consumido por aquel fuego divino, con el cual fueron encendidos los corazones de los apóstoles.

Bossuet comenta magníficamente: Es en este sentido que el sacrificio del Nuevo Testamento a veces se denomina holocausto, con la diferencia de que el fuego que consumía a las antiguas víctimas era un fuego que sólo podía consumir y destruir, en lugar del fuego que usamos, es decir el Espíritu Santo, que sólo consume lo que quiere; de tal modo que, sin cambiar nada de afuera (porque no quiere dar nada a los sentidos en un sacrificio que debe ser todo espiritual), consume sólo la sustancia; y no la consume simplemente para destruirla, como hace el fuego material, sino que, como es un espíritu creador, consume los dones para hacer de ellos algo mejor: el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor.

2ª – Como el Cuerpo del Salvador se formó en el seno purísimo de la Virgen María por la operación del Espíritu Santo, también es por su operación que Él debe hacerse presente sobre el Altar. Si sólo a través de la transubstanciación puede realizarse, es normal este llamado al Santificador.

No se puede dudar de que esta oración, donde pedimos el descenso del Espíritu Santo para hacer del pan el Cuerpo y del vino la Sangre de Jesús, sea muy antigua, pues se la encuentra ya en la liturgia de los griegos. San Cirilo de Jerusalén (autor del siglo IV) nos dice en términos formales que ella se encuentra en el uso común de las iglesias.

En Occidente, encontramos esta oración en forma de canto en la liturgia irlandesa del siglo VIII.

En las Misas solemnes, se inserta aquí una incensación de las oblatas.

f) Lavabo

El lavado de las manos, que tenía un propósito práctico, sirve sobre todo para simbolizar la pureza indispensable al sacrificador.

Decía San Cirilo de Jerusalén en el siglo IV: Visteis que un diácono dio a lavar sus manos al sacerdote que oficia y a los otros sacerdotes que estaban alrededor del altar. ¿Creéis que fue con el fin de limpiar el cuerpo? De ninguna manera. Este lavado de manos nos señala que debemos estar puros de todos nuestros pecados; porque nuestras manos significan las acciones, lavarse las manos no es más que purificar nuestras obras.

Al comienzo del cristianismo, los fieles se lavaban las manos antes de los oficios en las fuentes situadas a la entrada de las iglesias; queda el uso del Signo de la Cruz con agua bendita.

La costumbre de la recitación de los versículos del Salmo XXV (Lavabo inter innocentes manus meas…) se extendió en el siglo XI.

Se destacan las menciones del altar, de la oración de alabanza, de la casa del Señor y de las santas asambleas, expresiones todas que concuerdan con la celebración de la Santa Misa:

Lavaré mis manos entre los inocentes; y rodearé oh Señor, tu altar. Para hacerme eco de los cánticos de alabanza, y proclamar todas tus maravillas. Yo he amado, oh Señor, el decoro de tu casa, y la mansión de tu gloria. No pierdas, Dios mío, mi alma con los impíos, ni mi vida con los hombres sanguinarios. Cuyas manos están manchadas de maldad, y su diestra cargada de sobornos. Yo, en cambio, he procedido con inocencia; líbrame Tú y ten piedad de mí. Mi pie ha andado por el camino recto. En la asamblea de los fieles te bendeciré. Gloria al Padre …

El Salmo 25, del cual se extraen estos versículos, hace hablar a Nuestro Señor, que pide a Dios su Padre aceptar el sacrificio perfecto que Él ha venido a ofrecer. El versículo he procedido con inocencia, por lo tanto, no se aplica a la persona del sacerdote que lo recita, sino a la de Jesucristo (ver Dom Guéranger, Explicación de la Santa Misa).

g) Oblación a la Santísima Trinidad: Suscipe, sancta Trinitas

Recibe, oh Trinidad Santa, esta oblación que te ofrecemos en memoria de la Pasión, Resurrección y Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y en honor de la bienaventurada siempre Virgen María, del bienaventurado San Juan Bautista y de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo, y de éstos y de todos los Santos; para que a ellos les sirva de honor y a nosotros nos aproveche para la salvación, y se dignen interceder por nosotros en el cielo aquellos de quienes hacemos memoria en la tierra. Por el mismo Jesucristo Nuestro Señor. Así sea.

Después de la incensación y del lavado de las manos, la oración Suscipe, sancta Trinitas llama la atención de los asistentes a la idea central de la Misa: la del sacrificio.

Ella recoge en una especie de síntesis todas las diferentes ofrendas detalladas anteriormente. Pero esta oración, sin embargo, no constituye una duplicación, porque expresa tres verdades esenciales, no formuladas previamente (aunque a menudo figuran implícitamente):

Suscipe, sancta Trinitas: el sacrificio se ofrece a Dios, Uno y Trino, como Él mismo se reveló.

Ob memoriam Passionis: El sacrificio, desde el comienzo, debe referirse explícitamente al único Sacrificio agradable a Dios, por el cual acepta el nuestro: la Pasión de su Hijo.

Et in honorem Beatæ Mariæ semper Virginis…: Porque los Santos son parte del sacrificio ofrecido.

En Jesucristo se recapitula toda la Iglesia, toda la Iglesia es ofrecida. Por lo que es importante para nosotros, miembros de la Iglesia militante, aclarar aquí que la Iglesia Triunfante también se está ofreciendo con nosotros. Para nosotros, que esperamos los felices efectos del sacrificio, ya es una promesa de éxito.

Una palabra de esta oración evoca fuertemente esta gran verdad: et istorum (en honor de … de estos). ¿De quién se trata? De los Santos cuyas reliquias están encerradas en el Ara (sabemos que los primeros cristianos celebraban la Misa sobre la tumba de los mártires). El Altar, que representa a Cristo, incorpora las reliquias que representan el sacrificio de los Santos.

Toda la Iglesia triunfante es parte del sacrificio ofrecido en la Santa Misa, de la misma manera que estas reliquias son parte del altar. In altari, Ecclesia concorporalis et consecramentalis est Christo (Sobre el altar, la Iglesia forma con Cristo un solo cuerpo y un solo sacramento, decía Alger de Lieja (+ 1130). San Agustín ha desarrollado abundantemente este aspecto en De Civitate Dei, L. 22, c. 10).

La Iglesia venera especialmente a la Virgen María; ella se dirige hacia Ella para ofrecerle el sacrificio que Ella ofreció, primero y de manera apropiada, en virtud de la relación personal que tuvo con el Verbo encarnando en su seno purísimo.

Admitida en el siglo XII en el Misal Romano, esta oración se remonta, en lo esencial, a la Liturgia Ambrosiana.

h) Intercambio de oraciones. El sacerdote besa el altar, se vuelve hacia el pueblo y, abriendo y cerrando los brazos, se encomienda a las oraciones de los fieles diciendo:

Orad, hermanos, a fin de que este sacrificio mío y vuestro, sea aceptado en el acatamiento de Dios, Padre omnipotente.

Y el pueblo le responde, orando por él, en estos términos:

El Señor reciba de tus manos este Sacrificio, para alabanza y gloria de su nombre, y para nuestro provecho y el de toda su Santa Iglesia.

Sacerdote: Amén.

***

Vemos, pues, como el Rito Latino, al recibir oraciones de origen galicano para el desarrollo del Ofertorio, ha mantenido su propio carácter: les dio un arreglo lógico, detallando cada aspecto de la ofrenda.

El resultado es tan expresivo que el Ofertorio recibió en la Edad Media el apodo de «Pequeño Canon».

El Ofertorio ciertamente expresa en parte las mismas ideas que el Canon; pero esta es una pre-ofrenda que, necesariamente, debe ser distinta de la verdadera ofrenda-sacrificio (la del Canon) debido a su doble función específica:

— la puesta a parte y la santificación de la materia del sacrificio.

— la manifestación, por el ofrecimiento, de esta materia (que dará al Cuerpo y a la Sangre de Cristo accidentes sensibles), de la unión de nuestro sacrificio con el de Cristo.

Tal es ya el significado implícito del antiguo Ofertorio que las oraciones de la Edad Media simplemente explicitan.

Más aún, la necesidad de este desarrollo se demostró más tarde, en el siglo XVI, por el ataque de los protestantes en su contra.

Lutero declaró que abominaba el Ofertorio, porque él manifiesta muy evidentemente el carácter sacrificial y propiciatorio de la Santa Misa.

Un protestante contemporáneo también ha dicho, no sin desprecio, que la parte central del Ofertorio, Suscipe Sancte Pater, es una exposición perfecta de la doctrina romana del sacrificio de la Misa (Luther Reed, Pastor luterano, The Lutheran liturgy, Fortress Press, Filadelfia, 1947, p. 312).

El Ofertorio asume así una nueva importancia, como baluarte del Santo Sacrificio: la venerable oración del Canon, en la que se realiza el Santo Sacrificio, está así protegida de toda incursión enemiga, de toda profanación. No se puede acceder a él sin pasar por esta fortificación que le da un significado incuestionablemente católico.

Recordemos con qué celoso cuidado los primeros cristianos protegían el corazón del Santo Sacrificio de toda mirada profana. Estaba prohibido que un incrédulo lo viera o escuchara la mínima palabra; incluso los catecúmenos eran excluidos de él; y era una falta grave revelar el texto venerable del Canon a una persona que todavía no estaba suficientemente informada sobre el significado de los misterios, porque era exponerlo a ser mal interpretado, y así profanado.

Habiendo desaparecido el baluarte del secreto, fue necesario construir otro; y el desarrollo del Ofertorio durante la Edad Media ofreció la inmensa ventaja de proporcionar, incluso antes del comienzo de la Acción Sagrada, una introducción detallada a su celebración.

El Ofertorio da su significado a la Santa Misa, la define, protege al Canon…

Dom Guéranger enseñó que el cambio en los asuntos litúrgicos sólo puede ser justificado por una expresión más precisa de la doctrina. El despliegue del Ofertorio proporciona un ejemplo brillante.

III. LAS OTRAS ADICIONES (y el desarrollo del culto eucarístico)

Las otras partes de la misa no experimentaron un verdadero desarrollo después de San Gregorio Magno.

Cabe señalar, en particular, que la forma del Canon codificada por San Pío V se remonta al siglo V, y que no se ha modificado desde entonces.

Se han agregado algunas oraciones, especialmente en torno al rito de la comunión; a menudo ya existían en la iglesia galicana o española.

La recepción de la Sagrada Eucaristía, que se realizó bajo las dos especies en los primeros siglos, se hizo gradualmente bajo una sola especie por razones de conveniencia y facilidad práctica. Esta disciplina, grave en razón del respeto al Cuerpo de Cristo, será sancionada por el Concilio de Trento con incumbencias teológicas contra los protestantes, de ayer y de hoy…

El final del siglo XII vio la aparición de un rito al que estamos tan habitados hoy que nos parece casi necesario para la Misa: la elevación después de la Consagración.

Prescrito en París, durante el episcopado de Eudes de Sully (constructor de Notre-Dame, 1196-1208), este rito de adoración es practicado en Roma desde 1219.

La elevación del Cuerpo sacratísimo de Nuestro Señor ya existía antes, especialmente entre los cartujos; y la elevación del Cáliz es probablemente un poco posterior. El rito de la pequeña elevación (antes del Padrenuestro) es, por otro lado, mucho más antiguo.

Toda la Edad Media ve de esta manera acrecentarse la manifestación de la piedad hacia el Santísimo Sacramento.

La abadía de Cluny impone, poco a poco, para el sacerdote el uso de mantener el pulgar y el índice articulados desde la Consagración hasta la ablución (sobre el Cáliz, claro está), de modo que estos dos dedos, que tocan el preciosísimo Cuerpo de Nuestro Señor, no tengan contacto con nada profano antes de ser purificados; sin esta precaución, una partícula podría perderse.

Cabe destacar, dentro del magnífico impulso de la piedad eucarística, la Misa del Santísimo Sacramento, una verdadera obra maestra compuesta en 1264 por Santo Tomás de Aquino, a petición del Papa Urbano IV.

Grave será la anarquía que se apoderará de la Iglesia con motivo del exilio de los Papas en Aviñón (1309 a 1377), y que también afectará a la liturgia.

Todo Occidente ha adoptado el Rito Romano, pero cada diócesis tiene una versión diferente.

Esta anarquía litúrgica, unida a los ataques protestantes contra el Santo Sacrificio, requerirá del Concilio de Trento y de San Pío V una estricta codificación del Rito de la Misa: no inventarán nada, no alterarán nada; simplemente se contentarán con ordenar lo que ya existía para editar un Misal oficial al cual los sacerdotes deberán referirse para saber cómo celebrar la Santa Misa.

En las próximas entregas, Dios mediante, veremos esto.