50 AÑOS DEL NOVUS ORDO MISSÆ

Conservando los restos

Especiales de Cristiandad

LA SUPRESIÓN DEL SANTO SACRIFICIO

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El 3 de abril de 1969, Jueves Santo aquel año, veía la luz la Constitución Missale Romanun presentando el Novus Ordo Missæ, la misa bastarda montiniana…

Estamos a cincuenta años del Novus Ordo Missæ…

Estamos a cincuenta años de la segunda reforma protestante…

Con esa reforma no católica comienza la operación de supresión del santo sacrificio…

Como anticipamos y ya comenzamos a hacer, Radio Cristiandad publicará a lo largo de este año dos categorías de artículos: unos sobre la Santa Misa, especialmente en su sacrosanto Rito Romano; y otros mostrando la perversidad de la misa bastarda.

En primer lugar presentaremos una breve Historia de la Misa Tradicional… La Santa Misa en la Iglesia Primitiva; el período desde San Pedro hasta San Gregorio Magno; y la continuidad del Misal Romano desde este gran Pontífice hasta San Pío V.

Será necesario hacer un estudio detallado de los ataques protestantes en el siglo XVI contra la Misa Católica.

Enfrentando esa reforma, consideraremos la inmensa obra del Concilio de Trento, especialmente las definiciones y las condenas de su Vigesimosegunda Sesión, y el encargo hecho a los Sumos Pontífice que culminará con la promulgación de la Bula Quo Primum Tempore de San Pío V.

El demonio no podía quedarse tranquilo sin intentar suprimir el Sacrificio del Nuevo y Eterno Testamento. De este modo suscitará en la segunda década del siglo XX la desviación del Movimiento Litúrgico, que desembocará en la promulgación de la Constitución Missale Romanum de Pablo VI…

Estudiaremos en detalle el Breve Examen Crítico del Novus Ordo Missæ, las oraciones de la nueva misa y el espíritu protestante de la reforma litúrgica…

Llegaremos, Dios mediante, hasta los Indultos de 1984 y 1988 y el pérfido Motu proprio de 2007…

HISTORIA DE LA MISA TRADICIONAL (II)

DEL CALVARIO A LA MISA

Escribió Bossuet: No hay nada más grande en el universo que Jesucristo; y no hay nada más grande en Jesucristo que su sacrificio. (Reflexiones sobre la Agonía de Jesucristo).

I.- EL SACRIFICIO DE CRISTO EN EL CALVARIO

Uno de los malhechores suspendidos, blasfemaba de Él, diciendo: “¿No eres acaso Tú el Cristo? Sálvate a Ti mismo, y a nosotros.” Contestando el otro lo reprendía y decía: “¿Ni aun temes tú a Dios, estando en pleno suplicio? Y nosotros, con justicia; porque recibimos lo merecido por lo que hemos hecho; pero Éste no hizo nada malo.” Y dijo: “Jesús, acuérdate de mí, cuando vengas en tu reino.” Le respondió: “En verdad te digo, hoy estarás conmigo en el Paraíso.” (San Lucas, XXIII: 39-42).

Este episodio de la conversión in extremis del Buen ladrón nos hace palpar la extraordinaria eficacia de la intercesión de Jesucristo en la Cruz.

Al leer la Pasión de Jesús, incluso el ateo se siente confundido de que no es sólo una cuestión de una muerte heroica y ejemplar, sufrida por un hombre excepcional. En verdad, es mucho más que eso: es el sacrificio voluntario del Hijo de Dios, que se inmola a sí mismo por la gloria de su Padre y la salvación de las almas.

Pero, ¿era necesario llegar hasta allí? ¿Y quién nos dice que se trata de un sacrificio expiatorio?

Apoyándonos en la Sagrada Escritura y en el Magisterio de la Iglesia, respondamos a estas dos cuestiones: 1ª.- la de la necesidad de la Redención por medio de la Cruz; 2ª.- la de la realidad del sacrificio.

1ª.- ¿Fue necesaria la muerte de Cristo?

Ante todo, es importante recordar que Dios no necesita en absoluto de sus creaturas. Él nos creó libremente; y fue libre, después de la caída original, de redimirnos o no.

Además, absolutamente hablando, Dios podría redimir al hombre por cualquier medio. Por ejemplo, Dios podría habernos redimido perdonándonos y exigiendo sólo una reparación imperfecta.

La Pasión de Jesucristo, por lo tanto, no era necesaria con una necesidad rigurosa para la liberación de la humanidad.

Sin embargo, si tomamos en cuenta el decreto divino que estableció la Pasión de Cristo como medio de la redención de la humanidad, la Pasión de Nuestro Señor se establece necesaria.

Es en este sentido que debemos entender la palabra de Nuestro Señor, que anuncia su crucifixión: Y como Moisés, en el desierto, levantó la serpiente, así es necesario que el Hijo del hombre sea levantado. Para que todo el que cree tenga en Él vida eterna. Porque así amó Dios al mundo: hasta dar su Hijo único, para que todo aquel que cree en Él no se pierda, sino que tenga vida eterna.

De la misma manera, si Dios exigía una reparación equivalente a la gravedad de la ofensa que constituye el pecado original y las lamentables consecuencias de todos los pecados mortales cometidos desde entonces, la redención por medio de la Cruz se hacía necesaria.

La explicación de este último punto es la clave del misterio de la Redención.

El primer pecado, de hecho, ha introducido en la humanidad un desorden radical: a excepción de María Inmaculada, cada hombre que viene al mundo está en un estado de rebelión latente contra Dios. Tal desorden, que ya es un insulto para Dios, se agrava por los pecados personales de cada uno.

Ahora bien, la gravedad de una ofensa se mide por la dignidad de la persona agraviada. Hecha a Dios, la ofensa alcanza proporciones infinitas.

Para reparar el mal del pecado, era necesario un acto de amor de Dios de valor infinito.

Pero ninguna criatura es capaz de semejante acto, sólo Dios puede amarse a sí mismo infinitamente.

Por lo tanto, para que un alma humana produzca un acto de amor de Dios de valor infinito, era necesario que esa alma fuese el alma humana de una Persona divina: alma humana porque, si es el hombre quien ha pecado, es él quien debe reparar; Persona divina porque es necesario un acto de amor de valor infinito.

Tal es el alma del Verbo encarnado, verdadero Dios y verdadero hombre: el acto de amor que Nuestro Señor Jesucristo hizo mientras moría en la Cruz reparó la culpa de nuestro primer padre y todos los pecados que siguieron, porque alcanzó de la Persona divina del Verbo un valor infinito.

Incluso podemos decir que Él ha reparado mucho más allá de lo que exigía la justicia divina, como lo explica Santo Tomás de Aquino:

Jesucristo, al padecer por caridad y por obediencia, presentó a Dios una ofrenda mayor que la exigida como recompensa por todas las ofensas del género humano. Primero, por la grandeza de la caridad con que padecía. Segundo, por la dignidad de su propia vida, ofrecida como satisfacción, puesto que era la vida de Dios y del hombre. Tercero, por la universalidad de su pasión y por la grandeza del dolor asumido. Y, por tal motivo, la pasión de Cristo no fue sólo una satisfacción suficiente, sino también superabundante por los pecados del género humano, según aquellas palabras de I Juan 2, 2: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados; y no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero. (Suma Teológica, III, q. 48, a 2).

La justicia de Dios está satisfecha. Pero, ¿puede el amor de Dios Padre complacerse en la terrible agonía de su Hijo único, inocente de todo delito? La respuesta a esta pregunta está dada por el Salvador mismo el día de su resurrección: ¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas! ¿No era necesario que el Cristo sufriese así para entrar en su gloria?

Nuestro Señor nos hace entender con estas palabras que su Pasión era necesaria, no sólo para la redención del género humano, sino también para su propia gloria.

Santo Tomás sigue exponiendo brillantemente:

Dios ama a Cristo no sólo más que a todo el género humano, sino también más que a todo; pues para Él quiso el mayor bien, porque le dio el nombre que está sobre todo nombre (Flp., II, 9), para que fuese verdadero Dios. Y tal amor no queda ensombrecido porque lo entregara a la muerte para la salvación del género humano, pues de ahí mismo le viene el ser glorioso vencedor. Dice Is., IX, 5: En su hombro puso la soberanía. (Suma Teológica, I, q. 20, a. 4, ad 1).

Sin embargo, Dios pudo haberse contentado para salvarnos con el menor acto de caridad del Verbo encarnado; puesto que el menor de estos actos se atribuye a la Persona divina, y, por lo tanto, tienen un valor infinito para satisfacer y merecer.

La misericordia de Dios, sin embargo, quiso hacernos penetrar en la profundidad del mal que es el pecado. Al contemplar a Cristo en la Cruz, comprendemos mejor el horror del pecado y el inmenso amor de Dios por nosotros.

2ª.- ¿Fue un sacrificio la muerte de Jesucristo?

El Catecismo de San Pío X enseña que el sacrificio en general consiste en ofrecer una cosa sensible a Dios y destruirla de alguna manera en reconocimiento de su supremo dominio sobre nosotros y sobre todas las cosas.

Agreguemos que el sacrificio en el sentido estricto sólo puede ser ofrecido a Dios por el legítimo ministro de la religión, el sacerdote.

Por lo tanto, todos los elementos del sacrificio se encuentran en la muerte de Cristo:

a) una víctima, que es el mismo Jesucristo. Normalmente, somos nosotros los que deberíamos haber sido víctimas por nuestros pecados, pero Cristo se ha substituido en lugar nuestro.

b) un sacerdote, también Jesucristo. Y esto es lo que constituye la peculiaridad de este sacrificio: el sacerdote y la víctima son uno mismo.

c) la ofrenda es la inmolación de la víctima (“ofrecer una cosa sensible a Dios y destruirla de alguna manera”). Cristo se ofreció voluntariamente a la muerte y su Sangre fue derramada hasta la última gota.

d) reconocer el supremo dominio de Dios sobre nosotros y sobre todas las cosas, que significa adorar a Dios, con todas las consecuencias que esto implica.

Esta sumisión requiere la acción de gracias por los bienes recibidos y la oración de pedido o impetración; y, como además el hombre es culpable, el sacrificio será expiatorio o propiciatorio para que el culto sea aceptable.

Un sacrificio completo tendrá estos cuatro objetivos: adorar, agradecer, pedir y expiar.

Este es el sacrificio de Jesucristo:

— Adoración: Jesús, al someterme a su Padre, manifestó el dominio soberano de Dios sobre Él y sobre todas las cosas.

— Acción de gracias: Jesús da gracias al Padre por devolverle la vida humana que ha recibido de Él.

— Impetración: Jesús ora en la Cruz por su Cuerpo Místico, que es la Iglesia.

— Propiciación: Jesús satisface superabundantemente a la justicia divina.

Es una verdad de fe que la Pasión de Cristo fue un sacrificio. El Concilio de Trento declaró:

Como quiera que en el primer Testamento, según testimonio del Apóstol Pablo, a causa de la impotencia del sacerdocio levítico no se daba la consumación, fue necesario, por disponerle así Dios, Padre de las misericordias, que surgiera otro sacerdote según el orden de Melquisedec, Nuestro Señor Jesucristo, que pudiera consumar y llevar a perfección a todos los que habían de ser santificados. Así, pues, el Dios y Señor Nuestro, había de ofrecerse una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz, con la interposición de la muerte, a fin de realizar para ellos la eterna redención.

Hay que decir, pues, que es el sacrificio por excelencia: el sacerdote no es solamente un sacerdote santo, sino la santidad misma; la víctima, a diferencia de las víctimas de todos los demás sacrificios, tiene un valor infinito; la unión requerida entre el sacerdote y la víctima no puede ser más estrecha.

Además de rendir gloria infinita a Dios y a Jesucristo, este sacrificio alcanza cinco preciosos beneficios para la humanidad:

— nos libra de la esclavitud del pecado,

— nos libra de la esclavitud de Satanás,

— nos libra de la pena debida al pecado, el infierno eterno,

— nos reconcilia con Dios,

— y, finalmente, nos abre el Paraíso, que hasta ese momento estaba cerrado.

De este modo, la religión fundada por Jesucristo tendrá por base y se centrará en el Sacrificio del Calvario.

Testigo de este acto sublime, el Buen ladrón obtiene su salvación a través de su arrepentimiento y de su confesión de fe. Con su ejemplo, ya vemos que es a través de la comunión con el misterio de Cristo crucificado que los hombres alcanzarán la dicha del cielo.

Sin embargo, ¿cómo se puede mantener viva la memoria y la realidad de la Cruz del Salvador a los ojos de todas las generaciones humanas?

Es esta una pregunta crucial, la cual es importante responder ahora.

II.- LA SANTA MISA REPRODUCE EN NUESTROS ALTARES EL SACRIFICIO DEL CALVARIO

Los Padres del Concilio de Trento expusieron maravillosamente la doctrina de la Misa, que sigue inmediatamente a su declaración sobre el sacrificio de Jesucristo en el Calvario:

Así, pues, el Dios y Señor nuestro, aunque había de ofrecerse una sola vez a sí mismo a Dios Padre en el altar de la cruz, con la interposición de la muerte, a fin de realizar para ellos la eterna redención; como, sin embargo, no había de extinguirse su sacerdocio por la muerte, en la última Cena, la noche que era entregado, para dejar a su esposa amada, la Iglesia, un sacrificio visible, como exige la naturaleza de los hombres, por el que se representara aquel suyo sangriento que había una sola vez de consumarse en la cruz, y su memoria permaneciera hasta el fin de los siglos, y su eficacia saludable se aplicara para la remisión de los pecados que diariamente cometemos, declarándose a sí mismo constituido para siempre sacerdote según el orden de Melquisedec, ofreció a Dios Padre su cuerpo y su sangre bajo las especies de pan y de vino y bajo los símbolos de esas mismas cosas, los entregó, para que los tomaran, a sus Apóstoles, a quienes entonces constituía sacerdotes del Nuevo Testamento, y a ellos y a sus sucesores en el sacerdocio, les mandó con estas palabras: Haced esto en memoria mía, etc. que los ofrecieran. Así lo entendió y enseñó siempre la Iglesia.

El Papa Pio XII, en su Encíclica Mediator Dei, confirma las palabras del Concilio de Trento:

El Augusto Sacrificio del altar no es, pues, una pura y simple conmemoración de la Pasión y Muerte de Jesucristo, sino que es un Sacrificio propio y verdadero, por el que el Sumo Sacerdote, mediante su inmolación incruenta, hace nuevamente lo que hizo en la Cruz, ofreciéndose al Padre como víctima por el ministerio del sacerdote.

Vemos, pues, que en la Última Cena del Jueves Santo Jesucristo instituyó el Santo Sacrificio de la Misa, y ordenó su reiteración hasta el fin de los tiempos.

Tres puntos merecen una explicación:

1º) ¿Por qué motivos instituyó Jesucristo la Santa Misa?

2º) ¿Qué acción realiza Jesucristo en la Santa Misa?

3º) ¿Qué efectos determinó para cada Misa?

1º) ¿Por qué motivos instituyó Jesucristo la Santa Misa?

Volvamos a los términos del Concilio de Trento:

… en la última Cena, la noche que era entregado, para dejar a su esposa amada, la Iglesia, un sacrificio visible, como exige la naturaleza de los hombres, por el que se representara aquel suyo sangriento que había una sola vez de consumarse en la cruz, y su memoria permaneciera hasta el fin de los siglos, y su eficacia saludable se aplicara para la remisión de los pecados que diariamente cometemos.

Este texto destaca, en primer lugar, un motivo general: la necesidad del sacrificio de la naturaleza humana; luego dos razones particulares relacionadas con el sacrificio del Calvario: la perpetuación de su memoria y la aplicación de sus efectos saludables.

— El motivo general radica en que la naturaleza humana reclama un sacrificio visible. Hubiera sido sorprendente que el autor de la naturaleza no tomara en cuenta esta necesidad esencial de su criatura, prohibiendo cualquier sacrificio después de la venida de Cristo.

El sacrificio sangriento de la Cruz fue una acción transitoria, realizada en un lugar, el Gólgota, sólo una vez y en un determinado momento. Un pequeño número de personas asistió a este drama; para todos los demás hombres es un hecho histórico de larga data. ¿No debía haber más sacrificios después de la muerte de Jesucristo? ¿No habrá sacrificio permanente para el cristianismo? Cristo, el autor y consumador de nuestra fe, ¿no habría dejado a su Iglesia un sacrificio tan duradero como herencia?

Parece, en principio, muy improbable; porque, de hecho, la gracia no destruye la naturaleza, y la naturaleza reclama un sacrificio visible, la expresión más perfecta de su religión para con Dios.

La ley natural y el hombre no pueden expresar mejor la vida religiosa interna que las anima sino mediante el sacrificio. Pero la gracia no destruye la naturaleza, la sana y la santifica, la ennoblece y la transforma. Por lo tanto, el hombre necesita un sacrificio visible en el estado de hijo de Dios para poder satisfacer, de la manera más acorde con la ley natural, sus obligaciones religiosas.

Era por lo tanto apropiado que la religión cristiana tuviera su sacrificio visible. Sin embargo, hemos visto que el sacrificio de Cristo de la Cruz fue lo más perfecto que pudo haber. Por lo tanto, la Iglesia de Cristo no puede presentar a Dios otra oblación sino la ofrecida por su Cabeza Divina.

Y, de hecho, la Iglesia nunca ha pretendido multiplicar los sacrificios; pero, según los misericordiosos designios divinos, representa, hace presente nuevamente, hasta el fin de los siglos el Sacrificio ofrecido una sola vez en la Cruz, y esto por dos razones:

— Para perpetuar la memoria de nuestra Redención. Se puede decir que sin la Misa la memoria del gran sacrificio de Cristo en el Calvario se hubiese perdido con el correr de los siglos. La Santa Misa es el gran memorial de la Pasión.

— Para aplicarnos los méritos de Jesucristo. Y este es el punto capital que hay que entender y retener: como hemos visto, el Sacrificio de la Cruz tiene un valor infinito. Él ha realizado una redención universal y ha satisfecho por toda la humanidad. Pero por todos los hombres en general; queda por aplicar el remedio a cada uno en particular. Esto es lo que hacen las Misas celebradas todos los días: hacen posible unirse a la Pasión de Jesucristo y recibir personalmente los frutos del árbol de la Cruz.

2º) ¿Qué acción realiza Jesucristo en la Santa Misa?

¿Se contentó simplemente Jesucristo con instituir la Sagrada Eucaristía y ordenar a los Apóstoles y sus sucesores ofrecer este Sacrificio en su nombre hasta el fin de los tiempos?

Si así fuese, sería Él quien hubiera ofrecido su Sacrificio en la Última Cena y en el Calvario, pero no sería Él quien lo ofreciese en cada Misa, sino solamente la Iglesia en su Nombre.

Debe decirse, por el contrario, que Jesucristo es el Sacerdote principal del Sacrificio de la Misa.

En primer lugar, definamos qué es la Misa con el Catecismo de San Pío X:

La santa Misa es el Sacrificio del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, que se ofrece sobre nuestros altares bajo las especies de pan y de vino en memoria del sacrificio de la Cruz. El sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo de la Cruz, en cuanto el mismo Jesucristo que se ofreció en la Cruz es el que se ofrece por manos de los sacerdotes, sus ministros, sobre nuestros altares.

El Sacrificio de la Misa es sustancialmente el mismo que el de la Cruz porque es la misma Víctima realmente presente en nuestros altares lo que se ofrece y el mismo Sacerdote principal quien lo ofrece.

La única diferencia es que en la Cruz Jesucristo se ofreció derramando su Sangre y mereciendo por nosotros, mientras que en los Altares se ofrece sin derramamiento de sangre y nos aplica los méritos de su Pasión.

Resumamos con el Catecismo de San Pío X:

En cuanto al modo con que se ofrece, el Sacrificio de la Misa difiere del Sacrificio de la Cruz, si bien guarda con éste la más íntima relación. Entre el Sacrificio de la Misa y el de la Cruz hay esta diferencia y relación: que en la Cruz, Jesucristo se ofreció derramando su sangre y mereciendo por nosotros, mientras en nuestros altares se sacrifica Él mismo sin derramamiento de sangre y nos aplica los frutos de su pasión y muerte. La otra relación que guarda el Sacrificio de la Misa con el de la Cruz es que el Sacrificio de la Misa representa de un modo sensible el derramamiento de la sangre de Jesucristo en la Cruz; porque, en virtud de las palabras de la consagración, se hace presente bajo las especies del pan sólo el Cuerpo, y bajo las especies del vino sólo la Sangre de nuestro Redentor; si bien, por natural concomitancia y por la unión hipostática, está presente bajo cada una de las especies Jesucristo vivo y verdadero.

Si, por lo tanto, el Sacrificio de la Misa es idéntico al Sacrificio de la Cruz, con el mismo Sacerdote y la misma Víctima, debe decirse que en la Santa Misa la influencia de Jesucristo es actual y no sólo virtual.

Jesucristo influye actualmente en cada Misa, y por dos razones:

1ª) Porque es Él quien, en la Consagración, comunica a las palabras pronunciadas por su ministro la virtud de la transubstanciación, que convierte la sustancia del pan en la de su Cuerpo y la sustancia del vino en la de su Sangre. El sacerdote opera in persona Christi. Él no dice: Esto es el Cuerpo de Cristo, sino Esto es mi Cuerpo. Es Jesucristo Quien habla.

2ª) Porque continúa ofreciéndose sacramentalmente a través del ministerio de sus sacerdotes. La ofrenda interior, que es como el alma de todo sacrificio, está siempre viva en el corazón de Jesucristo. Al continuar ofreciéndose a sí mismo, nunca deja de interceder por nosotros, como explica San Pablo en su Epístola a los Hebreos.

3º) ¿Qué efectos determinó Jesucristo para cada Misa?

Jesucristo ofrece todas las Misas que se celebran cada día, que obtienen beneficios incomparables.

Entre los efectos obtenidos, algunos son infalibles, son los efectos relativos a Dios; otros al contrario, se difundirán en proporción de nuestro fervor.

a) Los efectos relativos a Dios son absolutamente infalibles e ilimitados, independientemente del fervor del sacerdote y de los asistentes.

Estos son la adoración, la acción de gracias y la reparación de los pecados.

En la Misa, recordemos, está el mismo Sacerdote y la misma Víctima que en el Calvario: Jesucristo, verdadero Dios y verdadero Hombre. Cada misa tiene, pues, un valor infinito.

— Por lo tanto, nunca podremos encontrar adoración mayor. La adoración en espíritu y en verdad que el Padre buscaba, la encontró en el culto que su propio Hijo le dedicó. Por su inmolación sacramental, Jesús proclama el dominio soberano de Dios sobre todas las cosas y nos invita a imitarlo.

— Tampoco podemos encontrar reparación más perfecta por los pecados que se cometen cada día.

— Finalmente, la acción de gracias también es absolutamente perfecta, y siempre alcanza su efecto de manera infalible.

b) Los efectos que nos conciernen siempre son limitados: de hecho, incluso si el Sacrificio tiene en sí mismo un valor ilimitado, nosotros mismos somos limitados por nuestra condición de criatura y por nuestras disposiciones internas.

Según nuestro grado de fervor, recibimos más o menos frutos de la Santa Misa. El fuego en sí es muy caliente, pero sólo calienta en la medida en que nos acercamos a él. Así es con los frutos de la Misa; de los cuales nos beneficiaremos tanto más en la medida que asistamos con más espíritu de fe, confianza en Dios y amor.

Estos efectos que la Misa produce en nosotros son:

— El arrepentimiento por los pecados cometidos. El sacrificio de la Cruz obtuvo el arrepentimiento de sus pecados al Buen ladrón; la Misa obtiene a aquellos que lo desean la misma gracia.

— La remisión de la pena debida por los pecados perdonados, tanto de los vivos y como de los difuntos. Es principalmente a través del Santo Sacrificio que las almas del Purgatorio son socorridas.

— Todo tipo de bienes espirituales necesarios o útiles para nuestra salvación, en particular las virtudes que más nos faltan.