MEDITACIONES DE LOS MISTERIOS DE LA PASIÓN Y MUERTE DE NUESTRO REDENTOR

Fray Luis de Granada

 

MEDITACIÓN

De cómo el Salvador llevó la cruz a cuestas

Pues como Pilato viese que no bastaban las justicias que se habían hecho en aquel santo Cordero para amansar el furor de sus enemigos, entró en el pretorio, y asentóse en su tribunal para dar final sentencia en aquella causa.

Estaba ya a las puertas aparejada la cruz, y asomaba por lo alto aquella temerosa bandera amenazando a la cabeza del Salvador. Dada pues ya, y promulgada la sentencia cruel, añaden los enemigos una crueldad a otra, que fue cargar sobre aquellas espaldas tan molidas y despedazadas con los azotes el madero de la cruz.

No rehusó con todo esto el piadoso Señor esta carga, en la cual iban todos nuestros pecados, sino antes la abrazó con suma caridad y obediencia por nuestro amor; y así camina su camino como otro verdadero Isaac con la leña en los hombros al lugar del sacrificio.

Repartida va la carga entre los dos; el Hijo lleva la leña y el cuerpo que ha de ser sacrificado; y el Padre lleva el fuego y el cuchillo con que lo ha de sacrificar. Porque el fuego del amor de los hombres, y el cuchillo de la divina justicia pusieron en la cruz al Hijo de Dios.

Estas dos virtudes litigaron en el pecho del Padre, pidiendo cada una su derecho. El amor decía, que perdonase a los hombres; y la justicia que castigase a los pecadores. Pues porque los hombres quedasen perdonados, y los pecados castigados, dióse por medio que muriese el Inocente por todos.

Este es el fuego y el cuchillo que llevaba en sus manos el patriarca Abraham para sacrificar a su hijo; porque el amor de nuestra salud, y celo de la justicia hicieron al Padre Eterno ofrecer su Hijo a la cruz.

Camina pues el Inocente con aquella carga tan pesada sobre sus hombros tan flacos, siguiéndole mucha gente, y muchas piadosas mujeres, que con sus lágrimas le acompañaban. ¿Quién no había de derramar lágrimas viendo al Rey de los Ángeles caminar paso a paso con aquella carga tan pesada, temblando las rodillas, inclinado el cuerpo, los ojos mesurados, el rostro sangriento, con aquella guirnalda en la cabeza, y con aquellos tan vergonzosos clamores y pregones que daban contra Él?

Entre tanto, ánima mía, aparta un poco los ojos de este cruel espectáculo, y con pasos apresurados, con aquejados gemidos, con ojos llorosos, camina para el palacio de la Virgen, y cuando a Ella llegares, derribado ante sus pies, comienza a decirle con dolorosa voz: ¡oh Señora de los Ángeles, Reina del cielo, puerta del paraíso, abogada del mundo, refugio de los pecadores, salud de los justos, alegría de los santos, maestra de las virtudes , espejo de limpieza, dechado de paciencia y de toda perfección! ¡Ay de mí, Señora mía! ¿Para qué se ha guardado mi vida para esta hora? ¿Cómo puedo yo vivir, habiendo visto con mis ojos lo que vi? ¿Para qué son más palabras? Dejo a tu Unigénito Hijo, y mi Señor, en manos de sus enemigos con una cruz a cuestas para ser en ella ajusticiado.

¿Qué sentido puede aquí alcanzar hasta dónde llego este dolor a la Virgen? Desfalleció aquí su ánima, y cubriósele la cara y todos sus virginales miembros de un sudor de muerte, que bastara para acabar la vida, si la dispensación divina no la guardara para mayor trabajo, y para mayor corona.

Camina pues la Virgen en busca del Hijo, dándole el deseo de verle las fuerzas, que el dolor le quitaba. Oye donde lejos el ruido de las armas; y el tropel de la gente, y clamor de los pregones con que lo iban pregonando. Ve luego resplandecer los hierros de las lanzas y alabardas que asomaban por lo alto; halla en el camino las gotas y el rastro de la sangre, que bastaban ya para mostrarle los pasos del Hijo, y guiarla sin otra guía. Acércase más y más a su amado Hijo, y tiende sus ojos obscurecidos con el dolor, para ver si pudiese al que amaba con su ánima.

¡Oh amor y temor del corazón de María! Por una parte deseaba verle, y por otra rehusaba de ver tan lastimera figura. Finalmente, llegada ya donde le pudiese ver, míranse aquellas dos lumbres del cielo una a otra, y atraviésanse los corazones con los ojos, y hieren con la vista sus ánimas lastimadas.

Las lenguas estaban enmudecidas para hablar; más al Corazón de la Virgen hablaba el afecto natural del Hijo dulcísimo, y le decía: ¿para qué viniste aquí, paloma mía, querida mía, y Madre mía? Tu dolor acrecienta el mío, y tus tormentos atormentan a mí. Vuélvete, Madre mía, vuélvete a tu posada, que no pertenece a tu pureza virginal compañía de homicidas y ladrones. Si lo quieres así hacer, templarse ha el dolor de ambos, y quedaré yo para ser crucificado por el mundo, pues a Ti no pertenece este oficio, y tu inocencia no merece este tormento. Vuélvete pues, oh paloma mía, a la arca, hasta que cesen las aguas del diluvio, pues aquí no hallarás donde descansen tus pies. Allí vacarás a la oración y contemplación acostumbrada; allí levantada sobre ti misma, pasarás como pudieres ese dolor.

Pues al Corazón del Hijo respondería el de la santa Madre, y le diría: ¿por qué me mandas eso, Hijo mío? ¿Por qué me mandas alejar de este lugar? Tu sabes, Señor mío y Dios mío, que en presencia tuya todo me es lícito, y que no hay otro oratorio sino donde quiera que Tú estás. ¿Cómo puedo yo partirme de Ti sin partirme de mí? De tal manera tiene ocupado mi corazón este dolor, que fuera de él ninguna cosa puedo pensar; a ninguna parte puedo ir sin Ti; y de ninguna pido, ni puedo recibir consolación. En Ti ha estado mi corazón, y dentro del tuyo tengo hecha mi morada, y mi vida toda pende de Ti. Y pues Tú por espacio de nueve meses tuviste mis entrañas por morada, ¿por qué no tendré yo estos tres días por morada las tuyas? Si ahí dentro me recibes, ahí seré yo contigo Crucificado, crucificada; y contigo sepultado, sepultada. Contigo beberé de la hiel y vinagre, y contigo penaré en la cruz, y contigo juntamente espiraré.

Tales palabras en su Corazón iría diciendo la Virgen, y de esta manera se anduvo aquel trabajoso camino, hasta llegar al lugar del sacrificio.

 

Contemplarás el misterio de la Cruz, y aquellas siete palabras que el Señor en ella habló.

 

SIGUE EL TEXTO.

Vinieron, dice el Evangelista, al lugar que se dice Gólgota, que es el monte Calvario, y allí dieron a beber al Señor vino mezclado con hiel; y como le gustase, no lo quiso beber. Era entonces hora de tercia, y crucificáronle; y con Él crucificaron dos ladrones, uno a la diestra, y otro a la siniestra. Y allí se cumplió la escritura que dice: con los malos fue reputado. Escribió también un título Pilato, y púsolo sobre la Cruz, y estaba escrito en él: JESÚS NAZARENO REY DE LOS JUDÍOS. Este título leyeron muchos judíos, porque el lugar donde Jesús fue crucificado estaba cerca de la ciudad; estaba escrito con las letras hebreas, griegas y latinas. Decían pues a Pilato los Pontífices de los judíos: no escribas rey de los judíos, sino que Él dijo rey soy de los judíos. Respondió Pilato: lo escrito, escrito está.

Mas los soldados después que le hubieron crucificado, tomaron sus vestiduras, y repartiéronlas en cuatro partes, para que les cupiese a cada uno la suya. Y tomando también la túnica, la cual no era cosida, sino tejida de alto a bajo, dijeron pues entre sí los soldados: no partamos esta túnica, sino echemos suertes sobre quién se la llevará, para que se cumpliese la escritura, que dice: partieron mis vestiduras entre sí, y sobre mi vestidura echaron suertes. Esto fue lo que hicieron los soldados.

Y los que pasaban por aquel camino blasfemaban del Señor, meneando las cabezas, y diciendo: ¡ah! que destruyes el templo de Dios, y en tres días lo vuelves a reedificar, hazte salvo a ti mismo. Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz. Asimismo los príncipes de los sacerdotes escarnecían de Él con los letrados de la ley, y con los ancianos y decían: a otros hizo salvos, y a sí no puede salvar. Pues que es rey de Israel descienda de la cruz, y creeremos en Él. Tiene su esperanza en Dios, líbrele, si quiere librarle; pues Él dijo: Hijo soy de Dios. Y con aquellas mismas palabras le daban en cara los ladrones que estaban crucificados con Él. Mas Jesús decía (primera palabra): Padre, perdónalos, que no saben lo que se hacen.

Y uno de los ladrones que estaban allí colgados le blasfemaba diciendo: si tú eres Cristo, sálvate a ti y a nos. Y respondiendo el otro, decía: ¿Ni aun tú temes a Dios estando padeciendo la misma pena? Nosotros justamente padecemos, pues recibimos el pago de nuestras obras. Más este no ha hecho mal ninguno. Y decía a Jesús: Señor, acuérdate de mí cuando estuvieres en tu reino. Y díjole Jesús (segunda palabra): en verdad te digo, hoy serás conmigo en el paraíso.

Y estaba en pie junto a la cruz de Jesús su Madre, y una hermana de la Madre, que se decía María, mujer de Cleofás y María Magdalena.

Pues como viese Jesús a la Madre y al discípulo que Él amaba, que asimismo estaba allí, dijo a su Madre (tercera palabra): mujer, he ahí tu Hijo. Y luego al discípulo: he ahí tu Madre. Y desde aquella hora el discípulo la tomó por Madre.

Y a la hora de nona clamó Jesús con gran voz diciendo: Eli, Eli, ¿lamma sabacthani? Que quiere decir (cuarta palabra): Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste? Y algunas de los circunstantes decían: he aquí que llama a Elías. Otros decían: esperad, veamos si viene Elías a librarle.

Después de esto, sabiendo Jesús que ya todas las cosas eran cumplidas, porque se cumpliese la escritura, dijo (quinta palabra): sed tengo. Y estaba allí a la sazón un vaso lleno de vinagre, y ellos tomando una esponja llena de vinagre, y atándola en una caña con una rama de hisopo, pusiéronla en la boca. Y como tomase Jesús el vinagre, dijo (sexta palabra): acabado es.

Y clamando otra vez con una voz grande dijo (séptima palabra): Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. Y desde la hora de sexta se hicieron tinieblas sobre toda la tierra, hasta la hora de nona. Y el velo del templo se partió en dos partes, desde lo alto hasta lo bajo, y la tierra tembló, y las piedras se partieron, y muchos cuerpos de santos que dormían resucitaron. Y estaban todos sus amigos y conocidos, y las mujeres, mirándole desde lejos, entre las cuales estaban María Magdalena, y María, madre de Santiago el Menor, y de José, y Salomé; las cuales, cuando el Señor estaba en Galilea, le seguían y proveían lo necesario de sus haciendas; y otras muchas mujeres, que juntamente con Él habían subido a Jerusalén.

 

 

MEDITACIÓN

Para el Viernes Santo por la tarde, sobre estos pasos del texto

Venido hemos, ánima mía, al sacro monte Calvario, y llegado a la cumbre del misterio de nuestra reparación. ¡Oh cuán maravilloso es este lugar! Verdaderamente esta es la casa de Dios, puerta del cielo, tierra de promisión, y lugar de salud.

Aquí está plantado el árbol de la vida; aquí está sentada aquella escalera mística que vio Jacob, que junta el cielo con la tierra, por donde los Ángeles descienden a los hombres, y los hombres suben a Dios. Este es, oh ánima mía , lugar de oración; aquí debes adorar y bendecir al Señor, y darle gracias por este sumo beneficio, diciendo: adorámoste, Señor Jesucristo, y bendecimos tu santo nombre, pues por medio de esta santa cruz redimiste al mundo; gracias sean dadas a ti, clementísimo Salvador, porque así nos amaste, y lavaste de nuestros pecados con tu sangre, y te ofreciste por nosotros en esa cruz, para que con el olor suavísimo de este noble sacrificio, encendido con el fuego de tu amor, satisficieses y aplacases a Dios. Bendito seas para siempre, Salvador del mundo, reconciliador de los hombres, reparador de los Ángeles, restaurador de los cielos, triunfador del infierno, vencedor del demonio, autor de la vida, destruidor de la muerte, y redentor de los que estaban en tinieblas y sombra de muerte.

Todos pues los que tenéis sed, venid a las aguas; y los que no tenéis oro ni plata, venid a recibir todos los bienes de balde. Los que deseáis agua de vida, esta es aquella piedra mística, herida con la vara de Moisés en el desierto, de la cual salieron aguas en abundancia para el pueblo sediento. Los que deseáis paz y amistad con Dios, esta es también aquella piedra que roció el patriarca Jacob con óleo, y la levantó por título de amistad y paz entre Dios y los hombres. Los que deseáis vino para curar vuestras llagas, este es aquel racimo que se trajo de la tierra de promisión a este valle de lágrimas, el cual ahora es pisado y estrujado en el lagar de la cruz para nuestro remedio. Los que deseáis el óleo de la divina gracia, este es aquel vaso precioso de la viuda de Elíseo, lleno de óleo, con que todos hemos de pagar nuestras deudas; y aunque el vaso parece pequeño para tantos, no miréis a la cuantidad, sino a la virtud, la cual es tan grande, que mientras hubiere vaso que henchir, siempre correrá la vena de este sagrado licor.

Despierta pues ahora, ánima mía y comienza a pensar el misterio de esta Santa Cruz, por cuyo fruto se reparó el daño de aquel venenoso fruto del árbol vedado, como lo significó el esposo a la esposa en los cantares, cuando dijo: debajo de un árbol te resucité, esposa, porque debajo de este árbol fue deshonrada tu madre, cuando fue engañada por la antigua serpiente.

Mira, pues, como llegado ya el Salvador a este lugar, aquellos perversos enemigos (porque fuese más vergonzosa su muerte) le desnudan de todas sus vestiduras hasta la túnica interior, que era toda tejida de alto abajo sin costura alguna. Mira pues aquí con cuánta mansedumbre se deja desollar aquel inocentísimo cordero, sin abrir su boca, ni hablar palabra contra los que así le trataban. Antes de muy buena voluntad consentía ser despojado de sus vestiduras, y quedar a la vergüenza desnudo, porque con ellas se cubriese mejor que con hojas de higuera la desnudez de aquellos que por el pecado habían perdido la vestidura de la inocencia y de la gracia recibida.

Dicen algunos doctores, que para desnudar al Señor esta túnica le quitaron con grande crueldad la corona de espinas que tenía en la cabeza, y después de ya desnudo se la volvieron a poner de nuevo, e hincarle otra vez las espinas por el cerebro, y hacer nuevas aberturas y llagas en Él. Y es de creer cierto que usarían de esta crueldad los que otras muchas y muy extrañas usaron con Él en todo el proceso de su Pasión.

Y como la túnica estaba pegada a las llagas de los azotes, y la sangre estaba ya helada, y abrazada con la misma vestidura, al tiempo que se la desnudaron (como eran tan ajenos de piedad aquellos malvados) despegáronsela de golpe, y con tanta fuerza, que le desollaron y renovaron todas las llagas de los azotes, de tal manera que el santo cuerpo quedó por todas partes abierto y como desconcertado, y hecho todo una grande llaga, que por todas partes manaba sangre.

Considera pues aquí, ánima mía, la alteza de la divina bondad y misericordia, que en este misterio tan claramente resplandece. Mira como aquel que viste los cielos de nubes, y los campos de flores y hermosura, es aquí despojado de todas sus vestiduras. Mira como la hermosura de los Ángeles es aquí afeada, y la alteza de los cielos humillada, y la Majestad y grandeza de Dios abatida y avergonzada. Mira como aquella sangre real corre hilo a hilo por el cerebro y por los cabellos, y por la barba sagrada, hasta teñir y regar la tierra. Considera el frio que padecería aquel santo cuerpo, estando como estaba despedazado y desnudo, no sólo de sus vestiduras, sino también de los cueros y de la piel, y con tantas puertas y ventanas de llagas abiertas por todo él. Y si estando San Pedro vestido y calzado la noche antes padecía frio, ¿cuánto mayor lo padecería aquel delicadísimo cuerpo estando tan llagado y desnudo?

Por donde parece que aunque en todo el discurso de su vida nos dio el Salvador tan maravillosos ejemplos de desnudez y pobreza, más en la muerte se nos dio por un perfectísimo espejo de esta virtud; pues allí estuvo tan pobre, que no tuvo sobre qué reclinar su cabeza, y para dar a entender que no había tomado cosa del mundo, ni se le había apegado nada de él.

Conforme a este ejemplo leemos del bienaventurado San Francisco, verdadero imitador de esta pobreza de Cristo, que al tiempo que quiso espirar, se desnudó de todo cuanto sobre sí tenía, y derribándose de la cama en el suelo, se abrazó con la tierra desnudo, para imitar en esto como fiel siervo la desnudez y pobreza del Señor. Ea pues, ánima mía, aprende tú también aquí a seguir a Cristo, pobre y desnudo; aprende a menospreciar todo lo que puede dar el mundo, para que merezcas abrazar al Señor desnudo con brazos desnudos, y ser unida con Él por amor, que también esté desnudo, sin mezcla de otro peregrino amor.

Después de esto considera como el Señor fue enclavado en la cruz, y el dolor que padecería al tiempo que aquellos clavos gruesos y esquinados entraban por las más delicadas partes del más delicado de todos los cuerpos.

Y mira también lo que la Virgen sentiría cuando viese con sus ojos, y oyese con sus oídos los crueles y duros golpes que sobre aquellos miembros divinales tan a menudo caían.

Mira como luego levantaron la cruz en alto, y como la fueron a meter en un hoyo que para esto tenían hecho, y como según eran crueles los ministros, al tiempo del asentar la dejaron caer de golpe, y así se estremecería todo aquel santo cuerpo en el aire, y se rasgarían más las llagas, y crecerían más sus dolores.

Pues, ¡oh Salvador y Redentor mío! ¿Qué corazón habrá tan de piedra que no se parta de dolor, pues en este día se partieron las piedras, considerando lo que padeces en esa cruz? Cercado Te han, Señor, dolores de muerte, y embestido han sobre Ti las olas de la mar; atollado has en el profundo de los abismos, y no hallas sobre qué estribar. El Padre Te ha desamparado, ¿qué esperas, Señor mío, de los hombres? Los enemigos Te dan grita, los amigos Te quiebran el Corazón, tu ánima está afligida, y no admites consuelo por mi amor. Duros fueron cierto mis pecados, y tu penitencia lo declara. Véote, Rey mío, cosido con un madero, no hay quien sostenga tu cuerpo sino tres garfios de hierro; de ellos cuelga tu sagrada carne, sin tener otro refrigerio; cuando cargas el cuerpo sobre los pies, desgárranse las heridas de los pies con los clavos que tienen atravesados; cuando lo cargas sobre las manos, desgárranse las heridas de las manos con el peso del cuerpo. No se pueden socorrer los miembros unos a otros sino con igual perjuicio. Pues la santa cabeza atormentada y enflaquecida con la corona de espinas, ¿qué almohada la sostendrá?

¡Oh cuán bien empleados fueran allí vuestros brazos, serenísima Virgen, para este oficio, mas no servirán ahora allí los vuestros, sino los de la Cruz! Sobre ellos se reclinará la sagrada cabeza cuando quisiere descansar, y el refrigerio que de ellos recibirá, será hincarse más las espinas por el celebro.

Sobre todo esto veo esas cuatro llagas principales como cuatro fuentes que están siempre manando sangre; veo el suelo encharcado y arroyado de sangre; veo ese tan precioso licor hollado y derramado sobre la tierra, dando voces y clamando mejor que la sangre de Abel, pues aquella pedía venganza contra el homicida; mas esta pide perdón para el pecador.