MEDITACIONES DE LOS MISTERIOS DE LA PASIÓN Y MUERTE DE NUESTRO REDENTOR

MEDITACIONES

para el Viernes Santo

Hecha la Señal de la Cruz con la preparación necesaria del acto de contrición etc., se ha de contemplar en la Coronación de espinas, y el Ecce Homo, y como el Salvador llevó la Cruz a cuestas.

 

EL TEXTO DE LOS EVANGELISTAS DICE ASÍ:

Entonces, conviene saber, después de haber azotado al Señor los soldados del presidente, recibiendo a Jesús en la audiencia, convocaron allí toda la gente de guerra, y desnudándolo de sus vestiduras, lo cubrieron con una ropa colorada, y tejiendo una corona de espinas, pusiéronla sobre la cabeza, y una caña en su mano derecha, e hincadas las rodillas, burlaban de él, diciendo: Dios te salve, Rey de los judíos, y escupiendo en Él, tomaban la caña que tenía en la mano, y heríanle con ella en la cabeza, y dábanle de bofetadas.

Salió pues otra vez Pilato, y díjoles: veis aquí os lo traigo fuera, para que conozcáis que no hallo en Él causa para justiciarlo… Salió pues Jesús fuera, puesta la corona de espinas en la cabeza, y vestida la ropa de púrpura, y dijo Pilato: Ecce Homo. Pues como lo viesen los pontífices y los ministros del pueblo, daban voces, diciéndole: crucifícalo, crucifícalo. Díceles Pilato: tomadlo vosotros, y crucificadlo, porque yo no hallo causa para crucificarlo. Respondiéronle los judíos, diciendo: nosotros tenemos ley, y según esta ley ha de morir, porque se hizo Hijo de Dios. Pues como oyese Pilato estas palabras, temió más. Y entrando otra vez en la audiencia, dijo a Jesús: ¿De dónde eres Tú? Y Jesús no le respondió. Dícele. Pilato; ¿a mí no me hablas? ¿No sabes que tengo poder para crucificarte, y poder para soltarte? Respondió Jesús: no tendrías poder ninguno sobre mí, si no te fuera dado de arriba; y por tanto, el que me entregó en tus manos mayor pecado tiene sobre sí. Desde entonces procuraba Pilato soltarle; mas ellos daban grandes voces pidiendo que fuese crucificado; y prevalecían las voces de ellos, y Pilato determinó que se cumpliese su petición; y soltóles al que por razón del homicidio y escándalo había sido echado en la cárcel, y entregó a Jesús a la voluntad de ellos. Y tomaron a Jesús, y sacáronle fuera; y llevando Él sobre sí la cruz, salió al lugar que se decía Calvario. Seguíalo en este camino mucha compañía del pueblo y de mujeres, que iban llorando y lamentando en pos de Él, y volviéndose a ellas, díjoles: hijas de Jerusalén, no lloréis sobre mí, sino sobre vosotras llorad y sobre vuestros hijos, porque presto vendrán días en que digan: bienaventuradas las estériles, y los vientres que no engendraron, y los pechos que no criaron. Entonces comenzarán a decir a los montes, caed sobre nosotros; y a los collados, cubridnos; porque si esto hacen en el madero verde, en el seco ¿qué se hará?

 

MEDITACIONES

para el Viernes Santo sobre estos pasos del texto

DE LA CORONACIÓN DE ESPINAS

Salid, hijas de Sion, y mirad al rey Salomón con la corona que le coronó su madre en el día de su desposorio, y en el día de la alegría de su corazón.

Ánima mía, ¿qué haces? Corazón mío, ¿qué piensas? Lengua mía, ¿cómo has enmudecido? ¿Cuál corazón no revienta? ¿Cuál dureza no se ablanda? ¿Qué ojos se pueden contener de lágrimas, teniendo delante de sí tal figura?

¡Oh dulcísimo Salvador mío! Cuando yo abro los ojos, y miro este retablo tan doloroso que aquí se me pone delante, ¿cómo no se me parte el corazón de dolor? Veo esa delicadísima cabeza, de que tiemblan los poderes del cielo, traspasada con crueles espinas. Veo escupido y abofeteado ese divino rostro, obscurecida la lumbre de esa frente clara, cegados con la lluvia de la sangre esos ojos serenos. Veo los hilos de sangre que gotean de la cabeza, y descienden por el rostro, y borran la hermosura de esa divina cara.

¿Pues cómo, Señor, no bastaban ya los azotes pasados, y la muerte venidera, y tanta sangre derramada, sino que por fuerza habían de sacar las espinas sangre de la cabeza, a quien los azotes perdonaron? Si por denuestos y bofetadas lo habías para satisfacer por las que yo Te di pecando, ¿ya no habías recibido muchas de estas toda la noche pasada? Si sola tu muerte bastaba para redimirnos, ¿para qué tantos ensayes? ¿Para qué tantas invenciones y maneras de vituperios? ¿Quién jamás oyó ni leyó tal manera de corona, y tal linaje de tormento? ¿De qué entrañas salió esta nueva invención al mundo, que de tal manera sirviese para deshonrar un hombre, que no menos le atormentase que deshonrase? ¿No bastan los tormentos que se han usado en todos los siglos pasados, sino que se han de inventar otros nuevos en tu Pasión?

Bien veo, Señor mío, que no eran estas injurias necesarias para mi remedio; bastaba para esto una sola gota de tu Sangre. Más eran convenientísimas para que me declarases la grandeza de tu amor, y para que me echases cadenas de perpetua obligación, y para que confundieses los atavíos y galas de mi vanidad, y me enseñases por aquí el menosprecio de la gloria del mundo.

Pues para que sientas algo, ánima mía, de este paso tan doloroso, pon primero ante tus ojos la imagen antigua de este Señor, y la excelencia de sus virtudes; y luego vuelve a mirarlo de la manera que aquí está. Mira la grandeza de su hermosura, la mesura de sus ojos, la dulzura de sus palabras, su autoridad, su mansedumbre, su serenidad, y aquel aspecto suyo de tanta veneración. Míralo tan humilde para con sus discípulos, tan blando para con sus enemigos, tan grande para con los soberbios, y tan suave para con los humildes, y tan misericordioso para con todos. Considera cuán manso haya sido siempre en sufrir, cuán sabio en el responder, cuán misericordioso en el recibir, y cuán largo en el perdonar.

Y después que así lo hubieres mirado, y deleitándote de ver una tan acabada figura, vuelve los ojos a mirarle tal, cual aquí le ves cubierto con aquella púrpura de escarnio, la caña por cetro real en la mano, y aquella horrible diadema en la cabeza, y aquellos ojos mortales, y aquel rostro difunto, y aquella figura tan borrada con la sangre, y afeada con las salivas que por todo el rostro estaban tendidas. Míralo todo dentro y fuera, el corazón atravesado con dolores, el cuerpo lleno de llagas, desamparado de sus discípulos, perseguido de los judíos, escarnecido de los soldados, y despreciado de los pontífices, desechado del rey inicuo, acusado injustamente, y desamparado de todo favor humano.

Y no pienses esto como cosa ya pasada, sino como presente; no como dolor ajeno, sino como tuyo propio. A ti mismo ponte en lugar del que padece, y mira lo que sentirías si en una parte tan sensible como es la cabeza te hincasen muchas y muy agudas espinas, que penetrasen hasta los huesos; ¿y qué digo espinas? una sola punzada de un alfiler que fuese, apenas la podrías sufrir. ¿Pues qué sentiría aquella delicadísima cabeza con este linaje de tormento?

Pues, ¡oh resplandor de la gloria del Padre! ¿Quién te ha maltratado? ¡Oh espejo sin mancilla de la majestad de Dios! ¿Quién te ha todo manchado? ¡Oh río que sales del paraíso de deleites, y alegras con tus corrientes la ciudad de Dios! ¿Quién ha enturbiado estas tan serenas y tan dulces aguas?

Mis pecados, Señor mío, las han enturbiado; mis maldades las han obscurecido. ¡Ay de mí, pobre y miserable! ¡Ay de mí! ¿Y qué tal habrán parado mis pecados a mi ánima, cuando tal pararon los ajenos la fuente clara de toda la hermosura?

Mis pecados son, Señor, las espinas que te punzan; mis locuras la púrpura que te escarnece; mis hipocresías y fingimientos las ceremonias con que te desprecian; mis atavíos y vanidades la corona con que te coronan. Yo soy tu verdugo, yo soy la causa de tu dolor.

Limpió el rey Ezequías el templo de Dios, que estaba por los malos profanado, y toda la basura que en él había mandó echar en el arroyo de los cedros. Yo soy ese templo vivo, por los demonios profanado y ensuciado con infinitos pecados, y Tú eres el río limpio de los cedros, que sustentas con tus corrientes toda la hermosura del cielo; pues ahí son lanzados todos mis pecados, ahí desaparecen mis maldades.

Porque por el mérito de esa inefable caridad y humildad con que te inclinaste a tomar sobre Ti todos mis males, no sólo me libraste de ellos, más también me hiciste participante de tus bienes. Porque tomaste mi muerte, me diste tu vida; porque tomaste mi carne, me diste tu espíritu; porque tomaste sobre ti mis pecados, me diste tu gracia.

Así que, Redentor mío, todas las penas tuyas son tesoros y riquezas mías. Tu purpura me viste, tu corona me honra, tus cardenales me hermosean, tus dolores me regalan, tus amarguras me sustentan, tus llagas me sanan, tu sangre me enriquece, y tu amor me embriaga.

¿Qué mucho es que tu amor me embriague, pues el amor que Tú me tuviste bastó, para embriagarte y dejarte como a otro Noé, tan avergonzado y desnudo? Con la púrpura encendida de ese amor sostienes esa purpura de escarnio; y con el celo de mi aprovechamiento esa caña en la mano; y con la compasión de mi perdimiento esa corona de confusión.

 

MEDITACIÓN

Del Ecce Homo

Acabada la coronación y escarnio del Salvador, tomóle el juez por la mano así como estaba tan maltratado, y sacándole a vista del pueblo furioso, díjoles: Ecce Homo; como si dijera: si por envidia lo procurabas la muerte, vedlo aquí tal, que no está para tenerle envidia, sino lástima. Temías se hiciese rey, vedlo aquí tan desfigurado, que apenas parece hombre. De estas manos atadas ¿qué os teméis? A este hombre azotado ¿qué más le demandáis?

Por aquí puedes entender, ánima mía, qué tal saldría entonces el Salvador, pues el juez creyó que bastaba la figura que allí traía para quebrar el corazón de tales enemigos. En lo cual puedes bien entender cuán mal caso sea no tener un cristiano compasión de los dolores de Cristo, pues ellos eran tales, que bastaban (según el juez creyó) para ablandar unos tan fieros corazones.

Donde hay amor hay dolor. ¿Pues cómo dice que tiene amor de Cristo quien no tiene compasión de Cristo, viéndolo en esta figura?

Y si tan grande mal es no compadecerse de Cristo, ¿qué será acrecentar sus martirios, y añadir dolor a su dolor? No pudo ser mayor crueldad en el mundo, que después de mostrada por el juez tal figura, responder los enemigos aquella tan cruel palabra: crucifícalo, crucifícalo.

Pues sin grande fue esta crueldad, ¿cuál será la de un cristiano, que con las obras dice otro tanto, ya que con las palabras no lo diga? ¿No dice San Pablo, que el que peca vuelve otra vez a crucificar al Hijo de Dios, pues cuanto es de su parte hace cosa con que le obligaría otra vez a morir, si la muerte pasada no bastara?

¿Pues cómo tienes tú corazón y manos para crucificar tantas veces al Señor de esta manera? Deberías considerar, que así como el juez presentó aquella figura tan lastimera a los judíos, creyendo que no había otro medio más eficaz para apartarlos de su furor que aquella vista; así el Padre Eterno la representa hoy a todos los pecadores, entendiendo que a la verdad no hay otro medio más poderoso para apartarlos del pecado, que ponerles delante tal figura.

Haz pues ahora cuenta que te la pone Él también a ti delante, y que te está diciendo: Ecce Homo; como si dijese: mira ese hombre cuál está, y acuérdate que es Dios, y que está de la manera que aquí lo ves, no por otra causa sino por los pecados del mundo. ¡Mira cuál pararon los pecados a Dios! ¡Mira qué fue menester para satisfacer por el pecado! ¡Mira cuán aborrecible es a Dios el pecado, pues tal paró la cara de su Hijo por destruirlo! ¡Mira la venganza que tomará Dios del pecador por sus pecados propios, pues tal la tomó del Hijo por los ajenos! ¡Mira finalmente el rigor de la divina justicia, y la malicia del pecado, la cual tan espantosamente resplandece en la cara de Cristo! ¿Pues qué más se pudiera hacer para que los hombres temiesen a Dios, y aborreciesen el pecado?

Parece que se hubo Dios aquí con el hombre, como la buena madre con la mala hija que se le comienza a hacer liviana. Porque cuando no le valen ya palabras ni castigos, vuelve las iras contra sí misma; dase de bofetadas, despedázase la cara, y pónese así desfigurada delante de la hija, porque por esta vía conozca ella la grandeza de su yerro, y siquiera por lástima de la madre se aparte de él. Pues esta manera de remedio parece que tomó Dios aquí para castigo de los hombres, poniéndoles delante su divina imagen, que es la cara de su Hijo, tan maltratada y desfigurada, para que ya que por tantas reprensiones y castigos como les había enviado antes por boca de sus profetas, no se querían apartar del mal, se apartasen siquiera por lástima de ver tal aquella divina figura.

De manera, que antes ponía las manos en los hombres, ahora vino a ponerlas en sí, que era lo último que se podía hacer. Y por esto aunque fue siempre grande maldad ofender a Dios; más después que tal figura tomó para destruir el pecado, no sólo es grande maldad, sino también grandísima ingratitud y crueldad.

Perseverando en la contemplación de este mismo paso (demás del aborrecimiento del pecado) puedes también de aquí tomar grande esfuerzo para confiar en Dios, considerando esta misma figura, la cual así cómo es poderosa para mover los corazones de los hombres, así también lo es, y mucho más, para mover el de Dios. Para lo cual debes considerar que la misma figura que sacó entonces el Salvador a los ojos del pueblo furioso, esa misma representa hoy a los del Padre piadoso, tan fresca y tan corriendo sangre como estaba aquel mismo día.

¿Pues qué imagen puede ser más eficaz para amansar los ojos del Padre, que la cara amancillada de su Hijo? Este es el propiciatorio de oro; éste el arco de diversos colores, puestos entre las nubes del cielo, con cuya vista se aplaca Dios. Aquí se apacentaron sus ojos; aquí quedó satisfecha su justicia; aquí se restituyó su honra; aquí se le hizo tal servicio cual convenía a su grandeza.

Pues dime, hombre flaco y desconfiado, si en este paso estaba tal la figura de Cristo, que bastaba para amansar los ojos crueles de tales enemigos, ¿cuánto más lo estará para amansar los ojos de aquel Padre piadoso; especialmente padeciendo por su honra y obediencia todo aquello que padecía?

Compárame ojos con ojos, y persona con persona, y verás cuánto más segura tienes tú la misericordia del Padre, presentándole esta figura, que tuvo Pilato la de los judíos cuando allí se la presentó.

Pues en todas tus oraciones y tentaciones toma este Señor por escudo, y ponle entre ti y Dios, y preséntalo ante Él, diciendo: Ecce Homo. He aquí, Señor, Dios mío, el hombre que tú buscabas tantos años ha para que se pusiese de por medio entre Ti y los pecadores. He aquí el hombre tan justo como a tu bondad convenía, y tan justificado cuanto nuestra culpa demandaba. Pues, oh defensor nuestro, míranos, Señor; y para que así lo hagas, pon los ojos en la cara de Cristo. Y Tú, Salvador y medianero nuestro, no ceses de presentarte ante los ojos del Padre por nosotros; y pues tuviste amor para ofrecer tus miembros al verdugo para que los atormentase; ténlo, Señor, para presentarlos al Padre Eterno para que por Ti nos perdone.